20

Fue el peor golpe que Yu había sufrido en toda su carrera como policía.

Después de pasar la noche entre el cementerio y el Departamento, Yu se frotó los ojos inyectados de sangre y decidió volver al club Puerta de la Alegría, donde habían raptado y asesinado a una joven compañera mientras él esperaba fuera con el deber de protegerla. No podía pensar en otra cosa.

En el club Puerta de la Alegría los policías seguían registrando una y otra vez todas las habitaciones, sin perder la esperanza de encontrar alguna prueba que se les hubiera pasado por alto. Yu no creyó que unirse a ellos pudiera servir de nada.

Se dirigió al mostrador de recepción y pidió una lista de clientes habituales. Para poder elaborar un plan así el criminal debía de conocer muy bien el edificio. Ante su insistencia, el director del turno de día sacó un listado impreso.

– En realidad no significa na… nada -tartamudeó el director, tragando con dificultad-. No son más que buenos clientes, clientes que nos visitan con frecuencia.

– Buenos clientes, ya veo -dijo Yu-. ¿Y con qué frecuencia les visitan?

– La tarifa básica no es cara, pero con bebidas y propinas es fácil gastar quinientos o seiscientos yuanes en una noche. Un cliente habitual viene al menos una vez a la semana.

– ¿Se ha alojado en el hotel de arriba alguno de los clientes habituales?

– El hotel no es tan lujoso. Muy pocos quieren alojarse aquí, con tanto ruido durante toda la noche. Y tampoco es muy buena idea. La gente suele especular sobre lo que hacen los clientes y las acompañantes para bailes en las habitaciones de arriba, así que muchos prefieren irse a otro sitio.

– Es comprensible -admitió Yu, asintiendo con la cabeza.

En la lista aparecían nombres, direcciones y números de teléfono. Algunos clientes también indicaban su profesión o sus preferencias. Puede que se tratara de una lista elaborada por el departamento de relaciones públicas del club.

– Cuando celebramos actos especiales -explicó el director-, nos gusta notificárselo a los clientes.

Yu pensó que valdría la pena llamar por teléfono a algunas de las personas que aparecían en la lista. Uno de los nombres le llamó la atención: Jia Ming, abogado de profesión. Yu recordaba ese nombre. Chen le había pedido que lo investigara en relación a un caso importante sobre un complejo residencial.

Le pareció raro que Jia, un célebre abogado ocupado con un caso polémico, tuviera tiempo para acudir al club con regularidad.

– ¿Me puede decir algo acerca de este hombre?

– Jia Ming -respondió el director con una sonrisa de disculpa-. Me temo que no puedo decirle mucho. No viene con demasiada frecuencia.

– ¿Qué quiere decir?

– La mayoría de hombres de esta lista son «bolsillos llenos». Vienen aquí para «quemar el dinero», lo despilfarran en chicas y en servicios. Jia viene algunas veces, pero se limita a pagar la entrada, se sienta en un rincón y observa lo que sucede a su alrededor mientras se toma un café. Casi nunca baila, y nunca le pide a ninguna chica que salga con él. Viene sólo una o dos veces al mes.

– Entonces, ¿por qué aparece en su lista?

– No nos habríamos fijado en él de no ser por una llamada del Gobierno municipal hace algunos meses. Alguien nos pidió que avisáramos si Jia se comportaba aquí de forma indecorosa. Pero la verdad es que nunca se ha pasado de la raya. Nunca lo hemos visto salir con ninguna de las chicas, así que hemos dicho la verdad. Una petición extraña, podríamos decir, pero nosotros siempre cooperamos con las autoridades.

Al parecer, las autoridades habían estado siguiendo a Jia con la esperanza de encontrar alguna prueba contra él que desbaratara el caso del complejo residencial. Puede que las visitas de Jia al club no significaran nada. Los intelectuales solían ser excéntricos. El inspector jefe Chen, por citar a uno de ellos, aún se veía con una antigua acompañante para karaokes.

Yu volvió a preocuparse al pensar en su jefe. Había intentado ponerse en contacto con Chen repetidamente desde el miércoles, pero no lo había conseguido. La noche anterior Yu clasificó su llamada como «urgente» y solicitó que se la devolvieran de inmediato, y tampoco obtuvo respuesta. Aquella mañana, a primera hora, Yu le pidió a Pequeño Zhou que lo llevara en coche hasta el piso del inspector jefe, pero no había nadie allí.

¿Cómo podía desaparecer en un momento así?

Yu decidió volver al cementerio, aunque estaba seguro de que no iba a encontrar nada nuevo. Con todo, en pleno día quizá viera algo más.

Habían precintado el cementerio como el escenario del crimen. A lo lejos, una cabaña cubierta de barro se recortaba contra las escarpadas colinas. Nadie parecía ocuparse del cementerio. Yu se dirigió al lugar en el que habían encontrado el cuerpo. Encendió un cigarrillo resguardándose del viento helado sin dejar de temblar, como si estuviera reviviendo la pesadilla. La imagen lo acompañaría siempre: Hong yacía con la parte superior del cuerpo semioculta por la maleza y las piernas, muy abiertas, estiradas sobre la tierra húmeda. Tenía la piel levemente azulada, y su negro cabello le cubría la mejilla. Iba descalza, y llevaba un vestido mandarín que se le había subido hasta la cintura, revelando los muslos desnudos…

Un cuervo solitario volaba en círculos en lo alto, graznando, sin un hogar al que acudir en invierno.

En el Departamento circulaban diversas teorías descabelladas sobre el escenario del crimen. A diferencia de los lugares en que fueron abandonadas las tres primeras víctimas, el cementerio se encontraba lejos del centro de la ciudad. El secretario del Partido Li afirmó que el criminal había arrojado allí el cadáver debido a la presión policial. Pequeño Zhou añadió una historia de fantasmas de la dinastía Qing a su teoría anterior. Yu no creyó ninguna de esas dos versiones, pero tampoco se le ocurrió una teoría mínimamente convincente.

Para su sorpresa, vio a un chico que se le acercaba con una bolsa de periódicos en la mano. El chico gritaba «¡Edición especial! ¡Otra víctima vestida con un qipao rojo hallada en este cementerio!». Yu le dio un puñado de monedas y cogió varios periódicos.

El guarda que vigilaba el cementerio resultó ser supersticioso y muy locuaz. Aunque informó de inmediato a la policía, después se dedicó a difundir la noticia. La mención del vestido mandarín rojo era como una ruidosa sirena que resquebrajaba el cielo nocturno, y la gente se echó a temblar.

Como Yu se temía, la noticia sobre la última víctima del caso del vestido mandarín rojo había aparecido en todos los periódicos. Los periodistas aún no habían descubierto su identidad, pero algunos comenzaban a sospechar que algo extraño estaba sucediendo tras el alboroto desatado en el club Puerta de la Alegría la noche anterior. Un periodista llegó a insinuar que existía una conexión entre la sala de baile y el cementerio.

En los periódicos, Yu leyó varias supersticiosas interpretaciones sobre el último giro del caso.

Wenhui, por ejemplo, incluía un reportaje especial titulado «¡Cementerio Lianyi!». El periodista ofrecía una interpretación supersticiosa y macabra, narrada desde la perspectiva colectiva de algunos vecinos de la zona.


En los años sesenta y setenta era un cementerio caro, bien conservado y dotado de vigilancia. Se consideraba un emplazamiento propicio por tener una colina en forma de dragón al fondo, de acuerdo a la creencia popular de que un cementerio con un feng shui tan excelente traería buena suerte a los hijos de los fallecidos. En aquella época, sólo los habitantes ricos de Shanghai podían permitirse un lugar donde descansar en paz en ataúdes caros, rodeados de ropas lujosas, edredones, joyas de oro y plata…, según se creía, para disfrutar de todo ello en el más allá.

Pese a su feng shui, el cementerio se vio tan afectado por la Re volución Cultural como cualquier otro lugar. La práctica de enterrar a un muerto en un ataúd fue declarada feudal y, de la noche a la mañana, casi todos los muertos enterrados en este cementerio fueron catalogados como «negros» en su clase social. A fin de denunciar «a los espíritus y a los monstruos negros», los Guardias Rojos ordenaron demoler sus tumbas y extraer sus cuerpos, como en una ópera de Pekín, «para ser flagelados trescientas veces». Algunos ataúdes fueron profanados en busca de supuestas pruebas criminales como parte de la «campaña para barrer a los Cuatro Viejos»: viejas ideas, vieja cultura, viejas costumbres y viejos hábitos. El cementerio fue destruido casi en su totalidad.

Después de la Revolución Cultural rehabilitaron el estatus político de algunos de los muertos, pero no restauraron sus tumbas. Sus desconsolados familiares no quisieron volver al cementerio para celebrar los ritos religiosos ancestrales. Algunas familias sacaron los restos que aún quedaban en las tumbas y los trasladaron a otros lugares. Los perros callejeros comenzaron a merodear por las ruinas del cementerio, escarbando y sacando huesos blancos de vez en cuando. Algunos vecinos de la zona afirmaron haber visto fantasmas rondando por las noches, pero según un informe policial, tales rumores fueron propagados por los supersticiosos ladrones de tumbas.

Un perspicaz promotor inmobiliario se aprovechó de esta situación. Dado que el cementerio estaba abandonado y no ofrecía una buena imagen de la ciudad, el terreno podría destinarse a la construcción de nuevos edificios comerciales. El promotor le compró el cementerio al Gobierno municipal con la intención de convertirlo en un campo de golf

Pese a todas las novedades científicas y tecnológicas de nuestra época, mucha gente continúa siendo supersticiosa. La transformación comercial del cementerio fue considerada una profanación imperdonable. Algunos ancianos que vivían cerca de allí temían que los muertos pudieran salir de sus tumbas para perseguir a los vivos. A fin de tranquilizarlos, el promotor encendió toneladas de petardos y le pidió a un experto en feng shui que escribiera un artículo afirmando que, después del desastre de la Revolución Cultural, el feng shui se había restablecido, y que gracias al nuevo metro que se construiría arca, «la energía del dragón» aumentaría considerablemente el valor de la zona.

El cuerpo vestido con el qipao rojo hallado en el cementerio ha vuelto a recordar a la gente todas estas historias de superstición. Un anciano profesor de historia local ha argumentado que el asesinato del vestido mandarín rojo tiene su origen en el cementerio profanado. Varios meses atrás, algunos vieron a una mujer enfundada en un vestido mandarín rojo paseando entre las tumbas por la noche. Según sus investigaciones, allí estaba enterrada una estrella de cine vestida de esta forma, aunque el profesor prefirió no revelar su identidad. Fueron terriblemente injustos con ella en vida, y más aún después de su muerte: sacaron su cuerpo sin miramientos del ataúd, y un grupo de Guardias Rojos le quitó el vestido mandarín rojo. Esta es la razón por la que la muerta se aparece con un anticuado vestido mandarín.


El artículo era largo, y Yu no tuvo paciencia para leerlo entero. Podría suponer un problema adicional tanto para el Departamento como para el Gobierno municipal. Mientras el caso estuviera por resolver, continuarían apareciendo historias descabelladas como ésa.

Aunque, en cierto modo, era comprensible. Incluso para un policía como él, el caso había adquirido una especie de dimensión sobrenatural. Pese a los esfuerzos de la policía, un criminal había asesinado sin piedad a cuatro mujeres jóvenes dejando en cada caso su retorcida «firma». Parecía tan invisible como un fantasma, sobre todo en el club Puerta de la Alegría, donde cualquier paso que diera suponía un riesgo enorme. El que pudiera salir por la puerta lateral, por ejemplo, pese a que la camarera que trabajaba detrás de la barra podría haber vuelto en cualquier momento y haberlo visto. Y su escapatoria vestido con un uniforme del hotel, llevando a rastras a una Hong inconsciente, podría haber despertado las sospechas de los empleados y que éstos le interceptaran el paso. A pesar de todo ello, el asesino logró salirse con la suya.

Yu abrió otro periódico,La Mañana Oriental, que se mostraba muy crítico con el Departamento. «Ayer por la noche la policía irrumpió en el club Puerta de la Alegría con la intención de hacer una redada contra las chicas de triple alterne, mientras esa misma noche aparecía otra víctima vestida con un qipao rojo lejos de allí, en un cementerio.»

Sólo era cuestión de tiempo, pensó Yu, que los periodistas descubrieran la identidad de la última víctima. Mientras leía el artículo, el subinspector recibió una llamada del técnico del laboratorio del Departamento.

– Las fibras que encontró entre los dedos de los pies de la tercera víctima -explicó el técnico- son lana. Posiblemente de sus calcetines. Unos calcetines de lana roja, creo.

– Gracias -respondió Yu. No le sorprendía demasiado. También Peiqin llevaba calcetines de lana. Era un invierno muy frío, y en aquel restaurante de mala muerte en el que trabajaba no había calefacción. Pero cuando apagó el móvil, Yu recordó algo. Según la descripción que les había proporcionado la vecina de la acompañante para comidas, ésta se puso aquel día un vestido, medias y zapatos de tacón alto. Entonces, ¿de dónde habían salido los calcetines de lana?

– Hola, subinspector Yu.

Yu levantó la mirada y vio a Duan Ping, un periodista delWenhui que tiempo atrás había entrevistado al inspector jefe Chen en el Departamento.

– ¿Lo ha leído? -preguntó Duan, señalando el artículo sobre el cementerio Lianyi en el periódico que Yu sostenía en la mano.

– Es increíble.

– Son las vicisitudes propias de este mundo, y también del más allá -comentó Duan-. Últimamente el presidente Mao no puede descansar en paz en su ataúd de cristal.

– No mezcle a Mao en sus historias rocambolescas.

– Se trata de una historia rocambolesca, le guste o no. Este momento, este lugar… ¿Por qué? La gente cree que la raíz de todo esto se encuentra aquí. Creen que los fantasmas han salido para vengarse, y que los asesinatos son una represalia del mundo sobrenatural. ¿Quién si no podría haber cometido estos crímenes y haber arrojado los cuerpos en todos esos lugares consiguiendo escabullirse después? Me parece incomprensible. ¿Tiene alguna pista, subinspector Yu?

– Eso no son más que gilipolleces propias de gente supersticiosa. Todas esas atrocidades pasaron durante la Revolución Cultural. Si realmente hubiera fantasmas en busca de venganza, podrían haberla buscado hace más de veinte años. ¿Por qué esperar tanto?

– Eso es algo que usted no entiende. En aquella época, mientras la estrella de Mao brillaba en el firmamento, esos fantasmas no se atrevieron a aparecer para causar problemas. Pero ahora que Mao ya no está, les ha llegado el turno -explicó Duan-. También circula una teoría nueva, de la que me he enterado hace sólo veinte minutos. Al parecer, todas las víctimas vestidas con el qipao rojo son hijas de Guardias Rojos.

Así que algunos situaban la historia en un nivel más colectivo. En lugar de una mujer infeliz enterrada en el cementerio, como sostenía aquel viejo profesor de historia local, ahora se trataba de todos los fantasmas del cementerio profanado, los cuales se estaban vengando en las hijas de quienes los persiguieron durante la Revolución Cultural.

– Estas interpretaciones son totalmente infundadas -señaló Yu.

– Permítame hacerle una pregunta, subinspector Yu. ¿Significa algo para usted el nombre de Wenge Hongqi?

– ¿A qué se refiere?

– ¿Se fijó en un extraño anuncio que apareció en elShanghai Evening News? Lo publicaron bajo ese nombre. Si piensa en las otras víctimas que llevaban un vestido mandarín rojo, una acompañante para karaokes y una acompañante para comidas, el mensaje del anuncio tiene sentido -sugirió Duan-. El grupo de Guardias Rojos que «llevaron la revolución» al cementerio se llamaba Wenggehongqi. La conexión es obvia. Estas interpretaciones no son tan infundadas.

– Son especulaciones descabelladas y simples coincidencias -observó Yu con tono enfático, aunque no creyera en las coincidencias-. ¿Cómo es que se fijó en ese anuncio?

– No existe ninguna pared que no permita pasar el aire. Su gente preguntó en elShanghai Evening News, con el que compartimos el mismo edificio de oficinas. Creo que los asesinatos son una llamada de atención a las atrocidades cometidas en la Revolución Cultural, particularmente contra alguna mujer vestida con un qipao rojo. ¿Su interés en el anuncio forma parte de la investigación?

– Venga ya. Hubo muchas organizaciones de Guardias Rojos con nombres así. Se lo advierto, Duan. Si estas historias tan descabelladas salen a la luz usted será el responsable.

– Tonterías, camarada subinspector Yu. Si el caso no se resuelve, cada vez saldrán a la luz más historias. Creo que ahora vienen algunos de mis colegas -comentó Duan señalando una furgoneta que aparcaba junto a la entrada del cementerio-. Por cierto, ¿cómo es que el inspector jefe Chen no está hoy aquí con usted? Por favor, salúdelo de mi parte.

Al comprobar que se acercaba un tropel de periodistas, Yu prefirió marcharse. Mientras se dirigía apresuradamente hacia la salida del cementerio, decidió llamar a la madre de Chen.

– Es muy amable por llamar, subinspector Yu, pero estoy bien. No tiene que preocuparse -le aseguró la anciana, como si hubiera estado esperando su llamada.

– Llevó días buscando a Chen, tía. ¿Sabe dónde está?

– ¿No sabe dónde está? Vaya, estoy muy sorprendida. Hará dos o tres días me llamó diciendo que tenía que irse por algo importante. Fuera de Shanghai, creo. Pensé que se lo habría dicho. ¿Qué ha pasado?

– No, no ha pasado nada. Seguro que habrá tenido que irse a toda prisa. No se preocupe, tía. Chen se pondrá en contacto conmigo.

– Llámeme cuando tenga noticias suyas -dijo la mujer, obviamente preocupada. Al parecer, ella también pensaba que, a menos que hubiera sucedido algo inusual, su hijo habría mantenido informado a Yu.

– La llamaré -prometió Yu.

Yu recordó que Chen se había mostrado algo distinto últimamente. Demasiado estrés, en opinión de Peiqin, pero Yu no pensaba lo mismo. ¿Quién no estaba estresado?

– ¡Ah! Nube Blanca me llamó ayer -añadió la anciana, musitando como si hablara sola-. Dijo que Chen estaba muy bien.

– Sí, Chen debe de haberla telefoneado -respondió Yu-. La llamaré más tarde.

Pero Yu tenía problemas más urgentes de los que preocuparse. El secretario del Partido Li lo llamó para ordenarle que se encargara de la conferencia de prensa que debía celebrarse ese día.

– Nunca me he ocupado de eso, secretario del Partido Li.

– Venga hombre, el inspector jefe Chen lo ha hecho muchas veces. Sin duda habrá aprendido las tácticas necesarias de él. -Luego añadió-: Por cierto, ¿dónde diantre está Chen?

– Acabo de dejarle un mensaje -repuso Yu sin entrar en detalles-. No tardará en devolverme la llamada.

Mientras volvía al Departamento, llamó a Peiqin y le pidió el teléfono de Nube Blanca.

Ser el compañero de Chen no era tan envidiable como pudiera parecer, pensó Yu.

Загрузка...