18

Cuando nadie lo esperaba, el Departamento de Policía de Shanghai recibió un soplo.

El soplo, si eso es lo que era, llegó en elShanghai Evening News. Para ser exactos, era un anuncio clasificado recortado del periódico y enviado al Departamento, en un sobre dirigido al inspector Liao:

Probemos el triple alterne. Después de cantar y de comer, ha llegado el momento de bailar. En cuanto al sitio elegido, ¿dónde mejor que en el club Puerta de la Alegría? A la hora de siempre, ya sabes. Wenge Hongqi

Podría haberse tratado de una broma entre amigos. Pero, al dirigirlo a Liao, el mensaje adquirió un matiz siniestro.

– No es un soplo -dijo Liao, frunciendo el ceño.

De las víctimas que llevaban el vestido mandarín rojo, una era una acompañante para comidas, y otra una acompañante para karaokes, por lo que la siguiente tendría que ser, como había sugerido Hong, una acompañante para bailes.

«A la hora de siempre» sonaba aún más apremiante. El jueves por la noche, o la madrugada del viernes.

Evidentemente, «Wenge Hongqi» no era un nombre auténtico. Podía traducirse como «bandera roja en la Revolución Cultural», un apodo poco habitual en los años noventa.

Bandera roja en la Revolución Cultural -leyó Yu-. Sue na como el nombre de una organización rebelde de aquella época.

– Espere un momento -lo interrumpió Liao-.Hongqi también suena como las dos primeras sílabas de hongqipao, vestido mandarín rojo.

Liao se puso en contacto de inmediato con el periódico. El director comentó que el anuncio no le había parecido incorrecto. Lo habían pagado al contado y llegó a la redacción por «entrega rápida», uno de los servicios más nuevos de la ciudad. Cualquiera que tuviera un coche o una bicicleta lo podía proporcionar, y posiblemente sin licencia. Era imposible localizar a la empresa de mensajería rápida. El hombre que escribió el anuncio no dejó su dirección ni su teléfono. No solían exigirse cuando se pagaba al contado.

Era evidente que se trataba de un mensaje del asesino. Además de un desafío inadmisible.

No pensaba dejar de matar, pese a todos los esfuerzos de la policía. Además, les había comunicado cuándo sucedería, y también dónde.

Pronto llegó la información sobre el club Puerta de la Alegría. La sala de baile estaba en un edificio de seis plantas situado en la calle Huashan, cerca de la calle Nanjing. Tenía un pasado esplendoroso: en los rutilantes años treinta, los más ricos y modernos de la ciudad acudían en masa a su pista de baile. Después de 1949, sin embargo, el baile fue prohibido como actividad social por considerarse atributo de un estilo de vida burgués y decadente. Convirtieron el edificio en un cine, y como tal sobrevivió a la Revolución Cultural. Durante aquellos años el nombre del club Puerta de la Alegría cayó casi por completo en el olvido, salvo por un incidente. Su enorme letrero de neón en letras inglesas, rotas y apagadas desde hacía muchos años, se desprendió y mató a un viandante que pasaba por debajo. Se consideró entonces que el incidente simbolizaba el fin de una época. Sin embargo, a principios de los noventa el club Puerta de la Alegría fue redescubierto debido a la ola de nostalgia colectiva que invadió la ciudad. Un hombre de negocios de Taiwan quiso devolverle al edificio su antiguo esplendor e intentó conservar el aspecto que tenía en los años treinta. Volvieron a colgarse viejos adornos y carteles amarillentos por el paso del tiempo, se contrató de nuevo a los antiguos músicos de la banda, se restauraron lámparas y candelabros oxidados, y las acompañantes para bailes, jóvenes y guapas, regresaron a la sala ataviadas con vestidos mandarines.

En resumen, el negocio volvía a ser boyante. Las guías turísticas de Shanghai describían el club Puerta de la Alegría como uno de los lugares de visita obligada de la ciudad.

Yu y Liao se miraron. No les quedaba otra alternativa. Hong se había preparado para actuar como señuelo, y ahora había surgido la oportunidad perfecta para pasar a la acción.

Yu seguía reticente a que Hong interviniera, pero sus compañeros habían presionado para que el plan se llevara a cabo. Como dice el proverbio chino, el que esté gravemente enfermo pedirá ayuda a cualquier matasanos. Hong, vestida como una mariposa, había recorrido un club nocturno tras otro luciendo sus encantos y flirteando. Un número considerable de clientes la habían abordado, según sus informes, pero ninguno resultó ser realmente sospechoso. A fin de no ahuyentar a su auténtico objetivo, Hong se vio obligada a seguirles la corriente hasta el último momento. Sus informes no mencionaban, comprensiblemente, las insinuaciones que tuvo que aguantar de todos aquellos clientes libidinosos.

Ahora la situación había cambiado.

– Es un tipo diabólico -se limitó a afirmar Yu.

– Hong lleva dos años en la policía. Ha recibido una excelente formación en la academia, y después con nosotros -murmuró Liao, como si intentara imbuirse de confianza antes de marcar la extensión de Hong-. Es una muchacha lista y muy capaz.

Yu no conocía demasiado bien a Hong, pero tenía muy buena opinión de ella. Era aguda, realista y muy trabajadora, cualidades no siempre habituales en una agente joven. La brigada de homicidios estaba soportando una presión excesiva, por lo que la decisión de Liao se entendía.

– El anuncio también podría ser una trampa -señaló Yu-. Si enviamos a nuestros agentes al club Puerta de la Alegría puede que cometa un asesinato en otra parte.

Liao asintió con la cabeza sin responder de inmediato. Segundos después, el secretario del Partido Li irrumpió en el despacho jadeando.

– ¡Esto es demasiado! -exclamó con voz estridente-. Hay que impedir que siga matando. Cuentan con el apoyo de todo el Departamento. Díganme cuántos agentes necesitan y los tendrán.

Hong también entró en el despacho y se sentó frente a ellos, cruzando las manos sobre el regazo. Iba vestida de «acompañante», con un vestido de tiras finas y aberturas laterales hasta el muslo. No llevaba maquillaje y su rostro parecía sereno y radiante bajo la luz matinal.

– Quiero que entienda que es un trabajo voluntario -comenzó a decir Liao, empujando el recorte de periódico hasta el otro lado del escritorio-. A diferencia de lo que ha hecho hasta ahora, no está obligada a esta misión. Puede negarse, aunque es la persona más cualificada para el trabajo.

Hong le echó un vistazo al recorte, se apartó el pelo de la frente con la mano y asintió, mientras su negro flequillo oscilaba con suavidad sobre sus arqueadas cejas.

– Si va a la sala Puerta de la Alegría esta noche -siguió explicando Liao- nosotros también estaremos allí. Sólo tiene que hacernos saber que el sospechoso se acerca.

– ¿Cómo puedo saber si es él? Todos esos hombres emplean las mismas artimañas con las chicas.

– No creo que intente hacerle nada en el interior del club, tendrá que sacarla de allí. Cuando lo intente, se lo impediremos. Estaremos preparados para cualquier eventualidad.

Pero sólo les quedaba medio día para prepararse, pensó Yu. Los policías apenas tendrían tiempo. Quizás Hong no tuviera dificultades para interpretar ese papel, gracias a su anterior experiencia como señuelo.

– Hagámoslo -ordenó Li-. Esta noche me quedaré en el despacho. Manténganme informado en todo momento.

Así que tendrían que ir al club Puerta de la Alegría. Hong tomó un taxi para volver a su casa y cambiarse de ropa. Yu y Liao solicitaron una furgoneta con el letrero «Servicio de calefacción y de refrigeración» pintado en un costado, que serviría como campo de operaciones. Varios agentes se reunirían con ellos más tarde frente al club.

Puesto que el asesino podía tener algún contacto entre el personal del club Puerta de la Alegría, Yu y Liao decidieron entrar sin revelar su identidad y así poder echar un vistazo como si fueran clientes.

Según un folleto muy vistoso que Yu cogió en la entrada, las tres primeras plantas del edificio, destinadas exclusivamente al baile, albergaban salas de distintos tamaños y ofrecían servicios como «parejas de baile masculinas y femeninas», de distintos precios. Además de la entrada, según un particular sistema de tarifas era preciso pagar por cada unidad, equivalente a un baile, de 25 a 50 yuanes. Esta cantidad no incluía la propina, por supuesto.

– Además de esas «parejas de baile profesionales» -dijo Liao-, también hay «acompañantes para bailes», que no ganan dinero bailando, sino con los servicios que ofrecen después de bailar.

Aún era temprano, por lo que sólo estaba abierta al público la primera planta. La sala de baile tenía hileras de mesas a ambos lados y un escenario en el extremo opuesto. Una cantante ataviada con un llamativo vestido mandarín actuaba acompañada de una pequeña orquesta. Las luces de neón producían un espejismo nostálgico de sueños dorados y quimeras de riqueza. La mayoría de las parejas que bailaban eran de mediana edad, y las acompañantes para bailes tampoco parecían demasiado jóvenes.

– En estas fechas es relativamente barato -comentó Liao, examinando la lista de precios en el folleto.

Las parejas que se encontraban ahora en la sala podían bailar hasta las siete. Los bailes de la sesión de noche tendrían lugar en las plantas segunda y tercera. En la tercera planta estaba programada la actuación de un grupo de chicas rusas para esa misma noche, por lo que la mayoría de clientes se encontrarían allí disfrutando del espectáculo. La policía sólo tendría que vigilar la segunda planta. Las plantas cuarta y quinta estaban destinadas a habitaciones de hotel.

– ¿Quién querría hospedarse en una habitación aquí, con esta música que te perfora los tímpanos y este ruido insoportable durante toda la noche? -preguntó Yu.

– Bueno, el lugar es muy céntrico -respondió Liao-. Puede que algunos de los huéspedes bajen a bailar, y que se lleven después a una chica a la habitación.

Tanto los clientes de la sala de baile como los del hotel tenían que entrar y salir por la entrada principal, situada en la calle Huashan. Había una cámara de vídeo instalada sobre la entrada, así que no tuvieron que preocuparse de instalar otra.

Cuando volvieron a la furgoneta, Hong y varios agentes más se reunieron con ellos para organizar el plan de acción de esa noche.

Hong se dirigiría a la sala de baile de la segunda planta, enfundada en un vestido mandarín rosa. Llevaría un móvil en miniatura programado especialmente para la ocasión. Si apretaba una tecla, los policías que esperaban en el exterior se mantendrían en estado de máxima alerta, y al apretar otra tecla más, estos mismos agentes entrarían sin dilación. Hong había practicado artes marcialesShaolin en la academia de policía para poder enfrentarse a una situación inesperada, al menos hasta que sus compañeros acudieran en su ayuda. También debía llamarlos a intervalos regulares, aunque prefería no tener que hacerlo para no despertar sospechas.

El sargento Qi entraría con ella, haciéndose pasar por un cliente que no la conocía. No se alejaría de la sala de baile, se mantendría en contacto constante con los demás agentes y tendría la doble responsabilidad de protegerla y de detectar cualquier comportamiento que pudiera resultar sospechoso.

También había dos policías emplazados frente a la sala de baile de la segunda planta. Se turnarían para sentarse en el sofá próximo a la entrada, simulando ser clientes que están descansando allí. Tenían la responsabilidad de vigilar la salida de Hong, en compañía de alguien o sola.

Aquella noche no tenía sentido vigilar la tercera planta. Resultaba inconcebible que el asesino se acercara a una chica rusa que no hablaba chino, y que además estaba en el escenario. A instancias de Li, sin embargo, también enviaron a un agente de paisano a la tercera planta.

Finalmente, situaron a varios agentes más alrededor de la puerta de entrada al edificio en la calle Huashan. Uno iba disfrazado de vendedor del periódico vespertino, otra se había vestido de florista, y el tercero simulaba ser un fotógrafo que ofrecía sacar instantáneas de los turistas que paseaban por la calle.

Yu y Liao se quedaron en la furgoneta estacionada frente al club. Ambos esperaban inmóviles con los auriculares puestos, como dos soldados de juguete, intentando prever lo que pudiera salir mal.

La primera hora transcurrió sin incidentes. Aún era demasiado pronto, supuso Yu, mirando hacia el club. Para su sorpresa, vio a una madre joven arrodillarse temblorosa junto a un cartel colocado sobre la acerca cercana a la entrada de la sala de baile. La mujer, desgreñada y harapienta, sostenía en sus brazos a un niño de unos siete u ocho meses. Junto a la madre y al niño había un cuenco mellado con algo de dinero en su interior. La gente entraba y salía del club Puerta de la Alegría sin siquiera mirarlos. Nadie le echó ni una moneda.

La ciudad se estaba dividiendo en dos, una parte para ricos y otra para pobres. La propina que solía pagarse después de un baile podría haber alimentado y proporcionado cobijo a esa mujer y a su hijo durante un día. Yu pensó en salir de la camioneta con algunas monedas en la mano, pero un guardia se acercó a la mujer y la obligó a marcharse.

El sargento Qi continuaba informando desde el interior de que todo iba bien. Yu lo oía silbar de vez en cuando, como un experto, mientras el volumen de la música de fondo subía y bajaba. «Cuándo vas a volver, querido mío», melodía que Yu reconoció como una de las más populares en los años treinta.

Hong sólo se puso en contacto con ellos una vez, para decir que había recibido varias invitaciones.

En el exterior de la furgoneta, las luces comenzaron a encenderse gradualmente y los nuevos clientes, muy animados, fueron entrando en el club Puerta de la Alegría. En los años treinta, Shanghai había sido bautizada «la ciudad sin noche».

Hacia las ocho cuarenta y cinco hubo un silencio de unos veinte minutos. Liao le preguntó a Qi qué sucedía, y éste explicó que se había producido una falsa alarma. Siete u ocho minutos antes, Qi había perdido de vista a Hong en la sala de baile. Comenzó a buscar a su alrededor y la vio sentada con una bebida en un apartado del pequeño bar. Como también debía observar cuanto sucediera a su alrededor, Qi se sentó a una mesa desde la que se divisaban tanto el bar como la sala de baile.

– No se preocupe -lo tranquilizó Qi-. Puedo verlo todo desde aquí.

A continuación tuvo lugar otro lapso de silencio. Yu le encendió el cigarrillo a Liao antes de encender el suyo. Li volvió a llamar, por tercera vez aquella noche. El secretario del Partido no intentó ocultar su preocupación.

Al cabo de unos diez minutos, Qi les llamó para comunicarles con voz aterrorizada que la mujer del bar, pese a llevar también un vestido mandarín, resultó no ser Hong.

Yu marcó el número del móvil de Hong, pero ésta no contestó. Quizá la música que retumbaba en el interior del club era demasiado fuerte y Hong no lo oía sonar. Liao también lo intentó, dos o tres veces más. Hong seguía sin responder. Liao habló entonces con los agentes que estaban apostados fuera del edificio. Respondieron que no la habían visto salir, y que sería imposible no distinguirla en su vestido mandarín rosa.

Yu se puso en contacto con los agentes que hacían guardia a la entrada de la sala de baile. Lo tranquilizaron un poco al asegurarle que ninguno de los dos la había visto salir, por lo que aún debía de estar dentro del edificio. Yu les ordenó que entraran en la sala de baile y se reunieran con Qi.

Entretanto, Liao se dirigió apresuradamente a la sala de cámaras de vigilancia, donde se encontraba otro policía junto al guarda de seguridad del edificio.

Sin embargo, en menos de cinco minutos Yu vio salir de nuevo a Liao, sacudiendo la cabeza confundido. Hong no aparecía en la grabación en vídeo de la cámara que había en la entrada delantera.

Los policías que se encontraban en el interior de la sala de baile también llamaron, para informar de que la habían buscado en todas partes. Hong parecía haberse evaporado.

Sin duda había pasado algo terrible.

Habían transcurrido unos treinta y cinco minutos desde que Qi se percató de la ausencia de Hong.

Yu ordenó bloquear de inmediato la entrada del edificio. No era momento de preocuparse por la reacción de los clientes. Liao solicitó refuerzos con urgencia por teléfono antes de ordenar la evacuación de la sala de baile.

Los policías llegaron apresuradamente y registraron a todas y cada una de las personas que salían del edificio, pero Hong no se encontraba entre ellas.

Cuando la sala de baile quedó finalmente desierta, como un campo de batalla cubierto de copas, botellas y cosméticos, seguía sin haber ni rastro de ella.

– ¿Dónde puede estar? -preguntó Qi, abatido.

Todos conocían la respuesta.

– ¿Cómo diantre puede haberse escabullido llevándose a Hong? -preguntó Liao.

– Por aquí -exclamó Qi, señalando la puerta de un cubículo en el interior del bar. La puerta apenas se veía desde la sala de baile, a menos que uno se dirigiera a la parte trasera del bar.

Yu se precipitó hacia la puerta y la abrió de un empujón. Conducía a un pasillo. Vio que al fondo del pasillo había un ascensor auxiliar.

– Debe de haberla sacado por la puerta lateral, habrán ido hasta el ascensor, y luego habrán salido por la puerta de entrada dijo Liao con la voz ronca-. Pero no, no creo que hayan salido aún, nuestros agentes los habrían interceptado.

– Eso es imposible -replicó Yu, sin embargo, de repente, tuvo un presentimiento-. ¡Maldita sea! Registrad todas las habitaciones del hotel.

En recepción les entregaron una lista de inmediato. Aquella noche habían reservado treinta y dos habitaciones. Con la lista en la mano, los policías empezaron a aporrear una puerta tras otra. En la tercera no obtuvieron respuesta desde el interior. Según el registro, estaba previsto que la ocupara una sola persona, y sólo por un día. El camarero sacó la llave y abrió la puerta de la habitación.

Sus peores temores se confirmaron. No encontraron a nadie en la habitación. En medio de un silencio sepulcral, vieron la ropa de Hong esparcida por el suelo. El vestido mandarín rosa, el sujetador y las bragas. Y, en un rincón, los zapatos de tacón.

El asesino debía de habérsela llevado por la fuerza a la habitación, donde la desnudó como a las otras, le puso el vestido mandarín rojo y la sacó de allí.

Volvieron a ver la cinta de vídeo. Esta vez se fijaron en algo que, aunque ya habían visto antes, no les había parecido sospechoso. Un hombre vestido con un uniforme del hotel ayudaba a otro a salir a toda prisa. Ambos llevaban gorros y uniformes idénticos. El hombre parecía tener entre treinta y cinco y cuarenta y cinco años. La cámara no había captado una imagen definida de su rostro, medio oculto por un gorro calado hasta las orejas y unas gafas de color ámbar. La otra persona podría ser una mujer: un largo mechón de pelo negro se escapaba por debajo del gorro. Parecía enferma, y se apoyaba pesadamente en el hombro de su acompañante.

Tras acudir a toda prisa a la sala de vigilancia, el director del hotel confirmó que las dos personas que aparecían en la cinta de vídeo no eran empleados de su establecimiento.

El asesino se había registrado con una identidad falsa y había obligado a Hong a entrar en la habitación, donde le cambió la ropa. Después salió con ella del edificio. A juzgar por la cinta, la joven policía ya estaba semiinconsciente. Habría sucumbido a los efectos de alguna droga antes de poder alertar a sus compañeros. Una vez fuera del club, el asesino la habría introducido en un coche aparcado en las inmediaciones, o habría parado a un taxi. Sin embargo, los agentes apostados en el exterior no recordaban haber visto a dos empleados del hotel entrando en un coche.

La policía se puso en contacto de inmediato con los comités vecinales y con las empresas de taxis para recabar información sobre dos personas vestidas con uniformes de hotel, una de ellas probablemente inconsciente.

El secretario del Partido Li profería insultos por varios teléfonos, gritaba como un poseso y recorría la habitación de un lado a otro, como una hormiga que intenta trepar desesperadamente por un wok caliente. Pese a su oposición inicial, Li ordenó vigilar a cualquier familia que tuviera garaje particular, de modo que la policía volvió a solicitar la ayuda de todos los comités vecinales.

Según la hora registrada en la cinta, sólo habían transcurrido unos veinticinco minutos desde que el asesino saliera con Hong del club Puerta de la Alegría. Tal vez los policías aún pudieran interceptar al criminal antes de que llegara a su refugio secreto, o quizá podrían capturarlo cuando entrara en su garaje. Aún tendría que ponerle el vestido mandarín rojo a Hong.

Recibieron una llamada del director del hotel. Según el testimonio de una camarera, un hombre de mediana edad se dirigió a ella para preguntarle si había alguna chica nueva aquella noche, pero la camarera apenas pudo describirlo. Sólo recordaba que llevaba gafas de montura dorada con cristales color ámbar. No pudo calcular su estatura porque el cliente estaba sentado detrás de una mesa.

Un cuadro del comité vecinal también se puso en contacto con ellos. A última hora de la tarde había visto un coche blanco un modelo lujoso, aunque no pudo distinguir la marca- aparcado en una sórdida calle lateral una manzana al norte del club Puerta de la Alegría. No era habitual que aparcaran un coche así en aquella calle.

Pero toda esa información de poco les servía en aquellos momentos.

Actuaban a contrarreloj; cada minuto que pasaba era más angustiante que el anterior, más insoportable porque no disponían de información, pese a que toda la maquinaria policial de la ciudad se había puesto en marcha.

Finalmente, hacia la una de la madrugada, un policía llamó desde las inmediaciones del cementerio de Liany en el barrio de Hongqiao.

El cementerio llevaba años abandonado. Según un reciente informe de seguridad dirigido al Departamento, se había convertido en un blanco fácil para los ladrones de tumbas, por lo que la comisaría del distrito enviaba una patrulla de vez en cuando.

Hacía alrededor de una hora que un ladrón de tumbas había dado con algo totalmente inesperado: el cuerpo de una mujer joven que llevaba un vestido mandarín rojo. Al igual que otros de su profesión, el ladrón era supersticioso. Comenzó a gritar nada más ver el cadáver y después salió huyendo, hasta que el patrullero lo atrapó. La sola mención del vestido mandarín rojo bastó para que el agente llamara de inmediato al Departamento.

Liao acababa de poner en marcha la furgoneta cuando recibió una segunda llamada del agente.

– También han encontrado allí un uniforme de hotel, no demasiado lejos del cuerpo, y un gorro. -Luego agregó-: Vengan rápidamente. El ladrón de tumbas se ha desmayado. Cree que ha visto a un fantasma.

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