17

Al día siguiente, cuando se dirigía a la tienda de Martinus, a Holger le dolía la cabeza y Alianora, consideradamente, guardó silencio. Dejaron a Hugi en la taberna con los caballos, pues el tabernero los había mirado codiciosamente. Probablemente tenía experiencia con huéspedes de mucha nobleza y escaso dinero. El brujo sonrió alegremente al verles.

—Ah, pienso que habéis mirado demasiadas veces, el cuenco líquido, mi joven amigo —se burló de manera ofensiva—. Bueno, bueno, los chicos siempre serán chicos, ¿verdad joven mía? —dijo, cogiendo una botella—. Sucede que tengo aquí un específico muy bueno y de precio razonable para los tumores biliosos, juanetes, reumas, lepra, fiebres, peste y resacas. Basta con tragarse este vasito. Eso es, no estaba mal, ¿verdad?

El brebaje quitó ciertamente las punzadas de Holger en un instante. Pensó que si pudiera conseguir la fórmula y despertar en su universo, su fortuna estaba hecha. Pero Martinus había vuelto a ponerse grave. El hombrecillo recorría la tienda con las manos a la espalda, se detuvo mirando al suelo, y dijo en voz baja:

—No he podido conocer vuestra identidad, sir Holger. Una prohibición ha sido impuesta a todo ser que pudiera habérmelo dicho, lo que sugiere que sois ciertamente alguien de importancia. Sin embargo, el enemigo no pensó en todo. Invoqué a los espíritus pasajeros del aire, llamé incluso a Ariel como ayudante, y fueron capaces de descubrir dónde yace enterrada Cortana. El lugar no está alejado de aquí. Pero no es un viaje que a mí me gustara hacer.

—¿Dónde? —preguntó Holger con el corazón vacilante.

Martinus miró a Alianora.

—¿Conocéis la iglesia de San Grimmin’s-in-the-World? —preguntó.

Ella se mordió los labios.

—He oído hablar de ella —admitió.

—Pues bien, ahí es donde está la espada —dijo Martinus—. Imagino que los mundomedianos eligieron esa sede al este para alejarla de su propietario, y específicamente San Grimmin’s para dificultar su búsqueda si se ponía alguna vez sobre el rastro —añadió, agitando su cabeza calva—. Joven amigo, sinceramente no puedo recomendarle que vaya allí.

—¿Cómo es ese lugar? —preguntó Holger.

—Una vieja iglesia abandonada en las tierras altas septentrionales. Hace siglos, se levantó con una misión con la esperanza de convertir a las tribus salvajes de los alrededores, y por un tiempo tuvo una congregación. Después, un jefe los asesinó a todos y desde entonces la iglesia ha estado en ruinas. Cuentan que el jefe profanó el altar con un sacrificio humano, por lo que el edificio ya no es sagrado, sino que se ha convertido en la morada de espíritus malignos y de la mala suerte. Ni siquiera los salvajes se acercan ya a San Grimmin’s.

Holger se quedó mirándose a los pies. Sentía como si tuviera un peso encima. Martinus no estaba bromeando.

Por un momento se preguntó por la razón que le impulsaba a molestarse. ¿Por qué incluso quería retornar a su mundo? ¿Qué había allí que le atrajera? Desde luego había amigos, recuerdos, escenarios queridos, pero, para ser plenamente sincero, a nada ni a nadie echaba excesivamente de menos. Guerra, hambre, monotonía, despersonalización. Si conseguía retornar, podría encontrarse en el mismo instante del espacio—tiempo que había abandonado. Las leyes de conservación de la física sugerían que así podría ser. Y él y sus compañeros estaban atrapados en una playa, sabiendo que iban a morir, esperando, con una esperanza que se desvanecía rápidamente, que pudieran permanecer vivos sólo el tiempo suficiente para que un barco llegara a la costa sueca.

Diablos, todo sugería que el otro mundo no había sido realmente el suyo. Pertenecía a éste, a este universo carolingio; el otro había sido un lugar de exilio. Por muchas cosa éste era un lugar mejor y más limpio… No, le respondió con tenacidad su amor a la verdad, eso no era justo. Este mundo tenía sus contratiempos. Pero simplemente, por el hecho de ser diferente, ¿no le prometía más aventuras y oportunidades que la otra tierra?

Un rayo de sol que entraba por la ventana encendía los caballos de Alianora. Nunca había conocido a una joven como ella. Si se abandonaba de esa búsqueda totalmente estúpida y se iba con ella, podría mandar en su propia vida. Sería el rey de los bosques, o sin duda se ganaría un reino en aquellas fronteras turbulentas, o si quería un alto grado de civilización, podría ir con ella hasta el Imperio y…

¿Y qué? Caos seguía preparándose para la batalla. Pensó en la idea de Alianora de que los fariseos podían llevar su crepúsculo al planeta entero. Se acordó de que Morgana había hablado sobre un fuego descuidado con mundos y soles, sobre los hombres, sus casas y esperanzas tragadas por la destrucción.

No, realmente no tenía elección. Ningún hombre honorable la tenía en esos tiempos. Tenía que hacer todo lo posible para conseguir a Cortana y devolver el arma a su auténtico dueño, o utilizarla él mismo si lo era. Después, si es que había un después, podría decidir si seguía intentando retornar a través de los universos. —Iré —dijo, mirando hacia arriba.

—Iremos —le corrigió Alianora.

—Como deseéis —añadió Martinus cortésmente—. Yo ruego por vuestra fortuna, sir Holger. Que Dios sea con vos, que Dios sea con vos, pues pienso que lo hacéis en nombre de todos nosotros. Se limpió los ojos con la manga. Después sonrió, se frotó las manos y añadió:

—Bien, basta de eso. Hablemos ahora de la cuenta, puesto que vais a un viaje peligroso espero que deseéis arreglar esos asuntos enseguida.

—Um, uh —dijo Holger.

—No llevamos el dinero encima —dijo Alianora—. Pero si envías la cuenta más tarde, yo me ocuparé de que se pague.

—Diría que tenéis mucho dinero —dijo Martinus, haciéndose el ofendido—. Habéis de saber que esta tienda no concede crédito y…

—Pero vuestro anuncio dice que podéis invocar bolsas que se llenen continuamente —empezó a decir Holger.

—Es un anuncio —admitió Martinus—. Los detalles corroborativos tratan de darle verosimilitud artística.

—Oh, vamos, querido y viejo amigo —dijo Alianora, sonriendo y tomando al mago de la mano—. ¿No vais a apremiar a que os pague al hombre que va a salvar al mundo entero, verdad? Tus runas serán tu parte en la gran empresa. Ellas cantarán tu nombre.

—Pero no pagaré con eso a mis acreedores —protestó Martinus.

—Ah, ¿pero no es cierto que un acto noble merece muchas riquezas? —le preguntó Alianora, acariciándole la mejilla.

—Bueno —dijo Martinus, que empezaba a vacilar—. Hay palabras que eso dicen en las escrituras, pero…

—¡Oh, amigo mío, gracias! ¡Sabía que estaríais de acuerdo! ¡Muchas gracias!

—Pero —se quejó Martinus—. Pero no podéis… no puedo permitir… —Nada, nada, ni una palabra más. No soñaría con pediros las ayuda de la que ya nos habéis dado. Adiós, buen hombre —dijo Alianora besándole y, antes de que pudiera recuperarse, sacando a Holger de la tienda.

¡Mujeres!, pensó el danés.

Cuando volvieron a la posada, encontraron a Carahue en el patio. Se levantó y les hizo una reverencia.

—Vuestro compañero el enano dio a entender que pronto reanudaríais vuestros viajes, señorita y sir Rupert.

—Así es —contestó Holger. Captó la mirada de sospecha del tabernero y añadió—: Puede ser.

Carahue se acarició la barba con una mano delgada y llena de joyas.

—¿Puedo tener la audacia de preguntaros qué camino seguiréis?

—Imagino que al norte.

—¿A las selvas? Verdaderamente una aventura memorable, si alguien sobrevive para recordarla.

—Ya os dije que había hecho un voto —gruñó Holger.

—Os ruego que me perdonéis, amigo —dijo Carahue—. Sería descortés preguntaros más cuando veo que no deseáis hablar. ¿Pero puedo ofreceros algún consejo? Si deseáis conservar el secreto de vuestra meta no dejéis mucho lugar a la especulación. Las lenguas se mueven más cuando no hay hechos firmes tras ellas. Pues algunas gentes sospecharán que intentáis una hazaña caballeresca, como uno de los trolls que infestan las tierras altas, y he oído que a menudo raptan seres humanos para comérselos; aunque las gentes de aquí con las que he charlado mantienen que no es posible matar a esos trolls. Otros insistirán en que sir Rupert acude a desafiar al rey de los paganos. Pero, siendo como es la mente campesina, casi todos pensarán que buscáis un tesoro de oro enterrado en alguna parte. ¿Y cómo reconciliar, además, cualquiera de estos objetivos con el acompañamiento de esta joven dama? Por tanto, las gentes se darán a hablar en las horas de ocio y las historias se extenderán como el fuego. Si queréis acallar las murmuraciones, tenéis que dar una razón sólida, a ser posible una tan extraña que las gentes prefieran no mencionar el asunto.

Alianora intervino para decir:

—Muy bien, hacemos un peligroso viaje a la iglesia condenada de San Grimmin’s.

Holger cubrió esas palabras lo mejor que pudo.

—Juré hacer allí un peregrinaje con la esperanza de, bueno, recuperar los recipientes eclesiásticos que puedan quedar. Pero yo, bueno, preferiría no hablar de ello porque, bueno, no quisiera hablar de la razón de tal penitencia.

—Ah, es eso, perdonadme —dijo el sarraceno sin apartar la mirada de Holger—. ¿Sabéis, nunca pensé que mi búsqueda me condujera hasta esa zona? No parecía probable que mi hombre llegara por allí al retornar. Pero ahora me habéis hecho preguntarme si no habrá sido así. Además, si puedo servir de ayuda en una empresa virtuosa, mi crédito en el cielo se elevará quizá por encima de mi lamentable nivel actual. La buena compañía reduce las distancias, por no hablar de que las hace menos peligrosas. ¿No podríamos viajar juntos?

Alianora intercambió una mirada con Holger. Tú lo conoces, decían sus ojos. Tú debes decidir.

—Hay algo más que audaces peligros —dijo Holger, tras cierta vacilación—. Pienso que podamos enfrentarnos a la magia negra.

Carahue movió una mano negligentemente.

—Vuestra espada es recta, y la mía curva —dijo sonriendo—. Así que entre ellas podremos coger a cualquier enemigo.

Holger se acarició la barbilla. Ciertamente que podría utilizar a otro hombre. Y al mismo tiempo sabía que Carahue debía tener razones para hacer aquello.

¿Era un agente de Caos? Resultaba posible, pero los recuerdos borrosos de Holger, en los que cada vez confiaba más, decían lo contrario. Se puso en el lugar del moro: buscaba a un hombre importante para algún propósito importante, y si fracasaba se convertiría en otro vagabundo caballeresco con una historia muy poco convincente. Sí, la memoria le decía que Carahue tenía ese tipo de mente, una curiosidad que le hacía atreverse a todo. Además, podía haber sospechado que sir Rupert de Graustark tenía alguna relación con la persona a la que estaba buscando: quizá pudiera saber dónde estaba esa persona. Pero aunque se equivocara, las tierras altas merecían una búsqueda. En cualquier caso, Carahue tenía buenos motivos para acompañar a sir Rupert.

—Deseo mucho el favor de vuestra compañía —le presionó el sarraceno—. Todavía más, desde luego, el favor de la vuestra, encantadora dama. Tanto lo deseo que, si aceptáis ser tan amables, insisto en que seáis mis invitados desde la última noche… No, no, no protestéis, no quiero oír hablar de ello.

Holger y Alianora le miraron, y él les devolvió la mirada. Debía estar absolutamente seguro de que se encontraban sin dinero, y se sacaba esa carta de la manga. Pero, aun así, la perspectiva de irse de Tarnberg sin tener que luchar con el tabernero resultaba irresistible.

—¡De acuerdo! —dijo Holger tendiéndole la mano. Carahue se la tomó—. ¿Nos juramos camaradería?

—Sí, por mi honor de caballero.

—Y por el mío —añadió Holger, sintiendo que su decisión había sido buena. Probablemente Carahue mantendría el juramento mientras durara el viaje; y una vez que él, Holger, tuviera a Cortana en sus manos, el sarraceno no podría ser una amenaza. Impulsivamente añadió—: Desnuda está la espalda sin hermano.

Carahue se sorprendió.

—¿Dónde aprendisteis eso? —le espetó.

—Bueno, me vino a la cabeza sin más. ¿Por qué lo preguntáis?

—En otro tiempo conocí a un hombre que solía decir eso. A decir verdad, el hombre al que busco —añadió Carahue mirándole detenidamente un momento antes de darse la vuelta—. Bien, cenemos y preparémonos para la partida. Pienso que mañana al amanecer será el mejor momento, ¿no creéis?

Durante el almuerzo fue una compañía entretenida, con bromas, canciones y recuerdos algo arriesgados. Después, él y Holger comprobaron el equipo que tenían. Su armadura era un corselete de acero, fulgurante por los hombros y con elaborados arabescos. Un cascos que terminaba en punta y tenía orejeras de cota de malla; espinilleras por encima de unas botas de cuero trabajado; su escudo consistía en una estrella de plata de seis puntas sobre un campo azul, borde de gules floreados en oro; sus armas incluían arco y flechas; montaba una esbelta yegua blanca. Afirmó que el caballo castrado pardo de Alianora tenía buenas carnes, y añadió que debían adquirir una muía en la que pudiera montar Hugi y que llevara un amplío suministro de alimentos. Empleó la mayor parte de la tarde en ajustar el precio de esos elementos.

Se fueron a la cama temprano, pero Holger permaneció despierto una hora. A pesar de todas las precauciones, estaba convencido de que Morgana le Fay acabaría por saber dónde se encontraba, si no lo sabía ya… y tendría que hacer algo.

Загрузка...