38

Cuando Perry y yo volvimos al salón, Jean-Paul estaba hablando con Nena. Ella sonreía y movía la cabeza con timidez. Yo llevaba la funda de almohada en una mano y el 38 en la otra. Había sacado el arma de nuevo para evitar que la joven explosiva hiciera preguntas.

Cuando Jackson nos vio se puso de pie. De mala gana, Villard hizo lo mismo.

Perry fue con su mujer a hacer guardia ante la puerta delantera. Nos vieron salir. No hubo palabras de despedida ni deseos de buena suerte.


– ¿Cómo has conseguido que esa chica te dejara entrar en la casa? -le pregunté a Jackson cuando ya íbamos en el coche y nos alejábamos.

Había puesto los ahorrillos de Meredith en el portaequipajes.

– Han sido los zapatos de Jean-Paul -dijo Jackson, con una mueca.

– ¿Los zapatos?

– Martin Lane -añadió Jean-Paul.

– ¿Qué?

– Estos zapatos cuestan 1.200 dólares -siguió diciendo el cerebro de los seguros.

– ¿Y?

– Nena me ha preguntado si llevaba unos Martin Lane -dijo-. Parece que está al tanto de la moda.

– Eso ha sido lo que ha roto el hielo -alardeó Jackson-. Ella se ha desvivido por atendernos y averiguar dónde se había comprado aquellos zapatos. Van a salir los dos a cenar en su yate mañana por la noche.

– Pony me ha dicho que vuelan a Nueva York el lunes -objeté.

– Ella no nos ha dicho nada de eso. Supongo que la noche de mañana la pasará haciendo el equipaje o algo -dijo Jackson-. En fin, Perry no sabría distinguir a Martin Lane de John Henry.

«Al menos he entrado a la fuerza en su casa -pensé yo-. Al menos ella sentirá un cierto malestar.»


Estaba furioso con Nena por ser como yo. Ella le estaba enseñando la puerta a su hombre porque no podía controlar sus impulsos. Quería estar cerca de la riqueza auténtica, y se mostraba ansiosa de dejar todo lo que tenía que ofrecerle Perry por un paseo en yate.

Me preocupaba su traición, pero ¿acaso Pericles no estaba haciendo lo mismo? Había huido de una esposa y una casa llena de niños; no hacía más que recibir lo que se merecía. Ninguno de nosotros era inocente. ¿Por qué no iba a ir Nena detrás del premio gordo?

Jean-Paul y Jackson hablaban de lo sexy que era Nena cuando yo empecé a pensar en el Ratón.

Sabía su dirección, pero tenía que andarme con muchísimo cuidado. Ya había cometido el robo; el trabajo había acabado. De modo que, ¿por qué seguía desaparecido del mapa? La única respuesta era que se había metido en algún otro follón a su vuelta. Y fuera cual fuese ese asunto, probablemente era peligroso. Yo era el mejor amigo de Raymond, pero aun así a él no le gustaba que metiera las narices en sus cosas.

– ¿… de acuerdo, Easy? -me estaba preguntando Jackson.

– ¿Qué?

– ¿No es cierto lo que le he dicho a Jean-Paul? ¿Que la mayoría de los hombres blancos de América no saben lo bella que puede ser una mujer negra?

Casi vi al Ratón volviéndose hacia mí, furioso. Me estremecí de miedo allí en aquel mismísimo coche.

– Es cierto -accedí.

– ¿Por qué, Easy? -preguntó Villard. Me molestó que usara mi nombre de pila sin saber muy bien por qué. Era un tipo muy agradable. Era un mujeriego y un asesino, y quizá también traficante de esclavos, pero nada de eso tenía que ver conmigo.

– Porque saben lo que ocurrirá si se permiten amar a nuestras mujeres -dije, hablando desde algún lugar inconsciente, resentido, asustado.

– ¿Qué quieres decir?

– Si amasen a nuestras mujeres, se convertirían en hombres como nosotros -dije-. Y una vez ocurriera eso, perderían su ventaja. Sus niños tendrían la piel oscura. Su historia sería nuestra historia, y sus crímenes quedarían al descubierto.

Jean-Paul frunció el ceño y se quedó pensativo de verdad por primera vez desde que le había conocido. Lo miré por el espejo retrovisor y vi que Jackson miraba mi reflejo en una rara muestra de aprecio intelectual.

Volví a pensar en mis problemas.

¿Cómo iba a darle el dinero a Meredith Tarr? Ella no parecía demasiado estable, la verdad. Quizá, dadas las circunstancias adecuadas (o equivocadas, según como se mire) me culpara a mí por matar a su marido. No tendría que buscar demasiado para averiguar que Ray y yo éramos amigos. Quizá yo formase parte de un complot para hacerla callar.

Decidí que tenía que leer la carta.

Los problemas nunca escasean para las personas como yo. En cuanto llegué a una conclusión sobre el dinero de Meredith, empecé a pensar en la boda de Bonnie. Apareció en mi mente a hurtadillas, como si la hubiese dejado penetrar en mi conciencia sin resistencia alguna.

Yo había pasado la noche con Faith. Estaba en vías de establecer una relación con Tourmaline. Los niños habían aceptado el matrimonio de Bonnie.

– ¿Habéis estado enamorados alguna vez? -pregunté a los hombres que parloteaban.

– Sabes que amo a Jewelle más que a toda mi familia -dijo Jackson-. Lo sabes.

– ¿Y si averiguaras que se está viendo con otro hombre sin saberlo tú?

– Ella no haría eso -aseguró Jackson.

– Pues claro que lo haría, hombre -dije-. Cuando vivía con Mofass se veía contigo en aquella casa de Ozone. Pasaba allí contigo dos noches a la semana.

– Eso era distinto.

– No veo por qué -aseguré-. Ella amaba a Mofass más que un bebé ama a su madre. Y él murió por ella.

Estábamos en mi espacioso Ford, pero yo notaba que estaba solo, comunicándome con hombres de otros mundos. Jackson era mi espejo, como una imagen en un pequeño televisor. Yo le veía responder a mis preguntas; sabía por su mirada distante que Jackson no había considerado jamás la profundidad del amor de Mofass. Era posible, muy posible que el viejo hubiese amado a Jewelle más profundamente de lo que jamás la amaría Jackson.

Jean-Paul estaba sentado junto a mí, preguntándose por la gravedad de la conversación. Estaba allí, pero para mí no era más que un personaje de dibujos animados. Vivía en un mundo en el que yo no podía encajar. Yo vivía en un mundo al que él no pertenecía, no importaban los zapatos que llevase.

– Pero -dijo Villard-, si un hombre puede amar a más de una mujer, ¿por qué no puede amar una mujer a más de un hombre?

– ¿Realmente crees eso? -le pregunté al personaje de dibujos.

– No me gustaría olerlo -dijo Jean-Paul-. Ni que él fuera el padre de mis hijos. Pero el amor es como el tiempo: es bueno o es terrible, y luego cambia. Pero tú nunca puedes cambiarlo.

Yo me encontraba en un estado emocional vulnerable en aquel momento. Ese es el único motivo por el que las palabras de Jean-Paul me parecieron tan profundas. Él me decía algo que yo ya sabía, pero que nunca había creído en realidad.

– ¿Estás intentando decirme algo de Jewelle? -preguntó Jackson.

– No, hombre -dije-. Bonnie se casa con Joguye Cham.

– ¿El príncipe? -preguntó Jean-Paul.

– Sí. ¿Le conoces?

– Ah, sí, muy bien. Hemos llevado a cabo muchos negocios con él a lo largo de los años. Inversiones y seguros.

– ¿Y cómo es?

– Viene de una larga estirpe de jefes de su pueblo. Se educó en Oxford y fue muy activo en movimientos revolucionarios. Es un… ¿cómo diríais vosotros…?, buen tipo.

Un buen tipo. Era mucho más que eso. Había salvado la vida de mi hija y a cambio se había llevado a mi amante.

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