A primera hora de la mañana del viernes apareció el cadáver de otra mujer vestida con un qipao rojo. El cuerpo se encontró en otro lugar público: junto a un bosquecillo de arbustos en el Bund, cerca del cruce de las calles Jiujiang y Zhongshan.
Hacia las cinco de aquella madrugada, Nanhua, un maestro jubilado, iba de camino a una plazoleta llamada Rincón del Taichi, construida sobre un terraplén elevado cercano al cruce. Cuando estaba a punto de subir por los escalones de piedra, Nanhua divisó el cuerpo que yacía al pie del terraplén, parcialmente oculto por los arbustos. El anciano empezó a gritar pidiendo ayuda y se formó un corro de gente a su alrededor. Los periodistas llegaron corriendo desde sus oficinas, situadas cerca de allí. No fue hasta después de que todos hubieran sacado fotografías desde diversos ángulos que a uno de ellos se le ocurrió informar a la policía del hallazgo del cuerpo.
Cuando llegó Yu con sus compañeros, la escena recordaba un mercado de agricultores por la mañana: ruidoso y caótico, lleno de gente que hacía comentarios y comparaciones, como si regatearan con vendedores ambulantes.
La zona, atestada de gente y de tráfico durante toda la noche, era además una de esas «zonas especialmente conflictivas» en las que tanto la policía como los comités vecinales habían aumentado sus patrullas. Que el asesino depositara allí el cuerpo era significativo. Era un mensaje aún más desafiante que los anteriores.
El asesino debió de arrojar el cadáver desde un coche en marcha. Le hubiera sido imposible colocar el cuerpo en alguna posición determinada, tal y como hiciera con anterioridad. Ello explicaba la postura distinta de la tercera víctima.
Yacía boca arriba con un brazo sobre la cabeza, vestida con un qipao idéntico al de las otras, con las aberturas rasgadas y los botones sueltos. Tenía la pierna izquierda doblada con la rodilla hacia arriba, dejando a la vista el vello púbico, muy negro contra los pálidos muslos. Parecía tener poco más de veinte años, aunque iba muy maquillada.
– ¡Ese hijo de puta! -maldijo Yu con los dientes apretados, mientras se ponía los guantes y se agachaba junto al cuerpo.
Se trataba de otra muerte por asfixia, como las dos anteriores. Yu calculó que se habría producido hacía aproximadamente unas tres o cuatro horas, a juzgar por la pérdida del color rosáceo en las uñas de las manos y de los pies. Salvo el hecho de que no llevara nada debajo del vestido, no se apreciaban signos externos de abusos sexuales. No se veía semen en los genitales, los muslos o el vello púbico, y no había sangre, suciedad ni restos de piel bajo las uñas. No tenía magulladuras, laceraciones ni mordeduras en los brazos ni en las piernas.
Los policías se ocuparon de recoger todo lo que pudieron encontrar en el lugar en que apareció el cadáver: colillas, botones sueltos, trozos de papel… Dado que la escena del crimen ya estaba muy contaminada, a Yu le pareció un esfuerzo bastante inútil.
Entonces se fijó en que en la planta del pie izquierdo de la víctima había una fibra de color claro pegada. Puede que fuera de sus calcetines, o quizá se le había pegado mientras andaba descalza por alguna parte. Yu se agachó para cogerla y la metió en un sobre de plástico.
Después se levantó. Un viento helado soplaba desde el río en ráfagas ululantes. El gran reloj en lo alto de la Aduana comenzó a sonar. La misma melodía, idéntica año tras año, reverberó contra el cielo gris, ajena a la pérdida irreversible de una vida joven aquella misma mañana.
Yu sabía que debía volver al Departamento, así que dejó que sus compañeros inspeccionaran la zona.
El Departamento de Policía de Shanghai también parecía temblar por el frío viento matutino. Incluso el portero jubilado al que habían vuelto a contratar, el camarada Viejo Liang, estaba de pie sacudiendo la cabeza, como una planta indefensa congelada durante la noche.
El Departamento comenzó a recibir una avalancha de llamadas: del Gobierno municipal, de los medios de comunicación, de los ciudadanos… Todos se quejaban de que el asesino en serie aún anduviera suelto, desafiando abiertamente a la policía de la ciudad.
El hecho de que ya se hubieran cometido dos crímenes, y de que probablemente volviera a suceder, supuso un golpe terrible para la policía. Tres víctimas en tres semanas, y dado que la investigación continuaba estancada, posiblemente habría una nueva víctima a finales de la siguiente.
Los compañeros de Yu estaban haciendo todo lo posible para ampliar la búsqueda. La división técnica volvió a inspeccionar la escena del crimen, una línea directa telefónica temporal recibía llamadas de posibles testigos, y todos los coches patrulla se mantenían alerta.
Se envió por fax una fotografía de la víctima y se distribuyó por todas partes. No tenía sentido ocultar el asesinato, y nadie lo intentó. En los periódicos aparecían fotografías mucho más gráficas, junto a escabrosas descripciones. La noticia se estaba extendiendo como un reguero de pólvora que amenazaba con incendiar toda la ciudad.
Tras sacar del paquete el cuarto cigarrillo de la mañana, Yu levantó la vista y vio que Liao entraba en su despacho con paso enérgico sujetando en la mano el informe médico inicial. El informe confirmaba que la causa de la muerte había sido estran gulamiento. La lividez y el rigor también encajaban con la hora estimada por Yu. Como ya sucediera con la segunda víctima, nada indicaba que la chica hubiera mantenido relaciones sexuales antes de morir.
Dado que la segunda víctima era una chica de triple alterne, Liao sugirió que investigaran la identidad de la víctima en el negocio del entretenimiento. Concordaba con su nuevo enfoque, admitió Yu.
Tal y como esperaban, alrededor de las once fue identificada. Se trataba de Tang Xiumei, una acompañante para karaokes, comúnmente conocida como chica K, en el Centro de Karaoke Caja de Música. El director, alertado tras los casos anteriores, la reconoció al ver la fotografía que había recibido por fax.
– ¿Qué le había dicho? -exclamó Liao, agitando un fax en la mano.
Cualquier ciudadano de Shanghai sabía lo que hacía una chica K en el reservado de un karaoke. Si un «bolsillos llenos» se encaprichaba de ella, podría exigirle otros servicios además de cantar siempre que pagara la «hora de compañía». Ningún club se negaría a ello. Las compañeras de Tang explicaron que aquella noche no se presentó en el club, pero eso era bastante habitual en ella.
Según el director, Tang no había acudido al trabajo la noche anterior ni la precedente. El club desconocía lo que una chica pudiera hacer en su tiempo libre, y no tenía por qué controlarlo. Tras la declaración del director y el testimonio de varias compañeras más, se descartó que el asesino hubiera contratado sus servicios en el club el jueves por la noche.
Las indagaciones sobre los clientes con los que se había encontrado las noches anteriores no llevaron a ninguna parte; los clientes habituales disponían de coartadas sólidas para esa noche, y ninguno de los nuevos clientes había dejado su nombre ni su dirección.
Yu se puso en contacto con el comité vecinal de Tang. Liu Yunfei, presidente del comité además de vecino de Tang en el mismo edificio, contestó al teléfono.
– ¿Qué puedo decir sobre esas chicas? Son materialistas de la cabeza a los pies. Tang tenía un lema favorito: «Trabajar bien no es tan importante como hacer una buena boda». Por eso se fue a trabajar a un club K, esperando conocer a un «bolsillos llenos» y casarse con él.
– ¿Vio algo sospechoso en su comportamiento en los últimos días?
– Apenas hablaba con nadie del barrio. Puede que ella no se avergonzara de su conducta, pero nosotros sí que nos avergonzábamos de ella.
– ¿Notaron algo raro los vecinos el jueves?
– Bueno, según la tía Xiong, que vive en la misma planta, Tang se marchó un poco antes de lo habitual. Hacia las tres. Normalmente no se iba hasta la hora de la cena, aproximadamente. Ése es su turno. Por supuesto, no sabíamos demasiado sobre su horario de trabajo.
– ¿Así que pasaba todo el día en casa?
– No exactamente. Podía estar ocupada con un montón de cosas. Pero cuando salía para hacer su turno, iba vestida como una vampiresa. Siempre con medias y con tacones altos. Por eso sabíamos que iba a trabajar.
– ¿Podría redactarme un informe? -preguntó Yu-. Incluya todo lo que usted y los vecinos sepan sobre Tang.
El subinspector telefoneó a algunos de los vecinos de Tang y a sus compañeras de trabajo. Pese a estarse más de una hora al teléfono, después de todas aquellas llamadas no había averiguado prácticamente nada más aparte de la información inicial que le había facilitado Liu.
Poco después llegó un informe de tres páginas por fax. Lo enviaba Liu, e incluía todo lo que le habían contado en el barrio. Era bastante detallado, dado el poco tiempo de que había dispuesto para redactarlo.
Tang perdió a su madre siendo una niña. Cuando despidieron a su padre obtuvo una licencia gubernamental para convertirse en chica K, pese a estar aún en el instituto. Su padre, demasiado avergonzado para continuar viviendo en el callejón, volvió a su antigua casa en Subei. Así que Tang vivía sola, y a veces traía gente a casa. El comité conocía sus actividades, pero, la diferencia de lo que sucedía en los años de lucha de clases, los cuadros vecinales no podían irrumpir en su habitación sin un permiso judicial. Afortunadamente, la mayoría de sus clientes preferían acudir a un hotel antes que ir a su cuartito en el sórdido callejón.
Tang no tenía teléfono fijo, ni tampoco móvil, ya que ambos seguían siendo demasiado caros para ella. A veces usaba el servicio de teléfono público ubicado a la entrada del callejón, pero tenía un mensáfono para recibir mensajes de texto.
Yu preguntó en la empresa de mensáfonos. La respuesta le llegó de inmediato: Tang no recibió ningún mensaje la noche del jueves.
Mientras Yu acababa de leer el informe el secretario del Partido Li convocó otra reunión de emergencia en el Departamento.
– Fíjense en el titular: «Shanghai en crisis» -espetó el secretario del Partido lívido de rabia, atropellándose al hablar-. Nuestro Departamento ha quedado en ridículo.
Ni Yu ni Liao supieron qué responderle. El titular tal vez era exagerado, pero no cabía duda de que el Departamento estaba atravesando una crisis.
– ¡La tercera! ¡En el Bund! -siguió protestando Li-. ¿Han descubierto algo?
Yu y Liao aspiraban con fuerza sus cigarrillos, envolviendo el despacho en humo. Hong parecía ruborizada, y se tapaba la boca con la mano por miedo a que la oyeran toser.
– La investigación debe tomar un nuevo rumbo -afirmó Liao-. Dos de las tres víctimas trabajaban en el negocio del entretenimiento. Es decir, en el negocio sexual. Tanto la segunda como la tercera eran blancos fáciles. Puede que el asesino contactara con ellas en un restaurante, o en un karaoke. La mayoría de estas chicas no les contarían nada a sus familias sobre sus actividades, por lo que sería difícil encontrar pistas de su desaparición. Es más, estas chicas suelen creer que cualquiera que les pida una cita es un cliente, así que lo llevan a algún lugar escondido para hacer lo que tengan que hacer. Seguro que no se resistieron hasta que fue demasiado tarde.
– ¿Y qué hay de Jazmín? -preguntó Yu.
– Trabajaba en un hotel -respondió Liao-, pero podría habérsela ligado fácilmente. De hecho, su novio la conoció así. Por eso he estado presionando para que adoptemos un enfoque distinto.
– ¿Qué quiere decir? -inquirió Li.
– El móvil es evidente. Odio hacia esas chicas. Tal vez el asesino pagara un terrible precio por culpa de alguien procedente de ese mundillo. Quizá le contagiaran una enfermedad de transmisión sexual, por ejemplo, y ahora quiere vengarse. Por eso desnudó a las víctimas sin mantener relaciones sexuales con ellas.
– ¿Y qué hay del vestido mandarín rojo? -volvió a preguntar Li.
– Viste a sus víctimas como la mujer que le contagió la enfermedad. Es algún tipo de simbolismo.
– Tal vez hayan otras posible explicaciones sobre su deseo de venganza -sugirió Yu-. Una mujer a la que amó, pongamos, lo dejó por otro. Para él, esa mujer no es mejor que una prostituta.
– Eso explica también por qué elige lugares públicos para abandonar los cuerpos de sus víctimas. Me refiero a la teoría del inspector Liao -interrumpió Hong-. Es una protesta contra la floreciente industria del sexo en la ciudad. Creo que no sólo culpa a esas chicas, sino también al Gobierno municipal por permitir sus actividades.
– No meta a nuestro Gobierno en esto, Hong -ordenó Li-. Sean cuales sean las hipótesis o las teorías que se nos ocurran, los asesinatos continuarán.¿Y qué vamos a hacer para impedir que el asesino siga matando?
Se produjo un breve silencio en el despacho.
La industria del entretenimiento era cada vez más próspera en la ciudad, por lo que al asesino no le sería difícil encontrar nuevas víctimas. Y cerrar el negocio, como sabían todos los presentes en la habitación, quedaba totalmente descartado.
– Deberíamos investigarlo en los hospitales -propuso Liao-. Guardan todos los historiales de las enfermedades de transmisión sexual.
– La probabilidad de encontrarlo es remota -replicó Li-. Antes de que pudiéramos revisar todos los historiales el asesino ya habría vuelto a matar. Sólo tenemos una semana, inspector Liao. Además, incluso considerando su hipótesis, el asesino podría haber buscado ayuda médica en secreto.
– La mayoría de asesinos sexuales son impotentes -afirmó Yu. Según Chen, el asesinato es una especie de orgasmo mental, por lo que la teoría de una enfermedad de transmisión sexual podría no ser válida.
– Liao tiene razón -dijo Hong con más firmeza-. De las tres víctimas, dos prestaban algún tipo de servicio sexual. Eso al menos indica un patrón. A menudo las víctimas responden a cierto estereotipo que desempeña un papel importante en las fantasías sexuales del asesino. Puede que una de estas chicas de triple alterne le hubiera hecho daño, o puede que no, pero es evidente que les guarda rencor.
– Entonces, ¿qué propone usted? -preguntó Li.
– Me gustaría que nos basáramos en el análisis de Liao. Si el asesino va a matar de nuevo, probablemente elegirá a una de esas chicas. Necesitamos un señuelo.
– Hay un sinfín de karaokes, clubes nocturnos y restaurantes en la ciudad -observó Yu-. ¿Cómo vamos a saber en cuál va a escoger a su próxima víctima?
– No creo que se repita.
– Por favor, explíquese. -Li parecía interesado.
– Después de Jazmín, de las dos chicas de triple alterne una era acompañante para comidas y la otra acompañante para karaokes. La siguiente, lógicamente, sería una acompañante para bailes. Todos somos animales de costumbres -afirmó Hong-, por lo que el asesino localiza a sus víctimas frecuentando establecimientos de este tipo. Estas chicas son blancos fáciles, como usted acaba de decir. Pero, lo que es más importante, se trata de un hombre al que le gustan los simbolismos. El vestido mandarín rojo podría ser un ejemplo de lo que digo. Así que lo más probable es que escoja a una acompañante para bailes como la próxima víctima, siguiendo sus elaborados planes.
– Pero ponerle un señuelo podría ser como esperar a que un conejo se dé un golpe contra un árbol viejo, como reza el proverbio -repuso Yu-. Y el asesino es mucho más peligroso que un conejo. He hablado con Chen; él cree que un psicópata de estas características es capaz de todo.
– ¿Tiene una idea mejor? -Li se dirigió a Yu con hostilidad mal encubierta-. ¿O la tiene su inspector jefe Chen?
– Quizás el Departamento sea un templo demasiado pequeño para alguien como Chen -añadió Liao.
Yu, sorprendido por la animadversión que mostraron tanto Li como Liao, prefirió no responder.
Nadie presentó más objeciones a la propuesta de Hong. Nadie tenía una idea mejor, como había dicho Li. Así que Hong iría a un salón de baile aquella misma tarde.
Al finalizar la reunión Yu creyó necesario ponerse en contacto con Chen. Después de leer el titular «Shanghai en crisis», no le pareció que Chen quisiera continuar enfrascado en la literatura.
Mientras cogía el teléfono, se le ocurrió la forma de conseguir que Chen le prestara toda su atención.
– Tengo que hablar con usted ahora mismo, jefe. Quedemos delante del Parque Bund.
– ¿Por qué en el Parque Bund?
– La tercera víctima vestida con un qipao rojo ha sido hallada allí esta mañana, cerca de la Esquina del Taichi en el Bund, a un tiro de piedra del parque.
– ¿Qué? ¿La tercera ha aparecido en el Bund?
– Lo leerá en los periódicos, quizá junto a la carta de un lector preguntándose «¿Qué está haciendo nuestro inspector jefe Chen al respecto?».
– Ahora mismo voy, Yu.