11

Estaba oscureciendo y cada vez me preocupaba más terminar mi tarea. Clara me había pedido rastrillar las hojas en el claro detrás de la casa y que subiera unas piedras del arroyo, para bordear por ambos lados el camino que conducía del huerto a la parte de atrás del patio. Había rastrillado las hojas y estaba colocando apresuradamente las piedras del río a lo largo del camino, cuando Clara salió de la casa para ver cómo iba.

– Estás poniendo las piedras como caigan -indicó, mirando el camino-. Y todavía no rastrillas las hojas. ¿Qué has estado haciendo toda la tarde? ¿Soñando despierta otra vez?

Consternada, vi que una inoportuna ráfaga de viento había esparcido los ordenados montones de hojas antes de que tuviese oportunidad de meterlas en un canasto.

– Creo que el camino se ve bastante bien -repliqué, a la defensiva-. En cuanto a las hojas, bueno, ¿tengo yo la culpa de que el viento las haya revuelto otra vez?

– Cuando se aspira a la forma perfecta, "bastante bien" no es suficiente -me interrumpió Clara-. Ya debes saber que la forma exterior de todo lo que hacemos es en realidad una expresión de nuestro estado interior.

Le dije que no entendía cómo acomodar unas piedras pesadas pudiese ser más que trabajo duro.

– Eso crees porque todo lo haces sólo para salir del paso -contestó. Caminó hasta la hilera de piedras que había acomodado y meneó la cabeza-. Estas piedras se ven como si las hubieras dejado caer sin pensar en su colocación adecuada.

– Está oscureciendo y se me iba a acabar el tiempo -expliqué. No estaba de humor para una larga conversación sobre cuestiones de estética o composición. Además, por mis clases de arte creía saber más que Clara sobre el tema de la composición.

– Colocar piedras es igual a la práctica del kung fu -indicó Clara-. Lo que importa no es qué tanto hacemos, ni qué veloces somos sino cómo hacemos las cosas.

Sacudí las muñecas para relajar mis dedos acalambrados.

– ¿Quieres decir que cargar piedras forma parte del entrenamiento en las artes marciales? -pregunté, sorprendida.

– ¿Qué crees que es el kung fu? -preguntó a su vez.

Sospeché que se trataba de una pregunta engañosa, así que deliberé por un momento para encontrar la respuesta correcta.

– Es un conjunto de técnicas de combate pertenecientes a las artes marciales -respondí con confianza.

Clara meneó la cabeza.

– Para encontrar una respuesta pragmática, no hay nadie como Taisha -comentó riéndose.

Se sentó en una de las sillas de ratán a la orilla del patio, desde donde se tenía una buena vista del camino. Me dejé caer en la silla a su lado. Cuando quedé cómodamente instalada, con los pies apoyados en el borde de una gigantesca maceta de barro, Clara se puso a explicar que el término "kung fu" deriva de la yuxtaposición de dos ideogramas chinos, de los cuales uno significa "trabajo hecho durante un periodo de tiempo"; y el otro, "hombre". El término resultante de la combinación de los dos ideogramas se refiere al empeño del hombre por perfeccionarse mediante un esfuerzo constante. Sostuvo que siempre estamos expresando nuestro estado interior a través de nuestras acciones, ya sea que practiquemos ejercicios formales, acomodemos piedras o rastrillemos hojas.

– Por lo tanto, perfeccionar nuestros actos equivale a perfeccionarnos nosotros mismos -explicó Clara-. Ese es el verdadero significado del kung fu.

– Como sea, sigo sin entender la conexión entre el trabajo del jardín y la práctica del kung fu -objeté.

– Entonces déjame explicártelo con más detalle -replicó Clara en un exagerado tono de paciencia-. Te pedí que trajeras las piedras desde el arroyo para que, al subir el sendero empinado con el peso adicional, desarrollaras tu fuerza interior. No nos interesa simplemente fortalecer los músculos, sino más bien cultivar la energía interior. Además, todos los pases de respiración que te he enseñado hasta ahora, y que deberías estar practicando diariamente, están diseñados para acrecentar tu fuerza interior.

Me hizo sentir culpable. Su forma de mirarme al decir que debía estar practicando los ejercicios de respiración todos los días dejó traslucir que estaba consciente de que no los efectuaba religiosamente.

– Lo que has aprendido aquí conmigo podría calificarse de kung fu interior, o nei kung, en China -continuó Clara-. El kung fu interior utiliza la respiración controlada y la circulación de energía para fortalecer el cuerpo e incrementar la salud, mientras que las artes marciales exteriores, como las formas de karate que aprendiste de tus maestros japoneses y algunas de las formas que te enseñé, apuntan a desarrollar los músculos y la rapidez del cuerpo para reaccionar, liberando la energía y dirigiéndola hacia afuera de nosotros.

Según indicó Clara, el kung fu interior era practicado por los monjes en China mucho tiempo antes de que elaborasen los estilos exteriores o duros de combate que popularmente se conocen como kung fu hoy en día.

– Pero comprende lo siguiente -prosiguió Clara-. Ya sea que estés aprendiendo artes marciales o la disciplina que te he enseñado, el objetivo de tu entrenamiento es perfeccionar tu ser interior para que pueda trascender su forma exterior, a fin de realizar el vuelo abstracto.

El abatimiento descendió sobre mí como una nube sombría.

Sentí que una conocida sensación de fracaso se apoderaba de mí. Aunque en efecto realizara los pases de respiración recomendados por Clara, estaba segura de no lograr nunca lo que quería, sea esto lo que fuese. Ni siquiera podía decir lo que significaba el gran cruce, ni mucho menos concebirlo como una posibilidad pragmática.

– Has tenido mucha paciencia durante todos estos meses -indicó Clara dándome unas palmaditas en la espalda, como si percibiera mi necesidad de aliento-. No me has importunado acerca de mis constantes insinuaciones de que te estoy enseñando brujería como una disciplina formal.

Era la oportunidad perfecta para preguntar algo que me preocupaba desde la primera vez que usó la palabra.

– ¿Por qué llamas brujería a esta disciplina formal? -pregunté.

Clara me escudriñó. La expresión de su cara era de total seriedad.

– Es difícil decirlo. No me gusta hablar de la brujería porque temo que la voy a describir equivocadamente y que eso te va a ahuyentar -replicó-. Pero creo que ha llegado el momento de hablar de ello. Primero déjame contarte algo más acerca de la gente del antiguo México.

Clara se inclinó hacia mí y, con voz baja, afirmó que la gente del México prehispánico era muy semejante, en muchos aspectos, a los chinos de la antigüedad. Compartían una visión similar del mundo, quizá porque posiblemente tuvieron el mismo origen. Sin embargo, los indígenas del México antiguo poseían una ligera ventaja, según indicó, porque el mundo en que vivían se encontraba en transición. Este hecho los hizo en extremo eclécticos y curiosos acerca de todas las facetas de la existencia. Querían comprender el universo, la vida, la muerte y el alcance de las posibilidades humanas en lo referente a la conciencia y la percepción. Su poderoso afán de conocimiento los llevó a desarrollar prácticas que les permitieron alcanzar niveles inconcebibles de conciencia. Hicieron descripciones detalladas de estas prácticas y detallaron los reinos descubiertos por medio de ellas. Esta tradición fue trasmitida de generación en generación, siempre velada por el secreto.

Casi sin aliento, por la emoción o quizá la admiración, Clara concluyó sus comentarios acerca de los antiguos indígenas con la afirmación de que, en efecto, eran brujos. Me miró con los ojos muy abiertos; en el crepúsculo, sus pupilas se veían enormes. Me confió que su principal maestro, un indígena mexicano, conocía perfectamente esas prácticas antiguas y se las había enseñado a ella.

– ¿Me estás enseñando esas prácticas, Clara? -pregunté, con la misma emoción que ella-. Dijiste que los antiguos brujos usaban los cristales como armas, que con su intento impregnaron de poder a los pases de brujería y que la recapitulación también fue creada en la antigüedad. ¿Significa eso que estoy aprendiendo brujería?

– En cierta forma, así es -replicó Clara-. Pero por el momento es mejor no fijarse en el hecho de que estas prácticas son brujería.

– ¿Por qué no?

– Porque nos interesa algo que está más allá de los rituales y conjuros esotérico y aberrantes de la antigüedad. Verás, creemos que sus extrañas prácticas y su búsqueda obsesiva del poder sólo dieron como resultado un mayor realce del yo. Esto constituye un callejón sin salida, porque no conduce nunca a la libertad total, que es lo que nosotros buscamos. El peligro radica en que la disposición de esos brujos fácilmente influye en uno.

– No influiría en mí -le aseguré.

– Realmente no puedo decirte más por el momento -indicó, exasperada-. Pero averiguarás más conforme avances.

Me sentí traicionada y protesté con vehemencia. La acusé de jugar deliberadamente con mi mente y sentimientos, al tentarme con trocitos de información que despertaban mi curiosidad y con la promesa de que todo sería esclarecido en un momento incierto del futuro.

Clara pasó mis protestas por alto completamente. Era como si yo no hubiese dicho una sola palabra. Se puso de pie, caminó hasta el montón de piedras y levantó una de ellas como si fuera de unicel. Después de meditar por un momento qué lado debía quedar hacia arriba, colocó la piedra en el borde del camino. Luego acomodó otras dos piedras, del tamaño de unos balones de fútbol americano, a ambos lados de la primera. Una vez satisfecha con su colocación, dio unos pasos hacia atrás para estudiar el efecto. Debí admitir que el camino, las piedras grises colocadas por ella y las dentadas hojas verdes de las plantas formaban una composición sumamente armoniosa.

– Lo que importa es la gracia con la que manejes las cosas -me recordó Clara al recoger otra piedra-. Tu estado interior es reflejado por tu forma de moverte, hablar, comer o colocar piedras. No importa qué hagas, mientras reúnas energía con tus acciones y la transformes en poder.

Por un rato, Clara miró la vereda, como si estuviera meditando dónde poner la piedra que tenía en las manos. Al encontrar un sitio adecuado, la depositó con cuidado y le dio una palmadita afectuosa.

– Como artista, deberías saber que hay que colocar las piedras donde estén en equilibrio -dijo-, no donde resulte más fácil para ti dejarlas caer. Por supuesto, si estuvieras imbuida de poder podrías dejarlas caer como fuese y el resultado sería la belleza misma. Comprender esto es el verdadero propósito del ejercicio de colocar las piedras.

Por el tono de su voz y la disposición fea y errática de mis piedras, comprendí que de nuevo había fracasado en mi tarea. Sentí un desaliento extremo.

– Clara, no soy artista -confesé-. Sólo una estudiante de arte. De hecho, una ex estudiante. Dejé la escuela hace un año. Me gusta dármelas de artista, pero hasta ahí llego. La verdad es que soy una nulidad.

– Todos somos nulidades -me recordó Clara.

– Ya lo sé. Pero tú eres una nulidad misteriosa y poderosa, mientras que yo soy una nulidad mezquina, estúpida e insignificante. Ni siquiera sé colocar unas tontas piedras. No hay…

Clara me tapó la boca con la mano.

– No digas ni una palabra más -advirtió-. Te lo diré otra vez: cuídate de lo que digas en voz alta en esta casa. ¡Sobre todo a la hora del crepúsculo!

Casi había oscurecido por completo. Todo se encontraba en quietud absoluta, produciendo una atmósfera casi espectral. Los pájaros guardaban silencio. Todo se había sosegado; incluso el viento, tan molesto un poco antes, cuando traté de rastrillar las hojas, se había apaciguado.

– Es la hora sin sombras -susurró Clara-. Sentémonos debajo de este árbol en la oscuridad, para averiguar si eres capaz de convocar el mundo de las sombras.

– Espera un momento, Clara -dije con un fuerte susurro, que rayaba en un grito-. ¿Qué me vas a hacer? -Olas de nerviosismo me acalambraban el estómago; a pesar del frío, la frente se me cubrió de sudor.

Entonces Clara me preguntó con toda franqueza si había practicado las respiraciones y los pases brujos que me enseñó. Deseaba, más que ninguna otra cosa, decirle que sí los había practicado, pero hubiera sido una mentira. En realidad los había practicado mínimamente, sólo para no olvidarlos, porque la recapitulación agotaba toda mi energía y no me dejaba tiempo para nada más. Por la noche estaba demasiado cansada para hacer nada y sólo me acostaba.

– No lo has hecho con regularidad o no te encontrarías en este triste estado ahora -indicó Clara, acercándose a mí-. Estás temblando como una hoja. Hay un secreto relacionado con la respiración y los pases que te he enseñado, el cual los hace inestimables.

– ¿Cuál es? -tartamudee.

Clara me dio un golpecito en la cabeza.

– Deben practicarse todos los días o son inútiles. No se te ocurriría dejar de comer o de beber agua, ¿verdad? Los ejercicios que te he enseñado son aún más importantes que el alimento y el agua.

Se había dado a entender claramente. Juré en silencio que los realizaría todas las noches antes de acostarme y otra vez al despertar por la mañana, antes de salir para la cueva.

– El cuerpo humano cuenta con un sistema adicional de energía que entra en juego en situaciones de intenso esfuerzo -explicó Clara-. Y esa situación se produce cada vez que hacemos algo en exceso. Como preocuparnos demasiado por nosotros mismos y nuestro desempeño, como tú lo estás haciendo ahora. Por eso uno de los preceptos fundamentales del arte de la libertad es evitar los excesos.

Afirmó que los movimientos que me estaba enseñando, ya sea que los quisiera llamar respiraciones o pases brujos, eran importantes porque operan directamente sobre el sistema de reserva. La razón por la cual se les puede calificar de pases indispensables es porque permiten el paso de mayor energía adicional a nuestro sistema de reserva. De esta manera, cuando debemos entrar en acción, en lugar de que el esfuerzo nos agote nos tornamos más fuertes y disponemos de energía sobrante para tareas extraordinarias.

– Ahora, antes de que convoquemos el mundo de las sombras, te enseñaré otros dos pases brujos indispensables, que combinan la respiración y los movimientos -prosiguió-. Realízalos todos los días y, además de no cansarte ni enfermarte, dispondrás de mucha energía sobrante para enfocar tu intento.

– ¿Para enfocar qué?

– Tu intento -repitió Clara-. Para dirigir tu intento al resultado de todo lo que hagas. ¿Te acuerdas?

Me sujetó de los hombros y me volteó hasta quedar cara al norte.

– Este movimiento es particularmente importante para ti, Taisha, porque tus pulmones están débiles de tanto llorar -indicó-. Toda una vida de sentir lástima de ti misma definitivamente ha hecho estragos en tus pulmones.

Su declaración me sacudió y me hizo poner atención. La observé doblar las rodillas y los tobillos y adoptar la postura llamada "caballo erguido" en las artes marciales, la cual imita la posición sentada de un jinete montado a caballo, con las piernas ligeramente curvas separadas a la distancia de los hombros. El dedo índice de su mano izquierda señalaba hacia abajo, mientras que sus demás dedos estaban encogidos en la segunda articulación. Al comenzar a inhalar, volteó la cabeza lo más posible hacia la derecha, suavemente pero con fuerza, e hizo girar el brazo izquierdo por encima de la cabeza, dibujando un círculo completo hacia atrás hasta quedar con la base de la palma izquierda apoyada en el coxis. Simultáneamente llevó el brazo derecho hacia atrás, en la cintura, y colocó el puño derecho sobre el dorso de su mano izquierda, apretándolo contra la muñeca izquierda.

Con el puño derecho fue empujando el brazo izquierdo hacia arriba por su columna vertebral, con el codo izquierdo apuntado hacia afuera, y terminó la inhalación. Contuvo el aliento, contando hasta siete. Luego soltó la tensión del brazo izquierdo, lo bajó otra vez al coxis y lo hizo girar desde el hombro directamente hacia arriba hasta el frente, terminando con la base de la palma izquierda descansando en el pubis. Al mismo tiempo llevó el brazo derecho al frente por la cintura, colocó el puño derecho sobre el dorso de la mano izquierda y empujó el brazo izquierdo hacia arriba por el abdomen, al terminar de exhalar.

– Realiza este movimiento una vez con el brazo izquierdo y luego con el derecho -indicó-. Así establecerás el equilibrio entre tus dos lados.

A manera de demostración, repitió los mismos movimientos con los brazos opuestos, volteando la cabeza a la izquierda.

– Ahora te toca a ti, Taisha -dijo, haciéndose a un lado, dándome espacio para girar el brazo hacia atrás.

Imité sus movimientos. Al mover el brazo izquierdo hacia atrás, percibí una tensión dolorosa en la parte interna del brazo estirado, que lo recorría todo, desde el dedo hasta la axila.

– No te pongas tiesa y deja que la energía de la respiración fluya por tu brazo y salga por la punta de tu dedo índice -señaló Clara-. Manténlo estirado y los demás dedos curvos. De esta manera, soltarás cualquier bloqueo de energía que haya en los conductos de tu brazo.

El dolor se tornó más agudo aún cuando empujé el brazo doblado hacia arriba en la espalda. Clara observó mi gesto de dolor.

– No empujes con demasiada fuerza -advirtió- o se te van a irritar los tendones. Y encorva los hombros un poco más al empujar.

Después de realizar el movimiento con el brazo derecho, sentí que me ardían los músculos en los muslos, por tener las rodillas y los tobillos doblados. Aunque adoptaba la misma posición todos los días en las prácticas de kung fu, las piernas me parecían vibrar, como si las atravesase una corriente eléctrica. Clara sugirió que me irguiera y sacudiera las piernas varias veces para liberar la tensión.

Clara recalcó que, en ese pase brujo, girar y empujar los brazos hacia arriba, aunados a la respiración, dirige energía a los órganos del pecho y los vigoriza. Da un masaje a centros profundos y recónditos que rara vez se activan. Voltear la cabeza da masaje a las glándulas del cuello y asimismo abre conductos de energía a la parte de atrás de la cabeza. Explicó que dichos centros, al ser despertados y alimentados por la energía de la respiración, son capaces de descifrar misterios más allá de todo lo imaginable.

– Para el siguiente pase brujo -indicó Clara-, ponte con los pies juntos y mira directamente al frente, como si te hallaras delante de una puerta que estás a punto de abrir.

Me dijo que subiera las manos al nivel de los ojos y enroscara los dedos, como si los estuviese metiendo en los tiradores hundidos de unas puertas corredizas que se abrían a la mitad.

– Lo que abrirás es una grieta en las líneas de energía del mundo -explicó-. Imagínate estas líneas como unos rígidos cordones verticales formando una pantalla delante de ti. Ahora sujeta un puñado de fibras y sepáralas con toda tu fuerza. Sepáralas hasta que la abertura sea lo bastante grande para pasar a través de ella.

Me indicó que, una vez abierto el agujero, debía dar un paso al frente con la pierna izquierda y luego hacer un giro rápido de ciento ochenta grados, con el pie izquierdo como pivote y en dirección contraria a las manecillas del reloj, hasta quedar con la cara hacia el lugar donde empecé. Al girar en esta forma, me envolverían las líneas de energía que había separado.

Para regresar, señaló, debía abrir las líneas de nuevo, separándolas en la misma forma que antes, para luego salir con el pie derecho y, en cuanto hubiera dado el paso, rápidamente girar ciento ochenta grados en la misma dirección que las manecillas del reloj. De este modo, me desenvolvería y estaría otra vez mirando en la misma dirección como al iniciar el pase brujo.

– Este es uno de los pases brujos más poderosos y misteriosos de todos -advirtió Clara-. Nos permite abrir puertas a mundos diferentes, siempre y cuando hayamos ahorrado una suficiente cantidad de energía interior y seamos capaces de realizar el intento del pase.

Su tono y expresión serios me turbaron. No sabía qué esperar si lograse abrir la puerta invisible. Con tono brusco me dio las últimas instrucciones.

– Al entrar -indicó- tu cuerpo debe sentirse enraizado, pesado, lleno de tensión. Pero una vez que te encuentres adentro y te hayas dado la vuelta, debes sentirte ligera y vaporosa, como si estuvieras flotando hacia arriba. Exhala con fuerza, al precipitarte al frente a través de la abertura, y luego inhala lenta y profundamente, llenándote los pulmones por completo con la energía que hay detrás de la pantalla.

Practiqué el pase varias veces, ante la mirada escrutadora de Clara. Sin embargo, sentí que sólo estaba efectuando los movimientos físicos; no percibía las fibras de energía que integraban la pantalla descrita por Clara.

– No estás abriendo la puerta con suficiente fuerza -me corrigió Clara-. Usa tu energía interna, no sólo los músculos de los brazos. Arroja el aire rancio y mete el estómago al precipitarte al frente. Una vez adentro, respira todas las veces que puedas, pero manténte alerta. No te quedes más tiempo del necesario.

Me armé de toda mi fuerza y con las dos manos me agarré del aire. Clara se colocó detrás de mí, me sostuvo los antebrazos y les dio un tremendo jalón hacia los lados. En el acto sentí que se habían abierto unas puertas corredizas. Exhalé con fuerza y me precipité a través de ellas; más bien, Clara me dio un empujón por detrás, impulsándome al frente. Me acordé de voltearme y respirar profundamente, pero por un instante me preocupó la idea de que no fuera a saber cuándo salir. Clara lo percibió y me indicó cuándo dejar de respirar y cuándo salir.

– Al practicar este pase brujo tú sola -dijo Clara-, aprenderás a realizarlo a la perfección. Pero ten cuidado. Puede pasar toda clase de cosas una vez que atravieses la abertura. Recuerda que debes ser cautelosa y al mismo tiempo audaz.

– ¿Cómo sabré distinguir entre las dos cosas? -pregunté. Clara se encogió de hombros.

– No lo sabrás así nomás. Desafortunadamente, sólo nos tornamos prudentes después de haber sufrido un descalabro.

Agregó que la cautela sin cobardía depende de nuestra capacidad para controlar la energía interior y dirigirla hacia los conductos de reserva, de modo que esté disponible cuando la necesitemos para realizar acciones extraordinarias.

– Al disponer de la suficiente energía interior es posible lograr cualquier cosa -afirmó Clara-, pero debemos ahorrarla y refinarla. Practiquemos juntas algunos de los pases brujos que has aprendido y veamos si puedes ser cautelosa sin ser cobarde y convocar el mundo de las sombras.

Percibí una ola de energía que empezó como una serie de pequeños círculos en mi vientre. Al principio pensé que era miedo, pero mi cuerpo no se sentía asustado. Era como si una fuerza impersonal, sin deseo ni sentimientos, estuviese despertando en mi interior, avanzando desde dentro hacia fuera. Conforme ascendió, la parte superior de mi espalda se sacudió involuntariamente.

Clara se dirigió al centro del patio y la seguí. Empezó a efectuar algunos pases brujos, despacio para que pudiese seguirla.

– Cierra los ojos -susurró-. Con los ojos cerrados es más fácil mantener el equilibrio, usando las líneas de energía que ya están ahí.

Cerré los ojos y empecé a moverme al unísono de Clara. No me costó trabajo seguir sus indicaciones de cambios de posición, pero tuve dificultades para mantener el equilibrio. Estaba consciente de que esto se debía a mi esfuerzo exagerado por efectuar los movimientos correctamente. Era como la vez que había tratado de caminar con los ojos cerrados y que tropecé continuamente, debido a mi desesperado deseo de hacerlo bien. Poco a poco mi deseo de sobresalir fue disminuyendo y mi cuerpo se tornó más flexible e impalpable. Conforme seguíamos moviéndonos, me relajé al grado de sentir que carecía de huesos y articulaciones. Al levantar los brazos sobre la cabeza, tenía la impresión de poder estirarlos hasta las copas de los árboles. Al doblar las rodillas y bajar mi peso, una ola de energía se precipitaba hacia abajo, a través de mis pies. Sentí que me habían salido raíces. Unas líneas se extendían desde las plantas de mis pies hasta las profundidades de la tierra, proporcionándome una estabilidad nunca antes sentida. Gradualmente se disolvió el límite entre mi cuerpo y sus alrededores. Con cada pase que realizaba, mi cuerpo parecía derretirse y fundirse con la oscuridad, hasta que empezó a moverse y respirar solo.

Escuchaba a Clara respirar a mi lado, efectuando los mismos pases. Con los ojos cerrados sentí su figura y posiciones. En un momento dado sucedió lo más insólito de todo. Percibí una luz que se encendía al interior de mi frente. No obstante, al levantar la vista cobré conciencia de que la luz en realidad no se encontraba en mi interior. Provenía de la cima de los árboles, como si se hubiese prendido un enorme tablero de luces eléctricas en la noche, para iluminar un estadio al aire libre. No tenía ningún problema para ver a Clara y todo lo que había en el patio y alrededor de éste.

La luz poseía un matiz sumamente extraño; no lograba determinar si estaba teñida de rosa azulado, rosa o durazno o si era un pálido color terracota. En algunos sitios parecía cambiar de intensidad, dependiendo del lugar que enfocaba con la vista.

– No muevas la cabeza -dijo Clara, mirándome de un modo extraño-. Y sigue con los ojos cerrados. Sólo concéntrate en tu respiración.

No comprendí por qué, si me veía que tenía los ojos muy abiertos, me pedía que los dejara cerrados. Traté de determinar la coloración de la luz, porque parecía cambiar con cada movimiento de mi cabeza. Su intensidad fluctuaba, de acuerdo con la concentración con que la miraba. El fulgor a mi alrededor me absorbió a tal grado que perdí el ritmo de la respiración. Luego, en forma tan repentina como se había prendido, la luz se apagó de nuevo y quedé sumida en la oscuridad total.

– Vayamos a la cocina a calentar un poco de caldo -dijo Clara, dándome un empujoncito.

Vacilé. Me sentía desorientada, fuera de lugar. Tenía el cuerpo tan pesado que debía estar sentada.

– Puedes abrir los ojos ya -indicó Clara.

No recordaba haber tenido nunca tantos problemas para abrir los ojos como en ese momento. Pareció tardar una eternidad. Justo cuando lograba abrirlos, otra vez se me caían los párpados hasta cerrarse. Este abrir y cerrar pareció prolongarse por mucho tiempo, hasta que sentí a Clara sacudiéndome los hombros.

– Taisha, ¡abre los ojos! -ordenó-. Ni te atrevas a desmayarte. ¿Me escuchas?

Sacudí la cabeza para despejarla y los ojos se me abrieron de golpe. Los había tenido cerrados todo el tiempo. Todo estaba oscuro alrededor, pero se filtraba suficiente luz de la luna a través del follaje para permitirme distinguir la silueta de Clara. Nos encontrábamos sentadas debajo del árbol, en las dos sillas de ratán del patio.

– ¿Cómo llegué aquí? -pregunté, ofuscada.

– Caminaste hasta aquí y te sentaste -respondió Clara en tono prosaico.

– ¿Pero qué pasó? Hace unos instantes había luz. Veía todo con claridad.

– Lo que pasó es que entraste al mundo de las sombras -dijo Clara en tono congratulatorio-. Supe por el ritmo de tu respiración que estabas allí. Pero no quise asustarte en ese momento pidiéndote que vieras tu sombra. De haberla mirado, hubieras sabido que…

En el acto comprendí lo que Clara estaba insinuando.

– No había sombras -exclamé-. Había luz, pero nada tenía sombra.

Clara asintió con la cabeza.

– Hoy has aprendido algo de auténtico valor, Taisha. ¡En los mundos fuera de éste no existen las sombras!

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