10

El enemigo se fue antes del amanecer. Hugi dijo que tenían que regresar a sus guaridas con tiempo suficiente. Holger se preguntó la razón por la que no podían soportar la luz del sol. ¿La radiación actínica? En ese caso, le gustaría tener una lámpara ultravioleta.

¡Un momento! Eso explicaba la daga de magnesio de Al—fríe. Sólo incidentalmente la daga era un arma destinada a clavarla. Si presionaba con fuerza con ella a sus rivales del Mundo Medio el duque podría encender el metal. La empuñadura ocultaría su mano de la intensa emisión ultravioleta; sin duda sujetaría con la otra mano un manto con el que cubrirse el rostro. Sus oponentes tendrían que huir. Bien, tal ayuda de emergencia era bueno, también para un hombre mortal.

Como sólo habían dormido a ratos, Holger, Hugi y Alianora se tomaron dos o tres horas más de sueño antes de desayunar. Cuando el danés despertó, descubrió que estaba desnudo. Las prendas de Faene habían desaparecido. Eso era bastante desagradable por parte de Alfríc, pensó. Por fortuna, Alianora seguía dormida.— y no es que supusiera que ella se habría sentido molesta, pero él si. Se puso sus antiguas ropas de viaje, incluyendo la larga cota de mallas y el casco. Sintiéndose más recuperado de lo que esperaba, se dispusieron a seguir cabalgando. Alianora seguía conservando el unicornio; Holger se preguntó por cuál sería su influencia sobre el tímido animal.

—Deberíamos irnos —dijo.

—Lo que sé con seguridad es que sería mejor que buscáramos alojamientos de hombres —contestó ella—. Es evidente que Faerie te busca, Holger —ahora utilizaba el pronombre de la intimidad, y le sonreía adorándolo—. Pero los que no tienen alma no pueden ir a una iglesia, por lo que al menos podríamos obtener un respiro. Después, sin embargo, tendremos que buscar la protección de una magia poderosa, magia blanca.

—¿Dónde?

—Conozco a un brujo en el pueblo de Tarnberg, de buen corazón y algo de habilidad. Creo que deberíamos ir hacia allí.

—De acuerdo. ¿Pero y si esa maravilla local descubre que no puede hacer nada contra los bateadores de la gran liga? —Holger se dio cuenta de que el asombro empezaba a traslucirse en la mirada de ella, y se explicó rápidamente—: Quiero decir que supongamos que un mago campesino como ése no puede ponerse a la altura de expertos como Alfric y Morgana le Fay.

—Entonces creo que deberías buscar el Imperio. Está muy lejos hacia el oeste, tras un viaje duro y peligroso, pero darán la bienvenida a un caballero fuerte —dijo Alianora, suspirando y con la mirada neblinosa—. Y desde los tiempos de Cari no ha habido nadie como tú.

—¿Quién era ese Cari? —preguntó él—. Ya he oído ese nombre antes.

—Bueno, el fundador del Sacro Imperio. El rey que fortaleció la cristiandad y expulsó a los sarracenos hasta España. Cari el grande, Carolus Magnus, claro que has tenido que oír hablar de él.

—Bueno… quizá sea así —dijo Holger, buscando en su mente. Era difícil saber qué parte de su conocimiento procedía de su educación y qué otra parte de esos recuerdos inexplicables que cada vez con mayor frecuencia surgían dentro de él—. ¿Te refieres a Carlomagno?

—Así lo llaman algunos. Ya veo que su fama ha llegado incluso a tu Carolina del Sur. Se cuenta que tenía a su servicio a muchos caballeros audaces, aunque yo sólo he oído relatos de ese Rolando que cayó en Roncesvalles.

El cerebro de Holger se puso a girar. ¿Estaba realmente en el pasado? No, era imposible. Y sin embargo, Carlomagno era con seguridad una figura histórica.

Ah, lo tenía. El ciclo carolingio, las Chansons de Geste, los romances en prosa medieval y las baladas populares. Sí, eso ajustaba. La tierra de las hadas y los sarracenos, doncella cisne y unicornio, brujería y la Colina del Elfo, Rolando y Oliver… ¡Por Judas! ¿Es que de alguna manera había caído en un… un libro?

No, eso no tenía sentido. Era mucho más razonable seguir suponiendo que se trataba de otro universo, un continuo espacio—temporal completo con sus propias leyes naturales. Si podía existir un número suficiente de esos universos, uno de ellos podría adaptarse a cualquier pauta arbitraria, como la de la leyenda prerrenacentista europea.

Aunque las cosas no podrían ser tan simples. Su irrupción en el cosmos no había podido producirse al azar, sin razón alguna; muchos elementos de sus dos experiencias resultaban mutuamente apropiados. Por tanto, entre su mundo nativo y éste existía alguna conexión. No sólo mostraban paralelismos la astronomía y la geografía, sino los propios detalles de la historia. El Cari de este mundo quizá no fuera idéntico al Carlomagno del suyo, pero habían cumplido ambos papeles que se correspondían. Los místicos, soñadores, poetas y escritores de alquiler de su hogar, de alguna forma inconsciente, sintonizaban con la fuerza que vinculaba ambos universos; el cuerpo de historias que gradualmente habían ido sacando había sido un trabajo de información mejor del que pensaban.

Sin duda estaban implicados más de dos continuos. Quizá lo estuvieran todos. Los innumerables universos estelares podrían ser facetas distintas de una existencia trascendental. Holger no llevó más lejos esa idea. Tenía cuestiones más inmediatas. ¿Qué más podía identificar en este mundo?

Bueno, Hugi había hablado de Morgana como la hermana del rey Arturo. ¡Arturo! Holger deseó haber leído más atentamente los viejos relatos. Sólo tenía de ellos un oscuro recuerdo infantil.

En cuanto al resto, veamos, entre los paladines de Cari se incluían Rolando, Oliver, Huon y… vaya. ¿De dónde recordaba a Huon? El extraño y oscuro rostro surgió en su mente, el humor sardónico que tan a menudo había irritado a los demás. Huon de Bordeaux, sí, finalmente se había convertido en rey, duque o alguna otra cosa en Faerie. ¿Pero cómo sé eso?

Un gruñido de Hugi rompió su cadena de pensamientos. Esos recuerdos que apenas si había captado escaparon rápidamente de su mente.

—Buen viaje vaser éste si por las noches nos tenemos que quedar escuchando cómo aúllan esos bestias de patas largas fuera del círculo de fuego.

—No, creo que no seguirán con eso —respondió Alianora—. De nada les vale, ahora que tienen que estar ocupados reuniendo sus huestes para la guerra —añadió frunciendo el ceño—. Pero creo que intentarán alguna otra cosa. Alfric no se rinde ante su presa.

Esa idea no resultaba muy agradable.

Ascendieron más por las colinas, dirigiéndose hacia el noroeste, conducidos por la chica. Al mediodía, estaban muy arriba. Allí la tierra estaba formada por riscos, pedruscos y cantos rodados, una hierba que parecía alambre, de vez en cuando, un árbol bajo y retorcido. La vista era buena a ambos lados, desde la oscuridad de Faerie hasta las altas cumbres que tenían que cruzar, y por abajo hasta los cañones que resonaban con el ruido de los ríos glaciales. El cielo era claro, cruzado por nubes desechas, y la luz fría y brillante.

Al detenerse a comer buscaron el abrigo de un promontorio. Holger, mordisqueando una rodaja de pan duro como la piedra y un trozo de queso correoso, no pudo resistir la tentación de decir:

—¿Dinamarca es la única tierra de la creación donde saben hacer un bocadillo decente? Si tuviera una rebanada delgada de pan de centeno, gambas pequeñas, huevos y…

—¿También cocinas? —preguntó Alianora, mirándolo con respeto.

—Bueno, no exactamente, pero…

Alianora se estrechó contra él. Eso le resultó a Holger un poco desconcertante, pues había crecido con la idea… o la ilusión… de que es el hombre el que toma la iniciativa.

—Si tenemos oportunidad —murmuró ella—, conseguiré lo que necesitas y tendremos una fiesta, para los dos solos.

—Uhm —dijo Hugi—. Creo que voy a echar un vistazo por ahí.

—¡Ey, vuelve! —gritó Holger, pero el enano ya había dado la vuelta al promontorio.

—Es un buen hombrecito —dijo Alianora, poniendo los brazos alrededor del cuello de Holger—. Sabe cuando una chica necesita consuelo.

—Oye, espera un momento. Mira, quiero decir, eres estupenda y me gustas muchísimo. Pero lo que quiero decir… oh, cielos. No importa —consiguió decir Holger.

Hugi se presentó de pronto ante ellos.

—¡Un dragón! —gritó—. ¡Un dragón volando por ahí!

—¿Cómo? —preguntó Holger dando un salto que casi derriba a Alianora— ¿Qué? ¿Dónde?

—¡Un dragón de fuego, sí, sí, enviado por Alfric, ahora estamos perdidos! —gritaba Hugi aferrado a las rodillas de Holger—. ¡Sálvanos, señor caballero! ¿No acostumbráis a matar dragones? Papillon bufó y se estremeció. El unicornio ya se había ido. Alianora corrió tras él, silbando. Se detuvo lejos, para que ella saltara encima, y desapareció de la vista. Holger se liberó de Hugi, montó el caballo y galopó tras ella.

Al llegar a la cumbre del promontorio pudo ver el monstruo. Venía del sur, todavía estaba a un kilómetro de distancia pero ya el estruendo de su aleteo golpeaba sus oídos. Mide quince metros, pensó aterrorizado. Quince metros de músculos recubiertos de escamas blindadas, una cabeza de serpiente que podría tragárselo de dos bocados, alas de murciélago y garras de hierro. No tenía necesidad de espolear a Papillon. El caballo estaba enloquecido de miedo y corría casi tan rápido como el unicornio. De sus cascos brotaban chispas. El ruido que hacían sobre la roca se perdía entre el estruendo cada vez más próximo de las alas del dragón.

—¡Yi-yi-yi! —gimió Hugi— ¡Estamos perdidos!

El monstruo descendió, cogiéndolos con una velocidad de pesadilla. Holger miró hacia atrás de nuevo y vio las llamas y el humo que salían de su boca llena de colmillos. Por un momento, como si estuviera loco, se preguntó sobre su metabolismo; ¿qué enmienda de las leyes naturales permitía que esa masa volara? El olor a dióxido sulfúrico se metió por su nariz.

—¡Allí! —gritó Alianora, señalando pendiente abajo. Holger miró hacia donde ella señalaba y vio una estrecha boca de cueva en un risco cercano— ¡No puede seguirnos hasta allí!

—¡No! —rugió Holger— ¡Mantente lejos de eso! ¡Es la muerte!

Ella lo miró asustada, pero obedientemente separó al unicornio de la cueva. Holger sintió en su espalda la primera oleada de calor. Por los dioses, si bajaban a la tierra por ese agujero el dragón podría ahogarlos con seis bocanadas.

—¡Tenemos que encontrar agua! —gritó casi desgañitándose.

Recorrían a toda prisa el terreno pedregoso mientras el estrépito de las alas y el retumbar de las llamas se iban haciendo más fuertes. Holger sacó la espada. ¿Pero qué posibilidades tenía? El dragón podría asarle metido en su traje de hierro.

Pues bien, pensó, puedo conseguir que Alianora tenga una oportunidad de escapar.

No se detuvo a razonar el motivo de que quisiera encontrar agua. Sólo había tiempo para huir, por las colinas, recorriendo una repisa al borde de un precipicio que daba a un barranco. Papillon relinchó cuando el fuego le tocó.

Saltaron una pantalla de matorrales y vieron un río que corría bajo ellos, verde y rápido, de nueve metros de anchura. El unicornio se sumergió en él. La espuma cubrió su cuerno en espiral. Papillon le siguió. Se detuvieron en mitad de la corriente. El río estaba helado y era como si les clavara dagas en los pies.

El dragón tomó tierra en la orilla. Arqueó el lomo y silbó como una locomotora colérica. Tiene miedo del agua, comprendió Holger. Su intuición lo sabía.

—Volará por encima y nos cogerá desde el aire —dijo Alianora, jadeando.

—¡Entonces abajo! —exclamó Holger, saltando al lecho de la corriente, lleno de guijarros. La corriente se arremolinó con fuerza alrededor de su pecho. Hugi y Alianora se cogieron a las colas de sus respectivas monturas—. Cuando se produzca el ataque, meteos bajo el agua —ordenó Holger.

Pero ningún ser humano podía quedarse allí demasiado tiempo. Estaban perdidos.

Sí, perdidos.

El dragón aleteó, elevándose torpemente. La sombra cayó sobre ellos cuando se quedó suspendido ocultando el sol. Lentamente, descendió. Por las mandíbulas abiertas, lanzó llamaradas.

¡Llamas! Holger envainó la espada, se quitó el casco y lo llenó de agua. El dragón se precipitó hacia abajo. Holger levantó un brazo para protegerse los ojos. Y a ciegas, le echó el agua.

Se produjo vapor a su alrededor. El dragón bramó, rompiéndole casi los tímpanos. La enorme masa cubierta de escamas se tambaleó en el vuelo, moviendo hacia todos los lados su enorme cuello, agitando la cola entre el vapor. Holger pronunció una maldición y le echó otro casco lleno de agua al morro.

El berrido que lanzó el dragón lo dejó sin sentido. Lenta y dolorosamente el monstruo se elevó en el aire y huyó hacia el sur. Durante mucho tiempo estuvieron oyendo su clamor.

El simple hecho de respirar le producía a Holger dolor en los pulmones. Se quedó inmóvil, agotado, hasta que la bestia desapareció de la vista. Finalmente, condujo a los otros a la orilla.

—¡Holger, Holger! —exclamó Alianora aferrándose a él, temblando, llorando y riendo.

—¿Cómo lo hiciste? Lo has vencido, eres el mejor de los caballeros, querido mío.

—Bueno, eso… —Holger sentía el rostro enrojecido. Tenía varias ampollas—. Un poco de termodinámica, es todo.

—¿Qué magia es ésa? —preguntó ella reverentemente.

—No es magia. Mira, si el animal respiraba fuego, tenía que estar todavía más caliente en su interior, así que le arrojé unos litros de agua por el gaznate. Eso produjo una pequeña explosión —explicó Holger moviendo su mano elaboradamente—. No fue más que eso.

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