19

El viernes por la mañana, Chen finalmente se despertó lleno de energía.

Se preguntó cómo había podido dormir tanto durante casi dos días. Tal vez había sido por la fabulosa cenabu: alguna hierba especial con un efecto milagroso. El director Pei poseía auténticos conocimientos médicos; debió de haber diagnosticado el problema de Chen al oír la descripción de Gu, y organizó la cena bu que resultara más adecuada para Chen. Según la teoría médica china tradicional, recordó Chen vagamente, ciertas hierbas podían agudizar los síntomas, lo cual permitía que el cuerpo se autorregulara. Chen había trabajado demasiado, de modo que la cena especial le ayudó a dormir bien y a compensar todos los años de descanso perdido. Ahora el yin, el yang u otros elementos de su cuerpo se moverían de nuevo en armonía. Cualesquiera que fueran la teoría y la práctica médicas chinas, Chen no se había encontrado tan bien en mucho tiempo.

Pero también se sentía algo inquieto, porque había tenido un sueño extraño poco antes de que amaneciera. Estaba sentado en un jardín exótico observando a una mujer joven que bailaba, cantaba como una sirena y hacía unstriptease, cuando, de pronto, lo invadió un sentimiento de aversión inexplicable. Agarró con fuerza a la muchacha e intentó estrangularla en el parterre. La mujer que luchaba contra él no era otra que Nube Blanca. Su vestido, que ahora se había convertido en el vestido mandarín rojo, contrastaba vivamente con el verdor del césped.

Chen no había dejado de pensar en el caso del vestido man darín rojo, pero la aparición de Nube Blanca en el sueño lo molestó, por no mencionar su propio comportamiento. Quizá se debiera a lo que había sucedido en el Mercado del Templo del Dios de la Ciudad Antigua… O al banquetebu, un estímulo tan inusual para el yin o para el yang que lo había excitado sexualmente. Por otra parte, podría ser una buena señal. Se había recuperado lo suficiente como para volver a tener sueños propios de un hombre joven.

Decidió no darle más vueltas: no era el momento de ponerse a interpretar sueños. Volvió a pensar en el caso de Shanghai, y entonces se dio cuenta de que era viernes. Se sintió tentado de llamar a Yu, pero se echó atrás. Si lo llamaba se quedaría sin vacaciones, aunque le parecía que sólo acababan de empezar. Ni siquiera había dado un paseo por el pueblo, y tampoco había dedicado tiempo alguno a su trabajo de literatura.

En lugar de ponerse en contacto con Yu decidió llamar a Nube Blanca. La muchacha, que no había leído ni escuchado nada nuevo sobre el caso, lo animó a disfrutar de sus vacaciones. Nube Blanca había visitado a la madre de Chen para asegurarse de que se las arreglaba bien en casa, por lo que no tenía de que preocuparse.

Mientras miraba por la ventana, se le ocurrió que podría dar un paseo junto al lago.

Fuera hacía un poco de frío, y el lago parecía bastante desierto en esa época del año. Sólo había un viejo pescador sentado en la orilla, envuelto en un raído abrigo militar. La cesta de bambú que descansaba a su lado estaba vacía. El anciano parecía absorto en sus pensamientos, o quizás había adoptado una postura de meditación.

El inspector jefe pasó junto a él sin molestarlo.

Chen miró hacia las montañas que se recortaban contra el horizonte y le pareció oír el murmullo de una cascada no demasiado lejana. Miró hacia atrás y vislumbró, a cierta distancia, una débil luz parpadeante en la mano del anciano.

La lucecita brilló frente a los bosques y las colinas, y después se apagó. De pronto se escuchó el susurro de los pinos: un suspiro largo y profundo del viento. Chen se sorprendió de su propia tristeza. A continuación tomó un sendero resbaladizo que serpenteaba entre grupos de alerces y de helechos. Tuvo que andar despacio. Debía de haber llovido mientras dormía. No tardó en llegar a una larga alfombra de pinaza que amortiguaba sus pasos. Entonces el sendero se ensanchó de forma inesperada y lo condujo hasta el mercado del pueblo.

El mercado ya estaba muy concurrido a esa hora, aunque la mayoría de los compradores eran turistas en busca de recuerdos. Chen tardó varios minutos en abrirse paso entre la multitud hasta que por fin se detuvo frente a un puesto que exhibía dinero del más allá, un producto propio de la superstición que no se veía habitualmente en Shanghai.

«Dongzhi se acerca», exclamó con entusiasmo el vendedor ambulante, doblando el papel de plata de modo que pareciera un lingote de plata con formade yuanbao. Al parecer, en el más allá chino la moneda principal seguía siendo el lingote de plata. «Allí la gente necesita dinero para comprar ropa de invierno.»

Obedeciendo a un impulso, Chen compró un puñado de dinero del más allá. Él no creía en estas supersticiones, pero su madre sí. Lo quemaba de vez en cuando en honor a su padre fallecido, en particular durante festividades como Dongzhi o Qingming.

De vuelta en la habitación de su hotel, Chen cogió los libros que había traído y se dirigió a la piscina cubierta.

El pabellón de la piscina tenía una pared de cristal polarizado, para que los nadadores pudieran disfrutar de la privacidad mientras contemplaban las vistas del lago y de las colinas en invierno. Después de unas enérgicas brazadas, Chen se sentó en una silla reclinable colocada junto a la piscina y comenzó a leer.

Quizá por haberse habituado a estudiar inglés en el Parque Bund, Chen había desarrollado la capacidad de leer y de concentrarse en lugares públicos. En aquellos años, el ambiente siempre cambiante del Bund lo distraía. Aquí, además de gozar de las vistas del exterior, disfrutaba contemplando a las muchachas que retozaban en la piscina. Sus cuerpos cautivadores aparecían y desaparecían en el agua azul cada vez que levantaba la vista de los antiguos clásicos confucianos. Resultaba irónico, porque Confucio dice: «Un caballero no debería mirar si no lo hace conforme a los ritos».

Conforme a los ritos o no, ante aquel espectáculo la lectura le parecía menos aburrida. Dado que su difunto padre había sido un erudito neoconfuciano, y que las máximas confucianas seguían formando parte de la vida cotidiana china, como comprobó en el banquetebu, la frase «Confucio dice» no le resultaba extraña. Pero nunca había estudiado de manera sistemática el confucianismo, prohibido en las aulas durante sus años de estudiante. Deseaba haber podido hablar más con su padre, cuya muerte temprana impidió que pudiera inculcarle la tradición a su hijo.

Chen sacó su cuaderno. Algunas de sus primeras notas de investigación parecían guardar relación con los ritos confucianos. Según Confucio, los ritos están siempre presentes y en todas partes. Mientras la gente se comportara conforme a los antiguos ritos, como había hecho supuestamente en los viejos tiempos, todo iría bien. Aunque parecía haber ritos relacionados con cualquier cosa, Chen nunca había oído hablar de ningún rito relacionado con el amor romántico.

Aquella mañana no consiguió encontrar ningún dato interesante en los libros que había llevado consigo. Los maestros confucianos habían pasado por alto la pasión romántica: era como si nunca hubiera existido.

Entonces Chen amplió su búsqueda al término matrimonio:hunli significaba, literalmente, «ritos matrimoniales» en chino. Encontró varios párrafos sobre los ritos matrimoniales, pero ni una sola palabra referida a la pasión entre parejas jóvenes. Por el contrario, se suponía que los jóvenes no debían conocerse, y mucho menos enamorarse, antes de la boda. Sólo los padres podían concertar su matrimonio.

En elLibro de los ritos, uno de los cánones confucianos, aparecía una clara afirmación sobre la naturaleza del matrimonio.


Los ritos del matrimonio existen para establecer una feliz conexión entre dos [familias de distintos] nombres, con la intención, en su carácter retrospectivo, de garantizar los servicios en el templo ancestral, y en su carácter futuro, de garantizar la continuidad del linaje familiar. Por consiguiente, el varón les da mucha importancia…

Los ritos matrimoniales consisten en seis pasos rituales consecutivos, que son, a saber, la visita de la casamentera, las preguntas sobre el nombre y la fecha de nacimiento de la muchacha, el horóscopo de la pareja, los regalos por el compromiso matrimonial, la elección de la fecha de la boda y la bienvenida del novio a la novia el día del casamiento.


Pese a todas estas actividades, continuó leyendo Chen, el hombre y la mujer no tenían ocasión de conocerse hasta el mismo día de su boda. El matrimonio, celebrado por decisión de los padres con el propósito de dar continuidad al linaje familiar, no tenía nada que ver con el amor romántico.

Chen subrayó un párrafo en su ejemplar de Mencio, en el que se condenaba a los jóvenes que se enamoran y actúan por su cuenta sin tener en consideración los matrimonios concertados.


Cuando nace un hijo varón, lo que se quiere para él es que pueda tener una esposa; cuando nace una hija, lo que se quiere para ella es que pueda tener un marido. Este sentimiento paterno lo manifiestan todos los hombres. Si los jóvenes, sin aguardar la orden de sus padres ni la intervención de los intermediarios, hacen agujeros para poder verse, o trepan por un muro para estar juntos, serán objeto del desprecio de sus padres, así como de cualquier otra persona.


Chen sabía que las situaciones que el filósofo Mencio describía como «hacer agujeros y trepar muros» se habían convertido en metáforas habituales para referirse a las citas entre jóvenes amantes.

Chen cerró el libro e intentó poner en orden todo lo que acababa de leer. Los matrimonios concertados reforzaban la estructura social basada en la familia, porque el amor romántico podía impedir que los padres fueran siempre el centro del afecto, la lealtad y la autoridad.

– Disculpe, ¿me puedo sentar aquí?

– ¡Ah! -exclamó Chen, levantando la vista para contemplar a una mujer joven que colocaba una silla reclinable al lado de la suya-. Sí, por favor.

La joven se acomodó en la silla junto a él. Era una mujer atractiva de poco más de treinta años y rasgos bien definidos, boca recta y rostro enmarcado por unos rizos delicados. Llevaba sobre el bañador un pareo o sari blanco de tela vaporosa, probablemente un caftán blanco, que flotaba alrededor de sus piernas largas y esbeltas. También tenía un libro en la mano.

– Es tan agradable leer aquí… -La mujer juntó las piernas y encendió un cigarrillo.

Chen no tenía ganas de hablar, pero no le molestó que una mujer atractiva se pusiera a leer a su lado. El inspector jefe sonrió sin decir nada.

– Lo vi en el restaurante hace un par de días -comentó ella-. ¡Menudo banquete!

– Lo siento, no recuerdo haberla visto allí.

– Estaba sentada a una mesa del comedor exterior, mirando el interior a través de las ventanas. Todo el mundo parecía muy ocupado brindando en su honor. Deben de irle muy bien las cosas.

– No, la verdad es que no.

– ¿Un «bolsillos llenos»?

Chen volvió a sonreír. Ella no habría creído que era policía y que había venido solo para intentar acabar un trabajo de literatura. No tenía ningún sentido revelar su identidad.

Pero ¿quién era ella? ¿Qué hacía una mujer atractiva sola en una lujoso complejo de vacaciones? Chen se contuvo al percatarse de que estaba pensando como un investigador. Era una turista sin nombre que estaba de vacaciones; él no tenía ninguna obligación de entrometerse en las vidas de los demás.

– ¿Qué está leyendo? -preguntó ella.

– Un clásico confuciano -respondió Chen.

– Es interesante -observó la mujer, echando un vistazo a las muchachas que nadaban en la piscina-. Leer a Confucio junto a una piscina.

Chen captó la sutil ironía del comentario. Confucio tenía razón al afirmar lo siguiente: «Nunca he visto a nadie al que los estudios le gusten tanto como las beldades».

Ella también empezó a leer su libro. Su cabello parecía negro como el azabache bajo la luz del sol, y los ojos le brillaban con «olas otoñales», posiblemente una expresión sacada de esas historias de amor. Chen la notó cerca, y se fijó en su axila sin depilar cuando la joven estiró un brazo detrás de la cabeza. Llevaba una esclava hecha con hilo de seda roja que acentuaba su bien torneado tobillo. Chen recordó algunos versos sobre las divagaciones de un hombre ante la visión de las piernas de una mujer, blancas y desnudas pero recubiertas de una leve pelusilla negra visible a la luz del sol.

El inspector jefe se reprendió a sí mismo y comenzó a cuestionarse la necesidad de esas vacaciones. La aterradora experiencia que había tenido en su casa se debió a un exceso de café. Tal vez se dejó llevar por el pánico. Ahora sentía que volvía a ser el de siempre. Entonces, ¿por qué continuar sus vacaciones? Un asesino en serie andaba suelto por Shanghai, pero él estaba leyendo junto a la piscina, en un complejo de vacaciones a cientos de kilómetros de distancia, pensando en imágenes poéticas de carácter romántico.

Al menos debería escribir unas cuantas páginas más de su trabajo de literatura, así que abrió su cuaderno y empezó a anotar algunas frases para la conclusión.

En la sociedad china tradicional, la institución de los matrimonios concertados conllevaba hostilidad hacia el amor romántico. Sin embargo, ¿cómo pudieron surgir todas esas historias de amor? Aunque Chen sólo había analizado tres, había muchas más. La publicación y la difusión de estos relatos contrarios a la norma social de los matrimonios concertados, debería haber sido imposible…

Lo interrumpió un camarero que, tras reconocerlo como el «distinguido huésped» de la sala del banquete, se acercó con una botella de vino en una cubitera.

Quizá forme parte del servicio habitual en el complejo, pensó Chen.

– Lo siento, no llevo encima el vale.

– No se preocupe, señor -respondió el camarero, depositando la cubitera sobre una mesita junto a su silla reclinable-. Invita la casa.

Chen le indicó por señas que sirviera primero una copa a la mujer sentada en la silla de al lado.

– «Un forastero solitario, muy lejos de su hogar» -dijo Chen, citando un verso de un poema de la dinastía Tang.

– Bueno, mi media naranja se ha ido a una reunión de negocios -respondió ella inclinándose hacia Chen por encima de la mesita, lo que acentuaba la turgencia de sus pechos-. Así que me ha dejado aquí sola.

La marea siempre cumple

su palabra de que volverá.

De haberlo sabido,

me habría casado con un joven que surcara la marea.

Era una cita de otro poema de la dinastía Tang, la primera mitad del cual rezaba así:

¡Cuántas veces

me ha decepcionado

este mercader de Qutang tan ocupado

desde que me casé con él!

Una cita sorprendentemente inteligente que revelaba su capacidad de burlarse de sí misma al insinuar que su marido era un hombre ocupado e insensible, y que ella se sentía muy sola aquí.

– Pero un hombre joven que surcara la marea no podría permitirse traerla a un lujoso complejo de vacaciones.

– Eso es muy cierto, y muy triste. Me llamo Sansan. Doy clases de estudios sobre la mujer en la facultad de Magisterio de Shanghai.

– Yo me llamo Chen Cao. Soy estudiante a tiempo parcial en la Universidad de Shanghai.

– Me gusta viajar, por eso me considero afortunada de tener un marido capaz de pagar estas vacaciones. Por cierto, ¿de verdad está interesado en hacer carrera en el mundo académico?

– Bueno, lo cierto es que no lo sé -respondió Chen-. Usted acaba de citar un verso sobre la posición social de una mujer en la dinastía Tang. En aquella época, puede que esa mujer no tuviera la capacidad de elegir. ¿Cree que el problema se debía a su matrimonio concertado?

– ¿A un matrimonio concertado? No, creo que es una explicación demasiado simplista. El matrimonio de mis padres fue concertado. Un matrimonio muy feliz, por lo que yo sé -explicó Sansan, sirviéndose otra copa de vino-. Pero piense en la cantidad de divorcios que hay hoy en día entre parejas jóvenes que se han jurado amor eterno junto a mares y montañas.

– ¡Menuda afirmación viniendo de una profesora de estudios sobre la mujer! -exclamó Chen-. Los clásicos confucianos no mencionan otro tipo de matrimonio que no sea el concertado, por eso me pregunto cómo pudo vivir el pueblo chino durante dos mil años sin hablar del amor romántico.

– Bueno, todo depende de la interpretación que le dé. Si se la cree, me refiero a la interpretación de que los padres comprenden a los jóvenes y siempre defienden sus intereses, entonces vivirá de acuerdo con esta creencia. Lo mismo sucede en la actualidad: si cree que una base material es esencial para cualquier superestructura, en la que el amor romántico es como un jarrón decorativo sobre la repisa de la chimenea, entonces no le sorprenderán los anuncios clasificados de todas esas mujeres que buscan millonarios en nuestros periódicos.

– Este es sin duda un tipo de socialismo muy chino.

– Y que lo diga. ¿Cree que el amor es algo que siempre ha existido, desde tiempos inmemoriales? -preguntó Sansan con cinismo-. Según la obra de Denis de RougemontEl amor y Occidente, el amor romántico no existió hasta que lo inventaron los trovadores franceses.

Chen sintió un escalofrío al notar el perfume de su cabello. Durante los últimos años, mientras se ocupaba de un caso tras otro, no había tenido demasiado tiempo para leer, mientras que ella, como muchos otros, había leído libros de los que Chen ni siquiera había oído hablar. «Siete años en lo alto de las montañas, miles de años abajo en el mundo.» Quizás era demasiado tarde para ponerse a soñar con otra profesión.

– ¿Así que está leyendo clásicos confucianos para un trabajo sobre el matrimonio concertado? -preguntó Sansan.

– He estado leyendo unas cuantas historias de amor clásicas, y todas tienen un aspecto en común. Inevitablemente, las heroínas parecen estar demonizadas de una forma u otra, y el tema amoroso queda así deconstruido. -Después añadió-: Usted es una experta en este campo. ¿Me lo podría aclarar?

– Me gusta su forma de explicarlo: la demonización de las mujeres y la deconstrucción del amor -observó ella-. Hace mucho tiempo, Lu Xun dijo algo al respecto. Los chinos siempre culpan a las mujeres. La dinastía Shang se vino abajo a causa de la concubina imperial Da; el rey Fucha perdió el control, y también su reino, por la hermosa Xishi; el ministro Dong Zhu cayó presa de los encantos de Diaochan. La lista podría ser mucho más larga. Incluso hoy, culpamos a la señora Mao de la Revolución Cultural, aunque todo el mundo es consciente del hecho de que, sin Mao, la señora Mao no habría sido más que una actriz de películas de serie B.

– Eso no sucede únicamente en China -puntualizó Chen-. En Occidente hay un concepto similar, el de lafemme fatale. Y también existen las historias de vampiros, como ya sabe.

– Tiene razón. Pero ¿se ha fijado en que hay una diferencia? Los vampiros son seres tanto masculinos como femeninos. ¿Se le ocurre algo similar en este caso? Además, lafemme fatale no es la imagen más habitual de las mujeres en la corriente principal del pensamiento occidental, ni la más importante en el discurso dominante u oficial.

– Eso es cierto. El matrimonio concertado fue sin duda una parte intrínseca del confucianismo. Entonces, ¿cree que todas estas historias acabaron distorsionadas por la influencia de las ideologías dominantes?

– Y todas esas mujeres tan bellas tienen que ser anuladas, de un modo u otro. Es inevitable.

– Es inevitable -repitió Chen, mientras volvía a pensar en el caso.

Puede que los escritores fueran tan incapaces de controlarse como los asesinos en serie. Según la crítica literaria posmoderna, los individuos son hablados por el discurso, más que a la inversa. Una vez un discurso particular ejerce el control, o, como reza una expresión china, una vez el diablo se apodera del corazón, es el diablo el que actúa, sin que el hombre pueda evitarlo. Según la teoría freudiana, las acciones del hombre están dictadas por su subconsciente, o por el inconsciente colectivo. Sería muy fácil tildar al asesino de chiflado, pero sería difícil, aunque necesario, descubrir qué sistema discursivo le dictaba llevar a cabo los asesinatos, y cómo se había implantado dicho sistema en él.

– Por ejemplo, enFlor de ciruelo en un jarrón dorado -siguió diciendo Sansan, creyendo que la expresión absorta de Chen se debía a su explicación-, Ximenqin tiene que morir porque ha mantenido relaciones sexuales con demasiadas mujeres, y la historia acaba con una imagen final de su semen manando sin cesar en la boca de Pan Jinlian, la furcia desvergonzada que, literalmente, se lo sorbe hasta dejarlo seco.

– Sí, me acuerdo de esa parte.

– Y en otra novela,Almohadón de carne, el héroe acaba castrándose porque no puede resistir la atracción sexual de las mujeres.

Por lo que se veía, el trabajo de Sansan se centraba en la representación injusta de las mujeres. La conversación estaba resultando muy productiva para su trabajo de literatura, porque indirectamente apoyaba su tesis.

– Sí, se me ocurren varias expresiones frecuentes que respaldan esa idea -apuntó Chen-.Hongyan huoshui, funesta agua de belleza, y meiren shexie, guapa mujer mitad serpiente y mitad araña.

Esos razonamientos le parecieron alentadores. De hecho, tal vez aquel tema no se hubiera investigado antes. No de manera específica, al menos. El suyo era un trabajo original, tal y como había dicho el profesor Bian.

– Las expresiones tienen un significado más que evidente -afirmó Sansan, y entonces cambió de tema-. Usted citó una frase de Wang Wei. Un forastero solitario. ¿Así que ha venido hasta aquí para escribir su trabajo de literatura?

– Bueno, en parte he venido por esa razón. -Y añadió-: Estaba algo estresado, y pensé que me vendrían bien unas vacaciones.

Después la conversación derivó hacia otros temas.

– Cuando el único criterio para sopesar la valía de un hombre es su dinero, ¿cuánto tiempo puede uno esperar ocultarse en algo como la poesía de la dinastía Tang? Durante una mañana romántica, quizá. Por eso mi marido, que siempre ha ganado dinero, puede ser tan importante para mí. -Después agregó-: No sea tan duro consigo mismo. Reprimirse no le irá nada bien.

Aquel comentario no se lo esperaba. Parecía un eco freudiano, y se sentía un tanto incómodo con ella. No porque se mostrara algo cínica, ni porque fuera feminista. La mirada de Chen se posó en la esclava de hilo de seda roja con cascabeles de plata que Sansan llevaba alrededor de su bonito tobillo.

Aspirando profundamente, consiguió disipar las ideas que lo confundían. No era un erudito, y puede que ése no fuera su destino, ni tampoco un «bolsillos llenos» que tenía una aventura en un hotel de lujo. No era el hombre que Sansan imaginaba.

Sólo era un policía que viajaba de incógnito y disfrutaba de unas vacaciones pagadas por otra persona.

Chen se fijó en que la piscina comenzaba a vaciarse. Quizá ya era hora de cerrarla al público.

– Esta noche habrá un baile aquí. ¿Asistirá usted? -Su voz sonó suave bajo el sol de la tarde.

– Me encantaría -aseguró Chen-, pero puede que tenga que hacer varias llamadas.

¿Era una excusa profesional o su trabajo lo mantenía tan ocupado como al marido de ella?

– Nos alojamos en el mismo edificio, creo. Mi número de habitación es el ciento veintidós. Muchas gracias por el vino -dijo Sansan-. Hasta pronto.

– Adiós.

Chen contempló cómo se mecía su larga melena al alejarse. Al llegar a la curva del sendero, Sansan miró hacia atrás y saludó ligeramente con la mano.

– Adiós -dijo Chen de nuevo, y después, en voz tan baja que sólo él pudo oírla-: que se divierta esta noche.

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