9

Como Andy Maiden tardaba en contestar, Lynley repitió la pregunta y añadió:

– ¿Está en el hotel? ¿Está en la propiedad?

– No -dijo Maiden-. No. Ha… Nan ha salido.

Sus uñas se hincaron en las palmas, como presa de un repentino espasmo.

– ¿Sabes adonde ha ido?

– Al páramo, supongo. Cogió la bicicleta. Es el sitio al que suele ir.

– ¿Calder Moor?

Maiden se acercó a la cama de su hija y se dejó caer sobre ella.

– Tú no conocías a Nancy, ¿verdad, Tommy?

– No que yo recuerde.

– Esa mujer solo alberga buenas intenciones. Su generosidad es ilimitada. Pero hay momentos en que no la aguanto. Me agobia. -Se miró las manos; flexionó los dedos, y las levantó y bajó mientras hablaba-: Estaba preocupada por mí. ¿Te lo puedes creer? Quería ayudarme. Lo único en que pensaba, lo único de que hablaba, era sobre eliminar este entumecimiento de mis manos. Toda la tarde de ayer me estuvo persiguiendo por ello. Y también por la noche.

– Quizá es su manera de afrontar la situación -sugirió Lynley.

– Pero alejar los pensamientos negativos le exige demasiada concentración, ¿no lo ves? Le exige hasta el último gramo de concentración. Ayer no podía respirar con ella a mi alrededor, siempre al acecho, ofreciéndome tazas de té, almohadillas eléctricas y… Empecé a experimentar la sensación de que mi piel ya no me pertenecía, como si ella no pudiera descansar hasta invadir todos mis poros a fin de… -Se interrumpió con brusquedad, y durante esa pausa pareció analizar todo cuanto había dicho sin controlarse, porque su tono cambió, y sus siguientes palabras sonaron falsas-. Dios. Hay que ver qué bastardo egoísta soy.

– Has recibido un golpe mortal e intentas superarlo.

– Ella también ha recibido un golpe mortal, pero piensa en mí. -Se masajeó una mano-. Quería darme masajes. Solo fue eso, en realidad. Dios me perdone, pero la eché porque pensé que iba a asfixiarme. Y ahora… ¿Cómo podemos necesitar, querer y odiar al mismo tiempo? ¿Qué nos está pasando?

Las secuelas de la brutalidad, eso es lo que os está pasando, quiso contestar Lynley, pero en cambio preguntó por segunda vez:

– ¿Ha ido a Calder Moor, Andy?

– Estará en Hathersage Moor. Está más cerca. A unos kilómetros. En cuanto al otro… No. No habrá ido a Calder.

– ¿Ha ido alguna vez?

– ¿A Calder?

– Sí, a Calder Moor. ¿Ha ido alguna vez?

– Pues claro que sí.

Lynley detestaba lo que iba a hacer, pero tenía que preguntar. De hecho, se lo debía tanto a él como a su colega de Buxton.

– ¿Tú también, Andy? ¿O solo tu mujer?

Andy Maiden alzó la vista poco a poco, como si por fin lo comprendiera.

– Pensaba que estabas investigando la conexión con Londres. El SO10 y lo relacionado con él.

– Así es. Pero también persigo la verdad, toda la verdad. Como tú, imagino. ¿Los dos habéis ido de excursión a Calder Moor?

– Nancy no ha…

– Ayúdame, Andy. Ya conoces el trabajo. Los hechos siempre salen a la luz, de una manera u otra. Y en ocasiones, la forma en que surgen es más intrigante que los mismos hechos. Eso puede complicar una investigación sencilla, y no creo que lo desees.

Maiden recordó que un intento de ocultar información podía resultar más sospechoso que la propia información.

– Los dos hemos ido de excursión a Calder Moor. Todos nosotros, de hecho. Pero está muy lejos para ir en bicicleta, Tommy.

– ¿Cuántos kilómetros?

– No lo sé con exactitud, pero está muy lejos, demasiado. Cuando queremos pasear por allí llevamos las bicicletas en el Land Rover. Aparcamos en un área de descanso, o en uno de los pueblos, y paseamos en bicicleta. Pero no vamos a Calder Moor desde aquí. -Ladeó la cabeza en dirección a la ventana-. El Land Rover sigue en su sitio. No habrá ido a Calder Moor esta tarde.

Esta tarde no, pensó Lynley.

– Vi un Land Rover cuando crucé el aparcamiento.

Maiden no había sido policía durante treinta años para ser incapaz de leer en una mente.

– Dirigir el hostal es muy absorbente, Tommy -dijo-. Exige todo nuestro tiempo. Hacemos ejercicio cuando podemos. Si quieres seguirla hasta Hathersage Moor, en recepción hay un plano que te indicará el camino.

Eso no sería necesario, le dijo Lynley. Si Nancy Maiden había ido en bicicleta a los páramos, debía de querer estar a solas un rato. No se lo iba a negar.


Barbara Havers sabía que habría podido comprar comida en el Uncle Tom's Cabin, un puesto callejero situado en la esquina de Portslade y Wandsworth. Ocupaba un espacio apenas superior al de un nicho cerca del final de las arcadas del ferrocarril, y tenía el aspecto del típico lugar falto de higiene en que se podía adquirir suficiente basura repleta de colesterol para convertir las arterias en cemento antes de una hora. Resistió el impulso (virtuosamente, pensó) y se encaminó al pub cercano a Vauxhall Station, donde devoró las salchichas con puré de patatas en las que había meditado antes. Engullirlas fue todo un reto, que solucionó con media pinta de Scrumpy Jack. Saciada con la comida y la bebida, y satisfecha con la información conseguida durante su mañana en Battersea, volvió a la ribera norte del Támesis y condujo paralela al río. El tráfico era fluido en Horseferry Road. Entró en el aparcamiento subterráneo de New Scotland Yard antes de haberse fumado el segundo Player.

En aquel momento tenía dos opciones profesionales, pensó. Podía volver al ordenador y buscar a un preso recién puesto en libertad ansioso por la sangre de un Maiden. O podía redactar un informe resumiendo la información. La primera actividad (aburrida, alienante y humillante) demostraría su capacidad para probar la medicina que ciertos colegas creían que debía ingerir. La segunda, sin embargo, parecía más apropiada para avanzar hacia la obtención de respuestas. Optó por el informe. No tardaría mucho, le permitiría poner por escrito información en un orden concreto y estimulante para la mente, y retrasaría el momento de sentarse ante un ordenador durante una hora, como mínimo. Fue al despacho de Lynley (no había nada de malo en utilizarlo, puesto que estaba vacío en aquel momento, ¿verdad?) y puso manos a la obra.

Estaba concentrada en la redacción, a punto de llegar a los puntos más destacados de la declaración de Cilla Thompson, en relación a la paternidad de Terry Cole y su propensión a medios cuestionables de apoyo (¿CHANTAJE?, acababa de escribir a máquina), cuando Winston Nkata entró en la habitación. Estaba devorando los últimos restos de un Whopper, cuya caja tiró a la papelera. El agente se limpió las manos minuciosamente con una servilleta de papel. Luego se metió un Opal Fruit en la boca.

– La comida basura te matará -dijo Barbara con tono santurrón.

– Pero moriré sonriente -fue la réplica de Nkata. Pasó una de sus largas piernas sobre una silla y sacó su libreta encuadernada en piel mientras se sentaba. Barbara consultó el reloj y después miró a su colega.

– ¿En cuánto tiempo recorres la M1? Estás batiendo récords de velocidad desde Derbyshire, Winston.

El hombre esquivó la respuesta, lo cual ya era una respuesta en sí. Barbara se estremeció al pensar lo que diría Lynley si supiera que Nkata conducía su adorado Bentley apenas por debajo de la velocidad del sonido.

– He ido a la facultad de derecho -dijo Nkata-. El jefe me pidió que investigara las andanzas de la Maiden en la ciudad.

Barbara dejó de teclear.

– Lo dejó.

– ¿Dejó la facultad?

– Eso parece.

Nicola Maiden, dijo, había desertado de la facultad de derecho el 1 de mayo, cuando se aproximaba la época de los exámenes. Lo había hecho de una forma responsable, después de haber informado a profesores y administradores. Varios habían intentado convencerla de continuar (casi era la primera de la clase y consideraban una locura que abandonara cuando tenía asegurado un futuro triunfal en la abogacía), pero ella se había mantenido en sus trece sin perder la cortesía. Y había desaparecido.

– ¿Suspendió los exámenes? -preguntó Barbara.

– Ni siquiera se presentó. Se fue antes.

– ¿Estaba asustada? ¿Se puso nerviosa? ¿Le salió una úlcera? ¿Sufría insomnio? ¿Empollar era demasiado para ella?

– Decidió que no le gustaba el derecho, eso dijo a su tutor personal.

Había trabajado a tiempo parcial durante ocho meses en una firma de Notting Hill llamada MKR Financial Management, prosiguió Nkata. Casi todos los estudiantes de derecho hacían eso: trabajaban a tiempo parcial durante el día para pagar sus gastos, y asistían a la facultad a última hora de la tarde o por la noche. Le habían ofrecido un empleo de jornada completa en la firma de Notting Hill, y como le gustaba el trabajo había decidido aceptarlo.

– Y eso fue todo -dijo Nkata-. Nadie volvió a saber de ella en la facultad.

– Entonces ¿qué estaba haciendo en Derbyshire si trabajaba todo el día en Notting Hill? -preguntó Barbara-. ¿Se tomó unas vacaciones antes de empezar en su nuevo empleo?

– Según el jefe no, y aquí es donde las cosas empiezan a complicarse. Estuvo trabajando para un abogado durante el verano, preparándose para el futuro y todo eso. Por eso me encaminé a la facultad de derecho.

– ¿Se dedica a las finanzas en Londres pero acepta un trabajo en un bufete de Derbyshire durante el verano? -reflexionó Barbara-. Eso es nuevo para mí. ¿Sabe el inspector que dejó la facultad de derecho?

– Aún no le he llamado. Antes quería hablar contigo.

Barbara sintió una oleada de placer al escuchar el comentario. Dirigió una mirada a Nkata. Como siempre, su expresión era ingenua, plácida, perfectamente profesional.

– ¿Le telefoneamos, pues? Al inspector, quiero decir.

– Antes exprimámosnos el cerebro un poco más.

– De acuerdo. Bien, de momento olvidemos lo que estaba haciendo en Derbyshire. El trabajo en MKR Financial Management debía de proporcionarle mucho dinero, ¿verdad? De modo que ¿para qué abandonar la facultad a menos que hubiera de por medio una jugosa suma contante y sonante? ¿Qué te parece?

– De momento lo acepto.

– De acuerdo. Bien, ¿necesitaba pasta con urgencia? Y si era así, ¿por qué? ¿Iba a comprar algo muy caro? ¿Debía pagar una deuda? ¿Hacer un viaje? ¿Vivir con más desahogo? -Barbara pensó en Terry Cole y añadió, al tiempo que chasqueaba los dedos-. Ah. ¿Y si alguien la chantajeaba? ¿Alguien de Londres que se desplazó a Derbyshire para saber por qué se retrasaba el pago?

Nkata movió la mano de un lado a otro, su gesto habitual para indicar «quién sabe».

– ¿Qué hacía en MKR, concretamente?

Nkata consultó sus notas.

– Auxiliar de gestión financiera.

– ¿Auxiliar? Venga, Winston, no habría dejado la facultad de derecho por eso.

– Empezó de auxiliar en octubre del año pasado. No digo que terminara en la misma categoría.

– Pero entonces, ¿qué estaba haciendo en Derbyshire, trabajando para un abogado? ¿Había cambiado de opinión respecto a la abogacía? ¿Iba a volver?

– Si lo hizo, nunca informó a la facultad.

– Humm. Suena raro. -Mientras reflexionaba sobre las aparentes contradicciones del comportamiento de la muchacha, Barbara sacó el paquete de Players-. ¿Te importa que fume, Winnie?

– Siempre lejos del alcance de mis pulmones.

Barbara suspiró y se conformó con una pastilla de Juicy Fruit, que encontró en el bolso pegada al resguardo de una entrada del cine del barrio. Despegó los restos de cartón y se metió el chicle en la boca.

– Muy bien. ¿Qué más sabemos?

– Dejó su piso.

– ¿Y por qué no, si iba a pasar el verano en Derbyshire?

– De forma permanente, quiero decir. Al igual que dejó la facultad.

– Vale, pero no me parece muy importante.

– Espera un momento. -Nkata sacó del bolsillo otro Opal Fruit y se lo metió en la boca-. La facultad tenía su dirección, ésta es la antigua, y fui allí para hablar con la casera. Está en Islington. Era un estudio con una pieza única.

– ¿Y? -le alentó Barbara.

– Dejó la casa, la chica, no la casera, cuando abandonó la facultad. Fue el diez de mayo. No avisó. Recogió sus cosas, dejó una dirección de Fulham para que le enviaran el correo y se esfumó. A la casera no le hizo ninguna gracia. Tampoco le hizo ninguna gracia la trifulca. -Nkata sonrió al anunciar esta última información.

Barbara reaccionó a la forma en que su colega le había transmitido los datos recogidos agitando un dedo ante sus narices.

– Rata sarnosa. Dime el resto, Winston.

Nkata lanzó una risita.

– Un tío y ella. Se enzarzaron como irlandeses en las conversaciones de paz, dijo la casera. Fue el nueve.

– ¿El día antes de su mudanza?

– Justo.

– ¿Violencia?

– No, solo gritos. Y palabrotas.

– ¿Algo que nos sirva?

– El tío dijo: «No lo harás. Te veré muerta antes de permitir que lo hagas.»

– Muy bonito. Así pues, ¿tenemos una descripción del tipo? -La expresión de Nkata fue suficiente-. Mierda.

– Pero es algo a tener en cuenta.

– Tal vez sí. O tal vez no. -Barbara repasó lo que Nkata le había contado antes-. Pero si dejó el piso después de la amenaza, ¿por qué se produjo el asesinato tanto tiempo después?

– Si se mudó de la casa de Fulham y abandonó la ciudad, tuvo que seguirle la pista -indicó Nkata-. ¿Qué has conseguido por aquí?

Barbara le contó sus conversaciones con la señora Baden y Cilla Thompson. Se concentró en la fuente de ingresos de Terry y en las descripciones contradictorias del joven proporcionadas por su compañera de piso y su casera.

– Cilla dijo que nunca vendió una mierda, y que no era probable que lo hiciera, y le doy la razón. Pero entonces ¿de qué vivía?

Nkata reflexionó mientras paseaba el caramelo de un lado a otro de la boca.

– Vamos a telefonear al jefe -dijo por fin. Se acercó al escritorio de Lynley y tecleó un número de la memoria. Al cabo de un momento se produjo la conexión con el móvil de Lynley-. Espere -dijo, y tecleó otro botón del teléfono. Barbara oyó por el altavoz la agradable voz de barítono de Lynley.

– ¿Qué tenemos hasta el momento, Winnie?

Más o menos lo que le habría dicho a ella. Se levantó y caminó hacia la ventana. No había nada que ver, excepto Tower Block, por supuesto.

Winston informó a Lynley de que Nicola Maiden había abandonado la facultad de derecho, conseguido un empleo en MKR Financial Management, abandonado su piso intempestivamente, le habló sobre la pelea previa a su mudanza y sobre la amenaza de muerte oída por la casera.

– Al parecer tenía un amante en Londres -fue la réplica de Lynley- Upman nos lo ha dicho. Pero no sabíamos que había dejado la facultad.

– ¿Por qué lo mantuvo en secreto?

– Tal vez debido a su amante. -A juzgar por la voz de Lynley, Barbara supuso que estaba pasando revista a todas las posibilidades-. Debido a los planes que tenían.

– ¿Un tío casado?

– Es posible. Investiga en la empresa de gestión financiera. El hombre podría trabajar allí. -Lynley resumió la información obtenida por su cuenta-. Si el amante de Londres es un tío casado -concluyó-, que le había puesto un piso a Nicola en Fulham, no creo que ella quisiera proclamarlo por Derbyshire. A sus padres no les habría hecho ninguna gracia la noticia. Y Britton se habría puesto como una moto.

– Pero ¿qué estaba haciendo en Derbyshire? -susurró Barbara a Nkata-. Sus acciones eran contradictorias. Díselo, Winston.

Nkata asintió y alzó la mano para indicar que la había oído. Sin embargo, no contradijo las observaciones del inspector. Se limitó a tomar notas. Como conclusión a los comentarios de Lynley, le proporcionó los detalles sobre Terry Cole. Considerando su profusión y teniendo en cuenta el escaso tiempo que Nkata había pasado en la ciudad, el comentario de Lynley fue:

– Caramba, Winnie, ¿cómo te lo has montado? ¿Trabajas por telepatía?

Barbara se volvió de la ventana para atraer la atención de Nkata, pero no lo consiguió antes de que el agente hablara.

– Barb ha investigado al chico -dijo-. Fue a Battersea esta mañana. Habló con…

– ¿Havers? -La voz de Lynley se hizo más severa-. ¿Está contigo, pues?

Los hombros de Barbara se hundieron.

– Sí. Está redactando…

Lynley le interrumpió.

– ¿No me dijiste que estaba investigando las detenciones efectuadas por Maiden?

– Lo estaba haciendo, sí.

– ¿Ha concluido esa investigación, Havers?

Barbara exhaló el aliento. ¿Mentira o verdad?, se preguntó. Una mentira serviría a sus propósitos inmediatos, pero a la postre la hundiría.

– Winston sugirió que me desplazara a Battersea -dijo-. Estaba a punto de regresar al ordenador, cuando apareció con la información sobre la chica. Estaba pensando, señor, que su trabajo para Upman carece de sentido, teniendo en cuenta el hecho de que dejó la facultad y había encontrado otro empleo en Londres, del que al parecer se despidió por algún motivo. Si es que tenía otro empleo, porque aún lo hemos de verificar. En cualquier caso, si existe un amante, como usted ha dicho, y si estaba dispuesta a que la mantuviera, ¿por qué coño se pasó el verano trabajando en los Picos?

– Ha de volver al ordenador -fue la contestación de Lynley-. He hablado con Maiden, y nos ha proporcionado algunas pistas sobre el tiempo que pasó en el SO10 que conviene investigar. Apunte estos nombres y ocúpese de ellos, Havers.

Empezó a recitarlos, y los deletreó cuando fue necesario. Eran quince nombres en total.

Una vez apuntados, Barbara dijo:

– Pero, señor, ¿no cree que los asuntos de Terry Cole…?

Lo que él creía, la interrumpió Lynley, era que, como agente del SO10, Andrew Maiden habría levantado piedras y descubierto babosas, gusanos e insectos de todo tipo. Tal vez durante aquellos años de topo había establecido una relación que se había demostrado fatal al cabo del tiempo. Por lo tanto, una vez hubiera terminado Barbara de buscar a sus víctimas ansiosas de venganza más evidentes, debía leer los expedientes de nuevo, en busca de una conexión más sutil, como un sabueso decepcionado porque sus esfuerzos no fueron suficientemente recompensados por la policía.

– Pero ¿no cree…?

– Ya le he dicho lo que creo, Barbara. Le he asignado una misión y me gustaría que se ciñera a ella.

Barbara captó el mensaje.

– Señor -asintió con formalidad. Se despidió de Nkata con un gesto y se dispuso a salir del despacho. Pero no dio más de dos pasos en dirección a la puerta.

– Ve a la empresa de gestión financiera -dijo Lynley-. Voy a echar un vistazo al coche de la chica. Si podemos encontrar el busca, y si el amante le telefoneó, el número nos lo entregará en bandeja.

– De acuerdo -dijo Winston, y colgó.

Barbara volvió al despacho de Lynley, como si jamás hubiera recibido la orden de hacer otra cosa.

– Entonces, ¿quién le dijo en Islington que prefería verla muerta antes de permitir que lo hiciera? ¿El amante? ¿Su papaíto? ¿Britton? ¿Cole? ¿Upman? ¿O alguien que aún no ha salido a la luz? ¿Y a qué se refería el susodicho? ¿A ser la querida de algún pez gordo? ¿A forrarse a base de chantajear al amante? Eso siempre es bonito, ¿verdad? Montárselo con más de un hombre. ¿Qué opinas?

Nkata levantó la vista de su bloc y su mirada se desvió hacia el pasillo, del cual Barbara acababa de volver como leve desafío a las directrices de Lynley.

– Barb… -dijo con tono de reprimenda. «Ya has oído las órdenes del jefe» fue la frase no verbalizada.

– Tal vez había más rollo en MKR Financial Management. Tal vez Nicola se beneficiaba a un tío de la empresa, cuando no se tiraba al novio de los Picos y cuando el novio de Londres estaba ocupado con su mujer. Pero no creo que debamos investigar ese ángulo directamente en MKR, con todo ese follón que hay ahora sobre el acoso sexual.

Nkata no pasó por alto el plural.

– Barb -dijo, la imagen perfecta de la delicadeza y la paciencia-, el jefe ha dicho que debes volver al ordenador.

– Que le den por el culo al ordenador. No me digas que te crees el cuento de que un tipo recién puesto en libertad saldó cuentas con Maiden a base de liquidar a su hija. Eso es una estupidez, Winston. Y una pérdida de tiempo.

– Tal vez, pero cuando el inspector te dice algo, lo más sensato es obedecer. ¿De acuerdo? -Como ella no replicó, repitió-: ¿De acuerdo?

– De acuerdo, de acuerdo -suspiró Barbara. Sabía que le habían concedido una segunda oportunidad con Lynley gracias a la mediación de Winston Nkata. No deseaba que la segunda oportunidad se concretara en una larga temporada sentada ante el ordenador. Intentó llegar a un compromiso-. ¿Qué me dices de esto? Déjame ir contigo a Notting Hill, déjame trabajar contigo, y me ocuparé del ordenador cuando proceda. Te lo prometo. Te doy mi palabra de honor.

– El jefe no lo aceptará, Barb. Y se cabreará como una mona cuando se entere de lo que estás haciendo. Y entonces, ¿qué pasará?

– No se enterará. Ni tú ni yo se lo diremos. Escucha, Winston, tengo una intuición. La información que hemos obtenido está enmarañada, hace falta desenmarañarla, y yo soy una experta en eso. Necesitas mi colaboración. Aún la necesitarás más cuando consigas más detalles en MKR. Te prometo que me dejaré los ojos ante el ordenador, te lo juro, así que déjame colaborar más en el caso.

Nkata frunció el entrecejo. Barbara esperó masticando su chicle con más energía.

– ¿Cuándo lo harás, pues? -dijo él-. ¿A primera hora de la mañana? ¿Por la noche? ¿El fin de semana? ¿Cuándo?

– Cuando sea -replicó ella-. Me haré un hueco entre los compromisos de baile en el Ritz. Mi vida social es un auténtico torbellino, pero creo que encontraré una hora de vez en cuando para obedecer una orden.

– Él vigilará que cumplas sus órdenes -advirtió Nkata.

– Y lo haré. Hasta me pondré un cencerro, en caso necesario. Pero entretanto, no desperdicies mi cerebro y mi experiencia aconsejándome que pase las doce horas siguientes momificada ante un ordenador. Déjame participar en esto, mientras el olor aún está fresco. Ya sabes lo importante que es para mí, Winston.

Nkata guardó el bloc en el bolsillo y la observó fijamente.

– A veces eres muy testaruda -dijo, derrotado.

– Es uno de mis atributos más agradables -contestó ella.

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