Introducción de Carlos Castaneda

Taisha Abelar es una de las tres mujeres que recibieron enseñanzas y fueron entrenadas en una forma muy deliberada por unos brujos en México, bajo la dirección de don Juan Matus.

He escrito de manera extensa acerca de mi propia preparación con él, pero nunca sobre el grupo específico al que pertenece Taisha Abelar. Existía el acuerdo tácito entre todos los que nos encontrábamos bajo la tutela de don Juan que yo no escribiría nada acerca de ellos.

He observado dicho acuerdo por más de veinte años. Es más, aunque todos nosotros hemos trabajado y vivido en estrecha proximidad, nunca hemos discutido nuestras experiencias personales. De hecho, nunca hubo siquiera la oportunidad de intercambiar puntos de vista acerca de lo que don Juan o los brujos de su grupo nos hicieron a cada uno de nosotros.

Dicha condición no estaba ligada a la presencia de don Juan. Después de que él y su grupo partieron de este mundo, seguimos adhiriéndonos a ella, puesto que no deseábamos gastar nuestra energía en revisar los acuerdos establecidos con anterioridad. Todo el tiempo y la energía a nuestra disposición han sido empleados en ratificar por nuestra propia cuenta todo lo que don Juan nos enseñó en forma tan empeñosa.

Don Juan nos enseñó que la brujería es un esfuerzo pragmático por medio del cual cualquiera es capaz de percibir energía de manera directa. A fin de percibirla de esta manera, sostenía que debíamos liberarnos de nuestra forma normal de percibir. Liberarnos así y percibir energía de manera directa fue una tarea que requirió todos nuestros esfuerzos.

Un concepto de la brujería es que los parámetros de nuestra percepción normal nos han sido impuestos como parte del proceso de adaptación social, no en forma por completo arbitraria pero con todo prescritos de manera forzosa. Uno de los aspectos de dichos parámetros obligatorios es el sistema de interpretación que convierte los datos sensoriales en unidades significativas, las cuales convierten al orden social en una estructura de interpretación.

Nuestro funcionamiento ordinario dentro del orden social requiere una adhesión ciega y fiel a todos sus preceptos, ninguno de los cuales da cabida a la posibilidad de percibir energía de manera directa. Don Juan afirmaba, por ejemplo, que es posible percibir a los seres humanos como campos energéticos en forma de enormes, blanquecinos huevos luminosos.

A fin de lograr la hazaña de aumentar nuestra capacidad de percepción requerimos energía interna. Por lo tanto, el problema de proveerse de energía interna necesaria para cumplir con tal tarea se torna la principal preocupación de los estudiosos de la brujería.

Ciertas circunstancias pertinentes a nuestra condición del momento han permitido a Taisha Abelar escribir acerca de su preparación, que fue igual a la mía y no obstante del todo distinta. Tardó mucho tiempo en esta tarea, porque primero debió adquirir los medios brindados por la brujería para escribir. El propio don Juan Matus me encargó la tarea de escribir acerca de su conocimiento. Y fue él quien estableció el ánimo apropiado para esa tarea al advertir: "No escribas como escritor sino como brujo." Se refería a que lo hiciera en un estado de conciencia acrecentada que los brujos llaman ensueño. Taisha Abelar tardó muchos años en perfeccionar su ensueño al grado de convertirlo en el medio que los brujos usan para escribir.

En el mundo de don Juan los brujos, de acuerdo con su temperamento básico, se dividen en dos bandos complementarios: los ensoñadores y los acechadores. Los ensoñadores son los brujos que poseen una facilidad intrínseca para penetrar en estados de conciencia acrecentada mediante el control de sus sueños normales. El entrenamiento desarrolla dicha facilidad hasta convertirla en un arte: el arte de ensoñar. Los acechadores, por su parte, son los brujos que poseen la facilidad nata de tratar con hechos; son capaces de entrar en estados de conciencia acrecentada mediante el manejo y control de su propio comportamiento. El entrenamiento como brujo transforma esta capacidad natural en el arte del acecho.

Si bien todos los miembros del grupo de brujos encabezado por don Juan tenían un conocimiento global de ambas artes, eran asignados a un bando o al otro. Taisha Abelar fue adscrita a los acechadores e instruida por ellos. Su libro porta el sello de su estupenda preparación como acechadora.


Prefacio


He dedicado mi vida a la práctica de una rigurosa disciplina que llamamos "brujería", por falta de un nombre más apropiado. También soy antropóloga, campo de estudios en el que ostento el doctorado. He puesto mis dos áreas de conocimiento en este orden particular porque primero me involucré con la brujería. Normalmente uno llega a ser antropólogo y luego realiza trabajos de campo sobre algún aspecto cultural, las prácticas de brujería, por ejemplo. En mi caso sucedió al revés: como estudiosa de la brujería fui a estudiar antropología.

A fines de los sesenta vivía en Tucson, Arizona, donde conocí a una mexicana llamada Clara Grau que me invitó a su casa en el estado mexicano de Sonora. Ahí hizo lo posible por introducirme en su mundo, porque Clara Grau era bruja y formaba parte de un grupo de dieciséis brujos. Algunos eran yaquis; otros, mexicanos de diversos orígenes y antecedentes, edades y sexos. La mayoría eran mujeres. Con firmeza, todos ellos perseguían el mismo objetivo: romper las disposiciones y los prejuicios perceptivos que nos aprisionan dentro de los límites del mundo cotidiano normal, impidiéndonos el paso a otros mundos perceptibles.

Para los brujos, romper con dichas disposiciones perceptivas significa atravesar una barrera y saltar hacia lo inimaginable. Llaman a este salto "donde cruzan los brujos". A veces se refieren a ello como "el vuelo abstracto", porque entraña volar del lado de lo concreto y físico al lado de la percepción acrecentada y las formas abstractas e impersonales.

Dichos brujos tenían interés en ayudarme a lograr el vuelo abstracto, a fin de que pudiera unirme a ellos en sus afanes fundamentales; y por ello, la instrucción académica se volvió parte esencial de mi preparación para llegar a donde cruzan los brujos. El líder del grupo de brujos del que yo formo parte -el nagual, según se le llama- es una persona con un gran interés en la erudición académica formal. Por consiguiente, todas las personas a su cargo deben desarrollar y ejercitar el pensamiento abstracto y lúcido que sólo se adquiere en una universidad moderna.

Como mujer, la obligación de satisfacer este requisito fue aún mayor. Desde la temprana infancia se suele condicionar a las mujeres en general para depender de los varones de nuestra sociedad en la formación de conceptos y la iniciación de cambios. Los brujos que me instruyeron sostenían opiniones muy firmes a este respecto. Según ellos, es indispensable que las mujeres desarrollen su intelecto e incrementen su capacidad para el análisis y la abstracción, a fin de comprender mejor el mundo que las rodea.

Además, la preparación del intelecto constituye una auténtica estratagema de brujo. Al mantener la mente ocupada en forma deliberada con el análisis y el raciocinio, los brujos se encuentran libres para explorar sin trabas otras áreas de la percepción. Dicho de otra manera, mientras nuestro lado racional se entretiene con el formalismo de los estudios académicos, el lado no racional, llamado "el doble" o "el cuerpo energético" por los brujos, se mantiene ocupado con las tareas de la brujería. En tal forma, resulta menos probable que la mente suspicaz y analítica interfiera o incluso se dé cuenta de lo que sucede en el nivel no racional.

La contraparte de mi preparación académica fue el incremento de mi conciencia y percepción: juntos, estos dos esfuerzos nos llevan al total desarrollo de nuestro ser. Transformados en una sola unidad, me sacaron de la actitud de dar por sentada la vida para la que fui criada y para la cual fui educada como mujer; y me condujeron a una nueva área de posibilidades perceptivas muchísimo más amplias de las que me tenía reservadas el mundo normal.

No pretendo afirmar que mi compromiso con el mundo de la brujería haya bastado, por sí solo, para asegurar mi éxito en este sentido. La atracción del mundo diario es tan fuerte y constante que todos los brujos, pese a la más asidua disciplina, una y otra vez se hallan sumidos en lo más vil del terror, la estupidez y la preocupación por sí mismos, como si su disciplina no sirviese para nada. Mis maestros me advirtieron que yo no era la excepción y que sólo una lucha implacable librada de minuto a minuto consigue contrarrestar la estupidizante, pero natural insistencia a resistir cualquier cambio.

Tras examinar cuidadosamente mis objetivos finales he llegado -junto con mis compañeros- a la conclusión de que he de describir mi preparación, a fin de recalcar para quienes van en pos de lo desconocido la importancia de desarrollar la capacidad de percibir más de lo que nos es posible con la percepción normal. Tal aumento de la percepción debe constituir una nueva forma, mesurada y pragmática, de percibir. De ningún modo puede constituir, simplemente, la continuación de la percepción del mundo cotidiano.

Los sucesos narrados por mí en este texto tratan sobre las etapas iniciales del entrenamiento de un brujo acechador. Esta fase entraña depurar las maneras habituales de pensar, actuar y sentir por medio de una empresa tradicional de la brujería llamada la "recapitulación", que todos los neófitos deben llevar a cabo. Como complemento de la recapitulación se me enseñó una serie de prácticas llamadas "pases brujos", combinación de movimiento y respiración. A fin de dar a dichas prácticas la coherencia adecuada, mi instrucción incluyó las explicaciones de las premisas filosóficas correspondientes.

El objetivo de todo lo que aprendí fue redistribuir y aumentar mi energía normal con el fin de realizar con ella la percepción fuera de lo ordinario que es parte del entrenamiento en la brujería. Este entrenamiento se basa en la idea de que, una vez roto, por medio de la recapitulación, el patrón compulsivo de los hábitos, pensamientos, expectativas y sentimientos, uno se encuentra, de manera indisputable, en situación de acumular energía suficiente para vivir de acuerdo con las premisas brindadas por la tradición de la brujería, así como para probar dichas premisas mediante la percepción directa de una realidad diferente.

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