21

Vlado, exhausto, se quedó dormido no mucho después de que Pine entrase en la autostrada en dirección sur, con las ventanillas bajadas y la brisa en la cara. Se despertó sobresaltado, sin tener ni idea de dónde estaban ni de cuánto tiempo había pasado. Hacía más calor, el tráfico era más denso. A la derecha, el mar relucía a lo lejos. Al mirar a la izquierda se asustó al ver una enorme montaña parda, achatada en la cumbre. El Vesubio. Deseó que Sonja estuviera allí para verlo. Subirían por el sendero hasta la cima. Se asomarían al cráter.

Pine no se había dado cuenta todavía de que estaba despierto, y Vlado lo miró. Parecía relajado, conducía con una mano, el sol se reflejaba en sus gafas, tenía un codo apoyado en la ventanilla abierta: la viva imagen de un americano relajado que viajaba sin ninguna preocupación, con el hirsuto cabello rubio ondeando al viento. Era fácil trabajar con él, un tipo agradable. Pero, sobre todo, Vlado confiaba en él y tenía la sensación de que iba a ser más importante que nunca en los días siguientes.

Pine le miró distraídamente y reparó en que Vlado tenía los ojos abiertos.

– Vaya vista, ¿eh? No me gustaría estar por aquí cuando explote.

– ¿Cuánto falta?

– Veinte minutos. Tal vez treinta, según esté el tráfico. Te has echado un buen sueñecito. Creo que lo necesitabas.

Vlado asintió con la cabeza, todavía adormilado.

– He estado pensando -dijo Pine.

– ¿En qué?

– En Matek. En él y en tu padre bajando hasta aquí en aquel camión. Suponiendo que fuera él a quien Fordham vio, desde luego. Imagino que tenemos que darlo por sentado o más nos valdría no haber venido hasta aquí. Digamos que se quedaron sin gasolina en algún lugar por aquí. Tuvieron que encontrar alguna manera de seguir en marcha con dos cajas de oro. Suponiendo, claro está, que se llevaran las cajas.

– Parece correcto en lo que a Matek se refiere.

– Si tenían un montón de lingotes de oro a su disposición, podrían conseguir cualquier clase de ayuda para seguir adelante. Sólo que no podrían lo que se dice confundirse con el paisaje una vez que comenzaran a desparramar oro por ahí. Matek me parece demasiado cuidadoso para hacer eso. Lo habría mantenido escondido, al menos durante algún tiempo. También dudo de que pudieran llevarse mucho con ellos cuando volvieron a Yugoslavia. En realidad, ¿por qué volver cuando has tardado quince años en labrarte una vida aquí y tienes unos buenos ahorros guardados? A menos que no te quede más remedio que marcharte, y marcharte a toda prisa. Lo que quiero decir es que creo que podría seguir aquí. El oro. Los documentos que robaron. Todo. O lo que no se gastaran en quince años. ¿Te parece verosímil?

– Me parece que quieres que sea verosímil.

– Si no, no tendría sentido venir hasta aquí. Matek desde luego no tendría razón alguna para volver.

– A no ser una mujer, quizá. La de la fotografía.

Pine ladeó la cabeza.

– ¿De verdad crees que ése es su estilo? ¿Consumirse todos estos años por una mujer?

– No. Sólo intentaba convencerme también a mí mismo, supongo. No quiero que esto sea un callejón sin salida.

– Tal vez no lo sea, aunque él no esté aquí. Si pasas quince años en cualquier parte hay muchas probabilidades de que alguien a quien dejaste tenga una idea de cómo encontrarte después.

– Es posible.

– Y es posible que no. No sé. Cuanto más lo pienso, más me asombran nuestros supuestos. Se basan en su mayor parte en los recuerdos y las conjeturas de un viejo paranoico. Y si todos sus secretos son tan condenadamente peligrosos, ¿cómo es que ha llegado a la avanzada edad de, cuántos, setenta y ocho años?

Aquel pensamiento les hizo callar, y Vlado no pudo menos que recordar lo que había dicho Harkness de su soga corta. Si estaba en lo cierto, ésta sería su última parada, sucediera lo que sucediera.

– Al menos hace buen tiempo -dijo Pine-. En el peor de los casos, tendremos un par de días de vacaciones.

– Y alguna buena comida más.

Siguieron avanzando, en espera de encontrar los indicadores de Castellammare.

– ¿Y qué piensas hacer cuando termine todo esto? -dijo Pine-. Ahora que te hemos puesto la vida patas arriba. ¿Crees que volverás a Bosnia?

– No es fácil saberlo. -Intentó no pensar en Popovic, ni en toda la gente que podía haber trabajado para él, todavía en el país. Ni en Haris, que había vuelto y podía haberse metido en un lío. No creía que Jasmina quisiera volver de todos modos-. A Jasmina no le gusta Alemania, pero le gusta lo que le ha sucedido allí. Podría pensarse que los que aguantaron toda la guerra se habrían hecho más fuertes, pero no es así, están agotados. Ella es más fuerte. Tiene más carácter. Tendrías que verla con un carnicero alemán. Lucha con él por cada gramo, y se marcha regodeándose. Era feliz cuando me tenía a mí detrás, pero ahora es una persona distinta. Unas veces eso me gusta y otras no.

– Algo muy parecido a lo que ella me dijo de ti.

– ¿A qué te refieres?

– Tuvimos ocasión de hablar en Berlín. Mientras esperábamos a que volvieras a casa del trabajo. Dijo que la guerra te había endurecido. Y que en parte era bueno. Dijo que nunca habría nada que pudiera derrotarte o quebrantarte después de sobrevivir al asedio. Pero también le preocupabas tú. Todas esas emociones que habías acumulado. Dijo que habías aprendido demasiado bien a impedir que las cosas salieran a la superficie. Es lo que cabe esperar que una mujer diga de un hombre, supongo. Ninguna piensa que seamos capaces de comunicarnos. Pero aun así.

Vlado asintió con la cabeza, sintiendo que su corazón latía más deprisa. Deseó desesperadamente estar en casa. Si estuviera allí precisamente ahora podría hablar por fin de todo, no sólo de los últimos días sino de los siete años. Saldría de él como una enfermedad, como un líquido oscuro purgado de su organismo. Pero también habría dulzura. Y después compartiría una copa o dos con Jasmina, y cuando la noche se calmara, se irían sigilosamente a la cama, y disfrutarían de una dicha absoluta en la que no habría más pasado que el suyo.

– ¿Cómo os conocisteis? -preguntó Pine.

Vlado sonrió.

– Como los campesinos. Yo era el chico de ciudad que estaba de visita en su pueblo, en casa de unos viejos amigos de mi madre. Hubo una gran celebración por la fiesta de San Damián, el patrono del pueblo.

– Creía que Jasmina era un nombre musulmán.

– Y lo es. Pero nadie se perdía una fiesta así. Corderos en asadores. Un gran baile. Y allí fue donde tuvo lugar todo el cortejo. Sobre todo si los padres estaban chapados a la antigua, y los suyos lo estaban. Y allí estaba yo, el chico de ciudad con sus pantalones tejanos. Yo me mantenía por encima de todo aquel refinado asunto y de aquellos estúpidos trajes tradicionales. Pero hicieron un gran círculo y empezaron a dar vueltas y vueltas, bailando el kolo. Cuando comienza no se puede hacer otra cosa que incorporarse. Y vi a aquella chica en el otro lado del corro mirándome, así que le respondí con una sonrisa. Creo que aquello le gustó, le gustó el hecho de que un chico de la ciudad que se mostraba tan desdeñoso con todo aquello encontrase tiempo de buscar colaboradores locales. Estaba harta de todos aquellos chicos de las granjas, con sus gordos pescuezos, sobre todo de los que sus padres seguían escogiendo. Así que pasamos la velada hablando, para gran disgusto de sus tíos y tías, pero a su madre le pareció bien. A la mierda la tradición para variar.

»A partir de entonces comencé a ir desde Sarajevo los fines de semana, cogiendo prestado el coche de mi padre. Todo muy formal durante algún tiempo, y siempre con carabina, pero a ella le importaba más que a mí. A mí aquello me parecía encantador. Romántico. Y siempre era una gran victoria cuando ella se las arreglaba para escabullirse.

Vlado recordó una de aquellas ocasiones en particular, en que se escabulleron al estanque de una granja durante otro día de fiesta, andando descalzos entre los pinos, él caminando de puntillas con sus pies tiernos de chico de ciudad de una manera que a ella le hizo reír. Llegaron al borde del agua y se quitaron la ropa sin decir una palabra ni hacer una seña, todo el pueblo estaba fuera en algún otro lugar. Se zambulleron en el agua fría, riendo, jugando como nutrias, ágiles en sus contactos y amagos. Después, mientras se secaban, se miraron a los ojos y comprendieron cuál sería su futuro sin hablar siquiera, y se revolcaron en la orilla cubierta de hierba, los cuerpos mojados amoldándose el uno al otro, resbaladizos y cálidos. Él apretó su cara contra la de ella, oliendo a la alberca, y después, mientras se abrazaban, hablaron de cómo serían sus vidas, adornando su futuro con sueños que nunca habían reconocido ante nadie. Cuatro meses después se casaron, más baile del kolo, y después una época dorada con una hija y éxito, y ni rastro de guerra, agitación o separación.

Vlado se preguntó si Jasmina habría seguido con él de haber sabido todos los sufrimientos que le esperaban, sobre todo si hubiera podido prever su último y más oscuro secreto. Era esa dolorosa pregunta la que rompió por fin la presa de sus pensamientos y le hizo caer en la cuenta de que tenía que contárselo todo a Pine, pasara lo que pasara, de que si no lo hacía en ese mismo instante, probablemente no lo haría nunca, y de alguna manera los emponzoñaría a los dos.

– Calvin, hay algo que tengo que contarte. Algo que puede tener relación con el caso. O puede que no. Es probable que sólo Harkness y Leblanc lo sepan con certeza. Pero tú tienes que estar al corriente.

Pine frunció el ceño, obviamente cogido por sorpresa.

– De acuerdo -dijo-. Te escucho.

Y Vlado le contó todo lo relacionado con Haris, Huso y Popovic y el cadáver en el maletero. Sólo se contuvo cuando llegó a Harkness, las amenazas de aquel hombre y sus peores sospechas. Ésas, al menos, tendrían que esperar hasta que supiera que su familia estaba en terreno más seguro.

Cuando terminó, Pine negó con la cabeza lentamente en prueba de aparente simpatía.

– Por el amor de Dios, vaya lío en el que te has metido. No me extraña que estuvieras tan cauteloso cuando aparecí en Berlín. Pero no te preocupes. Nadie se enterará por mí. El Tribunal tiene que saber que Popovic está muerto, pero nadie tiene por qué saber cuál es mi fuente. Es probable que ya lo sospechen de todos modos, teniendo en cuenta el tiempo que lleva desaparecido.

– Gracias. Pero no puedo pedirte que me protejas. Al menos hasta que nuestro trabajo haya terminado. Tendrás que contarles lo que sabes. O quizá se lo cuente yo antes.

Pine volvió a fruncir el ceño.

– ¿Te crees que eres el único policía al que he tenido que encubrir? En Baltimore debía de pasar una vez al mes. ¿Pruebas colocadas? Mira hacia otro lado, amiguete. ¿Una orden judicial chapucera? Aquí, firma ésta en su lugar, se ha cambiado la fecha. ¿El gatillo un poquito alegre en aquel tiroteo? Eh, la calle es así, aquel tipo estaba sucio de todos modos. Al menos contigo la víctima se lo merecía de verdad, no era un quinceañero de un proyecto de vivienda con la madre enganchada a la heroína. Por eso lo dejé. Por eso me presenté voluntario para el Tribunal. ¿Qué misión podía estar más clara y ser más limpia que cazar a maníacos genocidas? Incluso a un anciano como Matek. -Hizo una pausa y volvió a negar con la cabeza-. Pero míranos ahora, preguntándonos quién lleva las riendas o durante cuánto tiempo podremos seguir con el caso. Confiesa después si lo deseas, pero antes piensa en tu mujer y tu hija.

Ya pensaba en ellas, y a cada kilómetro que recorrían se preguntaba si estarían bien. Vlado asintió con la cabeza, aliviado por haber hablado pero todavía sin saber a ciencia cierta cuál sería su siguiente paso, deseando a medias que Pine no lo hubiera dejado salir del atolladero con tanta facilidad.

Pine había pasado ya a otros asuntos, como la relación que las revelaciones de Vlado podían tener con su persecución de Matek.

– ¿Y cómo se supone que encaja Popovic en todo esto? -preguntó-. Sigue sin tener sentido. Por lo que deduzco, Popovic ha sido una especie de chico de los recados con pretensiones al servicio de Harkness desde que terminó la guerra. Cuando no estaba matando kosovares, de todos modos. Y es casi seguro que estuviera relacionado con Andric. Con toda esa muchedumbre enferma de generales y paramilitares serbios. Por eso era tan valioso para el Tribunal como posible testigo. Pero que me aspen si sé qué relación tiene con Matek.

Permanecieron en silencio durante algún tiempo, dándole vueltas en la cabeza a lo que sabían o creían saber.

– Y además está Leblanc -dijo finalmente Pine-. Yo no subestimaría su capacidad para hacer daño frente a la de Harkness. Por lo que sabemos, Castellammare podría estar ya bastante lleno de gente. Y si saben más que nosotros… -Se encogió de hombros-. Todo podría haber terminado antes incluso de que comencemos.

– Igual que le pasó a Fordham.

Pine asintió con gravedad.

– ¿Adónde irías primero, entonces, si fueras Harkness o Leblanc?

Vlado negó con la cabeza.

– Yo no soy de su mundo. Sólo puedo decirte lo que haría un policía.

– A mí me vale. Yo sólo soy fiscal. ¿Qué es lo primero que hace el poli que llega de fuera?

– Visitar a la policía local. En parte por cortesía, y en parte para hacerse con algunos ojos y oídos más que trabajen para él. No se habla de cajas de oro, por supuesto, si no se quiere que toda la ciudad se convierta en un tumulto.

Pine frunció el ceño.

– No quiero que los palurdos del lugar sepan exactamente lo que hacemos. Todavía no. Ya he tenido bastantes tratos con los carabinieri. Demasiado militares. No dejan de echarte el aliento en el cogote hasta que subes al avión de vuelta.

– Entonces acude a la Polizia di Stato. Es con la que trataba cuando teníamos que ponernos en contacto con los italianos en asuntos de contrabandistas o fugitivos. Es más probable que encuentres colaboración. Y además odian a los carabinieri más que tú.

– Es una broma.

– Hay una gran rivalidad. Se escuchan las emisoras. Se roban las fuentes. Todo es muy italiano.

– Debería viajar con europeos más a menudo. Amplían mi concepción del mundo.


La autostrada terminaba a la entrada de Castellammare di Stabia y daba paso a una sinuosa carretera de dos carriles que ascendía por las colinas, pegada a las laderas rocosas que caían en declive hasta la costa de Amalfi. La población, más parecida a una ciudad, era la puerta de entrada a una sucesión de centros turísticos, con la joroba gris de Capri visible cerca de la costa. Castellammare también había sido un centro turístico en otros tiempos, que se remontaba a la Antigüedad, cuando sus fuentes minerales abastecían a las termas romanas. Esas fuentes dieron lugar más tarde a parques verdes y villas principescas. A la población local le seguía gustando pensar en su ciudad en esos términos, pero las vistas dominantes hoy eran las grúas móviles y los animados muelles. Era la última mancha de grasa de la industria antes de que la costa diese paso exclusivamente al ocio.

Había también algunas plantaciones de cítricos en bancales, sobre todo de limones, que se recogían para elaborar toda clase de productos, incluido un fuerte licor local.

– Mira -dijo Pine al pasar por el primer huerto-. Es como el de tu fotografía.

Vlado había pensado lo mismo, aunque en aquella época del año los árboles no tenían fruto, así que no había trabajadores subidos en escaleras. No obstante, se sintió extraño al ver el limonar, como si se estuviera acercando aún más al corazón de algo a lo que todavía no estaba seguro de querer llegar.

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