JOHAN OBSERVÓ los tres caballos que galopaban dentro del cañón hacia ellos. Suzan los había descubierto desde lo alto del barranco e hizo señas con la mano. Ahora ella guiaba, tenía el cabello oscuro suelto al viento. Nacida para cabalgar. El recordaba la reputación de ella como comandante de los exploradores, quien podía localizar un simple grano de paja del desierto en cualquier cañón. Cuando él era Martyn la había temido casi tanto como a Thomas. Inteligencia era la clave de muchas batallas y Suzan lo había igualado en cada giro.
No se había imaginado que alguna vez tendría el placer de cabalgar al lado de ella. Verla acercarse con tal garbo y belleza hizo que se le acelerara el pulso. Quizás era hora de expresar sus sentimientos por esta mujer.
Thomas cabalgaba detrás de ella. Extraño pensar en eso, pero si él estaba despierto aquí, significaba que dormía en su otra realidad.
Además de Thomas, la mujer. La hija de Qurong.
– Lo logró de veras -comentó Mikil al lado de él-. Mírala cabalgar.
– Thomas debió de haberla sacado a la fuerza. La Chelise que conocí nunca acordaría venir por su cuenta.
– El amor obliga a la mujer más fuerte -expresó Jamous guiñándole un ojo a Mikil.
– ¿Amor? -exclamó Johan soltando la carcajada-. Dudo que el amor obligue a la hija de Qurong.
– De cualquier manera, estás consiguiendo lo que has sostenido expuso Mikil-. Estamos a punto de ver cuán amigos pueden ser albinos y encostrados.
– No tenía esto en mente. Me refería al ahogamiento. Y cuanto más pienso en el asunto, más creo que estaba equivocado.
– Ten cuidado con lo que esperas.
Suzan bajó del caballo, dio dos rápidos pasos hacia ellos y luego disminuyó la marcha. ¿O eran dos rápidos pasos hacia él? No había duda de que la mirada de ella estaba fija en él. Johan se preguntó si los demás lo notaron.
Thomas y Chelise habían disminuido la marcha hasta un trote suave. Suzan viró hacia Mikil y le agarró los brazos.
– La fortaleza de Elyon. Me agrada verte. ¿Y William?
– Continuó hacia la tribu con Caín y Stephen.
Thomas montaba radiante. Chelise se detuvo a su lado, mirando con cautela desde su capucha, el rostro blanco con morst. Se había puesto flores de tuhan en el cabello. Esto, junto con la suave textura del morst, era nuevo para las hordas.
– Me gustaría presentarles a la princesa -expresó Thomas señalándola con la mano-. Mis amigos, les presento a Chelise, hija de Qurong y deleite de Thomas.
Los ojos de Mikil se abrieron de par en par con asombro. ¿Deleite? Ella era una encostrada. ¿Y correspondía Chelise los sentimientos de él?
– Y este, princesa Chelise, es Johan -anunció Suzan colocando una mano en el hombro de Johan.
¿Habían hablado de él?
– Es un placer volver a verte -manifestó Johan dando un paso e inclinando la cabeza.
Chelise se quedó muda. Nunca lo había visto como albino. La pobre muchacha estaba aterrada.
Thomas bajó a la arena y estiró la mano hacia Chelise, quien la agarró y desmontó con garbo. Luego él la tomó de la mano y Chelise no hizo ningún intento por desanimarlo. ¿Había alguno de ellos visto alguna vez una escena así? Un albino, Thomas, comandante de los guardianes, agarrando ornamente la mano de una mujer enferma.
Chelise finalmente le soltó la mano y siguió adelante. Inclinó la cabeza.
– Johan. Es un placer volver a ver al gran general.
En realidad el gran general está detrás de ti -objetó Johan-. Se arna Thomas, y yo soy su humilde siervo.
El señaló a los otros.
– Esta es Mikil, tal vez la recuerdes como la segunda al mando de Thomas, y su esposo, Jamous. Jamous asintió con la cabeza.
– Veo que tú y Thomas se han vuelto amigos -declaró Mikil dando un paso al frente, después hizo una pausa prolongada-. Cualquiera que sea amigo de Thomas también es mi amigo.
La teniente sonrió y estiró la mano.
Chelise sonrió tímidamente y le correspondió. Recibir a una encostrada como hiciera Mikil no era una escena tan fuera de lo común… el Círculo había guiado a muchos encostrados dentro de los estanques rojos para ahogarlos.
– Lo siento, el aire está prácticamente impregnado con romance – opinó Mikil volviéndose y suspirando; luego fue hasta donde Jamous, le agarró el rostro entre las manos y lo besó de modo apasionado en los labios-. No puedo evitarlo.
Thomas se ruborizó e intentó poner las cosas en su lugar para la asombrada princesa.
– Tendrás que perdonarnos, pero en el Círculo no somos muy tímidos acerca del romance. Creemos que el amor entre nosotros no es muy distinto del amor entre Elyon y su novia. Lo llamamos el Gran Romance. Quizás recuerdes eso. Del bosque colorido.
– He oído rumores -comentó Chelise, pero la mirada de curiosidad en el rostro de la joven reveló su ignorancia de tales rumores.
Todos se quedaron en silencio.
– ¡Bien entonces! -exclamó después Thomas dando una palmada-. El sol se va a poner, y nos gustaría un poco de carne. Solo hemos comido fruta todo el día. Johan, dime por favor que has cazado algo de carne. Es lo menos que un poderoso general como tú podría hacer por una princesa.
Los ojos de Thomas centellearon.
– ¿Quieres carne, verdad, Chelise? Me confesaste cuánto te gusta un buen bistec con tu vino. ¿Tenemos vino, Johan?
– En realidad, un sencillo pastel de trigo estaría bien…
– ¡Tonterías! Esta noche celebramos. ¡Carne y vino!
– ¿Y qué estamos celebrando? -preguntó Chelise; Johan pensó que ella ya se sentía más cómoda.
– Tu rescate, desde luego. ¿Johan?
Una tímida sonrisa recorrió la boca de Chelise.
– Tenemos tres conejos y nuestra agua es tan dulce como el vino. ¿Nos arriesgamos a encender fuego?
– No puedes tener una celebración adecuada sin fuego. ¡Por supuesto que nos arriesgamos a encender una hoguera!
LA NOCHE era cálida y la luna estaba llena, pero Thomas apenas lo notó. Podría ser helada y a él no le importaría. En su pecho ardía un fuego, y con cada hora que pasaba abrazaba más esa calidez. Así se lo repetía él mismo.
Pero al mismo tiempo Thomas estaba plenamente consciente de que aumentaba su recelo. También era probable que él apenas notara la fría noche debido a la oleada de confusión que sentía. ¿Adónde los conducirían sus insólitos sentimientos por Chelise? Ver a sus amigos en el campamento solo realzaba la peculiaridad del extraño romance. Audazmente la había llamado su deleite, por supuesto, pero se sentía como un hombre lleno de nervios en el día de su boda. ¿Con qué derecho había hecho tan atrevidos comentarios tan pronto y en tan contrarias circunstancias?
Los conejos que Johan cazara temprano anegaron el campamento con un delicioso aroma. El grupo conversó un poco y vio cómo los roedores se asaban sobre una varilla. Había muchos asuntos que pudo haber provocado una fuerte discusión en los miembros del grupo, pero Mikil tenía razón: algo más había en el aire, y en comparación hacía parecer insignificantes los asuntos de doctrina y estrategia. Había una romántica tensión en el aire. El aura de amor improbable, si no prohibido.
Thomas se sentó con las piernas cruzadas junto a Chelise, quien con garbo se había sentado en la arena. Mikil se recostó en los brazos de Jamous a la derecha de Thomas. Eso dejaba fuera a Johan y Suzan, la extraña pareja. Pero parecía que después de todo ellos no eran tan extraños. Cualquier pensamiento que hubieran ocultado antes no estaba muy bien disimulado esta noche. Si Thomas no se equivocaba, el hombre al que Suzan se refiriera anoche era nada menos que Johan.
– Queda una pierna -anunció Johan, alargando la mano hacia la varilla-. ¿La quiere alguien?
– El mejor conejo que he comido, y me he comido muchos -se excusó Mikil lanzando un hueso al fuego y limpiándose la boca con el dorso de la mano.
– ¿Suzan? -dijo Johan ofreciendo la pierna libre.
– No, gracias -contestó ella sonriendo; luz de la lumbre le danzaba en los ojos.
La manera tan tierna en que lo dijo… esta no era Suzan, pensó Thomas. ¿Por qué el amor cambiaba tanto a las personas? Johan pareció momentáneamente cautivado por la voz de ella.
– Entonces creo que me la comeré -declaró él, sentándose otra vez al lado de Suzan. Dio un mordisco a la presa, pero Thomas estaba seguro de que Johan no tenía la mente en el conejo.
Chelise los observó, sintiendo sin duda lo embriagador. Miró al fuego con sus ojos blancos.
– No me había dado cuenta de que hubiera tal amabilidad entre el Círculo -manifestó ella-. Me siento honrada de estar en compañía de ustedes.
Un trozo de madera crepitó en el fuego.
– Y yo nunca me habría imaginado que la hija de Qurong pudiera ser tan… dulce o inteligente -expresó Mikil-. El honor es nuestro.
Thomas quiso expresar su beneplácito por la aceptación del grupo, pero se contuvo.
– ¿Cómo pueden amar a quienes los persiguen? -inquirió Chelise levantando la mirada.
– No siempre lo hacemos-contestó Mikil-. Tal vez las cosas serían distintas si lo hiciéramos.
Las llamas acariciaban el aire nocturno.
Chelise se aflojó la capucha de la cabeza. Estaba descubriéndose ante ellos.
– Creo que tus ojos son hermosos -comentó Suzan.
– Gracias -respondió la princesa alejando la mirada.
Thomas la vio tragar saliva. Los ojos de ella eran hermosos, pero era probable que ninguno de ellos viera la enfermedad a la misma luz que él. La estaban viendo a través de los ojos del amor, porque había amor en el aire, pero también la compadecían. Ella tenía la piel plagada de escamas y la mente retorcida por el engaño.
Si él tan solo pudiera corregirlo todo. Se le hizo un nudo en la garganta. Eres hermosa, mi amor. Te besaría con mil besos si me lo permitieras.
Levantó la mirada y vio que Mikil lo observaba. Ella entendía. ¡Ella debía entender!
– Imagino que es maravilloso ser una princesa tan hermosa -opinó Mikil cambiando la mirada hacia Chelise.
La hija de Qurong bajó la cabeza y recorrió con el dedo la arena. Thomas alejó la mirada. Los sonidos del fuego se debilitaban. Mi amor, mi más preciado amor, siento una gran pena. No es lo que crees.
– Jamous y yo saldremos a caminar -informó Mikil-. Toda esta plática de amor no puede quedarse sin respuesta.
Thomas los oyó ponerse de pie e irse, pero no pudo levantar la mirada.
– Igual haremos Johan y yo -expuso Suzan.
Entraron a la oscuridad de la noche.
Chelise siguió arrodillada trazando líneas en la arena, con el dedo blanco de morst para cubrir su vergüenza. La suave brisa llevaba el olor de su enfermedad mezclado con perfume.
– Está bien…
– No -cuestionó ella-. No está bien. No puedo hacer esto.
Ella enfocó la vista en la oscura noche.
– Quiero que me lleves de vuelta en la mañana.
La declaración de ella lo agarró totalmente desprevenido. Fue como si Chelise hiciera girar un interruptor que había activado las esperanzas de él. Ella tenía razón. Nada estaba bien con la juvenil ambición de Thomas por ganarse el amor de la muchacha.
¿Qué estaba pensando él? De repente Thomas se llenó de pánico. La amaba, por supuesto. Él no era un escolar sacudido por el encaprichamiento. Su amor tenía que ser real… ¡Michal se lo había dicho!
Pero también era real el hecho de que Chelise era encostrada sin intención de cambiar. La disparidad entre estas dos realidades era suficiente para descontrolar a Thomas.
– No creo que esa sea una buena idea -objetó él sin convicción.
– No pertenezco aquí.
Thomas se paró. Incómodo. Aterrado por la confusión. Ella tenía razón Eso era lo que lo afectaba más que cualquier cosa. Esta mujer, de la que sin duda alguna se había enamorado, no se sentía… no se podía sentir… a gusto con él. Después de todo él había estado yendo tras las fantasías de un adolescente.
– Discúlpame -suplicó él-. Ya regreso.
Se metió en la oscuridad, sin saber a dónde iba. Debía pensar. Quería esconderse; se sintió avergonzado por dejarla. Pero esto era precisamente lo que ella deseaba.
Thomas rodeó una roca y caminó por la arena blanca, adentrándose cada vez más en el cañón. En la mañana la llevaré de vuelta. La humedad le nubló la vista. No tengo alternativa. Es lo que ella quiere. Si no logra reconocer un regalo al ver uno, difícilmente lo merece, ¿no es así? Ella debería estar corriendo hacia los estanques rojos, pero está hablando de regresar.
Una lágrima le bajó por la mejilla.
– ¿A dónde vas?
Thomas giró hacia la voz a su izquierda. Justin!
¿Podría ser? Retrocedió, parpadeando.
Sí, Justin. Esta vez no sonreía, y apretaba la mandíbula.
– ¿Justin?
– La dejaste -declaró Justin mirando hacia atrás a las rocas que ocultaban el campamento.
– Yo…
Thomas no sabía qué decir. ¿Por qué había visto dos veces a Justin en una semana? ¿Y por qué Justin se interesaba tanto en Chelise?
– ¡Cómo te atreves a dejarla sola! -exclamó Justin mirándolo, sus ojos verdes le brillaron por la ira-. ¿No tienes idea de quién es ella? Yo te la confié.
– Ella es Chelise, hija de Qurong. No sabía que me la hubieras confiado.
– ¡Ella es la que mi padre preparó para mí! ¡Has dejado a mi novia sollozando en la arena! -profirió Justin, caminó algunos pasos hacia el campamento, luego se volvió, agarrándose la cabeza con las manos.
Thomas no estaba seguro de qué hacer ante esta revelación.
_-Yo mismo te dije que te demostraría mi amor -le recordó Justin bajando las manos-. Te envié a Michal cuando comenzaste a dudar, y ya te estás olvidando. ¿Debo mostrarme a ti todos los días?
Justin señaló hacia el campamento.
– Deberías estar besándole los pies, no huyendo.
– No entiendo. Ella solo es una mujer…
– ¡No! Ella es la que he elegido para mostrar al Círculo mi amor por ellos. A través de ti.
Thomas cayó de rodillas, horrorizado por lo que estaba oyendo.
– Juro que no lo sabía. Juro que la amaré. Perdóname. Perdóname, por favor. Yo…
– De prisa, por favor -acosó Justin; la luz de la luna revelaba lágrimas en sus ojos-. El corazón se le está destrozando. Tienes que ayudarla a entender. No creas que soy el único que la quiere. Mi enemigo no descansará.
Su enemigo. ¿Woref? ¿O Teeleh? Thomas se puso torpemente de pie, con los pies cargados de urgencia por regresar a la hoguera.
– ¡Lo haré! Juro que lo haré. Justin solo se quedó mirándolo.
– Ella espera -dijo finalmente.
La mirada en los ojos de Justin hizo salir corriendo a Thomas como si fuera adrenalina. Se detuvo después de cinco pasos y dio la vuelta. ¿Qué…?
Pero Justin había desparecido.
Por las mejillas de Thomas corrían lágrimas. Era demasiado. No podía detener la profunda tristeza que lo embargaba. Giró otra vez y corrió por el canon, rodeó la roca y se dirigió a la fogata.
Chelise levantó la mirada, asombrada. Pero él estaba más allá tratando de razonar lo que estaba sucediendo entre ellos.
– Lo siento -se disculpó él, dejándose caer de rodillas al lado de ella-
Perdóname, por favor. ¡No tenía derecho a dejarte!
Ella lo miró sin entender, sin una insinuación de haberse ablandado Pero ahora que la miraba profundo a los ojos blancos vio algo nuevo.
Vio a la novia de Justin. La que Elyon había escogido para Justin.
Un profundo dolor envolvió a Thomas y los sollozos empezaron a sacudirle el cuerpo. Cerró los ojos, levantó la barbilla y comenzó a llorar.
Puso una mano en la rodilla de la joven. Ella no se movió.
Él no podía procesar los pensamientos con lógica alguna, pero sabía que lloraba por la muchacha. Por la tragedia que le había ocurrido a ella. Por esta enfermedad que los separaba.
La noche parecía hacer eco de los sollozos de Thomas. Retiró la mano de la rodilla de la princesa. Para cada gemido había otro, como si el roush se le hubiera unido en el gran lamento.
Contuvo el aliento y escuchó. No era el roush sino Chelise. Ella lloraba; había encogido las rodillas hasta el pecho y sollozaba calladamente.
Thomas dejó de pensar en su propia tristeza. Todo el cuerpo de Chelise se estremecía. Ella tenía un brazo sobre el rostro, pero él logró verle la boca abierta, agobiada por los sollozos. Se quedó helado; comenzó a llorar débilmente… el dolor de esta escena era peor que su anterior tristeza.
– ¿Qué he hecho? No comprendes. ¡Te amo!
– ¡No! -protestó ella en voz alta.
Él siguió arrodillado y alargó la mano hacia ella. Pero temió tocarla.
– ¡Sí te amo! No me refiero a…
– ¡No me puedes amar! -gritó Chelise levantándose bruscamente y mirándolo-. ¡Mírame!
Ella se dio una palmada en la cara.
– ¡Mira mi rostro! ¡Nunca me podrás amar!
– Estás equivocada -le dijo Thomas al tiempo que le agarraba la mano, la levantaba y se la besaba con dulzura.
ELLA ESTABA plenamente consciente de que la mano de Thomas apretaba con fuerza la suya. El aliento de él la envolvía mientras le declaraba su cruel amor.
La vergüenza por su carne blanca se le había venido encima como una sombra del sol poniente que se movía lentamente. Chelise fue consciente de eso allá en la biblioteca, pero solo como un pensamiento lejano. Lo había considerado más cuidadosamente después de oír que Thomas se lo indicara a Suzan la noche anterior.
Estaba enferma. Pero se decía a sí misma que preferiría vivir enferma que morir por ahogamiento.
Entonces había conocido a los albinos y los había observado preparar su pequeño festín. Oyéndolos hablar alrededor de la fogata no se podía quitar de encima el deseo de ser como esta gente. La vida en el castillo era como una prisión al lado del amor que ellos se prodigaban tan fácilmente.
Chelise sabía que su piel les desagradaba, dijeran lo que dijeran. Cuando Suzan le había dicho que tenía ojos hermosos, sabiendo muy bien que ellos opinaban que esos ojos estaban enfermos, se había vuelto añicos lo que le quedaba de seguridad en sí misma. Comprendió que nunca sería como estas personas. Que nunca sería como Thomas.
Peor aún, comprendió que él tenía razón cuando afirmara que ella deseaba ser amada por él. Ella quería amarlo.
Pero no podría ahogarse. Y sin el ahogamiento nunca podría ser amada verdaderamente por él. Por tanto, no había esperanza.
Sostienes mi mano, Thomas, pero ¿podrías besarme alguna vez? ¿Podrías amarme como una mujer anhela ser amada?¿Cómo puedes amar a una mujer a la que repeles?
Thomas se había callado. Le puso el brazo alrededor de los hombros y la acercó. Ella dejó que los sollozos se le calmaran.
– Eres hermosa para mí -expresó él en voz baja.
Chelise no podía soportar las palabras; pero no tenía la voluntad de asistirlas, así que dejó que el silencio hablara por sí mismo.
– Por favor… Me muero.
– ¿Sientes pena de que la mujer en tus brazos no tenga la piel suave? ¿De qué ella te produzca náuseas?
La princesa levantó la cabeza para expresar sus pensamientos. El rostro de él estaba allí, a solo centímetros del suyo, empapado de lágrimas. El fuego iluminaba los ojos verdes de Thomas. Ella respiraba sobre él, pero él no hacía ningún esfuerzo por apartarse.
Esta simple comprensión fue tan profunda, tan sorprendente, que Chelise perdió el hilo de las ideas. Los ojos de Thomas la miraban con ansia, acercándola hacia él. Ojos profundos y embriagadores. Este era Thomas, comandante de los guardianes, el hombre que se enamorara perdidamente de ella y que arriesgara la vida para rescatarla de una bestia que la habría maltratado ferozmente.
¿Cómo podía él amarla?
Chelise cerró los ojos. Nunca podría satisfacer a un hombre tan encantador. El amor de él se habría originado en la piedad, no en verdadera atracción. Él nunca podría…
El dedo de él le recorrió la mejilla, haciéndole paralizar impresionado el corazón.
– Te he amado desde la primera vez que estuvimos juntos en la biblioteca -le declaró, y le tocó los labios con los dedos-. Si solamente me dejaras amarte.
Las palabras de Thomas la envolvieron como una brisa fresca y cálida. Ella abrió los ojos y supo al instante que él decía la verdad.
La princesa levantó lentamente la mano. Le tocó la sien, donde la piel de él era más suave. Ella ya no pudo soportar más la tensión. Le puso la mano alrededor del cuello y le bajó el rostro. Los suaves labios de él sofocaron los de ella en un beso cálido y apasionado.
Ella sintió una punzada de temor, pero él la apretó más. Luego ella dejó de luchar y permitió que él la besara más prolongadamente. La boca de él era dulce, y ella sintió en las mejillas las lágrimas cálidas de Thomas.
Las manos del guerrero le recorrieron el cabello hacia atrás, él le besó la nariz y la frente.
– Dime que me amas -pidió él-. Por favor.
– Te amo -contestó Chelise.
– Y yo te amo.
La volvió a besar en los labios y ella supo entonces que sí amaba a este hombre.
Estaba enamorada de Thomas de Hunter, comandante de los guardias líder del Círculo y quien la había amado primero.