HALLARON EL primer campamento de la tribu. Lo que quedaba. A espada habían destrozado las tiendas de lona. Había ollas y cacerolas esparcidas, catres rotos, gallinas y cabras sacrificadas y abandonadas para que se descompusieran.
Varias manchas enormes de sangre marcaban los lugares donde fueran asesinados algunos de los diez. Probablemente los cuerpos estaban con William, en espera de la cremación, como tenían por costumbre.
Thomas guió a los demás por el campamento, lleno de náuseas. En tiempos como estos se preguntaba si su política de no violencia valía la pena. ¿No se había involucrado el mismo Justin una vez en batalla?
Apretó la mandíbula y cabalgó lentamente, manteniendo la ira bajo control. Con una sola espada habría eliminado a veinte encostrados, pero ese ya no era quien él deseaba ser.
– Encuéntralos, Suzan -ordenó; Caín aún no los había alcanzado.
Ella siguió una senda que llevaba a los barrancos por encima del cañón y salió a toda velocidad en dirección este. Los demás trotaron por el cañón debajo de ella, esperando la señal de la muchacha.
Nadie habló. Todos sabían que cada miembro de la tribu era parte de una sola familia. Ahora habían asesinado a diez de ellos y se habían llevado cautivos a veinticuatro.
Thomas miró a Chelise, quien se colocó la capucha alrededor del rostro Y lo observaba con cautela. Él quería decirle que todo estaba bien, que darían vuelta a la próxima curva para descubrir que todo había sido una equivocación.
Un silbido atravesó el aire.
– Ella los encontró -anunció Mikil.
Los que quedaban de la tribu se hallaban en un banco de arena, a kilómetro y metro y medio al oriente, como Caín había informado. Thomas los vi0 cuando se hallaban a doscientos metros de distancia. Disminuyó la marcha del caballo y analizó la disposición del terreno.
Tenían cuatro rutas de escape en caso de un segundo ataque, aunque improbable en este momento. Desde esta posición se veían con claridad todos los barrancos adyacentes. William había escogido bien.
– Thomas -expresó Chelise en un hilo de voz-. ¿Qué va a suceder?
– No va a suceder nada -la tranquilizó él alargando la mano y agarrándole la de ella mientras cabalgaban con los demás-. Lloraremos la pérdida de los nuestros y hallaremos un nuevo campamento. Ellos están ahora con Elyon.
– ¿Y a mí?
– Tú estás conmigo. Ellos te aceptarán. Tu enemigo es Woref, no el Círculo.
William los esperaba con Suzan y varios hombres. Los sobrevivientes, escasamente veinte, se hallaban reunidos detrás de ellos, algunos postrados en duelo, otros sentados en silencio, unos cuantos escudriñando los barrancos adyacentes por si había alguna señal de peligro.
Samuel y Marie salieron corriendo y Thomas desmontó para abrazarlos. Estaban acostumbrados a huir de las hordas, pero sus ojos bien abiertos revelaban un nuevo temor.
– Gracias a Elyon.
– Tengo miedo, papá -exteriorizó Marie.
Él la estrechó aún más.
– No debes temer. Estamos en manos de Justin -declaró, y palmeó a su hijo en el hombro-. Gracias por cuidar a tu hermana. Eres fuerte, Samuel,
– Sí, padre.
Thomas volvió a montar y espoleó su corcel. La tribu pareció aliviada de verlos. Todos menos William. Este se mantuvo firme como un hombre que recibe a un hijo rebelde. Johan y Mikil desmontaron y corrieron más allá de William para consolar a los deudos.
– Esto es demasiado, Thomas -espetó bruscamente William.
Había problemas.
– Todo está bien, Chelise -dijo él en voz baja, apretándole la mano.
– Allí es donde te equivocas -objetó William-. Veo que te ganaste a tú encostrada. Qué considerado de tu parte traernos este problema.
Thomas detuvo su caballo a tres metros del hombre. Otros tres permanecían detrás de él, con los brazos cruzados. Thomas analizó a William y prefirió callar.
– Las hordas nos dejaron un mensaje -continuó William; miró a Chelise y puso mala cara; Thomas contuvo el impulso de atropellar al hombre.
– ¡Quita tu mirada de ella! Esta es Chelise, hija de Qurong, y será mi esposa.
Él no estaba seguro de lo último, pero se sintió motivado a decirlo. A gritarlo si debía hacerlo.
– ¡Sabemos quién es ella! -gritó William-. Ella es la causa de esta gran tragedia.
– ¿Culpas a una encostrada que deja las hordas para encontrar al Círculo? Creí que nuestro propósito era salvar a quienes lo necesitaban.
– Ella me parece bastante escamosa. Y se ve que Woref quiere de vuelta a su ramera con escamas. Si ella no regresa a la ciudad en tres días ejecutará a los veinticuatro albinos que tiene en su poder.
La mano de Chelise se retorció en la de Thomas, y él la apretó.
– ¡Nunca! No dejaré que le ponga una mano encima. Jamás!
– Entonces enviarás a la muerte a veinticuatro de los nuestros.
– Iré -anunció Chelise en voz baja, soltándose la mano-. Si Suzan cabalga conmigo hasta el borde de la ciudad, iré ahora.
Ahora Thomas se llenó de pánico. Se agarró la cabeza.
– ¡No! -exclamó, sintiéndose obligado a bajarla del caballo.
No montarían más por ahora.
Thomas bajó a tierra, la agarró de la mano y se estiró para ayudarla a desmontar. Ella vaciló, luego desmontó.
Él le puso un brazo alrededor.
– ¡Ni una palabra más al respecto! -gritó, luego reprendió a William-. ¿Perdiste la sensatez, amigo?
– Él tiene razón, Thomas -intervino Chelise-. Woref los matará o matará a la mitad y volverá a exigir. No llevaré la sangre de estas personas inocentes sobre mi cabeza.
Chelise hablaba como una princesa, lo cual hizo desesperar aún más a Thomas. Había un destello de miedo en los ojos de ella, pero se mantuvo erguida.
Thomas giró hacia William. Ahora toda la tribu estaba pendiente de él.
– ¿Ves? ¿Suena esto como de parte de una encostrada? ¡Ella es mis honorable que tú!
– Ella solo está conviniendo en regresar a su vómito -respondió William-. No está entregando su vida o algo tan noble como te imaginarías.
– ¡Una asamblea! -gritó Thomas furioso-, Convoco una asamblea.
Ellos solo se quedaron mirándolo.
– ¡Ahora! Suzan…
– Me quedaré con Chelise -dijo Suzan, rodeando a William-. Y yo, por lo pronto, encuentro vergonzoso esto.
Ella agarró a Chelise del brazo.
– Estoy con Thomas, en cualquier cosa que diga.
Pero Chelise no estaba lista a quedarse sin hablar.
– Thomas, insisto…
– ¡No! -gritó él, luego bajó la voz-. No, mi amor, no, no. No te puedo dejar ir. Nunca. No de esta manera.
Entonces Thomas se volvió y se alejó sin darle la oportunidad de razonar.
ESTA ERA la segunda asamblea en menos de una semana y las circunstancias eran inquietantemente parecidas. Llevaron adelante la discusión sin sentarse, y se conformaron con andar de un lado a otro y agitar brazos. Solo su tradicional invocación a Elyon marcó la reunión como de un verdadero consejo.
– Si me hubieras escuchado, nada de esto habría ocurrido -acuso William-. Suzan podría estar de acuerdo contigo, pero estoy seguro que ningún otro miembro lo está. Entonces ningún otro tiene el verdadero sentido del amor de Elyon expresó Thomas con brusquedad.
– ¿Quién puede conocer el amor de él?
– Seguramente recuerdas, William. ¡Todos ustedes! ¿Ha pasado tanto tiempo desde que vimos a Justin ahogarse por nosotros?
– ¡Entonces deja que Chelise se entregue como hizo Justin! -gritó William-. Tal vez Woref le quite un poco de carne de la piel, pero no la matará, O si no matará a nuestros amigos.
– No estoy seguro de que Thomas se equivoque -comentó Johan.
– Yo tampoco -decidió Mikil,
– Entonces ustedes son tan insensatos como él -declaró William, y señaló hacia el campamento con el dedo-. ¿Qué sugerirían, que todos sencillamente nos acostemos y muramos por esta mujer?
– No -respondió Thomas, caminando de un lado a otro y pasándose las dos manos por el cabello-. Sugiero ir yo en lugar de ella.
– Él no te está pidiendo a ti.
– No, pero tenemos tres días -dijo; se le ocurrió el bosquejo de un plan y habló rápidamente-. Si viajo aprisa llegaré a la ciudad en un día y me ofreceré a cambio de los veinticuatro.
William pareció desconcertado.
– Si Woref te quisiera, te habría solicitado.
– Déjenlo que cuestione. ¡Tenemos tiempo! Si Qurong rechaza mi oferta, entonces accederemos a sus demandas. Pero aceptará porque piensa como un líder encostrado. Me encontrará más valioso que veinticuatro plebeyos.
– Entonces te matará -opinó Mikil.
– No mientras ustedes tengan a Chelise. Piensen lo que quieran de Qurong, pero a él le importa tanto su hija como mi captura. ¿Lo ven?
William frunció el ceño.
– ¿Has considerado la posibilidad de que esto vaya más allá de una simple negociación con las hordas?
– ¿A qué te refieres?
Me refiero a que este lío empezó con tu encaprichamiento con una ramera shataiki. Estás actuando como Tanis actuara en el Cruce. Quizás esta sea la manera de Elyon de purgar al Círculo de esta tontería.
Un temblor le recorrió a Thomas por las manos. Eso era lo único que podía hacer para mantenerlos de su lado.
– Habla una vez más contra Chelise y te cambio por los veinticuatro amenazó Johan-. Thomas tiene razón. Has perdido la sensatez del amor cie Elyon. Quizás deberías volver a tratar de ahogarte.
William puso mala cara.
– Iré con ustedes -decidió Mikil.
– Eso será,…
– No me importa lo peligroso que sea. Necesitarás ayuda con esto.
– Yo también iré -expresó Johan-. También está la cuestión de los sueños.
– ¡Olvídate de los sueños! No estoy seguro de querer dejar a Chelise en manos de William, Necesito que te quedes aquí para que lo mantengas lejos de ella.
Con una mirada de despedida a William, Thomas se alejó, dando por terminada la asamblea. No había necesidad ni tiempo de una decisión formal. Él había preparado la mente, con o sin la avenencia total del consejo.
– Por favor, Thomas -pidió Chelise corriendo hacia él tan pronto como lo vio caminando a grandes zancadas-. Tienes que dejarme ir.
Él alzó una mano para acallarla, luego la tomó del brazo y la llevó alrededor de unas rocas elevadas que brindaban un poco de privacidad.
– Hemos llegado a una decisión.
– ¿Y qué respecto de mi decisión?
Él le agarró los hombros y la miró directo a los ojos, temeroso de que ella dejara de amarlo. Chelise estaba siendo noble en su insistencia, es verdad, pero también estaba conviniendo en dejarlo por Woref. El no soportaba el pensamiento.
– Escúchame -dijo él respirando hondo-. Sabes lo que te sucederá si regresas. Woref nunca te creerá que te obligué a salir. El tipo no tiene ni un poco de sinceridad en el cuerpo; vive para engañar, y espera lo mismo todos los demás. Si no termina matándote, hará algo peor.;Tú lo sabes!
Ella le escrutó los ojos. Pero no dijo nada, y eso era bueno.
– Tengo un plan. Escucha ahora con mucho cuidado… puede que funcione; sé que así es. Tu padre me cambiará por los veinticuatro y…
– ¡No! No, ¡no puedes hacer eso! Este es mi problema.
– ¡Es asunto mío! ¡No puedo perderte!
– ¡Te matará!
– No si tú te quedas aquí.
– ¡Entonces te torturará!
– Soy demasiado valioso para él. Eso nos dará tiempo. Si regresas, todo habrá acabado. Por favor, te lo ruego. Es la única forma.
Una lágrima brotó de los ojos de ella y él se la secó con el pulgar.
– Prométeme que te quedarás, por mí. Te prometo que hallaré una manera.
Chelise se quedó callada, luchando por no llorar. Él se inclinó hacia delante y le besó la frente.
– No puedo vivir sin ti, mi amor. No puedo.
– Me siento perdida, Thomas.
El la abrazó y ella lloró en su hombro.
– Te encontré.
– No soy como tú. Soy una extraña aquí.
Ella tenía razón, pero él no podía señalar lo obvio: que ella siempre estaría perdida a menos que se ahogara. Habría tiempo más adelante para eso.
– Entonces seré un extraño contigo -replicó él.
Ella reposó la frente contra el varonil pecho. Luego le besó el cuello y se apretó contra él, llorando.
Thomas pensó que ella volvía a sentir vergüenza. Aún no podía entender o aceptar el amor de él. Le dolió el corazón, pero solo podía abrazarla y aperar que ella lo amara tanto como él la amaba.
– ¿Te quedarás?
– Prométeme que regresarás por mí.
– Lo prometo. Lo juro por mi vida.