Nota del autor

La historia de Buena suerte es ficticia, pero la ambientación, salvo los topónimos, no lo es. He estado en esas montañas y también he tenido la suerte de crecer con dos mujeres que durante muchos años consideraron que las cumbres eran su verdadero hogar. Mi abuela materna, Cora Rose, residió con mi familia durante los últimos diez años de su vida en Richmond, pero pasó las seis décadas anteriores, más o menos, en la cima de una montaña en la Virginia suroccidental. De ella aprendí sobre la vida en esas tierras. Mi madre, la menor de diez hermanos, habitó en esa montaña durante sus primeros diecisiete años; a lo largo de mi infancia me contó cientos de historias fascinantes sobre su juventud. Creo que las dificultades y aventuras por las que pasan los personajes de la novela le resultarían familiares.

Aparte de las historias que escuché de niño he entrevistado largo y tendido a mi madre para preparar Buena suerte y, en muchos sentidos, ha sido una experiencia sumamente esclarecedora. Cuando llegamos a la edad adulta solemos dar por sentado que sabemos cuanto hay que saber sobre nuestros padres y los demás miembros de la familia. Sin embargo, si uno se toma la molestia de preguntar y escuchar las respuestas se da cuenta de que todavía le queda mucho que aprender sobre esas personas tan allegadas. Así, esta novela es, en parte, una historia oral sobre dónde y cómo creció mi madre. Las historias orales constituyen un arte en vías de extinción, lo cual es ciertamente triste ya que muestran la consideración que corresponde a las vidas y experiencias de quienes han vivido antes que nosotros. Asimismo, documentan esos recuerdos, puesto que cuando esas vidas llegan a su fin el conocimiento personal se pierde para siempre. Por desgracia vivimos en una época en la que parece que sólo nos interesa el futuro, como si creyéramos que en el pasado no hubiera nada digno de nuestra atención. El futuro siempre resulta estimulante y atrayente y nos influye de un modo que el pasado jamás lograría. No obstante, bien podría ser que mirando hacia atrás «descubriéramos» nuestra mayor riqueza como seres humanos.

Si bien se me conoce por mis novelas de suspense, siempre me han atraído las historias del pasado de mi Virginia natal y los relatos de personas que vivieron en lugares que marcaron sus vidas y ambiciones por completo pero que, sin embargo, les ofrecieron un tesoro de conocimientos y experiencias de que pocos han disfrutado. Irónicamente, como escritor me he pasado los últimos veinte años a la caza de material para novelar y nunca supe ver el inagotable filón de recursos que había en mi familia. No obstante, si bien ha llegado más tarde de lo que debería, escribir esta novela ha sido una de las experiencias más gratificantes de mi vida.

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