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ENTONCES ESTÁ claro que te equivocaste -manifestó Woref-.

Nada de lo que creíste haber visto estuvo nunca allí.

– Puedo jurar que vi al albino meter un objeto debajo de su túnica antes de quedarse dormido -objetó Soren moviendo la cabeza de lado a lado-. Se las arregló para escondernos algo durante nuestro cateo inicial.

– Pero no hay ningún objeto; eso fue lo que afirmaste. Duerme un poco mientras puedas. Levantamos al ejército en cuatro horas. Déjame solo.

– Sí, señor -respondió Soren inclinando la cabeza, luego salió y dejó solo al comandante en su tienda.

Habían hecho un buen tiempo y se detuvieron para dormir unas horas al final de la noche. Al día siguiente entrarían a la ciudad y recibirían su recompensa por la captura de Thomas de Hunter.

Habían obligado a los albinos a caminar la mayor parte del día, portando sus cadenas, y ellos se habían quedado dormidos casi al instante, según Soren. Aunque Hunter hubiera escondido un arma en los pliegues de su túnica, ahora tenían poco que temer de él. El antes poderoso guerrero era un esqueleto de su antiguo yo. No solo se había despojado de sus carnes saludables al meterse en los estanques rojos, sino que en el proceso había perdido su hombría. Hunter no era más que un roedor enfermo y su única amenaza para las hordas era que extendiera su enfermedad.

Woref se quitó la coraza de cuero endurecido y la colocó en el suelo al lado de su catre. Una lámpara sencilla expelía humo negro. Se pasó la mano por el pecho velludo, se quitó las escamas de piel seca que le habían caído sobre el mandil y se puso una camisa de dormir. Finalmente llegó el día en que llevaría a Chelise a su casa como esposa. El pensamiento hizo que ¿' vientre se le aligerara.

Echó atrás la portezuela de la tienda e ingresó al aire frío de la noche. Habían acampado en una meseta inclinada hacia la selva. Desde este punto estratégico lograba ver todo el ejército, descansando en la noche, algunos en tiendas levantadas a toda prisa, la mayoría alrededor de agujeros con hogueras ardiendo. Habían celebrado con cerveza ligera y carne, ambos manjares superiores a las raciones normales de agua fermentada y fécula.

Los prisioneros yacían al descubierto a veinte metros a la derecha, bajo la guardia permanente de seis guerreros. Woref resopló y se dirigió a la línea de árboles para hacer sus necesidades.

Una oscuridad más profunda le vino encima al pasar los primeros árboles. Las hordas preferían el día a la noche, principalmente debido a infundadas historias en que los shataikis atraían a los hombres a los árboles para consumirlos vivos. Woref nunca le había dado hasta este momento un segundo pensamiento a tal mito.

Pero ahora, con la negrura presionándole la piel, todas esas historias le bombardearon la mente. Se detuvo y miró los troncos adelante. Se volvió y vio que el campamento dormía en paz como un momento antes.

Woref escupió entre las hojas y se metió más profundo, dejando atrás la relativa seguridad de la meseta. Pero no tan lejos como para perder por completo de vista el campamento.

– Wwrrrrefffffffssssss.

Se detuvo, sobresaltado por el sonido de su nombre, susurrado en la noche. Los árboles surgían contra la oscura selva como marcas de carbón. Había imaginado…

– Woreffff.

Agarró la empuñadura de su daga y dio media vuelta.

Nada. Árboles, sí. Un grueso bosque de árboles. Pero ya no veía el campamento. Se había adentrado mucho.

Estás buscando en la dirección equivocada, mi tipo malo.

El sonido vino de atrás. Woref no recordaba la última vez que lo había agarrado el puño del terror. No se trataba solo de la oscuridad, ni de que susurraran su nombre, ni de que no se viera el campamento. Su horror lo motivaba principalmente la voz.

¡Él conocía esta voz!

Gravilla que se agitaba en el fondo de una cubeta de agua.

Nunca antes había oído realmente la voz del shataiki, pero ahora se daba cuenta, sin voltear a mirar, de que la voz detrás de él pertenecía a una criatura de los mitos.

– No debes asustarte. Vuélvete y mírame. Te gustará lo que veas. Te lo prometo.

Woref mantuvo la mano en la hoja, pero cualquier idea de sacarla había escapado junto con su sentido común. Se volvió.

La erguida criatura en forma de murciélago que se hallaba frente a él, ni a tres metros de distancia, entre dos árboles, era asombrosamente parecida a la serpenteante figura alada de bronce del emblema de las hordas. Esta sin embargo era más grande de lo que afirmaba cualquiera de las historias.

Este era Teeleh.

El murciélago lo traspasó con sus redondos ojos rojos sin pupilas. Cerezas fuera de su órbita. El pelaje era negro y el hocico corría a lo largo de labios sueltos de los que sobresalían colmillos con costras amarillas.

El líder de los shataikis sonrió y sostuvo una fruta roja entre sus diestros y huesudos dedos.

– ¡El mismo! En carne y hueso.

Teeleh hundió los colmillos en la pulpa de la fruta. Jugo mezclado con saliva cayó al piso de la selva. Pronunció el nombre, hablando mientras se relamía los labios.

– Teeleh.

Woref cerró los ojos por un momento, seguro de que si los mantenía cerrados un buen rato, desaparecería la visión.

– ¡Abre los ojos! -ordenó Teeleh con un rugido.

El rostro del encostrado fue sacudido por un aliento caliente y dulce,)' al instante abrió los ojos. Estiró la mano hacia el árbol a su derecha para afirmarse.

– ¿Son tan débiles todos los humanos? -exigió saber el murciélago.

¿Habrían oído Soren o los demás el grito de Teeleh? Vendrían…

– No. No, no creo que vaya a venir alguien en tu ayuda. Y si crees que necesitas la ayuda de ellos, entonces demostrarás que me he equivocado. H«estado preparando al hombre equivocado.

El terror de Woref empezó a desvanecerse. El murciélago no lo había atacado. No lo había mordido. No le había hecho daño de ninguna clase.

.-¿Sabes qué es amar, Woref?

Él apenas oyó la pregunta.

– Eres real -expresó el encostrado.

– Amor.

El murciélago dio otro mordisco. Esta vez levantó el hocico, abrió del todo la boca, se metió la fruta en la garganta y se la tragó de un bocado. Cuando bajó la cabeza tenía los ojos cerrados. Los abrió lentamente.

– ¿Tienes algo de amor?

Woref no respondió.

– No te importa oírme decir que los humanos me producen náuseas, ¿verdad? Incluso tú, a quien he elegido.

Las hojas de los árboles detrás de Teeleh crujieron y Woref levantó el rostro hacia una enorme cantidad de ojos rojos que brillaban en la oscuridad. El crujido se extendió por la izquierda, a la derecha, y por detrás, y parecía tragárselo.

Un murciélago del tamaño de un perro se posó en el suelo detrás de Teeleh. Ojos brillantes. Piel peluda y temblorosa. Luego otro, al lado de él. Y otro. Cayeron como fruta podrida.

– Mis siervos -informó Teeleh-. Ha pasado un buen rato desde que les di permiso de mostrarse. Están muy emocionados. No les hagas caso.

Los murciélagos mantuvieron la distancia, pero lo miraban sin parpadear.

– ¿La amas? -inquirió Teeleh.

– ¿A Chelise?

– Ah, sí hablas. Pues sí, la hija de Qurong, primogénito entre los humanos que bebieron mi agua. ¿La amas?

Ella será mi esposa -respondió Woref sintiendo reseca la garganta, la lengua seca como con morst en la boca.

Esa es la idea, lo sé. ¿Pero la amas? No como yo la amo… no espero que la ames de forma tan exquisita… sino con el amor de un hombre. ¿Sientes por ella una emoción que te llena de poder?

– Sí.

¿Estaba aquí el shataiki para bendecir la unión de él? Esa podría ser una buena señal.

– ¿Y cómo podrías estar seguro de que te corresponderá ese amor que crees sentir por ella?

– Lo hará. ¿Por qué no lo haría?

– Porque ella es humana. Los humanos toman sus propias decisiones respecto de sus lealtades. Eso es lo que los convierte en lo que son.

– Ella me amará -contestó Woref con confianza. ¿O?

En realidad él no había considerado otra posibilidad.

– Soy un hombre poderoso que algún día gobernará las hordas. El lugar de una mujer es servir a un hombre como yo. No estoy seguro de que entiendas con quién estás hablando.

– Le estoy hablando al hombre que me debe la vida.

Teeleh tiró al suelo lo que quedaba de su fruta y alrededor del torso envolvió las alas delgadas como el papel. ¿Estaba el shataiki atribuyéndose la ascensión de Woref al poder?

– Sí, ella será atraída por tu poder y tus fuerzas, pero no supongas que te dará su amor. Ella está engañada como el resto de ustedes, pero parece ser más obstinada que la mayoría.

Los shataikis aún no habían hecho ningún movimiento contra él. Era claro que a pesar de su feroz reputación, no querían hacerle daño. Parecía que a Teeleh le preocupaba más el matrimonio de Woref con Chelise que destruir al general.

– No estoy seguro de que esto tenga que ver contigo -objetó él, ganando más confianza.

– Tiene que ver conmigo porque la amo mucho más de lo que te podrías imaginar. Rompí la mente de Tanis y ahora tendré el corazón de su hija.

El temor volvió a cubrir a Woref.

– ¿Oyes lo que estoy diciendo? La poseeré. La aplastaré y luego la consumiré, y ella será mía.

– Yo… ¿Cómo…?

– A través de ti.

– ¿Me estás pidiendo que la mate? ¡Nunca! He esperado años para hacerla mía.

Aumentó la paz de la noche. Por un buen tiempo la mirada del murciélago atravesó a Woref. Los shataikis se estaban poniendo inquietos, saltando de rama en rama, silbando y chillando.

– Es claro que no entiendes lo que es el amor. Quiero el corazón de ella, no su vida. Si quisiera matarla, usaría a su padre -afirmó Teeleh, luego inclinó la cabeza y por un instante cerró los ojos-. Eres tan desdichado como ella. Todos ustedes son tan ciegos como los murciélagos.

Desplegó las alas y dio un paso adelante.

– Pero tú te ganarás el amor de ella -siguió diciendo la criatura-. No me importa si se lo tienes que sacar a golpes.

Teeleh se acercó lentamente, arrastrando las alas entre las hojas secas. Los brazos de Woref empezaron a temblar. No se podía mover.

– No me importa si lo tienes que sacar a palos; tendrás la lealtad y el amor de ella. No la perderé ante los albinos. Entonces me la darás.

– Nunca te la podría dar -objetó Woref, sin saber de dónde sacó la repentina fortaleza para resistir, pero una rabia ciega se apoderó de él-. ¡Ella nunca te amara!

– Cuando ella te ame, me amará -respondió Teeleh, ahora en voz más alta-. El intentará obtener el amor de ella, pero ella vendrá a mí. ¡A mí!

Entonces Teeleh se inclinó hacia delante de tal modo que el hocico le quedó a solo centímetros del rostro de Woref. La quijada del murciélago se abrió tanto que lo único que Woref pudo ver fue una larga lengua rosada introduciéndose furtivamente en el boquete que era la garganta del murciélago. Una fetidez nauseabunda y cálida sofocó al encostrado.

Teeleh se retiró y cerró rápidamente la quijada con un fuerte golpe seco.

– Te he mostrado mi poder; ahora te mostraré mi corazón -le manifestó-. Te mostraré mi amor.

Teeleh envolvió las alas alrededor de sí y sonrió perversamente. Lanzando una aguda mirada, saltó al aire, voló entre los árboles y desapareció. Las ramas Se sacudían mientras sus esbirros se dispersaban en la oscuridad.

Woref sintió que lágrimas cálidas le corrían por las mejillas. Aún estaba sin poder moverse, mucho menos entender.

Te mostraré mi corazón. Mi amor. Entonces Woref vomitó.

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