CAPITULO 9

Tris se detuvo en la puerta para echar un vistazo al salón y tranquilizarse un poco:

«Recupera la estatuilla y vete…»

Desde allí pudo ver las figuras de marfil colocadas en fila encima de un mantel al fondo de la habitación. Estaban entremezcladas con unas velas, lo que le daba a la chimenea un aire de altar, aunque los ahí presentes no parecían en absoluto fieles devotos. Algunos se acercaban para examinarlas detenidamente, otros se paseaban por ahí bebiendo y riéndose, mientras unos pocos intentaban imitar las poses. Cressida se puso de puntillas delante de él.

– Ahí están.

Sonaba aliviada. No podía estarlo más que él. Otro roce de su delicioso trasero contra su cuerpo y se volvería loco. Deseaba poder alejarse un poco de ella, pero la multitud los empujaba el uno contra el otro, y de todos modos necesitaban estar cerca para poder hablar en secreto.

– ¿Sabe cuál es? -murmuró, cerca de su oído, atormentado por un olor que comenzaba a conocer muy bien.

Su aroma. Cressida giró la cabeza levemente, acercando sus labios a él.

– Una de las verticales. Desde aquí no distingo cual. Tris se concentró en su objetivo.

– Una de cinco, las otras cuatro son más o menos horizontales. ¿Cómo podrá distinguirlas?

La voz de Saint Raven sonaba suave en el oído de Cressida. Sintió su cálido aliento en el lóbulo de su oreja. El olor a sándalo la inundaba, pero había algo más, algo que palpitaba con fuerza en el aire. Tal vez por eso se sentía tan rara: caliente, mareada y con la piel especialmente sensible, sobre todo en sus partes secretas. Deseaba restregarse contra algo, deseaba restregarse contra él.

Algo le estaba diciendo Tris sobre mantener los pies en el suelo…

– … hay una limitada gama de posibilidades.

Posibilidades. A ella todas las poses de las estatuillas le parecían poco prácticas, pero ahora, curiosamente, deseaba volverse hacia él e intentarlas todas.

– ¿Entonces?

Cressida tragó saliva e inspiró fuerte.

– La reconoceré, pero necesito acercarme. A ellas, quiero decir… -añadió con impaciencia.

– Muy bien.

El centro del salón estaba aún más lleno que el vestíbulo, por lo que se fueron haciendo camino por los bordes. Cressida supuso que era normal que la llevara pegada a él mientras avanzaban a través de varios grupos de gente que charlaban y se reían, pero se preguntaba cuánto tiempo podría soportarlo sin perder la cabeza. Con cada respiración inhalaba su olor a sándalo, que ascendía y giraba en su cerebro. A pesar del ruido, podía oir los latidos de su corazón y su pulso acompasados con el suyo, mientras su deslumbrante conjunto de seda le acariciaba el cuerpo con cada movimiento.

Tris la miró y sus ojos le parecieron más grandes y oscuros. ¿Le frustraba a él también que la máscara no revelara más de sus ojos? Tenía los labios entreabiertos y su tórax ascendía y descendía con cada respiración. Los sonidos parecían magnificarse, pero al mismo tiempo se sentían distantes. Pensó que aquella bebida debía haber estado muy cargada de brandy u otro alcohol, pero se esforzó por comportarse con normalidad. Pero ¿qué era lo normal en una situación como ésa? Siempre había asumido que en su cama matrimonial disfrutaría del amor de una manera cálida y cariñosa. Nunca se había imaginado esa salvaje llama de pasión lista para convertirse en llamarada a la primera oportunidad.

Tris también estaba alterado, pero era un hombre con experiencia y podía soportar sus curvas contra su cuerpo, controlarse y protegerla. Pero ¿cómo evitar que viese lo que estaba ocurriendo en mitad del salón? Por lo menos aún seguían todos vestidos. Como la mayoría de los miembros de la sociedad inglesa carecían de la flexibilidad de los dioses y diosas indios, el resultado era más cómico que erótico. Aún así, era mucho más de lo que una dama debiera ver.

Sintió que ella se estremecía y miró en su misma dirección. Demonios. Había una pareja contra la pared; la mujer rodeaba la cintura del hombre con sus blancas piernas, mientras éste movía su trasero adelante y atrás. Le bloqueó la visión tirando de ella, a pesar de que un latido de excitación lo agitara al ritmo de la pelvis del hombre que estaba contra la pared.

– No está bien mirar.

– ¿Aquí? -le contestó-. Pensé que era parte del juego.

Su respuesta había sido demasiado atrevida, por lo que replicó atrayéndola con fuerza hacia sus brazos y sus cuerpos se tocaron.

– Le advertí que pasaría vergüenza. Ahora confiese, ¿se detuvo a mirar?

– Es que estaba asombrada -le dijo contoneando su cuerpo de tal manera que para él fue una tortura-. Las estatuillas me han parecido bastante exuberantes. ¿La gente hace cosas así en realidad?

¿Ahora quería hablar del tema mientras se le acercaba más y más? Si no hubiera sido una completa inocente, pensaría que su intención era acabar con él.

– ¿Contra la pared? -Intentó sonar como si hablaran del tiempo-. Dudo que muchos puedan hacerlo sin apoyo. De cualquier manera, la comodidad es algo bastante importante. Lo que yo prefiero es…

«¡No pienses ahora en lo que prefieres!», se dijo.

Un hombre pasó por su lado y esa mujer endemoniada se apretó aún más contra él. En esos momentos hubiese ofrecido su reino a cambio de la bragueta de una armadura.

– Hay veces -se escuchó decir-, en las que la falta de comodidad tiene sus propios atractivos.

Sólo un beso. No haría daño a nadie… Pero el fastidioso velo se interponía entre ellos.

– Comodidad -ella repitió moviendo suavemente el velo con su voz.

¿Era deseo lo que él había escuchado? ¿Ganas? ¿Una necesidad como la suya? Más allá había un trozo de pared libre. De pronto recuperó el control. ¡Maldita sea! Ésa era la peor trampa en la que podía caer: pensar que una joven decente podía desear lo mismo que un hombre indecente. Rompió el momento y se dirigió directamente hacia la chimenea.

«Recupera la estatuilla y vete», no se dejaba de repetir.

Avanzó sin miramientos hacia la colección. Un par de hombres se giraron para protestar, pero se detuvieron al reconocerlo o al pronunciar alguien su nombre. No le gustaba utilizar su rango de esa manera, pero tenía que acabar con esto.

– Dígame cual prefiere, Roxelana -dijo para facilitarle las cosas.

Al no oír respuesta alguna se giró y la vio frunciendo el ceño. Diablos, si no escogía la acertada ¿qué iban a hacer?

«Piensa, Tris. Deja de pensar con tu maldito miembro y haz que se te ocurra una estrategia.»

Podía intentar comprárselas todas a Crofton, pero resultaría peligroso. Y no sólo porque le cobraría una fortuna, sino porque sería capaz de negarse sólo por incordiar. O peor aún, sospechar algo. ¿Serían capaces de encontrarla aunque estuviera escondida en el más imposible de los lugares?

– ¿Entonces? -insistió.

¿Acaso tras la máscara su mirada reflejaba preocupación?

– Necesito acercarme. -Y añadió-. Yo también soy un poco corta de vista, su excelencia.

La manera de pronunciar su título mostraba cuánto detestaba admitirlo.

– Suleimán -le recordó.

Bajo el velo, sus labios rojos se tensaron de rabia. Él se imaginó cómo sería si se tensaran alrededor de… pero inmediatamente bloqueó ese pensamiento. Tampoco podía evitar que la incapacidad que la señorita Mandeville tenía de reconocer cualquier error o debilidad le provocara ternura.

– Imagino que no lleva anteojos encima -la increpó.

Sus labios rojos se separaron como si respirara profundamente, sin duda, enfadada.

– Eso sí que sería gracioso: una hurí con anteojos. Sólo los necesito para dibujar o para bordar detalles, y no esperaba hacer ninguna de las dos cosas en esta aventura.

Él vio el repentino cambio en su expresión al recordar a lo que había venido y rodeó el contorno de su seno para distraerla. ¡Ah! Cressida Mandeville tenía unos senos muy dulces y suaves, y hubiese apostado su alma a que no tenía ni la más mínima idea del placer que podía obtener de ellos. Y mucho menos del que podían proporcionarle a él.

¡Qué lástima que no sea una ramera! ¡Dios! Estaba acariciando su seno. Se detuvo. Teniendo en cuenta su mirada de placer no iba a ser ella quien lo hiciera, por lo tanto le tocaba a él. Además, se dio cuenta de que la gente que tenía alrededor los estaba observando. Cuando se duda, hay que ser descarado, por lo que se giró para tomar la mano de Cressida al estilo tradicional y la llevó hacia la fila de estatuillas, comentando en voz lo bastante alta para que se le oyera.

– ¿Qué postura prefiere, Roxelana? Tengo que confesar que no me complace la del caballero boca abajo con las piernas cruzadas.

– Me gustaría ver a alguien intentarlo -murmuró ella.

Tris miró a su audiencia.

– La dama duda que sea posible. Uno se pregunta qué sucede durante el frenesí del clímax. Me encantaría ver el experimento. Los invitados soltaron una risita ahogada.

– ¿Sólo observas, St Raven? -dijo un hombre vestido de manera poco imaginativa con el traje de amplia falda de su abuelo. Lord Seabright, un idiota amistoso-. Estoy seguro de que puedes hacerlo, aunque tu hurí pese demasiado.

Tris sintió cómo Cressida se ponía tensa y contuvo la risa.

– De carnes generosas y con deliciosas curvas -contestó rápidamente-. Entonces -dirigiéndose hacia lady Generosa-, ¿cual prefiere? Tal vez, si me complace suficientemente, se la compre.

Una escena con muchas posibilidades. Por un momento pensó que se rebelaría y que quizás agarraría una de las estatuillas para estampársela a Seabright en la cabeza, pero antes de poder sugerírselo, ella le dio la espalda al hombre.

– Es una elección tan difícil -dijo con su acento extranjero, estudiando la fila de estatuillas.

Si no podía reconocer la correcta, deberían esperar. Finalmente, la gente se cansaría de observar su juego de seducción. Tuvo que contener un gemido. ¿Pasar horas allí? Incluso ahora, con Cressida de pie, era consciente de cada una de sus sensuales curvas. Se imaginaba el sabor de su piel en su lengua, el tacto de su pezón llenando su boca…

Apartó los ojos de su cuerpo y la mente de su excitación para concentrarse en las estatuillas verticales. ¿Qué es lo que las hacía diferentes para ella? ¿Recordaría acaso si la mujer tenía la pierna izquierda o derecha sobre la cadera del hombre? Seguro que recordaría si se trataba de aquella que tenía ambas piernas levantadas. La cuarta era algo complicada: ambos cuerpos sosteniéndose sobre un pie y con el otro rodeando simultáneamente sus caderas. Había tres con la mujer con una pierna levantada, en dos de ellas la derecha y en la otra, la izquierda. ¿Acaso era aquella? Miró a las que tenían la derecha levantada, preguntándose en qué se diferenciarían. ¡Ah!, en una de ellas el hombre la agarraba por la cintura con las dos manos y en la otra una de sus manos estaba en su pecho. Por lo tanto, puede que la de Londres la hubiera confundido por la de la pierna izquierda levantada, o por la de la mano del hombre en su pecho.

Se inclinó hacia ellas y tocó la de la mujer con la pierna derecha alrededor de las caderas de su compañero que tenía la mano puesta en uno de sus pechos.

– Ésta, lord Suleimán. Ésta es la que me gusta.

La cogió de manera casual.

– Dejadme buscar a nuestro anfitrión para saber su precio.

Merecía la pena intentarlo, pero tenía la impresión de que su condición de duque no sería suficiente. Estaba a punto de proceder cuando Crofton llegó junto a él a través del gentío.

– Mi querido duque, no puedo permitir que te lleves una estatua sin más -dijo con la socarronería que Tris había temido-. Como todos los demás, debes ganártela. Cada estatua será para la pareja que mejor reproduzca lo que representa.

A Tris le pasaron una serie de blasfemias por la mente. Podría persuadir a Cressida de que interpretaran la pose en público, pero nunca completarla. Incluso si estuviese dispuesta a intentarlo, no se lo permitiría.

– Ya veo que has elegido una de las más fáciles -añadió Crofton astutamente.

Siguió hablando en un tono bajo e indiferente.

– Fue mi Roxelana la que la escogió, lord Satán. Sin duda piensa que es la postura que le dará más placer.

– En ese caso disfrutará reproduciéndola, pero debo insistir en que devuelva el premio hasta entonces.

Tris no podía oponerse. Comenzar una pelea por la estatuilla llamaría la atención. Además, podría caerse y romperse en dos. Era endemoniadamente frustrante. Sólo necesitaba llevársela un par de minutos a un rincón oscuro.

– ¿A qué hora será el concurso? -preguntó.

– A medianoche, por supuesto. Hasta entonces, por favor, disfrutad de mis muchos pequeños obsequios -y Crofton se giró para aplaudir a aquellos que intentaban llevar a cabo las poses.

Por primera vez Tris se preguntó cuánto valdrían las joyas y si los Mandeville aceptarían dinero. Probablemente no, y si la cantidad era sustancial, no sería fácil para él. Era rico, pero no tanto como debiera ser un duque, y carecía de dinero en efectivo.

Su tío siempre había lamentado no haber tenido un hijo, y una vez que se dio por vencido dividió su fortuna en generosas porciones entre sus seis hijas y dejó de interesarse por la gestión de sus tierras. Si no hubiese sido por sus fieles empleados, el ducado hubiese terminado en un estado ruinoso. De hecho, las cosas de por si ya iban bastante mal. El final de la guerra había traído malos tiempos y casi todos los ingresos del Estado eran necesarios para reparar los efectos de la negligencia y proporcionar empleo. Aún así, tenía que mantener cierta imagen pública, y mostrar que las cosas le iban bien en lo económico. Además, lo de las joyas era un tema de justicia. Lo cierto es que pertenecían a los Mandeville y debían ser devueltas a ellos. Tenía que haber una manera de hacerlo.

La gente empezó a quejarse de que les tapaban la vista, por lo que se movieron hacia la izquierda de la chimenea. Desde ahí podría estudiar la posibilidad de sacar la estatuilla de la fila. Si acercaba las que estaban en los extremos, no se notaría.

Atrajo a Cressida hacia sus brazos. Ella lo miró casi desesperada mientras él le acercaba la boca al cuello para hablarle al oído.

– No se preocupe, la conseguiremos. ¿Cómo supo que era ésa?

– El sombrero -murmuró de vuelta-, la mujer tiene un sombrero más alto y puntiagudo.

Miró la estatua, deseando que Cressida dejase de moverse tan sensualmente contra él. Era una mujer extremadamente inquieta.

– El sombrero -repitió él sin saber si reírse o gemir.

– Y un cinturón diferente.

Se rió suavemente rozando su fragante cuello y reconociendo el delicado aroma del jabón que había enviado a sus aposentos. Era su favorito para las mujeres, pero ahora, curiosamente, había decidido buscar otro para sus futuras huéspedes. Ese perfume siempre le recordaría a Roxelana.

Ella se giró en sus brazos y él no supo cómo contenerla. Un arlequín se reía mientras intentaba hacer la postura con las piernas cruzadas sobre sus hombros con la ayuda de dos amigos. Tris no se imaginaba cómo iban a ponerle una mujer encima. Hopewell le caía bien y temió que se le rompiera el cuello.

Hopewell inclinó sus piernas cruzadas hacia delante y alguien levantó a una de las prostitutas más pequeñas para sentarla encima de él dándole la espalda. La chica entrelazó sus piernas con las de Hopewell y consiguieron mantenerse en equilibrio, pero comenzó a quejarse de que no era divertido sin un pene dentro. Cressida tenía los ojos como platos y Tris lo único que deseaba era tapárselos con las manos. La chica parecía tener unos trece años, pero prefirió ignorar ese hecho. No podía seguir haciéndose cargo de damiselas con problemas. Además, ésta en particular parecía estar encantada con la situación, si no fuera por la falta de pene.

Cressida se dio la vuelta para mirarlo.

– ¿No sólo la pose?

– No, no se preocupe, no lo vamos a hacer.

– Tenemos que hacerlo -dijo, pero él percibió su temor.

Pasó los nudillos a lo largo de su espalda.

– No, no será necesario. Confíe en mí.

Confíe en mí… cuando todo lo que quería era deslizar su mano bajo su chaqueta y sentir el satén de su espalda y continuar bajo sus pantalones hasta sus deliciosas nalgas. Y levantar su pierna derecha…

Cressida sentía que se volvía loca. Tenían que planificar cómo robar la estatua, pero no podía pensar con claridad ya que su excitación continuaba aumentando. Dos veces había tenido que controlarse para no tocarse entre las piernas. Tenía que ser el alcohol de aquella bebida porque nunca antes se había sentido así. Si pudiese ausentarse un momento para refrescarse con agua tal vez funcionaría. O si no un poco de láudano para dormirse hasta que se le pasase.

En ese momento, tan pegada a Saint Raven, el ruido de la sala sólo era un sonido de fondo mientras se sentía arder, y deseaba locamente restregarse contra él, abrir sus piernas y sentirlo ahí. Sus manos se frustraban al encontrarse con su camisa y su chaqueta. La boca se le hacía agua pensando en él. Quería lamer su cuerpo.

Le dio un escalofrío y pensó en la causa que la hacía sentirse así. Era por su culpa, maldito y astuto sinvergüenza. Había pasado toda la tarde tocándola y dándole pequeños pellizcos, y ahora encima le recorría la espalda con sus nudillos, haciendo que todo su cuerpo temblara de excitación. Cada pliegue de seda de su vestido le acariciaba el cuerpo al moverse, particularmente al rozar sus pezones llenos de deseo. Seda sobre seda. La costura entre sus muslos le tocaba un lugar exquisitamente sensible. Sus pechos parecían desbordarse y sus pezones querían algo más que ser tocados. Pegó su cuerpo al de él. Estaba caliente, tanto como ella, pero continuaba acariciando su espalda casualmente, hasta que llegó al final de su chaqueta e introdujo la mano bajo ella, cálida y sensual sobre su piel desnuda. Ella emitió un suave gemido mientras él la acercaba más a su cuerpo, haciendo que sus pechos chocaran con su tórax, como si supiera exactamente cómo se sentía.

Menudo demonio que era, capaz de hacerla sentir así. Debería detenerlo. Detenerlo todo. Sabía que pararía si insistía. Confiaba en él. Confiaba en él… Su respiración se agitó frenéticamente. Pero si confiaba en él, ¿podía acaso dejar que continuara con lo que estaba haciendo? ¿Aquello que deseaba desesperadamente?

– Aparte el velo un momento, por favor -murmuró, y ella obedeció, bajándoselo por debajo del mentón.

Oh, sí. Besos. Su boca estaba sedienta de besos. Tenía una cierta conciencia de estar en público, pero le daba igual. Atrapándola fuertemente por la espalda, él fue en busca de sus labios y esta vez ella los abrió, deseosa de que la besaran como la noche anterior y más aún. Ansiaba un beso tan retorcido como las estatuillas, un beso que la envolviera por completo. Un beso que la abrasara, que la absorbiera.

Subió su pierna derecha deslizándola por el muslo de él, sintiendo la seda sobre la seda. Era demasiado alto, por lo que se puso de puntillas para rodear su cadera con la rodilla. Esto era lo que deseaba. Esto. Abrirse a él, arriba y abajo, en ese lugar palpitante que ardía al ser presionado, deseándolo cada vez con más fuerza. Tris puso la mano bajo su rodilla para ayudarla a aguantar la pose. No podía imaginarse que un beso pudiera ser más profundo, pero él lo hizo posible. Su deseo se había convertido en dolor y se pegó más contra él para aliviarse mientras la agarraba fuerte por la curva de su espalda. No era bastante, necesitaba más. Al oírla gemir Tris echó su cabeza hacia atrás.

– Demonios.

Tras un momento, bajó la pierna de Cressida y ella sintió cómo contenía el aliento de frustración.

– Lo siento. Hemos ido demasiado lejos.

O no lo bastante. Temblaba, sentía dolor y tenía el estómago horriblemente apretado, hasta el punto de querer echarse a llorar.

– O no lo bastante -dijo al igual que ella, que se acababa de dar cuenta de haberlo dicho antes en voz alta.

Comenzó a acariciarle la espalda nuevamente, pero de manera tranquilizadora.

– Haré algo al respecto, ninfa, pero en otro lugar. Además, no podemos arriesgarnos a irnos; aquí vuelve Crofton.

La ayudó a colocarse el velo y la giró para que pudiera ver el salón, manteniendo los brazos alrededor de ella, con su espalda pegada a su abdomen. Aunque Cressida estuviese destrozada y temblando, se sentía tremendamente protegida.

Crofton, ese demonio colorado, autor de todos sus infortunios, se había colocado en el centro de la sala y exigía atención.

– Amigos míos, ya habéis visto mis nuevos tesoros. Interesantes ¿verdad? Vienen directamente desde la India y son producto, al igual que esta sencilla casa, de una tarde afortunada jugando a las cartas con un mercader arribista que creyó poder mezclarse con sus superiores.

Risas y abucheos. El cuerpo de Cressida se tensó, pero sintió cómo los brazos de Saint Raven la cogían más fuerte. Podía interpretarlo como control, pero también como empatía y protección. Un nuevo dolor la sacudió. Las palabras de Crofton eran un recordatorio de que provenía de otro mundo y que una vez que salieran de allí, no tendría un lugar en el mundo íntimo de Saint Raven.

«Tampoco deseo tenerlo», pensó, consciente de que se mentía.

– ¿Alguno de vosotros habéis intentado las poses? -preguntó Crofton-. Os he organizado una demostración.

Con un aplauso recibió a una pareja de piel oscura vestidos de manera similar a las estatuas. Hicieron una reverencia al público antes de comenzar a imitar las posturas; empezaron por la más simple, con una gracia que Cressida admiró, incluso en el estado en el cual se encontraba.

Luego hicieron la pose en la que los dos tenían un solo pie en el suelo y con el otro se rodeaban las caderas. Su lugar más íntimo comenzó nuevamente a palpitar, mientras se maravillaba con la soltura con la que procedían. Todo el mundo aplaudió.

– Ya -dijo Crofton con una sonrisa- pero ¿pueden aguantarla mientras fornican? ¿Acaso podríais los demás? Pronto lo sabremos.

Cressida pensó que nadie podría; seguro que Saint Raven y ella se hubiesen caído al suelo si no los hubiese aguantado la pared.

Pero no, Saint Raven no estaba tan afectado como ella. Sólo había jugado con su deseo, seduciéndola con demasiada facilidad. Pero lo que lo horrorizó fue recordar que no era una puta, sino una dama con la que debería de casarse si se llegaba a salir con la suya. Ella pestañeó para librarse de unas lágrimas mientras observaba a la pareja deshacer la pose. Luego el hombre se elevó sobre sus hombros con las piernas cruzadas como si fuera la postura más cómoda del mundo.

– Dos personas deben levantar y sostener a mi sakhi, mi señor.

Acto seguido dos invitados elevaron a la mujer hasta sus muslos doblados, de manera que la daba la espalda. Encontró el equilibrio apoyándose en los hombros de los voluntarios, pero en cuanto entrelazó las piernas con las del hombre, pareció estar asombrosamente cómoda. Tras una pequeña pausa para que apreciaran la postura, dejó que los hombres la bajasen.

Cressida miró la serie de poses horizontales, imaginándose con demasiada viveza la manera en la que sus cuerpos conectarían. En la última, en la cual la mujer estaba de espaldas y con las piernas por detrás de la cabeza mientras el hombre movía sus caderas de arriba abajo, los invitados, ávidos, aplaudieron con entusiasmo.

Cressida se acordó de la pareja que había visto anteriormente contra la pared y supo exactamente lo que el hombre había estado simulando. Luego se dio cuenta de que ella misma había tensado sus músculos, moviendo suavemente sus caderas…

¡Oh, Dios, tenía que salir de allí!

Crofton se dirigió a sus invitados con una mirada lasciva.

– Mahinal y Sohni están disponibles para entrenar a los invitados más generosos. O tal vez prefiráis practicar con las parejas que habéis elegido. Supongo que tener una altura similar ayuda bastante. Por lo tanto, St Raven -dirigiéndose a ellos de repente-, tu pequeña hurí es demasiado baja.

– ¿Sugieres acaso que dispones de una mujer de mi estatura?

Todo el mundo se rió y Crofton pareció querer escupir en las llamas del infierno. Se dio la vuelta.

– ¡Bebed, festejad y pasadlo bien! Explorad. A medianoche se anunciará el comienzo del concurso con un gong. Lord Lucifer, es decir, yo mismo, seré el juez y cada vencedor será premiado con la estatuilla que mejor hayan imitado.

Muchos invitados se pusieron a explorar las posibilidades mientras Cressida se concentró en una sola cosa: buscar la oportunidad de llevársela separándola de las demás. Pero eso no sería posible, ya que había demasiada gente estudiándolas.

Tenía que hacer algo. ¿Tal vez hacer que el salón se quedara a oscuras? No veía como. ¿Fuego? Podía incendiar Stokeley Manor… No, no podía. Despreciaba a Crofton y a los suyos, pero tampoco merecían morir abrasados.

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