30

Estrictamente hablando, era un nuevo día.

Chen se acabó el vino de un trago con la vista puesta en el reloj de caoba. El propietario del restaurante había hecho un buen trabajo: había conseguido restablecer el ambiente de embriagadora opulencia del antiguo Shanghai gracias a una decoración que prestaba especial atención a los detalles. El reloj, que había sobrevivido durante todos estos años, se veía auténtico, con su péndulo de latón bruñido como si fuera nuevo.

Tal vez Chen hubiera roto el ciclo. Ya estaban a viernes: era prácticamente imposible que Jia intentara cobrarse una nueva víctima antes del juicio.

Así que cogió la campanilla de plata y la hizo sonar.

Nube Blanca se acercó a la mesa vestida con un vaporoso vestido de vivos colores, como una flor nocturna que acabara de abrirse.

– ¿Sí?

– El plato especial de la noche -pidió Chen-. No te olvides de ningún detalle.

– Pondré especial atención en los detalles -respondió ella, encendiendo las dos velas que había sobre la mesa antes de irse.

Jia los observó con detenimiento, sin hacer ningún comentario sobre las extrañas instrucciones que Chen le acababa de dar a Nube Blanca.

Chen encendió un cigarrillo. Un silencio repentino envolvió la habitación; sólo se oía el péndulo del viejo reloj.

De repente, el reservado quedó a oscuras salvo por la luz de las velas, que osciló al abrirse la puerta de nuevo.

Nube Blanca volvió a entrar en la habitación. Esta vez llevaba puesto un vestido mandarín rojo, con las aberturas desgarradas y varios botones de la pechera desabrochados. Sus pies, descalzos, resplandecían sobre la alfombra.

Jia se levantó súbitamente y su rostro palideció. Parecía como si hubiera visto a un fantasma.

En un cuento de la dinastía Song sobre el juez Bao que Chen había leído tiempo atrás, un criminal confesó tras sobresaltarse al ver la aparición de una mujer asesinada. En aquella época la gente aún era supersticiosa y se amedrentaba ante la supuesta ferocidad de un fantasma.

No obstante, Jia se esforzó por recobrar la compostura mientras se hundía de nuevo en su asiento. El abogado agachó la cabeza y se secó el sudor de la frente con una servilleta de papel para evitar mirar a la muchacha.

Nube Blanca traía un hornillo de gas, sobre el que había colocado una cazuela de cristal. Al dejar el hornillo en la mesa y agacharse para encenderlo, sus senos asomaron por el escote desabrochado.

Una tortuga nadaba en la cazuela colocada sobre el hornillo. Se movía despacio, sin notar que la temperatura del agua comenzaba a aumentar. Otro plato cruel, la sopa de tortuga viva. Con el fuego bajo, la cocción podía durar bastante tiempo.

– Una sopa especial hecha a base de caldo de pollo y vieiras -explicó Nube Blanca-. La tortuga absorbe la esencia de la sopa mientras lucha por salir de la cazuela, de modo que su carne, cuando esté cocida, tendrá un sabor extraordinario. Sus movimientos agitados también contribuirán a que la sopa sea aún más deliciosa.

– Un plato raro en un restaurante poco corriente -observó Jia recobrando la compostura, aunque sin dejar de sudar-. Incluso la camarera va vestida de forma sorprendente.

– Este edificio fue una mansión en otros tiempos, y su propietaria era una mujer de belleza legendaria, sobre todo cuando llevaba puesto un elegante vestido mandarín rojo -explicó Chen-. Me pregunto si alguna vez llevó el vestido como lo lleva esta camarera. O si alguna vez sirvió un plato como éste, tan cruel como un asesinato, en el que una muchacha sufre y lucha contra la inevitable fatalidad.

– Usted lo asocia todo -dijo Jia.

En cierto modo, Jia había corrido una suerte similar. Se sentía indefenso y maldito pese a sus esfuerzos por seguir adelante. Mientras observaba la cazuela de cristal, Chen se imaginó por un momento a la tortuga convertida en un niño que tendía la mano hacia lo inevitable. No pudo evitar que se le revolviera el estómago.

Sin embargo, como policía, Chen tenía la responsabilidad de castigar a aquel niño, convertido ahora en hombre, por haber asesinado a Jazmín, a las otras chicas y a Hong, su compañera.

– Tan inhumano y cruel -musitó Chen casi sin querer-, aunque yo también puedo serlo.

– Se está dejando llevar por la imaginación, inspector jefe Chen.

– No, no es cierto -respondió Chen. A continuación se levantó, descolgó su gabardina del perchero y se la puso a Nube Blanca sobre los hombros. Alargando el brazo, le abrochó un botón del escote y luego agregó-: Muchísimas gracias por tu ayuda. Ya has acabado aquí, no cojas frío. Es la noche de Dongzhi y seguro que quieres reunirte con tu familia.

– No se preocupe -respondió ella sonrojándose, más guapa que nunca-. Lo esperaré fuera.

Después de que Nube Blanca saliera de la habitación, Chen volvió a dirigirse a Jia.

– No, no es una noche apropiada para contar historias, ni para platos especiales, señor Jia.

– ¿Quiere decir que es la noche de Dongzhi? Eso ya lo sé.

– En primer lugar, quiero agradecerle que haya resuelto las lagunas en el caso del vestido mandarín rojo -dijo Chen-, pero ha llegado la hora de nuestro enfrentamiento.

– ¿Cómo dice? ¿Adonde quiere ir a parar? Me dijo que quería contarme una historia. Tal vez su historia tenga un doble sentido, eso es fácil de adivinar, ¡pero ahora se está convirtiendo en el caso del vestido mandarín rojo!

– No es necesario que continuemos fingiendo. Usted es el protagonista de la historia, señor Jia, y también el asesino en el caso del vestido mandarín rojo.

– Escúcheme, inspector jefe Chen. Usted puede escribir cuantas historias le plazca. Pero carece de pruebas para hacer semejante acusación. No tiene la menor prueba, ni tampoco un solo testigo.

– Habrá pruebas y testigos, pero quizá ni siquiera sean necesarios. El asesino confesará, con o sin ellos.

– ¿Cómo lo va a conseguir? Está entrando en el terreno de la fabulación. Como lector, no veo de qué forma usted, como policía, podría llevar a juicio un caso como el que describe en su relato. -Jia mantenía la calma, aferrándose a su papel de lector-. Si de verdad estuviera tan seguro de su acusación, un policía escribiría un informe sobre el caso y no un texto de ficción.

– No deja de usar la palabra ficción, señor Jia. Pero también existen los libros de no ficción. La no ficción vende más en el mercado actual.

– ¿A qué se refiere con «no ficción»?

– A una historia real sobre Mei y su hijo. Tan auténtica, nostálgica, gráfica y trágica como la Antigua Mansión. Mucha gente estará intrigada. De momento, puede que ni siquiera tenga que dar detalles sobre el caso del vestido mandarín, sólo algunas indirectas aquí y allá. Apuesto a que se convertiría en un auténtico superventas.

– ¿Cómo puede caer tan bajo, inspector jefe Chen, sólo para publicar un superventas?

– El libro trata sobre la tragedia de la Revolución Cultural, y sobre sus terribles repercusiones incluso en nuestros días. Como policía y escritor, no veo nada ruin en ello. Si se convierte en un superventas, donaré el dinero al museo privado sobre la Revolución Cultural de Nanjing.

– Un autor de no ficción tiene que ir con cuidado para que no lo demanden por difamación, inspector jefe Chen.

– Soy policía, y escribo como un policía, aportando pruebas que respalden cada detalle. ¿Por qué tendría que preocuparme una querella? El libro tendrá mucha publicidad, y también atraerá a un gran número de periodistas. No han dejado de husmear en busca de cualquier dato relacionado con el caso del vestido mandarín rojo. No espere que se les escape el tema principal del libro. Y, además del texto, tengo algo que les interesará aún más.

– ¿Qué cartas no ha puesto aún sobre la mesa?

– ¿Recuerda las fotografías de las que le hablé por teléfono? Vaya, lo siento mucho. Tendría que habérselas enseñado antes -se disculpó Chen-. El viejo fotógrafo usó cinco o seis carretes. Las voy a publicar todas.

Chen sacó las fotografías de su maletín y las esparció sobre la mesa.

Jia demostró tener una gran fuerza de voluntad al no abalanzarse sobre las fotos. Se limitó a echarles una mirada displicente, fingiendo despreocupación.

– No sé de qué fotografías habla, pero no tiene ningún derecho a publicarlas.

– La viuda del fotógrafo es la que tiene derecho a hacerlo. El dinero obtenido con las fotos podría ayudar un poco a una anciana pobre como ella.

Chen se sirvió una cucharada de piel de serpiente antes de coger de nuevo la revista.

– Cuando vi la foto por primera vez, me vinieron a la memoria unos versos deOtelo: «Si tuviera que morir ahora, / sería éste el momento más feliz; / porque embarga a mi alma una dicha tan completa, / que temo no hallar un consuelo semejante / en mi ignorado destino». Puede que le parezca absurdo, pero acabé entendiendo su afán por vestir a cada víctima con un qipao rojo. Quiere recordar a su madre en su momento más feliz, que fue también el suyo. Para ser justos, tal vez hubiera querido que sus víctimas fueran felices, y que estuvieran bellas mientras protagonizaban ese momento.

»Subrayaré las similitudes entre las fotografías y el caso de asesinato. En un par de imágenes, los botones del escote aparecen un poco desabrochados. Y en varias va descalza. Por no mencionar el vestido mandarín, de la misma tela y del mismo estilo que los de las víctimas. Y confeccionado con el mismo cuidado. Un experto al que he consultado sobre el vestido lo corroborará. ¿Y qué hay del lugar en que fue tomada la fotografía? Un jardín particular. Todas las víctimas, a excepción de la última, aparecieron en lugares que, invariablemente, guardaban relación con las flores y con la hierba. La correspondencia simbólica es también impresionante. De hecho, el parterre en el que apareció la primera víctima está a un paso del Instituto de Música.

– Estará engañando a la gente.

– No, no creo que tenga que hacerlo -replicó Chen-. Las fotografías de la bella propietaria de la Mansión Ming, en la actualidad la famosa Antigua Mansión, serán prueba más que suficiente. Hay unas ochenta fotografías en total. Además de usarlas para ilustrar mi relato, venderé una o dos a un periódico o a una revista para conseguir la máxima difusión. Pensemos en un título para el libro. ¿Qué le pareceEl primer vestido mandarín rojo? Seguro que la gente descubrirá todos los detalles. Los detalles sórdidos. Los detalles sensacionalistas. Los detalles sexuales. Los periodistas se pondrán las botas. Y yo haré todo lo posible para ayudarlos.

– No tenemos por qué seguir hablando, inspector jefe Chen. Me invitó aquí para leerme una historia que había escrito, y le he escuchado pacientemente hasta el final. Ahora, de repente, se pone a hablar de un crimen y me acusa de ser el asesino. No pienso quedarme aquí ni un minuto más. Como abogado, conozco mis derechos -declaró Jia, mirando a Chen directamente a los ojos-. Puede venir a buscarme mañana con una orden judicial, ya sea antes, durante o después del juicio.

– No se vaya, señor Jia. -Chen lo instó a ser paciente con un gesto-. Ni siquiera he empezado a contarle otro de los alicientes del libro. Para potenciar el suspense romántico, incluiré parte de la entrevista que le hice a Xia.

– ¡Se ha puesto en contacto con Xia! -exclamó Jia-. Sí, con tal de socavar el caso del complejo residencial, usted es capaz de cualquier cosa.

– No. La relación sentimental entre un abogado de éxito y una célebre modelo es un aliciente más para comprarEl primer vestido mandarín rojo.

– Se agarra a un clavo ardiendo. Xia y yo nos separamos hace muchísimo tiempo. No tiene nada que ver con su relato de ficción o de no ficción.

– Las parejas se conocen, y luego se separan, nadie puede remediarlo. Pero ¿por qué se separan? Hay interpretaciones de todo tipo. Puede que Xia no quiera hablar, al menos al principio, pero le apuesto cualquier cosa a que todos esospaparazzi no la dejarán tranquila. Más tarde o más temprano, escarbarán los detalles más íntimos sobre su vida personal, y los harán encajar en el perfil psicológico de un asesino sexual. Estarán interesados sobre todo en conocer el origen de una peculiaridad en el caso de los asesinatos: el hecho de que el asesino desnudara a todas las víctimas pero no las agrediera sexualmente. Este comportamiento tiene fascinados a los periodistas.

– Está cometiendo un grave error -repuso Jia, levantándose indignado-. Antes de que pueda atraer la atención de los periodistas, puede que haya una o dos víctimas más. No creo que la gente le esté muy agradecida a un policía irresponsable que fantasea con publicar un superventas.

Era una amenaza que Chen no podía pasar por alto. Como dice un proverbio chino, un perro desesperado saltará por encima de un muro. Jia era capaz de volver a matar, como ya hizo en el club Puerta de la Alegría pese a la vigilancia policial.

Nube Blanca entró de nuevo en la habitación, aún vestida con el qipao rojo.

– Perdón, ha llegado el momento de condimentar la sopa. -A continuación levantó la tapa y vertió los condimentos. Después les cambió las cucharas y los platos antes de dirigirse a Jia, con una sonrisa de disculpa-. Por favor, siéntese.

Puede que hubiera visto lo que estaba sucediendo a través del cristal esmerilado de la puerta, o que lo hubiera escuchado. Entretanto, la tortuga giraba con desesperación en la cazuela, agitando la sopa.

Ni Chen ni Jia hablaron en su presencia. Nube Blanca salió con paso ágil. La habitación quedó en silencio, perturbado únicamente por el silbido de la tortuga en la cazuela.

– Esta noche es Dongzhi. Una noche para celebrar reuniones familiares, en honor de los vivos y de los muertos -siguió diciendo Chen-. Mi madre quiere que esté con ella, pero si nos atenemos a las prioridades confucianas, los problemas que aquejan a nuestro país son algo prioritario. No tengo elección. Así que he de asegurarme de que no haya otra víctima vestida con un qipao rojo, y asumiré la responsabilidad si ello sucede.

– Pues entonces usted será el responsable -le espetó Jia-, si se aferra a su historia descabellada y permite que el auténtico asesino se escabulla.

– El auténtico asesino no se escabullirá, como tampoco saldrá la tortuga de la sopa. Por cierto, la sopa de tortuga estimula tanto el yin como el yang, es un manjar exquisito. -Chen echó una ojeada al interior de la cazuela-. Los lectores disfrutarán mucho con la parte sobre el deseo sexual que siente el hijo hacia su madre. ¡Una muestra del complejo de Edipo tan deliciosa como la sopa!

– No podrá engatusar al pueblo chino con términos psicológicos como «complejo de Edipo».

– Exactamente. A nuestros lectores no les importará demasiado la diferencia entre el consciente y el inconsciente. Dirán: «Su madre lo pone tan caliente que no puede follar con otras mujeres, así que las mata de una forma perversa, para llegar al orgasmo en la compañía imaginada de su madre».

Jia permaneció callado mientras contemplaba la cazuela de cristal en la que la tortuga aún se movía, pero mucho más despacio.

– En una de las novelas de suspense que traduje -continuó diciendo Chen-, a un asesino en serie le importaba muy poco lo que le pudiera pasar, porque su vida no era más que un largo túnel sin luz al final, pero sí que le preocupaba la mujer a la que amaba. En nuestro caso, ¿qué hay de ella? Una vez más, su recuerdo se verá arrastrado por el lodo de la ignominia y de la deshonra, peor aun que en la Revolución Cultural. Todos los detalles serán examinados y exagerados. ¿Qué harán todos esos periodistas? Es algo que no puedo controlar.

– Ahora que ha pergeñado una historia como ésta, seguirá adelante sin importarle su responsabilidad como policía -afirmó Jia, levantando la vista-. Pero hay algo más en lo que debería pensar, inspector jefe Chen. El caso del complejo residencial se encuentra en un momento crítico. Cualquier acción contra el abogado de los demandantes podría interpretarse como una treta política para encubrir la corrupción del Gobierno. Es un caso que despierta un gran interés mediático.

– Yo también le voy a revelar algo, señor Jia. Hará un mes, un funcionario del Gobierno municipal me pidió que investigara el caso del complejo residencial. Le respondí que no pensaba hacerlo. ¿Por qué? Yo también quiero que castiguen a esos funcionarios corruptos. Sin embargo, me han estado poniendo al corriente de los últimos acontecimientos. Hace un rato recibí una llamada referente al caso en esta misma habitación. Se ha llegado a un acuerdo en Pekín sobre el juicio, como ya debe de saber a través de sus propios contactos.

– ¡Menudo acuerdo! Así que ya sabe lo sucio que es todo esto. -Jia hizo una pausa, y después continuó hablando-: No sólo hay muchos altos cargos involucrados en el caso, sino que además están enzarzados en una lucha de poder. No es ningún novato en el campo de la política, inspector jefe Chen. Si Pekín realmente hubiera querido poner fin al caso, no me habrían permitido llegar hasta esta fase. ¿De verdad cree que quieren darle un giro radical al caso a estas alturas?

– Sí, me han hablado de la lucha de poder en la Ciudad Prohibida -respondió Chen.

– En circunstancias normales, un abogado tiene que velar por los intereses de sus clientes. Es comprensible llegar a algún tipo de acuerdo. Si alguien tratara de obstaculizar el juicio, sin embargo, cualquier cosa sería posible. Con acuerdo o sin él, el caso podría acabar destapando todos esos contactos oficiales, todos los trapos sucios. Las refriegas en la Ciudad Prohibida también saldrían a la luz. ¡Menudo desastre político! Es demasiada responsabilidad para un policía. Tiene que pensar en las consecuencias, inspector jefe Chen.

– Ya he pensado en ellas, señor Jia. Sea cual sea la situación, hay que poner fin al asesinato de personas inocentes. La gente podrá juzgar cuando lea la historia y vea las fotos.

– Algunos periodistas están bien informados. También yo conozco a bastantes. Cuando se enteren de los entresijos políticos, ¿cree que les seguirá entusiasmando la historia?

– Permítame asegurárselo, señor Jia. Tengo algunas fotos más que garantizarán que no decaiga su entusiasmo, pese a los entresijos políticos.

– ¿De qué fotografías habla?

– De las fotografías que se tomaron aquella tarde fatídica. Un policía de barrio, el camarada Fan, se acercó hasta el lugar del accidente. Al sospechar que se trataba de un delito, sacó fotos al pie de la escalera antes de que los enfermeros echaran una manta sobre el cuerpo desnudo de la muerta.

– ¿Fotografías en las que aparece ella tendida en el suelo aquella tarde?

– Sí, fotografías de Mei tendida sobre el duro suelo, fría, desnuda. Una escena que sin duda habrá imaginado miles de veces.

– Eso es imposible. Quiero decir, esas fotos… Fan nunca me habló de ellas. No, no es cierto, es un farol.

Por primera vez, Jia no se molestó en hablar como alguien ajeno a la situación, ni en negar su participación en la historia.

– Déjeme que le enseñe alguna -ofreció Chen, sacando una de las fotografías-. Una de las pequeñas. Las he llevado a revelar, para que las amplíen. Hay un buen número.

Era un primer plano de Mei tendida en el suelo, completamente desnuda. Una imagen que Jia no llegó a ver porque no quiso volver atrás aquella tarde, pero que debía de haberlo atormentado desde entonces.

Jia cogió la fotografía y no cuestionó su autenticidad.

La tortuga volvió a agitarse con desesperación en la cazuela en un intento denodado por salir del agua hirviendo, sin conseguir trepar por la resbaladiza superficie del cristal. Un esfuerzo absurdo, condenado al fracaso.

– Es horrible, ¿no le parece? -preguntó Chen, señalando la cazuela con los palillos.

Sin duda le pareció horrible la imagen de la fotografía, por no mencionar la idea de que Mei fuera examinada de nuevo, esta vez por millones de lectores.

Desenterrar un cuerpo estaba considerado el acto más horrendo en la cultura tradicional china, pero exhibir un cadáver desnudo podía ser mucho peor. Esta era la razón por la que el camarada Fan había ocultado las fotografías durante todos esos años. Aun así, era probablemente la última baza de Chen.

– Si los periodistas se hicieran con ellas, junto a las que tomó el viejo fotógrafo en el jardín y las de las víctimas del caso del vestido mandarín rojo…

– Basta ya, Chen. Está siendo tan rastrero… -Jia apenas podía hablar. Su voz sonó sibilante, como si saliera de la cazuela-. Es indigno de usted.

– Con tal de resolver este caso, la verdad es que nada es indigno de un policía -repuso Chen-. Déjeme decirle qué es rastrero. Algo que observé cuando empezaba a redactar mi trabajo de literatura que, como le he dicho, trata sobre los giros deconstructivos en las historias de amor clásicas. He descubierto que estos giros se deben, al menos en parte, a la proyección de una fantasía masculina despreciable sobre las mujeres y el sexo, una fantasía arquetípica en el inconsciente de la cultura china, o en el inconsciente colectivo, que yo denomino la demonización de las mujeres en el amor sexual. Ya sé que no es momento para esgrimir teorías literarias, pero me consta que usted estaba influenciado por esta fantasía.

Chen levantó la tapa de paja de la cazuela y llenó dos cuencos de sopa con un cucharón, uno para Jia y otro para él.

– Cuando lo encerraron en el cuarto trasero del comité vecinal, su madre fue a hablar con el camarada Fan. Estaba muy preocupada por usted. Presa de la desesperación, le dijo que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por su hijo. El camarada Fan entendió lo que Mei quería decir, pero la rechazó tras explicarle que Tian era el único que podía liberar al niño. Mei aceptó su consejo, algo que Fan lamentaría después profundamente. Fan no dudó ni por un momento de que la preocupación que Mei sentía por su hijo fuera la causa de su encuentro con Tian aquella tarde. Lo hizo por usted.

»Puede que usted hubiera contemplado esta posibilidad, pero no fue capaz de aceptarla. En aquel oscuro cuarto trasero, sólo podía aferrarse al recuerdo inmaculado de su madre dándole la mano en el jardín: "Madre, vayamos allí". El mundo se había derrumbado a su alrededor, pero ella todavía era suya, sólo suya.

»Así que, cuando volvió a su casa, la escena que presenció le pareció realmente espantosa: la diosa inmaculada se había convertido en ramera desvergonzada en brazos del que lo había encerrado en aquel cuarto. Una traición imperdonable a su juicio, que le hizo perder el control.

»Pero usted estaba equivocado. Según mi investigación, Tian hizo todo lo posible para que lo destinaran al instituto. Como les sucediera a otros muchos, probablemente la viera tocar y se enamorara locamente de ella. La Revolución Cultural le ofreció la oportunidad perfecta. Consiguió integrarse en una Escuadra de Mao para estar cerca de Mei, pero ella hizo cuanto estuvo en su mano por evitar su compañía, pese a todo su poder. Si Mei hubiera sucumbido a la presión, Tian no habría ido a su barrio ni habría dirigido la investigación conjunta. No se le presentó la oportunidad ansiada hasta que usted se metió en un lío. Ella le quería más que a nada en el mundo. Más que a su propia vida. Incluso en aquellas circunstancias, fue a Fan, y no a Tian, a quien acudió primero en busca de ayuda.

»Al cabo de un par de días usted fue puesto en libertad de forma inesperada. Si hubo algo entre ellos, debió de haber sucedido durante aquel breve periodo, sólo para beneficiarlo a usted. Puede imaginar lo desesperada que debía de estar su madre, y lo doloroso que sin duda fue para ella entregarse a Tian.

– Pero no tenía por qué hacerlo. No le habría pasado nada a… -Jia fue incapaz de acabar la frase.

– ¿No le habría pasado nada a usted? Lo dudo. En aquellos años, podrían haberlo condenado a muerte por semejante «crimen político». Recuerdo que ejecutaron a un anciano en la Plaza del Pueblo por acarrear a la espalda una estatua de Mao, sujeta con una cuerda alrededor del cuello. «Simboliza el ahorcamiento del presidente Mao», dictaminó el comité revolucionario. Mei era consciente de lo que podía pasarle. Sabía muy bien que Tian era capaz de cualquier cosa.

»Sin embargo, usted continuó viendo lo sucedido sólo desde su perspectiva, y nunca desde la de su madre. La imagen de Mei retorciéndose y estremeciéndose bajo otro hombre fue un golpe terrible, y le impidió pensar de forma racional. Por ello los asesinatos en serie supusieron para usted una válvula de escape, tanto para su amor como para su odio…

El sonido estridente del móvil volvió a interrumpir el relato de Chen. Esta vez era el subinspector Yu.

– Lo siento, tengo que contestar a otra llamada -se disculpó Chen mientras se levantaba y se acercaba a la ventana. En el jardín reinaba la oscuridad más absoluta.

– No había nada en el coche, jefe -explicó Yu-. He examinado el aparcamiento. Es cierto que Jia podía salir de allí a través de la puerta lateral sin que lo viera nadie. La parte delantera queda oculta a la vista por un bosquecillo de bambú. He entrado en el edificio con la llave.

– ¿Había algo en su despacho?

– Es una sala bastante grande. Además del despacho, hay una recepción y un estudio. También hay un dormitorio pequeño con baño.

– No me sorprende. Según Xia, Jia suele pasar la noche allí.

– Ahí pudo lavar el cuerpo de Jazmín.

– Cierto.

– No he visto manchas de sangre, ni nada parecido. Deben de haber limpiado la alfombra hace poco. Todavía huele a detergente, y he encontrado una vaporeta, lo cual es bastante raro. En esas oficinas de lujo suelen encargar la limpieza a profesionales. ¿Por qué un abogado limpiaría su despacho él mismo?

– Buena pregunta.

– Y entonces me fijé en algo más, jefe. El color de la alfombra. Coincidía con el de la fibra pegada al pie de la tercera víctima.

– Sí, debió de meter a la chica en el despacho sin que nadie la viera, pero no se fijó en la fibra que se le quedó entre los dedos del pie.

– No tendremos los resultados del análisis de la fibra hasta mañana por la mañana. Aunque puede que una prueba como ésta no resulte concluyente en un caso de asesinato.

– Bastará para retener a Jia un par de días, y para justificar un registro completo. Al menos no podrá hacer nada durante ese tiempo -añadió Chen.

– ¿Empezamos esta noche?

– No se precipite. Espere mi llamada.

Cuando Chen volvió a la mesa, vio que la tortuga se había dado la vuelta y ahora estaba panza arriba, inmóvil en la cazuela, con el peto de un horrible color blancuzco.

– Para ser policía -dijo Jia- ha mostrado bastante compasión al escribir esta historia.

Chen se preguntó si el comentario era sarcástico, o si revelaba un sutil cambio en Jia.

– La caracterización compasiva es esencial en cualquier relato -repuso Chen, mirando fijamente a Jia-. Podría pensar que nadie lo entiende, ya que es el producto de todos los absurdos y las atrocidades que padeció durante la Revolución Cultural. Usted es como unsoftware modelado por todos estos acontecimientos y, por consiguiente, sólo puede operar de una forma; es algo que ni usted mismo es capaz de comprender. Sin embargo, quiero que sepa que yo he intentado comprenderlo. A medida que descubría las experiencias por las que pasó, me decía una y otra vez: «De no haber intervenido el azar, lo que le sucedió a Jia me podría haber sucedido a mí».

»No pude evitar identificarme con el niño de la foto. Tan feliz, cogiéndole la mano a su madre como si ella fuera todo su mundo, tan poco preparado para el desastre que se avecinaba en el horizonte. He intentado ponerme en su lugar, y creí volverme loco.

»Durante los días que siguieron a la muerte de su madre, cada vez que sus vecinos lo miraban, usted pensaba que la veían correr en su busca, desnuda. Era como si un demonio lo estuviera devorando. Así que se trasladó a otro lugar e intentó olvidarse de todo. Más tarde incluso se cambió el apellido. Pero, igual que en un poema de Su Dongpo, estaba "intentando no pensar, pero sin olvidar".

»No importa que sea policía, no voy a condenarlo por tomarse la justicia por su mano, al menos al principio, cuando arremetió contra Tian de forma tan implacable. Entiendo que la venganza puede ser una fuerza cegadora. Yo también quedé destrozado por la muerte de una joven compañera. En el templo de Jing'an juré que haría cualquier cosa para vengarla.

»Pero usted comenzaba a perder el control de la situación. Descubrió su problema sexual, cuya causa sin duda adivinó. Siendo un abogado célebre, conocido por aceptar casos políticos controvertidos, parecía demasiado arriesgado acudir a un psiquiatra. Así que tuvo que seguir aguantando, como hiciera en el oscuro cuarto trasero del comité vecinal, salvo que entonces aún tenía esperanzas de que su madre lo estuviera esperando fuera.

»Entonces se derrumbó al conocer los planes de matrimonio de Jazmín. El pánico lo convirtió en asesino. Cuando la tocó, las represiones o las supresiones que había ido acumulando durante todos estos años salieron a la luz. En cuanto al resto de la historia, no creo que haga falta repetir nada más.

»No he venido aquí como juez, señor Jia, pero no puedo evitar comportarme como un policía. Por ello he organizado esta cena especial, con la esperanza de que pudiéramos encontrar otra manera…

– ¿Otra manera? ¿Y eso qué le importa a un hombre que, como usted ha dicho, no ve ninguna luz al final del túnel? -preguntó Jia con voz pausada-. Y, ahora, ¿qué quiere de mí?

– Lo que quiero, como policía, es que cesen los asesinatos de personas inocentes.

– Bien, si el juicio de mañana tiene lugar tal y como estaba previsto, si no pasa nada…

– Eso es lo que espero. Que no pase nada -dijo Chen, mirando su reloj-. Nada fuera de lo normal.

– Vaya, ya estamos a viernes. No tiene que preocuparse por eso -afirmó Jia, como si le leyera el pensamiento-. Y deberá destruir todas las fotografías.

– Las destruiré. Y también todos los negativos. Le doy mi palabra.

– ¿Aún piensa escribir su historia, inspector jefe Chen?

– No, si puedo evitarlo; no pienso escribir una historia de no ficción, quiero decir.

– No piensa escribir una historia de no ficción que incluya demasiados detalles personales, pero, hasta el momento, nadie ha publicado ni un solo libro decente sobre la Revolución Cultural.

– Lo sé -dijo Chen-. Y me parece una lástima.

– Tengo que pedirle algo a título personal.

– ¿A título personal?

– No dimita. Esto puede sonar condescendiente viniendo de mí, pero usted es un policía muy poco corriente, y es consciente de que las historias no son siempre o blanco o negro. No hay demasiados policías que compartan su forma de ver las cosas.

– Gracias por decírmelo, señor Jia.

– Gracias por haberme contado esta historia, inspector jefe Chen. Aunque ya va siendo hora de que vuelva a casa y prepare el juicio de mañana… de hoy -dijo Jia, levantándose-. Después del juicio, usted puede hacer lo que quiera, y yo haré lo posible por cumplir sus deseos.

Al salir del restaurante vieron que Nube Blanca aún esperaba en el vestíbulo del restaurante. Debió de dormirse mientras esperaba, acurrucada en el sofá de cuero, con el qipao arrugado y los pies descalzos. No llevaba nada debajo del vestido mandarín.

Jia retrocedió impresionado. A estas horas de la madrugada, cuando las fantasías revolotean súbitamente como murciélagos, la imagen de la muchacha lo sobresaltó.

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