16

Nélida me esperaba con paciencia en la puerta trasera. Había tardado horas en calmarme. La tarde estaba avanzada. La seguí al interior de la casa. En el pasillo, justo delante de la sala, se detuvo de manera tan brusca que casi choqué con ella.

– Como te dijo Clara, vivo del lado izquierdo de la casa -indicó, volviéndose para mirarme-. Y te llevaré ahí. Pero primero pasemos a la sala y sentémonos por un rato, para que recobres el aliento.

Estaba jadeando y el corazón me latía a una velocidad inquietante.

– Estoy en buenas condiciones físicas -le aseguré-. Practicaba kung fu con Clara todos los días. Pero ahora no me siento muy bien.

– No te preocupes por estar sin aliento -dijo Nélida en tono tranquilizador- La energía de mi cuerpo está ejerciendo presión sobre ti. Es debido a esa presión adicional que el corazón te late más de prisa. Una vez que te acostumbres a mi energía, ya no te molestará.

Me tomó de la mano y me llevó a sentarme sobre un cojín en el piso, con la espalda apoyada en la parte delantera del sofá.

– Cuando estés agitada, como ahora, apoya la región lumbar de tu espalda en un mueble. O dobla los brazos hacia atrás, apretando con las manos la parte de arriba de tus riñones.

Sentarme en el piso con la espalda apoyada en esa forma definitivamente me calmó. En unos cuantos instantes, pude respirar normalmente y ya no sentía el estómago hecho nudos.

Observé a Nélida caminar de un lado al otro delante de mí.

– Ahora dejemos algo claro, de una vez por todas -dijo, sin interrumpir sus pasos livianos y reposados-. Cuando dije que soy responsable de ti, me refería a que estoy a cargo de tu total libertad. Así que no me vengas con más tonterías acerca de tus esfuerzos por independizarte. No me interesan tus enojos pueriles con tu familia. Pese a que has estado reñida con ella durante toda la vida, tu lucha carece de propósito y dirección. Es hora de dar una causa digna a tu fuerza natural y tu impulso compulsivo.

Noté que su paseo por la sala no era nervioso en absoluto. Más bien parecía una forma de captar mi atención, porque me tranquilizó por completo, además de mantenerme atenta.

Nuevamente le pregunté si volvería a ver a Clara y a Manfredo alguna vez. Nélida fijó en mí una mirada despiadada que me hizo sentir escalofríos.

– No, no los verás -contestó-. Al menos no en este mundo. Ambos han dedicado un esfuerzo impecable a tu preparación para el gran vuelo. Sólo si logras despertar a tu doble y pasar a lo abstracto volverás a verlos. Si no, se convertirán en recuerdos que o se los contarás a otros o se quedarán guardados dentro de ti, pero que irás olvidando poco a poco.

Le juré que no olvidaría jamás a Clara ni a Manfredo; formarían para siempre parte de mí, aunque nunca los volviese a ver. Pese a que algo dentro de mí estaba consciente de esto, no soporté la idea de una separación tan terminante. Quise llorar, como lo había hecho con tanta facilidad durante toda mi vida, pero mi pase brujo con los cristales de algún modo había surtido efecto; había perdido la capacidad de llorar. Ahora que realmente necesitaba llorar, no pude hacerlo. Estaba vacía por dentro. Era yo como siempre había sido: fría. Excepto que ya no me quedaban pretensiones. Recordé lo que Clara me había dicho, que la frialdad no equivale a crueldad ni a falta de corazón sino a una indiferencia inflexible. Por fin supe lo que significaba no tener compasión.

– No te concentres en tu pérdida -dijo Nélida al percibir mi estado de ánimo-. Al menos no por el momento. Mejor veamos algunas maneras útiles para reunir energía a fin de que intentes lo inevitable: el vuelo abstracto. Ahora sabes que nos perteneces a nosotros, a mí en particular. Hoy mismo debes tratar de pasar a mi lado de la casa.

Nélida se quitó los zapatos y se sentó en un sillón enfrente de mí. Con un solo movimiento lleno de gracia, subió las rodillas al pecho y plantó los pies en el asiento. La amplia falda le cubría las pantorrillas, de modo que sólo se le veían los tobillos y los pies.

– Ahora trata de no juzgar ni de ser tímida o malpensada -dijo.

Antes de que pudiera responder, levantó la falda y separó las piernas.

– Observa mi vagina -ordenó-. El agujero entre las piernas de una mujer es la abertura energética de la matriz, un órgano que es a la vez poderoso y competente.

Horrorizada, descubrí que Nélida no traía ropa interior. Podía ver su entrepierna. Quise apartar la vista, pero quedé hipnotizada. Sólo pude mirarla, con la boca medio abierta. No tenía vello y su vientre y piernas eran duros y lisos, sin vestigio de arrugas ni de grasa.

– Puesto que no existo en el mundo como hembra, mi matriz ha adquirido un carácter distinto del carácter de una indisciplinada mujer común y corriente -dijo Nélida sin indicios de pena-. Así que simplemente no deberías de verme de manera despectiva.

En efecto era hermosa y experimenté una punzada de envidia pura. Por lo menos me triplicaba la edad, pero yo nunca me hubiera visto tan bien en una posición similar. De hecho, ni en sueños hubiera permitido que alguien me viese desnuda. Siempre usaba largas batas, como si tuviera algo que esconder. Al recordar mi propia timidez aparté la vista cortésmente, pero no sin haber echado un vistazo a algo que sólo puedo llamar energía pura: el área alrededor de su vagina parecía irradiar una fuerza que me mareaba al verla fijamente.

Cerré los ojos y no me importó lo que pensara de mí. La risa de Nélida fue como una cascada infinita de agua, suave y burbujeante.

– Estás perfectamente calmada ahora -indicó-. Mírame de nuevo y respira hondo varias veces para recargarte.

– Espere un momento, Nélida -dije, invadida por un repentino temor, pero no a mirarle la vagina sino a algo que acababa de descubrir. Mostrarme su desnudez había tenido un efecto inconcebible en mí: calmó mi angustia y me hizo desprenderme de toda mi pudibundez. En un instante, me volví extraordinariamente familiar con Nélida. Tartamudeando de manera lastimosa, le expuse lo que acababa de comprender.

– Eso es exactamente el efecto que debe tener la energía de la matriz -respondió Nélida alegremente-. Ahora en serio, tienes que mirarme y respirar hondo. Después, podrás analizar las cosas todo lo que quieras.

Obedecí y no sentí timidez alguna. Inhalar su energía me vigorizó de manera curiosa, como si entre nosotras se hubiese formado un vínculo que no requería palabras.

– Puedes lograr maravillas si controlas y haces circular la energía de la matriz -dijo Nélida, al volver a taparse las pantorrillas con la falda.

Explicó que la función primaria de la matriz es la reproducción, a fin de perpetuar nuestra especie. No obstante, la matriz también posee funciones secundarias sutiles y sofisticadas, hecho que desconocen las mujeres. Y esas eran, indicó, las que a ella y a mí nos interesaba desarrollar.

Me dio tanto gusto que Nélida me incluyera en su afirmación que de hecho sentí un cosquilleo en el vientre. Escuché con atención mientras ella explicaba que la función secundaria más importante de la matriz es servir de guía al doble. En tanto que los hombres dependen de una mezcla de raciocinio e intento para guiar a sus dobles, las mujeres tienen a su disposición la matriz, una fuente poderosa de energía dueña de abundantes y misteriosos atributos y funciones, diseñados todos para proteger y nutrir al doble.

– Todo esto sólo es posible, por supuesto, si te desembarazas de toda la energía estorbosa dejada por los hombres dentro de ti -indicó-. La recapitulación completa de tu actividad sexual se encargará de eso.

Recalcó que usar la matriz constituye un método extremadamente poderoso y directo de comunicación con el doble. Me recordó el pase brujo que había aprendido, en el que se respira directamente con la abertura de la vagina.

– Por medio de la matriz, los animales hembras perciben las cosas y regulan sus cuerpos -dijo-. Por medio de la matriz, las mujeres pueden generar y almacenar poder en sus dobles, para construir y destruir o para unirse a todo lo que las rodea.

Otra vez sentí un hormigueo en el vientre, una tenue vibración que se extendió a mis genitales y a la cara interior de mis muslos.

– Además de la energía de la matriz, otra forma de comunicación con el doble, también llamado el otro, es por medio del movimiento -continuó Nélida-. Esta es la razón por la que Clara te enseñó los pases brujos. Hay dos pases que debes usar hoy a fin de prepararte adecuadamente para lo que viene.

Se dirigió al closet, sacó un petate, lo desenrolló en el piso y me indicó que me acostara encima. Cuando quedé tendida boca arriba, me pidió que doblara las rodillas un poco, cruzara los brazos en el pecho y rodara una vez a la derecha y luego a la izquierda. Me hizo repetir este movimiento siete veces. Al rodar, debía encorvar la espina dorsal lentamente a la altura de los hombros.

A continuación me indicó que de nuevo me sentara en el piso con las piernas cruzadas y la espalda apoyada en el sofá, mientras que ella se acomodó en el sillón. Inhaló por la nariz, despacio y con suavidad. Luego movió el brazo y la mano izquierdos en espiral hacia arriba, con gracia, como si estuviese taladrando el aire con la mano. Pareció meter la mano en un hoyo. La estiró, asió algo y luego retrajo el brazo, dándome la impresión de haber sacado una larga cuerda de un agujero en el aire. Realizó los mismos movimientos con el brazo y la mano derechos.

Mientras ella realizaba su pase brujo, reconocí que se trataba de un movimiento de igual naturaleza que los que Clara me había enseñado, pero al mismo tiempo distinto, más ligero y uniforme, con mayor carga de energía. Los pases brujos de Clara semejaban movimientos tomados de las artes marciales; desbordaban gracia y fuerza interior. Los pases de Nélida eran siniestros, amenazadores y al mismo tiempo placenteros para la vista; irradiaban una energía nerviosa, pero no eran agitados.

Al ejecutar su pase, el rostro de Nélida parecía una hermosa máscara. Sus rasgos eran simétricos, perfectos. Mientras observaba sus exquisitos movimientos, realizados con un desprendimiento y desapego absolutos, recordé lo dicho por Clara acerca de que Nélida no tenía piedad.

– Este pase sirve para reunir energía de la vastedad que se ubica justo detrás de todo lo que vemos -indicó-. Trata de hacer un agujero, penetra detrás de la fachada de las formas visibles y agarra la energía que nos sostiene. Hazlo ahora.

Traté de imitar sus movimientos rápidos y llenos de gracia, pero me sentía tiesa y torpe en comparación. No tuve la sensación de estar metiendo la mano por un agujero para agarrar la energía, por mucho que esforzara la imaginación. Sin embargo, al terminar el pase me sentí fuerte y rebosante de energía.

– En realidad no hace falta mucho para comunicarse con el cuerpo etéreo o para entrar en contacto con él -prosiguió Nélida-. Además de utilizar la matriz y el movimiento, el sonido es una forma poderosa de atraer su atención.

Explicó que al dirigir palabras en forma sistemática a nuestra fuente de conciencia -el doble- es posible recibir una manifestación de esa fuente.

– Siempre y cuando contemos con suficiente energía, por supuesto -agregó-. En tal caso, posiblemente hagan falta sólo unas cuantas palabras selectas o un sonido sostenido para abrir algo impensable delante de nosotros.

– ¿Cómo podemos exactamente dirigir esas palabras al doble? -pregunté.

Nélida abrió los brazos, barriendo el aire.

– El doble es casi infinito -indicó-. De la misma manera en que el cuerpo físico establece comunicación con otros cuerpos físicos, el doble establece comunicación con la fuerza universal de la vida.

Nélida se puso de pie bruscamente.

– Hemos hecho nuestros pases brujos y también hablado bastante -afirmó-. Ahora veamos si podemos actuar. Quiero que te coloques delante de la puerta que conduce al lado izquierdo de la casa. Quiero que permanezcas muy quieta, pero agudamente consciente de todo lo que pasa a tu alrededor.

La seguí por el pasillo, hasta la puerta que siempre estaba cerrada. Clara me había explicado que permanecía cerrada aunque todos los miembros de la familia estuviesen en la casa. Puesto que me había hecho prometer que nunca, bajo ninguna circunstancia, trataría de abrirla, por mucha curiosidad que tuviese, nunca le puse mucha atención a la puerta.

Al mirarla ahora, no observé nada extraño; sólo era una puerta común de madera, muy parecida a todas las demás que había en la casa. Nélida la abrió con cuidado. Detrás había un pasillo, igual al pasillo del lado derecho, que conducía al otro lado de la casa.

– Quiero que repitas una palabra -dijo Nélida, acercándose mucho a mi espalda-. Esa palabra es intento. Quiero que digas intento tres o cuatro veces o incluso más, pero sácalo de lo más profundo de ti misma.

– ¿De lo más profundo de mí misma?

– Deja que la palabra explote desde adentro de ti, fuerte y clara, desde tu región abdominal. De hecho, debes gritar la palabra intento con toda tu fuerza.

Vacilé. Aborrecía gritar y me desagradaba que la gente levantara la voz al hablar conmigo. De niña, aprendí que era descortés gritar y me daba pavor cuando mis padres discutían en voz alta.

– No seas tímida -dijo Nélida-. Grita con toda fuerza y todas las veces que sea necesario.

– ¿Cómo sabré cuándo parar?

– Te pararás cuando algo suceda o cuando yo te diga que pares porque no ha sucedido nada. ¡Hazlo! ¡Ahora!

Pronuncié la palabra intento; mi voz sonaba vacilante, débil, insegura. Hasta yo misma pensé que carecía de convicción. Sin embargo, seguí repitiéndola, cada vez con más vigor. Mi voz no se tornó profunda sino aguda y fuerte, hasta que proferí un grito espeluznante que no era mío, dándome tal susto que casi me desmayé. Sin embargo, lo había escuchado antes. Era el mismo sonido agudo que escuché el día en que Clara y Manfredo entraron corriendo a la casa, dejándome debajo del árbol. Comencé a temblar y me mareé tanto que me desplomé ahí mismo, apoyada en el marco de la puerta.

– ¡No te muevas! -ordenó Nélida, pero era demasiado tarde. Ya me había desmoronado en el piso, sin fuerzas.

– Qué lástima que te moviste, cuando debías quedarte donde estabas -dijo Nélida severamente, pero esbozó una sonrisa al ver que me encontraba al borde del desmayo. Se puso en cuclillas a mi lado y me frotó las manos y el cuello para revivirme.

– ¿Por qué me hizo gritar? -musité, enderezándome apoyada en la pared.

– Estábamos tratando de llamar la atención de tu doble -afirmó Nélida-. Al parecer la conciencia universal tiene dos niveles: el nivel de lo visible, del orden, de todo lo que es posible pensar o nombrar; y el nivel no manifiesto de la energía, que crea y sostiene todas las cosas.

"Puesto que nos atenemos al lenguaje y a la razón -continuó Nélida-, el nivel de lo visible es lo que consideramos como la realidad. Parece poseer un orden, es estable y predecible. Sin embargo, en realidad es escurridizo, temporal y siempre cambiante. Lo que juzgamos como la realidad permanente sólo es la apariencia superficial de una fuerza insondable.

Tenía tanto sueño que apenas pude atender a sus palabras. Bostecé varias veces para absorber más aire. Nélida se rió al verme abrir los ojos de manera exagerada, para convencerla de que contaba con toda mi atención.

– Lo que tú y yo pretendemos con todos estos gritos -prosiguió- no es llamar la atención de la realidad visible sino la atención de lo invisible, de la fuerza que constituye la fuente de tu existencia y que esperamos te transporte sobre el abismo.

Quería escuchar lo que me estaba diciendo, pero un extraño pensamiento me distrajo. Justo antes de desplomarme en el piso, había tenido una rara visión. Observé que el aire en el pasillo detrás de la puerta burbujeaba, al igual que en la oscuridad de mi cuarto la primera noche que dormí en la casa.

Mientras Nélida seguía hablando, me volví para asomarme otra vez al pasillo, pero ella se colocó delante de mí y me obstruyó la vista. Se inclinó y recogió una hoja que debió salirse, mientras estuve gritando, del bulto protector que Clara me había amarrado alrededor de la cintura.

– Tal vez esta hoja ayude a esclarecer las cosas -indicó, alzándola para que la viera. Hablaba rápidamente, como si estuviese consciente de que mi atención menguaba y quisiera exponer lo más posible antes de que mi mente volviese a divagar-. Su textura es seca y quebradiza; su forma, plana y redonda; su color, café con un toque de carmesí. Reconocemos que se trata de una hoja gracias a nuestros sentidos, que son nuestros instrumentos de percepción, y a nuestro pensamiento, que otorga nombres a las cosas. Sin ellos la hoja sería energía abstracta, pura y no diferenciada. La misma energía etérea e irreal que fluye a través de esta hoja fluye a través de todo y lo sostiene todo. Nosotros, al igual que todo lo demás, somos reales, por una parte, y sólo apariencia por otra.

Con cuidado depositó la hoja otra vez en el piso, como si fuera tan frágil que se haría añicos al menor contacto.

Nélida se detuvo por un instante, como para esperar a que mi mente asimilara lo que había dicho, pero mi atención fue atraída nuevamente por la puerta abierta del pasillo, donde filamentos de luz manaban a través de una gran ventana al fondo. Tuve la fugaz visión de varios hombres y mujeres; es decir, por un instante tres o cuatro personas sacaron las cabezas de las puertas que daban al pasillo. Al parecer todos fueron despertados al mismo tiempo por mis gritos, sacando las cabezas de sus recámaras para ver de qué se trataba el escándalo.

– Definitivamente te falta disciplina -me gritó Nélida-. Tu capacidad para sostener la atención es muy deficiente.

Traté de decirle a Nélida lo que había visto, pero me dominó con una sola mirada. Sentí un escalofrío que me subía por la columna hasta la nunca e involuntariamente acabé temblando. Fue entonces, sentada ahí confusa e indefensa, que el pensamiento más extraño de todos los que tuve hasta ese instante me cruzó la mente: Nélida me parecía familiar porque la había visto en un sueño. De hecho, la había visto no en un solo sueño sino en una serie de sueños recurrentes, y las personas del pasillo…

– ¡No permitas que tu mente vaya más lejos! -me gritó Nélida-. Ni te atrevas, ¿me escuchas? ¡No te atrevas a divagar! Quiero toda tu atención aquí conmigo.

Me obligó a levantarme y me dijo que me concentrara. Hice lo posible por concentrarme, porque definitivamente me intimidaba. Siempre me había enorgullecido la idea de que nadie podía dominarme, pero una sola mirada de esa mujer bastaba para interrumpir mis pensamientos y llenarme de temor reverente y pavor al mismo tiempo.

Nélida me dio un firme golpe con el nudillo en la corona de la cabeza. Me calmó con la misma presteza con la que sus gritos me habían perturbado.

– He estado hablando como loca porque, según me aseguró Clara, hablar es la mejor manera de calmarte y despertar tu interés -indicó-. A toda costa quiero que estés preparada para cruzar esta puerta.

Le dije que tenía la certeza de haberla visto en mis sueños. Pero eso no era todo; tenía la sensación de conocer también a las personas que asomaron las cabezas al pasillo.

Cuando mencioné a esas personas, Nélida dio un paso para atrás y me escudriñó, como si buscara marcas en mi cuerpo. Guardó silencio por un momento, deliberando, quizá, si debía o no revelar algo.

– Somos un grupo de brujos, como ya te lo dijeron el nagual y Clara. Formamos un linaje, pero no un linaje de sangre. En esta casa hay dos ramas de ese linaje, cada una de ocho miembros. Los miembros de la rama de Clara son los Grau y los miembros de mi rama son los Abelar. Nuestro origen está perdido en el tiempo. Nos contamos por generaciones. Yo pertenezco a la generación que está en el poder, y eso significa que puedo enseñar lo que mi grupo sabe a alguien que es como yo. En este caso, a ti. Tú eres una Abelar.

Se puso detrás de mí y me volvió en dirección del pasillo.

– Ahora basta de hablar. Da la cara al pasillo y otra vez grita la palabra intento. Creo que estás lista para conocernos a todos en persona.

Grité intento tres veces. En esta ocasión mi voz no me salió chillona sino resonó fuertemente, más allá de los muros de la casa. Al sonar el tercer grito, el aire del pasillo empezó a chisporrotear. Miles de millones de diminutas burbujas relumbraron y brillaron, como si todas se hubieran encendido en el mismo instante. Escuché un suave zumbido que me recordó el sonido amortiguado de un generador. Su ronroneo hipnótico me jaló al interior, cruzando el umbral sobre el que Nélida y yo estábamos paradas. Tenía los oídos tapados y tuve que tragar saliva varias veces para destaparlos. Luego el zumbido paró y me encontré en el centro de un pasillo que era la imagen exacta del pasillo en el lado derecho de la casa, donde estaba mi cuarto. Sólo que este pasillo estaba lleno de gente. Todos habían salido de sus cuartos y me estaban mirando fijamente, como si hubiese caído de otro planeta y materializado justo delante de sus ojos.

Entre ellos, en el extremo más alejado del pasillo, vi a Clara. Esbozaba una sonrisa radiante y abrió los brazos, invitándome a abrazarla. Luego vi a Manfredo, que rascaba el piso. Estaba tan feliz de verme como Clara. Eché a correr hacia ellos, pero en lugar de sentir mis pasos sobre el piso de madera fui lanzada al aire. Desesperada, observé que pasaba por encima de Clara y Manfredo y todas las demás personas en el pasillo. No pude controlar mis movimientos; sólo pude gritar angustiada los nombres de Clara y de Manfredo, al pasar volando por encima de ellos hasta más allá del pasillo y de la casa, más allá de los árboles y los cerros, hacia un fulgor deslumbrante y, finalmente, una quietud totalmente negra.

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