5

Partieron por la mañana, Holger y Hugi montando a Papillon. Alianora volaba por encima en forma de cisne, trazando curvas, elevándose y desapareciendo tras los árboles, para reaparecer lanzándose hacia arriba. El espíritu del hombre se animó con el sol. Al menos había llegado a alguna parte y parecía estar en buena compañía. Al mediodía, la dirección que habían seguido hacia el este les llevó muy alto en las colinas, hasta una tierra barrida por el viento y llena de rocas, cascadas y barrancos, unas hierbas largas y duras y arbustos nudosos. Para Holger, el horizonte que tenía por delante parecía más oscuro de lo que debiera.

Hugi rompió a cantar una canción obscena. Para ponerse a su nivel, Holger cantó baladas como El calderero de Escocia y El rey bastardo de Inglaterra, traduciéndolas con una facilidad que le sorprendió. El enano reía toscamente. Holger había empezado a cantar Les trois orfévres cuando una sombra cayó sobre él y, al levantar la vista, vio al cisne volando arriba en círculos, escuchando con interés. Dejó de cantar.

—Eh, seguid —le pidió Hugi—. Es una rara y gran canción.

—He olvidado el resto —dijo Holger en voz baja.

Temía encontrarse con Alianora cuando se detuvieran para almorzar. Lo hicieron en una espesura que cubría la boca de una cueva. La joven fue alegremente hacia él, en forma humana.

—Sois muy entonado —sir Holger, dijo ella sonriendo.

—Ummm… os lo agradezco —murmuró.

—Me gustaría que recordarais lo que le sucedió a los tres orfebres —dijo ella—. Fue descortés por vuestra parte dejarlos allí en el tejado.

Holger la miró fijamente. Sus ojos grises eran totalmente cándidos. Bueno, como había pasado su vida entre las pequeñas gentes terrestres… pero aun así no se atrevía.

—Trataré de recordarlo —dijo con falsedad.

Los matorrales que tenían tras ellos se agitaron y vieron salir de la cueva a un ser. Al principio, Holger pensó que estaba deformado, pero luego decidió que debía ser un miembro normal de una raza no humana. El cuerpo era algo más alto que el de Hugi, y mucho más ancho, con unos brazos musculosos que le colgaban hasta la rodilla, que llevaba dobladas; la cabeza era grande y redonda, de nariz aplastada, orejas puntiagudas y una hendidura como boca; la piel no tenía pelo y era grisácea.

—Vaya, es Unrich —gritó Alianora—. No pensaba que llegaras tan arriba.

—Ey, ay, estar aquí, sí estar —el ser se agachó y contempló a Holger con unos ojos circulares. Sólo llevaba puesto un delantal de cuero y transportaba un martillo—. Estar… nosotros… abriendo pozo nuevo allí —dijo señalando el territorio circundante—. Haber oro en esas colinas.

—Unrich pertenece a los níqueles —explicó Alianora, y Holger llegó a la conclusión de que debía tratarse de una tribu de enanos de montaña, y no de una clase de monedas ni de una aleación—. Lo conocí por medio de las familias de tejones.

El recién llegado estaba tan ávido de noticias y rumores como parecían estarlo todos por allí. Hubo que contar la historia de Holger desde el principio. Al final, el níquel agitó la cabeza y escupió.

—No ir ahora a buen lugar. No bueno ahora que el Mundo Medio estar reuniendo todos ejércitos.

—Vaya —dijo Hugi—. Vamos a tener una fría bienvenida en donde Alfric.

—Contar que elfos y trolls han hecho alianza —dijo Unrich—. Y cuando esos clanes unirse, grandes problemas haber.

Alianora frunció el ceño.

—No me gusta esto —le dijo a Holger—. Los brujos van saliendo con mayor audacia al extranjero, llegando incluso hasta el corazón del Imperio, según he oído. Es como si hubiera desaparecido el baluarte de la Ley, por lo que Caos puede salir libremente al mundo.

—Haber puesto un hechizo santo a Cortana, pero no ser muy útil y nadie capaz de sostenerlo en donde levantarse —dijo Unrich con un cierto alivio pesimista.

Cortana, pensó Holger. ¿Dónde había oído antes ese nombre?

Unrich buscó en un bolsillo de su delantal y, ante la sorpresa de Holger, sacó una tosca pipa de arcilla y un saquito de algo que parecía tabaco. Prendiéndole fuego con pedernal y acero, inhaló el contenido profundamente. Holger le observaba con deseo.

—Es un truco de dragón, el que respires fuego —dijo Hugi.

—Mi gustar —respondió Unrich.

—Y con toda la razón —intervino Holger—. Una mujer es sólo una mujer, pero un buen cigarro es una fumada.

Todos se quedaron mirándole.

—Nunca oí a ningún humano llamar así al demonio —dijo Alianora.

—Déjame una pipa —dijo Holger—. ¡Y mirad!

—Esto es demasiado para perdérselo.

Unrich volvió a meterse en la cueva y regresó con una pipa grande. Holger la apretó con firmeza, cogió fuego y sopló felices nubes. No creía estar fumando tabaco, era tan fuerte como el mismo diablo, pero no peor que lo que había tenido en Francia antes de la guerra, o mientras estuvo en Dinamarca. Hugi y Unrich le miraban con ojos desorbitados. Alianora rompió a reír a carcajadas.

—¿Cuánto quieres por esto? —preguntó Holger—. Te daré uno de los mantos de repuesto por la pipa, con el pedernal y el acero y una bolsa de tabaco… de hoja de fumar.

—¡Aceptar! —dijo Unrich enseguida. Holger comprendió que había podido realizar un mejor trato. Qué importaba.

—Tendrás la decencia de añadir algo de comida para nosotros —dijo Alianora.

—Bueno, dar lo que pedir —dijo Unrich y desapareció de nuevo. Alianora se quedó mirando con conmiseración a Holger.

—Los hombres no sois prácticos para ganaros el pan —dijo con un suspiro.

Con una hogaza de pan, queso y carne ahumada volvieron a ponerse en marcha. Aunque la zona se iba haciendo más salvaje y difícil, Papillon no parecía cansarse. Por el este, la oscuridad se levantaba ante ellos conforme avanzaban, como un muro vago. Cercana la noche, se detuvieron en lo que debía ser la cresta de la cordillera; más abajo, las pequeñas colinas descendían hasta los pinares. Alianora se puso a construir diestramente un abrigo de mimbres trenzados, mientras Hugi se entretenía en preparar la cena. Holger se sintió inútil. Pero disfrutó viendo moverse a la joven.

—Mañana entraremos en Faerie —dijo ella cuando se sentaron alrededor del fuego, con la noche ya caída—. Después, estaremos en manos del destino.

—¿Por qué está tan oscuro en esa dirección? —preguntó Holger.

Alianora se quedó mirándole.

—Verdaderamente que sois de muy lejos, o eso u os han hechizado. Todos saben que los fariseos no pueden soportar la luz del día, por lo que en su reino siempre hay crepúsculo —añadió con una mueca. El fuego hacía resaltar su rostro joven con un color rojizo sobre la negrura que traía el viento—. Si gana Caos, quizá se asiente el crepúsculo en todo el mundo, y ya no habrá más luz del sol brillante, ni hojas verdes ni flores. Ay, supongo que ciertamente estoy con la Ley —añadió antes de detenerse—. Y sin embargo, Faerie tiene una extraña belleza. Lo veréis por vos mismo.

Holger la miró a través de las llamas. La luz brillaba en sus ojos, acariciaba sus cabellos y las curvas suaves de su cuerpo, después la envolvió en un manto de sombra.

—Si no soy descortés —se aventuró—, no puedo entender que una joven hermosa como vos viváis en estas tierras salvajes entre… entre gentes que no son como vos.

—Ah, no es esto un acertijo difícil —dijo ella mirando las brasas. El apenas podía escuchar su voz por encima del viento de la noche—. Los enanos me encontraron cuando era un bebé, acostada en el bosque. Quizá era la hija de un propietario, robada en las hostilidades que asolan continuamente estas marcas. Los ladrones pensaron criarme como esclava, pero se cansaron de la idea y me dejaron. Entonces las gentes pequeñas y los animales, sus hermanos por juramento, me criaron. Fueron bueno y amables, y me enseñaron muchas cosas. Al final me dieron este disfraz de cisne, que dicen perteneció en otro tiempo a las valquirias. Con su poder, yo, aunque no había nacido con una forma fuerte, sino de un tipo humano común, puedo cambiar como habéis visto, y así puedo vivir a salvo. Los enanos me dijeron que podía ir adonde quisiera. Pero no me importaban mucho los salones llenos de humo de los hombres. Mis amigos estaban aquí, y sólo necesitaba el espacio y el cielo para estar contenta. Esa es toda la historia.

Holger asintió, lentamente.

Entonces fue ella la que le miró.

—Sólo nos habéis contado un poco sobre vos mismo —dijo ella con una sonrisa insegura—. ¿Dónde está vuestro hogar, y cómo llegasteis aquí sin atravesar las tierras de los hombres ni el Mundo Medio, y sin saber lo que ellos son?

—También a mí me gustaría saberlo —respondió Holger.

Hubiera querido contarle la historia entera, pero reprimió el impulso. Probablemente, ella no podría entenderla. Además, quizá fuera prudente reservarse algunos secretos.

—Pienso que me han lanzado un hechizo —dijo—. He vivido tan lejos de aquí que nunca oí hablar de estos lugares. Y de pronto, aquí estaba.

—¿Y cuál es el nombre de vuestro reino? —insistió ella.

—Dinamarca —dijo, arrepintiéndose enseguida al oír que ella exclamaba:

—¡Pero yo he oído hablar de vuestro reino! Aunque está lejos de aquí, tiene gran fama. Un país cristiano, al norte del Imperio, ¿no es así?

—Bueno… bien… no creo que sea la misma Dinamarca —¡difícilmente!, pensó—. La mía está en… bueno… —no quería decirle una mentira completa. Un momento; pensó en sus viajes por Estados Unidos—. Me refiero a un lugar de Carolina del Sur.

Ella le miró ladeando la cabeza.

—Creo que estáis ocultando algo. Pues bien, como deseéis. Los de la frontera hemos aprendido a no ser demasiado curiosos —dijo bostezando—. ¿Nos acostamos?

Se metieron juntos en el abrigo, buscando el calor humano conforme la noche se iba haciendo más fría. Varias veces, Holger despertó con un estremecimiento y sintió a su lado la respiración de Alianora. Era una joven muy dulce. Si no llegaba a encontrar el camino de regreso…

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