20

Mi tercera noche en la casa del árbol fue como salir de campamento. Simplemente me metí a la bolsa de dormir, caí en un sueño profundo y me desperté al amanecer. Bajar también fue más fácil. Le había encontrado el modo a manejar las cuerdas y las poleas sin forzar la espalda y los hombros.

– Hoy es el último día de tu fase de transición -anunció Emilito después del desayuno-. Tienes mucho trabajo que hacer. Pero eres relativamente aplicada, así que no será demasiado difícil.

– ¿Qué quiere decir con fase de transición?

– Has pasado por una transición de seis días, desde la última vez que hablaste con Clara hasta ahora. No lo olvides; pasaste seis noches en el árbol, tres sin conocimiento y las otras tres consciente. Los brujos siempre cuentan los acontecimientos en series de tres.

– ¿También yo tengo que hacer las cosas en series de tres? -pregunté.

– Claro que sí. Eres la heredera de Nélida, ¿no? Eres la continuación de su línea. -Esbozó una sonrisa socarrona y agregó-: pero por ahora tienes que hacer lo que yo te diga. Recuerda que, por el tiempo que sea necesario, yo seré tu guía.

Las palabras de Emilito me hicieron tragar saliva. Mientras que había sentido un estremecimiento de orgullo cada vez que Nélida me incluía con ella, no me agradaba en absoluto que el cuidador me relacionara con él.

Al observar mi incomodidad, me aseguró que fuerzas superiores al control de cualquier persona nos habían reunido para cumplir con una tarea específica. Por lo tanto, debíamos respetar las reglas, porque así era como se hacían las cosas en su tradición de brujería.

– Clara preparó tu lado físico al enseñarte a recapitular y aflojó tus compuertas con los pases brujos -explicó-. Mi trabajo consiste en ayudar a solidificar tu doble y luego en enseñarle a acechar.

Me aseguró que nadie más, excepto él, podía enseñarme a acechar con el doble.

– ¿Podría usted explicarme qué significa acechar con el doble? -pregunté.

– Por supuesto que podría explicártelo. Pero no sería prudente hablar de ello, porque acechar significa actuar, no hablar sobre el actuar. Además, ya sabes lo que significa, puesto que lo has practicado.

– ¿Dónde y cuándo lo he practicado?

– La primera noche que dormiste en la casa del árbol -dijo Emilito-; cuando estabas a punto de morir del miedo. Esa vez tu razón no supo cómo manejar la situación, de modo que las circunstancias te obligaron a depender de tu doble. Fue tu doble el que acudió en tu ayuda. Desbordó las compuertas que tu temor había abierto de par en par. Eso lo llamo acechar con el doble.

"El nagual y Nélida son los maestros del doble y te darán los últimos toques -prosiguió-, siempre y cuando yo pueda realizar el trabajo básico. A mí me corresponde prepararte para ellos, al igual que correspondió a Clara prepararte para mí. A menos que yo te prepare, ellos no podrán hacer nada en absoluto contigo.

– ¿Por qué Clara no podía seguir siendo mi maestra? -pregunté, tomando un sorbo de agua.

Me miró y luego parpadeó como un pájaro.

– La regla dicta tener a dos escoltas -indicó Emilito-. Cada uno de nosotros tuvo a dos escoltas. Pero el último no es escolta sino maestro. Y ese es un nagual; eso también lo dicta la regla.

Emilito explicó que el nagual Julián Grau no sólo fue maestro suyo, sino que fue el maestro de cada uno de los dieciséis miembros de la casa. El nagual Julián, junto con su propio maestro, otro nagual llamado Elías Abelar, los encontraron a todos, uno por uno, y les ayudaron en su camino hacia la libertad.

– ¿Por qué los apellidos Grau y Abelar se repiten tanto?

– Son apellidos de poder -explicó Emilito-. Cada generación de brujos los utiliza. El apellido de los naguales cambia cada generación. Eso significa que Juan Miguel Abelar heredó su apellido de Elías Abelar. Pero el nuevo nagual, el que venga después de Juan Miguel Abelar, heredará el apellido Grau de Julián Grau. Esa es la regla de los naguales.

– ¿Por qué dijo Nélida que soy una Abelar?

– Porque eres igual que ella. Y la regla dice que heredarás su apellido o su nombre o, si tú lo deseas, nombre y apellido. Ella misma heredó el nombre y el apellido de su predecesora.

– ¿Quién estableció esa regla y para qué sirve? -pregunté.

– La regla es el código que rige la vida de los brujos y evita, de ese modo, que se vuelvan arbitrarios o caprichosos. Deben adherirse a los preceptos fijados para ellos, porque los estableció el espíritu mismo. Esto fue lo que me dijeron y no tengo motivos para dudarlo.

Emilito me contó que su otra maestra fue una mujer llamada Talía. La describió como la mujer más exquisita que uno pudiese imaginar que existe sobre la faz de la Tierra.

– Creo que Nélida es el ser más exquisito -solté de manera brusca, pero me interrumpí antes de decir más. De otro modo hubiera sonado igual que Emilito, totalmente rendida a una devoción absoluta.

Emilito se inclinó encima de la mesa de la cocina y dijo, con el aire de un conspirador a punto de revelar un secreto:

– Estoy de acuerdo contigo. Pero espera a que Nélida realmente se apodere de ti; entonces la amarás como si no existiese el mañana.

Sus palabras no me sorprendieron, porque atinaban a expresar algo que yo ya sentía; amaba a Nélida, como si la conociese desde siempre. Como si fuese la madre que en realidad nunca tuve. Le dije que para mí era el ser más amable, más bello e impecable que me había encontrado en mi vida, pese al hecho de que hasta hacía unos días ni siquiera sabía que existiese.

– Pero por supuesto que la conocías -protestó Emilito-. Cada uno de nosotros fue a verte y Nélida te veía con mayor frecuencia que nadie. Cuando llegaste con Clara, Nélida ya te había enseñado infinidad de cosas.

– ¿Qué me habrá enseñado? -pregunté, inquieta.

Se rascó la cabeza por un momento.

– Te enseñó, por ejemplo, a evocar a tu doble para pedir consejo -contestó.

– Según usted, eso hice la primera noche en la casa del árbol. Pero no sé qué hice en realidad.

– Claro que sí. Lo has hecho siempre. ¿Qué me dices de tu técnica de mirar el horizonte del Sur en busca de consejo?

En el momento en que lo dijo, algo se me aclaró en la mente. Se me habían olvidado por completo ciertos sueños que tuve a lo largo de los años, en los que una mujer bella y misteriosa solía hablar conmigo y dejarme regalos en la mesa de noche. Una vez soñé que me dejó un anillo de ópalo y en otra ocasión una pulsera de oro con un diminuto dije de corazón. A veces se sentaba en la orilla de mi cama y me decía cosas que al despertar yo comenzaba a hacer, como mirar el horizonte del Sur, vestir ciertos colores o incluso adoptar un peinado más favorecedor.

Cuando me sentía triste o sola, ella me tranquilizaba, me consolaba y me susurraba dulces naderías al oído. Lo que recordaba con mayor claridad fue que decía amarme como yo era. Usaba esas palabras exactamente: "Te amo así como eres." Luego me frotaba la espalda cuando la tenía tensa o me acariciaba la cabeza y me despeinaba. Comprendí que por su causa no quería que mi madre me tocara. No quería que nadie me tocara, excepto esa mujer. Al despertar después de uno de esos sueños, sentía que no me importaba nada en el mundo mientras esa señora me tuviera en su corazón.

Siempre creí que eran fantasías mías. Puesto que había ido a escuelas católicas, incluso pensé que tal vez se me estuviera apareciendo la Santísima Virgen o alguna de las santas. Me habían enseñado que todo lo bueno venía de ellas. En algún momento llegué a pensar que era mi hada madrina, pero ni en mis fantasías más descabelladas pudiese haber creído que ese ser existía en realidad.

– No era la virgen ni una santa, idiota -dijo Emilito, riéndose-. Era nuestra Nélida. Y realmente te dio esas joyas. Las encontrarás en una caja debajo de la plataforma en la casa del árbol. Ella las recibió de su predecesora; ahora te las está pasando a ti.

– ¿Quiere decir que el anillo de ópalo realmente existe? -exclamé.

Emilito asintió con la cabeza.

– Ve a ver por ti misma. Nélida me dijo que te dijera…

Antes de que pudiera terminar la frase, salí disparada de la cocina al frente de la casa. A una extraordinaria velocidad subí a la casa del árbol. Ahí, en una caja de seda escondida debajo de la plataforma, había unas joyas exquisitas. Reconocí el anillo de ópalo con el fuego rojo en su interior y la pulsera de oro con el dije, y también había otros anillos, un reloj de oro y un collar de diamantes. Saqué la pulsera de oro y me la puse, y por primera vez desde que Clara se fue los ojos se me llenaron de lágrimas. Sin embargo, no fueron lágrimas de autocompasión ni de tristeza sino de pura alegría y júbilo. Ahora sabía, fuera de toda duda, que la hermosa mujer no había sido sólo un sueño.

Pronuncié el nombre de Nélida en voz baja y le agradecí todos sus favores a voz en cuello. Prometí cambiar, ser diferente y hacer lo que Emilito me dijera, lo que fuese, con tal de verla y hablar con ella de nuevo.

Cuando bajé, encontré a Emilito de pie a la puerta de la cocina. Le enseñé la pulsera y los anillos y le pregunté cómo era posible que hubiese visto las mismas joyas hacía años en mis sueños.

– Los brujos son seres extremadamente misteriosos -dijo Emilito-; porque la mayor parte del tiempo actúan con la energía de su doble. Nélida es una gran acechadora. Acecha en sus sueños. Su poder es único, a tal grado que no sólo puede transportarse ella misma sino también llevar cosas consigo. De esta manera, te pudo visitar. Y por eso se apellida Abelar. Para nosotros, Abelar significa acechador. Y Grau significa ensoñador. Todos los brujos en esta casa son o ensoñadores o acechadores.

– ¿Cuál es la diferencia, Emilito?

– Los acechadores planean y cumplen sus planes; maquinan, inventan y cambian las cosas estando despiertos o en sueños. Los ensoñadores avanzan sin plan ni pensamiento alguno; se clavan en la realidad del mundo o en la realidad de los ensueños.

– Todo esto me resulta incomprensible, Emilito -dije, examinando el anillo de ópalo bajo la luz.

– Te estoy guiando para que lo puedas entender -replicó Emilito-. Y para ayudarme a guiarte tienes que hacer lo que te indique: todo lo que yo te diga, haga o recomiende que hagas es o la copia exacta de lo que me dijeron mis dos maestros o se basa en lo que ellos me dijeron -se me acercó un poco-. Posiblemente no lo creas -susurró-, pero tú y yo básicamente somos parecidos.

– ¿En qué forma, Emilito?

– Los dos estamos un poco locos -dijo con la cara muy seria-. Pon mucha atención y recuerda lo siguiente. Para que tú y yo guardemos la cordura, debemos trabajar como unos demonios para equilibrar no al cuerpo ni a la mente, sino al doble.

No le vi sentido a discutir con él o a asentir. Sin embargo, al sentarme otra vez a la mesa de la cocina, le pregunté:

– ¿Cómo podemos estar seguros de estar equilibrando al doble?

– Abriendo nuestras compuertas -replicó-. La primera compuerta está en la planta de los pies, en la base del dedo gordo.

Se metió debajo de la mesa, me agarró el pie izquierdo y, con un solo movimiento de increíble rapidez, me quitó el zapato y el calcetín. Luego, sirviéndose del índice y el pulgar como prensa de tornillo, me apretó primero la protuberancia redonda del dedo gordo en la planta del pie y luego la articulación del dedo en la punta del pie. El agudo dolor y la sorpresa me hicieron gritar. Le arrebaté el pie en forma tan enérgica que pegué con la rodilla en la parte de abajo de la mesa. Me puse de pie y grité:

– ¡Qué diablos cree que está haciendo!

Hizo caso omiso de mi explosión de ira y dijo:

– Te estoy señalando las compuertas, de acuerdo con la regla. Así que pon mucha atención.

Se puso de pie y dio la vuelta a mi lado de la mesa.

– La segunda compuerta comprende el área que incluye las pantorrillas y el área detrás de las rodillas -dijo, inclinándose para acariciarme las piernas-. La tercera está en los órganos sexuales y el coxis -antes de que pudiera apartarme, deslizó sus manos tibias dentro de mi entrepierna y con un firme apretón me levantó un poco.

Traté de apartarlo de mí, pero me agarró de la parte baja de la espalda.

– La cuarta y más importante está en la parte de los riñones -dijo. Sin fijarse en mi enojo, de un empujón me obligó a sentarme otra vez en la banca. Subió las manos por mi espalda. Me encogí, pero por consideración a Nélida lo dejé continuar-. El quinto punto está entre los omóplatos -indicó-. El sexto se encuentra en la base del cráneo. Y el séptimo está en la corona de la cabeza. Para identificar al último punto, sus nudillos descendieron con fuerza justo en lo más alto de mi cabeza.

Regresó a su lado de la mesa y se sentó.

– Si la primera y segunda compuerta se encuentran abiertas, emanamos cierto tipo de fuerza que la gente puede encontrar intolerable -prosiguió-. Por otra parte, si la tercera y cuarta compuertas no están tan cerradas como debe ser, emanamos cierta fuerza que la gente encuentra muy atractiva.

Sabía con certeza que los centros inferiores del cuidador estaban abiertos de par en par, porque me resultaba odioso e intolerable. Medio en broma y en parte por sentirme culpable al albergar esos sentimientos hacia él, admití que yo no le simpatizaba fácilmente a la gente. Siempre creí que se debía a una falta de gracia social, la cual trataba siempre de compensar siendo particularmente servicial.

– Es algo muy natural que nadie simpatice contigo -dijo, asintiendo-. Has tenido parcialmente abiertas las compuertas de los pies y las pantorrillas durante toda tu vida. Otra consecuencia de tener abiertos esos centros inferiores es que tienes problemas para caminar.

– Espere un momento -dije-, mi forma de caminar no tiene nada de malo. Practico artes marciales. Clara me dijo que me muevo con agilidad y gracia.

Al escucharme, rompió a reír.

– Puedes practicar lo que quieras -replicó-, pero seguirás arrastrando los pies al caminar. Caminas como un viejito.

Emilito era peor que Clara. Por lo menos ella tenía la consideración de reírse conmigo, no de mí. Emilito no tenía piedad alguna con mis sentimientos. Me atormentaba como los niños mayores lo hacen con los más pequeños y débiles que carecen de defensas.

– No estás ofendida, ¿verdad? -preguntó, escudriñándome.

– ¿Yo, ofendida? Claro que no -estaba furiosa.

– Qué bueno. Clara me aseguró que te has librado de la mayor parte de tu autocompasión e importancia personal por medio de tu recapitulación. La recapitulación de tu vida, especialmente de tu vida sexual, ha aflojado aún más algunas de tus compuertas. El crujido que escuchas en la nuca ocurre al momento de separarse tus lados derecho e izquierdo. Eso deja una grieta justo en el centro de tu cuerpo, por la cual la energía sube a la nuca, al lugar donde se produce ese ruido. Oír ese ruido seco significa que tu doble está a punto de cobrar conciencia.

– ¿Qué debo hacer al oírlo?

– Saber qué hacer no es tan importante, porque hay muy poco que uno puede hacer -indicó-. Es posible quedarse sentado con los ojos cerrados o ponerse de pie para caminar. Lo importante es saber que uno está limitado, porque el cuerpo físico controla la conciencia. No obstante, si se logra voltear la situación, para que el doble controle la conciencia, es posible hacer prácticamente cualquier cosa que uno sea capaz de imaginar.

Se puso de pie y se me acercó.

– Ahora no me vas a embaucar para hacerme hablar, como lo hiciste con Clara y Nélida -indicó-. Sólo es posible aprender acerca del doble por medio de la acción. Todavía te hablo porque aún no termina tu fase de transición.

Me tomó del brazo y, sin una palabra más, prácticamente me arrastró a la parte de atrás de la casa. Ahí me colocó debajo de un árbol, con la corona de la cabeza a unos centímetros debajo de una rama baja y gruesa. Dijo que vería si yo era capaz de proyectar mi doble otra vez fuera de mí, con la ayuda del árbol y estando plenamente consciente.

Dudé seriamente que fuese capaz de proyectar cualquier cosa fuera de mí y así se lo dije. Sin embargo, insistió en que, si concentraba mi intento en ello, mi doble empujaría desde mi interior y se expandiría fuera de los límites de mi cuerpo físico.

– ¿Qué debo hacer exactamente? -pregunté, con la esperanza de que me enseñara un procedimiento que formara parte de la regla de los brujos.

Me dijo que cerrara los ojos y me concentrara en mi respiración. Al relajarme, debía intentar que una fuerza flotara hacia arriba, hasta alcanzar las ramas más altas, y que la sintiera como una sensación emanada desde la compuerta en la corona de mi cabeza. Dijo que esto me resultaría relativamente fácil, puesto que estaría usando de apoyo a mi amigo el árbol. La energía del árbol, explicó, formaría una matriz desde la cual podría expandirse mi conciencia.

Después de concentrarme en mi respiración por un momento, sentí que una energía vibrante me subía por la espalda, pugnando por salir por la corona de mi cabeza. Entonces algo se abrió dentro de mí. Cada vez que inhalaba, una línea se alargaba hacia la parte superior del árbol; al exhalar, la línea era otra vez jalada hacia abajo, a mi cuerpo. La sensación de alcanzar lo más alto del árbol se hizo más fuerte con cada respiración, hasta que sinceramente creí que mí cuerpo se había expandido para hacerse tan alto y voluminoso como el árbol.

En cierto punto me poseyó un profundo afecto y empatía con el árbol; fue en ese instante que algo subió en oleada por mi espalda y salió por mi cabeza; de repente me encontré contemplando el mundo desde las ramas superiores. La sensación sólo duró un instante, porque fue interrumpida por la voz del cuidador quien me ordenaba descender y fluir otra vez al interior de mi cuerpo. Percibí algo como una cascada, una efervescencia que fluía hacia abajo, entraba por la corona de mi cabeza y me llenaba el cuerpo con una calidez familiar.

– No debes permanecer mezclada con el árbol por demasiado tiempo -me dijo cuando abrí los ojos.

Experimenté el deseo sobrecogedor de abrazar al árbol, pero el cuidador me jaló del brazo hasta una gran piedra, a cierta distancia, en la que nos sentamos. Señaló que con la ayuda de una fuerza externa, en este caso la unión de mi conciencia con el árbol, era fácil lograr la expansión del doble. No obstante, debido a esta facilidad corremos el riesgo de permanecer fusionados con el árbol por demasiado tiempo, lo cual puede agotar la energía vital que el árbol necesita para mantenerse en condiciones fuertes y sanas. O bien es posible que dejemos un poco de nuestra propia energía, desarrollando un vínculo emocional con el árbol.

– Es posible fusionarse con cualquier cosa -explicó-. Si el objeto o la persona con la que uno se fusiona es fuerte, la propia energía aumentará, como sucedía cada vez que te fusionabas con el mago Manfredo. No obstante, si el objeto es débil o la persona es enferma, aléjate. Como sea, debes practicar este ejercicio muy poco porque, como todo lo demás, se trata de una espada de doble filo. La energía externa siempre es distinta de la nuestra, muchas veces opuesta a ella.

Escuché con atención lo que decía el cuidador. Algo que dijo me llamó la atención más que todo lo demás.

– Dígame, Emilito, ¿por qué llamó mago a Manfredo?

– Es nuestra manera de reconocer su condición única. Para nosotros, Manfredo no puede ser otra cosa que un mago. Es más que un brujo. Sería un brujo si viviera entre los miembros de su propia especie, pero vive entre seres humanos, es más, entre brujos humanos, como su igual. Sólo un mago consumado es capaz de lograr tal hazaña.

Le pregunté si alguna vez volvería a ver a Manfredo; el cuidador se colocó el índice sobre los labios, con un ademán tan exagerado que guardé silencio y no insistí en una respuesta.

Recogió una ramita y dibujó una forma ovalada en la tierra blanda. Agregó una línea horizontal que la cortaba transversalmente a la mitad. Señaló las dos particiones y explicó que el doble se divide en una sección inferior y una superior, las cuales en el cuerpo físico corresponden aproximadamente a las cavidades del abdomen y del pecho. Dos corrientes distintas de energía circulan por estas dos secciones. En la inferior circula la energía original que poseíamos al estar en el útero. En la sección superior circula la energía del pensamiento. Esta energía penetra en el cuerpo al nacer, con la primera respiración. Dijo que la energía del pensamiento es acrecentada por la experiencia y se eleva hacia arriba, a la cabeza. La energía original desciende al área genital. Por lo común, en la vida normal, estas dos energías del doble se separan, provocando debilidades y desequilibrio en el cuerpo físico.

Dibujó otra línea que bajaba por el centro de la figura elíptica para dividirla a lo largo en dos partes, las cuales, según afirmó, corresponden a los lados derecho e izquierdo del cuerpo. Estos dos lados también poseen dos patrones específicos de circulación energética. Del lado derecho, la energía sube por la parte delantera del doble y baja por la parte de atrás. Del lado izquierdo, la energía baja por la parte delantera del doble y sube por la parte de atrás.

Explicó que el error cometido por muchos al buscar al doble consistía en aplicarle las reglas del cuerpo físico, entrenándolo, por ejemplo, como si estuviese hecho de músculos y huesos. Me aseguró que no hay forma de preparar al doble por medio del ejercicio físico.

– La manera más fácil de resolver el problema es mediante la separación del cuerpo físico y el doble -explicó el cuidador-. Sólo al estar definitivamente separados, la conciencia puede fluir entre el uno y el otro. Esto es lo que hacen los brujos. Por lo tanto, pueden hacer caso omiso de todas las tonterías que supuestamente los unifican, como lo son rituales, encantamientos y complicadas técnicas de respiración.

– ¿Pero qué me dice de las respiraciones y los pases brujos que Clara me enseñó? ¿También son tonterías?

– No. Sólo te enseñó cosas que ayudan a separar el cuerpo y el doble. Por lo tanto, todo eso servirá a nuestros propósitos.

Dijo que el mayor error humano quizá sea el de creer que la salud y el bienestar se encuentran en el reino del cuerpo, cuando en esencia el control sobre nuestras vidas se halla en el reino del doble. Este error se deriva del hecho de que el cuerpo controla nuestra conciencia. Agregó que por lo común nuestra conciencia se fija en la energía que circula del lado derecho del doble, lo cual resulta en nuestra habilidad para pensar y razonar y poder tratar eficazmente con nuestros semejantes y sus ideas. A veces por accidente, pero más que nada por medio de un entrenamiento especializado, es posible desplazar la conciencia a la energía que circula del lado izquierdo del doble, lo cual resulta en un comportamiento no tan propicio para ocupaciones intelectuales o tratar con la gente.

– Cuando la conciencia se fija continuamente del lado izquierdo del doble, el doble adquiere cuerpo y emerge -prosiguió-, y uno es capaz de realizar hazañas inconcebibles. Esto no debería sorprendernos, porque el doble es nuestra fuente de energía. El cuerpo físico no es más que el receptáculo en el que se ha colocado esa energía.

Pregunté si hay personas capaces de enfocar su conciencia a discreción en cualquiera de los dos lados del doble.

Asintió con la cabeza.

– Los brujos pueden hacerlo -replicó-. El día en que lo logres, serás bruja.

Indicó que algunas personas son capaces de desplazar su conciencia al lado derecho o izquierdo del doble, una vez que consiguieron realizar el vuelo abstracto, por medio de la simple manipulación del flujo de su respiración. Tales personas pueden practicar la brujería o las artes marciales con la misma facilidad con la que manejan intrincados sistemas académicos. Hizo hincapié en que el apuro de fijar la conciencia en forma constante del lado izquierdo constituye una trama infinitamente más mortal que los atractivos del mundo de la vida cotidiana, debido al misterio y el poder inherentes en él.

– Para nosotros, la verdadera esperanza está al centro -indicó, tocándome la frente y el centro del pecho-, porque en la pared que divide a los dos lados del doble se encuentra una puerta oculta que da a un tercer compartimiento, delgado y secreto. Sólo al abrirse esta puerta es posible experimentar la auténtica libertad.

Me agarró del brazo y me hizo bajar de la piedra.

– Tu tiempo de transición casi ha terminado -dijo, regresando apresuradamente a la casa conmigo-. Ya no hay tiempo para más explicaciones. Dejaremos atrás la fase de transición con una magnífica explosión. Ven, vamos a mi cuarto.

Me detuve en seco. Ya no me sentía sólo incómoda sino amenazada. Por muy excéntrico que fuese Emilito y por mucho que hablara sobre el doble etéreo, seguía siendo un hombre, y el recuerdo del apretón de su mano sobre mis genitales en la cocina estaba demasiado vivo. Además, sabía que no se había tratado de un contacto impersonal efectuado con un mero afán demostrativo; había percibido claramente su lujuria cuando me tocó.

El cuidador me miró con ojos fríos.

– ¿Qué diablos quieres decir con que percibiste mi lujuria cuando te toqué?

Sólo pude devolver su mirada con la boca abierta. Había repetido mi pensamiento exactamente. Una ola de vergüenza me atravesó, acompañada por un estremecimiento frío que se extendió por todo mi cuerpo. Sin tino balbucí unas débiles disculpas. Le dije que antes solía tener la fantasía de ser tan hermosa que todos los hombres me encontraban irresistible.

– Recapitular significa quemar todo eso -indicó-. No has hecho un buen trabajo. Sin duda ésta es la razón por la que fracasaste al querer llegar adonde cruzan los brujos.

Se volteó y se alejó de la casa.

– Aún no ha llegado el momento de enseñarte lo que tenía pensado -dijo-. No. Necesitas trabajar mucho más en corregirte. Mucho más. Y de aquí en adelante tendrás que proceder con mucho más cuidado; tendrás que esforzarte muchísimo, porque no puedes permitirte más errores.

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