43

THOMAS ESTABA de pie con las piernas fuertemente encadenadas a la plataforma de madera que se extendía sobre el lago de lodo. Medio círculo como de cincuenta guerreros encapuchados, cada uno armado con espada y guadaña, permanecía detrás del muelle. Uno de cada tres portaba una antorcha ardiente que cortaba la oscuridad nocturna con titilante luz anaranjada. Ciphus esperaba a un lado con varios miembros del consejo, evitando el contacto visual con Thomas. Qurong estaba evidentemente en camino.

Nada de esto le importaba a Thomas. Solo Chelise importaba. Escudriñaba la oscuridad detrás de los guardias para tratar de verla. Aún no la habían traído a ella ni a Woref.

Emociones en conflicto habían sacudido a Thomas mientras yacía en la oscura celda. Había deseado morir; había deseado vivir.

En cualquier momento podría morir mientras yacía en la cama donde le vaciaban la sangre. Parte de él rogaba a Elyon que le evitara la agonía de ver a Chelise ahogada, permitiéndole morir ahora.

Otra parte le rogaba a Elyon que lo dejara vivir otra hora, el tiempo suficiente para ver a su amor solo una vez más. Morirían, pero estarían juntos en sus muertes. No podía soportar la idea de no volverla a mirar a los ojos.

Él no sabía lo que habían hecho con ella después de que los separaran en la biblioteca, pero su mente no había descansando imaginándoselo. ¿Estaría en el castillo, llorando sobre su cama mientras su madre suplicaría en el patio por la vida de su hija? ¿Se hallaría en el calabozo, lanzada al suelo como una muñeca usada? ¿Le estaría exigiendo a su padre que reconsiderara su sentencia, o le estaría gritando por abandonarla en provecho de esta absurda religión que él había adoptado?

Thomas miró el lago y revisó la orilla lejana apenas visible. ¿Quién observaba desde los árboles? Tal vez Mikil y Johan. Pero se hallaban impotentes sin espadas. Le asombró comprender que no tuviera miedo de este ahogamiento que lo esperaba, Justin había sufrido mucho peor.

Pero Chelise… amada Chelise, ¿cómo podía ella haberse encomendado a morir al reconocer esta descabellada admisión de amor por él? A él no le importaba la honra que eso le produjo. No le importaba que ella se hubiera plantado por principios o que hubiera hecho lo correcto. Lo único que le importaba era lo que le ocurriera a ella.

Ella moriría. No solo en esta vida, sino, si él entendía a Justin, en la vida que les esperara.

Thomas levantó los ojos a las estrellas. ¿Por qué? ¿Cómo podrías hacerle esto a un alma tan tierna? ¿No es ella hermosa para ti? ¿Te ofende su piel? ¿Por qué entonces pones en mi corazón este dolor por ella? ¿Es así como dejarás a tu novia?

Hubo una conmoción detrás de él y giró para ver si…

Thomas contuvo la respiración. Ella estaba allí. Chelise caminaba por la orilla entre cuatro caballos que la custodiaban. Estaba vestida con una bata blanca y tenía la cabeza erguida, sin mostrar señal de que ella era la víctima y no La responsable de este ahogamiento.

Thomas examinó el rostro de la muchacha para ver si lo había visto, pero ella tenía puesta la capucha y los ojos ocultos. Los guardias se separaron para recibirla.

Entonces Thomas vio a Qurong, cabalgando noblemente en su caballo con una gran guardia. Venían por la orilla a la derecha de Thomas. No había indicios de Patricia.

Qurong se detuvo a veinte metros de la orilla. Vería su propia sentencia sin ninguna demostración de debilidad. Pero aun desde aquí Thomas logró divisar el rostro demacrado del líder máximo. No le sorprendería que esas fueran marcas de uñas en el cuello propinadas por Patricia.

Ahora hacían marchar a Woref por la orilla detrás de Chelise. Pero a Thomas no le importaba Woref.

Chelise pasó a los guerreros. Las llamas le iluminaron el rostro.

Ella lo estaba mirando.

Thomas sintió que se le menguaban sus últimas fuerzas. El rostro se le arrugó de tristeza. Ella subió a la plataforma y se detuvo a tres metros de él, quien se movió hacia ella sin pensar.

– ¡Atrás!

Un puño le aporreó la cabeza a Thomas. La noche se volvió confusa, pero no perdió de vista a Chelise.

– ¡Estamos muriendo por nuestro amor! -gritó ella para que codos oyeran-. ¿Negarán incluso eso? Si van a ahogarnos, ¡déjennos entonces al menos estar juntos el último momento del amor por el que estamos muriendo!

El guardia miró a su superior.

– Deje que vaya hacia él -ordenó Qurong.

Chelise fue lentamente hacia Thomas, como un ángel. Sus cadenas, ocultas por la bata blanca suelta, cascabeleaban sobre las tablas. Lágrimas frescas le brotaron de los ojos cuando estaba a mitad de camino hacia él. Él trastabilló hacia ella, cada uno cayó en brazos del otro.

No había motivo para hablar. Las lágrimas, el toque, el cálido aliento en sus cuellos hablaban mucho más alto que las palabras.

¡Para vergüenza de los demás! Ellos estaban demostrándose un verdadero amor que había sido condenado por la religión que con descaro llamaban el Gran Romance.

¡Aquí estaba el romance!

Woref trepó a la plataforma.

– Basta -anunció Qurong-. Acaben esto antes de que obligue al resto de ustedes a estar con ellos.

– ¡Pónganlos frente a los demás! -ordenó Ciphus.

– Tú diste tu vida por mí -le susurró Chelise al oído-. Ahora moriré por ti.

Ella aspiró profundamente.

– ¡No tienes que hacerlo! -exclamó Thomas-. No es demasiado tarde… tu padre aceptará que te retractes. Por favor, me consta tu amor, pero tienes que hallar un estanque rojo…

Manos la halaron desde atrás. Los ojos de la joven miraban los de él.

– Tú eres mi estanque rojo -declaró ella.


***

– ¡NO VAMOS a lograrlo! -gritó Mikil-. Ya los tienen en la plataforma. ¡Apurémonos!

Ella había vuelto corriendo hasta donde estaban los demás, sabiendo que necesitaría la ayuda de ellos si había alguna posibilidad de salvar a Thomas. Pero se acababa el tiempo.

– Aún no sabemos si esto funcionará -expresó Suzan-. Aún tenemos tiempo de detener la ejecución. ¡Cuatro de nosotros con espadas pueden dispersarlos!

– No tan fácil como crees -objetó Johan-. Si ellos portan las bandas de verdugos no huirán como aquellos con quienes nos encontramos el otro día.

– No lo podemos salvar matando a los encostrados -exclamó bruscamente Mikil-. Muy bien podríamos ser encostrados nosotros mismos. ¡Solo caven!

Jamous echó su peso sobre la afilada pala. El pasadizo tenía ahora un poco más de un metro de profundidad y ellos se abrían paso en ambos extremos. Cerca, muy cerca. Cualquier movimiento de tierra y se abriría una brecha en cualquiera de las paredes que permanecían. Habían sacado más de cien rocas de tamaño mediano y ahora trabajaban febrilmente con manos ampolladas en la tierra que separaba las dos masas de agua.

Mikil arrojaba la tierra a un lado tan rápido como podía, cuidando de no recibir un golpe de una de las palas con que cavaban. Su esposo hizo una. pausa, jadeando.

– Suzan tiene razón, no sabemos si esto…

– ¡Solo cava! ¡Nada hay que diga que se necesite más que una gota! ¿Es mejor un océano de lodo que un balde? Una gota de la sangre de Thomas y puedo entrar en su mundo de sueños. Te estoy diciendo que una gota de esto hará lo mismo. Ahora…

– ¡Atravesé! -gritó Johan.

Se quedaron helados. ¿Se habría oído la exclamación al otro lado del lago? Ya no importaba. Se les acababa el tiempo.

– ¡Está fluyendo! -exclamó Johan cayendo de rodillas y haciendo a un lado terrones de tierra. Agua roja se te desbordó sobre los dedos y chapoteó en el fondo de la trinchera que habían hecho.

– ¡El otro lado! -gritó Mikil-. ¡Échenlo abajo!


***

– ¡SUÉLTENME! -EXCLAMÓ Woref furioso.

A empellones los guardias los posicionaron, tres de frente al otro lado de la amplia plataforma. A la izquierda del muelle se hallaban varias torres altas parecidas a la que usaran para ahogar a Justin. Era evidente que Qurong había ordenado un método que le evitaría ver a su hija luchando mientras colgaba de los pies, medio sumergida. Los pesados grilletes de bronce alrededor de los tobillos los arrastrarían hacia el fondo donde se ahogarían sin ser vistos.

Ahora se hallaban a diez metros del final de la plataforma. Chelise miraba directo al frente, con la mandíbula apretada. Pero su muestra de fortaleza no lograba detener el continuo flujo de lágrimas que le corrían por las mejillas blancas.

Thomas apartó la mirada de ella. Por favor, Elyon, te lo ruego. Rescata a tu novia. Ten compasión.

– Caminen adelante -ordenó Ciphus-. Deténganse al borde de la plataforma.

Unas manos empujaron a Thomas. Él se movió hacia delante sin ningún otro estímulo.

– Por favor, Chelise. Esta agua no significa nada para mí, pero no puedo soportar la idea de tu muerte.

– No podría vivir conmigo misma -contestó ella en voz baja-. V estás equivocado. Mi padre nunca desharía lo que ha ordenado. No deseo que lo haga.

– Te podrías salvar -insistió él llegando al borde y deteniéndose-. Podrías salvarme. Podrías impedir que mi corazón se quebrante.

Woref miraba hacia la selva adelante, sus ojos buscaban ahora con rápidos movimientos.

– Te ruego, te ruego -susurraba; las estoicas bravuconadas del general se habían reemplazado con esta extraña súplica hacia la selva.

Thomas le siguió la mirada. Esta era la misma selva en la cual él había visto los shataikis después de la muerte de Justin. ¿Qué veía Woref?

– Te suplico, mi señor -musitó el general.

Thomas creyó que Woref le estaba clamando a Teeleh. Había que permitírselo.

Thomas siguió la mirada de Chelise dentro del agua oscura a tres metros debajo de ellos. Largos postes desaparecían en las negras profundidades. ¿Cuántos cuerpos había sumergidos allí? ¿y cuántos huesos encadenados a sus anclas?

Los guardias estaban ahora atándoles las manos a la espalda.

– Mi amor, por favor…

– Te has ahogado antes.

– Pero no en esta agua.

– ¿Sabías eso cuando te sumergiste, o te hundiste en desesperación?

Habían pasado las dos cosas. Temor y un poco de fe. Pero aquí no había nada que esperar. Thomas miró a través del fago. Más allá del alcance de las antorchas el agua era negra azabache. Más negra que la medianoche. Más negra de lo que recordaba.

– Ahora enfrenten y soporten la ira de Elyon -declaró Ciphus detrás de ellos; los tablones crujían bajo los pies mientras caminaba; el sacerdote levantó la voz-. Que esta sea una lección para todo aquel que desafíe al Gran Romance acusando a aquellos que Elyon mismo ha puesto sobre esta tierra.

Chelise miró a Thomas. Las llamas le danzaban en los ojos húmedos.

– Eres mi esposo -expresó ella con labios temblorosos.

– Y tú eres mi esposa -contestó él en un susurro.

– ¡Prepárenlos! -gritó Ciphus.

Un guardia detrás de cada uno de ellos les puso un puño entre los omoplatos y tos agarró del cabello.

– ¡Jalen!

Los guardias les tiraron bruscamente el cabello hacia abajo hasta echar hacia atrás las cabezas de los condenados a muerte, obligándolos a mirar al cielo en lo alto. Los tres de frente, con las manos atadas con cuerdas de lona, y los pies cargados con pesadas cadenas, impotentes y preparados para morir.


***

MIKIL SE puso en una rodilla a la derecha de la trinchera y miró a través de las aguas negras. Jamous se arrodilló a su lado; Johan y Suzan siguieron el ejemplo en el otro lado.

– Por favor, Elyon -susurró ella-. Ten compasión. Sálvalo.

Ella miró a su izquierda. La trinchera apenas tenía cerca de sesenta centímetros de ancho y el doble de largo, y por ella fluía ahora una corriente abundante del agua roja desde el estanque rojo que habían localizado detrás de ellos. Thomas se lo había hecho saber a Kara de manera distraída, pero en el momento en que Qurong había sentenciado a muerte al líder albino junto a Chelise en la biblioteca, Mikil supo que esta era la única esperanza que tenían. Encontrar el estanque del agua de Elyon y cavar a través del espacio entre este y el lago de las hordas.

¿Pero bastaría?

El agua roja parecía un remolino negro mientras que se extendía dentro de las lodosas aguas cafés. Moviéndose rápido. Más rápido de lo que ellos habrían imaginado.

– Por favor, Justin. Salva a tu novia.


***

– ¡THOMAS!

La voz de Chelise era débil, tensa; se le había paralizado la garganta. Antes había visto ambas clases de ahogamiento, desde la plataforma y desde la torre, y si había alguna medida de alivio en esta sentencia, era que Qurong escogiera misericordiosamente la plataforma. En un ataque de indignación, su madre finalmente había exigido eso al menos, y su padre concordó al instante.

– La fortaleza de Elyon -susurró Thomas.

– Como Elyon ha demandado, así ustedes morirán ahora -dijo Ciphus, luego gritó-. ¡Mueran ahora!

Una mano empujó a Chelise por la espalda y súbitamente no hubo nada bajo sus pies.

Ninguno de ellos hizo ningún sonido al caer. Woref tocó primero el agua. Chelise vio la salpicadura del hombre por la esquina del ojo, exactamente antes de que la helada agua le tragara los pies, y luego el pecho, a la joven. Thomas se sumergió a la izquierda de ella.

Entonces ella estaba bajo el agua.

Cayó directo, halada por las cadenas atadas a los tobillos. De manera instintiva luchó contra las ligaduras en las muñecas… que, como era la costumbre, solo estaban ligeramente atadas para prevenir algún episodio en el último instante sobre la plataforma. Le sorprendió que se soltaran, lo que le envió un rayo de esperanza a la mente. Abrió los ojos.

Tinieblas. Oscuridad absoluta.

Cerró de nuevo los ojos, y al hacerlo atrancó la puerta a lo último de su esperanza.

¡Elyon! Tómame. Tómame como tu novia igual que has tomado a Thomas. Sus pensamientos nacieron del pánico, no de la razón. En algún momento los pies le irían a caer sobre un montón de huesos.

¡Elyon! Justin, ¡te lo ruego!

El agua alrededor de los pies, y después de las piernas, cambió de fría a tibia. Chelise abrió los ojos y miró hacia abajo sorprendida. Había esperado un tenebroso fondo del lago debajo de ella: demonios negros gritando en ansia de muerte.

Lo que vio fue un estanque de luz roja, débil y neblinosa, ¡pero definitivamente luz! Ella miró a la izquierda, luego a la derecha, pero no había señal de Thomas o de Woref.

Chelise entró luego al agua roja tibia. Flotaba. Serena. Silenciosa. Sobrenatural y fantasmagórica. Lograba oír el suave palpitar de su propio pulso. Encima de ella, Qurong y Ciphus observaban las aguas buscando indicios de la muerte de la joven, burbujas, pero aquí en este fluido ella se hallaba momentáneamente a salvo.

Y entonces pasó el momento, y la realidad de su aprieto le atiborró la mente. El agua era más caliente y más profunda de lo que había esperado, y era roja, pero igual se iba a ahogar. Los ojos le comenzaron a arder y parpadeó en el agua caliente, pero no obtuvo alivio. Sintió opresión en el pecho y por un instante pensó en patalear hacia la superficie para tomar una bocanada más de aire.

Ella abrió la boca, sintió el agua cálida en la lengua. La cerró.

¿Es esta el agua de Justin?

¿Pero quién se llenaría voluntariamente de agua los pulmones? Ella había entrado deseando morir. Sabía que Thomas tenía razón: ¡la enfermedad le había arruinado la mente! Pero morir por voluntad propia había parecido algo profano.

Flotó inerte, intentando hacer caso omiso de los pulmones, que le empezaban a arder. Pero así era… no se pudo dar el lujo de contemplar su decisión por más tiempo.

Una ola de pánico le recorrió el cuerpo, sacudiéndola en su horrible puño con una desesperación que Chelise nunca antes había sentido.

Abrió la boca, luego cerró los ojos. Empezó a sollozar. Un último grito le llenó la mente, que le prohibía tomar esta agua. Thomas se había ahogado una vez, pero ese era Thomas,

Luego se le acabó el aire. Chelise extendió ampliamente la mandíbula y succionó con fuerza como un pez engullendo oxígeno.

El dolor le golpeó los pulmones como un golpe de carnero.

Intentó exhalar. Dentro, fuera. Los pulmones se le habían endurecido. Iba a morir. Su empapado cuerpo comenzó a hundirse más.

No luchó contra el ahogamiento. Thomas había querido que ella lo siguiera en la muerte, y esto es lo que estaba haciendo. De todos modos, sobre la superficie no había vida.

La falta de oxígeno le asoló el cuerpo por interminables segundos, y ella no intentaba detener la muerte.

Entonces lo intentó. Trató con todas las fuerzas de revertir este terrible curso.

Elyon, te ruego. Tómame. Tú me formaste, tómame ahora.

Sombras le invadieron la mente. Chelise empezó a gritar.

Entonces todo fue oscuridad.

Nada.

Estaba muerta. Lo sabía. Pero había algo más aquí, más allá de la vida.

Un sollozo desde las tinieblas comenzó a inundarle los oídos, reemplazando sus propios gritos. El sollozo aumentó su volumen hasta convertirse en un gemido y luego en un alarido.

¡Ella conocía la voz! No sabía cómo le era conocida, pero se trataba de Elyon. ¿Justin? Era Justin, y estaba gritando de dolor.

Chelise se presionó las manos contra ¡os oídos y comenzó también a gritar, pensando ahora que esto era peor que la muerte. Su cuerpo se arrastraba con fuego como si hasta la última célula se sublevara ante el sonido. Y mientras lo hacía, una voz le susurró en el cráneo. ¡Su Hacedor estaba gritando de dolor!

Una voz suave y atrayente reemplazó de repente el grito.

– Recuérdame, Chelise -expresó la voz.

Elyon le hablaba. Justin le hablaba.

Los bordes de su mente se inundaron de luz. Una luz roja. Chelise abrió los ojos, asombrada por este súbito giro. Se le había desvanecido el ardor en el pecho. El agua estaba más caliente, y la luz abajo parecía más brillante.

¿Estaba viva?

Aspiró el agua roja y la exhaló. ¡Respiraba! ¡Estaba viva!

Chelise gritó de asombro. Bajó la mirada hacia las piernas y los brazos. ¡Las cadenas habían desaparecido! Movió las piernas. Libres. De verdad. Ella estaba aquí, flotando en el lago, no en ninguna otra realidad aparte.

Y su piel… Se la frotó con el pulgar. ¡La enfermedad se había ido! ¡Thomas había tenido razón! Ella era albina. Aquí en las entrañas de este lago rojo era ahora una especie asombrosa, y el pensamiento la llenó de una emoción que difícilmente podía comprender.

Giró alrededor, buscando a Thomas, pero él no estaba aquí.

Chelise giró una vez mis en el agua y lanzó el puño por encima (¿o por debajo?) de la cabeza. Se zambulló en la profundidad, luego serpenteó hacia atrás y se lanzó hacia la superficie. ¿Qué dirían ellos?

¡Tenía que encontrar a Thomas! Justin había cambiado el agua.

En el momento en que la mano de ella tocó el agua helada por encima de la caliente le empezaron a arder los pulmones. Trató de respirar pero descubrió que no podía. Entonces pasó la experiencia y salió a la superficie.

Los pensamientos le aparecieron en la mente mientras el agua aún le caía del rostro. El primero fue que salía a la superficie en el mismo instante que lo hacía Thomas a su izquierda. Como dos delfines que rompían la superficie en saltos coordinados, las cabezas arqueadas hacia atrás, agua escurriéndoseles del cabello, sonriendo tan ampliamente como el cielo.

El segundo pensamiento fue que podía sentir el fondo del lago debajo de los pies. Se estaba parando.

El tercero fue que aún no podía respirar.

Salió del agua hasta la cintura, se dobló, y expulsó de los pulmones un litro de agua. El dolor se fue con el agua. Boqueó una vez, descubrió que podía respirar con facilidad y se volvió lentamente.

Agua y saliva en chorritos salían de la sonriente boca de Thomas. Ella no estaba segura de qué le había ocurrido a él, pero se hallaba vivo.

Chelise levantó el brazo y lo miró. La piel le había cambiado. Un tono de carne oscura. Muy bronceada. Suave como la piel de un bebé. Y sabía sin ninguna duda que sus ojos eran color esmeralda, como los de Thomas,

Ella era una albina como cualquier albino que había visto.

Solo entonces se le ocurrió que Qurong aún se hallaba sentado sobre su caballo a menos de treinta metros de donde estaba ella. Él tenía el rostro acongojado. A la derecha de Chelise los guardias miraban en asombrado silencio. No había indicios de Woref. Era indudable que se había ahogado.

– ¡Agárrenlos! -gritó Ciphus desde la plataforma.

– ¡Déjenlos! -ordenó Qurong.

Chelise salió del lago, salpicando ruidosamente agua con los muslos. Thomas caminaba a su lado… eran innecesarias las palabras.

En algunas formas ella sintió que miraba un mundo totalmente nuevo. No solo era una nueva persona, cubierta de magia, sino que los encostrados que ahora miraba le eran totalmente extraños. La enfermedad se les adhería como estiércol seco. Pero cuando entendieran lo que Elyon había hecho por ellos en este lago, se meterían en grandes cantidades a las aguas rojas. La atropellarían, pensó irónicamente.

Entonces recordó su propia resistencia al ahogamiento. Miró a su padre, quien aún parecía como si estuviera viendo que algo en sus pesadillas había cobrado vida.

– ¡La ley establece que se les debe ahogar! -exclamó Ciphus, yendo hasta el borde de la plataforma, con el dedo extendido.

– Ellos ya han sido ahogados -declaró Qurong.

– ¡No están muertos!

– ¿Te parece mi hija un encostrado? -gritó Qurong-. Si este no es un encostrado muerto, no sé qué sea. ¡Ella ha sido ahogada y ha pagado el precio! No pondrás una mano sobre ella.

Chelise sintió deseos de subir corriendo y abrazar a su padre.

– Papá, es real. ¡El agua es roja! Este es ahora un estanque rojo.

Los ojos de él se movieron repentinamente hacia el agua detrás de su hija. Ella le siguió la mirada. El lago parecía negro, pero tenía un ligero tono rojizo.

Ciphus también miró y pareció verlo ahora.

– ¡Sellen el lago! -gritó, girando hacia los guardias-. Que nadie entre.

– ¡No! -exclamó Chelise-. Se debe permitir que las personas se ahoguen. Padre, díselo.

Qurong volvió a mirar el agua. Examinó la superficie.

– ¿Y Woref?

– Woref no creyó -anunció Thomas.

– ¿Y cómo se volvió roja esta agua? -preguntó el padre mirando a Thomas.

– No estoy muy seguro, pero supongo que Mikil y Johan encontraron el estanque rojo que ustedes habían cubierto.

Qurong frunció el ceño.

– Sellen el lago -contestó.

– Desde un perímetro hasta lo alto de la orilla -expresó Ciphus-. Ni un alma pisa la orilla hasta que hayamos reparado este daño.

– Padre, ¡no puedes permitir esto! -declaró Chelise dando un paso hacia Qurong.

– Detente allí -ordenó él levantando una mano.

– ¡Ahógate! -gritó ella-. Tienes que ahogarte, ¡tú y mamá! ¡Todos ustedes!

El líder de las hordas hizo girar el caballo, de tal modo que se situó frente a ella.-Ellos son libres de irse -dictaminó-. Ellos y sus amigos tendrán paso libre en nuestra selva, A ningún albino se le hará daño antes de que sepamos la verdad de lo que ha ocurrido aquí.

– Padre… por favor, te lo ruego… tú sabes la verdad.

– Eres mi hija, y debido a eso te dejaré vivir en paz -contestó él-. Pero tengo mis límites. Salgan ahora, antes de que cambie de opinión.

Él giró su caballo y subió por la orilla.

Chelise se quedó mirándolo, deshecha entre la urgencia por meterlo a rastras al lago y la comprensión de que ella no había sido diferente solo un día atrás. Pero había esperanza, ¿verdad? Él iba a considerar el asunto.

– Lo siento -enunció Thomas, poniéndole la mano en el hombro.

Ella lo miró y desapareció su tristeza. La piel de él, que solo esta mañana era un interesante enigma, era ahora deliciosamente bronceada y suave. Los verdes ojos le brillaban como las estrellas. Él era realmente hermoso.

– ¿Son mis ojos…?

– Verdes -terminó él la frase; le acarició la mejilla con el pulgar-. Y tu piel es morena, la más hermosa que he visto.

– ¿Soy ahora la novia de él? -inquirió ella.

– Lo eres. ¿Y mía?

– Lo soy.

Ella sintió que iba a estallar.

– Deberíamos tomarle la palabra a tu padre y salir de aquí mientras podamos -comentó él guiñándole un ojo y tomándola de la mano -. El Círculo estará esperando.

El Círculo. Ella volteó a mirar. Ciphus los observaba. Dos docenas de guardias habían formado una línea en la plataforma, impidiéndoles que siguieran a Qurong, quien ahora hacía pasar su caballo por un perímetro de guardias formado apresuradamente.

El Círculo estaba esperando. Ella sonrió, de repente ansiosa de salir de aquí y estar entre su nueva familia. Para estar con su esposo.

Thomas de Hunter.

– Entonces no deberíamos hacerlos esperar -asintió ella dirigiéndose hacia la selva que los aguardaba.

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