9

Una tarde, mientras recapitulaba en la cueva, me dormí. Al despertar encontré en el suelo a mi lado un par de cristales de cuarzo bellamente pulidos. Por un rato deliberé si tocarlos o no, porque se veían bastante ominosos. Medían como diez centímetros de largo y eran perfectamente traslúcidos. Sus extremos fueron labrados en forma de aguda punta y parecían resplandecer con luz propia. Al ver a Clara acercarse a la cueva, cuidadosamente deslicé los cristales sobre la palma de la mano y salí gateando de la cueva para enseñárselos.

– Sí, son exquisitos -asintió con la cabeza como si los reconociera.

– ¿De dónde salieron? -pregunté.

– Te los dejó alguien que te está observando muy atentamente -indicó y bajó un bulto que estaba cargando.

– No vi que nadie los dejara.

– La persona vino mientras dormías. Te advertí que no te durmieras durante tu recapitulación.

– ¿Quién vino mientras estaba durmiendo? ¿Uno de tus parientes? -pregunté, excitada. Coloqué los frágiles cristales sobre un montón de hojas y me puse los zapatos. Clara me había recomendado quitarme los zapatos para recapitular, porque al apretar los pies impiden que circule la energía.

– Si te dijera quien dejó los cristales, no tendría ningún sentido para ti o tal vez incluso te asustaría -replicó.

– Haz la prueba. Después de ver a tu sombra moverse, no creo que ya nada me asuste.

– Muy bien, si insistes -accedió al desatar su bulto-. La persona que te está observando es un maestro brujo, como los hay muy pocos en este mundo.

– ¿Quieres decir que un verdadero brujo? ¿Uno que hace cosas malas?

– Quiero decir un verdadero brujo, pero no uno que haga cosas malas. Ese brujo es un ser que moldea y da forma a la percepción como tú pintarías un cuadro con tus pinceles. Pero eso no significa que sea arbitrario. Al manejar la percepción con su intento, su comportamiento es impecable.

Clara lo comparó con los maestros pintores chinos, quienes supuestamente pintaban dragones de apariencia tan fiel que al agregar las pupilas, como toque final, los dragones salían volando de la pared o la pantalla sobre la que estaban pintados. Con voz baja, como si estuviera haciendo una revelación significativa, Clara afirmó que cuando un brujo consumado está listo para abandonar el mundo, sólo tiene que manejar la percepción, crear una puerta con su intento, pasar por ella y desaparecer.

La profunda pasión expresada por su voz me inquietó. Me senté en una gran piedra plana y, sujetando los cristales, traté de comprender quién podía ser ese maestro brujo. Desde el día de mi llegada no había hablado con nadie excepto con Clara y Manfredo, por el simple hecho de no haber nadie más. Tampoco hubo señales del cuidador mencionado por Clara. Estuve a punto de recordarle que ella y Manfredo eran los únicos seres que había visto desde mi llegada, cuando me acordé de haber observado a una persona más: a un hombre que pareció salir de la nada una mañana en que estaba dibujando unos árboles cerca de la cueva. El hombre estaba en cuclillas en un claro, a unos treinta metros de donde yo me encontraba. El frío me hacía temblar y asimismo me hizo enfocar mi atención en su rompevientos verde. Vestía pantalones color beige y el típico sombrero de paja de ala ancha del norte de México. No distinguía los rasgos de su cara, porque llevaba el sombrero ladeado sobre ella; parecía musculoso y flexible.

Estaba vuelto hacia un lado; lo vi cruzar los brazos sobre el pecho. Entonces me dio la espalda y, para mi total asombro, dio la vuelta a su espalda con las manos hasta que se tocaron las puntas de sus dedos. Luego se puso de pie y se fue, desapareciendo entre los arbustos.

Rápidamente dibujé su postura agachada. Luego bajé mi cuaderno de dibujar y traté de imitar lo que había hecho; sin lograr juntar los dedos en la espalda por mucho que estirara los brazos y retorciera los hombros. Seguí agachada, abrazándome. Al cabo de un momento dejé de temblar y me sentí con calor y a gusto, a pesar del frío.

– Así que ya lo has visto -comentó Clara cuando le conté del hombre.

– ¿Él es el maestro brujo?

Clara asintió con la cabeza e introdujo la mano en su bulto para pasarme un tamal que me llevaba para comer.

– Es muy flexible -indicó-. No es nada para él soltar las articulaciones de los hombros para luego regresarlas a su lugar. Si continúas tu recapitulación y ahorras energía suficiente, tal vez te enseñe su arte. La vez que lo viste simplemente te enseñó a combatir el frío mediante una postura específica: agacharse con los brazos cruzados sobre el pecho.

– ¿Es algún tipo de yoga?

Clara se encogió de hombros.

– Quizá tu camino y el de él se crucen de nuevo y él mismo responda a tu pregunta. Mientras tanto, estoy segura de que estos cristales te ayudarán a aclarar las cosas dentro de ti.

– ¿A qué te refieres con eso exactamente, Clara?

– ¿Qué aspecto de tu vida estabas recapitulando antes de dormirte? -preguntó, pasando por alto mi pregunta.

Le conté a Clara que estuve recordando cómo odiaba los quehaceres en mi casa. Parecía tardar horas en lavar los trastes. Lo peor era que veía por la ventana de la cocina cómo mis hermanos jugaban a la pelota. Les envidiaba el no tener que hacer trabajos domésticos y odiaba a mi madre por obligarme a hacerlos. Tenía ganas de romper sus valiosos platos, pero por supuesto nunca lo hice.

– ¿Cómo te sientes ahora al recapitularlo?

– Tengo ganas de darles de bofetadas a todos, incluyendo a mi mamá. No consigo perdonarla.

– Tal vez los cristales te ayuden a reencauzar tu intento y tu energía atrapada -indicó Clara en voz suave.

Guiada por un extraño impulso, deslicé los cristales entre mis dedos índice y medio. Encajaban cómodamente, como si estuvieran adheridos a mis manos.

– Veo que ya sabes cómo sostenerlos -comentó Clara-. El maestro brujo me instruyó enseñarte, en caso de que los sostuvieras correctamente por tu propia cuenta, un movimiento indispensable que puedes realizar con estos cristales.

– ¿Qué clase de movimiento, Clara?

– Un movimiento de poder -replicó-. Después te explicaré más acerca de su origen y propósito. Por ahora, sólo deja que te enseñe cómo realizarlo.

Me indicó que apretara con firmeza los cristales entre mis dedos índice y medio de cada mano. Ayudándome por la espalda, con suavidad me llevó a estirar los brazos delante de mí, a la altura de los hombros, y los hizo girar en sentido contrario al reloj. Hizo que comenzara por trazar círculos grandes que se hicieron cada vez más pequeños, hasta que el movimiento se detuvo y los cristales se convirtieron en dos puntos que señalaban la distancia; sus líneas imaginarias, extendidas, convergían en un punto del horizonte.

– Al trazar los círculos, asegúrate de mantener las palmas de la una frente a la otra -me corrigió-. Y siempre comienza con círculos grandes y continuos. De esta manera reunirás energía que luego podrás enfocar en cualquier cosa que desees afectar, ya sea un objeto, un pensamiento o un sentimiento.

– ¿Cómo afecta apuntar con los cristales? -pregunté.

– Mover los cristales y apuntarlos como te lo enseñé extrae la energía de las cosas -explicó-. El efecto es el mismo como cuando se desactiva una bomba. Eso es exactamente lo que quieres hacer en esta etapa de tu entrenamiento. Así que no gires los brazos nunca, bajo ninguna circunstancia, en la dirección del reloj al sostener los cristales.

– ¿Qué pasaría si los hiciera girar en esa dirección?

– No sólo producirías una bomba, sino que prenderías la mecha y causarías una explosión gigantesca. La dirección de las manecillas del reloj sirve para cargar las cosas, para ahorrar energía para cualquier empresa. Guardaremos ese movimiento para cuando estés más fuerte.

– Pero ¿no es eso lo que necesito ahora, Clara? ¿Ahorrar energía? Me siento tan agotada.

– Claro que necesitas ahorrar energía -accedió-, pero por ahora debes lograrlo eliminando tu tendencia a entregarte a absurdeces. Puedes ahorrar mucha energía con simplemente no hacer las cosas a las que estás acostumbrada, como quejarte, sentir lástima de ti misma o preocuparte por cosas que no tienen remedio. Quitar la mecha a estas cuestiones te infundirá una energía positiva y nutritiva que ayudará a equilibrarte y a curarte.

"Por el contrario, la energía que reunirías al mover los cristales en dirección del reloj es un tipo virulento de energía, un estallido devastador que no serías capaz de soportar en este momento. Por eso prométeme que bajo ninguna circunstancia lo intentarás.

– Lo prometo, Clara. Pero suena bastante tentador.

– El maestro brujo que te dio estos cristales está observando tu progreso -advirtió-, así que no debes darles mal uso.

– ¿Por qué este maestro brujo tiene interés en observarme? -no pude evitar un dejo de curiosidad morbosa en mi pregunta. Me sentía inquieta, pero al mismo tiempo halagada porque un hombre se tomara la molestia de observarme, aunque fuese desde lejos.

– Tiene intenciones contigo -replicó Clara indiferente.

Mi alarma fue instantánea. Apreté el puño y me levanté de un salto, indignada.

– No seas tan tonta como para sacar conclusiones equivocadas -dijo Clara, molesta-. Te aseguro que nadie quiere cogerte. De veras tienes que recapitular detalladamente tus encuentros sexuales, Taisha, para deshacerte de tus sospechas absurdas.

Su tono, desprovisto de todo sentimiento, y su elección vulgar de palabras por algún motivo me serenaron. Volví a sentarme y balbuceé una disculpa.

Clara se llevó un dedo a los labios.

– No estamos dedicados a ocupaciones ordinarias -aseveró-. Entre más pronto te lo metas a la cabeza, mejor. Al hablar de intenciones me refiero a intenciones sublimes; a maniobras para un espíritu audaz. Pese a lo que crees, eres muy audaz. Mira dónde te encuentras ahora. Todos los días te pasas horas sentada sola en una cueva, borrando tu vida por medio de la recapitulación. Eso requiere valor.

Confesé que me alarmaba mucho cada vez que recordaba cómo la había seguido y ahora vivía en su casa, como si fuese lo más natural en el mundo.

– Siempre me ha desconcertado -indicó-, pero nunca te he preguntado abiertamente qué te impulsó a seguirme de tan buena gana. Yo misma no lo hubiera hecho.

– Mis padres y hermanos siempre me decían que estoy loca -admití-. Supongo que esa debe ser la razón. Una extraña emoción está contenida dentro de mí y debido a ella siempre termino haciendo barbaridades.

– ¿Como qué, por ejemplo? -sus ojos centelleantes me instaron a confiar en ella.

Vacilé. Recordaba docenas de cosas, cada una un suceso traumático que descollaba como un hito para marcar un momento en el que mi vida tomaba un giro… siempre para el peor lado. No mencionaba estas catástrofes nunca, aunque estuviese dolorosamente consciente de ellas, y durante los pasados meses de intensa recapitulación muchas de ellas se habían tornado aún más intensas y vivas.

– A veces hago cosas tontas -indiqué, sin querer entrar en detalles.

– ¿Qué quieres decir con cosas tontas? -insistió Clara.

Después de más instancias por su parte, le di un ejemplo y le conté una experiencia que tuve no mucho tiempo antes en Japón, adonde viajé para participar en un torneo internacional de karate. Ahí, en el Budokan de Tokio, me humillé delante de decenas de miles de personas.

– ¿Decenas de miles de personas? -repitió-. ¿No exageras un poco?

– ¡Claro que no! -repliqué-. ¡El Budokan es el auditorio más grande de la ciudad y estaba llenísimo! -al recordar el incidente, me di cuenta de que estaba apretando los puños y de que el cuello se me estaba poniendo tenso. No quise continuar-. ¿No es mejor dejar el asunto por la paz? -pregunté-. Además, ya recapitulé mis experiencias con el karate.

– Es importante que hables de tu experiencia -insistió Clara-. Tal vez no te la representaste mentalmente con suficiente claridad o no la inhalaste a conciencia. Aún parece ejercer dominio sobre ti. Mírate, estás empezando a sudar de los nervios.

Para aplacarla, describí cómo mi profesor de karate dejó escapar una vez que en su opinión las mujeres éramos seres más bajos que los perros. Según él, las mujeres no cabíamos en el mundo del karate, mucho menos en los torneos. Esa vez, en el Budokan, quería que sólo sus alumnos varones subieran al podio para presentarse. Le dije que no había hecho el viaje hasta el Japón sólo para estar sentada a un lado y ver cómo competía el equipo de los varones. Me advirtió que fuese más respetuosa, pero me enfurecí a tal grado que hice algo desastroso.

– ¿Qué hiciste exactamente? -preguntó Clara.

– Me enojé tanto -dije-, que subí a la plataforma central, le arrebaté el gong al maestro de ceremonias, lo golpeé yo misma y anuncié formalmente mi nombre y el nombre de la rutina de karate que iba a demostrar.

– ¿Y recibiste un gran aplauso? -preguntó Clara con una sonrisa.

– Lo eché a perder -repliqué, al borde de las lágrimas-. A la mitad de una larga secuencia de movimientos mi mente quedó en blanco. Se me olvidó lo que seguía. Sólo veía un mar de caras mirándome con desaprobación. De algún modo conseguí terminar con el resto de la forma y bajé del escenario en estado de trauma psíquico.

"Hacerme cargo del asunto e interrumpir el programa como lo hice ya era malo, pero olvidar mi forma delante de miles de espectadores representaba el máximo insulto posible contra la Federación de Karate. Me deshonré yo misma, a mis maestros y supongo que a las mujeres en general.

– ¿Qué sucedió después? -preguntó Clara, tratando de extinguir una risita.

– Fui expulsada de la escuela, se habló de revocar mi cinta negra y no volví a practicar el karate nunca más.

Clara rompió a reír. Yo, por mi parte, estaba tan sacudida por mi vergonzosa experiencia que me puse a llorar. Además de todo, estaba doblemente avergonzada por habérsela revelado a Clara.

Clara me sacudió los hombros para llamar mi atención.

– Barre tus pensamientos con la respiración de izquierda a derecha -indicó-. Inhala ahora.

Moví la cabeza de izquierda a derecha, inhalando la energía aún atrapada irremediablemente en esa sala de exhibiciones. Al llevar la cabeza otra vez a la izquierda exhalé toda la vergüenza y la autocompasión que me habían envuelto. Moví la cabeza repetidas veces, ejecutando una barrida tras otra hasta haber liberado toda mi confusión emocional. Entonces moví la cabeza de izquierda a derecha y otra vez a la izquierda sin respirar, cortando así todos los lazos con ese momento específico de mi pasado. Cuando terminé, Clara escudriñó mi cuerpo y señaló su aprobación con una leve venia.

– Eres vulnerable porque te sientes importante -declaró al pasarme un pañuelo bordado para que me sonara la nariz-. Toda esa vergüenza fue causada por tu sentido extraviado del valor personal. Después, al estropear tu presentación, algo que era inevitable, agregaste un mayor insulto a tu orgullo ya herido.

Clara guardó silencio por un momento, dándome tiempo para reponerme.

– ¿Por qué dejaste de practicar el karate? -preguntó al fin.

– Simplemente me cansé de él y de toda la hipocresía -repliqué con brusquedad.

Meneó la cabeza.

– No. Renunciaste porque después de tu desventura ya nadie te hacía caso y nunca recibiste el reconocimiento que creías merecer.

Para ser sincera, tuve que admitir que Clara tenía razón. Creía merecer reconocimiento. Cada vez que cometí alguno de mis actos alocados e impulsivos, fue para mejorar la imagen que tenía de mí misma o para competir con alguien a fin de probar que era mejor. Un sentimiento de tristeza y abatimiento me abrazó. Sabía que, pese a mis respiraciones y recapitulaciones, no había esperanza para mí.

– Tu inventario está cambiando de manera muy natural y armoniosa -dijo Clara, dándome unos ligeros golpecito en la cabeza-. No te preocupes tanto. Sólo concéntrate en la recapitulación y todo lo demás se arreglará solo.

– Tal vez necesite ver a un terapeuta -indiqué-. Por otra parte, ¿no es la recapitulación una especie de psicoterapia?

– De ninguna manera -objetó Clara-. Las personas que idearon la recapitulación vivieron hace cientos, si no es que miles de años. Definitivamente no deberías pensar en este antiguo proceso de renovación en términos del psicoanálisis moderno.

– ¿Por qué no? -pregunté-. Debes admitir que volver a los recuerdos de la infancia y el énfasis en el acto sexual se parecen a lo que interesa a los psicoanalistas, en especial a los freudianos.

Clara se mostró inflexible. Subrayó que la recapitulación es un acto mágico en el que el intento y la respiración desempeñan papeles indispensables.

– Respirar reúne energía y la hace circular -explicó-. Luego es guiada por el intento preestablecido de la recapitulación, el cual es liberarnos de nuestros lazos biológicos y sociales.

"El intento de la recapitulación es un obsequio concedido a nosotros por los antiguos videntes que concibieron este método y lo transmitieron a sus descendientes -continuó Clara-. Cada persona que lo ejecuta debe aunarle su propio intento, pero este intento es tan sólo el deseo o la necesidad de efectuar la recapitulación. El intento de su resultado final, que es la libertad total, fue establecido por aquellos videntes de la antigüedad. Puesto que fue fijado en forma independiente de nosotros, constituye un obsequio invaluable.

Clara explicó que la recapitulación nos revela una faceta crucial de nuestro ser: el hecho de que por un instante, justo antes de clavarnos en cualquier acto, somos capaces de determinar acertadamente su resultado, nuestras posibilidades, motivos y expectativas. Este conocimiento nunca coincide con lo que consideramos conveniente o satisfactorio, de modo que lo anulamos instantáneamente.

– ¿Qué quieres decir con eso, Clara?

– Quiero decir que tú, por ejemplo, supiste por una fracción de segundo que cometerías un error fatal al brincar sobre el podio del auditorio para interrumpir el programa, pero reprimiste esta certeza de inmediato, por varias razones. También supiste, por un instante, que habías dejado de practicar el karate por sentirte ofendida al no recibir alabanzas o reconocimiento. Pero encubriste este conocimiento en el acto con otra explicación, más halagüeña para ti misma: el hartazgo con la hipocresía de los demás.

Clara indicó que ese momento del conocimiento directo fue llamado "el vidente" por las personas que primero formularon la recapitulación, porque durante ese momento podemos ver de manera directa las cosas, con los ojos despejados. Sin embargo, a pesar de la claridad y precisión de las evaluaciones del vidente, nunca le prestamos atención ni le damos al vidente la oportunidad de hacerse escuchar. Por medio de esta continua supresión sofocamos su crecimiento e impedimos que desarrolle su pleno potencial.

– Al final, el vidente en nuestro interior se llena de amargura y odio -prosiguió Clara-. Los antiguos sabios que inventaron la recapitulación creían que, puesto que no dejamos nunca de reprimir al vidente, finalmente éste nos destruye. Pero también nos aseguraron que por medio de la recapitulación podemos lograr que el vidente crezca y se desarrolle, como era su propósito.

– No entendí nunca de qué trataba la recapitulación realmente -indiqué.

– El propósito de la recapitulación es otorgar al vidente la libertad de ver -me recordó Clara-. Al darle espacio podemos convertir al vidente deliberadamente en una fuerza misteriosa y eficaz al mismo tiempo, en una fuerza que con el tiempo nos guiará hacia la libertad, en lugar de matarnos.

"Esta es la razón por la que siempre insisto en que me digas qué es lo que averiguas por medio de tu recapitulación -indicó Clara-. Debes sacar al vidente a la superficie y darle la oportunidad de hablar y comunicar lo que ve.

No tuve problemas para comprender o concordar con ella. Sabía perfectamente que algo en mi interior siempre sabe cuál es la verdad. También estaba consciente de suprimir su capacidad de aconsejarme, porque sus indicaciones por lo común son contrarias a lo que espero o quisiera escuchar.

Revelé a Clara el súbito descubrimiento de que la única ocasión en que invocaba la dirección del vidente era al mirar el horizonte del Sur y pedir su ayuda en forma deliberada, aunque nunca pude explicar por qué lo hacía.

– Algún día se te explicará todo eso -prometió. Sin embargo, por su forma de sonreír deduje que no quería hablar más al respecto.

Clara sugirió que regresara a la cueva por unas cuantas horas más, para luego ir a la casa y echarme una siesta antes de cenar.

– Enviaré a Manfredo para que te recoja -ofreció.

Rechacé la idea. De ninguna manera hubiera podido regresar a la cueva ese día. Estaba demasiado exhausta. Revelar a Clara mis momentos avergonzantes y la necesidad de defenderme de sus ataques personales me había dejado emocionalmente vacía. Por un instante, me llamó la atención la luz que se reflejaba en uno de los cristales. Enfocar mi atención en los cristales me calmó. Le pregunté a Clara si conocía el motivo por el cual el maestro brujo me dio los cristales. Replicó que no me los había dado, en realidad, sino que él los había recuperado por mí.

– Los encontró en una cueva en las montañas. Alguien debió dejarlos ahí hace una eternidad -contestó bruscamente.

Su tono impaciente me hizo pensar que tampoco deseaba hablar acerca del maestro brujo, así que pregunté:

– ¿Qué más sabes sobre estos cristales?

Alcé uno hacia la luz del sol para observar su traslucidez.

– El uso de cristales era del dominio de los brujos del México antiguo -explicó Clara-. Son armas utilizadas para destruir al enemigo.

Escuchar eso me dio tal sacudida que casi dejé caer uno de los cristales. Traté de dárselos a Clara, porque ya no quería tener nada que ver con ellos, pero Clara se negó a tomarlos.

– Una vez que sostienes en tus manos unos cristales como éstos, no puedes pasarlos a otra persona -me reprendió-. No está bien; de hecho, es peligroso. Estos cristales deben tratarse con un cuidado infinito. Son un regalo de poder.

– Lo siento -dije-. No quise faltar al respeto. Sólo me asusté cuando dijiste que los usaban como armas.

– Antes fue así, pero ya no -aclaró-. Hemos perdido el conocimiento de cómo convertirlos en armas.

– ¿Existió tal conocimiento en el México antiguo?

– ¡Por supuesto que sí! Forma parte de nuestra tradición -declaró-. Al igual que en China, donde hubo creencias antiguas tan descabelladas que se transformaron en leyendas, aquí en México también tenemos nuestras creencias y leyendas.

– Pero ¿por qué nadie sabe mucho acerca de lo que pasaba en el México antiguo, mientras que todo el mundo está enterado de las creencias y las prácticas de la antigua China?

– Aquí en México hubo dos culturas que chocaron de frente: la española y la indígena -explicó Clara-. Sabemos todo acerca de la antigua España pero no sobre el México de la antigüedad, por el simple hecho de que los españoles fueron los vencedores y trataron de borrar las tradiciones indígenas. Pero pese a sus esfuerzos sistemáticos e incansables, no lo lograron del todo.

– ¿Cuáles fueron las prácticas asociadas con los cristales? -pregunté.

– Se cree que los brujos de la antigüedad sostenían la imagen mental de su enemigo, en un estado de concentración intensa y precisa, estado único que es casi imposible de lograr y definitivamente imposible de describir. En tal condición de conciencia mental y física, manipulaban la imagen hasta encontrar su centro de energía.

– ¿Qué hacían los brujos con la imagen de su enemigo? -pregunté, impulsada por una curiosidad morbosa.

– Solían buscar una abertura, normalmente situada en el área del corazón, como un diminuto vórtice en torno al cual circula la energía. En cuanto lo encontraban lo apuntaban con sus cristales, como dardos.

Al oír cómo se apuntaba con los cristales la imagen del enemigo, me puse a temblar. Pese a mi desazón me sentí impulsada a preguntarle a Clara qué pasaba con la persona cuya imagen era manipulada por los brujos.

– Quizá se le marchitaba el cuerpo -replicó-. O tal vez la persona sufría un accidente. Existe la creencia de que los propios brujos no sabían exactamente qué pasaría, pero si su intento y poder eran lo bastante fuertes tenían asegurada la destrucción del enemigo.

Más que nunca sentí el deseo de soltar los cristales, pero a la luz de lo dicho por Clara no me atreví a profanarlos. Me pregunté qué razón podía haber para que alguien me los quisiera dar.

– Las armas mágicas tuvieron una importancia tremenda en cierto momento -continuó Clara-. Las armas como los cristales se volvieron una extensión del cuerpo del brujo. Eran armas llenas de una energía que podía encauzarse y proyectarse hacia afuera, a través del tiempo y del espacio.

Clara indicó que el arma máxima, sin embargo, no era un dardo de cristal, una espada o siquiera un rifle, sino el cuerpo humano. Es posible convertirlo en un instrumento capaz de reunir, guardar y dirigir la energía.

– Podemos considerar el cuerpo como un organismo biológico o como una fuente de poder -explicó Clara-. Todo depende del estado en que se encuentra el inventario en nuestro almacén; el cuerpo puede ser duro y rígido o manejable y flexible. Si nuestro almacén está vacío, el cuerpo también lo está y la energía del infinito puede fluir a través de él.

Clara reiteró que a fin de vaciarnos debemos hundirnos en un estado de profunda recapitulación y dejar que la energía fluya sin trabas a través de nosotros. Sólo en un estado de quietud, subrayó, podemos dar rienda suelta al vidente dentro de nosotros y puede la energía impersonal del universo transformarse en la fuerza muy personal del intento.

– Al vaciarnos lo suficiente de nuestro anticuado y estorboso inventario -continuó-, la energía viene a nosotros y se reúne en forma natural; al aglutinarse lo suficiente, se convierte en poder. Cualquier cosa puede anunciar esa conversión: un ruido fuerte, una voz baja, un pensamiento que no es de uno, una inesperada ola de vigor y bienestar.

Clara puso énfasis en el hecho de que, a fin de cuentas, no importaba que el poder descendiese sobre nosotros en un estado despierto o en los sueños; resultaba igualmente válido en ambos casos, aunque este último es menos definido pero más potente.

– Lo que experimentamos estando despiertos, en términos de poder, debe ponerse en práctica en los sueños -continuó- y el poder que experimentamos en los sueños debe usarse al estar despiertos. Lo que cuenta realmente es estar consciente, sin importar que se esté despierto o dormido -lo repitió, mirándome fijamente-. Lo que cuenta es estar consciente.

Clara guardó silencio por un momento, antes de comunicarme algo que me pareció completamente irracional.

– Estar consciente del tiempo, por ejemplo, puede alargar la vida de un hombre por varios cientos de años -dijo.

– Eso es absurdo -objeté-. ¿Cómo es posible que alguien viva por tanto tiempo?

– Estar consciente del tiempo es un estado especial de la conciencia que nos impide envejecer rápidamente y morir en pocas décadas -explicó Clara-. Existe la creencia, trasmitida por los antiguos brujos, de que, si fuéramos capaces de usar los cuerpos como armas o, para decirlo en términos modernos, si vaciáramos nuestros almacenes, podríamos deslizarnos fuera del mundo para andar en otros mundos.

– ¿A dónde iríamos? -pregunté.

Clara me miró, sorprendida, como si yo debiera conocer la respuesta.

– Al reino del no ser, al mundo de las sombras -replicó-. Se cree que, una vez vacío nuestro almacén, nos tornaríamos tan ligeros que podríamos volar por el vacío sin que nada entorpeciera nuestro paso. Entonces podríamos regresar a este mundo jóvenes y renovados.

Cambié de posición sobre la piedra incómoda que me estaba adormeciendo el coxis.

– Por el momento sólo es una creencia, ¿verdad, Clara? -pregunté-. Una leyenda trasmitida desde la antigüedad.

– Por el momento sólo es una creencia -reconoció-. Pero es sabido que los momentos, como todas las cosas, pueden cambiar. Hoy en día, el hombre más que nunca necesita renovarse y experimentar el vacío y la libertad.

Me pregunté cómo se sentiría ser tan vaporosa como una nube y flotar por el aire sin nada que obstruyera mis ires y venires, luego mi mente pisó el suelo otra vez y me sentí obligada a afirmar:

– Toda esta conversación acerca de estar consciente del tiempo y pasar al mundo de las sombras, Clara, me resulta imposible de aceptar o de entender. No forma parte de mi tradición o bien, como tú dirías, no forma parte del inventario en mi almacén.

– Sí, así es -asintió Clara-. ¡Esto es brujería!

– ¿Quieres decir que la brujería aún existe y se practica en la actualidad? -pregunté.

De súbito Clara se puso de pie y agarró su bulto.

– No me preguntes más al respecto -pidió, categórica-. Más luego averiguarás todo lo que quieras saber, pero alguien con mayor capacidad que yo para explicar estas cosas te lo dirá.

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