4

– ¿Dormiste bien? -me preguntó Clara cuando entré a la cocina. Estaba a punto de sentarse a desayunar. Vi que la mesa estaba puesta también para mí, aunque no me había dicho la noche anterior a qué hora sería el desayuno.

– Dormí como un oso -respondí verazmente.

Me pidió que la acompañara y me sirvió un poco de condimentada carne deshebrada. Le conté que despertar en una cama desconocida siempre había sido difícil para mí. Mi padre cambiaba mucho de trabajo y la familia tenía que acompañarlo adonde hubiese un puesto disponible para él. Temía el sobresalto matutino de despertar, desorientada, en una casa nueva. Sin embargo, el temor no se materializó en esta ocasión. Al despertar sentí que el cuarto y la cama siempre habían sido míos.

Clara me escuchó con atención y asintió con la cabeza.

– Eso es porque te encuentras en armonía con la persona a la que pertenece el cuarto -indicó.

– ¿De quién es? -pregunté con curiosidad.

– Algún día te enterarás -dijo al colocar una gran porción de arroz junto a la carne en mi plato. Me pasó un tenedor-. Come. Hoy necesitarás todas tus fuerzas.

No me permitió hablar hasta que hube limpiado el plato.

– ¿Qué vamos a hacer? -pregunté mientras ella guardaba los trastes.

– Yo no voy a hacer nada -me corrigió-. Tú eres la que irás a una cueva para iniciar tu recapitulación.

– ¿Mi qué, Clara?

– Te dije anoche que todas las cosas y personas en esta casa tienen una razón de estar aquí, incluyéndote a ti.

– ¿Por qué estoy aquí, Clara?

– Tu razón de estar aquí te será explicada por etapas -replicó-. En el nivel más simple estás aquí porque te gusta estar aquí, sin importar lo que pienses acerca de tu estadía. Una segunda razón, y más compleja, es que te encuentras aquí para aprender y practicar un ejercicio fascinante llamado la recapitulación.

– ¿Qué ejercicio es ése? ¿En qué consiste?

– Te contaré más sobre él cuando lleguemos a la cueva.

– ¿Por qué no puedes decírmelo ahora?

– Paciencia, Taisha. No puedo responder a todas tus preguntas ahora, porque aún no posees energía suficiente para asimilar las respuestas. Más adelante tú misma comprenderás por qué es tan difícil explicar ciertas cosas.

"Ponte tus botines para caminar y vámonos.

Salimos de la casa y subimos unas colinas situadas hacia el Este, siguiendo la misma vereda que tomamos la noche anterior. Tras una breve caminata descubrí el claro plano sobre terreno elevado que había resuelto visitar de nuevo. Sin aguardar la iniciativa de Clara me dirigí hacia él, porque estaba ansiosa por averiguar si podía ver la casa en el día.

Me asomé y vi una especie de cuenca comprimida entre unas colinas bajas y recubierta de follaje verde. Aunque el día estaba despejado y soleado, no vi indicio alguno de los edificios. Una cosa era evidente: árboles enormes y más numerosos de lo que recordaba haber visto de noche.

– Sin duda reconocerás el baño -afirmó Clara-. Es la mancha rojiza junto al grupo de mezquites -di un brinco involuntario, porque estuve tan absorta en la contemplación del valle que no escuché a Clara acercarse a mis espaldas.

Para ayudar a enfocar mi atención, señaló una parte específica del verdor que había debajo. Pensé decirle, por cortesía, que lo podía ver, del mismo modo en que siempre solía asentir a lo que dijera cualquiera, pero no quise empezar el día siguiéndole la corriente. Guardé silencio. Además, había algo tan exquisito en ese valle escondido que me quitó el aliento. Lo miré absorta en forma tan total que me adormecí; me apoyé en una roca y permití que lo que hubiera en el valle me llevara consigo. Y en efecto, me transportó. Sentí que me encontraba en un parque para días de campo, enmedio de una fiesta muy animada. Escuché las risas de la gente…

Mi arrobamiento terminó cuando Clara me puso de pie, levantándome de las axilas.

– ¡Dios mío, Taisha! -exclamó-. Eres más extraña de lo que creía. Por un momento pensé que te había perdido.

Quise contarle mi sueño, porque estaba segura de haberme quedado dormida por un instante. Sin embargo, mi relato no pareció interesarle y echó a caminar.

Clara tenía la zancada firme y decidida, como si supiese exactamente adónde iba. Yo, en cambio, la seguí distraída, esforzándome sólo por mantener su paso sin tropezar. Avanzamos en silencio total. Tras más de media hora llegamos a una formación peculiar de roca que estaba segura habíamos pasado antes.

– ¿No estuvimos aquí antes? -pregunté, rompiendo el silencio.

Clara asintió con la cabeza.

– Estamos dando vueltas -admitió-. Algo te acecha y si no lo perdemos nos seguirá hasta la cueva.

Me volví para ver si había alguien atrás de nosotros; sólo distinguí los arbustos y las ramas torcidas de los árboles. Me apuré para alcanzar a Clara y tropecé con un tocón. Sobresaltada, grité al caer de bruces. Con una velocidad increíble, Clara me agarró del brazo e impidió mi caída cruzando una pierna delante de mí.

– No eres muy buena para caminar, ¿verdad? -comentó.

Le dije que nunca había sido buena para las actividades al aire libre; crecí con la idea de que caminar y salir de campamento eran para la gente del campo, para personas rústicas y sin sofisticación, no para los cultos habitantes de la ciudad. Caminar por los cerros al pie de las montañas no era una experiencia grata para mí. Y a excepción de la vista de su propiedad, paisajes que quitaban el aliento a otras personas me dejaban indiferente.

– Da igual -indicó Clara-. No estás aquí para contemplar el paisaje. Tienes que concentrarte en el camino. Y cuídate de las víboras.

Hubiese o no víboras por ahí, su advertencia definitivamente sirvió para mantener mi atención en el suelo. Conforme seguimos adelante, el aliento me faltó cada vez más. Los botines que Clara me había proporcionado me colgaban de los pies como pesas de plomo. Me costaba trabajo alzar los muslos para colocar un pie delante del otro.

– ¿De veras es necesario este recorrido por la naturaleza? -pregunté al fin.

Clara se detuvo en seco y se volvió hacia mí.

– Antes de que podamos hablar sobre algo significativo, al menos tendrás que estar consciente de tu elaborado séquito -señaló-. Estoy haciendo lo posible por ayudarte a hacer precisamente eso.

– ¿A qué te refieres? -pregunté, molesta-. ¿Qué séquito? -mi mal humor, como de costumbre volvió a apoderarse de mí.

– Me refiero a tu carga de emociones y pensamientos habituales, a tu historia personal -explicó Clara-. A todo lo que te convierte en lo que crees ser, una persona única y especial.

– ¿Qué tienen de malo mis emociones y pensamientos habituales? -pregunté. Sus aseveraciones incomprensibles definitivamente me irritaban.

– Esas emociones y pensamientos habituales representan el origen de todos nuestros problemas -declaró.

Entre más hablaba en acertijos, más aumentaba mi frustración. En ese instante me hubiera podido dar de cocos por haber cedido a la invitación de esa mujer. Era una reacción retrasada. Los temores que habían estado latentes dentro de mí de repente ardieron con luz viva. Me imaginé que ella tal vez fuese una psicópata que en cualquier momento podía sacar un puñal para matarme. Por otra parte, en vista de su obvio entrenamiento en las artes marciales, no le haría falta un puñal. Un solo puntapié de su pierna musculosa sería el acabose para mí. No podía contra ella. Era mayor que yo, pero infinitamente más fuerte. Me imaginé convertida en otra estadística más, en una persona perdida de la que jamás volvía a saberse nada. Deliberadamente aminoré el paso, a fin de incrementar la distancia entre nosotros.

– No te entregues a un estado de ánimo tan morboso -dijo Clara, definitivamente entrometiéndose en mis pensamientos-. Al traerte aquí sólo quise ayudar a prepararte para encarar la vida con un poco más de gracia. Pero lo único que he logrado, al parecer, es poner en movimiento una avalancha de sospechas y temores mezquinos.

Me sentí auténticamente avergonzada por haber tenido pensamientos tan morbosos. Resultaba desconcertante cómo pudo acertar con tal precisión acerca de mis sospechas y temores y cómo calmó mi agitación interna con un solo golpe directo de palabras. Deseé que me fuese posible pedir disculpas y revelarle lo que estaba pasando por mi mente, pero no estaba dispuesta a hacerlo; hubiera aumentado más aún mi desventaja.

– Tienes un curioso poder para tranquilizar la mente, Clara -dije en cambio-. ¿Aprendiste a hacer esto en el Oriente?

– No es una gran hazaña -admitió-, no porque tu mente sea fácil de tranquilizar, sino porque todos somos iguales. Para conocerte en detalle sólo tengo que conocerme a mí misma. Y te prometo que me conozco.

"Ahora sigamos caminando. Quiero llegar a la cueva antes de que te derrumbes por completo.

– Dime otra vez, Clara, ¿qué vamos a hacer en esa cueva? -pregunté, sin deseos de echar a caminar nuevamente.

– Voy a enseñarte cosas inimaginables.

– ¿Qué cosas inimaginables?

– Lo sabrás pronto -dijo, mirándome con los ojos muy abiertos.

Ansiaba contar con más información, pero antes de que pudiera entablar conversación con ella ya había subido la mitad, de la ladera siguiente. Arrastrando los pies, la seguí otros 400 metros, más o menos, hasta que por fin nos sentamos junto a un arroyo. Ahí el follaje de los árboles era tan denso que ya no alcanzaba a ver el cielo. Me quité los botines. Tenía una ampolla en el talón.

Clara recogió un palo duro y puntiagudo y me picó los pies en el espacio entre el dedo gordo y el segundo. Algo parecido a una suave corriente de electricidad se precipitó por mis pantorrillas y la parte interna de mis muslos. Luego hizo que me pusiera a gatas; tomando cada pie a su vez, los volteó plantas arriba y me picó en el punto ubicado justo debajo de la protuberancia del dedo gordo. Proferí un grito de dolor.

– No fue tan doloroso -afirmó, en el tono de alguien acostumbrado a tratar con personas enfermas-. Los médicos chinos de la época clásica solían aplicar esa técnica para dar una sacudida o revivir a los débiles, o bien para lograr un estado único de atención. Pero hoy en día ese conocimiento clásico está desapareciendo.

– ¿A qué se debe eso, Clara?

– A que el énfasis en el materialismo ha hecho que el hombre se aleje de las exploraciones esotéricas.

– ¿A eso te referías cuando en el desierto me dijiste que se había roto el lazo con el pasado?

– Sí. Un gran trastorno siempre provoca cambios profundos en la formación de energía de las cosas. Cambios que no siempre son beneficiosos.

Me ordenó meter los pies al arroyo y sentir las piedras pulidas en el fondo. El agua estaba helada e hizo que me estremeciera involuntariamente.

– Mueve los pies desde los tobillos en un círculo con el sentido del reloj -sugirió-. Deja que el agua corriente se lleve tu fatiga.

Después de hacer girar los tobillos por varios minutos, me sentí más fresca, pero tenía los pies casi congelados.

– Ahora trata de sentir cómo toda tu tensión fluye hasta tus pies, y luego sácala con un rápido movimiento lateral de los tobillos -indicó Clara-. Así también se te quitará el frío.

Me puse a mover los pies de lado en el agua hasta que los sentí completamente entumidos.

– No creo que esto esté funcionando, Clara -dije al sacar los pies.

– Eso es porque no estás dirigiendo la tensión hacia afuera de ti -explicó-. El agua corriente se lleva la fatiga, el frío, la enfermedad y cualquier otra cosa indeseable, pero a fin de que esto suceda debes enfocar tu intento en ello. De otro modo podrás mover los pies de lado hasta que el arroyo se seque, sin resultado alguno.

Agregó que al hacer el ejercicio en la cama, uno debía usar la imaginación para representarse mentalmente una corriente de agua en movimiento.

– ¿A qué te refieres exactamente con eso de "enfocar el intento en ello"? -pregunté mientras me secaba los pies con las mangas de la chamarra. Tras frotarlos vigorosamente, por fin se calentaron.

– El intento es la fuerza que sostiene el universo -indicó-. Es la fuerza que otorga foco a todo. Hace posible el mundo mismo.

No pude creer que estuviera escuchando cada una de sus palabras. Definitivamente hubo un gran cambio en mí, mi indiferencia aburrida de costumbre se había transformado en un estado sumamente insólito de alerta. No era que entendiese lo que Clara estaba diciendo, porque no lo entendía. Lo que me sorprendió fue el hecho de poder escucharla sin molestarme o distraerme.

– ¿Puedes describir esa fuerza con mayor claridad? -pregunté.

– En realidad no hay forma de hablar de ella, salvo en sentido metafórico -indicó. Barrió el suelo con la suela del zapato, apartando las hojas secas-. Debajo de las hojas secas está el suelo, la enorme Tierra. El intento es el principio que está debajo de todo.

Clara metió las manos ahuecadas en el agua y se salpicó la cara. De nuevo me maravillé ante la ausencia de arrugas en su piel. Esta vez hice un comentario acerca de su apariencia juvenil.

– Mi aspecto es cuestión de mantener mi ser interno en equilibrio con el entorno -explicó, sacudiéndose el agua de las manos-. Todo lo que hacemos estriba en ese equilibrio. Podemos ser jóvenes y vibrantes, como este arroyo, o viejos y ominosos, como los montes de lava en Arizona. Depende de nosotros.

Me sorprendí al preguntarle, como si yo creyera lo que ella estaba diciendo, si existía una forma en la que yo pudiese adquirir ese equilibrio.

Asintió con la cabeza.

– Claro que puedes -replicó-. Y lo harás, al practicar el ejercicio único que te enseñaré: la recapitulación.

– No puedo esperar -afirmé, emocionada, poniéndome los botines. Luego, por ninguna razón explicable, me puse tan agitada que me levanté de un salto y pregunté-: ¿no deberíamos ponernos en camino otra vez?

– Ya llegamos -anunció Clara y señaló una pequeña cueva en la ladera de un cerro.

Al contemplarla, mi emoción se disipó. El agujero abierto tenía el aire de un presagio siniestro y al mismo tiempo incitante. Sentí el impulso claro de explorarlo, pero me daba miedo lo que pudiese hallar en el interior.

Sospeché que nos encontrábamos en algún lugar cerca de su casa, una idea que me resultó reconfortante. Clara me informó que ése era un lugar de poder, un sitio que los antiguos geománticos de China, los practicantes del feng-shui, indudablemente hubiesen elegido para construir un templo.

– Aquí, los elementos del agua, la madera y el aire se encuentran en perfecta armonía -dijo-. Aquí, la energía circula con abundancia. Verás a qué me refiero cuando estés adentro de la cueva. Debes usar la energía de este lugar único para purificarte.

– ¿Estás diciendo que debo quedarme aquí?

– ¿No sabías que en el antiguo Oriente los monjes y los sabios solían retirarse a las cuevas? -preguntó-. El estar rodeados por la tierra les ayudaba a meditar.

Me instó a meterme a la cueva. Armándome de valor, entré despacio, alejando de mi mente toda preocupación de murciélagos y arañas. La cueva estaba oscura y fresca y sólo había espacio para una persona. Clara me indicó que me sentara con las piernas cruzadas, apoyando la espalda en la pared. Titubeé, porque no quería ensuciar la chamarra, pero una vez recostada ahí me dio gusto poder descansar. Aunque tenía el techo cerca de la cabeza y el suelo duro contra el coxis, no sentí claustrofobia. Una corriente de aire, suave y casi imperceptible, circulaba en la cueva. Me sentí fortalecida, exactamente como Clara había dicho. Estaba a punto de quitarme la chamarra para sentarme en ella cuando Clara habló, agachada a la boca de la cueva.

– El ápice del arte especial que quiero enseñarte -comenzó a decir- se llama el vuelo abstracto, y llamamos recapitulación al medio para lograrlo -metió la mano a la cueva y me tocó los lados izquierdo y derecho de la frente-. La conciencia debe desplazarse de aquí para acá -dijo-. De niños lo hacemos con facilidad, pero una vez roto el sello del cuerpo debido a los ruinosos excesos, sólo una manipulación especial de la conciencia, la forma correcta de vivir y el celibato son capaces de restaurar la energía que se ha perdido, energía requerida para efectuar el desplazamiento.

Definitivamente entendía todo lo que estaba diciendo. Incluso intuí que la conciencia era como una corriente de energía capaz de desplazarse de un lado de la frente a la otra. Y me imaginé el hueco entre los dos puntos como un vasto espacio, un vacío que impide el cruce.

Escuché con gran atención mientras ella seguía hablando.

– El cuerpo debe ser tremendamente fuerte -indicó- para que la conciencia pueda ser aguda y fluida, a fin de saltar de un lado del abismo al otro en un instante.

Mientras ella daba voz a estas palabras, algo extraordinario sucedió. Cobré la certeza absoluta de que me quedaría con Clara en México. Lo que deseaba era sentir que en unos cuantos días volvería a Arizona; pero lo que de hecho sentí fue que no regresaría. Supe entonces que mi certeza no se reducía tan sólo a la aceptación de lo que, por lo visto, Clara tenía en mente desde el principio, sino que también abarcaba el saber que yo era impotente para resistir a sus intenciones porque la fuerza que me movía no era sólo la suya.

– A partir de ahora debes llevar una vida en la que la conciencia ocupe la primera plana -señaló, como si supiera que había hecho el compromiso tácito de permanecer con ella-. Tienes que evitar todo lo que debilite y dañe tu cuerpo o tu mente. También resulta esencial, por el momento, que rompas todos los lazos físicos y emocionales con el mundo.

– ¿Por qué es tan importante eso?

– Porque antes de todo debes adquirir unidad.

Clara explicó que estamos convencidos de que existe un dualismo en nuestro ser; la mente es la parte insustancial de nosotros y el cuerpo es la parte concreta. Esta división mantiene nuestra energía en un estado de separación caótica y le impide aglutinarse.

– Estar divididos es nuestra condición humana -admitió-, pero nuestra división no es entre la mente y el cuerpo, sino entre el cuerpo, que aloja a la mente o el yo, y el doble, que es el receptáculo de nuestra energía básica.

Explicó que, previo al nacimiento, la dualidad impuesta al hombre no existe, pero que a partir del nacimiento las dos partes son separadas debido a la fuerza ejercida por el intento de la humanidad. Una parte se vuelve hacia el exterior y se convierte en el cuerpo físico; la otra, hacia el interior y se convierte en el doble. Al morir, la parte más pesada, el cuerpo, regresa a la tierra para ser absorbida por ella, y la parte ligera, el doble, se libera. Pero desafortunadamente, puesto que el doble no fue perfeccionado nunca, experimenta la libertad por sólo un instante antes de dispersarse en el universo.

– Si morimos sin haber borrado nuestro falso dualismo del cuerpo y la mente, morimos una muerte ordinaria -afirmó.

– ¿De qué otra manera podemos morir?

Clara me miró, alzando una ceja. En lugar de responder a mi pregunta reveló, en tono confidencial, que morimos porque la posibilidad de ser transformados no forma parte de nuestros conceptos. Subrayó que dicha transformación tiene que lograrse mientras estemos vivos y que, llevar a cabo con éxito esta tarea, es el único propósito verdadero que un ser humano puede tener. Todos los demás logros son transitorios, puesto que la muerte los disuelve en la nada.

– ¿Qué implica esta transformación? -pregunté.

– Implica un cambio total -replicó-. Y eso se logra por medio de la recapitulación: la piedra angular en el arte de la libertad. El arte que te enseñaré se llama el arte de la libertad. Un arte infinitamente difícil de practicar, pero aún más difícil de explicar.

Clara dijo que cada procedimiento que iba a enseñarme y cada tarea que me pidiera llevar a cabo, por muy comunes que me pareciesen, representaban un paso hacia el cumplimiento de la meta final del arte de la libertad: el vuelo abstracto.

– Lo que te enseñaré primero son unos movimientos sencillos que debes realizar diariamente -prosiguió-. Considéralos siempre como una parte indispensable de tu vida.

"Primero te mostraré una respiración que ha sido un secreto desde hace generaciones. Esta respiración refleja las fuerzas duales de la creación y la destrucción, la luz y la oscuridad, el ser y el no ser.

Me pidió salir de la cueva y luego me dirigió, mediante una suave manipulación, a sentarme con la columna encorvada y pegar las rodillas contra el pecho. Sin despegar los pies del suelo, debía yo abrazar mis pantorrillas entrelazando los dedos firmemente. Suavemente me fue bajando la cabeza, hasta que mi mentón tocó mi pecho.

Tuve que forzar los músculos de los brazos para evitar que las rodillas se me salieran de los lados. Tenía comprimido el pecho y también el abdomen. El cuello me tronó al encoger la barbilla.

– Esta es una respiración poderosa -dijo Clara-. Puede hacer que te desmayes o te duermas. Si esto sucede, regresa a la casa cuando despiertes. Por cierto, esta cueva está justo detrás de la casa. Sigue el caminito y llegarás en dos minutos.

Clara me instruyó que inhalara rápida y superficialmente. Le dije que su petición era redundante, puesto que mi posición sólo permitía respirar de esa manera. Dijo que si disminuía la presión en mis brazos creada por mis dedos entrelazados, aunque sólo fuese levemente, mi respiración volvería a la normalidad. Pero no era eso lo que ella deseaba. Quería que continuara respirando superficialmente durante por lo menos diez minutos.

Conservé la posición tal vez por media hora. Una vez que se redujo el acalambramiento inicial de mi estómago y piernas, las respiraciones superficiales parecieron ablandar el interior de mi cuerpo y disolverlo. Luego, Clara me dio un empujón que me hizo rodar hacia atrás, hasta quedar acostada en el suelo, pero no me permitió soltar la presión de los brazos. Experimenté un momento de alivio cuando mi espalda tocó el suelo, pero sólo cuando me ordenó soltar las manos y estirar las piernas sentí un alivió completo en el abdomen y el pecho. La única forma de describir lo que sentí es decir que algo dentro de mí fue liberado y disuelto por la respiración. Según predijera Clara, me dio tanto sueño que volví a meterme a la cueva y me dormí.


Debí dormir al menos un par de horas en la cueva; a juzgar por la posición en la que estaba acostada al despertar, no moví un solo músculo. Supuse que probablemente se debiera al hecho de que no había espacio suficiente en la cueva para dar vueltas al dormir, pero también pudo ser porque me sentía tan cómoda y despreocupada que no necesité moverme.

Regresé a la casa, siguiendo las indicaciones de Clara. Se encontraba ella en el patio, sentada en un sillón de ratán. Tuve la impresión de que otra mujer había estado sentada junto a ella, pero que, al escucharme venir, se levantó rápido y se fue.

– Ah, te ves mucho más serena ahora -dijo Clara-. Esa respiración y postura obran milagros.

Clara afirmó que, de ejecutarse regularmente, con calma y deliberación, esa respiración equilibra de manera gradual nuestra energía interna.

Antes de que pudiera describir lo fortalecida que me sentía, me pidió que me sentara, porque quería mostrarme otra maniobra corporal de crucial importancia para borrar nuestro falso dualismo. Me pidió que me sentara con la espalda recta y los ojos ligeramente bizcos, de manera que me estuviese viendo la punta de la nariz.

– Esta respiración debe realizarse sin las constricciones de la ropa -comenzó-. Pero en lugar de hacer que te desnudes en el patio a plena luz del día, haremos una excepción. Primero inhalas profundamente, haciendo de cuenta que estás respirando por la vagina. Mete el estómago y ve subiendo el aire por la columna, pasando los riñones, hasta un punto entre los omóplatos. Sostén el aire ahí por un momento, luego súbelo aún más hasta la parte de atrás de la cabeza y pásalo por encima de ella, hasta un punto entre las cejas.

Dijo que, después de sostenerlo ahí por un momento, debía exhalar por la nariz mientras mentalmente guiara el aire hacia abajo por el frente de mi cuerpo, primero hasta un punto justo debajo del ombligo y luego a mi vagina, donde había comenzado el ciclo.

Me puse a practicar el ejercicio de respiración.

Clara llevó la mano a la base de mi columna y de ahí trazó una línea que subía por mi espalda y pasaba por encima de mi cabeza, hasta apretar suavemente el punto entre mis cejas.

– Trata de llevar el aire hasta aquí -indicó-. La razón por la que debes mantener los ojos medio abiertos es para concentrarte en el caballete de la nariz al hacer circular el aire hacia arriba por la espalda y por encima de la cabeza hasta este punto; y también para usar la mirada a fin de guiar el aire hacia abajo por el frente de tu cuerpo, devolviéndolo a tus órganos sexuales.

Clara explicó que hacer circular la respiración en tal forma crea un escudo impenetrable que impide la penetración de influencias perturbadoras externas en el campo de energía del cuerpo; también evita que la vital energía interna se disperse hacia el exterior. Subrayó que la inhalación y la exhalación deben ser inaudibles y que el ejercicio de respiración puede realizarse en pie, sentado o acostado, aunque al principio es más fácil de ejecutar sentado sobre un cojín o una silla.

– Y ahora -prosiguió, acercando su silla a la mía-, hablemos acerca de lo que empezamos a comentar por la mañana: la recapitulación.

Un temblor recorrió mi cuerpo. Le dije que, aunque no tenía idea de lo que estaba hablando, sabía que sería algo monumental y no estaba segura de estar preparada para escucharla. Insistió en que me sentía nerviosa porque una parte de mí intuía que estaba a punto de revelar lo que tal vez era la técnica más importante de la autorrenovación. Con paciencia explicó que la recapitulación es el acto de recuperar la energía que ya hemos gastado en acciones pasadas. Recapitular implica recordar a todas las personas que hemos conocido, todos los lugares que hemos visto y todos los sentimientos que hemos tenido en toda nuestra vida -empezando desde el presente y volviendo hasta los recuerdos más remotos- para luego limpiarlos, uno por uno, con una respiración especial que barre todo.

Escuché intrigada, aunque no podía evitar la sensación de que sus palabras carecían totalmente de sentido para mí. Antes de que pudiera comentar al respecto, me asió la barbilla firmemente con ambas manos y me indicó que inhalara por la nariz mientras ella me volteara la cabeza hacia la izquierda, y que exhalara cuando la volteara hacia la derecha. A continuación, debía voltear la cabeza hacia la izquierda y la derecha en un solo movimiento, sin respirar. Afirmó que esa era una forma misteriosa de respirar y la clave de la recapitulación, puesto que inhalar nos permite recuperar la energía que perdimos, en tanto que exhalar nos permite expeler la energía ajena e indeseable que se ha acumulado en nuestro interior debido a la interacción con nuestros semejantes.

– A fin de vivir e interactuar, necesitamos energía -prosiguió Clara-. Normalmente la energía gastada en vivir se nos escapa para siempre. De no ser por la recapitulación, no tendríamos ninguna oportunidad para renovarnos. Recapitular nuestras vidas y limpiar nuestro pasado con esta respiración que barre de izquierda a derecha funcionan en conjunto.

Recordar a todas las personas que había conocido y todo lo que había sentido en mi vida me pareció una tarea absurda e imposible.

– Eso puede tardar una eternidad -comenté, con la esperanza de que una apreciación práctica cortara la línea de pensamiento irrazonable de Clara.

– Es muy cierto -aceptó-. Pero te aseguro, Taisha, que llevas todas las de ganar al hacerlo, y nada que perder.

Respiré profundamente unas cuantas veces mientras movía la cabeza de izquierda a derecha, imitando la forma de respiración que me había enseñado a fin de aplacarla y mostrarle que le estaba prestando atención.

Con una pequeña sonrisa me advirtió que la recapitulación no es un ejercicio arbitrario o caprichoso.

– Al recapitular, trata de sentir unas largas fibras elásticas que se extienden desde tu región abdominal -explicó-. Luego alínea el movimiento giratorio de la cabeza con el movimiento de esas escurridizas fibras. Son los conductos que recuperarán la energía dejada atrás por ti. A fin de recuperar nuestra fuerza y unidad, debemos liberar la energía que dejamos atrapada en el mundo y atraerla otra vez a nosotros.

Me aseguró que, al recapitular, extendemos esas fibras elásticas de energía a través del espacio y el tiempo hasta las personas, los lugares y los sucesos que estamos examinando. El resultado es que podemos volver a cada momento de nuestras vidas y actuar como si de hecho estuviéramos ahí.

La posibilidad me hizo sentir escalofríos. Si bien me intrigaba lo que Clara estaba diciendo, desde el punto de vista intelectual, no tenía la menor intención de volver a mi desagradable pasado, aunque sólo fuese mentalmente. Uno de los pocos motivos de orgullo en mi vida era el haberme escapado de una situación insoportable. No pensaba volver y mentalmente revivir todos los momentos que tanto me había empeñado en olvidar. No obstante, Clara parecía animada por una seriedad y sinceridad tan absolutas al explicarme la técnica de la recapitulación que por un momento dejé de lado mis objeciones y me concentré en lo que estaba diciendo.

Pregunté si el orden en que se recuerda el pasado importa. Replicó que lo importante es volver a experimentar los sucesos y los sentimientos con el mayor detalle posible y tocarlos con la respiración que los barre, para de esta manera liberar nuestra energía atrapada.

– ¿Este ejercicio forma parte de la tradición budista? -pregunté.

– No -contestó solemnemente-. Forma parte de otra tradición. Algún día, pronto, te enterarás de qué tradición se trata.

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