Tras él, Alfric gritó una maldición. Una lanza destelló en el aire, no dándole por muy poco a la joven. Holger se quedó inmovilizado por el asombro.
—¡Llevadlo a la colina! —gritó Alfric.
Meriven tiró de su brazo. Tres fariseos se adelantaron como jugadores de fútbol. De pronto, una rabia estalló en Holger. Se lanzó al encuentro de éstos. Recibió al primero con un fuerte golpe, dejándolo caer con un gruñido y quedarse tumbado e inmóvil. Movió en círculo el puño derecho arrastrando a Meriven, y aplastó otro hermoso rostro. Al tercer guerrero lo esquivó. Apareció ante él un jinete, poniéndole la lanza casi en las costillas. Entonces Holger se soltó de Meriven, la levantó por encima de la cabeza y la lanzó contra el pecho del jinete. Ambos cayeron por encima de la grupa del caballo.
Tres caballeros se habían acercado a Alianora. Papillon se puso de manos y, golpeando con las patas delanteras derribó a uno de su silla. Girando, el enorme semental negro mordió a otro caballo de Faerie, que lanzó un relincho y se marchó al galope. El tercer jinete se lanzó contra Alianora. Esta sacó su espada y lo derribó al suelo.
—¡Ay! —gritó al ver que había saltado casi a los brazos de un señor fariseo vestido de terciopelo. Este la sujetaba y sonreía cuando ella trataba de liberarse. Pero de pronto sostenía un cisne. Y los cisnes tienen un temperamento cruel.
—¡Ay! —gritaba cuando el cisne le picoteaba en los ojos— ¡Aayyy! —añadió cuando un golpe de ala casi le rompe la mandíbula— ¡Ayuda! —gritó finalmente cuando ella le mordió un dedo, y soltándola escapó.
Los señores de Faerie se arremolinaron alrededor de Holger, cortando y empujando su cuerpo sin armadura. Estaba demasiado excitado para sentir las heridas. Una parte remota de sí mismo se maravillaba de la suerte increíble que le permitía salir de aquello con heridas menores. ¿Sería suerte? Golpeó con los nudillos al más cercano de sus enemigos, le arrebató la espada y comenzó a dar tajos a su alrededor. La hoja era más ligera que el hierro, podía moverla con una sola mano, pero el borde era afilado. Uno que portaba un hacha apuntó a su cabeza, desprovista de protección. Con la mano libre, Holger la cogió por el mango, se apoderó de ella y se lanzó contra los fariseos armados de hacha y espada. Papillon atacó a la multitud desde atrás, coceando, mordiendo, pisoteando, hasta llegar adonde estaba Holger. El pie de éste encontró un estribo. Montó y el corcel salió de allí al galope.
Escuchó unos cascos por detrás. Girando la cabeza, Holger vio que los caballeros montados lo perseguían. Sus animales eran más rápidos incluso que Papillon. El había dejado caer las armas que había capturado, y Alianora se había visto obligada a abandonar su lanza. Agachándose, cogió la espada y el escudo, que llevaba el caballo. Apenas tenía tiempo para ponerse la armadura que llevaba tras la silla.
El cisne aleteó a su lado. De pronto, se desvió bruscamente. Un águila golpeó el espacio en donde había estado ella. Holger levantó la mirada y vio que otras grandes aves descendían del cielo. Dios mío, se están conviniendo en águilas, van a cogerla ahora…
Alianora silbó, recorrió un trecho moviendo las alas y golpeó con el pico al pasar a dos de las águilas, dirigiéndose hacia el bosque. Convirtiéndose de nuevo en mujer, pudo encontrar abrigo frente a los ornitomorfos en el denso soto. ¿Pero sería entonces lo bastante rápida como para escapar a la persecución? Un caballo se puso a la altura de Papillon. Lo montaba el propio Alfric, con una espada en la mano. Su cabello largo y plateado caía enmarcando su rostro, que todavía sonreía. Muy alto por encima del ruido de los cascos, que invadía el aire, y de los cuernos de caza que sonaban, le llegó su grito:
—¡Veamos si realmente sois invencible, sir Olger de Dinamarca!
—¡Encantado! —respondió bruscamente el danés. Alfric se colocó a su lado derecho, en el que no llevaba el escudo, pero a Holger no le preocupó. Dejó caer su espada, que se encontró en el aire con la hoja de Faerie, más ligera. El arma de Alfric cayó por un lado, más allá de la guardia de Holger. Con una habilidad que desconocía que tuviera, Holger puso su borde bajo la empuñadura de luna creciente del enemigo y empujó con toda la fuerza de sus hombros contra la mano de Alfric. El duque perdió el arma. Lanzó un gruñido y acercó todavía más su caballo, tocando con su rodilla la de Holger mientras ambos galopaban. Lanzó la mano izquierda con la velocidad de una serpiente apresando la muñeca con la que el danés sostenía la espada. No podía resistir mucho tiempo a su oponente, más grande; pero necesitó poco tiempo para sacar la daga que llevaba en el cinto.
Holger giró en su propio asiento. No podía colocar en medio el escudo, pero colocó el borde sobre la mano con la que Alfric sostenía la daga. El duque gritó. De su piel brotó humo. Holger olió a carne quemada. El caballo blanco salió de estampida. ¡Por los cielos, era cierto lo que decían! El metabolismo de los hombres de Faerie no podía soportar el contacto del hierro.
Holger tiró de las riendas de Papillon y los terrones del suelo saltaron bajo sus cascos. Dándose la vuelta, puso de manos al corcel, ondeó la espada y gritó a los jinetes. —¡Venid a probarlo si queréis! ¡El que dé un paso al frente acabará tendido en el suelo!
Todos se detuvieron tan rápidamente como él, apartándose a un lado. Pero, a través de la luz crepuscular, Holger vio que algunos guerreros se lanzaban a pie hacia él, llevando arcos. Eso no le gustó. Podían quedarse lejos y cubrirlo de flechas. Sin pensarlo, se lanzó hacia ellos con la idea de romper la formación.
—¡Rah, rah, rah! —gritó—. ¡Tiiigre!
Ante su carga, los caballeros se apartaron. Los arqueros estaban de pie sobre el suelo. Oyó una flecha que pasó cerca de su cabeza.
—Jesu Kriste Fui Mariae…
¡Los fariseos gritaron! Espolearon sus caballos, lanzaron sus armas y corrieron a toda prisa escapando de él, como si se hubiera producido una explosión. Entonces también era cierto que no podían escuchar un nombre sagrado, pensó exultante Holger. Debería haberlo recordado. Sólo que… ¿por qué esa apelación que había gritado sin pensarlo estaba en latín?
Se sintió tentado de gritar tras ellos toda la jerarquía, pero decidió no abusar de su privilegio. Una oración sincera era una cosa; utilizar los grandes nombres en vano para obtener ventaja era otra, y quizá no le trajera suerte. (¿Pero cómo sabía eso? Bueno, el caso es que lo sabía.)
Hizo que Papillon girara hacia el oeste y gritó:
—¡Hi—yo, Plata!
Después de todo, resultaba que a las gentes de Faerie tampoco les gustaba la plata.
Algo brilló en la hierba. Detuvo el caballo, se inclinó y recogió el cuchillo que había dejado caer el duque Alfric. No parecía formidable, ni muy afilado, y en su mano pesaba como una pluma; pero en la hoja estaba escrito: La Daga Ardiente. Asombrado, y con la vaga esperanza de que pudiera ser un talismán útil, metió el arma en su cinto.
Pensó entonces en Alianora. Trotó por el borde de los bosques, llamándola, pero sin obtener respuesta. La exuberancia que sentía en su interior fue desapareciendo. Si la habían matado… por el fuego del infierno, pensó con ojos lacrimosos, lo que le importaba no era quedarse solo en ese mundo lleno de enemigos, lo que le importaba es que ella era una gran chica y le había salvado la vida. ¿Y cómo le había pagado él?, se preguntó sombríamente. ¿Qué tipo de amigo era él, atragantándose de comida, emborrachándose y haciendo el amor con mujeres extrañas mientras ella yacía sobre el frío rocío y…
—¡Alianora!
No había respuesta. Ningún sonido. El viento se había calmado, el castillo se había ocultado en unas nieblas que se elevaron rápidamente, el bosque era como muro de noche. No se movía nada salvo la niebla, nada hablaba, era el único ser vivo en toda la oscuridad. Pensó con inquietud que no podía quedarse allí. Los fariseos pensarían pronto algún medio para capturarlo. Podían llamar a aliados a los que no les molestara el hierro ni Dios. Por ejemplo, a Morgana le Fay. Si quería escapar, sería mejor hacerlo enseguida.
Cabalgó hacia el oeste por los límites del bosque, llamando a Alianora. La niebla fue haciéndose más densa, se elevaba de los torrentes y orillas blancas, apagando el sonido de los cascos de Papillon, sofocando casi su propio aliento. Unas gotas brillaban en las crines del caballo; su escudo estaba húmedo. El mundo fue cerrándose hasta que apenas podía ver a dos metros de distancia.
Un truco de Faene, pensó con miedo. De esa manera podían cegarlo; después, sería fácil vencerlo. Hizo que Papillon se pusiera al trote. A pesar del frío húmedo, tenía la boca seca. Vio algo frente a él, una forma vaga y pálida entre la niebla grisácea.
—¡Hola! —gritó—. ¿Quién anda ahí? ¡Presentaos o me lanzaré contra vos!
Como respuesta obtuvo una risa, pero no la risa perversa de Faerie, sino clara y juvenil. —Soy yo, Holger. Tuve que coger una montura. No podíamos recorrer ese largo camino montados los dos en tu caballo, y mis alas se fatigarían.
Apareció ante su vista, como una figura delgada y oscura vestida con una túnica de plumas. Las gotas de rocío destellaban en su cabello. Iba montada a lomos de un unicornio, sin duda el mismo que él había visto antes. Este lo contempló con precaución en sus ojos de ónice, y no se acercó a él. Montado delante de la chica estaba la forma encorvada de Hugi.
—Volví a recoger a éste —explicó Alianora—, y luego regresamos a los bosques y yo llamé a mi cabalgadura. Pero tendrás que llevarlo tú ahora, pues incluso en un camino tan corto Einhorn sólo puede llevarme a mí.
Holger se sintió totalmente avergonzado. Se había olvidado de Hugi. Y el duque Alfric, enojado, probablemente habría acabado pronto con el enano. Lo cogió de los brazos de Alianora y lo puso en su silla.
—¿Qué haremos ahora? —preguntó.
—Lo c’ai cacer es largarse pitando de este reino —gruñó Hugi—. Cuanto antes estemos en tierras honestas, mejores posibilidades de vivir para ver cómo termina este viaje zopenco.
—Cierto. Aunque temo que nos perdamos en la niebla.
—De vez en cuando volaré por encima para ver lo que hay—contestó Alianora—. Así podremos burlar a los que conjuraron la niebla.
Se marcharon al trote sobre la hierba húmeda, sin hacer ruido. Holger comenzó a sentir las consecuencias de la batalla. Tomaron la forma de la convicción de que era indigno. ¿Para qué valía él, salvo para meter a personas hermosas y llenas de recursos, como Alianora, en la situación de que peligrara su vida? ¿Qué había hecho él, incluso, para ganarse el pan que había comido hasta entonces? Era un simple inválido, un idiota holgazán que se mantenía vivo gracias a la caridad. Recordó una pregunta que había conmovido su mente:
—Hugi, ¿por qué era peligroso que fuera a esa colina?
—¿No lo sabéis? —preguntó el enano, enarcando sus gruesas cejas—. ¡Por eso os apartaron de mí! Para que no pudiera advertiros. Pues bien, sabed que el tiempo es extraño dentro de la Colina del Elfo. Os habrían podido tener allí en una noche de diversión, y al salir de nuevo aquí habrían pasado cien años. Entretanto, los habitantes del Mundo Medio habrían podido hacer lo que quisieran sin que vos os pusierais en su camino.
Holger se estremeció.
Aunque aquello arrojaba nueva luz sobre su propia posición. Era impensable que Alfric y Morgana hubieran seguido considerándole equivocadamente como el campeón cuyas armas llevaba. Por tanto, él mismo, Holger Carlsen, huérfano y exilado, era de alguna manera un punto decisivo de la crisis que se estaba produciendo. De qué manera, era incapaz de imaginarlo. Posiblemente el haber llegado de otro universo le daba… ¿qué? ¿Un aura? En cualquier caso las fuerzas del Caos tenían que ganarlo para su lado, y si no lo conseguían tenían que apartarlo de su camino.
Aquella pródiga hospitalidad, incluyendo la de Meriven, evidentemente había sido un ensayo al principio. También había servido para engañarlo mientras Alfric invocaba a Morgana le Fay y conferenciaba con ella. Evidentemente, habían decidido no correr riesgo y utilizar la ignorancia de Holger para mantenerlo en la Colina del Elfo durante uno o dos siglos.
¿Pero por qué no se habrían limitado a meterle un cuchillo en el pecho? Les podía haber resultado bastante sencillo. Ciertamente, el ataque del caballero hueco debió ser un intento. Y cuando fracasó, Alfric cambió de táctica y utilizó la astucia. ¿Pero cómo habría sabido de él el duque? Evidentemente, por la Madre Gerd. El demonio que ella invocó debió contarle algo sobre Holger que hizo que ella le dirigiera hacia su poderoso conocido de Faerie. Sin duda, ella envió noticias de él por medios mágicos. Debía esperar que Alfric se ocupara de ese asunto.
¿Pero qué había dicho el demonio? Y después de que el asesinato y la astucia fracasaran, ¿qué intentaría ahora el Mundo Medio?
En cualquier caso, el camino de regreso a su propio mundo estaba cerrado. Tendría que cambiarlo por otro. Y, a juzgar por lo que había visto y oído, había tantos magos blancos como negros. Quizá pudiera consultar a uno de ellos. No tenía ninguna intención de mezclarse con las luchas de este mundo si podía evitarlo. ¡Las guerras de una en una, por favor! Alfric habría hecho mejor en actuar honestamente y en enviarlo a su casa tal como le había pedido.
Pero Alfric era totalmente incapaz de dicha consideración. Algo rió en la niebla, bajo y horrible. Holger se sobresaltó. Hugi se llevó las manos a las orejas. Oyeron pasar por encima unas alas de cuero. Pero todo lo que podían ver era la niebla gris.
—Eso parece estar delante de nosotros —murmuró Holger—. Si giramos hacia un lado…
—No —los labios de Alianora temblaban, pero habló valientemente—. Es un truco para apartarnos del camino. En cuanto nos perdiéramos en esas nubes careceríamos verdaderamente de esperanza.
—De acuerdo —añadió Holger con una voz arenosa—. Yo iré primero.
Era una cabalgada que destruía los nervios, en la que las formas pasaban deslizándose y resbalando en el límite de la vista, en la que el aire estaba cargado de susurros y siseos, de aullidos y risas. En una ocasión apareció ante él un rostro ciego y horrible. Se quedó colgando en el vapor y desapareció. Holger siguió tenazmente hacia adelante y el rostro retrocedió ante él. Hugi cerró los ojos y cantó:
—He sido un enano guía. He sido un enano guía. He sido un enano guía.
Cuando la niebla se levantó, creyeron que había pasado una eternidad. Estaban en la frontera de la tierra crepuscular. Papillon y el unicornio fueron los primeros en oler el sol. Rompieron a galopar, y relincharon ante la luz.
El momento era cercano al anochecer. Salieron por un punto diferente por aquel por el que habían entrado. Las sombras largas de los peñascos y las coníferas caían sobre las colinas cubiertas de aulagas. El viento era más ralo y frío alrededor de Holger; escuchó el resonar de una cascada. Y sin embargo, después de unos días en Faerie —¿cuántos?—, el mundo natural que veía captó el corazón del hombre.
—Los fariseos pueden perseguirnos después del anochecer —explicó Alianora—. Pero sus hechizos serán menos fuertes aquí fuera, por lo que nuestras esperanzas son mayores.
Su tono estaba cargado de fatiga. Holger comenzó a sentir lo cansado que estaba también él.
Pidieron a sus monturas que siguieran avanzando, para estar lo más lejos posible antes de la caída del sol. Acamparon en la cumbre de una pendiente llena de pinos. Holger cortó con la espada dos arbolitos e hizo con ellos una cruz, que plantó cerca del fuego que mantendrían toda la noche. Las precauciones de Hugi fueron más paganas: un círculo de piedras y objetos de hierro puestos con encantamientos.
—Creo que ahora sobreviviremos la horas oscuras —dijo Alianora a Holger, sonriéndole—. Todavía no he dicho lo valiente que fuisteis al combatir allí en el castillo. ¡Fue una magnífica vista!
—Bueno, uh, uh, gracias.
Holger se miraba los pies, con los que daba golpecitos en el suelo. Realmente no le importaba que le admirara una hermosa joven, pero… no estaba seguro. Para cubrir su confusión, se sentó y examinó la daga que le había ganado a Alfric. Un mango de hueso y una empuñadura de cesta desproporcionadamente grande estaban fijos a una hoja delgada que Holger pensó que debía ser de magnesio. El metal puro era demasiado blando para que el arma fuera muy buena, por no mencionar que era inflamable; pero como era evidente que a Alfric le gustaba el cuchillo, Holger se lo quedaría. Revolvió en la bolsa de la silla de montar y, al lado de algún equipamiento doméstico, como un frasco de aceite, encontró una misericordia[2] adicional. Hugi podría llevarlo sin envainar. Holger metió la hoja de magnesio en su cinto, cerca del cuchillo de acero. Para entonces, Alianora había preparado la cena con los suministros que quedaban.
La noche cayó sobre ellos. Holger, que se encargaría de la tercera ronda de vigilancia, se tendió cuan largo era sobre las suaves agujas del piso del bosque. El fuego ardía bien, y daba calor y una luz rojiza. Uno a uno, sus nervios se fueron tranquilizando. Pero no podía quedarse dormido. No en esas circunstancias. Y era malo, porque necesitaba dormir…
Despertó con una sacudida. Alianora lo estaba agitando. Bajo la luz inquieta, vio sus ojos enormes. Su voz era un susurro seco.
—¡Escucha! ¡Hay algo ahí fuera!
Se levantó con la espada en la mano y miró hacia la oscuridad. Sí, también podía oír el ruido que hacían muchos pies, y vio el brillo luminoso de unos ojos inclinados.
Un lobo aulló muy cerca. Dio un salto y dejó caer la espada. Le respondió una risa, aguda y horrible.
—In nomine Patris —gritó, y los ruidos se burlaron de él. O bien aquellas cosas eran inmunes a los nombres sagrados, o no estaban lo bastante cerca como para que los hirieran. Probablemente lo primero. Cuando sus ojos se adaptaron, vio las sombras. Se deslizaban alrededor del círculo encantado. Eran monstruos.
Hugi se agachó junto al fuego; le castañeteaban los dientes. Alianora gimió y se deslizó bajo el brazo libre de Holger. Sintió que ella se estremecía:
—Ten calma —le dijo.
—Pero los enviados —dijo jadeante—. ¡Hay grupos de la noche por todas partes, Holger! Nunca hasta ahora me habían asediado. No puedo mirar.
Enterró el rostro en el hombro de Holger. Apretó con los dedos el brazo de éste hasta clavarle las uñas.
—También esto es nuevo para mí —dijo él. Le resultaba curioso no tener miedo. Los merodeadores eran horribles a la vista, desde luego, ¿pero por qué mirarlos? Especialmente cuando podía mirar en cambio a Alianora. ¡Daba gracias a Dios por tener un temperamento flemático!—. No pueden llegar a nosotros, querida. Si pudieran, lo habrían hecho. Por tanto es que no pueden.
—Pero… pero…
—He visto ríos detenidos por una presa que podrían ahogar un valle entero. Pero nadie se preocupaba. Sabían que la presa lo sujetaría.
En privado, se preguntó cuál sería el factor de seguridad de los encantamientos del campamento. Sin duda los magos de este mundo tendrían el equivalente del Rubber Handbook, con tablas de esos datos. Y si no, harían muy bien en tenerlos. El tenía que moverse a la buena de Dios y conjeturando, pero de alguna manera —¿otro recuerdo enterrado?— sentía que sus defensas eran lo bastante fuertes.
—Sólo tómatelo con calma —dijo—. Estaremos muy bien. Lo único que pueden hacer es mantenernos despiertos con ese ruido infernal.
Ella seguía temblando, y por eso él la besó. Ella respondió con inseguridad, con la torpeza de la inexperiencia. El sonrió a las huestes del Mundo Medio. Si iban a sentarse a mirarlo, esperaba que aprendieran algo.