12

Después de más de ocho meses de practicar la recapitulación fielmente, ya lo podía hacer durante todo el día sin irritarme ni distraerme. Un día me estaba representando mentalmente los edificios, salones y maestros de mi último año de preparatoria. Me dejé llevar tanto por mi recorrido a lo largo de los pasillos y por ver dónde se sentaban mis compañeros que terminé hablando conmigo misma.

– Si hablas contigo misma, no podrás respirar correctamente -escuché decir a un hombre.

Me sobresalté tanto que pegué con la cabeza en la pared de la cueva. Abrí los ojos. La imagen del salón se desvaneció al voltearme para mirar hacia la desembocadura de la cueva. Había un hombre en cuclillas perfilado delante de ella. De inmediato supe que se trataba del maestro brujo, del hombre al que una vez había visto en los cerros. Llevaba el mismo rompevientos verde y los mismos pantalones, pero ahora pude distinguir su perfil; tenía la nariz protuberante y la frente ligeramente inclinada.

– No me mires fijamente -lo escuché decir. Su voz era baja y murmuraba como un arroyo al pasar sobre la grava-. Si quieres aprender más acerca de la respiración, permanece muy tranquila y recobra el equilibrio.

Seguí respirando profundamente hasta que su presencia dejó de asustarme y sentí alivio, en cambio, por llegar a conocerlo al fin. Se sentó con las piernas cruzadas a la entrada de la cueva y se inclinó del mismo modo en que Clara siempre lo hacía.

– Tus movimientos son demasiado erráticos -indicó con un bajo murmullo-. Respira así.

Inhaló profundamente al voltear la cabeza de manera suave a la izquierda. Luego exhaló el aire por completo mientras en forma continua volteaba la cabeza a la derecha. Finalmente movió la cabeza del hombro derecho al izquierdo y otra vez al derecho sin respirar, y luego al centro. Imité sus movimientos, inhalando y exhalando de la manera más completa posible.

– Así está mejor -dijo-. Al exhalar, arroja fuera de ti todos los pensamientos y sentimientos que estés repasando. Y no muevas la cabeza sólo con los músculos del cuello. Guíala con las líneas invisibles de energía que emanan de tu abdomen. Hacer que broten esas líneas es uno de los logros de la recapitulación.

Explicó que justo debajo del ombligo se encuentra un centro clave de poder y que todos los movimientos del cuerpo, la respiración inclusive, debían recurrir a ese punto de energía. Sugirió que sincronizara el ritmo de mi respiración con el giro de la cabeza, para en conjunto lograr que las líneas invisibles de energía de mi abdomen se extendiesen hacia el exterior, hasta el infinito.

– ¿Forman esas líneas parte de mi cuerpo o he de imaginarlas? -pregunté.

Cambió de posición antes de responder.

– Esas líneas invisibles forman parte de tu cuerpo blando, de tu doble -explicó-. Entre más energía hagas salir mediante la manipulación de esas líneas, más fuerza adquirirá tu doble.

– Lo que quiero saber es si son reales o sólo imaginarias.

– Al expandirse la percepción, ya nada es real y nada es imaginario -contestó-. Sólo existe la percepción. Cierra los ojos y entérate por ti misma.

No quería cerrar los ojos; quería ver qué estaba haciendo él, por si hacía algo repentino. Pero mi cuerpo se puso lacio y pesado y mis ojos empezaron a cerrarse, pese a mis esfuerzos por mantenerlos abiertos.

– ¿Qué es el doble? -logré preguntar antes de perderme en un estupor soñoliento.

– Es una buena pregunta -replicó-. Significa que una parte de ti aún está alerta y escuchando.

Lo sentí inhalar profundamente, inflando el pecho.

– El cuerpo físico es una envoltura, un envase, si tú quieres -dijo después de exhalar lentamente-. Al concentrarte en tu respiración, puedes lograr que el cuerpo sólido se disuelva, de manera que sólo quede la parte blanda y etérea.

Se corrigió, diciendo que el cuerpo físico no se disuelve sino que, al cambiar la fijación de nuestra conciencia, empezamos a entender que nunca fue sólido. Este entendimiento es la inversión exacta de lo que tuvo lugar conforme madurábamos. De bebés estábamos totalmente conscientes de nuestro doble; al crecer, aprendimos a poner un énfasis cada vez mayor en el lado físico, y menos en nuestro ser etéreo. De adultos ignoramos por completo que existe en nosotros un lado blando.

– El cuerpo blando es una masa de energía -explicó-. Sólo estamos conscientes de su dura envoltura exterior. Cobramos conciencia del lado etéreo al permitir que nuestro intento vuelva a él.

Recalcó que nuestro cuerpo físico se encuentra inextricablemente vinculado con su contraparte etérea, pero que este vínculo ha sido empañado por nuestros pensamientos y sentimientos, los cuales se enfocan de manera exclusiva en el cuerpo físico. A fin de desplazar la conciencia de nuestra apariencia dura a la contraparte fluida, primero debemos disolver la barrera que separa estos dos aspectos de nuestro ser.

Quise preguntar cómo se logra eso, pero me resultó imposible dar voz a mis pensamientos.

– La recapitulación ayuda a disolver nuestras ideas preconcebidas -dijo, respondiendo a mi pregunta-, pero se requiere habilidad y concentración para entrar en contacto con el doble.

En este momento estás usando tu parte etérea hasta cierto grado. Te encuentras medio dormida, pero una parte de ti está despierta y alerta; me escucha y percibe mi presencia.

Me advirtió que la liberación de la energía encerrada en nuestro interior entraña un considerable peligro, porque el doble es vulnerable y resulta fácil lastimarlo en el proceso de desplazar nuestra conciencia hacia él.

– Es posible crear una abertura en la red etérea, inadvertidamente, y perder vastas cantidades de energía -me advirtió-, energía valiosa necesaria para mantener cierto grado de claridad y control sobre la vida.

– ¿Qué es la red etérea? -balbucí, como si estuviera hablando dormida.

– La red etérea es la luminosidad que rodea al cuerpo físico -explicó-. Esta malla de energía es desgarrada por completo en el curso de la vida diaria. Enormes porciones de ella se pierden o se entrelazan con las bandas de energía de otras personas. Si alguien pierde demasiada fuerza vital, se enferma o muere.

Su voz me arrulló a tal grado que me encontré respirando desde el abdomen, como si estuviese profundamente dormida. Estaba recostada en la pared de la cueva, pero no sentía su dureza.

– La respiración funciona tanto en el nivel físico como en el etéreo -explicó-. Repara cualquier daño sufrido por la red etérea y la mantiene fuerte y flexible.

Quise preguntar algo acerca de mi recapitulación, pero no pude encontrar las palabras; parecían demasiado remotas. Sin que yo hiciera la pregunta, otra vez me proporcionó la respuesta.

– Es esto lo que has hecho con tu recapitulación durante todos estos meses. Estás recuperando los filamentos de energía que se perdieron de tu red etérea o que quedaron enredados a consecuencia de tu interacción con tus semejantes en tu vida cotidiana. Al encontrarse en esta interacción, estás recuperando todo lo que dejaste disperso a lo largo de veinte años y en miles de lugares.

Quise preguntar si el doble tenía una forma o color específicos. Estaba pensando en las auras. No respondió. Tras un largo silencio, abrí los ojos a la fuerza y vi que me encontraba sola en la cueva. Desde la oscuridad, me esforcé por penetrar la luz en la desembocadura frente a la cual lo había visto perfilado. Sospeché que se había apartado y que se encontraba cerca, esperando a que yo saliera. Mientras seguía atenta, apareció una mancha brillante de luz que se cernía a unos sesenta centímetros de mí. La ilusión me sobresaltó, pero al mismo tiempo me cautivó, de manera que no pude apartar los ojos de ella. Tenía la certeza irracional de que la luz estaba viva y consciente y sabía que yo tenía la atención puesta en ella. De súbito la esfera resplandeciente se expandió al doble de su tamaño y la envolvió un aro de intenso color morado.

Asustada, apreté los ojos fuertemente con la esperanza de que la luz desapareciera, a fin de que pudiese salir de la cueva sin tener que atravesarla. Estaba sudando, y el corazón me latía con fuerza. Sentía la garganta seca y oprimida. Con enorme esfuerzo hice disminuir el ritmo de mi respiración. Cuando abrí los ojos, la luz había desaparecido. Sentí la tentación de explicar todo lo sucedido como un sueño, porque con frecuencia me dormía durante mi recapitulación. Sin embargo, el recuerdo del maestro brujo y de lo dicho por él era tan vivo que estaba casi segura de que todo había sido verdad.

Cautelosamente me salí de la cueva, me puse los zapatos y me dirigí a la casa por el atajo. Clara se encontraba a la puerta de la sala, como si me estuviera esperando. Sin aliento, solté bruscamente que acababa o de hablar con el maestro brujo o de tener un sueño sumamente intenso acerca de él. Sonrió y, con un sutil movimiento de la barbilla, señaló el sillón. Quedé boquiabierta. Ahí estaba el mismo hombre que estuvo conmigo en la cueva unos pocos minutos antes, sólo que vestido de otra manera. Ahora llevaba un suéter gris de botones, una camisa sport y pantalones de vestir.

Era mucho más viejo de lo que me pareció antes, pero también mucho más vital. Me fue imposible precisar su edad; podía tener, de igual manera, cuarenta o setenta años. Parecía ser dueño de una fuerza extraordinaria, y no era ni flaco ni corpulento. Era moreno y de rasgos indígenas. Tenía la nariz aguileña, la boca fuerte, una barbilla cuadrada y brillantes ojos negros, con la misma intensa mirada que había observado en la cueva. Una mata gruesa y lustrosa de cabello blanco acentuaba sus facciones. El efecto extraordinario de su cabello era que no lo convertía en un anciano, como suelen hacerlo las canas. Recordé lo viejo que empezó a verse mi padre cuando su cabello adquirió un tono plateado y cómo lo ocultó con tintes y sombreros, pero fue en vano, porque tenía la vejez grabada en el rostro, en las manos y en todo el cuerpo.

– Taisha, permíteme presentarte. Este es el señor Juan Miguel Abelar -me dijo Clara.

El hombre se puso de pie cortésmente y alargó la mano.

– Me da mucho gusto conocerte, Taisha -dijo en un inglés perfecto mientras me estrechaba la mano fuertemente.

Quise preguntarle qué hacía ahí, cómo pudo cambiarse de ropa tan rápidamente y si realmente había estado en la cueva o no. Otra docena de preguntas también daba vueltas a mi cabeza, pero me encontraba demasiado alterada e intimidada para dar voz a alguna de ellas. Fingí estar calmada y ni por un instante creí revelar lo perturbada que en realidad me sentía. Comenté sobre lo bien que hablaba el inglés y la claridad con la que se había expresado al hablar conmigo en la cueva.

– Qué amable eres -respondió, con una sonrisa cautivadora-, pero debería hablar bien el inglés. Soy un yaqui. Nací en Arizona.

– ¿Vive usted en México, señor Abelar? -pregunté torpemente.

– Sí. Vivo en esta casa -replicó-. Vivo aquí con Clara.

La miró en una forma que sólo puedo describir como afecto puro. No supe qué decir. Me sentí cohibida, apenada por alguna misteriosa razón.

– No somos marido y mujer -dijo Clara, como para tranquilizarme, y los dos rompieron a reír.

En lugar de aligerar las cosas, su risa me hizo sentir más cohibida aún. Entonces reconocí, consternada, la emoción que estaba sintiendo: celos puros. Debido a un inexplicable impulso posesivo, sentía que él era mío. Traté de ocultar mi bochorno haciendo rápidamente algunas preguntas triviales.

– ¿Lleva mucho tiempo de vivir aquí en México?

– Sí, así es -dijo.

– ¿Piensa volver a Estados Unidos?

Fijó sus ojos ardientes en mí, luego sonrió y dijo, de una manera encantadora:

– Esos detalles no tienen importancia, Taisha. ¿Por qué no me preguntas acerca del tema que tratamos en la cueva? ¿Hay algo que no haya quedado claro?

Por sugerencia de Clara, nos sentamos; Clara y yo en el sofá y el señor Abelar en el sillón. Le pedí que me hablara más acerca del doble. El concepto me interesaba sobremanera.

– Algunas personas son maestros del doble -empezó-. No sólo pueden fijar la conciencia en él sino también impulsarlo a la acción. Sin embargo, la mayoría de nosotros ni siquiera está consciente de la existencia de nuestro lado etéreo.

– ¿Qué hace el doble? -pregunté.

– Todo lo que queramos; puede saltar encima de los árboles, volar por el aire, hacerse grande o pequeño o adoptar la forma de un animal. Puede percatarse de los pensamientos de la gente o convertirse en un pensamiento y lanzarse, en un instante, sobre vastas distancias.

– Incluso puede actuar como el yo -interpuso Clara, mirándome de frente-. Si sabes usarlo, puedes aparecerte delante de alguien y hablar con él, como si realmente estuvieras ahí.

El señor Abelar asintió con la cabeza.

– En la cueva percibiste mi presencia por medio de tu doble. Sólo cuando tu razón despertó dudaste de que la experiencia hubiese sido verdadera.

– Lo sigo dudando -indiqué-. ¿De veras estuvo usted ahí?

– Por supuesto -replicó, guiñándome el ojo-, tanto como ahora estoy aquí.

Por un instante me pregunté si estaría soñando en ese momento. Sin embargo, mi razón me aseguró que eso no era posible. Sólo para estar completamente segura, toqué la mesa; se sentía sólida.

– ¿Cómo lo hizo? -pregunté, recostándome en el sofá.

El señor Abelar guardó silencio por un momento, como si estuviera eligiendo sus palabras.

– Suelto mi cuerpo físico y dejo que mi doble se haga cargo -indicó-. Si nuestra conciencia está ligada al doble, no nos afectan las leyes del mundo físico; más bien nos gobiernan fuerzas etéreas. Pero cuando la conciencia se encuentra ligada al cuerpo físico, nuestros movimientos son limitados por la gravedad y otras restricciones.

Seguía sin entender si eso significaba que era posible encontrarse en dos sitios al mismo tiempo. Pareció darse cuenta de mi confusión.

– Clara me dice que te interesan las artes marciales -indicó el señor Abelar-. La diferencia entre una persona común y corriente y un experto en kung fu es que este último ha aprendido a controlar su cuerpo blando.

– Mis profesores de karate solían decir lo mismo -afirmé-. Insistían en que las artes marciales entrenaban el lado blando del cuerpo, pero nunca entendí qué querían decir con ello.

– Probablemente querían decir que cuando un experto ataca, dirige sus golpes contra los puntos vulnerables en el cuerpo blando del enemigo -replicó-. Lo destructivo no es la fuerza de su cuerpo físico sino la grieta que produce en el cuerpo etéreo del enemigo. Puede lanzar dentro de esa grieta una fuerza que desgarra la red etérea y ocasiona daños mayores. Una persona puede recibir lo que en ese momento sólo parece un pequeño golpe, pero horas, quizá días más tarde, llega a morir del golpe.

– Es cierto -asintió Clara-. No te dejes engañar por los movimientos externos ni por lo que ves. Lo que no ves es lo que importa.

Con frecuencia había escuchado a mis profesores de karate hacer relatos semejantes. Al preguntarles cómo se realizaban esas hazañas, no pudieron darme una explicación coherente. En ese entonces creí que se debía al hecho de que mis maestros eran japoneses e incapaces de expresar pensamientos tan intrincados en inglés. Ahora el señor Abelar estaba explicando algo semejante y, pese a que su dominio del inglés era perfecto, no entendí a qué se refería con el cuerpo blando o doble ni cómo se usaban sus misteriosos poderes.

Me pregunté si el señor Abelar practicaría artes marciales, pero antes de que pudiera indagar al respecto él continuó.

– Los verdaderos expertos en artes marciales, según Clara me los ha descrito de cuando se entrenó en China, controlan su cuerpo blando -indicó-. Y éste es controlado no por el intelecto sino por el intento. No hay forma de pensar en él ni de entenderlo de manera racional. Hay que sentirlo, puesto que está ligado a unas líneas luminosas de energía que atraviesan el universo en todas direcciones -se tocó la cabeza y señaló hacia arriba-. Por ejemplo, una línea de energía que se extiende hacia arriba desde la parte superior de la cabeza le da al doble su propósito y dirección. Esa línea suspende y jala al doble hacia donde quiera ir. Si quiere ir hacia arriba, sólo tiene que dirigir su intento hacia arriba. Si quiere hundirse en el suelo, dirige su intento hacia abajo. Es así de sencillo.

Clara me preguntó si recordaba lo que me había dicho en el jardín el día que hicimos los ejercicios de respiración con el sol: de cómo era necesario proteger siempre la corona de la cabeza. Le dije que lo recordaba tan claramente que desde entonces me daba miedo salir de la casa sin sombrero. Me preguntó si le estaba siguiendo el hilo a lo que decía el señor Abelar. Le aseguré que no tenía ningún problema en entenderlo, aunque no comprendiera los conceptos que manejaba. Paradójicamente, lo que estaba diciendo se me hacía incomprensible, pero al mismo tiempo familiar y creíble. Clara asintió con la cabeza y dijo que eso se debía al hecho de que estaba hablando directamente con una parte de mí que no era del todo racional y que tenía la capacidad de captar las cosas de manera directa, sobre todo si un brujo le hablaba en esta forma.

Clara estaba en lo cierto. El señor Abelar tenía algo que me tranquilizaba aún más que Clara. No se debía a su forma de ser cortés y afable, sino a algo en la intensidad de su mirada que me obligaba a escuchar y a seguir sus explicaciones, pese al hecho de que, desde el punto de vista racional, parecían carecer de sentido. Y yo hacía preguntas como si supiera de qué me estaba hablando.

– ¿Podré entrar en contacto con mi cuerpo blando algún día? -pregunté al señor Abelar.

– La pregunta es, Taisha, si quieres entrar en contacto con él.

Vacilé por un instante. Mi recapitulación me había enseñado que soy complaciente y cobarde y que mi primera reacción es evitar todo lo que resulta demasiado gravoso o alarmante. Sin embargo, también me animaba una curiosidad intensa por tener experiencias excepcionales y, tal como Clara me lo indicara una vez, poseía cierta audacia temeraria.

– El doble me inspira mucha curiosidad -dije-, así que definitivamente quiero entrar en contacto con él.

– ¿A cualquier precio?

– El que sea, menos vender mi cuerpo -repliqué vacilantemente.

Al escucharme, los dos rompieron a reír con tal fuerza que pensé que iban a convulsionarse ahí mismo en el piso. No lo había dicho como chiste, porque realmente no estaba segura de los planes secretos que tuviesen conmigo. Como si estuviera consciente de mi tren de pensamientos, el señor Abelar dijo que era hora de revelarme ciertas premisas de su mundo. Se irguió y adoptó un semblante serio.

– Los líos entre hombres y mujeres ya no nos conciernen -dijo-. Eso significa que no nos interesan la moralidad, la inmoralidad ni la amoralidad del hombre. Toda nuestra energía se vierte en la exploración de nuevos caminos.

– ¿Puede darme un ejemplo de un nuevo camino, señor Abelar? -pregunté.

– Claro que sí. ¿Qué tal la tarea a la que estás dedicada, la recapitulación? La razón por la que te estoy hablando ahora es porque por medio de recapitular has ahorrado energía suficiente para franquear ciertos límites físicos. Has percibido, aunque sólo sea por un instante, cosas inconcebibles que no forman parte de tu inventario normal, según diría Clara.

– Mi inventario normal es bastante raro -le advertí-. Al recapitular el pasado, he empezado a comprender que estaba loca. De hecho, aún estoy loca. La prueba de ello es que me encuentro aquí y no sé si estoy despierta o soñando.

Al escucharme, los dos rompieron a reír otra vez, como si estuvieran viendo un programa cómico y el comediante acabara de llegar a la culminación de su chiste.

– Sé muy bien lo loca que estás -afirmó el señor Abelar de manera contundente-. Pero no porque estés aquí con nosotros. Más que loca eres imprudente y te consientes a ti misma. No obstante, desde el día en que llegaste aquí, al contrario de lo que te pueda parecer, has mejorado tu conducta. Para ser justo, diría que algunas de las cosas que has hecho, según me cuenta Clara, como entrar a lo que llamamos el mundo de las sombras, no son ni imprudencia ni locura. Son un nuevo camino, algo innombrable e inconcebible desde el punto de vista del mundo normal.

Se produjo un largo silencio que me hizo retorcerme, inquieta. Quería decir algo para romper el hechizo, pero no se me ocurrió nada. Lo peor fue que el señor Abelar no dejaba de echarme miraditas de reojo. Luego le susurró algo a Clara y los dos se rieron quedo, lo cual me irritó sobremanera, porque no dudé en lo más mínimo que se estaban riendo de mí.

– Tal vez sea mejor que me vaya a mi cuarto -dije, poniéndome de pie.

– Siéntate, aún no hemos terminado -ordenó Clara.

– No tienes idea de cuánto apreciamos el que estés aquí con nosotros -indicó el señor Abelar de repente-. Te encontramos chistosa porque eres tan excéntrica. Pronto conocerás a otro miembro de nuestro grupo, a alguien que es igual de excéntrica que tú, pero mucho mayor. Verte a ti nos la recuerda cuando era joven. Por eso nos reímos. Por favor, perdónanos.

Aborrecía que se rieran de mí, pero la disculpa del señor Abelar fue tan sincera que la acepté. A continuación reanudó su plática acerca del doble, como si no se hubiera hablado de otra cosa.

– Al abandonar nuestras ideas sobre el cuerpo físico, poco a poco o de golpe -dijo-, la conciencia empieza a desplazarse a nuestro lado blando. A fin de facilitar este desplazamiento, nuestro lado físico debe permanecer completamente quieto, suspendido, como si estuviera profundamente dormido. La dificultad radica en convencer a nuestro cuerpo físico de cooperar, porque rara vez quiere abandonar el control.

– ¿Cómo se hace para soltar el cuerpo físico entonces? -pregunté.

– Hay que engañarlo -contestó-. Dejar creer al cuerpo que se encuentra profundamente dormido; aquietarlo de manera deliberada, apartando la conciencia de él. Cuando el cuerpo y la mente reposan, el doble despierta y se pone a cargo.

– No entiendo -dije.

– No te hagas la idiota, Taisha -dijo Clara bruscamente-. Debes haberlo hecho en la cueva. Para percibir al nagual, debes haber usado tu doble. Estabas dormida y consciente al mismo tiempo.

Lo que me llamó la atención de las palabras de Clara fue la forma en que se refirió al señor Abelar. Lo llamó "el nagual". Pregunté qué significaba la palabra.

– Juan Miguel Abelar es el nagual -replicó orgullosamente-. Es mi guía; la fuente de mi vida y bienestar. No es mi hombre en ningún sentido concebible de la palabra, y no obstante es el amor de mi vida. Cuando él sea todo eso para ti, entonces también será el nagual para ti. Mientras tanto, que quede como el señor Abelar o incluso Juan Miguel.

El señor Abelar se rió, como si Clara sólo lo hubiera dicho en broma, pero Clara me sostuvo la mirada el tiempo suficiente para darme a entender que cada palabra era en serio.

El silencio que se estableció a continuación fue roto, finalmente, por el señor Abelar.

– A fin de activar al cuerpo blando, primero debes abrir ciertos centros de tu cuerpo que funcionan como compuertas -continuó-. Cuando todas las compuertas estén abiertas, el doble podrá salir de su cubierta protectora. De otro modo, permanecerá encerrado para siempre dentro de su caparazón exterior.

Pidió a Clara que sacara un petate del closet. Lo extendió en el piso y me indicó que me acostara boca arriba con los brazos en los costados.

– ¿Qué me va a hacer? -pregunté, recelosa.

– No lo que tú crees -replicó bruscamente.

Clara se rió.

– Taisha desconfía mucho de los hombres -le explicó al señor Abelar.

– De poco le ha servido -contestó, cohibiéndome por completo. Luego se volvió hacia mí y explicó que me enseñaría un método sencillo para desplazar la conciencia del cuerpo físico a la red etérea que lo rodea.

– Acuéstate y cierra los ojos, pero no te duermas -ordenó.

Apenada, obedecí, sintiéndome curiosamente vulnerable acostada ahí delante de ellos. Se arrodilló a mi lado y me habló con voz suave.

– Imagínate unas líneas extendidas desde tu cuerpo hacia los lados, empezando por los pies -indicó.

– ¿Y si no puedo imaginármelas?

– Claro que podrás, si quieres -dijo-. Con toda tu fuerza dirige tu intento a la creación de esas líneas.

Explicó que en realidad no se trataba de imaginar las líneas, sino del misterioso acto de sacarlas de los lados del cuerpo, empezando por los dedos de los pies y continuando hasta la corona de la cabeza. Dijo que también debía sentir unas líneas que emanaban de las plantas de mis pies y se hundían en el suelo, e iban hacia mi cabeza, envolviendo mi cuerpo a todo su largo hasta la parte de atrás de mi cabeza; y otras líneas que irradiaban de mi frente, hacia arriba y bajaban por el frente de mi cuerpo hasta los pies, formando así una red o capullo de energía luminosa.

– Practícalo hasta que puedas soltar tu cuerpo físico y fijar tu atención a voluntad en tu red luminosa -dijo-. Con el tiempo un solo pensamiento bastará para extender y sostener esa red.

Traté de relajar mis músculos. Su voz tenía efectos sedantes, una cualidad hipnotizante; a veces parecía provenir de muy cerca, y luego desde muy lejos. Me advirtió que si en alguna parte de mi cuerpo la red se sentía apretada o resultaba difícil extender las líneas o éstas se enroscaban, era ahí donde tenía el cuerpo débil o herido.

– Puedes sanar esas partes permitiendo que el doble extienda la red etérea -dijo.

– ¿Cómo se hace eso?

– Dirigiendo tu intento, pero no con los pensamientos -indicó-. Dirige tu intento con el intento, que es la capa debajo de los pensamientos. Escucha con cuidado, búscalo debajo de tus pensamientos, lejos de ellos. El intento está tan alejado de los pensamientos que no podemos hablar de él; ni siquiera lo sentimos. Pero definitivamente podemos usarlo.

No podía ni siquiera concebir cómo dirigir mi intento con mi intento. El señor Abelar dijo que no debía costarme demasiado trabajo extender mi red, porque a lo largo de los últimos meses, durante mi recapitulación, había estado proyectando ese tipo de líneas etéreas, sin saberlo. Sugirió que empezara por concentrarme en mi respiración. Después de un tiempo que parecieron horas, durante el cual creo que me dormí una o dos veces, por fin percibí un intenso calor hormigueante en los pies y la cabeza. El calor se expandió hasta formar un aro que envolvía mi cuerpo a todo su largo.

Con voz suave, el señor Abelar me recordó que fijara la atención en el calor externo de mi cuerpo y que tratara de extenderlo, empujándolo hacia afuera desde el interior y permitiendo que se expandiera.

Me concentré en mi respiración hasta que todo vestigio de tensión desapareció dentro de mí. Al relajarme más aún, dejé que el calor hormigueante buscara su propio curso; no se movió hacia afuera ni se expandió; en cambio, se contrajo, hasta que tuve la sensación de estar acostada sobre un globo gigantesco que flotaba en el espacio. Experimenté un momento de pánico; dejé de respirar y por un instante empecé a asfixiarme. Entonces algo afuera de mí se hizo cargo y empezó a respirar por mí. Me envolvieron olas de energía arrulladora que se expandieron y contrajeron hasta que todo oscureció a mi alrededor y ya no pude fijar la conciencia en nada.

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