Eddie O'Hare prestaba poca atención a lo que se decía en Exeter sobre la manera en que los Cole hacían frente a la trágica pérdida de sus hijos. Incluso cinco años después de lo ocurrido, esas conversaciones eran la comidilla de las cenas a las que Minty O'Hare y su mujer, siempre hambrienta de chismorreos, invitaban a sus colegas del centro. La madre de Eddie se llamaba Dorothy, pero todo el mundo, salvo el padre de Eddie, que se abstenía de usar apodos, la llamaba "Dot"
Eddie no era un experto en chismorreos, pero sí un alumno aceptable, y se había preparado para aquel empleo veraniego como ayudante de escritor con unos deberes que, a su modo de ver, eran más esenciales para dicha tarea que memorizar los relatos de la tragedia extraídos de los medios de comunicación
Si bien Eddie no se había enterado de que el matrimonio Cole había tenido otro hijo, la noticia no les pasó desapercibida a Minty y Dot O'Hare. Sabían que Ted Cole era ex alumno de Exeter (1931), y que sus dos hijos estudiaban en el centro cuando les sobrevino la muerte, y ello bastaba para proporcionar a todos los miembros de la familia Cole una perdurable relación con Exeter. Además, Ted Cole era un exoniano famoso, y a los señores O'Hare, aunque no a Eddie, la fama les impresionaba sobremanera
Que Ted Cole figurase entre los autores de cuentos infantiles más conocidos de Norteamérica explicaba que la prensa hubiera mostrado un interés especial por la tragedia. ¿Cómo se enfrenta un renombrado autor e ilustrador de libros infantiles a la muerte de sus propios hijos? Y a unas informaciones de naturaleza tan personal siempre les acompaña el chismorreo. Entre las familias del profesorado de Exeter, posiblemente Eddie O'Hare era el único que no prestaba mucha atención al chismorreo. Desde luego, era el único miembro de la comunidad de Exeter que había leído todo cuanto Ted Cole había publicado
En su mayoría, los miembros de la generación de Eddie (y de media generación anterior a la suya) habían leído El ratón que se arrastra entre las paredes, o lo que era más probable, otras personas se lo habían leído antes de que pudiesen leerlo. Y la mayoría de los profesores y de los alumnos de Exeter, también habían leído otros libros infantiles de Ted Cole. Pero, ciertamente, nadie más en Exeter había leído las tres novelas de Ted. En primer lugar, estaban agotadas, y, además, no eran muy buenas. No obstante, como fiel exoniano, Ted Cole había donado a la biblioteca de Exeter un ejemplar de la primera edición de cada uno de sus libros, así como el original, manuscrito, de cuanto había escrito
Eddie podría haberse enterado de más cosas por los rumores y el chismorreo (cuando menos, en el sentido de que podrían haberle ayudado a prepararse para su empleo veraniego), pero las ansias de lectura del muchacho evidenciaban la seriedad con que se preparaba para ser ayudante de escritor. Y el hecho era que ignoraba que Ted Cole se estaba convirtiendo ya en un ex escritor
Lo cierto es que Ted sentía una atracción crónica hacia las mujeres jóvenes. Marion sólo tenía diecisiete años y ya estaba embarazada de Thomas cuando Ted se casó con ella. Por entonces Ted tenía veintitrés. El problema, conforme Marion se hacía mayor y aunque siempre fuese seis años más joven que Ted, estribaba en que el interés de Ted por las mujeres más jóvenes persistía
La nostalgia de la inocencia que perdura en la mente de un hombre adulto era un tema del que Eddie O'Hare, a sus dieciséis años, sólo tenía conocimiento por las novelas…, y los libros embarazosamente autobiográficos de Ted Cole no eran ni lo primero ni lo mejor que Eddie había leído sobre el particular. No obstante, la valoración crítica que Eddie hacía de la escritura de Ted Cole no disminuía los anhelos del muchacho por convertirse en su ayudante. No dudaba de que podría aprender un arte o un oficio de alguien que no llegaba a la maestría. Al fin y al cabo, en Exeter, Eddie había aprendido mucho de una considerable variedad de maestros, que eran en su mayoría excelentes. Sólo unos pocos profesores de Exeter eran tan aburridos en clase como Minty O'Hare. Incluso su hijo percibía que Minty hubiera destacado por su mediocridad en una mala escuela, y no digamos ya en Exeter
Dado que Eddie O'Hare había crecido en el recinto y en el entorno casi constante de una buena escuela, sabía que es posible aprender mucho de los adultos que trabajan con ahínco y siguen ciertas normas. Pero ignoraba que Ted Cole había dejado de trabajar con ahínco, y que el resto de las discutibles "normas" de Ted empezaban a peligrar a causa del insoportable fracaso de su matrimonio con Marion, todo ello combinado con aquellas muertes inaceptables
Para Eddie, los libros infantiles de Cole tenían más interés intelectual, psicológico e incluso emocional que las novelas. Los relatos aleccionadores para niños se le ocurrían a Ted con naturalidad, y era capaz de imaginar y expresar los temores de los pequeños. Si Thomas y Timothy hubieran llegado a la edad adulta, sin duda su padre les habría decepcionado. Y sólo cuando llegara a la edad adulta, Ruth se sentiría decepcionada con Ted, pues de niña le adoraba
A los dieciséis años, Eddie O'Hare se hallaba en algún punto entre la infancia y la edad adulta. En opinión de Eddie, no había mejor comienzo para un relato que la primera frase de El ratón que se arrastra entre las paredes: "Tom se despertó, pero Tim no". Ruth Cole envidiaría siempre esa frase, a pesar de que sería mejor escritora que su padre, en todos los aspectos, y jamás olvidaría la primera vez que la oyó, mucho antes de que supiera que era la primera frase de un libro famoso
Ocurrió aquel mismo verano de 1958, cuando Ruth tenía cuatro años, poco antes de que Eddie se instalara en su casa. Esta vez no fue el ruido que producen dos personas al hacer el amor lo que la despertó, sino un ruido que había oído en sueños y que recordó al despertar. En el sueño de Ruth, su cama sufría sacudidas, pero al despertar vio que era ella quien temblaba, y por lo tanto la cama también parecía temblar. Y por unos instantes, incluso cuando Ruth estaba despierta del todo, el ruido procedente del sueño persistía. Entonces, bruscamente, se quedó quieta. Era un ruido como el de alguien que quiere pasar desapercibido
– ¡Papá! -susurró Ruth
Había recordado que esa noche le tocaba a su padre quedarse con ella, pero le llamó en voz tan baja que ni siquiera ella misma se oyó. Además, Ted Cole dormía como un tronco. Como les sucede a la mayoría de los grandes bebedores, más que dormirse se caía redondo, por lo menos hasta las cuatro o las cinco de la madrugada; entonces se despertaba y ya no podía volver a conciliar el sueño
Ruth bajó de la cama, cruzó de puntillas el baño y entró en el dormitorio principal, donde su padre estaba acostado. Desprendía un olor a whisky o a ginebra, un olor tan intenso como el de un coche que huele a aceite de motor y gasolina en un garaje cerrado
– ¡Papá! -volvió a llamarle-. He tenido un sueño. He oído un ruido
– ¿Qué clase de ruido era, Ruthie? -le preguntó su padre. No se había movido, pero estaba despierto
– Ha entrado en la casa -dijo Ruth.
– ¿Qué es lo que ha entrado? ¿El ruido?
– Está en la casa, pero intenta estarse quieto -le explicó Ruth.
– Entonces vamos a buscarlo -dijo su padre-. Un ruido que intenta estarse quieto. Tengo que ver eso
La tomó en brazos y recorrió el largo pasillo del piso superior, de cuyas paredes colgaban más fotografías de Thomas y Timothy que en cualquier otra parte de la casa, y, cuando Ted encendió las luces, los hermanos muertos de Ruth parecieron rogarle a la niña que les dispensara toda su atención, como una hilera de príncipes que solicitaran el favor de una princesa.
– ¿Dónde estás, ruido? -preguntó Ted
– Mira en las habitaciones de los invitados -le pidió Ruth. Su padre la llevó al extremo del pasillo, donde había tres dormitorios y dos baños para los invitados…, cada uno con más fotos. Encendieron todas las luces, miraron en los armarios y detrás de las cortinas de las duchas
– ¡Sal, ruido! -ordenó Ted
– ¡Sal, ruido! -repitió Ruth
– Tal vez esté abajo -sugirió su padre
– No, estaba arriba con nosotros -le dijo Ruth
– Entonces creo que se ha ido-concluyó Ted-. ¿Qué clase de ruido era?
– Era como el ruido de alguien que no quiere hacer ruido -le explicó Ruth
Él la depositó en una de las camas para los invitados, y tomó de la mesilla de noche un bloc y un bolígrafo. Le gustaba tanto lo que la niña había dicho que debía anotarlo. Pero no llevaba puesto el pijama y, por lo tanto, carecía de bolsillos para guardar la hoja de papel, de modo que sostuvo la hoja entre los dientes cuando tomó de nuevo a Ruth en brazos. Ella, como de costumbre, sólo mostró un interés pasajero por la desnudez de su padre
– Tu pene es gracioso -le dijo
– Sí, mi pene es gracioso -convino su padre
Era lo que siempre le decía. Esta vez, con la hoja de papel entre los dientes, la naturalidad de esa observación parecía todavía más natural
– ¿Adónde ha ido el ruido? -le preguntó Ruth
Su padre la llevaba a través de los dormitorios y baños de los invitados, apagando las luces al pasar, pero en uno de los baños se detuvo tan en seco que Ruth imaginó que Thomas o Timothy, o tal vez los dos, habían alargado la mano desde una de las fotografías para agarrar a Ted
– Voy a contarte un cuento sobre un ruido -le dijo su padre, y, al hablar, la hoja de papel que sostenía entre los dientes se ondulaba
Entonces, con la niña todavía en los brazos, se sentó en el borde de la bañera
En la fotografía que le había llamado la atención, Thomas tenía cuatro años, exactamente la edad que tenía Ruth ahora. Todos aparecían en poses desgarbadas: Thomas, sentado en un gran sofá con un confuso diseño floral en la tapicería, y Timothy, con dos años, a quien parecía inundar el exceso botánico del sofá, y que permanecía a la fuerza en el regazo de Ted. La foto debía de datar de 1940, dos años antes de que naciera Eddie O'Hare
– Una noche, cuando Thomas contó su padre-, y Timothy aún oyó un ruido
Ruth siempre recordaría a su padre en hoja de papel de la boca
– ¿Los dos se despertaron? -le preguntó Ruth, mirando la fotografía
Y eso fue lo que puso en movimiento el viejo y memorable relato. Ted Cole se lo sabía de memoria desde la primera línea. -"Tom se despertó, pero Tim no." Ruth se estremeció en los brazos de su padre. Incluso de mayor, convertida ya en una novelista de éxito, Ruth Cole no podría oír o pronunciar esas palabras sin estremecerse
– "Tom se despertó, pero Tim no. Era noche cerrada. "¿Has oído eso?", le preguntó Tom a su hermano, pero Tim sólo tenía dos años e, incluso cuando estaba despierto, no hablaba mucho
"Tom despertó a su padre y le preguntó: "¿Has oído ese ruido?"
"¿Qué clase de ruido?", preguntó su padre
"Era como el de un monstruo sin brazos ni piernas, pero que intenta moverse", dijo Tom
"¿Cómo puede moverse sin brazos ni piernas?"
"Pues se arrastra", dijo Tom. "Se desliza sobre su plaje
"¡Ah!, pero ¿tiene pelaje?", preguntó el padre. "
"Avanza apoyándose en los dientes."
"¡También tiene dientes!", exclamó el padre"
"Ya te lo he dicho… ¡Es un monstruo!", insistió Tom. "
"Pero ¿cómo era exactamente el ruido que te ha despertado?", le preguntó su padre"
"Era un ruido como si…, como si uno de los vestidos que tiene mamá en el armario estuviera vivo de repente y tratara de bajar del colgador", dijo Tom."
Durante el resto de su vida, Ruth Cole tendría miedo de los armarios. No podría dormirse en una habitación si la puerta del armario estaba abierta. No le gustaba ver los vestidos allí colgados. No le gustaban los vestidos, y punto. De niña jamás abría la puerta de un armario si la habitación estaba a oscuras, por temor a que un vestido tirase de ella y la arrastrara dentro del armario
"Volvamos a tu habitación y escuchemos el ruido", dijo el padre de Tom
"Y allí estaba Tim, que seguía dormido y aún no había oído ningún ruido. Era un ruido como si alguien quitara los clavos de las tablas, en el suelo, debajo de la cama. Era un ruido como el de un perro que intentara abrir una puerta: tenía la boca húmeda, y por lo tanto no podía agarrar bien el pomo, pero no dejaba de intentarlo, y Tom pensó que al final el perro entraría. Era un ruido como el de un fantasma en el desván, que dejara caer al suelo los cacahuetes que había robado en la cocina."
Y al llegar ahí, la primera vez que escuchó el cuento, Ruth interrumpió a su padre para preguntarle qué era un desván…
– Es una habitación muy grande encima de los dormitorios -le dijo
La existencia incomprensible de semejante habitación la llenó de espanto. La casa donde Ruth creció carecía de desván.
"¡Ahí está otra vez el ruido!", susurró Tom a su padre. "¿Lo has oído?"
"Esta vez Tim también se despertó. Era un ruido como el de algo atrapado dentro de la cabecera de la cama. Se estaba comiendo el material para salir de allí, roía la madera."
Ruth interrumpió a su padre de nuevo. Su litera no tenía cabecera, y no sabía lo que significaba "roía". Su padre se lo explicó
– "A Tom le parecía que el sonido era claramente el de un monstruo sin brazos ni piernas que arrastraba su espeso y húmedo pelaje
"¡Es un monstruo!", exclamó
"Es un ratón que se arrastra entre las paredes", dijo su padre
"Tim lanzó un grito. No sabía qué era un ratón, y le asustaba la idea de un ser con pelaje espeso y húmedo, sin brazos ni piernas, arrastrándose entre las paredes. Además, ¿cómo algo así podía meterse entre las paredes?
"Pero Tom le preguntó a su padre si de veras sólo era un ratón.
"El padre golpeó la pared con la mano y oyeron cómo el ratón se escabullía
"Si vuelve", les dijo a Tom y a Tim, "sólo tenéis que golpear la pared"
"¡Un ratón que se arrastra Tom. "¡No era más que eso!"
"Se durmió enseguida, y su padre regresó a la cama y también se durmió, pero Tim se pasó toda la noche en vela, porque no sabía lo que era un ratón y quería estar despierto cuando la criatura que se arrastraba entre las paredes volviera a arrastrarse. Cada vez que creía oír al ratón moviéndose entre las paredes, Tim golpeaba la pared con la mano y el ratón se escabullía, arrastrando su espeso y húmedo pelaje, sin patas delanteras ni traseras
– Y éste… -le dijo Ted a Ruth, porque terminaba todos sus relatos de la misma manera
– Y éste es el final del cuento -concluyó la pequeña.
Cuando su padre se levantó del borde de la bañera, Ruth oyó el crujido de sus rodillas. Apagó la luz del baño de invitados, donde Eddie O'Hare no tardaría en pasar una absurda cantidad de tiempo, dándose largas duchas hasta que se terminaba el agua caliente o haciendo alguna otra cosa propia de los adolescentes
El padre de Ruth apagó las luces del largo pasillo, donde las fotografías de Thomas y Timothy se sucedían en una hilera perfecta. A Ruth, sobre todo aquel verano en que ella tenía cuatro años, le parecía que abundaban las fotografías de sus dos hermanos a la edad de cuatro años. Más adelante especularía con la posibilidad de que su madre hubiera preferido los niños de cuatro años a los de cualquier otra edad, y se preguntaría si ésa fue la razón de que su madre la abandonara al final del verano, precisamente cuando ella tenía cuatro años
Después de que su padre la acostara en la litera, Ruth le preguntó:
– ¿Hay ratones en esta casa?
– No, Ruthie, no hay nada que se arrastre entre nuestras paredes -respondió él
Pero la niña permaneció despierta después de que su padre le diera las buenas noches con un beso, y aunque el ruido que la había seguido desde su sueño no la siguió, o por lo menos no lo hizo esa misma noche, Ruth sabía ya que algo se arrastraba entre las paredes de la casa. Sus hermanos muertos no limitaban su residencia a aquellas fotografías. Se movían de un lado a otro, y era posible detectar en numerosos detalles su presencia fantasmal
Aquella misma noche, antes incluso de oír el tecleo de la máquina de escribir, Ruth supo que su padre seguía despierto y que no volvería a acostarse. Primero le oyó mientras se cepillaba los dientes, luego le oyó vestirse, el breve ruidito metálico de la cremallera al cerrarse, el taconeo de los zapatos
– ¿Papá? -le llamó.
– Dime, Ruthie.
– Quiero agua
En realidad no quería agua, pero le intrigaba el que su padre siempre dejara correr el agua hasta que salía fría. Su madre le servía el agua que empezaba a salir del grifo; estaba caliente y sabía como el interior de la cañería
"No bebas mucho o tendrás que hacer pipí", le decía el padre, pero la madre dejaba que bebiera cuanto le apeteciera, y a veces ni siquiera la miraba beber
– Háblame de Thomas y Timothy -le dijo Ruth a su padre al tiempo que le devolvía el vaso
Ted suspiró. En los últimos seis meses Ruth había mostrado un interés inagotable por el tema de la muerte, y no era difícil adivinar el motivo. Gracias a las fotografías, Ruth sabía distinguir a Thomas de Timothy desde los tres años. Sólo sus fotos de cuando eran pequeños la confundían alguna vez. Y sus padres le habían contado las circunstancias que rodeaban a cada imagen: si mamá o papá habían tomado esta foto, si Thomas o Timothy habían llorado. Pero que los chicos estuvieran muertos era un concepto que Ruth trataba de comprender desde hacía poco
– Dime -repitió a su padre-. ¿Están muertos?
– Sí, Ruthie
– ¿Y muertos significa que están deshechos? -inquirió Ruth.
– Bueno…, sí, sus cuerpos están deshechos -respondió Ted
– ¿Y están debajo de la tierra?
– Sí, sus cuerpos están bajo tierra.
– Pero ¿no se han ido del todo?
– Pues… no, mientras nosotros los recordemos -dijo su padre-. No se han ido de nuestros corazones ni de nuestras mentes
– ¿Es como si estuvieran dentro de nosotros?
– Algo así
Ésa fue toda la explicación que le dio su padre, pero era una respuesta más amplia que cualquiera de las de su madre, la cual jamás pronunciaba la palabra "muerto". Y ni Ted ni Marion Cole eran religiosos. Aportar los detalles necesarios para el concepto del cielo no era una opción en su caso, aunque cada uno de ellos, en otras conversaciones con Ruth sobre el mismo tema, se habían referido misteriosamente al firmamento y las estrellas, dando a entender que algo de los muchachos vivía en algún lugar que no era bajo el suelo en el que estaban sus cuerpos deshechos
– Entonces… -dijo Ruth
– Escúchame, Ruthie…
– Vale
– Cuando miras a Thomas y Timothy en las fotografías, ¿recuerdas las explicaciones de lo que estaban haciendo? -le preguntó su padre-. Quiero decir en las fotos. ¿Recuerdas lo que estaban haciendo en las fotos?
– Sí -respondió Ruth, aunque no estaba segura de recordar lo que hacían en cada una de ellas
– Bueno, pues… Thomas y Timothy están vivos en tu imaginación -le dijo su padre-. Cuando alguien se muere, cuando su cuerpo se ha deshecho, eso sólo significa que ya no podemos verlo. El cuerpo ha desaparecido
– Está debajo de la tierra -le corrigió Ruth
– No podemos ver más a Thomas y Timothy -insistió su padre-, pero no han abandonado nuestras mentes. Cuando pensamos en ellos, los vemos ahí
– Sólo se han ido de este mundo -dijo Ruth. (En general, repetía lo que había oído antes)-. ¿Están en otro mundo?
– Sí, Ruthie
– ¿Voy a morirme? -preguntó la niña de cuatro años-. ¿Estaré toda deshecha?
– ¡No hasta dentro de mucho, muchísimo tiempo! -respondió su padre-. Yo estaré deshecho antes que tú, e incluso yo tardaré muchísimo tiempo en deshacerme
– ¿Muchísimo tiempo? -repitió la niña.
– Te lo prometo, Ruthie
– De acuerdo -dijo Ruth
Tenían esta clase de conversaciones casi a diario. Ruth mantenía conversaciones similares con su madre, pero eran más breves. En cierta ocasión, cuando Ruth le comentó a su padre que pensar en Thomas y Timothy ponía triste a su madre, Ted admitió que también a él le ponía triste
– Pero mamá está más triste -añadió Ruth.
– Bueno…, sí -admitió Ted
Y así Ruth permaneció despierta en la casa con "algo" que se arrastraba entre las paredes, algo más grande que un ratón, y escuchaba el único sonido que siempre la consolaba y, al mismo tiempo, le hacía sentirse melancólica. Esto sucedía antes incluso de que conociera el significado de la palabra "melancólica". Ese sonido era el tecleo de una máquina de escribir, el sonido que se produce al escribir una historia. Cuando fuese novelista, Ruth jamás utilizaría el ordenador; o escribiría a mano, o con una máquina que produjera el ruido más anticuado de todas las máquinas de escribir que pudiera encontrar
Entonces, aquella noche de verano de 1958, no sabía que su padre había dado comienzo al que sería su relato favorito. Trabajaría en él durante todo el verano, y sería la única obra en la que le "ayudaría" Eddie O'Hare, el asistente de Ted Cole que no tardaría en llegar. Y aunque ninguno de los libros infantiles de Ted Cole alcanzaría jamás el éxito comercial o el renombre internacional de El ratón que se arrastra entre las paredes, el libro que Ted comenzó aquella noche era el que más le gustaba a Ruth. Se titulaba, naturalmente, Un ruido como el de alguien que no quiere hacer ruido, y para Ruth siempre sería especial, porque ella lo había inspirado
Los libros de relatos infantiles que escribía Ted Cole no podían clasificarse con respecto a la edad del público al que iban destinados. El ratón que se arrastra entre las paredes se anunciaba como un libro para leerlo en voz alta a niños de edades comprendidas entre cuatro y seis años; el relato tuvo éxito en esa franja del mercado, al igual que las obras posteriores de Ted. Pero, por ejemplo, a menudo chicos de doce años volvían a sentirse atraídos por los relatos de Ted Cole. Estos lectores más sutiles escribían con frecuencia al autor y le contaban que, antes de descubrir los niveles de significado más profundo de sus libros, le habían considerado un escritor para niños. Tales cartas, que revelaban toda una gama de competencia e incompetencia en estilo y ortografía, llegaron a convertirse casi por completo en el papel que cubría las paredes del cuarto de trabajo de Ted
Él lo llamaba su "cuarto de trabajo", y más adelante Ruth se preguntaría si esto no definía la opinión que su padre tenía de sí mismo, y más agudamente de lo que ella lo había percibido de pequeña. Nunca llamaron "estudio" a la habitación, porque hacía mucho tiempo que su padre había dejado de considerar sus libros como obras de arte; sin embargo, "cuarto de trabajo" era una expresión más pretenciosa que "despacho", nombre que tampoco le daban jamás, porque su padre parecía enorgullecerse en extremo de su creatividad. Le afectaba la creencia ampliamente difundida de que sus libros no eran más que un negocio. Más adelante Ruth comprendería que su padre valoraba más su habilidad para dibujar que su escritura, aunque nadie hubiera dicho que El ratón que se arrastra entre las paredes o los demás libros de Ted Cole tuvieron éxito o se distinguieron gracias a las ilustraciones
En comparación con el hechizo que tenían los relatos -que siempre daban miedo, eran breves y estaban escritos con lucidez-, las ilustraciones eran rudimentarias y, según opinaban todos los editores, demasiado escasas. No obstante, el público de Ted, aquellos millones de niños de edades comprendidas entre cuatro y catorce años, y a veces algo mayores, por no mencionar los millones de jóvenes madres que eran las principales compradoras de los libros de Ted Cole, jamás se quejaron. Aquellos lectores nunca podrían haber adivinado que el padre de Ruth se pasaba mucho más tiempo dibujando que escribiendo y que había cientos de dibujos por cada ilustración que aparecía en sus libros. En cuanto a los relatos por los que era famoso…, en fin, Ruth estaba acostumbrada a oír el tecleo de la máquina de escribir sólo por la noche
No nos olvidemos del pobre Eddie O'Hare. Una mañana veraniega, en junio de 1958, se hallaba cerca de los muelles de la avenida Pequod de New London, Connecticut, esperando el transbordador que le transportaría a Orient Point, en Long Island. Eddie pensaba en su trabajo como ayudante de un escritor, sin sospechar que la escritura sería mínima. (Eddie nunca había pensado en la posibilidad de dedicarse a las artes gráficas.)
Se decía de Ted Cole que había abandonado sus estudios en Harvard para matricularse en una escuela de arte no muy prestigiosa. En realidad, era una escuela de diseño en la que estudiaban sobre todo alumnos de talento mediocre y modestas ambiciones en las artes comerciales. Ted nunca quiso probar suerte con el grabado o la litografía, y prefirió dedicarse al dibujo. Solía decir que la oscuridad era su color favorito
Ruth siempre relacionaría el aspecto físico de su padre con los lápices y las gomas de borrar. Tenía manchas negras y grises en las manos, y las migas de la goma de borrar nunca faltaban en sus prendas de vestir. Pero las marcas de identificación más permanentes de Ted, incluso cuando acababa de bañarse y se había cambiado de ropa, eran los dedos manchados de tinta. Su elección de la tinta cambiaba de un libro a otro. "¿Es éste un libro negro o marrón, papá?", le preguntaba Ruth
El ratón que se arrastra entre las paredes era un libro negro:
los dibujos originales habían sido trazados con tinta china, el negro favorito de Ted. Un ruido como el de alguien que no quiere hacer ruido sería un libro marrón, y esto fue la causa del olor imperante durante el verano de 1958, pues el marrón favorito de Ted era el de la tinta fresca de calamar, el cual, aunque mas negro que marrón, tiene una tonalidad sepia y, en ciertas condiciones, huele a pescado
Los experimentos de Ted con la tinta fresca de calamar crearon una nueva tensión en su ya tensa relación con Marion, quien tuvo que aprender a evitar los tarros de cristal ennegrecidos en el frigorífico; estaban también en el congelador, peligrosamente cerca de las bandejas del hielo. (Más adelante, ese mismo verano, Ted intentó preservar la tinta en las bandejas del hielo, con resultados cómicos aunque inquietantes.)
Y una de las primeras responsabilidades de Eddie O'Hare, no en calidad de ayudante de un escritor, sino en calidad de chofer designado por Ted Cole, sería efectuar el viaje de ida y vuelta a Montauk, un trayecto que duraba tres cuartos de hora, pues sólo en la pescadería de Montauk tenían tinta de calamar para el famoso autor e ilustrador de libros infantiles. (La mujer del pescadero, cuando éste no podía oírla, le decía a Eddie que ella era "la mayor admiradora" de Ted.)
El cuarto de trabajo del padre de Ruth era la única habitación de la casa donde ni una sola fotografía de Thomas o Timothy adornaba las paredes. Ruth se preguntaba si tal vez su padre no podía trabajar o pensar si veía ante él a sus hijos fallecidos
Y a menos que el padre estuviera en su cuarto de trabajo, era la única habitación de la casa en la que Ruth no tenía permitida la entrada. ¿Había allí algo que podía dañarla? ¿Había acaso un buen número de herramientas afiladas? Lo que sí había eran innumerables plumillas que una niña pequeña podría tragarse, aunque Ruth no era una chiquilla que se metiera objetos extraños en la boca. Pero al margen de los peligros que contuviera el cuarto de trabajo de su padre, si es que realmente los había, no hacía falta imponer a la niña de cuatro años ninguna restricción física: el olor de la tinta de calamar bastaba para mantenerla alejada de allí
Marion nunca osaba acercarse al cuarto de trabajo de Ted, pero Ruth cumpliría los veinte años antes de comprender que era algo más que la tinta de calamar lo que repelía a su madre. Marion no quería encontrarse con las modelos de Ted, no quería ni verlas…, ni siquiera a los niños, pues éstos nunca acudían para posar sin sus madres. Sólo después de que los niños hubieran posado media docena de veces o más, sus madres iban a posar solas. De niña, Ruth nunca preguntó por qué aparecían tan pocos dibujos de las madres con sus hijos en cualquiera de los libros de su padre. Desde luego, puesto que sus libros eran para niños, nunca había en ellos ningún desnudo, aunque Ted dibujaba muchos. Había, literalmente, centenares de dibujos en los que las jóvenes madres aparecían desnudas
Con respecto a los desnudos, su padre decía: "Es un requisito, Ruthie, un ejercicio fundamental para todo dibujante". Igual que los paisajes, suponía ella al principio, aunque Ted dibujaba pocos paisajes. Ruth pensaba que la relativa falta de interés que mostraba su padre hacia los paisajes se debía quizás a la uniformidad y al carácter extremadamente llano de la zona, que semejaba una superficie asfaltada que avanzara hacia el mar, o lo que le parecía a ella la uniformidad y el carácter tan llano del mismo mar, por no mencionar la enorme y con frecuencia apagada extensión del cielo
A su padre parecía interesarle tan poco el paisaje que, más adelante, a Ruth le sorprendió que se quejara de las casas nuevas, esas "monstruosidades arquitectónicas", como él las llamaba. Sin previo aviso, las casas nuevas se alzaban como intrusas en la llanura de los patatales que en otro tiempo habían sido el paisaje principal de los Cole
– Un edificio de fealdad tan experimental como ése no tiene ninguna justificación -afirmaba Ted durante la cena a quienquiera que le quisiera oír-. No estamos en guerra, no hay necesidad de construir un edificio que disuada a los paracaidistas
Pero la queja de su padre se volvía trillada; la arquitectura de las casas de los veraneantes en aquella parte del mundo llamada los Hamptons no tenía, ni para Ruth ni para su padre, un interés comparable al de los desnudos, más inmutables
¿Por qué jóvenes casadas? ¿Por qué todas aquellas jóvenes madres? Cuando Ruth iba a la universidad, formulaba a su padre preguntas más directas que en cualquier otra época de su vida. Fue también por entonces, en el período universitario, cuando se le ocurrió por primera vez un pensamiento turbador. ¿Quiénes, si no, serían sus modelos o, planteado de un modo más crudo, sus amantes? ¿Con quién se veía continuamente? Por supuesto, las madres jóvenes eran las que le reconocían y le abordaban
– ¿Señor Cole? Sí, le conozco… ¡Es usted Ted Cole! Sólo quería decirle, porque mi hija es demasiado tímida, que es usted su autor favorito. Ha escrito el libro que más le gusta…
Y entonces la mamá empujaba hacia delante a la niña reacia (o al niño azorado) para que estrechara la mano de Ted. Si a éste le atraía la madre, le sugería que posara para él junto con la niña, tal vez para el próximo libro. (Más adelante abordaría la cuestión de que la madre posara sola y desnuda.)
– Pero normalmente son mujeres casadas, papá -le,Decía Ruth
– Sí… Supongo que por eso son tan infelices, Ruthie
– Si te importaran tus desnudos, quiero decir los dibujos, buscarías modelos profesionales -seguía Ruth-. Pero supongo que siempre te han interesado más las mujeres en sí que tus desnudos
– A un padre le resulta difícil explicar estas cosas, Ruthie, pero… si la desnudez, me refiero a la sensación de desnudez, es lo que debe transmitir un desnudo, no hay ninguna desnudez comparable a lo que uno siente cuando está desnudo ante alguien por primera vez
– ¡Pues están aviadas las modelos profesionales! -replicaba Ruth-. Por Dios, papá, ¿es necesario que hagas eso?
Pero él sabía, por supuesto, que ni los desnudos ni tampoco los retratos de las madres con sus hijos le interesaban lo suficiente para conservarlos. No los vendía en privado ni los daba a su galería. Cuando la relación sentimental terminaba, cosa que solía suceder muy rápidamente, Ted Cole regalaba los dibujos acumulados a la joven madre en cuestión. Y Ruth solía preguntarse: si las jóvenes madres eran, en general, tan infelices en su matrimonio, o simplemente infelices, ¿acaso el regalo artístico las hacía, por lo menos momentáneamente, más felices? Pero su padre nunca llamaba "arte" a lo que hacía ni se refería a sí mismo como un artista. Tampoco se consideraba un escritor
– Divierto a los niños, Ruthie, eso es todo -solía decir.
– Y te conviertes en amante de sus madres -añadía Ruth.
Incluso en un restaurante, cuando el camarero o la camarera le miraban sin querer los dedos manchados de tinta, Ted nunca les decía "Soy un artista" o "Soy autor e ilustrador de libros infantiles", sino "Trabajo con tinta" o, si el camarero o la camarera le miraban los dedos con expresión reprobatoria, "Trabajo con calamares"
En su adolescencia, y sólo una o dos veces en sus años de universitaria excesivamente crítica, Ruth asistió a conferencias de escritores con su padre, que era el único autor de libros infantiles entre los narradores y poetas que pretendían ser más serios. A Ruth le divertía que estos últimos, quienes proyectaban un aura mucho más literaria que el aura -esa pinta descuidada y esos dedos manchados de tinta- que envolvía a su padre, no sólo envidiaran la popularidad de los libros de Ted. A aquellos tipos que rezumaban literatura también les irritaba observar lo modesto que era Ted Cole… ¡Y con qué testarudez parecía ser modesto!
– Empezaste tu carrera escribiendo novelas, ¿no es cierto? -le preguntaban los más maliciosos
– Sí, pero eran unas novelas horribles -respondía jovialmente el padre de Ruth-. Fue un milagro que a tantos críticos les gustara la primera. Y resulta asombroso que tuviera que escribir tres para darme cuenta de que no era escritor. Lo único que hago es divertir a los niños. Y me gusta dibujar
Mostraba los dedos como prueba, y siempre sonreía. ¡Qué sonrisa la suya!
Cierta vez Ruth le comentó a su compañera de habitación en la universidad (que también había sido su compañera en el internado):
– Te juro que podías oír las bragas de las mujeres deslizándose hasta caer al suelo
Durante una conferencia de escritores, Ruth se enfrentó por primera vez al hecho de que su padre se acostara con una chica que era incluso más joven que ella, también estudiante universitaria
– Pensé que me darías tu aprobación, Ruthie -le dijo Ted. Cuando Ruth le criticaba, su padre adoptaba a menudo un tono quejumbroso, como si ella fuese el padre y él el hijo, y así era en cierto sentido
– ¿Mi aprobación, papá? -replicó ella, enojada-. ¿Seduces a una chica más joven que yo y esperas que lo apruebe?
– Pero, Ruthie, no está casada -contestó su padre-. No es la madre de nadie. Pensé que no te parecería mal
Finalmente, la novelista Ruth Cole llegaría a describir la clase de trabajo de su padre como "madres infelices…, ése es su campo"
Pero ¿por qué razón Ted no habría de reconocer a una madre desdichada cuando la viera? Al fin y al cabo, por lo menos durante los cinco primeros años que siguieron a la muerte de sus hijos, Ted vivió con la madre más infeliz de todas