Capítulo 16

Tal vez hubiera dormido una hora aproximadamente cuando sonó el radiodespertador, no lo sabía. El alba la había pillado en un estado de duermevela, algo le impedía entregarse al sueño, debía estar en guardia. Dormir era quedarse indefensa.

Alargó el brazo y lo apagó, se levantó y se puso la bata. Al otro lado de la cama de matrimonio yacía él, inmóvil y con los ojos cerrados, y era difícil saber si dormía o no. El disgusto la despejó. Sus emociones viajaban hacia dentro, hacia las tinieblas. El cansancio no la afectaba. Nada la afectaba.

Se inclinó hacia delante y metió los brazos debajo del cuerpo dormido de Axel. Con mucho cuidado lo levantó, lo sacó en volandas de la habitación y cerró la puerta.

Se hundió en el sofá del cuarto de estar y contempló su carita dormida. Tan inocente, tan libre de culpa. Cerró los ojos y reprimió el dolor que su proximidad le causaba. El era su único punto vulnerable y no era momento de flaquear. De algún modo tenía que ponerse a resguardo de los sentimientos que él le despertaba. Aislarse. Si se permitía ceder, estaría perdida, sería una víctima; pobre mamá de Axel, esposa repudiada que ha perdido el control de su vida. Algún día su hijo comprendería que todo lo hacía por él. Que ella era la que tenía que empuñar las riendas y velar por él, a diferencia de lo que hacía su padre.

– Axel, hay que despertarse. Es hora de ir al cole.


* * *

Llegaron un poco tarde, exactamente como lo había planeado. Todos los niños estaban ya sentados en un corro en la sala de juegos esperando que se iniciara la asamblea y todos los padres se habían apresurado ya hacia sus respectivos trabajos. Axel colgó su chaqueta y en ese momento llegó Linda de la cocina con el frutero entre las manos.

– Hola, Axel.

– Hola.

Una rápida sonrisa para ella y luego los ojos hacia Axel de nuevo.

– Vamos, Axel. La asamblea está a punto de empezar.

Su interior sumido en una gran calma. El odio era casi placentero. Toda su energía enfocada y ella libre de culpa. Nada de todo esto debería estar pasando, ellos la obligaban. Curioso que unos pendientes ajenos olvidados en tu ducha aguzaran tanto loe sentidos.

Las palabras lanzadas como puntas de lanza.

– Oye, Linda, ¿tienes un momento? Hay una cosa de la que tenemos que hablar.

Percibió un atisbo de miedo en los ojos de la otra y disfrutó de su poder.

– Sí, claro.

– Tú, Axel, entra y siéntate entre tanto, luego te diré adiós desde la ventana.

Él obedeció. Tal vez percibiera su determinación. El niño se fue a la sala de juegos y ella volvió a dirigirse a Linda, la observó un momento, consciente de la inquietud que su silencio producía. Linda no movía ni un músculo. Pero el frutero que tenía entre las manos temblaba.

– Bueno, la cuestión es que, cuesta decirlo pero… quiero hacerlo de todos modos por el bien de Axel.

Calló de nuevo y sacó fuerzas de la ventaja que llevaba.

– La cuestión es que… estamos pasando un mal momento, Henrik y yo, y he pensado que convenía que lo supieras, por Axel, claro. No sé hasta qué punto él se da cuenta pero… sé lo apegado que está a ti y tal vez lo esté aún más en el futuro mientras no hayamos arreglado las cosas.

Los ojos de Linda buscaron desesperadamente por la habitación algo donde fijar la mirada.

– Vaya.

¿Qué coño «vaya»? ¿No eras tú la que era tan buena interlocutora?

– Sólo quería advertirte, por el bien de Axel.

– Sí, claro.

Se quedaron quietas. Saltaba a la vista que Linda quería largarse de allí a toda costa. Tal vez fuera eso lo que la había atraído de su marido. Compartían la misma insólita cobardía que les impulsaba a huir de todo cuanto se pareciera a un diálogo.

Eva la retenía con los ojos.

– Y hablando de otra cosa, qué jersey tan bonito llevas. Linda se miró el jersey como si nunca lo hubiera visto antes.

– Gracias.

Bueno, Linda. Ahora tienes algo en que pensar.

– ¿Le dirás a Axel que me diga adiós por la ventana?

– Claro.

– Y gracias por escucharme.

Sonrió y posó con un gesto de confianza su mano en el antebrazo de Linda.

– Siento un gran alivio ahora que te lo he contado. Estoy segura de que las cosas se arreglarán. Todos los matrimonios tienen altibajos de vez en cuando.

Sonrió y tal vez fuera eso mismo lo que Linda intentó hacer.

– Le vendremos a buscar hacia las cuatro, como de costumbre.

Antes de darse la vuelta e irse retuvo su mano un segundo de más.


* * *

Cuando llegó a casa, él todavía no se había despertado. La puerta del dormitorio estaba cerrada y ella pasó de largo rumbo a la cocina donde puso en marcha la cafetera. Llamó al trabajo por el móvil. Por desgracia había pillado una buena gripe y el médico le había dado la baja, por lo que convendría que Håkan se ocupara de sus asuntos una temporada.

Sacó la bandeja con las patas plegables que les regalaron Cissi y Janne el día de su boda. Todavía estaba guardada en su caja original porque hasta entonces no la habían usado más que ocasionalmente en algún cumpleaños. Nunca antes había experimentado semejante claridad y lucidez, era la liberación total de cualquier vacilación o duda. La fuerza que la impulsaba era una sola, y tan potente que barría a su paso todo lo demás, justificando cada una de las medidas que tomaba, cada pensamiento.

Poquito a poco. Lo que contaba era el aquí y el ahora. El futuro que ella deseaba no existía, él se lo había arrebatado.

Ahora sólo tenía que encargarse de que también él perdiera el futuro que soñaba.

El pobre ni siquiera se daría cuenta de la jugada.

Con la bandeja lista, se detuvo unos instantes delante de la puerta del dormitorio. Intentó sonreír unas cuantas veces para entrenar la mímica, aunque tampoco había que exagerar. Tenía que procurar comportarse como la Eva que él creía conocer, la que existía hasta hacía sólo veinte horas, de lo contrario podría sospechar algo.

Bajó el picaporte con el codo y abrió la puerta de un puntapié. Estaba despierto y se incorporó sobre un codo.

– Buenos días.

No hubo respuesta.

¿No has oído que te he dado los buenos días, hijo de mala madre?

Él callaba y la miraba fijamente, como si fuera un hacha afilada y no una bandeja lo que sostenía entre sus manos.

– ¿Qué es eso?

Ella avanzó un paso.

– Se llama desayuno en la cama.

Llegó hasta su lado de la cama conteniendo el impulso de derramar el café caliente sobre su cara. Él se sentó y ella colocó cuidadosamente la bandeja sobre sus piernas.

– No hace falta que te asustes, no voy a seducirte. Sólo quiero hablar un poquito.

Ella sonrió hacia la oscuridad, sabía que para él hablar era una amenaza aun mayor.

Se sentó a los pies de la cama, el punto más alejado de él de toda la habitación. Él permanecía quieto, atrapado por la bandeja llena que tenía clavada a horcajadas sobre sus piernas.

– Como has podido apreciar no he pasado la noche en casa.

– No. Habría sido estupendo que dijeras algo antes de irte.

Tragó saliva. No debía dejarse provocar. La nueva Eva era una buena y comprensiva persona que entendía la preocupación que había causado.

– Sí, fue una tontería por mi parte. Te pido disculpas, pero es que necesitaba que me diera el aire un rato.

Pero él no iba a contentarse con eso, como le sobraban remordimientos de conciencia aprovechó para descargar unos cuantos sobre ella.

– Axel se puso muy triste y no hacía más que preguntar dónde estabas.

Ella apretó el puño clavándose las uñas en la palma de la mano y se concentró en ese dolor.

Si vamos a hablar de culpas, por mí de acuerdo. A ver quién de los dos es el que hace más daño.

– Estuve toda la noche caminando.

Bajó la vista y acarició la sábana de rayas azules.

– Estuve pensando en todo lo que ha pasado en casa últimamente, en lo que hacemos, en cómo nos comportamos el uno con el otro. Me doy cuenta de que la mitad de la culpa es mía.

Levantó la vista y le miró, pero le resultó difícil interpretar su reacción. Un rostro vacío. Por lo visto, él se había mentalizado para vivir una situación de conflicto y no sabía cómo actuar al ver que ella se tiraba por los suelos a sus pies.

Ella dirigió una nueva sonrisa al fondo de aquella oscuridad.

– Quiero disculparme por haberme enfadado tanto por el asunto de esa Maria amiga tuya. Una vez digerido me doy cuenta de lo estupendo que es que puedas hablar con ella, seguro que nos beneficia a nosotros también. Si es tan sensata como tú dices, seguro que nos ayudará a superar este bache.

La expresión de él la obligó a bajar la vista. Giró la cabeza para que él no se percatara de su media sonrisa y continuó hablando con la cara girada.

– Sé que te has encontrado mal de un tiempo a esta parte, y tú mismo dices que lo nuestro ya no te gusta.

Ella le volvió a mirar.

– ¿Por qué no te vas unos días? Medita sobre cómo te gustaría vivir y lo que quieres. Entre tanto, yo me ocuparé de todo aquí en casa, no me importa. Lo que importa es que vuelvas a sentirte bien.

El seguía de una pieza.

Bueno, bueno, Henrik, las cosas se están poniendo penosas, ¿no es verdad?

Ella se puso de pie.

– Sólo quiero que sepas que si me necesitas, puedes contar conmigo. Siempre ha sido así aunque, a veces, puede que no lo haya demostrado lo suficiente. Voy a hacer todo lo posible para mejorar. Siempre podrás contar conmigo.

Ahora él daba la impresión de tener náuseas. Sus muslos chocaron contra la parte inferior de la bandeja y el café se derramó formando un reguero hasta el platito con el sándwich.

Le parecía inconcebible que hubiera sido capaz de tener un contacto físico con él alguna vez. Le veía tan miserable y cobarde que le entraron ganas de pegarle.

¡Levántate, joder, y da la cara por lo que has hecho!

Luego retrocedió hasta la puerta. Tenía que salir de la habitación antes de delatarse.

Lo último que vio fue que él apartaba la bandeja. Salió del dormitorio, continuó escaleras abajo y se fue directamente al armario donde él guardaba sus escopetas.

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