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DOS CEREMONIAS caracterizaban al Círculo más que cualquier otra: unión y defunción. La unión era una ceremonia de bodas. La defunción era un funeral. Ambas eran celebraciones.

Esta noche, a cien metros del campamento al lado del estanque rojo que los atrajera a este sitio, Thomas dirigió a su tribu en la defunción. La tribu constaba de sesenta y siete miembros, incluyendo hombres, mujeres y niños, y todos lloraban y celebraban la muerte de Elijah.

Lloraban porque, aunque Elijah no dejaba parientes de sangre, el anciano había sido una alegría. A sus narraciones ante las fogatas nocturnas había asistido fielmente la mitad de la tribu. Elijah tuvo una manera de hacer que los niños rieran a carcajadas mientras cautivaba a sus oyentes adultos con misterio e intriga. Todos concordaban en que solo Tanis había contado leyendas tan brillantes, y eso fue antes del Cruce, mucho tiempo atrás.

Por supuesto, aparte de sus narraciones, había más cosas que gustaban de Elijah: su amor por los niños, su fascinación con Elyon, sus palabras de consuelo en ocasiones en que la persecución de las hordas se había vuelto más estresante de lo que cualquiera de ellos podía soportar.

Pero también celebraban la defunción de Elijah como alabarían la muerte de cualquiera. Elijah estaba ahora en mejor compañía. Se hallaba con Justin. Ninguno de ellos sabía exactamente cómo la pasaban con Justin aquellos como Rachelle y Elijah que se hallaban realmente con él, pero la tribu de Thomas no tenía ninguna duda de que sus seres queridos se hallaban con su Creador. Tenían además tantos recuerdos de sus inmersiones en el agua tonificante del lago esmeralda como para sentir deseos de volver a reunirse con Elyon en tan absoluta felicidad.

Permanecieron en un círculo alrededor del montón de leña, mirando en silencio el cuerpo inerte de Elijan. Algunos tenían las mejillas humedecidas de lágrimas; otros sonreían con dulzura; todos ensimismados en sus propios recuerdos del hombre.

Thomas miró la tribu. Ahora su familia. Cada hombre, mujer y niño portaba una antorcha ardiendo, listos para encender la pira en el momento apropiado. Casi todos vestían las mismas túnicas beige que usaran a inicios del día, aunque muchos se habían puesto en el cabello flores del desierto y se habían pintado el rostro con colores brillantes, mezcla de caliza en polvo y agua.

Samuel y Marie se hallaban a la derecha de Thomas, al lado de Mikil y Jamous. Ellos habían crecido mucho en este año pasado y ya eran prácticamente un hombre y una mujer. Ambos usaban los mismos colgantes en forma de monedas que llevaban todos los asistentes al Círculo, por lo general dispuestos en una cuerda de cuero alrededor del cuello, pero también como cadenitas o brazaletes en los tobillos, como tenían ahora Samuel y Marie.

Johan y William se habían unido a la tribu para la reunión del consejo de la mañana y ahora permanecían a la derecha de Thomas.

A la luz de las antorchas, más allá del círculo, brillaba el sombrío estanque de agua de color rojo oscuro. Cien árboles frutales y palmas se levantaban alrededor del oasis. Antes de que terminara la noche festejarían con frutas y danzarían bajo su poder, pero por ahora tendrían un momento de tribulación.

Thomas y su pequeña banda habían encontrado el primero de veintisiete estanques rojos entre un pequeño terreno de árboles, exactamente donde Justin dijo que lo encontrarían. En trece meses el Círculo había guiado a casi mil encostrados dentro de las aguas rojas, donde se ahogaron por su propia voluntad y hallaron nueva vida. Mil. Un grupo minúsculo comparado con los dos millones de encostrados que ahora vivían en las predominantes selvas. Aun así, en el momento en que Qurong se dio cuenta del creciente movimiento, organizó una campaña para erradicar de la Tierra a los miembros del Círculo. Estos se habían vuelto nómadas, acampaban en tiendas de lona cerca de los estanques rojos cuando era posible, y huían cuando no lo era. Principalmente huían.

Johan les había enseñado técnicas de sobrevivencia en el desierto: cómo plantar y cosechar trigo del desierto, cómo hacer hilo de los tallos y tejer túnicas. La ropa de cama, los muebles y hasta las mismas tiendas eran aterradores recordatorios de las costumbres de las hordas, aunque particularmente coloreados y confeccionados con los gustos de los moradores del bosque. Comían fruta con el pan y adornaban las tiendas con flores silvestres.

Thomas dirigió otra vez sus pensamientos al cuerpo de Elijah sobre la leña. Finalmente todos morirían… esto era lo único seguro para toda criatura viva. Pero después de sus muertes cada uno hallaría una vida que apenas imaginaban en este lado del bosque colorido. En muchos sentidos, él envidiaba al anciano.

Thomas levantó su antorcha. Los demás siguieron su ejemplo.

– Hemos nacido de agua y de espíritu -gritó.

– De agua y de espíritu -repitió la tribu.

Una nueva energía pareció surgir en el frío aire nocturno.

– Quemamos este cuerpo en desafío a la muerte. Esta no tiene poder sobre nosotros. El espíritu vive, aunque la carne muera. ¡Somos nacidos de agua y del espíritu!

Un eco de murmullos de las palabras del líder recorrió todo el círculo.

– Ya sea que nos tome la espada, la edad o cualquier otra causa, aún estamos vivos, pasando de este mundo al siguiente. ¡Por eso celebramos esta noche la defunción de Elijah! ¡Él está donde a la larga estaremos todos!

La emoción ahora era palpable. Se habían despedido y mostrado sus respetos. Ahora era el momento de saborear la victoria de ellos sobre la muerte.

Thomas miró a Samuel y a Marie, quienes lo estaban observando. Su propia madre, y esposa de él, Rachelle, había sido asesinada trece meses atrás. Ellos habían llorado esa muerte más que los demás, solo que entonces habían entendido menos que ahora.

Les guiñó un ojo a sus hijos, luego agitó la antorcha por encima de la cabeza.

– ¡A vivir con Justin!

Corrió hacia la pira y metió su antorcha en la madera. Al unísono, el Círculo se reunió en el montón de leña. Los que se hallaban cerca introdujeron sus antorchas; los demás las aventaron.

El fuego envolvió el cuerpo de Elijah con un ruido repentino.

Al instante se oyó en la noche un son de tambores. Surgieron voces de júbilo y se levantaron brazos hacia el cielo en victoria, quizás en esperanza exagerada, pero con el genuino espíritu del Círculo. Sin la creencia en lo que les aguardaba a cada uno de ellos, todas las demás esperanzas eran discutibles.

Elijah había sido llevado al Gran Romance. Esta noche él era la novia, y su novio, Justin, quien también era Elyon, lo había llevado de vuelta al lago de aguas infinitas. Y a más.

Decir que no había al menos un poco de envidia entre la tribu en un momento como este sería una mentira.

Danzaron en un enorme círculo alrededor del rugiente fuego. Thomas reía a medida que la celebración tomaba vida propia. Observó el círculo, con el corazón pletórico de orgullo. Luego retrocedió de la luz danzante del fuego y cruzó los brazos. Miró la oscura noche donde un cielo estrellado perfilaba los barrancos.

– ¿Ves, Justin? Celebramos nuestra defunción con el mismo fervor que nos mostraste después de la tuya.

Una imagen le inundó la mente: Justin montando hacia ellos sobre un caballo blanco el día siguiente al que lo ahogaran, luego deteniéndose, con los ojos radiantes de emoción. Justin había corrido hacia cada uno de ellos y les había agarrado las manos. Ese día declaró que ellos eran el Círculo.

El día que las hordas mataran a Rachelle.

– Espero que tuvieras razón acerca de permanecer aquí -le declaró una voz quedamente en el hombro.

Miró a Johan, quien le seguía la mirada hacia los barrancos.

– Si las hordas están en algún lugar cercano ya habrán visto el fuego – declaró Johan.

– ¿Cuándo hemos permitido que la amenaza de unos cuantos encostrados nos distraiga de celebrar nuestro amor sagrado? -expresó Thomas agarrándolo del hombro-. Además, no ha habido advertencia de parte de nuestra guardia.

– Pero hemos oído que Woref ha intensificado su búsqueda. Conozco a ese tipo; es implacable.

– Y así es nuestro amor por Justin. Estoy harto de huir.

Johan no reaccionó.

– ¿Nos reunimos al amanecer?

– Suponiendo que las hordas no nos hayan expulsado a todos al desierto -contestó Thomas, y guiñó un ojo-. Al amanecer.

– Ahora le restas importancia. Muy pronto eso será una realidad – objetó Johan; inclinó la cabeza y regresó a la diversión.


***

SE SENTARON sobre rocas planas temprano la mañana siguiente, reflexionando. Al menos Thomas, Suzan y Jeremiah reflexionaban, callados la mayor parte del tiempo. Los demás miembros del consejo, Johan, William y Ronin, también podrían estar cavilando, pero su actividad craneal no interfería con sus bocas.

– ¡Nunca! -exclamó Ronin-. Te puedo asegurar sin la más leve reserva que si Justin estuviera hoy aquí, en este mismísimo cañón, te lo aclararía. ¡El siempre insistió en que nos odiarían! ¿Y ahora sugieres que nos desviemos de nuestro camino para apaciguar a las hordas? ¿Por qué?

– ¿Cómo podemos influir en las hordas si nos odian? -objetó Johan-. Sí, déjales odiar nuestras creencias. Allá no tienes argumento de mi parte. Sin embargo, ¿significa esto que deberíamos desviarnos de nuestro camino para fastidiarlos tanto que lleguen a odiar a todo albino que vean?

Las hordas se referían a ellos como albinos porque estos no tenían la piel escamosa y grisácea como la de los encostrados. Irónico, pues todos ellos eran más morenos que las hordas. Es más, casi la mitad de los del Círculo, incluyendo a Suzan, tenían varios tonos de piel color chocolate. Estos eran la envidia de los albinos de piel más clara porque los ricos tonos los diferenciaban muy dramáticamente de las blancuzcas hordas. Algunos miembros del Círculo hasta se pintaban la piel de café para las ceremonias. Todos usaban con orgullo el nombre de albinos. Significaba que eran distintos, y no había nada que quisieran más que ser diferentes de las hordas.

– Estás poniendo palabras en mi boca -cuestionó Ronin andando de un lado a otro en la arena, con el rostro colorado a pesar del aire frío-. Nunca sugerí que fastidiáramos a las hordas. Pero Justin nunca estuvo a favor del statu quo. Si las hordas son la cultura, entonces Justin era la contracultura. Si perdemos ese entendimiento, perdemos quiénes somos.

– No estás escuchando, Ronin -suspiró Johan con frustración-. Qurong nos dejó tranquilos durante los seis primeros meses. Se hallaba demasiado ocupado derribando árboles a fin de hacer espacio para su nueva ciudad. Pero ahora la situación ha cambiado. Esta nueva campaña dirigida por Woref no es para ellos tan solo una distracción temporal. ¡Conozco a Qurong! Peor aún, conozco a Woref. Esa vieja víbora supervisó una vez el servicio de inteligencia de las hordas bajo mis órdenes. Sin duda en este mismo instante nos está acechando. No se detendrá hasta que cada uno de nosotros esté muerto. ¿Crees que Justin pretendió llevarnos a nuestra muerte?

– ¿No es por eso que entramos a los estanques rojos? ¿Para morir? – inquirió Ronin; luego agarró el colgante que tenía en el pecho y lo estiró-. ¿No nos marca nuestra misma historia como muertos a este mundo?

El medallón que sostenía en la mano había sido tallado en jade verde hallado en los cañones al norte del Bosque Sur; unos artesanos le hicieron incrustaciones con pizarra negra pulida para representar la invasión de la maldad en el bosque colorido. Dentro del círculo negro se cruzaban dos tiras de cuero teñidas de rojo, que representaban el sacrificio de Justin en los estanques rojos. Finalmente, le tallaron un círculo blanco de mármol donde se cruzaban las dos tiras.

– Hallamos vida, no muerte, en los estanques -expresó Johan-. Pero aun allí podríamos considerar un cambio en nuestras estrategias.

Thomas miró al hermano de su finada esposa. Este no era el niño que una vez saltara de manera inocente en las colinas; se trataba del hombre que había adoptado una personalidad llamada Martyn y se había convertido en un poderoso líder encostrado acostumbrado a hacer su voluntad. De acuerdo, ahora Johan no era Martyn, pero aún era obstinado y estaba mostrando su fuerza.

– Piensa lo que quieras acerca de lo que Justin quería o no -continuó Johan-, pero recuerda que yo también estuve con él.

Los ojos de Ronin resplandecieron y por un momento Thomas creyó que Ronin le recordaría a su cuñado que no solo estuvo con Justin sino que lo traicionó. Supervisó su ahogamiento. Lo asesinó.

Pero Ronin apretó la mandíbula y contuvo la lengua.

– Cometí mis equivocaciones -siguió diciendo Johan, notando la mirada-. Pero creo que él me ha perdonado por eso. Y no creo que sea una equivocación lo que ahora sugiero. Por favor, al menos consideren lo que estoy proponiendo.

– ¿Qué estás proponiendo? -indagó Thomas-. En los términos más sencillos.

– Propongo que demos más facilidades para que los enemigos de Elyon lo encuentren.

– Sí, pero ¿qué significa eso? -exigió saber Ronin-. ¿Estás sugiriendo que el ahogamiento es demasiado difícil? ¡Fue la manera de Justin!

– ¿Dije que el ahogamiento fue demasiado difícil? -objetó Johan mirando a Ronin, luego cerró los ojos y levantó una mano-. Perdónenme.

Abrió los ojos.

– Estoy diciendo que conozco a las hordas mejor que cualquiera aquí. Conozco sus odios y sus pasiones.

Miró a Jeremiah como en busca de apoyo. El anciano apartó la mirada.

– Si queremos abrazarlos, amarlos igual que lo hace Justin, debemos permitirles que se identifiquen con nosotros. Debemos ser más tolerantes con sus costumbres. Debemos pensar en usar métodos que sean más aceptables para ellos.

– ¿Como cuáles? -averiguó Thomas.

– Como abrir el Círculo a encostrados que no se hayan ahogado.

– Ellos nunca serán como nosotros sin ahogarse. Ni siquiera pueden comer nuestra fruta sin escupirla.

Thomas hablaba de la fruta que crecía alrededor de los estanques rojos. Aunque el agua roja era dulce para beber, no tenía valor medicinal conocido. Por otra parte, la fruta que crecía en los árboles alrededor de los estanques rojos era medicinal, y algunas no eran distintas de las del bosque colorido. Unas frutas curaban; otras aportaban nutrientes con un solo mordisco. Otras más producían en las personas una sensación irresistible de amor y alegría; a esta clase la llamaban woromo, la cual se había convertido rápidamente en la más valiosa entre las frutas. Esta fruta en particular tenía un sabor amargo para cualquier encostrado que no hubiera entrado a los estanques rojos.

– Eso es correcto; a ellos no les gusta nuestra fruta -concordó Johan-. Y no pueden ser como nosotros… ese es mi punto. Si no pueden ser como nosotros, entonces podríamos pensar en ser más como ellos.

Thomas no estaba seguro de haberlo oído bien. Johan no sugería que el Círculo cambiara radicalmente lo que Justin había ordenado. Debía haber diferencias sutiles en lo que él estaba sugiriendo.

– Sé que parece extraño, pero consideren las posibilidades -continuó Johan-. Si nos pareciéramos más a ellos, si oliéramos como ellos, si vistiéramos como ellos, si dejáramos de hacer alarde de nuestras diferencias, quizás ellos estarían más dispuestos a tolerarnos. Tal vez hasta vivirían entre nosotros. Podríamos presentarles lentamente las enseñanzas de Justin y ganarlos.

– ¿Y qué acerca del ahogamiento? -preguntó Ronin.

Johan titubeó, luego respondió sin mirar al hombre.

– Quizás si ellos siguieran a Justin en principio, él no les exigiría que se ahogaran de veras -manifestó, luego miró a Ronin-. Después de todo, amar es un asunto del corazón, no de la carne. ¿Por qué no puede alguien seguir a Justin sin cambiar quién es?

Thomas sintió que le acrecentaba el frío en las venas. No porque la sugerencia fuera tan absurda, sino porque tenía tremendo sentido. Parecería que al haber salido del engaño como miembro de las hordas, Johan, más que nadie, se mantendría firme en la doctrina del ahogamiento. Pero el joven ya le había expuesto una vez sus argumentos a Thomas… y la sugerencia la motivaba la compasión de Johan por las hordas.

La sobrevivencia de los mil que habían seguido a Justin dependía de lograr huir de las hordas en cualquier momento. Pero las pequeñas comunidades nómadas se estaban cansando de pasarse la vida huyendo. Thomas no tenía ninguna duda de que algunos de ellos aceptarían esta enseñanza de Johan.

– No participaré en esto -expuso Ronin escupiendo a un lado, agarrando la cartera de cuero y empezando a alejarse-. El Justin que conocí nunca habría aprobado tal blasfemia. ¡Él dijo que nos odiarían! ¿Estás sordo? Nos odiarían.

– Entonces ve ante Justin y pregúntale qué debemos hacer -objetó Johan-. Por favor, no deseo ofender, Ronin. Solo estoy tratando de hacer que las cosas tengan sentido para mí mismo.

– Yo tengo otra manera -declaró William dando un paso adelante y hablando por primera vez.

Todos lo miraron, incluyendo Ronin, quien se había detenido.

– Johan tiene razón. Tenemos un grave problema. Pero en lugar de adoptar las costumbres de las hordas sostengo que sigamos a Justin separándonos de ellas como él mismo sugirió. Me gustaría llevar a mi tribu a lo profundo del desierto.

Esta no era la primera vez que William sugería huir más al interior del desierto, pero nunca había hecho una petición formal al respecto.

– ¿Y cómo puedes seguir la orden de Justin de guiarlas al ahogamiento si te adentras en el desierto? -desafió Ronin.

– Otros pueden llevarlas al ahogamiento. Pero piensa en las mujeres y los niños. ¡Debemos protegerlos!

– Justin los protegerá si lo desea -afirmó Ronin.

Thomas miró a Johan, luego otra vez a William. Ya empezaban a aparecer las primeras fisuras en el Círculo. Por más de un año habían seguido la guía de Ronin sobre la doctrina, como ordenara Justin, pero estos nuevos desafíos probarían el liderazgo del hombre.

¿Qué más les había dicho Justin ese día después de trazar un círculo alrededor de ellos en la arena?

No romper el Círculo.

– ¿Qué está sucediendo aquí? -preguntó Ronin mirándolos-. ¿Estamos olvidando ya por qué vinimos juntos? ¿Por qué es diferente nuestra piel? ¿Estamos olvidando el Gran Romance entre Elyon y su pueblo? ¿Estamos olvidando que somos su novia?

– ¿Su novia? Eso solo es una metáfora -cuestionó William-. Y aun así, somos su novia; no lo son las hordas. Por tanto, propongo que llevemos la novia a lo profundo del desierto y que la ocultemos del enemigo.

– Somos su novia, y también lo será cualquiera que salga de las hordas y nos siga -defendió Ronin-. ¿Cómo oirán alguna vez las hordas el llamado de Elyon al amor si no es por nuestras gargantas?

– ¡Elyon no necesita nuestras gargantas! -respondió gritando William-. ¿Crees que el Creador depende tanto de ti?

– Baja la voz, o despertarás al campamento -terció Thomas, poniéndose de pie; miró a Jeremiah y a Suzan, quienes aún no habían hablado-. Estamos ante una opción peligrosa.

Nadie discrepó.

– Ronin, léenos otra vez este pasaje. El que habla de que nos odiarán.

Ronin metió la mano en la cartera y sacó el libro de historia que Justin les había dado antes de irse. Todos conocían muy bien el libro, pero a veces eran difíciles de entender las enseñanzas que contenía.

Ronin le quitó con cuidado la tela y abrió la portada. Las historias escritas por el Amado. Hojeó las páginas desgastadas y con las esquinas dobladas y encontró el pasaje.

– Aquí está. Escuchen -expresó bajando la voz y leyendo con un tenebroso y habitual respeto-. Si el mundo los aborrece, tengan presente que antes que a ustedes, me aborreció a mí. Si fueran del mundo, el mundo los querría como a los suyos. Pero ustedes no son del mundo, sino que yo los he escogido de entre el mundo. Por eso el mundo los aborrece.

– Las cosas cambian con el tiempo -declaró Johan.

– ¡Nada ha cambiado! -exclamó Ronin, cerrando el libro-. Seguir a Justin podría ser fácil, pero tomar la decisión no lo es. ¿Estás cuestionando su camino?

– Calma -pidió Thomas-. ¡Por favor! Esta clase de división nos destruirá. Debemos recordar lo que sabemos cómo algo seguro. Volvió a mirar a Jeremiah.

– Recuérdanos.

– ¿Como algo seguro?

– Absolutamente seguro.

El anciano hacía que Thomas se acordara de Elijah. Se acarició la larga barba blanca y carraspeó.

– Que Justin es Elyon. Que según el libro de historia, Elyon es padre, hijo y espíritu. Que Justin nos dejó un camino de regreso al bosque colorido a través de los estanques rojos. Que Elyon está cortejando a su novia. Que Justin vendrá pronto por su novia.

– Y que la mayor parte de lo que sabemos respecto de quién es en realidad Justin lo sabemos del libro por medio de metáforas -habló ahora Suzan-. Él es la luz, la vid, el agua que da vida.

Ella hizo señas hacia el libro de historia en manos de Ronin.

– Su espíritu es el viento; él es el pan de vida, el pastor de ovejas que dejaría a todas por el bien de una.

– Bastante cierto -comentó Thomas-. Y cuando el libro nos dice que bebamos su sangre, esto quiere decir que debemos adoptar la muerte de él. Por tanto, ¿cómo podemos ocultarnos huyendo a lo profundo del desierto, o poniendo ceniza y azufre sobre nuestra piel?

– Él también nos dijo que huyéramos al Bosque Sur -objetó William-. Si lo que estás diciendo es verdad, ¿por qué entonces no nos dijo él que corramos de vuelta hacia las hordas? Quizás porque la novia tiene una responsabilidad de permanecer viva.

William tenía razón. La aparente contradicción era una reminiscencia de la religión que Thomas vagamente recordaba de sus sueños.

– Pretendo salir hoy y llevar a un centenar a lo profundo del desierto -informó William-. Johan tiene razón. Solo será cuestión de tiempo que Woref nos haga salir. Si esperan alguna misericordia de él, están equivocados. Nos matará a todos para no tener que arrastrarnos otra vez hasta la ciudad. Esto para mí es un asunto de prudencia.

Thomas bajó la mirada al cañón, hacia la entrada a un pequeño enclave donde la tribu despertaba lentamente. Un niñito se hallaba agachado en la arena por la entrada, dibujando con el dedo. De una hoguera salía humo por la pared del barranco… se estaban alistando para cocinar los panqueques mañaneros de trigo. A medida que el humo se levantaba, una brisa continua lo mantenía bajo y la mayor parte se disipaba antes de que se levantara lo suficiente para ser visto desde cualquier distancia. Un delgado vestigio de humo persistía sobre la pira funeraria más allá de las grandes y elevadas rocas a cien metros del campamento.

Thomas respiró hondo, miró la pila de grandes rocas a su derecha y estaba a punto de decirle a William que retardara su expedición cuando un hombre apareció cerca de la roca más grande.

El primer pensamiento de Thomas fue que estaba alucinando. Soñando, como solía soñar antes de que se le desvanecieran los sueños. Este que se hallaba ante él traspasándolo con sus ojos verdes no era un hombre común y corriente.

Este era…

¿Justin?

Thomas parpadeó para aclarar la vista.

Lo que vio le paralizó todo el cuerpo. Justin aún estaba allí, de pie en tres dimensiones completas, tan real como cualquier hombre que Thomas hubiera tenido delante alguna vez.

– Hola, Thomas.

Los compasivos ojos de Justin resplandecían, no con luz reflejada sino con su propio brillo. Thomas pensó que debería arrodillarse. Le sorprendió que los demás no se hubieran arrodillado ya. Ellos, igual que él, se habían inmovilizado por la repentina aparición de Justin.

– Te he estado observando, amigo mío. Lo que veo me enorgullece.

Thomas abrió la boca, pero no pudo articular nada.

– He compartido mi mente contigo -continuó Justin-. Te he dado mi cuerpo.

Su boca mostraba una sonrisa y pronunciaba con claridad cada palabra.

– Ahora te mostraré mi corazón -anunció él-. Te mostraré mi amor.

Thomas sintió que cada palabra le sacudía el pecho, como si fueran objetos suaves lanzados al aire, impactando de uno en uno. Ahora te mostraré mi corazón. Mi amor.

Thomas giró la cabeza hacia los demás. Ellos lo miraban, sin comprender. ¡Seguramente veían! ¡Seguramente oían!

– Esto es para ti, Thomas -manifestó Justin-. Solo para ti.

Thomas regresó a mirar a…

Justin había desaparecido!

El aire de la mañana se sentía pesado.

– ¡Thomas!

Thomas se volvió hacia el campamento a tiempo para ver a Mikil corriendo alrededor del barranco. Subió y lo miró, pálida.

– ¿Qué pasa? -preguntó él distraído, con la mente aún dividida.

– Soy… Creo que sé algo acerca de Kara -dijo ella.

– ¿Kara? ¿Quién es Kara?

Pero recordó tan pronto como hizo la pregunta. Su hermana. De las historias.

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