11

Unos kilómetros más allá entraron en una oquedad abrigada por los muros de los riscos, tan suave y soleada como cualquier tierra baja. Las hayas y los álamos susurraban encima de la hierba larga llena de primaveras; un arroyo tintineaba, una bandada de estorninos emprendió el vuelo. El lugar parecía ideal para el descanso que tan desesperadamente necesitaban ellos y las monturas.

Tras construir un círculo defensivo, Alianora bostezó —incluso eso lo hacía encantadoramente— y se enroscó para dormir. Hugi se sentó bajo la cruz, cortando palos con su nuevo cuchillo. Holger se sentía inquieto.

—Voy a echar un vistazo por los alrededores —dijo—. Llamadme si algo va mal.

—¿Os parece seguro ir por ahí solo? —preguntó el enano. El mismo se respondió—. Vaya, claro que sí. ¿Qué va a dañar a quien mata a un dragón?

Holger se sonrojó. El hombre del día, pero bien sabía que lo había conseguido mediante una serie de accidentes.

—No iré muy lejos.

Sacó la pipa, la encendió y se marchó canturreando. La escena era pacífica: prados, flores, árboles, agua, Papillon y el unicornio paciendo, las notas líquidas de un zorzal. De no haber sido por el dolor de sus quemaduras, podría haberse sentado, tumbarse al sol y pensar en Alianora. Pero no. Apartó a la joven de su mente. Tenía que pensar en cosas más graves.

Había que admitirlo, él era una figura decisiva, o al menos importante, en ese mundo carolingio. A la vista de todo lo que había sucedido, tenía que ser más que una coincidencia el que Papillon, preternaturalmente fuerte e inteligente, estuviera esperándolo exactamente en donde él había aparecido, con unas ropas y armas que le ajustaban exactamente. Después estaba la excitación que había producido en Faerie, y el hecho curioso de que, a pesar de su ignorancia, no habían sido capaces de matarlo… Pues bien, había existido un Carlomagno en ambos mundos. Quizá él mismo estuviera también, de alguna manera, doblado. ¿Pero entonces quién era? ¿Y por qué, y cómo?

Andando, perdió de vista el campamento, tratando de crear una pauta con todo lo que había aprendido. Por ejemplo, el asunto de Caos contra la Ley resultaba ser algo más que un dogma religioso. Aquí era un hecho práctico de la existencia. Se acordó de la segunda ley de la termodinámica, de la tendencia del mundo físico al desorden y la entropía. Quizá aquí esa tendencia encontrara una expresión… más… animista. Pero un momento, ¿no sucedía también así en su mundo? ¿Cuando combatía a los nazis no se estaba oponiendo al resurgimiento de horrores arcaicos que los hombres civilizados habían creído desaparecidos?

En este universo, las gentes salvajes del Mundo Medio podían estar tratando de acabar con su correspondiente y doloroso orden establecido: Restaurar un estado primigenio en el que cualquier cosa pudiera suceder. Por otra parte, la humanidad decente siempre querría fortalecer la ley, la seguridad, la predictibilidad. Por eso, el cristianismo, el judaísmo, incluso el mahometismo fruncían el ceño ante la brujería, más aliada de Caos que de la naturaleza física ordenada. Aunque, a buen seguro, la ciencia tenía sus perversiones, y la magia sus leyes. En cualquier caso, se necesitaba un ritual definido, tanto para fabricar un avión como una alfombra voladora. Gerd había mencionado algo sobre el carácter impersonal de lo sobrenatural. Sí, por eso Rolando había tratado de vencer a Durendal en sus últimos momentos en Roncesvalles: para que la espada milagrosa no cayera en manos paganas…

La simetría resultaba sugerente. En el mundo natal de Holger las fuerzas físicas eran poderosas y bien entendidas, las fuerzas mágicas y mentales débiles, y no podían ser manejadas. En este universo resultaba cierto lo opuesto. De una manera oscura, ambos mundos eran uno; la lucha interminable entre la Ley y el Caos había alcanzado en ellos un clímax simultáneo. En cuanto a la fuerza que los convertía en mundos tan paralelos, la unicidad última, suponía que se llamaría Dios. Pero carecía de una mente teológica. Más bien se adhería a lo que observaba directamente y se enfrentaba a los problemas prácticos inmediatos. Esa era la razón de que estuviera aquí.

Pero la razón verdadera seguía siendo esquiva. Recordó una vida en el otro mundo, desde la niñez hasta un momento determinado en una playa cercana a Kronborg. De alguna manera tenía también otra vida, pero no sabía dónde ni cuándo. Aquellos recuerdos le habían sido robados. No, más bien habían sido metidos a la fuerza en su subconsciente, y sólo retornaban bajo estímulos inusuales.

Una idea le desvió de esos pensamientos. Cortaría. ¿Dónde había oído ese nombre? Ah, sí, el níquel lo había mencionado. Cortana era una espada. Había estado llena de magia, pero ahora yacía enterrada, alejada de la vista del hombre. En una ocasión tuve en mis manos a Cortana, cuando las teas destellaban en un campo destrozado.

Rodeó un grupo de árboles. Allí estaba Morgana le Fay, esperándole.

Al principio, Holger fue incapaz de moverse. El corazón le martilleaba. Una curiosa oscuridad le cubrió, y la oscuridad era hermosa. Ella avanzó teñida por una luz dorada que se filtraba por las hojas verdes. Su vestido era como la nieve, sus labios una curva de coral, los cabellos brillaban como un lago profundo iluminado por las estrellas. Lo único que pudo ver al principio eran los colores. El tono de ella fluía en él.

—Saludos, Holger. ¡Cuánto tiempo ha pasado!

Holger luchó para encontrar la calma y perdió la partida. Morgana le cogió las manos. Era alta, su sonrisa le golpeaba inmediatamente.

—Y qué solitaria he estado por tu causa —murmuró ella.

—¿Por mí? —preguntó, saliéndole una voz que parecía un gemido idiota.

—¿Por qué otro iba a ser? ¿También has olvidado eso? —le hablaba íntimamente, convirtiendo el «tú» en una caricia—. Ciertamente que la noche ha caído sobre ti. Has estado muy lejos, Holger.

—Pe… pe… pe… pero…

Ella se echó a reír, pero no como lo hacen los seres humanos ordinarios, sino como si la propia risa fuera la que riera.

—¡Ay, tu pobre rostro! Pocos hombres pueden soportar al dragón de fuego como lo hiciste tú. Deja que cure esas quemaduras —añadió, tocándole con sus dedos. El sintió un dolor y las ampollas desaparecieron—. ¿Te sientes mejor ahora?

En realidad, no era así. Estaba sudando, y el manto parecía apretarle el cuello. Había recuperado la inteligencia lo suficiente como para observar los detalles, pero éstos no eran de los que calman a un hombre: rasgos pálidos y perfectos, movimientos de gracia felina, un cuerpo con más curvas que una carretera rural.

—En el otro mundo has cogido algunas costumbres groseras —dijo, cogiéndole la pipa de la boca, sacudiendo el tabaco y metiéndosela en la bolsa del cinto. Después, pasó la mano por su costado y la dejó reposar en su brazo—. ¡Eres un mal chico!

Esto le permitió recuperar un poco el sentido de sí mismo. Las mujeres importantes no actuaban con coquetería. Ni era esa manera de tratar a una pipa.

—Escucha —graznó—. Tú estabas con Alfric y él ha hecho todo lo posible para matarme. ¿Qué quieres de mí?

—¿Qué va a querer una mujer que desea a un hombre? —preguntó Morgana, acercándose todavía más a él. Holger retrocedió hasta que un árbol le detuvo.

—En verdad no sabía quién eras y ayudé a Alfric sin saberlo —contestó Morgana—. En el momento en que me enteré de su engaño me precipité a buscarte.

Holger se limpió el sudor de la frente.

—Eso es mentira —replicó con dureza.

—Bueno, a nosotras, las del sexo débil, debe permitírsenos un cierto grado de capricho, ¿no te parece, amor mío? —preguntó acariciándole la mejilla—. Es la verdad de Dios que he venido aquí para recuperarte.

—¡Para devolverme a Caos! —exclamó Holger con jactancia.

—¿Y por qué no? ¿Qué hay en la aburrida Ley que te impulsa a defenderla? Mira, soy sincera contigo; y tú debes serlo contigo mismo. Porque, Holger, mi osito querido, lo que haces es defender a campesinos groseros y a burgueses de gordo vientre, cuando la alegría, el trueno y las estrellas ardientes de Caos podrían ser tuyos. ¿Cómo es que tú, que conduces los ejércitos en el campo, vas a aceptar una vida segura y estrecha, encerrado en la satisfacción de ti mismo, teniendo como techo un cielo gris y agrio, apestando a humo y estiércol? ¡Si quisieras, podrías hacer que los soles giraran y dar forma a mundos!

Ella había dejado caer la cabeza en el pecho de Holger y le rodeaba la cintura con los brazos.

—¡N… n… no! —exclamó tartamudeando— No confío…

—¡Ay, desgracia! ¿Este es el hombre que durante tanto tiempo habitó conmigo en Avalon? ¿Has olvidado todos los siglos que te entregué juventud, señorío y amor? —preguntó levantando hacia él la mirada, con sus enormes ojos oscuros. Holger se dijo a sí mismo lo gastada que era la representación de Morgana, pero no creía sus propias palabras—. Si no te unes a nosotros, al menos no nos combatas. Regresa a Avalon, Holger. Regresa conmigo a la bella Avalon.

En algún lugar de su mente sabía que ella era sincera. Quería apartarle de la inminente batalla, pero también le quería a él. ¿Y por qué no?, le decía su pensamiento, como una sacudida. ¿Qué debía a ninguna de las partes en este universo que no era el suyo? Cuando Morgana le Fay le abrazó…

—Tan largos años —susurró ella—. Y cuando te encuentro ni siquiera me besas.

—Eso —dijo él casi ahogándose—, po… podría remediarse.

Aquello era como estar en un blando ciclón. No podía concentrarse en nada más. Ni tampoco lo deseaba.

—Ay, mi señor, mi señor, bésame de nuevo —dijo ella, finalmente, con los ojos todavía cerrados—. Bésame siempre.

Holger la abrazó. En ese momento, por el rabillo del ojo, captó una mancha blanca. Levantó la cabeza y vio a Alianora montada en el unicornio. En ese momento daba la vuelta junto al matorral más cercano.

—Holger —gritaba—. Holger, querido, ¿dónde estás?… ¡Oh!

El unicornio levantó las patas delanteras y la arrojó a la hierba. Con un fuerte bufido de indignación el animal escapó. Alianora se puso de pie de un salto y se quedó mirando a Holger y Morgan.

—¡Mira lo que has hecho! —se quejó irracionalmente—. El nunca regresará.

Holger se soltó y Alianora rompió a llorar.

—¡Saca de aquí a esa puta campesina! —gritó Morgana enfurecida. Alianora estalló:

—¡Vete tú! —gritó—. ¡Bruja sucia, apártate de él!

Los dientes de la reina destellaron.

—Holger, si esa delgaducha no se va de aquí inmediatamente…

—¡Delgaducha! —gritó Alianora—. Y me lo dices tú, carne cebada. ¡Te voy a sacar los ojos!

—Las jovencitas no deberían gritar —se burló Morgana—. Se vuelven todavía más feas.

Alianora cerró los puños y se acercó a ella.

—Mejor ser una joven que tener la piel arrugada como tú.

—Realmente tienes una piel bonita —susurró Morgana—. ¿Cómo consigues ese efecto que parece que la tengas pelada por las quemaduras del sol?

—No en la tienda en donde compraste tu tez —dijo Alianora.

Holger se hizo a un lado, preguntándose lo que debía hacer para salir vivo de allí.

—Ya veo que eres una doncella—cisne —dijo Morgana—. ¿Has puesto muchos huevos últimamente?

—No. No sé cacarear tan alto como algunas gallinas viejas.

Morgana enrojeció y elevó las manos en un pase violento. —¡Mira cómo te conviertes en una gallina!

—¡Hey! —gritó Holger, dando un salto hacia adelante. No pretendía golpearla, pero uno de sus brazos se encontró con Morgana, y la reina cayó rodando sobre la hierba.

—No quería hacerlo —dijo jadeando.

Morgana se puso lentamente en pie. El color y la expresión habían desaparecido de su semblante.

—Entonces, así es como están las cosas —dijo.

—Creo que sí —contestó Holger, preguntándose si realmente quería decir eso.

—Pues bien, sigue entonces tu camino. Volveremos a encontrarnos, amigo mío. Morgana se echó a reír, pero esta vez su risa sonó horriblemente, y se agitó. De pronto había desaparecido. Se produjo una explosión cuando el aire se precipitó en el vacío que ella había dejado.

Alianora comenzó a llorar. Se apoyó en un árbol y cubrió el rostro con un brazo. Cuando Holger fue a poner una mano en su hombro, ella se lo impidió.

—Vete —murmuró—. Ve… ve… vete con tu bruja, ya que ella te… gusta tanto.

—No fue culpa mía —dijo Holger indefenso—. No le pedí que viniera.

—No pienso escucharte, vete.

Holger pensó que ya tenía bastantes problemas sin que tener que cargar con una histérica. La rodeó, la sacudió y le dijo entre dientes:

—No tengo nada que ver con esto. ¿Me entiendes? ¿Vendrás ahora como una persona mayor o tendré que arrastrarte?

Alianora se tragó las lágrimas, se quedó mirándole con unos ojos húmedos y grandes y cerró los ojos. Holger se dio cuenta de que llevaba mucho tiempo allí.

—Iré contigo —dijo ella dócilmente.

Holger volvió a sacar la pipa y estuvo fumando durante la mayor parte del camino de regreso. ¡Maldición, maldición, maldición y maldición! Allí, junto a Morgana le Fay, casi había recordado esa otra vida. Casi, pero ahora ese conocimiento había desaparecido de nuevo. Bien, era demasiado tarde. A partir de ese día, ella sería sin duda su más feroz oponente. Aunque, con toda sinceridad, probablemente era bueno que les hubieran interrumpido. El no podría haber resistido mucho más tiempo la coquetería de Morgana.

Y lo peor de todo era que deseaba no haberse resistido. ¿Quién había escrito que no hay nada tan fútil como el recuerdo de una tentación que se ha resistido?

Demasiado tarde. Tenía que seguir adelante.

Su ser enterrado iluminó fugazmente su mente consciente, y supo por qué razón se había ido el unicornio. Morgana le Fay tuvo que ser la última gota que desbordó el vaso de su sensibilidad ultrajada… o la última docena de gotas. Eso le hizo sonreír y cogió la mano de Alianora. Uno al lado del otro, regresaron al campamento.

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