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Aquella mañana, de camino a la Biblioteca de Shanghai, el inspector jefe Chen decidió pasear tranquilamente por la calle Nanjing mientras pensaba en un posible tema para su primer trabajo de literatura.

Cuando se acercaba a la calle Fujian, Chen se detuvo junto a un edificio en obras y encendió un cigarrillo. Al recorrer con la mirada la multitud de tiendas y letreros nuevos el inspector jefe reconoció un par de tiendas antiguas, aunque las habían reformado de arriba abajo; parecía como si las hubieran sometido a una operación de cirugía estética.

Los almacenes Número Uno de Shanghai, en otros tiempos los más populares de la ciudad, tenían ahora un aspecto destartalado, casi deprimido en contraste con los nuevos edificios. Chen había investigado un caso de homicidio relacionado con esos almacenes. En aquel momento el declive de la tienda no le hubiera resultado previsible a la víctima, una modelo nacional más preocupada por perder su estatus político. Actualmente, los almacenes estatales, lejos de representar fiabilidad y respetabilidad, eran conocidos por sus deficientes «servicio y calidad socialistas». Se trataba de un cambio simbólico: ahora el capitalismo se consideraba un sistema superior.

En el escaparate de los almacenes, una esbelta modelo -extranjera- se desperezaba con gesto insinuante mirando fijamente a Chen, quien tuvo que esforzarse para no perder la concentración.

Tras su conversación con Bian se le había ocurrido una idea para su primer trabajo de literatura, inspirada por una frase en particular: «enfermedad sedienta». Chen había buscado la expresión en todos los diccionarios que tenía en casa; ninguno incluía la forma en que Bian lo había empleado. Si bien «sediento» podría entenderse como un uso metafórico de anhelante, la frase «enfermedad sedienta» se refería únicamente a la diabetes. Por consiguiente, Chen decidió pasar la mañana consultanto los libros de referencia de la biblioteca. Tal vez encontrara algún dato interesante, quizás una evolución de la semiótica que pudiera incluir en su trabajo de literatura.

No tardó en vislumbrar el pináculo de la biblioteca, resplandeciente sobre la esquina de la calle Huangpi. Se decía que pronto trasladarían también la biblioteca. ¿Cuál sería su nuevo emplazamiento?, se preguntó el inspector jefe mientras empujaba la puerta giratoria.

Subió hasta el segundo piso y entregó una lista de libros a Susu, una bibliotecaria joven y atractiva que atendía detrás del mostrador. Susu le dirigió una sonrisa radiante y se le formaron hoyuelos en las mejillas. Después empezó a buscar los libros.

Cuando acababa de instalarse en la sala de lectura que daba al Parque del Pueblo y abrió el primer libro, sonó su móvil. Apretó el botón. Nadie dijo nada. Quizá se habían equivocado de número. Chen apagó el teléfono.

El concepto «enfermedad sedienta» aparecía mencionado por primera vez en «La historia de Xiangru y Wenjun», originariamente en un esbozo biográfico enShiji, la obra de Sima Qian. El ejemplar de Shiji que Chen encontró en la biblioteca era una edición anotada, por lo que podía fiarse del significado. La historia, relatada desde el principio, narraba cómo surgió el amor entre Xiangru y Wenjun gracias a la música.


El cantó los versos en un magnífico banquete celebrado en la mansión de Zhuo Wangsun, un rico mercader de Lingqiong. La hermosa hija de Zhuo Wangsun se encontraba en la habitación contigua, desde donde miraba de soslayo a Xiangru. La joven, que demostró comprender plenamente la música, decidió fugarse con él aquella noche. Se convirtieron en marido y mujer y vivieron felices para siempre…


El relato mencionaba la expresión «enfermedad sedienta», pero sólo en una ocasión.


Xiangru tartamudeaba, pero era un excelente escritor. Padecía la «enfermedad sedienta» (xiaoke ji). Se había enriquecido gracias a su matrimonio con una mujer de la familia Zhuo, por lo que no se vio obligado a ejercer su puesto de funcionario.


El esbozo se centraba después en la carrera literaria de Xiangru, y no volvía a mencionar el tema de su enfermedad sedienta. Dada la importancia trascendental deShiji, la historia fue relatada de nuevo en diversas versiones, y demostró ser arquetípica en cuanto a su influencia en el posterior género literario de relaciones amorosas entre eruditos y beldades.

Chen empezó a investigar en antologías y colecciones. Una de las versiones literarias más antiguas de la historia de amor aparecía enXijing Zaji, una colección de anécdotas y relatos.


Cuando regresó a Chengdu junto a Zhuo Wenjun, Sima Xiangru estaba en la miseria. Le dejó en prenda su abrigo de plumas su- shuang a Yang Changy compró vino para Zhuo Wenjun. Su mujer le echó los brazos al cuello y rompió a llorar. «Siempre he vivido en la abundancia. ¡Y ahora tenemos que empeñar tu ropa para poder comprar vino!» Después de mucho hablarlo, comenzaron a vender vino en Chengdu. Vestido únicamente con unos calzones, era el propio Xiangru quien lavaba los utensilios. Lo hacía para avergonzar a Zhuo Wangsun. Este, sintiéndose abrumado por la vergüenza, entregó una gran cantidad de dinero a Wenjun y la hizo rica.

Wenjun era una belleza. Sus cejas eran tan delicadas como las montañas que se vislumbran en la lejanía; su rostro tan encantador como una flor de loto; su piel tan suave como la nata fresca. Se había quedado viuda a los diecisiete años y ahora llevaba una vida disoluta. Así que, impresionada por el talento de Xiangru, Wenjun transgredió los ritos sociales.

Xiangru había padecido la «enfermedad sedienta» tiempo atrás. Cuando volvió a Chengdu, se enamoró de tal forma de la belleza de Wenjun que sufrió una recaída en su enfermedad. Ello lo llevó a escribir la rapsodia satírica titulada «Belleza» para burlarse de sí mismo. Sin embargo, Xiangru no consiguió enmendarse y finalmente murió de la enfermedad. Wenjun escribió una elegía en su honor que aún se conserva en la actualidad.


En la versión incluida en la recopilaciónXijing Zaji, observó Chen, la expresión «enfermedad sedienta» aparecía en un contexto muy distinto al descrito en Shiji. En lugar de empezar por el principio, la historia posterior arrancaba con las dificultades económicas de la pareja tras su retorno a Chengdu, sin mencionar la parte romántica y resaltando los motivos materialistas. Xiangru aparecía retratado como un conspirador codicioso, y a Wenjun la describían como una mujer bella pero de moral disoluta.

Los matices semánticos de «enfermedad sedienta» presentaban una diferencia sustancial: en este caso, se trataba de una enfermedad causada por el amor. Xiangru, consciente de su causa y de su efecto, empleaba la sátira para intentar recuperar la cordura, pero no lo consiguió. Murió debido a su pasión por Wenjun.

Por consiguiente, en este caso el significado de «enfermedad sedienta» se acercaba más al que le había dado Bian: era una consecuencia de la pasión amorosa. Eso fue lo que Bian quiso decir al referirse en broma a la «especie de enfermedad sedienta» del poeta romántico.

Chen abrió un ejemplar deOcéano de palabras, el diccionario chino más amplio, en el que «enfermedad sedienta» claramente significaba diabetes. «Se le llama así porque el paciente se siente sediento y con hambre, orina mucho y está demacrado.» Era un término médico que no se asociaba a ningún otro significado. Exactamente el mismo significado que aparecía en Shiji.

Chen buscó otros libros de consulta, mientras pensaba en las supersticiones sobre el amor sexual en la China antigua. Por lo que podía recordar, los taoístas se oponían al amor sexual -o, para ser exactos, a la eyaculación- aduciendo que privaba al hombre de su esencia.

Fuera cual fuera la influencia filosófica o supersticiosa, en el horizonte temático de la versión literaria aparecía una asociación entre el amor y la muerte. Así pues, la historia amorosa contenía un «otro» que condenaba el tema romántico.

Además, la Wenjun de la versión posterior aparecía descrita como una mujer frivola y siniestra. Chen copió una frase en su cuaderno: «Así que, impresionada por el talento de Xiangru, Wenjun transgredió los ritos sociales». Chen subrayó la palabraritos, pensando en una cita de Confucio: «Hazlo todo de acuerdo a los ritos».

¿Pero cuáles podrían haber sido los ritos relacionados con las parejas que se enamoraban?

Chen fue a pedir más libros. Susu le dijo que podría tardar bastante en conseguirlos porque los empleados estaban comiendo, así que decidió salir a comer él también. Era una tarde cálida para aquella época del año.

El Parque del Pueblo estaba bastante cerca, y allí había una cantina barata pero agradable a la que su madre solía llevarlo muchos años atrás. Le costó un poco encontrarla, pero finalmente dio con ella. Pidió una caja de plástico con arroz frito y lonchas de ternera en salsa de ostras con cebolletas, además de una sopa de bolas de pescado en un cuenco de papel. Esperaba que la receta de la ternera fuera la misma que había disfrutado en compañía de su madre.

También quiso comprar una botella de agua de limón de marca Zhengguanghe, pero sólo vio unas cuantas marcas estadounidenses: Coca-Cola, «Deliciosa, Placentera»; Pepsi, «Cientos de cosas placenteras»; Sprite, «Pura como la nieve»; 7-Up, «Séptima felicidad»; Mountain Dew, «Ola de excitación». Al menos las traducciones de las bebidas no estaban tan americanizadas, contempló con ironía.

Su móvil comenzó a sonar de nuevo. Era el Chino de Ultramar Lu, su amigo del instituto, ahora propietario de El Barrio de Moscú, un restaurante ostentoso conocido por su cocina rusa y sus chicas rusas.

– ¿Dónde estás, colega?

– En el Parque del Pueblo, disfrutando de una almuerzo empaquetado en una caja. Me he tomado esta semana libre para escribir mi trabajo sobre literatura china.

– Me tomas el pelo… ¡Un trabajo sobre literatura china en medio de tu fulgurante carrera! -exclamó Lu-. Si realmente vas a dejar la policía, asóciate conmigo, te lo he dicho cientos de veces. Seguro que conseguiríamos una avalancha de clientes gracias a tus contactos.

Pero Chen no se engañaba: tenía contactos únicamente gracias a su cargo. Cuando dejase su puesto en la policía, la mayoría de sus «amigos» desaparecerían como por arte de magia. Probablemente nunca trabajaría con Lu, por lo que no creyó que valiera la pena seguir hablando del tema.

– Ven al Barrio de Moscú -continuó diciendo Lu-, Ahora todas mis camareras rusas llevan vestidos mandarines. Es todo un espectáculo. Las occidentales parecen algo desgarbadas con ellos. De todos modos, tienen un aspecto tan misterioso y excitante, tan delicioso, que los clientes prácticamente las devoran vivas.

– Por su sabor exótico, supongo.

A un emprendedor como Lu le parecía normal aprovechar cualquier oportunidad de hacer dinero sin preocuparse de la estética ni de la ética.

– Sea cual sea su sabor, un almuerzo que viene en una caja de plástico seguro que no es comestible. Y encima te lo tomas en el parque. Una vergüenza para ungourmet refinado como tú. Tienes que venir al restaurante.

– Iré, Lu -replicó Chen, interrumpiendo a su amigo-, pero ahora tengo que volver a la biblioteca. Me están esperando.

El almuerzo en la caja de plástico era lo que le estaba esperando, para ser exactos. No tardaría en enfriarse.

Sin embargo, antes de que pudiera abrir la caja volvió a sonar su móvil. Tendría que haberlo apagado mientras comía. Era Hong, la joven agente de la brigada de homicidios que trabajaba como ayudante de Liao.

– Vaya sorpresa, Hong.

– Lo siento, inspector jefe Chen, el subinspector Yu me dio su número de móvil. Intenté llamarle a su casa primero, pero sin éxito.

– No tiene por qué disculparse.

– He de informarle de un caso.

– Estoy de vacaciones, Hong.

– Es importante. Tanto el secretario del Partido Li como el inspector Liao me han dicho que me ponga en contacto con usted.

– Bueno -dijo Chen. Muchas cosas podrían haberse convertido en granos importantes en el molino político de Li. En cuanto a Liao, puede que le hubiera pedido a Hong que lo llamara como gesto de deferencia.

– ¿Dónde está, inspector jefe Chen? Puedo salir ahora mismo y acercarme.

Podría tratarse de otro caso delicado, algo que no fuera conveniente comentar por teléfono. Pero, de ser así, tampoco podrían hablar en la biblioteca.

– Venga al Parque del Pueblo, Hong. Cerca de la entrada de la puerta número tres.

– Sí que disfruta de sus vacaciones. El Parque del Pueblo. ¡Menuda coincidencia!

– ¿Qué quiere decir?

– Han encontrado un segundo cadáver vestido con un qipao rojo a primera hora de esta mañana. Delante de las Vitrinas de los Periódicos, cerca de la puerta número uno del parque. -Y entonces añadió-: ¡Ah!, el subinspector Yu también colaborará en la investigación especial.

– ¡Asesinatos en serie!

Chen recordó haber visto antes a un grupo de gente allí, aunque no le había prestado demasiada atención. No era una escena inusual frente a las Vitrinas de los Periódicos.

– Por eso le llamo. Querían que me pusiera en contacto con usted porque, según ellos, el inspector jefe Chen no le diría que no a una chica.

La petición no podría haber llegado en un momento peor para su trabajo de literatura. De todos modos, Chen tendría que hacer algo. Era el primer caso de asesinatos en serie de la ciudad, y también del Departamento de Policía. Como mínimo, tendría que dar muestras de preocupación.

– Tráigame toda la información que haya recopilado, Hong. Le echaré un vistazo por la tarde.

– Voy hacia allá.

La caja permanecía intacta, y ahora el almuerzo estaba totalmente frío. Lo tiró a la papelera. Chen se levantó y se dirigió a la entrada, intentando imaginar la escena que había tenido lugar unas horas antes.

Las Vitrinas de los Periódicos estaban situadas en el cruce entre las calles Nanjing y Xizhuang, una zona donde no estaba permitido aparcar junto a la acera. Cualquier coche aparcado allí llamaría inmediatamente la atención, y la patrulla policial estaba de servicio durante toda la noche.

El asesino debía de haberlo planeado todo cuidadosamente, reflexionó Chen.

Ahí había muchísima gente, pero la zona de las Vitrinas de los Periódicos no estaba acordonada. Chen tampoco vio a ningún policía entre la multitud.

El inspector jefe se fijó en una joven que se dirigía hacia él vestida con un abrigo blanco, como una flor de peral bajo la luz matutina. Una metáfora inverosímil, porque el invierno acababa de empezar. No era Hong.

Algunos ancianos permanecían de pie frente a las Vitrinas de los Periódicos, leyendo y charlando como siempre. Para su sorpresa, la sección del periódico que atrajo a más lectores era la de la información bursátil. «El mercado alcista está desbocado», rezaba el titular en negrita.

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