Nota

Aunque ha pasado mucho tiempo, me siento obligado aescribir esto. Holger y yo nos conocimos hace algo más de 20 años. Fue en otra generación… otra edad. Los brillantes muchachos a quienes entreno ahora son amigables y todo eso, pero no pensamos en la misma lengua y de nada sirve pretender lo contrario. No tengo la menor idea de si serán capaces de aceptar una historia como ésta. Son mucho más sensatos de lo que lo éramos mis amigos y yo; y no parecen divertirse tanto en la vida. Por otra parte, han crecido rodeados de lo increíble. Mire cualquier publicación científica, o cualquier periódico, mire por la ventana y pregúntese si no es cierto que la extravagancia se ha convertido en el modo ordinario del mundo.

El relato de Holger no me parece totalmente imposible. Tampoco es que afirme que sea cierto. No tengo pruebas de una cosa ni de la otra. Mi esperanza es sólo que no se pierda completamente. Supongamos, en beneficio de la argumentación, que lo que oí fuera cierto. Entonces hay ahí implicaciones para nuestro propio futuro, y tendremos que utilizar ese conocimiento. O supongamos, lo que desde luego es mucho más sensato, que lo que aquí registro sólo es un sueño, o una historia muy exagerada. Sigo pensando entonces que merece la pena conservarla por ella misma.

Lo cierto es esto: Holger Carlsen vino a trabajar en el otoño del remoto año de 1938 para el equipo de ingeniería en el que yo estaba empleado. En los meses siguientes aprendí a conocerlo muy bien.

Era danés, y como la mayoría de los escandinavos jóvenes tenía un poderoso deseo de ver mundo. De adolescente, había recorrido a pie o en bicicleta la mayor parte de Europa. Más tarde, impulsado por la tradicional admiración de sus compatriotas hacia Estados Unidos, ganó una beca para una de nuestras universidades del Este, donde fue a estudiar ingeniería mecánica. Pasaba los veranos haciendo autoestop y trabajando en chapuzas por toda Norteamérica. Le gustaba tanto el país que, después de graduarse, obtuvo aquí una posición y pensó seriamente en naturalizarse.

Nosotros éramos sus únicos amigos. Era un tipo amable, hablaba lentamente, tenía los pies sobre el suelo, de gustos simples en su modo de vida y de buen humor; aunque de vez en cuando se soltaba e iba a un cierto restaurante danés a atiborrarse desmorrebrvd y akvavit[1]. Como ingeniero, era satisfactorio, aunque no espectacular, pues su talento se dirigía más hacia lo práctico que hacia el enfoque analítico. En resumen, mentalmente no era en absoluto notable.

Su constitución física ya era otro asunto. Era un gigante de metro noventa y tan ancho de hombros que no aparentaba esa altura. Jugaba al fútbol, desde luego, y podría haber figurado en el equipo de su universidad si los estudios no le hubieran quitado tanto tiempo. Tenía una cara cuadrada y dura, de pómulos altos, barbilla partida, una nariz ligeramente aplastada, cabello amarillo y grandes ojos azules. Podría haber hecho estragos entre las féminas del lugar de haber utilizado una técnica mejor, y me estoy refiriendo a que se preocupaba demasiado de no herir sus sentimientos. Pero esa ligera timidez probablemente le quitó una buena parte de las aventuras que podría haber tenido. En suma, Holger era un tipo medio agradable, lo que llamaríamos un buen muchacho.

Me contó algo sobre sus antecedentes.


—Lo creas o no —me dijo sonriendo—, fui realmente el niño de los cuentos, ya sabes, el envoltorio que dejan en la puerta. Tendría sólo unos días cuando me encontraron en un patio de Helsnigor. Es ese sitio al que vosotros llamáis Elsinore, la ciudad natal de Hamlet. Nunca conocí mis orígenes. Esas cosas son muy raras en Dinamarca, por lo que la policía se esforzó en descubrirlos, pero no lo lograron. Enseguida fui adoptado por la familia Carlsen. En otros aspectos, no hay nada inusual en mi vida.

Eso era lo que él pensaba.

Recuerdo que una vez lo persuadí para que me acompañara a la conferencia de un físico: uno de esos tipos magníficos que sólo Gran Bretaña parece producir; científico, filósofo, poeta, crítico social, ingenioso; el retorno del Renacimiento en forma más atenuada. Aquel hombre estaba hablando de nueva cosmología. Desde entonces, los físicos han adelantado mucho, pero incluso en aquellos días las personas educadas solían recordar con cierta nostalgia aquellos tiempos en los que el universo era simplemente extraño: no incomprensible. El conferenciante terminó con algunas especulaciones sobre lo que podríamos descubrir en el futuro. Si la relatividad y la mecánica cuántica han demostrado que el observador es inseparable del mundo que observa; si el positivismo lógico había demostrado cuántos de nuestros hechos supuestamente sólidos son simples construcciones y convenciones; si los investigadores psíquicos han demostrado que la mente del hombre posee facultades insospechadas, comienza a parecemos que algunos de esos antiguos mitos y brujerías eran algo más que superstición. El hipnotismo y la curación de las condiciones psicosomáticas mediante la fe fueron rechazados en otro tiempo como leyenda. ¿Cuántas cosas de las que rechazamos hoy pueden estar basadas sobre observaciones fragmentarias, realizadas hace siglos, antes de que la existencia misma de un marco de referencia científico comenzara a condicionar qué hechos descubriríamos o no descubriríamos? Y ésta es sólo una cuestión sobre nuestro propio mundo. ¿Qué podemos decir de los otros universos? La mecánica ondulatoria admite ya la posibilidad de un cosmos completo coexistiendo con el nuestro. El conferenciante dijo que no sería difícil escribir las ecuaciones de una infinidad de esos mundos paralelos. Por necesidades lógicas, las leyes de la naturaleza variarían de uno a otro. ¡Por tanto, puede existir realmente, en algún lugar de esa ilimitada realidad, todo lo que uno pueda imaginar!

Holger bostezó durante casi todo el tiempo, y cuando después fuimos a tomar una copa hizo algunos comentarios sarcásticos.

—Estos matemáticos se exprimen demasiado la sesera, no me extraña que cuando no están de servicio se metan en metafísica. Reacción igual y opuesta.

—Has utilizado el término adecuado —le dije en tono de broma—. Aunque no lo pretendías.

—¿A qué te refieres?

—Metafísica. Literalmente, esa palabra significa después o más allá de la física. En otras palabras, cuando termina la física que conoces, esa que mide con instrumentos y calcula con la regla, comienza la metafísica. Y ahí es donde estamos ahora, muchacho: en el principio del más allá de la física.

—¡Puagh! —exclamó tras tomarse la bebida de un trago y hacer un gesto para pedir otra—. Se te ha pegado esa jerigonza.

—Bueno, quizá. Pero piénsalo un momento. ¿Conocemos realmente las dimensiones de la física? ¿No las definimos simplemente en relación unas con otras? En un sentido absoluto, Holger, ¿qué eres? ¿Dónde estás? O más bien, ¿qué—dónde—cuándo eres?

—Soy yo, aquí y ahora, bebiendo este licor que no es demasiado bueno.

—Estás en un equilibrio… ¿en sintonía con qué?… ¿en la matriz de qué?… un continuo específico. Lo mismo que yo; puede decirse lo mismo de ambos. Ese continuo abarca una serie específica de relaciones matemáticas entre dimensiones como el espacio, el tiempo y la energía. Algunas de esas relaciones las conocemos con el nombre de «leyes naturales». Por tanto, hemos organizado cuerpos de conocimiento a los que damos los nombres de física, astronomía, química…

—¡Y vudú! —exclamó levantando la copa—. Creo que es el momento de que dejes de pensar y empieces a beber más en serio. ¡Skaal!

Lo dejé pasar. Holger no volvió a hablar del tema. Pero debió recordar lo que le dije. Quizá incluso le ayudara un poco, mucho después. Me atrevo a pensarlo así.

Estalló la guerra al otro lado del océano, y Holger comenzó a preocuparse. Conforme pasaban los meses, se sentía cada vez más desgraciado. Carecía de convicciones políticas profundas, pero descubrió que odiaba a los nazis con un fervor que nos asombraba a ambos. Cuando los alemanes entraron en su país, se cogió una borrachera de tres días.

Sin embargo, la ocupación se había iniciado bastante pacíficamente. El Gobierno danés se había tragado la píldora amarga, se quedó en su puesto —fue el único de esos gobiernos que lo hizo— y aceptó el estatus de potencia neutral bajo protección alemana. No creo que eso significara falta de valor. Entre otras cosas, hizo que el rey pudiera impedir durante algunos años los ultrajes, especialmente a los judíos, que sufrieron los ciudadanos de otras naciones ocupadas.

Sin embargo, Holger se alegró cuando el embajador de Dinamarca ante Estados Unidos se puso a favor de los aliados y autorizó que entráramos en Groenlandia. Por aquel tiempo, casi todos nos dábamos cuenta de que Estados Unidos entraría antes o después en la guerra. El plan evidente de Holger era esperar a ese día, para unirse entonces al ejército. También podía alistarse ahora con los británicos, o con los noruegos libres. A menudo, dolido y asombrado de sí mismo, me admitió que no podía entender qué le impedía hacerlo.

Pero en 1941 llegó la noticia de que Dinamarca ya había soportado suficiente. Las cosas no habían llegado todavía hasta la explosión que finalmente se produciría, cuando una huelga general impulsó a los alemanes a deshacer el Gobierno real y gobernar el país como» otra provincia conquistada. Pero ya empezaban a escucharse tiros y explosiones de dinamita. Holger necesitó mucho tiempo y cerveza para tomar su decisión. De alguna manera, tenía la fijación de que debía regresar a su patria.

Aquello no tenía sentido, pero no podía librarse de esa obsesión, y finalmente cedió. A la séptima va la vencida, cono dicen en su país, y no era un estadounidense, sino un danés. Abandonó un trabajo, le dimos una fiesta de despedida y zarpó en un barco sueco. Desde Hálsingborg podría tomar un ferry que le llevara a casa.

Imagino que los alemanes le vigilarían un tiempo. No les dio problemas y trabajó tranquilamente en Burmeister & Main, fabricantes de motores marinos. A mediados de 1942, cuando pensó que los nazis habían perdido el interés que tenían por él, se unió a la resistencia… y se encontraba en una posición especialmente buena para el sabotaje.

No nos concierne aquí la historia de sus trabajos. Debió hacerlos bien. Toda la organización lo hacía; eran tan eficaces, y estaban tan estrechamente ligados a los británicos, que estos no tuvieron apenas que realizar ataques aéreos sobre el territorio. A finales de 1943 llevaron a cabo su mayor hazaña.

Era un hombre que tenía que escapar de Dinamarca. Los aliados necesitaban desesperadamente su información y conocimientos. Los alemanes lo tenían bajo estrecha vigilancia, pues sabían también lo que era. Sin embargo, la resistencia lo sacó de allí y lo envió por el Sound. Había ya un barco dispuesto para trasladarlo a Suecia, desde donde podría volar a Inglaterra.

Probablemente, nunca sabremos si la Gestapo le seguía el rastro o si simplemente una patrulla alemana vio a unos hombres en la orilla mucho después del toque de queda. Unos gritaron, otros dispararon y comenzó la batalla. La playa era abierta y pedregosa, con la luz suficiente gracias a las estrellas y a la costa sueca iluminada. No había manera de retirarse. El barco se puso en movimiento y el grupo de resistentes se dispuso a mantener a raya al enemigo hasta que llegara a la orilla opuesta. La esperanza de hacerlo durante mucho tiempo no era grande. El barco era lento. De haber estado defendido, habría traicionado su importancia. En escasos minutos, cuando mataran a los daneses, uno de los alemanes entraría en la casa más cercana y telefonearía al cuartel general de ocupación de Elsinore, que no estaba muy lejos. Una motora potente interceptaría al fugitivo antes de que llegara a territorio neutral. Pero los resistentes hicieron todo lo que pudieron.

Holger Carlsen esperaba morir, pero no tenía tiempo para sentir miedo. Una parte de él recordó otros tiempos pasados aquí, la tranquilidad, la luz del sol y las gaviotas por encima, sus padres adoptivos, una casa llena de objetos pequeños y queridos; sí, y el Castillo de Kronborg, de ladrillo rojo y esbeltas torres, de tejados de cobre patinados sobre las brillantes aguas. ¿Por qué pensó de pronto en Kronborg? Se acostó en la playa, con la Luger caliente entre sus dedos y disparó hacia las formas sombrías que saltaban. Las balas silbaron junto a sus oídos. Un hombre gritó. Holger hizo puntería y disparó.

En ese momento, todo su mundo estalló en llamas y oscuridad.

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