Por entonces, el sargento Hoekstra sólo vestía de uniforme cuando el barrio chino sufría la invasión de turistas y gentes que no eran de la ciudad. (También se lo puso para asistir al funeral de Rooie.) Y cuando se trataba de enseñar la zona, Harry era el policía más solicitado del segundo distrito, no sólo porque hablaba el inglés y el alemán mejor que ningún otro agente de la comisaría de la Warmoesstraat, sino también porque era el experto reconocido en el distrito y le encantaba llevar allí a la gente
Una vez mostró De Wallen a un grupo de monjas. No era raro que mostrara "los pequeños muros" a escolares. Las prostitutas, tras el escaparate, no perdían la calma y desviaban la vista cuando veían llegar a los niños, pero en una ocasión una mujer corrió bruscamente la cortina de su escaparate. Más adelante le dijo a Harry que había reconocido a su propio hijo entre los miembros del grupo
El sargento Hoekstra era también el agente preferido del segundo distrito cuando había que hablar con los medios de comunicación. Puesto que las falsas confesiones eran corrientes, Harry había aprendido enseguida a no facilitar nunca a la prensa todos los detalles de un delito. Por el contrario, a menudo aportaba a los periodistas detalles falsos, lo cual solía provocar las confesiones de ciertos enajenados. En el caso de Dolores la Roja, logró un par de confesiones falsas diciendo a los periodistas que habían estrangulado a Rooie tras un "violento forcejeo"
Las dos confesiones falsas eran de hombres que afirmaban haber matado a Rooie, asfixiándola con sus propias manos. Uno de ellos había persuadido a su esposa para que le arañase la cara y el dorso de las manos; el otro había convencido a su novia para que le diera puntapiés en las espinillas una y otra vez. En ambos casos, daba la impresión de que los hombres habían sostenido un "violento forcejeo"
En cuanto al método empleado para asesinar a Rooie, los detectives no perdieron tiempo manejando los ordenadores. Dieron la información necesaria a la Interpol, con sede en la ciudad alemana de Wiesbaden, y así descubrieron que unos cinco años atrás, en Zurich, habían matado a una prostituta de una manera similar
Lo único que Rooie había podido hacer era desprenderse de un zapato al sacudir la pierna. La prostituta que trabajaba en la Langstrasse de Zurich había opuesto un poco más de resistencia y se había roto una uña, lo cual demostraba que debía de haberse producido una breve lucha. Unos trocitos de tela, presumiblemente procedente de los pantalones del asesino, habían quedado bajo la uña rota de la prostituta. Era una tela de calidad, pero ¿qué revelaba eso?
La relación más convincente entre el asesinato de Zurich y el de Rooie, en Amsterdam, era que, en el primer caso, también hubo una lámpara de pie a la que quitaron la pantalla y la bombilla sin dañarlas. La policía de Zurich desconocía el hecho de que el asesino había fotografiado a la víctima. Allí no hubo ningún testigo y nadie envió a la policía un tubo de revestimiento Polaroid con una huella perfecta del pulgar derecho del presunto asesino
Sin embargo, ninguna de las huellas tomadas en la habitación de la prostituta cerca de la Langstrasse de Zurich coincidía con la huella del pulgar obtenida en Amsterdam; y la Interpol tampoco tenía registrada en sus archivos de Wiesbaden ninguna huella que coincidiera. La segunda huella que había en el tubo era una huella pequeña y nítida de un índice derecho, lo cual indicaba que la testigo debía de haber tomado el tubo con el pulgar y el índice en los extremos. (Se había llegado a la conclusión de que debía de ser una testigo, porque la huella dactilar era mucho más pequeña que la huella del pulgar del probable asesino.)
Otra huella pequeña y clara del dedo índice derecho de la testigo procedía de uno de los zapatos con la punta hacia fuera que estaban en el suelo del ropero de Rooie. El mismo dedo índice había tocado el pomo interior de la puerta, sin duda cuando la testigo salió a la calle, después de que el asesino se hubiera ido. Fuera quien fuese, era una mujer diestra y tenía una cicatriz producida por un corte con un cristal, perfectamente centrada en el dedo índice derecho
Pero la Interpol tampoco tenía una huella que coincidiera con el dedo índice derecho de la testigo. Desde luego, Harry no había esperado que la hubiese. Estaba seguro de que su testigo no era una delincuente, y tras pasarse una semana hablando con las prostitutas de la zona, también tenía la seguridad de que su testigo no era una prostituta. ¡Probablemente se trataba de una puñetera turista sexual!
¡En un breve período de tiempo, menos de una semana, cada prostituta de la Bergstraat había visto a la probable testigo hasta media docena de veces! Y Anneke Smeets incluso había hablado con ella. Una noche la mujer misteriosa había preguntado por Rooie, y Anneke, con su top de cuero y blandiendo un consolador, le había comunicado a la turista la supuesta razón por la que Rooie no trabajaba de noche. Le había dicho que la veterana prostituta estaba con su hija
Las prostitutas de la Korsjespoortsteeg también habían visto a la mujer misteriosa. Una de las putas más jóvenes le dijo a Harry que su testigo era una lesbiana, pero sus compañeras se mostraron en desacuerdo. Habían sido cautelosas con la mujer porque no sabían qué era lo que quería
A los hombres que pasaban una y otra vez ante los escaparates de las mujeres, siempre mirando, siempre cachondos, pero sin que nunca acabaran de decidirse, los llamaban hengsten (sementales), y las prostitutas que habían visto a Ruth Cole pasar ante sus escaparates la llamaban hengst (hembra). Sin embargo, desde luego, no existe un semental hembra, y por ello la mujer misteriosa inquietaba a las prostitutas
Una de ellas le dijo a Harry que parecía una periodista. (Los periodistas inquietaban mucho a las prostitutas.)
¿Una periodista extranjera? El sargento Hoekstra había rechazado esa posibilidad. A la mayoría de los periodistas extranjeros que iban a Amsterdam con un interés profesional por la prostitución les decían que hablaran con él
Gracias a las prostitutas de De Wallen, Harry descubrió que la mujer misteriosa no siempre estuvo sola. La había acompañado un joven, tal vez estudiante universitario. Si bien la testigo a la que Harry buscaba era treintañera y sólo hablaba inglés, el muchacho era sin duda holandés
Esto respondía a un interrogante que se había planteado el sargento Hoekstra: si la testigo desaparecida era una extranjera de habla inglesa, ¿quién había escrito el informe en holandés? Ciertos datos adicionales vertían algo de luz sobre el documento cuidadosamente redactado en letras mayúsculas que la testigo había remitido a Harry. Un tatuador a quien Harry consideraba un experto en caligrafía, examinó la minuciosa escritura y llegó a la conclusión de que el texto había sido copiado
El tatuador se llamaba Henk y era quien había realizado la mayor parte de los letreros en el museo del tatuaje radicado en el barrio chino, la llamada Casa del Dolor. (Su especialidad era un poema, cualquier poema que uno quisiera, tatuado en forma de cuerpo femenino.) Según él, el bolígrafo de la testigo se había detenido demasiado tiempo en cada letra. Sólo alguien que copiara frases de una lengua extranjera habría escrito cada palabra con tal lentitud
– ¿Y quién ha de esforzarse tanto para no cometer un error al escribir una palabra? -preguntó Henk a Harry-. Alguien que desconoce el idioma, por supuesto
Las prostitutas de De Wallen no creían que la testigo de Harry y el muchacho holandés tuvieran relaciones sexuales.
– No era sólo por la diferencia de edad -comentó la prostituta tailandesa a la que Ruth y Wim habían visitado en el Barndesteeg-. Se notaba que nunca habían hecho el amor
– Puede que tuvieran ese propósito -sugirió Harry-. Tal vez iban a hacerlo
– No me lo pareció -insistió la prostituta tailandesa-. Incluso eran incapaces de decirme lo que deseaban. ¡Sólo querían mirar, pero ni siquiera sabían qué era lo que querían mirar!
La otra prostituta tailandesa que recordaba a la pareja fuera de lo corriente era la vieja sádica, la que tenía fama de aterrorizar a los clientes
– El chico holandés la tenía grande -declaró-. Quería hacerlo de veras, pero su mami no le dejaba
– Ese chico estaba dispuesto a tirarse cualquier cosa, excepto a mí -le dijo a Harry el travestido ecuatoriano-. La mujer sólo tenía curiosidad. No quería hacer nada, sólo informarse
Harry estaba seguro de que si el chico holandés hubiera estado escondido en el ropero de Rooie con la mujer misteriosa, ambos habrían tratado de impedir el crimen. Y casi desde el principio Harry dudó de que la testigo fuese una prostituta novata. A menos que se tratase de una "ilegal", incluso una novata habría ido a la policía. Y de haber sido una "ilegal", ¿quién le habría escrito su testimonio en un holandés tan perfecto?
Una prostituta jamaicana del Slapersteeg también recordaba a Ruth Cole
– Era menuda, dijo que se había perdido -informó a Harry-. La tomé del brazo y salimos del callejón. Me sorprendió que tuviera el brazo derecho tan fuerte
¡Fue entonces cuando el sargento Hoekstra se dio cuenta de que también él había visto a la mujer misteriosa! De repente recordó a aquella mujer a la que había seguido por De Wallen una mañana, muy temprano, y que caminaba con un estilo atlético. Era menuda, desde luego, pero parecía fuerte y no le dio la impresión, ni mucho menos, de que estaba "perdida". Se la veía muy resuelta, y Harry la siguió no sólo porque parecía fuera de lugar en aquellos parajes, sino también por su extraordinario atractivo (¡por no mencionar que le resultaba vagamente familiar! Era increíble que Harry no la reconociera por las fotos en las sobrecubiertas de sus libros). Cuando Harry se dio cuenta de que ella reparó en que la seguía, regresó a la comisaría en la Warmoesstraat
Por último, el policía habló con las dos prostitutas gordas de Ghana. La turista desconocida se había detenido en el Stoofsteeg el tiempo suficiente para preguntarles de dónde eran. Las mujeres, a su vez, preguntaron a Ruth Cole por su procedencia, y ella les dijo que de Estados Unidos. (Lo que Harry supo gracias a las prostitutas de Ghana, a saber, que su testigo era estadounidense, resultaría ser una información más importante de lo que al principio había sospechado.)
Nico Jansen estaba sentado ante el ordenador. Se encontraba en un callejón sin salida. El tubo de revestimiento Polaroid con el tapón de rosca azul marino podía haber sido adquirido tanto en Amsterdam como en Zurich. El hecho de que, según la testigo misteriosa, el asesino pareciera un topo, que jadeara, que fuese estrábico y tuviera los ojos "casi totalmente cerrados"… ¿de qué servirían todos esos datos si en Zurich no había una huella dactilar que coincidiese con la del tubo de revestimiento Polaroid que tenían en Amsterdam?
La testigo había pensado en la posibilidad de que el asesino trabajara para la SAS, la línea aérea escandinava, pero esto resultó ser una pista falsa. A pesar del examen de las huellas dactilares de todos los empleados varones que trabajaban en el departamento de seguridad de la SAS, no se encontró ninguna huella coincidente
El asesino fue capturado gracias a que Harry Hoekstra sabía bien el inglés y, además, entendía el alemán. Resultó que la información más importante en el relato de la testigo era la observación de que el asesino hablaba un inglés que parecía tener acento alemán
Nico Jansen le comunicó a Harry que los detectives estaban en un callejón sin salida con respecto al asesinato. Al día siguiente, Harry revisó de nuevo el informe de la testigo y, de repente, vio algo que se le había pasado por alto. Si la lengua nativa del asesino era el alemán, existía la posibilidad de que SAS no fuese la tal SAS, pues tanto en alemán como en holandés las vocales a y e se pronuncian de una manera distinta a la inglesa. A un oyente norteamericano, SES le habría sonado como SAS. El asesino no tenía nada que ver con la línea aérea escandinava
¡Se ocupaba de algo relacionado con la seguridad para una empresa llamada SES!
Harry no tuvo necesidad de utilizar el ordenador de Nico Jansen para averiguar qué significaba SES. La Cámara de Comercio Internacional le ayudó de buen grado a encontrar una empresa que respondiera a esas siglas en una ciudad de habla alemana, y en menos de diez minutos Harry había identificado al patrono del asesino. La venerable Schweizer Elektronik und Sicherheitssysteme (SES) estaba ubicada en Zurich y se dedicaba a diseñar e instalar alarmas de seguridad para bancos y museos en toda Europa
Harry experimentó cierto placer al encontrar a Nico Jansen en la sala de detectives, donde las pantallas de los ordenadores siempre daban a sus caras un resplandor antinatural y los bombardeaban con sonidos no menos antinaturales
– Tengo algo para que lo metas en tu ordenador, Nico -le dijo Harry-. Si quieres, hablaré yo con tu colega en Zurich; mi alemán es mejor que el tuyo
El detective de Zurich se llamaba Ernst Hecht y le faltaba poco para la jubilación. Suponía que nunca llegaría a descubrir quién había matado, casi seis años atrás, a la prostituta brasileña en la zona de la Langstrasse. Pero la Schweizer Elektronik und Sicherheitssysteme era una empresa pequeña, aunque importante, que fabricaba alarmas de seguridad. Como medida de protección, a cada empleado de la empresa que hubiera diseñado o instalado un sistema de seguridad para un banco o un museo se le tomaban las huellas dactilares
El pulgar cuya huella coincidía con la huella encontrada en el tubo de revestimiento Polaroid pertenecía a un ex empleado, un ingeniero especializado en alarmas de seguridad llamado Urs Messerli. Este hombre estuvo en Amsterdam en el otoño de 1990 para hacer el presupuesto de la instalación de un sistema de detección de fuego y movimiento en un museo de arte. Entre sus elementos de trabajo, se contaba una vieja cámara Polaroid que utilizaba película Land 4 x 5, del tipo 55, cuyos positivos en blanco y negro preferían todos los ingenieros de SES. Eran unas fotografías de gran formato, y Messerli había tomado más de seis docenas de ellas en el interior del museo de arte amsterdamés, con objeto de saber cuántos dispositivos de detección de fuego y movimiento serían necesarios y dónde habría que instalarlos con exactitud
Urs Messerli ya no trabajaba en SES porque estaba muy enfermo. Se encontraba en un hospital, al parecer muriéndose de una infección pulmonar relacionada con un enfisema que empezó a padecer quince años atrás. (Harry Hoekstra pensó que un enfermo de enfisema probablemente producía al respirar los mismos sonidos que un asmático.)
El Universitátsspital de Zurich era famoso por los cuidados que prodigaba a los pacientes de enfisema. Ernst Hecht y Harry no tenían que preocuparse por si Urs Messerli se escabullía antes de que pudieran hablar con él, a menos que se escabullera al otro barrio. El paciente recibía oxígeno casi constantemente
Y Messerli padecía otra desgracia más reciente. Su esposa, con la que llevaba casado treinta años, iba a divorciarse de él. Mientras yacía allí, agonizante, luchando por respirar, la mujer de Messerli insistía también en que no la dejara fuera de su testamento. Ella había descubierto varias fotos de mujeres desnudas en el despacho que él tenía en su casa. Poco antes de que lo hospitalizaran, pidió a su mujer que le buscara unos documentos importantes, a saber, un codicilo de su testamento. Frau Messerli había encontrado las fotografías de la manera más inocente
Cuando Harry viajó a Zurich, Frau Messerli aún desconocía lo más importante con respecto a aquellas fotografías que había entregado al abogado que tramitaba su divorcio. Ni ella ni el abogado se dieron cuenta de que eran fotos de mujeres muertas. Lo único que les importaba era que las mujeres estaban desnudas
Harry no tuvo dificultad en identificar la fotografía de Rooie en el despacho de Hetch, y éste reconoció fácilmente a la prostituta brasileña asesinada en la zona de la Langstrasse. Lo que sorprendió a los dos policías fue que había fotografías de otras seis mujeres
La Schweizer Elektronik und Sicherheitssysteme había enviado a Urs Messerli a toda Europa, y el ingeniero había asesinado prostitutas en Francfort, Bruselas, Hamburgo, La Haya, Viena y Amberes. No siempre las había matado de manera tan eficiente ni había iluminado a sus víctimas con el mismo proyector que llevaba en el voluminoso maletín de cuero, pero siempre había dispuesto los cadáveres de sus chicas de la misma manera: tendidas de costado con los ojos cerrados, las rodillas alzadas hasta el pecho, en una postura recatada, de niña pequeña, razón por la que la esposa de Messerli y el abogado nunca sospecharon que las mujeres desnudas estaban muertas
– Tiene usted que felicitar a su testigo -le dijo Ernst Hecht a Harry
Ambos se dirigían al Universitátsspital para ver a Urs Messerli antes de que falleciera. El hombre ya había confesado.
– Sí, claro, le daré las gracias -replicó Harry-. Cuando la encuentre
El inglés de Urs Messerli era exactamente tal como lo había descrito la testigo misteriosa. El hombre hablaba un buen inglés, pero con acento alemán. Harry decidió hablarle en inglés, sobre todo porque Ernst Hecht también lo hablaba muy bien
– En la Bergstraat de Amsterdam… -empezó a decirle Harry-. Tenía el pelo castaño rojizo y buena figura para una mujer de su edad, pero los senos bastante pequeños…
– ¡Sí, sí, lo sé! -le interrumpió Urs Messerli
Una enfermera tuvo que quitarle la mascarilla de oxígeno para que pudiera hablar. Entonces el enfermo jadeó e hizo un sonido de succión, de modo que la enfermera volvió a cubrirle la boca y la nariz con la mascarilla
Su piel tenía una tonalidad mucho más gris que cuando Ruth Cole le vio y la imagen de un topo cruzó por su mente. Ahora la piel era cenicienta, las bolsas de aire agrandadas en los pulmones producían un sonido propio, independiente de la respiración irregular. Era como si se pudiera oír la rotura del tejido dañado que forraba las paredes de aquellas bolsas de aire
– En Amsterdam había una testigo -dijo Harry al asesino-. Supongo que la vio
Por una vez los ojillos vestigiales se abrieron del todo, como los de un topo que descubriera la visión. La enfermera volvió a retirarle la mascarilla de oxígeno
– Sí, sí…, ¡la oí! ¡Allí había alguien! -Se interrumpió para recuperar el aliento-. Hizo un pequeño ruido. Casi la oí. Entonces le sobrevino un ataque de tos. La enfermera volvió a cubrirle la boca y la nariz con la mascarilla
– Estaba en el ropero -informó Harry a Messerli-. Todos los zapatos habían sido colocados con las puntas hacia fuera. Es probable que, de haber mirado con más atención, hubiera visto los tobillos
Esta noticia entristeció indeciblemente a Urs Messerli, como si le hubiera gustado mucho conocer por lo menos a la testigo…, si no matarla
Todo esto sucedía en abril de 1991, seis meses después del asesinato de Rooie y un año después de que Harry Hoekstra hubiera estado a punto de viajar con ella a París. Aquella noche, en Zurich, Harry se dijo que ojalá hubiera ido a París con Rooie. No era necesario pasar la noche en Zurich y podría regresar en avión a Amsterdam al final de ese mismo día, mas por una vez quería hacer algo que había leído en un libro de viajes
Rechazó la invitación a cenar que le hizo Ernst Hecht, pues quería estar a solas. Cuando pensaba en Rooie, no estaba totalmente solo. Incluso eligió un hotel que a ella podría haberle gustado. Aunque no era el hotel más lujoso de Zurich, era demasiado caro para un policía, pero Harry había viajado tan poco que tenía ahorrada una buena cantidad de dinero. No esperaba que el Segundo Distrito le pagara la estancia en el hotel Zum Storchen, ni siquiera una sola noche, pero fue allí donde quiso alojarse. El hotel, a orillas del Limmat, tenía un encanto romántico. Thomas Mann había comido allí… y también James Joyce. De las paredes de sus dos comedores colgaban pinturas de Klee, Chagall, Matisse, Miró y Picasso. Eso a Rooie no le interesaría en absoluto, pero le habría gustado la Bündnerfleisch y el hígado de ternera picado con Rósti
Normalmente Harry no bebía nada más fuerte que cerveza, pero esa noche fue a la Kronenhalle y se tomó cuatro cervezas y una botella de vino tinto. Cuando regresó a la habitación del hotel estaba borracho. Se quedó dormido antes de haberse descalzado, y sólo la llamada telefónica de Nico Jansen le obligó a despertar y desvestirse para meterse en la cama
– Cuéntamelo -le dijo Jansen-. El asunto ha terminado, ¿no?
– Estoy bebido, Nico -replicó Harry-. Estaba dormido.
– Cuéntamelo de todos modos -insistió Nico Jansen-. El cabrón mató a ocho furcias, cada una en una ciudad distinta, ¿no es cierto?
– Así es. Dentro de un par de semanas habrá muerto. Me lo ha dicho su médico. Tiene una infección en los pulmones, padece enfisema desde hace quince años. Supongo que produce un sonido como el asma
– Pareces alegre -comentó Jansen.
– Estoy bebido -repitió Harry
– Deberías ser un borracho feliz, Harry -le dijo Nico-. Todo se ha resuelto, ¿no?
– Todo excepto dar con la testigo -dijo Harry Hoekstra.
– Tú y tu testigo. Déjala en paz. Ya no la necesitamos para nada
– Pero la vi -replicó Harry. No se percató hasta que lo hubo dicho, pero precisamente porque la había visto no podía quitársela de la cabeza. ¿Qué había estado haciendo allí aquella mujer? Harry pensó que había sido una testigo mejor de lo que con toda probabilidad ella creía, pero se limitó a decir-: Sólo quiero felicitarla
– ¡Dios mío, estás borracho de veras! -exclamó Jansen. Harry intentó leer en la cama, pero estaba demasiado bebido para entender lo que leía. La novela, que no había estado del todo mal como lectura en el avión, era un desafío demasiado grande bajo los vapores del alcohol. Se trataba de la nueva novela de Alice Somerset, la cuarta y última en la que aparecía la detective Margaret McDermid. Se titulaba McDermid, jubilada
A pesar de su desdén habitual por las novelas policíacas, Harry Hoekstra era un gran aficionado a la anciana autora canadiense. (Aunque Eddie O'Hare nunca habría considerado a una mujer de setenta y dos años una "anciana", ésa era la edad que Alice Somerset, también llamada Marion Cole, tenía en abril de 1991.)
A Harry le gustaban las novelas de misterio protagonizadas por Margaret McDermid porque creía que la detective del departamento de desaparecidos tenía un grado de melancolía que resultaba convincente en un agente policial. Además, las obras de Alice Somerset no eran verdaderas novelas de "misterio", sino investigaciones psicológicas que profundizaban en la mente de una policía solitaria. En opinión de Harry, las novelas demostraban de una manera creíble el efecto que las personas desaparecidas ejercían sobre la sargento McDermid…, es decir, aquellas personas desaparecidas cuya suerte la detective jamas llegaba a descubrir
Aunque por entonces a Harry le quedaban por lo menos cuatro años y medio para su jubilación, no le servía de gran cosa leer acerca de una policía que se había jubilado, sobre todo porque lo esencial de la novela era que, incluso después de retirarse, la sargento McDermid seguía pensando como una policía
Llega a convertirse en una prisionera de las fotografías de aquellos muchachos norteamericanos desaparecidos para siempre. No puede decidirse a destruir las fotos, aun cuando sabe que nunca encontrarán a los jóvenes. La novela finaliza con la frase: "Cifraba su esperanza en que un día tendría el valor suficiente para destruirlas"
¿Cifraba su esperanza?, se preguntó Harry. ¿Eso era todo? ¿Sólo tenía esperanza? ¡Mierda! ¿Qué clase de final era ése? Profundamente deprimido y todavía despierto, Harry miró la foto de la autora. Le irritaba no poder hacerse nunca una idea cabal del aspecto que tenía Alice Somerset. Siempre volvía la cara y se cubría la cabeza con un sombrero. El sombrero era lo que realmente fastidiaba a Harry. Está bien usar seudónimo, pero ¿qué era aquella mujer? ¿Una criminal?
Y como Harry no podía ver con claridad el semblante de Alice Somerset, su cara oculta le recordaba a la testigo desaparecida, cuya cara tampoco había visto bien. Cierto que había reparado en sus pechos y en la actitud precavida de todo su cuerpo, pero también le había impresionado la manera en que parecía estudiarlo todo. Ésta había sido en parte la motivación de su propio deseo de estudiarla. Se daba cuenta de que si quería volver a verla, no era sólo por su condición de testigo. Quienquiera que fuese, era una mujer a la que quería conocer
En abril de 1991, cuando apareció en los periódicos de Amsterdam la noticia de que habían capturado al asesino de la prostituta, el hecho de que el asesino resultara ser un enfermo incurable no dejó de causar cierto desengaño. Urs Messerli no saldría nunca del hospital y moriría en el transcurso de aquel mismo mes. Un asesino en serie de ocho prostitutas debería haber provocado más sensación, pero la noticia ocupó un lugar destacado en la prensa durante menos de una semana, y hacia fines de mayo ya no había ninguna mención del asunto. Maarten Schouten, el editor holandés de Ruth Cole, se hallaba en la Feria del Libro Infantil de Bolonia cuando se difundió la noticia, la cual no llegó a Italia porque ninguna de las prostitutas asesinadas era italiana. Y todos los años, tras la Feria de Bolonia, Maarten viajaba a Nueva York. Ahora que sus hijos eran mayores, Sylvia le acompañaba a ambas ciudades. Como Maarten y Sylvia no se enteraron de que la policía había encontrado al asesino de Rooie, Ruth tampoco se enteró. Seguía creyendo que el hombre topo se había salido con la suya y que andaba por ahí totalmente libre
Cuatro años y medio después, en el otoño de 1995, Harry Hoekstra, de cincuenta y ocho años y a punto de jubilarse, vio la nueva novela de Ruth Cole en el escaparate de aquella librería en el Spui, la Athenaeum, y se apresuró a comprarla
– Ya era hora de que esta autora escribiera otra novela -le dijo el sargento Hoekstra a la dependienta
Todos los empleados de la Athenaeum conocían a Harry. Su aprecio por las novelas de Ruth Cole les era casi tan familiar como el chismorreo de que el sargento Hoekstra había conocido allí a más mujeres, mientras ojeaba libros, que en ninguna otra parte. A los empleados de la librería les gustaba bromear con él. No dudaban de su afición a leer libros de viaje y novelas, pero se divertían diciéndole lo que sospechaban, que iba allí no sólo a leer
Mi último novio granuja, que Harry compró en inglés, tenía un título atroz en holandés, Mijn laatste slechte vriend. La empleada que atendió en esa ocasión a Harry, y que era una profesional muy experta, le explicó las posibles razones por las que Ruth Cole había necesitado cinco años para escribir un libro que no parecía muy largo
– Es su primera novela en primera persona -empezó a decir la joven-. Y parece ser que tuvo un hijo hace unos años
– No sabía que estuviera casada -dijo Harry, mientras contemplaba con más atención la foto de Ruth en la sobrecubierta. Se dijo que no parecía casada
– Su marido murió hace cosa de un año -le informó la empleada
Así pues, Ruth Cole debía de estar viuda. El sargento Hoekstra examinó la foto de la autora. Sí, tenía más aspecto de viuda que de casada. Había en sus ojos un aire de tristeza, o tal vez tenían algún defecto. La mujer miraba a la cámara con recelo, como si su inquietud fuese incluso más permanente que su aflicción
La novela anterior de Ruth Cole trataba de una viuda, ¡y ahora ella también lo era!
Harry pensó que un problema de las fotos de los autores es que éstos siempre afectan una pose y no saben qué hacer con las manos. Unos las tienen entrelazadas, otros se cruzan de brazos, algunos meten las manos en los bolsillos. En esas fotos no faltan las manos en el mentón y en el aire. Harry pensaba que deberían tener las manos a los costados o en el regazo
El otro problema que presentaban las fotos de autores era que a menudo no constaban más que de la cabeza y los hombros. Harry quería verlos de cuerpo entero. En el caso de Ruth, uno ni siquiera podía verle los pechos
En sus días de asueto, al salir de la Athenaeum, Harry solía sentarse a leer en un café del Spui, pero se sentía inclinado a leer en casa la novela de Ruth Cole
¿Qué más podía desear? ¡Una nueva novela de Ruth Cole y dos días de fiesta!
Cuando llegó a la parte del relato en que aparecen la mujer mayor y el hombre joven, se sintió decepcionado. Harry tenía casi cincuenta y ocho años, y no le apetecía leer sobre la relación entre una treintaañera y un hombre más joven que ella. No obstante, le intrigaba que la historia transcurriera en Amsterdam, Y cuando llegó a la parte en que el joven convence a la mujer para pagar a una prostituta a fin de que les permita mirarla mientras está con un cliente… la sorpresa del sargento Hoekstra es imaginable. "En la habitación predominaba el color rojo, y la pantalla de vidrio coloreado de rojo de la lámpara la enrojecía aún más", había escrito Ruth Cole. Harry sabía en qué habitación pensaba
"Estaba tan nerviosa que no servía para nada -escribía Ruth Cole-. Ni siquiera pude ayudar a la prostituta a colocar los zapatos con las puntas hacia fuera. Tomé sólo uno de los zapatos y lo dejé caer enseguida. Ella me reconvino por ser semejante incordio para ella, y me pidió que me escondiera detrás de la cortina. Entonces alineó los zapatos restantes a cada lado de los míos. Supongo que mis zapatos se movían un poco, porque estaba temblando."
A Harry no le resultó difícil imaginarla temblando. Puso un punto entre las páginas donde había interrumpido la lectura. Terminaría la novela al día siguiente. Ya eran altas horas de la noche, pero ¿qué importaba? Tenía libre el día siguiente
El sargento Hoekstra montó en su bicicleta y recorrió la distancia desde el oeste de Amsterdam hasta De Wallen en muy poco tiempo. Había recortado la foto de la sobrecubierta del libro, pues no había ningún motivo para que nadie más supiera quién era su testigo
Encontró primero a las dos mujeres gordas de Ghana, y al mostrarles la foto tuvo que recordarles a la misteriosa mujer de Estados Unidos que se detuvo en el Stoofsteeg y les preguntó de dónde eran
– Eso pasó hace mucho tiempo, Harry -dijo una de las mujeres
– Cinco años -precisó el sargento-. ¿Es ella?
Las prostitutas de Ghana miraron con detenimiento la fotografía
– No se le ven los pechos -comentó una de ellas.
– Sí, tenía unos pechos bonitos -dijo la otra.
– Bueno, ¿es ella? -insistió Harry
– ¡Han pasado cinco años, Harry -exclamó la primera.
– Sí, es demasiado tiempo -dijo la otra
Entonces Harry encontró a la prostituta tailandesa joven y fornida del Barndesteeg. La mayor, la sádica, dormía, pero de todos modos Harry confiaba más en el juicio de la prostituta joven
– ¿Es ella? -preguntó de nuevo
– Podría ser -dijo lentamente la tailandesa-. Recuerdo mejor al chico
En el Gordijnensteeg, dos policías más jóvenes y uniformados disolvían a un grupo de personas que estaban discutiendo ante los escaparates de los ecuatorianos. Siempre había riñas en la zona de los travestidos ecuatorianos. Al año siguiente los deportarían a todos, como había sucedido en Francia unos años atrás
Cuando vieron al sargento Hoekstra, los policías jóvenes parecieron sorprendidos, pues sabían que tenía la noche libre. Pero Harry les dijo que había ido a resolver cierto asunto con el hombre que tenía unos pechos del tamaño de pelotas de béisbol y duros como piedras. El travestido ecuatoriano exhaló un hondo suspiro cuando vio la foto de Ruth Cole
– Es una lástima que no se le vean los pechos -comentó-. Los tenía bonitos
– ¿Estás seguro de que es ella? -le preguntó Harry.
– Parece mayor -dijo el travestido, decepcionado
Harry sabía que era mayor, que había tenido un hijo y su marido estaba muerto. Varios motivos explicaban que Ruth Cole pareciera mayor
No pudo encontrar a la prostituta jamaicana que había tomado a Ruth del brazo para llevarla fuera del Slapersteeg, la que dijo que la testigo de Harry tenía el brazo derecho fuerte para ser una mujer tan menuda. Harry se preguntaba si sería algo así como una atleta
A veces la prostituta jamaicana estaba ausente durante una semana o más tiempo. Debía de tener una segunda vida que le creaba dificultades, tal vez en Jamaica. Pero no importaba, de todos modos Harry no necesitaba verla
Finalmente fue pedaleando a la Bergstraat. Allí tuvo que esperar a que Anneke Smeets terminara con un cliente. Rooie había legado en su testamento a Anneke la habitación con escaparate de la que era propietaria. Eso hubiera podido ayudar a la joven con sobrepeso a prescindir de la heroína, pero el lujo de poseer la habitación de Rooie había perjudicado en gran manera el equilibrio dietético de Anneke, y estaba tan gorda que ya no podía ponerse el top de cuero
– Quiero entrar -le dijo Harry a Anneke, aunque generalmente prefería hablarle en la calle, pues nunca le había gustado el olor de la joven
La noche estaba ya muy avanzada, y el olor de Anneke era espantoso cuando se disponía a cerrar la habitación y volver a casa
– Vaya, Harry, ¿es una visita profesional? -le preguntó la joven obesa-. ¿Se trata de tu profesión o de la mía?
El sargento Hoekstra le mostró la foto de la autora.
– Sí, es ella -dijo Anneke-. ¿Quién es?
– ¿Estás segura?
– Claro que estoy segura. No hay duda de que ¿por qué la buscas? Ya has descubierto al asesino.
– Buenas noches, Anneke -le dijo Harry
Pero cuando salió a la Bergstraat se encontró con que al guien le había robado la bicicleta. Esta pequeña decepción era similar a la que se llevó al ver que la prostituta jamaicana volvía a estar ausente. ¿Qué importaba, en realidad? Harry tenía libre todo el día siguiente, un tiempo suficiente para terminar la nueva novela de Ruth Cole y comprarse una bicicleta nueva
En Amsterdam no se producían más de veinte o treinta asesinatos al año, la mayoría de los cuales no ocurrían en el entorno doméstico, pero cada vez que la policía dragaba uno de los canales en busca de un cadáver, encontraban centenares de bicicletas. A Harry no habría podido importarle menos la bicicleta robada
Cerca del hotel Brian, en el Singel, había chicas en unos escaparates que no deberían estar allí. Eran más "ilegales", pero Harry no estaba de servicio. Las dejó en paz y entró en el Brian para pedir al recepcionista que le llamara un taxi
En el curso de un año, la policía tomaría medidas enérgicas contra las "ilegales", y pronto habría habitaciones con escaparate vacías en todo el barrio chino. Tal vez mujeres holandesas trabajarían de nuevo en aquellos locales, pero para entonces Harry estaría jubilado… Ya le daba lo mismo
Cuando estuvo de regreso en su piso, Harry encendió la chimenea de su dormitorio. Estaba deseando leer el resto de la novela de Ruth Cole. Con cinta adhesiva, fijó la foto de Ruth en la pared, al lado de la cama. La luz de las llamas oscilaba mientras el sargento Hoekstra dedicaba la noche a leer. Una o dos veces se levantó de la cama para avivar el fuego. A la luz oscilante, el rostro inquieto de Ruth parecía más vivo de lo que le había parecido en la sobrecubierta del libro. Veía sus andares resueltos y atléticos, la atención con que observaba el ambiente del barrio chino, donde él la había seguido primero con un interés pasajero y luego renovado. Recordó que tenía unos pechos bonitos
Por fin, cinco años después del asesinato de su amiga, el sargento Hoekstra había encontrado a la testigo
En cuanto a la cuarta y, al parecer, última novela de misterio protagonizada por la detective Margaret McDermid (McDermid, jubilada, de Alice Somerset), si el final había decepcionado a Harry Hoekstra, a Eddie O'Hare le había dejado consternado. No se trataba solamente de lo que Marion había escrito sobre las fotografías de sus hijos perdidos: "Confiaba en que un día tendría el valor de destruirlas". Más deprimente era el fatalismo que solía caracterizar a la detective jubilada. La sargento McDermid se había resignado a que los muchachos siguieran irremisiblemente perdidos. Incluso el esfuerzo final de Marion por proporcionar una vida de ficción a sus hijos muertos la había abandonado. Daba la impresión de que Alice Somerset no volvería a escribir. McDermid, jubilada le parecía a Eddie un anuncio de que la Marion escritora también se había retirado
En su momento, Ruth se había limitado a decirle a Eddie: "Mucha gente se retira antes de llegar a los setenta y dos años". Pero ahora, cuatro años y medio después, en el otoño de 1995, no tenía ninguna noticia de Marion (Alice Somerset no había escrito, o por lo menos no había publicado, otro libro) y ni Eddie ni Ruth pensaban tanto en Marion como antes. A veces Eddie tenía la sensación de que Ruth había dado por perdida a su madre. ¿Y quién podía culparla de ello?
Ruth estaba incuestionable y justamente enojada con su madre porque ni el nacimiento de Graham ni los sucesivos aniversarios del niño motivaron la aparición de Marion. Y la muerte de Allan, un año atrás, que podría haber motivado la aparición de Marion a fin de darle su pésame, tampoco bastó para conmover a la anciana