Se encontraba escondido entre los árboles del bosquecillo vecinal cuando por fin el Golf enfiló la rampa del garaje. Un sordo malestar le había dominado desde el momento en que descubrió que la casa estaba desierta, que no sabía dónde estaba ella. En cuanto el automóvil se detuvo, la puerta del conductor se abrió y el tal Henrik bajó y se dirigió a paso ligero hacia la casa. Ella permaneció sentada en el asiento del copiloto un momento, y cuando su puerta también se abrió al tiempo que la luz interior del coche se encendía, habría jurado que sonreía. Ella salió también, se quedó de pie unos momentos junto al coche y no se dio ninguna prisa en alcanzar la puerta principal. En el mismo momento en que ella llevaba la mano hasta el pomo de la puerta, él pulsó la tecla de marcación rápida en su móvil y marcó el número que tenía asignado a nombre de él. Justo mientras ella se metía en la casa, él escuchó su voz:
– Henrik, diga.
– ¿Henrik Wirenström-Berg?
– Sí.
Rascó con el dedo un trozo de corteza del tronco que tenía delante. No tenía ninguna prisa.
– ¿Estás solo?
– ¿Qué?
– Pues eso, quiero decir que si puedes hablar sin que te molesten.
– ¿Con quién hablo?
– Disculpa, me llamo Anders y…
Hizo una pequeña pausa dramática antes de proseguir.
– Es urgente que hablemos de un asunto.
– ¿Ah, sí? ¿De qué?
– Lo mejor sería que nos viéramos en algún sitio. Prefiero no hablarlo por teléfono, si puede ser.
Se hizo el silencio en el auricular. Oyó ruido de vajilla como sonido de fondo y, luego, el de una puerta al cerrarse. La lámpara se encendió en una de las ventanas del chaflán que había frente a él.
– ¿De qué se trata?
– A mí me va bien mañana, dónde y cuándo sea. Di sólo el lugar y la hora y nos vemos allá.
– Mañana estoy ocupado.
«Eso ya lo sé, imbécil de mierda. Pero tienes tiempo de sobra antes de que salga el barco.»
– ¿El martes, entonces?
– El martes tampoco puedo. Salgo de viaje unos días.
Tanto no iba a esperar, no podría aguantarlo. Debía conseguir una cita como fuera, pero ¿cuánto le convenía revelar? La idea de rogarle a ese hijo de puta que tenía en el otro extremo de la línea le repugnaba, pero pensar que lo hacía por ella le hizo superar el asco.
– Henrik, a los dos nos conviene que nos veamos cuanto antes.
Dado que no obtuvo respuesta, hizo una pequeña alusión en un último intento de presionarlo:
– No quiero seguir jugándotela por la espalda ni un día más.
El silencio que siguió le confirmó que sus palabras habían dado en el clavo. La manera en que lo planteó no comportaba ningún riesgo. ¿Cómo iba a saber un adúltero cómo o con quién alguien le engañaba a sus espaldas? Pero el hecho de que alguien se la jugara por la espalda mientras él cometía adulterio seguro que le interesaría lo suficiente como para acceder a una cita.
Oyó un carraspeo.
– Podemos vernos mañana a las nueve de la mañana, en el puerto. Dentro del vestíbulo principal de la terminal de la Viking Line. [7] ¿Qué aspecto tienes?
– No te preocupes, yo sé qué aspecto tienes tú. Nos vemos a las nueve, pues.
Colgó, sonrió, miró la ventana iluminada del chaflán y regresó a su coche.
Raras veces había disfrutado de un sueño tan apacible y, por primera vez en mucho tiempo, se despertó completamente descansado. Dudó bastante frente al ropero: su vestimenta era un detalle importante porque el tal Henrik debía comprender que había sido desbancado por alguien superior a él. No le apetecía quitarse la rebeca azul cielo con la que había dormido, y de que ése era el origen de su calma, no tenía la menor duda. La lana todavía desprendía un suave olor a ella, pero no se le escapaba que la seguridad que le infundía era pasajera.
Sonó el teléfono. Miró el reloj de pulsera. Eran sólo las siete. ¿Quién llamaba a esa hora un lunes por la mañana? No fue hasta que hubo descolgado el auricular que advirtió que se había olvidado de contar las señales.
– Jonas, diga.
– Hola, Jonas. Yvonne Palmgren, del hospital Karolinska Sjukhuset.
No tuvo tiempo de decir nada, sólo de resoplar enfurecido. Esta vez, por lo visto, la bruja no tenía intención de dejarse interrumpir.
– Quiero que nos veamos, Jonas. El entierro de Anna es el viernes, y es importante que tú participes en ese proceso.
– ¿Qué proceso? ¿Queréis que cave el hoyo o qué?
Oyó que ella inhalaba con fuerza.
– Celebraremos un funeral aquí, en la capilla del hospital, y me gustaría que participaras en las decisiones que hay que tomar. Cómo vestirla, la música que se va a interpretar, escoger las flores, la decoración del féretro. Sólo tú conoces sus gustos.
– Pregúntele al doctor Sahlstedt. Según él, ella no sentía nada antes de morir, así que me cuesta mucho creer que, de repente, todo eso le importe mucho. Por otra parte, tengo una semana muy llena.
Colgó y constató, irritado, que la conversación le había afectado. Le había perturbado. El único modo de contestar era un contraataque. Salió al recibidor, agarró la cartera y sacó la nota engomada de color amarillo que le había entregado el doctor Sahlstedt. Ella contestó tras la primera señal.
– Soy Jonas. Sólo quería decirle que si usted o cualquier otra persona vuelven a llamarme acerca de Anna o por alguna cosa relacionada con ella, les voy a… No tengo ninguna jodida obligación con ella, he hecho mucho más de lo que se puede pedir por esa maldita puta. ¿Entiende lo que le estoy diciendo?
Ella tardó en responder. Cuando finalmente empezó a hablar, lo hizo despacio pero con énfasis, como si cada palabra estuviera subrayada con rotulador rojo. Utilizó un tono despectivo, como si él fuera inferior a ella.
– Estás cometiendo un grave error, Jonas.
Su repugnancia se desbordó.
– Una jodida palabra más y le juro que me encargaré de que usted…
Nada más pronunciarlas, se arrepintió de sus palabras. No debía actuar temerariamente, no debía revelar a quien no necesitaba saberlo que era él quien llevaba las riendas ahora. Si lo hacía, eso podría utilizarse en su contra.
Colgó, se quedó quieto un rato para recuperar la calma. Tuvo que volver a ponerse la rebeca azul cielo y estirarse en la cama un momento para serenarse lo bastante para volver al ropero. Aun así, tardó un buen rato en apartar sus pensamientos de aquella indeseada conversación.
Llegó al lugar de la cita con antelación, media hora antes de lo convenido. Quería tenerlo todo vigilado, estar preparado, verlo llegar y elegir cómo y cuándo dar el primer paso para ponerse en contacto. Se preguntó si vendría solo o acompañado de la puta; en realidad daba igual, pero preferiría hablar con él a solas. Su barco no salía hasta las 10:15, con sus propios oídos les había oído mencionar la hora de partida durante su charla en la pizzeria.
Fue sencillo desaparecer entre la multitud que abarrotaba el interior de la terminal. Se sentó en un banco desde donde divisaba la entrada principal, al lado de un grupo de fineses maduros y con resaca que vestían chándales deportivos. A las 8:55 apareció él, solo. Se quedó parado junto a las puertas, dejó en el suelo una bolsa de viaje bastante abultada y comenzó a inspeccionar el entorno con la vista. Jonas aguardó, quería hacerle esperar un rato. Le vio mirar su reloj de pulsera repetidamente y darse la vuelta en todas direcciones para observar detenidamente a todos los hombres que pasaban por su lado.
Jonas cerró los ojos e inhaló a oscuras, reposando un instante en la calma que le invadía. Por una vez sabía lo que le deparaba el destino. Sabía que el futuro sería la recompensa por todos los malos trances que había sufrido hasta ese día. Sabía que se había vuelto inmune al miedo. La sensación era rara y grata a la vez, completamente liberadora, un estado de gracia absoluto.
Después se levantó y empezó a caminar hacia el enemigo.
Se detuvo a un metro de distancia de él sin decir nada, dejando que siguiera en la incertidumbre. Al final fue el otro quien rompió el silencio.
– ¿Tú eres Anders?
Él asintió, pero decidió seguir callado. El evidente disgusto del otro era un placer irresistible.
– ¿Qué es lo que quieres? No tengo mucho tiempo.
Esta vez parecía irritado.
– Gracias por tomarte la molestia de venir.
Jonas no iba a dejarse estresar. En lugar de eso, sonrió un poco; tal vez ese gesto pudiera interpretarse como un gesto de superioridad, pero lo cierto es que no era ésa su intención. Bajó la vista hasta las aguas de la moqueta de plástico con expresión avergonzada: tenía que interpretar bien su papel. Era un aliado lo que tenía que conseguir, o al menos eso era lo que el otro debía pensar. No debía despertar su antipatía y hacerle inservible. Ese hombre adúltero llamado Henrik había decidido las reglas del juego él solo, pero el hecho de que se hubiera convertido en un indefenso peón en la misión que a Jonas le había sido encomendada era algo que nunca sabría.
Jonas alzó la vista de nuevo y miró al marido de Eva.
– No sé cómo empezar, pero quizás sea mejor que diga las cosas como son. Yo amo a tu mujer y ella me ama a mí.
Los ojos del otro se vaciaron de toda expresión, imperturbables. Fuera lo que fuese lo que el tal Henrik había esperado oír, era evidente que no era eso. Se había quedado con la boca abierta, convirtiéndose en la viva imagen de una persona que había perdido el control de su vida. Permaneció así un buen rato, sin emitir ni un sonido, y la sensación de dominio que sentía Jonas no hubiera podido ser mayor. Bueno, sí. Hubiera podido ser mayor en una única situación. Pero a Eva no la poseería hasta que se lo hubiese ganado.
– Comprendo que esto te caiga como una bomba y siento mucho tener que hacer esto, pero creo que, de algún modo, es mejor que sepas la verdad. A mí me estuvieron engañando una vez y sé por experiencia el daño que hace. Esa vez me juré a mí mismo que yo nunca haría sufrir a nadie lo que yo tuve que sufrir. Sé muy bien lo que una traición hace con las personas.
Henrik el adúltero había vuelto a cerrar la boca, pero comprender el alcance de la información que acababa de recibir, sin duda, le había desequilibrado. Miró a su alrededor en un vano intento de encontrar algo apropiado que decir.
La mirada de Jonas quedó atrapada en los labios del otro. Esos labios que habían sido de ella, que habían podido saborear los de ella.
Hundió el puño en el bolsillo de su chaqueta.
– ¿No debería ser Eva quien me lo contara?
– Sí, ya lo sé. He intentado convencerla de que lo haga, pero no se atreve. Tiene tanto miedo de tu reacción. Quiero decir que ninguno de los dos tiene nada contra ti, por supuesto, pero no podemos evitar sentir lo que sentimos. Que nos amamos. Y luego está Axel, en quién también hay que pensar, claro.
Los ojos del otro se oscurecieron en cuanto oyó el nombre de su hijo en labios de Jonas.
– Por él hemos intentado cortar varias veces pero… No podemos estar separados. Eso le dolió, se notaba. Una cosa es ir por ahí y ser uno quien elige, y otra muy distinta que te cambien por otro.
– ¿Eva te ha pedido que me cuentes todo esto?
– No, desde luego que no.
Durante un rato ninguno de los dos dijo nada.
– Pero lo hago por Eva, porque la quiero. Es la mujer más maravillosa que he conocido. Es perfecta en todos los sentidos. Bueno, tú ya sabes a lo que me refiero.
Sonrió con complicidad, «hermanos de lecho como somos».
Vio que el otro tragaba saliva. Su mirada mostraba una inconfundible aversión.
– ¿Cuánto hace que os veis?
Jonas fingió que contaba.
– Hará cosa de un año.
– ¡Un año! ¿Me estás diciendo que Eva y tú habéis estado liados durante un año?
Jonas dejó que el silencio respondiera por él y observó cómo el otro encajaba esa información. El honor de Eva estaba restituido. Ahora aquel cerdo sabía que estaba traicionando a una mujer que era amada por otro hombre, por alguien que la merecía mucho más que él. Que él, de todos modos, era un elemento superfluo en la vida de ella. Que ya había sido desechado.
«Bueno, ya está. Puedes irte. Cuanto antes mejor.»
– Sé lo que sientes. Es muy jodido que te engañen como nosotros te hemos engañado a ti. No sabes cuánto me habría gustado que hubieses sabido todo esto mucho antes para que tú mismo pudieras decidir qué hacer. Habría sido bueno para todos que Eva y yo hubiésemos tenido el valor de ser sinceros desde el principio, pero esto es lo que hay. Tal vez no sea un gran consuelo, pero si supieras lo duro que es para mí engañar a alguien. Te pido sinceramente disculpas.
Las puertas se abrieron detrás de ellos y dieron paso a la mujer rubia, que entró arrastrando una maleta con ruedas. En cuanto los vio, se detuvo en seco y, con una gran indecisión, desvió la vista hacia otro lado. Los ojos de Jonas se posaron en ella y el otro siguió la trayectoria de su mirada. El tal Henrik, que acababa de descubrir que nada era lo que aparentaba ser, cogió la bolsa del suelo. Jonas no pudo evitar la pregunta.
– ¿Acaso la conoces?
– No, pero ahora me tengo que ir.
Se dispuso a proseguir hacia el interior de la terminal. Era evidente que tenía miedo de revelar que tenía una compañera de viaje.
Jonas lo detuvo.
– Una cosa más, Henrik, por tu bien y por el mío. No le digas a Eva nada de todo esto, por favor, que lo sabes, quiero decir. Me contó que estarías fuera hasta el miércoles y estos días voy a intentar convencerla de que ella misma te lo cuente cuando vuelvas. ¿Qué más puedo hacer? Espero que disfrutes del viaje a pesar de todo. Hasta la vista.
Con esas palabras se dio la vuelta y le abandonó a su suerte.
La suerte que el destino le deparaba a él ya la conocía, y sus ansias crecían a cada paso que daba para ir a su encuentro.
Para soportar la espera iba a dar una vuelta por la casa inmediatamente.