13

EL ARREGLO era sencillo, aunque un poco sospechoso para Thomas. Chelise había acordado esperarlos en el interior de la biblioteca al anochecer después de que el bibliotecario hubiera dejado de trabajar. ¿Por qué tan tarde? Thomas quiso saber. Ciphus dijo que era porque a menudo Chelise se quedaba en la biblioteca más tiempo que Christoph.

Ciphus utilizó su propia guardia montada para transportar a Thomas encadenado por varios kilómetros de selva hasta un extenso refugio amurallado que era prodigiosamente hermoso. Sensacional, en realidad. En el instante en que pasaron la puerta principal, Thomas se preguntó si no había despertado en sus sueños, rodeado por un jardín botánico en el sur de Francia.

Pero no, se hallaba durmiendo en un avión por sobre el Atlántico. Este espléndido jardín era muy real.

Todo el complejo estaba asentado en una extensa pradera que Thomas recordaba bien. El jardín botánico cercado por arbustos muy bien recortados era nuevo, pero antes estuvo aquí el huerto de árboles frutales. Senderos de piedra formaban círculos perfectos alrededor de seis enormes tramos de césped con un diferente árbol frutal en cada uno. El huerto también era circular, así como el jardín botánico.

Thomas caviló que este era el Círculo de Qurong. En el centro había una estructura de dos pisos hecha de madera fina. Otros tres edificios, que parecían casas de habitación, se alzaban en cada esquina del refugio. Había un cuarto acordonado detrás del jardín.

– La villa que Qurong le dará a Woref y su hija como regalo de bodas -informó Ciphus-. Ella aún no lo sabe.

– ¿Y es esa la biblioteca? -quiso saber Thomas, señalando con la cabeza la enorme edificación a la que se acercaban.

– Sí.

Parecía demasiado grande para una biblioteca, mucho menos una construida para contener los libros de historias. Era claro que cualquier cosa que alojara era más valiosa para Qurong que el Gran Romance. Seguramente Ciphus podía verlo ahora. Quizás por primera vez.

Atravesaron grandes puertas dobles hacia un pasillo cubierto, vacío a no ser por un elaborado escritorio negro tallado y una más de las estatuas de bronce de Teeleh.

– Espere aquí -ordenó Ciphus a su guardia.

– ¿Qué hay con esto? -preguntó Thomas alargando los brazos encadenados.

Ciphus titubeó.

– Libérenle los brazos. Déjenle encadenados los pies.

– Gracias -contestó Thomas sobándose las muñecas.

– No me agradezcas aún. Camina por delante.

Siguió a Thomas dentro de un salón de dos pisos que parecía antiguo a pesar de su construcción relativamente nueva. Diez enormes escritorios cubrían el suelo, cada uno con su propia lámpara de piso. Las paredes estaban alineadas con libreros, cada uno repleto con rollos y libros empastados. Dos escaleras conducían al segundo piso, donde Thomas vio estantes similares detrás de una barandilla de madera.

Miró alrededor, asombrado por la obra de carpintería. Esto era trabajo de habitantes del bosque. Incluso los libros…

– ¿Puedo? -preguntó, dando un paso adelante hacia un librero.

Ciphus no contestó.

Thomas sacó un libro de una de las estanterías. Era de los que él había enseñado a usar a los escribanos del Círculo, con los recuerdos que él tenía de las historias. Corteza machacada atada alrededor de resmas de papel organizado de manera rudimentaria. Abrió el libro. La escritura eran caracteres básicos en cursiva.

Estas son nuestras propias historias, creadas por los escribanos – comentó Ciphus-. A Qurong le complace mucho la historia. Todo está registrado con sumo cuidado, hasta los detalles más triviales. Durante el día todos los escritorios están ocupados por historiadores. Tenemos nuestros propios escribanos del templo para registrar la historia de Elyon desde la Segunda Era.

– ¿La Segunda Era?

– El Gran Romance desde nuestra época como uno.

– Entonces reconoces que el Gran Romance cambió.

– Todo cambia -respondió Ciphus.

– El edificio es más grande que este salón -comentó Thomas recorriendo el espacio con la mirada-. ¿Qué hay en el resto?

– Chelise está esperando -expresó Ciphus señalando una puerta en el extremo más lejano.

Thomas rodeó los escritorios, puso la mano en una manija grande metálica y abrió la puerta. Varias antorchas iluminaban un salón enorme con libreros en línea del piso al techo. Miles de libros.

Soltó la puerta y entró. Los estantes se elevaban como siete metros y eran atendidos por una escalera. Aquí no había escritorios adornados ni candeleras, solo libros, muchos más de los que Thomas se había imaginado.

Libros empastados en cuero.

¿Los libros de historias?

– Estos… ¿qué son estos?

– Los libros de historias, por supuesto.

– ¿Tantos? Yo… ¡yo no tenía idea que fueran tantos! ¿Son libros de historias todos estos?

– Una admisión no muy alentadora del hombre que afirma saber todo lo que hay respecto de los libros -manifestó una voz baja a la derecha de Thomas.

Él se volvió. Chelise se hallaba detrás de un escritorio grande, sobre el cual tenía abierto uno de los libros. La joven rodeó el escritorio y camino hacia ellos, con un vestido negro suelto alrededor de los tobillos. Se había echado la capucha para atrás, dejando ver un cabello largo, oscuro y brillante. Asombraba en gran manera el contraste entre el rostro blanco y el pelo negro.

– ¿Cree usted que mi padre iba a cargar todos los libros adondequiera que fuera?

Los ojos de ella examinaron los de Thomas y por un momento él creyó que lo pudo haber reconocido del desierto.

– No tengo toda la noche -expresó ella mirando a Ciphus-. O este albino sabe algo, o no lo sabe. Podemos dejarlo claro en pocos minutos.

– Los asuntos de historias nunca se establecen con ligereza -informó Ciphus-. Te doy una hora.

– Ahórreme la elocuencia, sacerdote. ¿Puede él interpretarlos o no? – preguntó ella; luego se volvió hacia Thomas-. Muéstrenos.

Thomas aún se hallaba demasiado asombrado para pensar correctamente. Sabía que quizás esta era su única oportunidad de pasar algo de tiempo con los libros. ¿Cuáles eran las posibilidades de encontrar los libros particulares que trataban con el Gran Engaño y la vacuna Raison?

– ¿Cuántos hay?

– Muchos -respondió Chelise-. Muchos miles. Thomas ingresó más al salón. La luz de las antorchas irradiaba un débil brillo sobre los lomos de cuero.

– ¿Están clasificados?

– ¿Cómo clasificar lo que no podemos leer? -objetó Ciphus.

– ¿Ni siquiera pueden leer los títulos?

– ¿Cómo podríamos? No están en nuestro idioma.

Pero estaban en el idioma común. Thomas miró un libro en la estantería más cercana. Las historias según el segundo de cinco volúmenes. No tenía idea qué significaba, pero pudo leer las palabras con bastante facilidad. Todos habían oído decir que las hordas no podían leer los libros de historias, pero esto parecía un poco ridículo. ¿Estaban sus mentes tan engañadas? Y ahora Ciphus se hallaba entre ellos.

– ¿Cree usted que el registro de todo lo que ha sucedido se hallaría en dos o tres libros? -inquirió Chelise.

– No. Solo que no esperaba tantos -contestó; debía encontrar lo que Pudiera respecto de la variedad Raison-. ¿Sabe usted si están en algún orden? Me gustaría ver uno que trate con el Gran Engaño.

– No, no hay orden -explicó Ciphus-. Los pusieron en el sitio hombres que no leen. Creí que ya habíamos dejado claro eso.

– ¿Dónde los encontró Qurong? Ninguno contestó.

– ¿No lo sabe usted? -indagó Thomas mirando a Chelise-. ¿Cómo pudo su padre entrar en posesión de tantos libros sin un registro de dónde los halló?

– El afirma que Elyon se los mostró.

– ¿Elyon? ¿O fue Teeleh?

– Cuando yo era más joven él decía Teeleh. Ahora dice Elyon. No sé cuál, y francamente, no me importa. Estoy interesada en lo que dicen, no de dónde vinieron.

– Lo que dicen solo se pude entender al comprender primero de dónde vinieron. Quién los escribió.

– ¿Es este tu gran secreto? -objetó Ciphus-. ¿Nos vas a decir que la única forma de interpretar estos libros es a través de tu comprensión de Elyon? No nos hagas perder el tiempo.

– ¿Dije que Elyon los escribió?

– ¿Sabe usted quién los escribió? -quiso saber Chelise. Él había suscitado algún interés en ella. Habla con cuidado, Thomas. No te puedes dar el lujo de poner a Ciphus contra ti.

– ¿Dónde están los libros en blanco?

– ¿Los libros en blanco? -preguntó Chelise mirando a Ciphus-. No me interesan los libros en blanco. Puedo leer páginas en blanco tan bien como usted.

Ciphus apartó la mirada.

– Muéstreme entonces el libro que usted tiene abierto -pidió Thomas.

Ella le lanzó una larga mirada, luego se dirigió con garbo hacia el escritorio. Él la siguió con Ciphus a su lado.

Solo él sabía que esta mujer tenía su destino en las manos. Debía hallar una forma de ganarse su confianza. Pero al verla atravesar ligeramente el piso de madera sintió un rayo de esperanza. Suzan había visto algo en los ojos de ella y él también estaba seguro de haberlo visto. Anhelos por la verdad, quizás Chelise rodeó el escritorio y bajó la mano hacia la página abierta. Sus ojos analizaron brevemente la página, luego los levantó hasta toparse con los de él. ¿Cuántas veces había mirado ella con ansia estos libros, preguntándose qué misterios contenían?

– Tengo abierto este -informó ella.

– ¿Por qué este?

– Es el primero que miré cuando era niña.

Thomas bajó la mirada a la página abierta. Escritura inglesa. Podía leer perfectamente bien el escrito. Ellos no debían enterarse de que, aparte del libro Las historias escritas por el Amado, y del que había abierto en la tienda de Qurong, este era el primer libro de historia que él también había leído.

– Y si puedo leer este libro, si puedo decirles lo que dice, ¿qué me darán?

– Nada.

– Mi muerte es el regalo de bodas de Woref para usted. ¿No creería usted que la vida del hombre que puede leerle estos libros sería de más provecho que su muerte?

Ella pestañeó.

– ¡No tendré parte en esto! -exclamó Ciphus-. No dijiste nada…

– Está bien, Ciphus -tranquilizó Chelise-. Creo que puedo hablar por mí misma. La vida de usted es insignificante para mí. Aunque pudiera leer este libro, lo cual no me ha demostrado, usted no me serviría para nada. No puedo soportar estar en el mismo cuarto con usted suficiente tiempo como para oírle leer o aprender a leer. Años de curiosidad me trajeron aquí esta noche, pero esta será la única vez.

Pareció que hubieran succionado el aire del salón. Thomas no estaba seguro por qué le afectaron las palabras de la muchacha, solo que así fue. Él había enfrentado antes la muerte. Aunque esas palabras fueran la sentencia de muerte ante este estúpido plan, el dolor que sintió no era por su propia muerte sino por el rechazo de ella hacia él.

Ciphus me prometió vivir -anunció él.

Dije que presentaría tu caso. Será Qurong quien determine tu desloo, no Chelise. Eres un necio al pensar otra cosa.

Era al menos una esperanza, pero las palabras sonaron insubstanciales.

Thomas asintió y rodeó el escritorio.


***

CHELISE SE dio cuenta de que sus palabras lo habían herido, y lo encontró un poco sorprendente. ¿Qué pudo él haber esperado? Él sabía que era un albino. Sabía que al desafiar a Qurong se había ganado una sentencia de muerte y sin embargo persistía en desafiar.

Si Ciphus no hubiera estado presente, ella podría haber dicho lo mismo con un poco menos de mordacidad. Aunque era verdad, la puso nerviosa el pensamiento de estar sola por mucho tiempo con un albino. Incluso asqueada.

Ella lo vio rodear el escritorio, alicaído. Pensar que este hombre había desafiado una vez al gran Martyn y hasta a Woref. Ahora no parecía ningún guerrero. Los brazos de él eran fuertes y su pecho musculoso, pero sus ojos eran verdes y su piel…

¿Cómo sería rozar una piel tan suave?

La joven rechazó el pensamiento y se hizo a un lado para que él pasara. Él podría haber agarrado muy fácilmente el libro desde el otro lado del escritorio. En vez de eso se le acercó a ella.

Chelise estaba siendo demasiado sensible. Era indudable que él la odiaba más de lo que ella a él. Y si no era así, él era un necio por malinterpretar la repugnancia de ella hacia la enfermedad de él.

Thomas estiró la mano hacia la página y siguió las palabras en lo alto. El escrito era extraño para ella, pero él leyó en voz alta como si hubiera estado leyendo este lenguaje toda la vida.

– Kevin bajó lentamente por la vía, atraído hacia el enorme roble al final de la calle. Estaba completamente seguro de que se le partía el alma, y saber que su madre no tendría que volver a trabajar no le ayudaba a sanar la herida.

Thomas levantó la mano, pero sus ojos siguieron examinando, leyendo.

– ¿Qué significa eso? -preguntó Chelise.

– Es una historia acerca de un muchacho llamado Kevin.

– ¿No de las historias?

– Sí. Sí, es la historia de la vida de Kevin, escrita en forma de relato.

– ¿En forma de relato? -dijo Ciphus-. No escribimos historias en forma de relato. Esto es infantil.

– Quizás entonces deberías pensar como un niño para entender – expres0 Thomas-. El muchacho acaba de perder a su padre y el seguro de vida no tiene sentido para él.

Chelise no sabía qué quiso él decir con seguro de vida, pero la historia la conmovió. Tal vez algo acerca de la simplicidad, la emoción, hasta de la manera en que el albino leyera la había electrizado.

– ¿Cómo es el resto?

– ¿El resto? -indagó Thomas, que se hallaba hojeando-. Me llevaría horas leerle el resto.

– ¿Cómo sabemos que no estás simplemente inventando esta historia? -cuestionó Ciphus.

– Tendrás que aprender a leer por ti mismo. O usted, Chelise. ¿Y si le enseñara?

– ¿Cómo?

– Convirtiéndome en su siervo. Podría enseñarle a leerlas. Todas ellas. ¿Qué más grande humillación podría Qurong echar sobre mí, su más grande enemigo, que encadenarme a un escritorio y obligarme a traducir los libros? Matarme es demasiado fácil.

– ¡Basta! -exclamó bruscamente Ciphus-. Ya planteaste eso y es inútil. Por favor, si a usted no le importa, insisto en que nos deje. Ya no dejaré que este hombre siga soltando sus mentiras. Qurong no lo aprobaría.

Chelise calmó un temblor en sus manos e inclinó la cabeza.

– Entonces saldré.

– Pero antes de hacerlo -asintió Ciphus tranquilizando la voz-, ¿me Podría mostrar amablemente dónde han ido a parar los libros en blanco? No están en la estantería donde los vi la última vez.

Desde luego -asintió ella, yendo hacia el librero donde se hallaban 'os volúmenes; los había visto solo tres días antes.

Por aquí. No sé para qué quiere usted libros que han… Ella se detuvo a medio camino a través del salón. El librero estaba vacío, desde el piso al techo, donde cientos de libros habían reposado una vez recogiendo polvo, solo quedaban estantes vacíos.

– Han… -balbuceó ella mirando rápidamente alrededor-. Han desaparecido.

– ¿Qué quiere decir con que han desaparecido? No pueden desaparecer.

– Entonces los cambiaron de sitio. Pero los vi solo unos días atrás. No creo que alguien haya estado aquí desde entonces.

– ¿Cuántos había? -preguntó Thomas; parecía afligido.

– Cientos. Tal vez mil.

– ¿Y sencillamente han… desaparecido?

– ¿Dónde podría alguien ocultar tantos libros? -objetó Ciphus. Los dos estaban reaccionando de manera extraña. ¿De qué se trataba esto de los libros en blanco?

– ¿Qué significa esto? -preguntó Ciphus a Thomas.

– Sin los libros, el asunto no significa nada -contestó el albino.

– Entonces morirás en tres días -declaró el sacerdote, mirándolo.

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