23

– ¿NADA? -preguntó Qurong.

– Huyen mejor de lo que pelean -contestó Woref.

Se hallaba en el techo plano del castillo con el máximo líder, mirando al sur por sobre los árboles. Pero Woref no miraba los árboles. Ni siquiera miraba al sur. Sus ojos miraban su interior y veían la bestia siniestra que firmemente se le había abierto paso dentro del vientre en los últimos días.

Había conocido a esta bestia llamada odio, pero nunca tan íntimamente. Sospechaba que tenía algo que ver con su encuentro con Teeleh, pero había renunciado a tratar de entender la reunión. Es más, se hallaba medio convencido de que todo el asunto había ocurrido en sueños. No había un monstruo real arrastrándose por sus tripas, pero la opresión en el pecho y el calor que le recorría las venas no eran menos reales. Por sus propias razones, ahora se hallaba desesperado por Chelise, razones estas que nada tenían que ver con ninguna pesadilla de Teeleh.

La poseería a cualquier costo, para ella o para él. Si no lograba tener el amor de la hija, ¿cómo podría obtener el reino?

– Eso no contesta mi pregunta -objetó Qurong-. ¿Los logras ver o no?

– No.

El supremo dirigente apoyó las manos en la barandilla que recorría el techo. Se quedó muy quieto, vestía una túnica negra y la capucha retirada dejaba ver sus gruesos rizos.

– ¿Ejecutaste a los guardias como te ordené?

– Sí.

– ¿Al que fue sanado por la brujería de ellos?

.-Murió muy rápidamente. Un segundo guardia intentó usar la fruta, pero no funcionó.

– ¿Y qué importa esto? -inquirió Qurong; se volvió y miró directo a los ojos a Woref-. Estoy interesado en los albinos, no en unos pocos guardias que no colocaste de manera apropiada.

Ya habían tratado la responsabilidad de Woref en esta catástrofe. El hecho de que Qurong volviera a tocar el tema, ni siquiera dos horas después del hecho, mostraba la debilidad del líder.

– He aceptado la responsabilidad total. Mientras usted echa humo, ellos huyen.

Qurong gruñó y regresó a mirar la selva, quizás sorprendido del atrevimiento del general. Woref seguía mirando al sur. Cuando llegara el momento de tomar su puesto como gobernante máximo incendiaría toda esta selva y empezaría de nuevo. Ya no le atraía nada aquí.

Se tragó la ira. A excepción de Chelise, desde luego. Y en cierto modo ansiaba tanto a la madre como a la hija. Si un día no mataba a Patricia, también la haría su mujer. Pero era la posibilidad de poseerlas, no sus hermosos rostros, lo que le producía esta opresión en el estómago.

Se estremeció.

– No estoy seguro de que comprendas lo que ha sucedido aquí – declaró Qurong-. Hace dos días hice desfilar a Thomas por las calles para celebrar mi victoria sobre su insurrección. Hoy él me deja en ridículo al escapar. Si crees que sobrevivirás a Thomas, te equivocas.

– Usted le dio demasiado prestigio -se defendió Woref.

– Tardaste trece meses en traerlo, ¡y ahora se ha vuelto a escapar de tus garras!

– ;Lo hizo? Conozcamos a nuestro enemigo, solemos decir. Creo que estoy comenzando a entender a este enemigo.

Sí. Entiendo que se burla de ti a cada momento. ¿Y si yo le dijera a usted que conozco la debilidad de Thomas?

– ¡Él es un albino! -vociferó Qurong cruzando los brazos y quitando la vista de la selva-. ¡Conocemos su debilidad! Y eso no nos ayuda.

– ¿Qué precio está usted dispuesto a pagar para traerlo de vuelta? – preguntó Woref.

– ¡Estoy dispuesto a dejarte vivir!

– ¿Y qué consecuencia para la persona que ayudó a escapar al albino?

– Cualquier cosa que no sea un ahogamiento sería burlarse de mí ^ expresó Qurong.

– ¿Nada de misericordia, fuere quien fuere?

– Nada.

– ¿Y tendría misericordia de su hija?

– ¿Qué tiene que ver ella con esto? -exigió saber Qurong.

– ¡Todo! -chilló Woref; el rostro le ardía-. Ella es todo para mí, ¡y usted se la dio de comer a ese lobo!

– ¡Recuerda quién eres! -exclamó Qurong; los ojos le relampagueaban con ira-. Tu deber para conmigo como general reemplaza cualquier deseo que tengas por mi hija. ¿Cómo te atreves a hablar de ella en un momento como este?

– Él escapó con ayuda de ella -afirmó Woref; podría haber abofeteado al líder supremo.

– No seas ridículo.

– Ella dio instrucciones a los guardias de que no lo obligaran a tragarse la fruta de rambután como ordené.

– ¿Y es esto ayudar al albino? Estás ciego con los celos de un guerrero encadenado.

– Ahora no está encadenado. Ese es el punto, ¿no es verdad? Está libre porque soñó y halló una forma de usar su brujería para guiar a Martyn, exactamente como este aseguró una vez que Thomas de Hunter podría hacer. Soñó porque no comió la fruta. Chelise es cómplice, ¡se lo advertí a usted!

– Ya verás, Woref, si un solo guardia sugiere que esto es una falsedad, ¡yo mismo te ahogaré!

– Ejecutamos a los guardias hace una hora.

Qurong se fue a grandes zancadas a la puerta que llevaba abajo y la abrió de golpe.

– ¡Tráiganme a Chelise ahora mismo! -vociferó y lanzó la puerta Entonces te permitiré acusarla. ¿Cómo te atreves a acusar a mi sangre de favorecer a un albino?

– ¿Cree usted que no estoy consternado? No he dormido desde que los vi.-¡Ni una palabra más!

– Puedo probarlo.

Qurong reaccionaba como Woref mismo pudo haberlo hecho de no haber visto él mismo aquella escena. No le parecía nada razonable la idea de que alguien, mucho menos de carne y sangre real, conspirara con el enemigo. La puerta se abrió de golpe y Chelise entró.

– ¡Acabo de oír que usted dejó escapar a mi maestro! -exclamó ella bruscamente, mirando directamente a Woref-. ¿Es verdad eso?

– ¿Fui yo? -contraatacó Woref, sintiendo que el control lo abandonaba; ella lo injuriaba al pensar que él no sabía lo que sucedía bajo sus órdenes-. ¿O fuiste tú?

Chelise miró a Qurong.

– ¿Vas a permitir que este hombre sugiera que ayudé a escapar a los albinos?

– No importa si se lo permito. Ya lo hizo.

– ¿Y le crees? El albino quería soñar para poder leer mejor los libros, lo cual en parte depende de soñar. Naturalmente le permití hacerlo. ¿Es eso un crimen?

¡Ella lo sabía! ¡Era la única razón para que confesara tan rápido! Intentaba parecer inocente, pero la ramera que ella tenía en el interior se estaba mostrando con bastante claridad.

– ¿Les diste instrucciones a los guardias de no hacerle comer la fruta? cuestionó Qurong.

– Sí. Él es mi criado y creí que eso le ayudaría en sus deberes.

– ¿Y esos deberes incluirían agarrarte la mano y susurrarte tiernamente al oído? -preguntó Woref.

Ella pareció palidecer, incluso con el morst en el rostro.

– ¿Cómo se atreve usted?

¿Lo niegas? -preguntó Qurong.

¡Por supuesto que lo negará! Pero sé lo que vi con mis propios ojos cuando los encontré en la biblioteca, solos. De no haberse tratado de mi propia mujer los habría matado a ambos.

– ¿Es verdad eso? -interrogó Qurong, descontrolado.

– ¿Que me haya enamorado de un albino? ¡Totalmente absurdo Thomas es un maestro razonable que puede leer los libros de historias, pero esa no es razón para llamarme ramera! -contestó ella y miró al líder supremo-. Padre, exijo que retires inmediatamente tu consentimiento de que me case con este hombre. No tendré nada que ver con él hasta que retire su calumnia y se disculpe.

A Woref le daba vueltas la cabeza por la furia. Nunca lo habían tratado con tanto desdén. Tal vez después de todo había juzgado mal a esta mujer. Ella podría ser más difícil de quebrantarse de lo que él imaginara al principio.

Y esta es la razón de que estés tan desesperado por ella.

– Niegas entonces cualquier favor hacia Thomas de Hunter -dedujo Qurong.

– El hecho de que mi padre tenga que preguntar eso me hace cuestionar a quién ha estado oyendo.

– Un sí o un no, ¡hija!

– Por supuesto que no favorezco al albino. El techo se quedó en silencio por un largo momento.

– Déjanos solos -ordenó Qurong. Chelise miró a Woref y salió.

– ¿Dices que puedes probar esta relación entre ellos? -indagó Qurong-Sí, mi señor. Puedo.

– ¿Comprendes que te has puesto en una situación peligrosa?

– Peligrosa solo si estoy equivocado. Pero no lo estoy.

– Muéstrame entonces cómo -pidió Qurong suspirando.

– Si tengo razón, quiero entonces su palabra de que Chelise será mía sin ninguna restricción.

– Será tuya cuando te cases -respondió el dirigente arqueando una ceja-. ¿Qué más podrías querer?

Quiero enseñarle a ella quién es su amo, quiso decir Woref. Quiero romperle uno o dos huesos para que nunca olvide quién soy.

£n vez de eso, inclinó la cabeza.

– .Quiero su mano en matrimonio sin más restricciones.

– De acuerdo -consintió Qurong frente a la barandilla, mirando otra vez hacia el sur-. ¿Cuál es tu plan?

– Aún tenemos en el calabozo profundo al albino que capturamos hace los meses. Libérelo para que encuentre a los albinos con el mensaje de que si Thomas no regresa dentro de tres días, Qurong, el líder supremo de las hordas, ahogará a su propia hija Chelise por traición contra el trono.

– Thomas de Hunter no sería tan idiota -objetó Qurong mirándolo, pero solo por un instante-. Aunque lo fuera, yo nunca ahogaría a mi propia hija.

– Usted no tiene que hacerlo. Si estoy en lo cierto, Thomas regresará. Esa será mi prueba.

– No estás pensando claro. El no arriesgaría su vida por una mujer que apenas conoce.

– A menos que ella lo hubiera seducido.

El líder supremo lo fulminó con la mirada.

– Pruébeme entonces -retó Woref.

– ¿Y si no viene?

– Entonces usted firmará cediéndome la muerte de ella. La tomaré como esposa y la perdonaré a mi manera. Si traiciono mi palabra, usted podrá matarme.

Qurong pareció meditabundo por primera vez desde que Woref hiciera a sugerencia.

– De modo que si te equivocas, ¿terminarás teniendo a mi hija? ¿Qué hay en juego para ti?

¡Mi honor! Si estoy equivocado, mi honor será restaurado por mi matrimonio con Chelise. Si estoy en lo cierto, mi honor será restaurado por la muerte de Thomas.

¿Y si Thomas no recibe el mensaje?

Enviaremos un guerrero con el albino para que vuelva con la respuesta. Al mismo tiempo dirigiremos la definitiva cacería de la tribu que se nos escapó en el Bosque Sur. La tribu está sin Thomas, Martyn y otros líderes y será vulnerable.

– A menos que Thomas regrese a ellos.

– No lo hará. No si tengo razón.

Qurong meditó el plan en la mente, pero las luces ya le resplandecía,, en los ojos.

– ¿Se estaban tocando cuando los viste en la biblioteca?

– Los vi -contestó Woref escupiendo sobre la barandilla.

– Ella siempre fue testaruda -bramó Qurong-. Mantendremos esto entre nosotros. Tienes un convenio. No estoy seguro de rezar por que tengas razón o te equivoques. De cualquier modo pareces ganar.

– Ya he perdido -objetó Woref-. Vi lo que ningún hombre debería haber visto.


***

LA RUTA por la que se habían visto obligados a viajar les había hecho lenta la marcha durante el día. No mucho tiempo atrás la vista del desierto siempre había llenado de inquietud a Thomas. Aquí era donde se peleaban batallas y morían hombres. Era donde vivía el enemigo. El ahogamiento de Justin había invertido los roles y el desierto se había convertido en el hogar de ellos. Pero mientras Thomas sacaba de la selva al grupo de ocho por el borde del mismo cañón donde una vez quedaran atrapados y mataran a cuarenta mil de las hordas, sentía el mismo terror subyacente que sintiera una vez al dejar los árboles.

Detuvo su caballo ante una catapulta que había sido incendiada por las hordas. Esta era la primera vez, desde la gran batalla en la Brecha Natalga visitaba otra vez el escenario. Cúmulos de pasto crecían ahora en la saliente donde la pólvora había mandado trozos del barranco al cañón abajo, aplastando como hormigas a los encostrados.

Johan espoleó su montura hacia el borde y miró el suelo del cañón. Aquel día él no había dirigido el ejército de las hordas, pero el ataque había sido plan de él.

Thomas se puso a su lado. Los escombros aún se apilaban en lo alto. Mucho tiempo atrás, las aves y otros animales se habían encargado de los cadáveres a los que les fue posible desplazar las armaduras de batalla. Desde esta posición estratégica los restos de las hordas parecían un basurero de armas, esparcidas por fuertes vientos y descoloridas por el sol.

– Gracias a Dios que las hordas no han descubierto cómo hacer pólvora ^comentó Johan.

– Han estado intentándolo. Conocen los ingredientes, pero además de mí, solo William y Mikil conocen las proporciones. Dales unos meses más y finalmente descubrirán cómo hacerlo.

Los demás se habían acercado al borde y miraban por encima. Thomas regresó la mirada hacia la selva, como a kilómetro y medio detrás de ellos ahora. Esta parecía oscura en el poniente sol, un adecuado contraste con las tierras rojas del cañón que se proyectaban contra la selva. Las tenebrosas hordas se escondían en su prisión mientras el Círculo deambulaba libre en su mar de color rojo.

Pero algo profundo en la selva negra lo llamaba. Una imagen de Chelise le llenaba la mente. El rostro blanco y los ojos grises de la joven, mirando con ansias los libros de historias. El solo había encogido los hombros cuando los demás le preguntaron por su prolongado silencio durante la escapada de la ciudad de las hordas; no estaba seguro de por qué se sentía tan abatido. Sus amigos creían que se debía a haber usado la fuerza, y él los había convencido de que así era.

Sin embargo, sabía que se trataba de algo más; que se trataba de Chelise.

Thomas sacó al caballo del cañón y recorrió lentamente la rocosa meseta. Los demás hablaban en voz baja, recordando los hechos, pero otro corcel lo seguía… probablemente Mikil. Kara. Tenían trabajo que hacer.

– Así que ahora no hay duda alguna, Kara -manifestó él-. ¿Qué es más real para ti? ¿Aquí o allá?

– No lo sabría decir.

Él se volvió. Era Suzan, quien miraba la selva.

– Creí que eras Mikil.

– Estás distraído. Es más que el escape, ¿verdad?

– ¿Por qué?

– Porque fui yo quien sugirió este escape en primer lugar. Creo que aficionó.

– Fue un buen plan. Tal vez debería darte el mando sobre una de nuestras divisiones -expresó él sonriendo; pero sabía que ella no hablaba del plan.

– No estoy hablando de mantenernos con vida, sino de ganar la con fianza de Chelise.

– Sí, bueno, eso también fue bueno.

– Creo que quizás ella también ganó tu confianza.

Él miró a Suzan en la menguante luz. La piel más morena de ella t suave y brillante. Thomas conoció a varios que la cortejaron sin éxito. Ella era cauta y prudente y no había engaño en su alma. Suzan sería una esposa sensacional para cualquier hombre.

– Quizás -contestó él.

– Quiero que sepas que no creo que sea algo malo.

– Una cosa es confiar, Suzan -explicó él en voz baja, no del to. seguro de por qué le estaba diciendo esto-. Cualquier cosa más sería sacrilegio. Yo nunca llegaría a eso. Lo comprendes, ¿verdad?

– Por supuesto -respondió ella después de pensar por un momento.

– Justin atrae a las hordas, y así lo hacemos nosotros. Lo puedes llamar amor. Pero un albino como yo y una mujer de las hordas…

– Imposible.

– Repugnante.

– No sé cómo soportaste el hedor en la biblioteca durante tres días – concordó ella.

– Fue horrible.

– Horrible.

– ¿Dónde acampamos? -preguntó Mikil, trotando por detrás.

– En el cañón -respondió Thomas-. En una de las cuevas protegidas, lejos de los cadáveres. Las hordas evitarán a sus muertos.

– Entonces nos debemos ir. Tenemos que llevar allá a Johan a toda velocidad y hacerlo regresar.


***

NO HABÍA hoguera. Tampoco ropa caliente. Ni más sacos de dormir que los de Mikil, Jamous y Johan. Solo arena.

Thomas se estremeció y trató de concentrarse en la próxima tarea a la mano. Johan.

Se hallaban en un círculo de ocho, pero la conversación era entre los tres que hablaban de sueños. Los otros escuchaban con una mezcla de fascinación y» Thomas sospechaba, algo de incredulidad. El hecho de que Mikil hubiera sabido exactamente dónde tenían a Thomas impedía que todos expresaran sus persistentes reservas.

Era más bien como el ahogamiento… solamente la experiencia misma podía finalmente llevar a que alguien se volviera creyente.

Johan se puso de pie y recorrió el perímetro.

– Resumiré esto por ti, Mikil, para que puedas oír exactamente cuan… único es. Estás diciendo que si me corto y Thomas se corta, y nos quedamos dormidos con nuestra sangre mezclada, compartiré los sueños de él.

– No sus sueños -corrigió Mikil-. Su mundo de sueños.

– Lo que sea. Su mundo de sueños, entonces. Espero despertar como un hombre llamado Carlos porque él antes hizo alguna conexión conmigo y cree que él podría ser yo.

– Algo así -expresó Thomas-. No estamos diciendo que sepamos cómo funciona exactamente. Pero sabes que Kara y Mikil tuvieron la misma experiencia. Que sepamos, todos nosotros podríamos experimentar lo mismo. Por alguna razón, soy la conexión a la otra realidad. Otra dimensión. Soy la única puerta que conocemos. Si no sueño, nadie sueña. Solo vida, destrezas y conocimiento son transferibles. Lo cual es lo que le ocurrió al libro en blanco.

– Desapareció hacia tu mundo de sueños porque Mikil escribió en él -recordó Johan.

– Sí. Y, si tengo razón, el resto de los libros en blanco fueron con él.

– ¿Los viste allá?

– No, solo ese del que puedo estar seguro. Es un presentimiento. Johan suspiró.

– Por favor, Johan -indicó Mikil-. Nuestro futuro podría depender de ti. Tienes que hacer esto.

– No estoy diciendo que no lo haré. Si insistes, te dejaré usar una pinta de mi sangre. Pero eso no significa que deba creer.

– Creerás, confía en mí -aseguró Thomas-. Ahora siéntate. Ha\ más.

Johan miró alrededor a los demás, luego se sentó.

Tenían que ser cuidadosos con lo que le decían a Johan acerca de la situación en Washington. Johan podría accidentalmente plantar conocimiento en la mente de Carlos. Y no se podían arriesgar a dejar saber sus intenciones a esa gente en caso de que Carlos se negara a cooperar.

– Cuando despiertes como Carlos, estarás desorientado -le informó Thomas inclinándose-. Confundido. Distraído por lo que te está sucediendo. Pero tienes que poner atención y volver con tanta información como puedas respecto del virus, Svensson, Fortier… cualquier cosa y todo lo que tenga que ver con los planes que tienen. Sobre todo, el antivirus. Recuerda eso.

– ¿Quiénes son esas personas?

– Olvida eso -advirtió Thomas agitando una mano-. En el momento en que seas Carlos sabrás quiénes son. Pero cuando vuelvas a despertar aquí podrías olvidar detalles que supiste como Carlos. Así que concéntrate en el antivirus. ¿Está claro?

– El antivirus.

– Y mientras estés allí, mira si él sabe quién tiene el libro en blanco de historia. Lo agarró uno de sus guardias. ¿Está claro?

– El libro en blanco de historia.

– Bien. Además, hay dos informaciones que necesitamos que plantes en la mente de Carlos. Nuestro objetivo es hacerlo cambiar, pero para eso necesitamos que él crea dos cosas.

– Está bien. Creo que puedo manejar dos cosas.

Загрузка...