Capítulo 24

Cuando finalmente oyó la llave en la puerta, ella todavía no había pegado ojo. Se había dedicado a vagar a oscuras por delante de las ventanas de la casa con la vista fija en el jardín. Pero no había captado un solo movimiento, ni siquiera un sonido, únicamente las débiles sombras de los árboles cada vez que la luna despuntaba entre los nubarrones. Y el resplandor velado que barría la noche de las torres de Nacka.

Tan pronto le oyó llegar, se apresuró a meterse en el dormitorio y se acurrucó junto a Axel. Eran más de las cuatro.

Él no se dio ninguna prisa en el cuarto de baño. Pasó más de media hora hasta que le oyó subir la escalera y, un minuto después, acomodarse en el otro extremo de la cama de matrimonio. Sólo entonces ella se volvió y fingió que se despertaba.

– Hola.

– Hola.

Él se acostó de lado dándole la espalda.

– ¿Os habéis divertido?

– Mmm.

– ¿Y cómo está Micke?

– Pues bien supongo, buenas noches.


* * *

Ya el domingo por la mañana advirtió que él quería decirle algo. El inquieto deambular por la casa del día anterior continuó, sin embargo, y cada vez eran más frecuentes y largos los ratos en que se encontraba fuera del estudio y en que se aventuraba, incluso, hasta la misma habitación en que ella se encontraba. Pero ella no pensaba ayudarle a arrancar una conversación, disfrutaba viendo sus esfuerzos. Hasta que finalmente, en la mesa de la cocina, mientras almorzaban una tortilla rápida, él se armó de valor Con Axel, que estaba sentado en su silla adaptable a un extremo de la mesa, como escudo en caso de un eventual conflicto.

– He estado pensando en eso que dijiste sobre que tal vez haría bien en marcharme unos días.

Ella optó por permanecer callada. Cogió luego el cuchillo de Axel y le ayudó a amontonar los últimos restos de tortilla en un montón fácil de atacar.

– Saldré el lunes por la mañana, si te parece bien. Sólo por un par de días.

– Claro. ¿Dónde vas?

No lo sé. Cogeré el coche y me iré hasta donde me lleve.

– ¿Te vas solo?

– Si.

Curso básico número uno: para mentir con éxito nunca respondas demasiado deprisa a una pregunta. Maldito idiota.

Ella se levantó y empezó a recoger los platos.

– Sabes que tenemos una reunión en la escuela esta tarde, ¿verdad? He pensado que Axel fuera a casa de mis padres y así podremos ir los dos.

Ella le vio tragar saliva.

– Hablé con Kerstin. Por lo visto, Linda está fuera de sí, la pobre. Asegura que no es ella quien ha enviado esos correos.

Él cogió su vaso de agua y bebió mientras ella continuaba.

– ¿Sabes tú cómo funcionan esas cosas? ¿Realmente es posible que alguien tenga acceso a su correo electrónico?

Él se levantó y fue a colocar el vaso en el lavavajillas.

– Obviamente.

Por lo visto, él ya había desembuchado lo que le interesaba decir Ella comprendió que, si quería decir algo más, debía hacerlo ahora. Antes de que él diera los doce pasos.

– Pero ¿por qué alguien habría de querer hacerle algo así? Parece increíble, quiero decir que ella puede perder el empleo por esto. Si se trata de alguna broma, debo decir que tiene unos colegas muy raros.

Era evidente que él no tenía intención de seguir discutiendo el tema. Los primeros siete pasos en dirección al refugio ya los había dado.


* * *

Sus padres se ofrecieron a venir a buscar a Axel, y la idea de que Henrik se viera obligado a tomar una taza de café con sus suegros le resultó simpática. Hizo un bizcocho y puso la mesa en la sala de estar para darle al encuentro un toque más festivo.

Henrik tardó un rato en unirse a ellos. Permaneció a resguardo, detrás de su puerta cerrada, todo lo que pudo y cuando finalmente salió, su café estaba helado. Tuvo que ir a la cocina para vaciar la taza y luego volvió y tomó asiento.

– Habrá que darte la enhorabuena, entonces.

Su padre tenía a Axel sobre sus rodillas.

– Eva me ha dicho que te han encargado escribir una importante serie de artículos para algún periódico.

Henrik miró a su suegro sin expresión alguna en el rostro.

– Bueno, eso que celebrasteis el otro día -quiso aclarar el padre.

Henrik miró a Eva de reojo. Pero ella no pensaba echarle ningún cabo.

– Ah, ése. Sí.

– ¿Para qué diario es?

– ¿Qué? Pues es un diario nuevo. La verdad es que no me acuerdo de cómo se llama.

Con lo cual quedó zanjado el tema. Henrik tomó su café en silencio y los padres de ella hicieron lo posible por mantener la conversación a flote. Por su parte, ella estaba, más que nada, extrañada ante la situación. Tal vez fuera ésta la última vez que estuvieran todos juntos. La última vez.

Pronto tendría que contárselo, hablar con ellos acerca del dinero. Necesitaba su ayuda para echarlo de la casa.

Pero todavía no había llegado el momento.

– Bueno, pues, tal vez será mejor que volvamos a casa.

No era ninguna pregunta, sino una afirmación. Se dio cuenta de que el silencio en la mesa había sido total durante un buen rato y, cuando alzó la vista, su madre la estaba mirando. La silla de su padre chirrió contra el suelo cuando se levantó.

– ¿Qué dices, Axel, te vienes con nosotros un ratito mientras papá y mamá van a una reunión? Eva empezó a recoger las tazas de café.

– Axel, si quieres llevarte alguna cosa a casa de los abuelos, ve a buscarlo, por favor. Puedes llevarte la mochila, si quieres.

Ella tomó la fuente con el bizcocho que nadie, aparte de Axel, había probado, y salió hacia la cocina.

Escuchó cómo Henrik aprovechaba la ocasión para huir de nuevo.

– Pues yo me voy a trabajar un rato más. Hasta luego, Axel, nos vemos más tarde.

Luego pasó por la puerta de la cocina sin dirigirle ni siquiera una mirada.

Faltaban un par de horas hasta que empezara la reunión. Ella se sentó junto a la mesa de la cocina ante uno de los montones de papel que había sobre la encimera. Correo sin revisar, principalmente facturas, la mayoría para Henrik. Hacía tiempo que él dejó de abrirlas. Por temor a que quedaran sin abrir demasiado tiempo y de que olvidara pagar alguna factura, ella había empezado a abrirlas por él. Nunca ninguno de los dos hizo ningún comentario al respecto. Lo mismo que con muchas otras cosas. Ella nunca soltaría el control de las facturas porque estaba convencida de que él no pagaría una sola de ellas dentro del plazo previsto. ¿Cómo iba a poder hacerlo si ni siquiera tenía ganas de abrir su propio correo? A pesar de ello, en su fuero interno había un deseo inarticulado de que él se responsabilizara más de los pagos.

Que se hubiera responsabilizado más. Pero ese problema, como muchos otros, pronto quedaría eliminado.

Miró a su alrededor. Tanto empeño enterrado, tanta energía. La antigua mesa abatible, ¿cuántos anticuarios había recorrido antes de encontrar la que buscaba? La vasija en el suelo que había cargado desde Marruecos en unas vacaciones y que le había parecido de importancia tan capital que incluso pagó un suplemento por sobrepeso. El cuadro que provenía de la casa de sus padres, las sillas que habían costado una fortuna, los botes en la alacena de la cocina que nunca se utilizaban pero que estaban ahí para hacerla más acogedora. Todo, de pronto, le pareció feo. Como si todos aquellos objetos familiares hubiesen sufrido una transformación y ella los viera por primera vez. No sentía el más mínimo afecto por todo cuanto la rodeaba. Ni siquiera podía recordar lo que había sentido por aquellas cosas en la época en que habían sido importantes. Todo cuanto había dado por sentado que formaba parte de Eva, todo por cuanto había sentido gusto, afecto, todo cuanto había constituido una prioridad, ya no cuadraba. Era como si una lente de la cual ella era la única portadora se hubiera colocado en su sitio e hiciera que todo se viera diferente. Sólo ella veía la absurdidad de todo. Estaba completamente sola, en un mundo aparte y paralelo al que transcurría fuera. Aun así, estaba sentada en aquella cocina como si nada, pagando facturas de ese mundo ajeno.

La puerta del estudio se abrió. Él salió a la sala de estar pero no tardó en volver, se agachó para recoger un juguete del suelo que dejó sobre la encimera de la cocina y luego desapareció de nuevo en el estudio.

Ella ojeó un folleto del Ayuntamiento, lo puso en un montón destinado a la recogida selectiva de papel y cartón y abrió el siguiente sobre.

Entonces él volvió a salir del bunker, dio una vuelta de nuevo sin finalidad aparente y cuando eso ocurrió por tercera vez, tan sólo un par de minutos más tarde, ella ya no pudo reprimirse.

– ¿Te preocupa algo? -dijo mientras arrancaba la ventanita de plástico del sobre y tiraba el resto en el montón destinado a reciclaje.

«Corre a meterte en el estudio y no des más señales de vida hasta que vayamos a la reunión» pareció, tal vez, que le hubiera dicho porque eso fue, de todos modos, lo que él hizo.

Que le contestara la pregunta era, sin duda, pedir demasiado.


* * *

Hasta que por fin llegó la hora. Hacía mucho que no se sentía tan animada, como si estuvieran de camino a una fiesta que le hiciera ilusión desde hacía tiempo.

Él conducía y ella estaba sentada a su lado; de los dos automóviles, el Golf era el que había estado más a mano cuando iban a salir. Que se lo quedara si quería, el Saab era de ella y lo pagaba la empresa.

– Por cierto, siento mucho que tuvieras que mentirle a papá. Sobre el trabajo, ya sabes. No era mi intención.

Él no contestó. La mirada al frente y las manos marcando las dos menos diez. Ella prosiguió.

«Lo que pasó es que el jueves, cuando Axel se quedó a dormir con ellos, no tenía ganas de decirles la verdad. Que necesitábamos estar un poco solos tú y yo.»

Esta vez soltó una especie de ruido, no palabras ni nada por el estilo, más bien un gruñido.

Ella sonrió ligeramente para sus adentros, para ese abismo oscuro, y colocó la mano encima de la de él sobre el cambio de marchas en un gesto cargado de complicidad.

– Mientes muy bien. Eso no lo sabía yo.

La sala de juegos estaba ya llena de padres con fundas de plástico azul sobre los zapatos. Las sillas habían sido colocadas de forma regular y ordenada sobre la superficie verde del suelo pero, sin embargo, la mayoría de padres permanecían de pie formando pequeños corros y hablando en voz baja. Ni Kerstin ni Linda estaban presentes. Henrik se sentó en una silla junto a la puerta y empezó a tamborilear nerviosamente con los dedos en el lateral de la silla. Eva se aproximó a la madre de Jakob y echó un vistazo a su alrededor.

– Parece ser que a la mayoría les ha parecido una buena idea convocar una reunión.

Annika Ekberg asintió con la cabeza.

– Sí. Gracias por el cable.

– No hay de qué.

El murmullo enmudeció en cuanto Kerstin apareció en el umbral. Nadie hubiera podido afirmar que su semblante era alegre.

– Hola a todos, y dejadme que os dé la bienvenida, aunque no me resulte muy grato veros aquí esta tarde. Bueno, lo mejor será que toméis asiento entre tanto.

Como si fueran obedientes párvulos, todos hicieron lo que se les pedía. Treinta y dos padres hicieron crujir sus fundas de plástico al encaminarse a sus respectivos asientos. Eva se dirigió a la silla contigua a la de su legítimo esposo.

– Como sin duda comprenderéis, a Linda todo esto le resulta inmensamente penoso. Por enésima vez quiero aseguraros que no es ella quien ha enviado esos correos electrónicos, y ninguno de nosotros tiene la menor idea de cómo ha podido ocurrir. Lo primero que el servicio técnico informático municipal hará mañana por la mañana será esclarecer este punto. Ha sido imposible dar con alguien durante el fin de semana.

– ¿Y Linda no viene?

Fue la mamá de Simon quien lo preguntó. Su tono de voz fue de desconfianza y a ninguno de los presentes se le escapó que la declaración amorosa dirigida a su marido no había sido en absoluto de su agrado.

Bienvenida al club.

– Sí, ahora mismo viene. Yo sólo quería aclarar esto primero.

Kerstin se hizo a un lado y dejó paso a Linda que, con la cabeza gacha, apareció en el umbral. Kerstin colocó un brazo protector sobre sus hombros y ese gesto provocó un sollozo en la acusada. Eva vio por el rabillo del ojo que Henrik apretaba los puños.

Linda carraspeó, pero mantuvo la mirada fija en la moqueta a prueba de golpes.

«Mírala todo lo que quieras. La moqueta no te va a salvar.»

Entonces Linda abrió la boca para iniciar su defensa.

– No sé qué decir.

Pasó un ángel. Durante mucho rato reinó el silencio, lo suficiente como para que Linda rompiera a llorar de verdad. Escondió el rostro detrás de la mano y Henrik, inquieto, cambió de postura en la silla.

– ¿Alguien más que tú tiene acceso a tu programa de correo electrónico?

Eva no reconoció la voz que había formulado la pregunta a sus espaldas.

– No, que yo sepa no, y ahora ya no puedo entrar ni yo misma. Parece ser que han cambiado la contraseña.

«Por qué no pruebas con cock-teaser.» [6]

Volvió a hacerse el silencio, aunque esta vez no por mucho tiempo.

– Bueno, ¿y qué ponía en esos correos? Esta vez la voz pertenecía a una mujer, también desconocida.

– No lo sé. Como ya he dicho, yo no los he escrito ni los he leído.

– Yo puedo leer el mío, si queréis.

El padre de Simon sacó un folio doblado del bolsillo interior de su americana y carraspeó antes de ponerse a leerlo en tono seco y objetivo, como si leyera el acta de una sesión de su junta directiva.

– «Amor mío. Cada minuto, cada segundo estoy donde tú estás. El mero recuerdo de que existes me hace feliz. Vivo para los breves momentos en que estamos juntos. Sé perfectamente que esto no está bien, que no deberíamos sentir lo que sentimos, pero ¿cómo podría negarlo? No sé cuántas veces me he decidido a intentar olvidarte, pero entonces apareces tú y no puedo. Si lo nuestro saliera a la luz, seguramente yo perdería el empleo y tú perderías a tu familia, sería el caos. Pero aun así, no puedo dejar de amarte. Y en el mismo instante en que pido que nada de todo esto hubiese ocurrido, me aterroriza la idea de que mi ruego se cumpla. Entonces comprendo que estoy dispuesta a perderlo todo con tal de estar contigo. Te quiero. Tuya, L.»

Fue como si el mismo aire que respiraban se hubiera transformado durante la lectura. A cada sílaba pronunciada, Linda fue elevando la mirada centímetro a centímetro hasta que sus ojos, finalmente, se cruzaron con los de Henrik. Eva se volvió imperceptiblemente para poder ver a su marido. La expresión de su rostro era imposible de interpretar. «Horror» fue la primera palabra que le pasó por la cabeza. Entonces él se volvió hacia ella y, por primera vez en mucho tiempo, se miraron a los ojos. Y ella vio que él tenía miedo. Miedo de que la sospecha que le había asaltado fuera cierta. De que ella lo supiera todo. En ese momento, Eva le dirigió una rápida sonrisa y se puso de pie.

– Escuchad, me gustaría decir algo, si no os importa. Ya que, al parecer, Linda no ha enviado esos correos electrónicos, tenemos que creerla. Quiero decir que tenéis que poneros en su lugar: primero os juegan una mala pasada y luego, encima, tenéis que defenderos delante de todos nosotros. Luego se volvió hacia Linda.

– Te aseguro que no me extraña que te sientas fatal. Opino que has sido muy valiente al atreverte a enfrentarte a todos, hoy, aquí.

«Pero cierra la boca, furcia maldita, antes de que se te caiga la baba.»

Luego se dirigió al público de nuevo.

– ¿Qué decís? ¿Por qué no dejar que ese servido técnico informático lo aclare todo y le echamos tierra al asunto y santas pascuas? Sea como sea, ante todo debemos pensar en los niños. ¿No es así?

Se oyó un débil murmullo y alguien asintió con la cabeza. Henrik había adoptado la misma expresión que Linda y miraba a Eva con la boca abierta. Ahí tenían otro rasgo en común sobre el cual edificar su futuro.

La madre de Simon fue la única que dio muestras de disentir. Echar tierra al asunto y santas pascuas, de eso nada.

Eva se volvió hacia Linda y Kerstin y les sonrió. Kerstin le devolvió la sonrisa muy agradecida y es posible que también fuera eso lo que Linda intentara hacer con la mueca que esbozó, aunque resultaba difícil saberlo.

Kerstin dio un paso al frente y le puso la mano en el brazo.

– Gracias, Eva. De verdad, te lo agradecemos.

Luego Kerstin barrió con la mirada a los demás padres.

– Linda ha solicitado permiso para tomarse unos días libres a principios de la semana que viene, y yo opino que es una buena idea. Necesitará un descanso después de esto.

Miró a Henrik de reojo, que ahora tenía la vista clavada en el suelo. Ella sabía que él nunca tendría agallas para preguntarle si sus sospechas eran fundadas. Hacerlo supondría verse obligado a reconocer que era un mentiroso y un cobarde.

Ella seguía teniendo el control.

Y a la mañana siguiente le diría adiós con la mano y con una sonrisa desde el garaje y le desearía unas felices vacaciones y que, sobre todo, condujera con cuidado.

Por su parte, ella estaría muy ocupada durante su ausencia.

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