capítulo 10

– El Sr. Sawyer la recibirá ahora, Sra. Denton.

Suzy se levantó del sofá de cuero y cruzó la zona lujosamente amueblada de recepción hacia el despacho del Director General de Tecnologías Electrónicas Rosa. Entró y oyó un chasquido suave cuando la secretaria de Wayland Sawyer cerró la puerta de nogal a sus espaldas.

Way ni siquiera levantó la cabeza del escritorio. Ella no estuvo segura de si era una forma de ponerla en su lugar o si simplemente no tenía mejores modales de los que había tenido en secundaria. Fuera la opción que fuera, no era una buena señal. Desde el pueblo y todo el condado, habían enviado a importantes representantes a hablar con él y su respuesta nunca había sido comprometida. Sabía que ella, como presidenta de la Junta de Educación, era el último y más patético escalón.

La oficina estaba decorada con un estilo biblioteca inglesa, con paredes revestidas con paneles de madera, sofás de piel color Borgoña y pinturas de caza. Mientras caminaba lentamente sobre la alfombra persa, él continuó estudiando unos documentos a través de unas gafas de media luna que se parecían mucho a las de ella; se había visto forzada a comprarlas recientemente, después de toda una vida de visión perfecta.

Le había dado dos vueltas a los puños de su camisa azul, revelando unos antebrazos sorprendentemente musculosos para un hombre de cincuenta y cuatro años. Ni la camisa, ni la corbata de rayas azul marino y rojas pulcramente anudada, ni las gafas podían ocultar el hecho de que parecía más un hombre que trabajaba con las manos que el dueño de la empresa. Parecía una versión algo mayor de Tommy Lee Jones, el actor texano que era el preferido de su club de bridge.

Intentó no ponerse nerviosa ante su silencio, pero no era una de esas jóvenes que se encontraban más en su elemento en una sala de juntas que en una cocina. Cuidar de su jardín le interesaba mucho más que competir con los hombres por el poder. Además estaba educada a la antigua usanza y acostumbrada a la cortesía.

– Quizá no haya venido en buen momento -dijo con suavidad.

– Enseguida estoy con usted. -Su voz sonó impaciente. Sin mirarla, señaló con la cabeza una de las sillas de delante de su escritorio, como si ella fuera un perro al que dar órdenes. El ofensivo gesto la hizo darse cuenta de lo inutil de su misión. Wayland Sawyer había sido imposible en secundaria y obviamente no había cambiado. Sin decir una palabra, se giró y comenzó a atravesar la alfombra hacia la puerta.

– ¿A dónde piensa que va?

Ella se giró hacia él y dijo con suavidad:

– Obviamente no quiero hacerle perder el tiempo, Sr. Sawyer.

– Me corresponde a mí juzgarlo. -Se quitó las gafas y señaló una silla-. Por favor.

La palabra fue pronunciada como una orden y Suzy no pudo recordar cuando sintió tal aversión instantanea hacia alguien; Aunque, mirándolo bien, no había sido en ese instante. Way le llevaba dos años, iba más avanzado en el instituto y era el tipo de chico con el que salían sólo las más espabiladas. Aún tenía un vago recuerdo de una vez en que él estaba detrás del gimnasio con un cigarrillo colgando del labio y una mirada dura como la de una cobra en los ojos. Era dificil reconciliar a ese matón con el hombre de negocios multimillonario, pero había algo que no había cambiado. La había aterrorizado entonces y la aterrorizaba ahora.

Tragándose los nervios, se acercó a la silla. Él la estudió abiertamente, y ella se encontró deseando haber ignorado el abrasador calor del verano y haberse vestido con un traje chaqueta en vez de con ese vestido de seda color chocolate. La prenda se ataba holgadamente de lado y caía suavemente sobre sus caderas al sentarse. Había adornado el sencillo escote con un collar de oro con un pequeño colgante a juego con los pendientes. Las medias eran del mismo tono castaño que los zapatos de diseño, que tenían pequeños adornos dorados en los tacones. El vestido habría sido ridiculamente caro, de eso estaba segura. Había sido un regalo de cumpleaños de Bobby Tom tras haberse negado a dejar que le comprara un apartamento en Hilton Head.

– Usted dirá, sra. Denton.

Sus palabras tenían un deje de burla. Ella podía tratar con los miembros más agresivos de la junta porque los conocía de toda la vida, pero ahora, con él, estaba claramente fuera de su elemento. Quería huir, sin embargo, tenía un trabajo que hacer. Los niños de Telarosa iban a perder mucho si ese horrible hombre se salía con la suya.

– Estoy aquí en representación de la Junta Escolar de Telarosa, Sr. Sawyer. Quiero tener la seguridad de que ha considerado las consecuencias del cierre que Tecnologías Electrónicas Rosa va a tener en los niños de este pueblo.

Sus ojos se mostraban oscuros y fríos en su cara delgada. Apoyando los codos en el escritorio, juntó los dedos y la escrutó sobre ellos.

– ¿En calidad de qué representa a la Junta?

– Soy la presidenta.

– Ya veo. ¿Y es la misma junta que me echó de la escuela un mes antes de que pudiera graduarme?

Su pregunta la dejó estupefacta y no supo de qué hablaba.

– ¿Y bien, Señora Denton?

Sus ojos se habían oscurecido por la hostilidad, y ella se dio cuenta de que, por una vez, los rumores habían sido ciertos. Way Sawyer creía haber sido ofendido por Telarosa y había regresado para vengarse. Recordó todas las viejas historias. Sabía que Way era hijo ilegítimo, algo que había hecho de su madre, Trudy, y él unos parias. Trudy había limpiado casas un tiempo, incluso había trabajado para la madre de Hoyt, pero finalmente se había convertido en prostituta.

Suzy cruzó las manos en el regazo.

– ¿Tiene intención de castigar a todos los niños sólo por algo que sucedió hace cuarenta años?

– No hace cuarenta años. En ese momento era demasiado niño. -Le dirigió una débil sonrisa que no llegó a curvar las comisuras de su boca-. ¿Piensa que estoy haciendo eso?

– Si traslada Tecnologías Electrónicas Rosa, convertirá Telarosa en un pueblo fantasma.

– Mi compañía no es la única fuente de ingresos. Tienen la industria turística.

Ella observó la mueca cínica de sus labios y se tensó al darse cuenta de que la provocaba sin cesar.

– Los dos sabemos que el turismo no levantará el pueblo. Sin Tecnologías Rosa, Telarosa morirá.

– Soy un hombre de negocios, no un filántropo, y mi responsabilidad es sacar el mejor provecho de la compañía. Ahora mismo, trasladar todo a la planta de San Antonio es lo más conveniente.

Controlando su cólera, ella se inclinó hacia adelante ligeramente.

– ¿Me permitiría mostrarle las escuelas?

– ¿Y que todos los niños corran gritando despavoridos cuando me vean? Creo que paso.

La mofa de sus ojos le dijo que ser el paria del pueblo no lo molestaba en absoluto.

Ella miró hacia abajo, a sus manos entrelazadas en su regazo y luego lo miró a él.

– No hay nada que pueda hacerle cambiar de opinión, ¿no es cierto?

Él la miró a los ojos un largo rato. Ella oyó voces amortiguadas en el área de recepción, el tictac suave del reloj, el sonido de su respiración. Algo que no entendió pasó por su cara y tuvo un presentimiento. Había una tensión casi imperceptible en su postura que era una amenaza para ella.

– Tal vez haya algo. -Su sillón chirrió cuando se reclinó y el gesto duro e inclemente de su cara le recordó las montañas escabrosas de esa parte de Texas-. Lo podemos discutir cenando el domingo en mi casa. Enviaré un coche a recogerla a las ocho.

No era una invitación educada, sino una orden directa y expresada de la manera más insultante. Ella quería decirle que cenaría con el demonio antes que con él, pero era mucho lo que estaba en juego, y mientras miraba esos ojos sombríos e implacables, supo que no se podía negar.

Recogiendo su bolso, se levantó.

– Muy bien -dijo ella suavemente.

Él ya se había puesto sus gafas y devuelto su atención a los informes. Cuando dejó su oficina, él no se molestó en despedirse.

Ella todavía echaba chispas cuando llegó al coche. ¡Qué persona tan despreciable! No tenía experiencia en tratar con gente así. Hoyt había sido abierto y claro, todo lo contrario a Way Sawyer. Mientras buscaba las llaves del coche, se preguntó qué quería de ella.

Sabía que Luther Baines esperaba una llamada suya tan pronto como llegase a casa, y no sabía qué decirle. Ciertamente no le podía contar que había estado de acuerdo en cenar con Sawyer. No se lo podía decir a nadie, especialmente a Bobby Tom. Si alguna vez se enteraba cómo la había intimidado Sawyer, se pondría furioso, y había demasiado en juego como para que él interfiriera. No importaba cuanto la contrariara, tenía que manejar ese asunto ella sola.


*****

– Te digo que no entro, Bobby Tom.

– Ya, no vayas a dejar que esos flamencos rosas y el tractor en un jardín de flores te echen para atrás, Gracie. Realmente Shirley es muy buena peluquera.

Bobby Tom abrió la puerta del Hollywood Hair de Shirley, que estaba ubicada en el garaje de una pequeña casa de dos pisos, en una polvorienta calle residencial. Como él no tenía que estar en el rodaje hasta el mediodía, había aprovechado la mañana para empezar a “arreglarla”. Él le dio un codazo para empujarla dentro del salón de belleza, e inmediatamente, se le puso la piel de gallina en los brazos. Como en cualquier lugar público de Texas, la peluquería tenía el aire acondicionado a la temperatura de un congelador.

Tres de las paredes estaban pintada en un tono de rosa igual al de las pastillas antiácido Pepto-Bismol, mientras que la cuarta era negra y estaba cubierta con espejos con marcos dorados. Había dos peluqueras en el salón: una era una morena muy arreglada con un vestido de premamá azul claro, la otra era una rubia explosiva vestida de sport con uno de los peinados más pronunciados que había visto en su vida. Sus voluminosos muslos estaban embutidos en unos pantalones elásticos púrpura y una camiseta rosa muy ceñida a un par de pechos enormes. En la camiseta se leía: DIOS, REZO POR QUE SEAN INTELIGENTES.

Gracie rezó por que Shirley, que era quien se suponía que le arreglaría el pelo, fuera la morena, pero Bobby Tom ya caminaba hacia la otra peluquera.

– Hola, muñeca.

La mujer levantó el enorme montículo de su pelo negro hacia él y dijo con una voz gutural:

– Bobby Tom, guapisimo hijo de puta, ya era hora de que vinieras a verme.

Él plantó un beso en su mejilla cubierta con un montón de colorete. Ella golpeó su trasero con la mano libre.

– Todavía estás en buena forma.

– Viniendo de una experta como tú, lo considero el mejor de los cumplidos. -Él sonrió a la otra peluquera y a su cliente, luego saludó a las dos mujeres que curioseaban desde los cascos de los secadores-. Velma. Sra. Carison. ¿Cómo ‘stán señoras?

Ambas rieron tontamente. Bobby Tom pasó el brazo alrededor de los hombros de Gracie y le hizo dar un paso adelante.

– Atención a todas, ésta es Gracie Snow.

Shirley la miró con manifiesta curiosidad.

– Hemos oído muchas cosas sobre ti. Así que tú eres la futura Sra. de Bobby Tom.

Él rápidamente se adelantó.

– Gracie es algo feminista, Shirley, no le gusta nada que la llamen así. Para ser honestos, le pondrá un guión al apellido.

– ¿En serio?

Bobby Tom se encogió de hombros con las palmas de las manos extendidas, como el último hombre cuerdo en un mundo loco.

Shirley se giró hacia Gracie, y arqueó sus cejas pintadas.

– No hagas eso, cariño. Gracie Snow-Denton suena francamente peculiar. Como si tuvieras algún castillo en alguna parte de Inglaterra.

– O una nota de un mapa meteorológico -sugirió Bobby Tom. Gracie abrió la boca para explicar que ella no tenía intención de unir con guión su apellido, pero entonces la cerró mientras veía la trampa que él le había puesto. Chispas diabólicamentes plateadas bailaban en sus ojos y ella reprimió firmemente una sonrisa. ¿Era ella la única persona de la tierra que le veía las intenciones?

Shirley reanudó lo que estaba haciendo en la cabeza que tenía delante, al tiempo que estudiaba a Gracie por el espejo.

– He oído que no dejas que se arregle, Bobby Tom, pero nunca hubiera pensado que habías llegado hasta tal punto. ¿Qué se supone que tengo que hacer con ella?

– Lo dejaré en tus manos. La belleza de Gracie es del tipo gata salvaje, así que no seas demasiado conservadora.

Gracie estaba consternada. ¡Bobby Tom acababa de dejarla en manos de una peluquera con un gigantesco cardado rubio y maquillada como los Ringling Brothers [13] que le había dicho que no fuera conservadora cuando la peinara! Intentó replicar, pero él le dio un besito rápido en los labios.

– Tengo que ponerme en marcha, cariño. Mamá vendrá a recogerte para ir de compras, así podrás ir eligiendo tu ajuar. Ahora que te permito ponerte guapa otra vez, no puedes negarte a casarte conmigo.

Todas las mujeres estallaron en risas ante la absurda idea que cualquier mujer no aprovechara la oportunidad de casarse con Bobby Tom Denton. Él inclinó su sombrero para saludarlas y se dirigió a la puerta. A pesar de lo molesta que estaba, se preguntó si era la única que había sentido como si la luz del sol se fuera con él.

Seis curiosos pares de ojos se centraron en ella. Ella sonrió débilmente.

– Realmente no soy del tipo gata salvaje. -Se aclaró la voz-. Algunas veces exagera y…

– Siéntate, Gracie. Estaré contigo en un momento. Por ahí anda el People de este mes para que le eches un vistazo.

Profundamente intimidada por esa persona que tenía el futuro de su pelo en sus manos, Gracie se dejó caer en una silla y agarró la revista. Una de las mujeres de los secadores la miró fijamente a través de los cristales de sus gafas, y Gracie se preparó para lo inevitable.

– ¿Cómo os conocisteis Bobby Tom y tú?

– ¿Cuánto hace que os conoceis?

– ¿Cuándo pasaste el examen?

Las preguntas caían rápidas e implacables, y no se detuvieron cuando Shirley la llamó a su silla y empezó a trabajar. Como a Gracie no le gustaba mentir, tuvo que ceñirse lo más cerca posible de la verdad, sin pronunciar realmente ninguna mentira además de intentar supervisar el daño que le infligían a su pelo. Algo que de todas maneras no podía ver, ya que Shirley mantenía su silla desviada del espejo.

– Esta permanente te queda bien en algunas partes, Gracie, pero en otras está horrible. Necesitas que te capee el pelo. Me encantan las capas. -Las tijeras de Shirley comenzaron a volar y su mojado pelo rojizo comenzó a caer en todas las direcciones.

Gracie toreó una pregunta sobre la regularidad de su ciclo menstrual mientras se preocupaba por lo que ocurría en su pelo. Si Shirley se lo cortaba de más, entonces no podría recogerlo en una trenza, la cuál, aunque no era precisamente bonita, la hacían parecer pulcra y sencilla.

Un rizo de casi nueve centímetros cayó sobre su regazo y su ansiedad aumentó.

– Shirley, yo…

– Janine se encargará del maquillaje. -Shirley señaló con la cabeza a la otra peluquera-. Precisamente comenzó a vender productos de Mary Kay esta semana y está buscando clientas. Bobby Tom dijo que quería comprarte un lote de cosméticos para reemplazar todo lo que perdiste en ese terremoto sudamericano cuando protegías al vicepresidente.

Gracie casi se ahogó, luego luchó por contener la risa. Él era exasperente, pero también divertido.

Shirley conectó el secador e hizo girar la silla hacia el espejo. Gracie jadeó conternada. Parecía una rata mojada.

– Te enseñaré a peinartelo tú misma. Fíjate en los dedos. -Shirley empezó a revolver entre los mechones de pelo y Gracie vio cómo los rizos comenzaban a salir disparados de su cabeza. Quizá los pudiera mantener bajo control con una de esas diademas anchas, pensó con desesperación. O quizá, sólo debería comprarse una peluca.

Entonces, tan gradualmente que apenas lo podía creer, algo maravilloso comenzó a ocurrir.

– Así. -Shirley finalmente dio un paso atrás, sus dedos habían hecho magia.

Gracie fijó la vista en su reflejo.

– Oh, madre mía.

– Que lindo. -Shirley sonrió ampliamente al espejo.

Lindo no era la palabra adecuada para eso. El pelo de Gracie era totalmente moderno. Rebelde. Desinhibido. Erótico. Todo lo que Gracie no era y su mano tembló mientras lo tocaba.

Estaba mucho más corto de a lo que estaba acostumbrada, apenas por la mandíbula y se esponjaba por los lados. Pero lejos de ser crespo, caía en ondas suaves y bonitas y los rizos rozaban sus mejillas y orejas. Sus rasgos menudos y sus ojos grises habian dejado de estar marchitos por esa masa de pelo y Gracie estaba encantada con su imagen. ¿Era esa realmente ella?

Aún no se había mirado bien cuando Shirley la pasó a Janine y su Mary Kay. Durante la hora siguiente, Gracie aprendió sobre el cuidado de la piel y cómo la aplicación de un buen maquillaje ensalzarían su color natural. Sombras ámbar, rimmel oscuro y Janine hizo de sus ojos el centro de su cara. Cuando estuvo satisfecha, Gracie tuvo que hacerlo sola. Gracie se aplicó el colorete, y el lápiz de labios color coral que Janine le había dado. Luego se miró el espejo con admiración, sin apenas creer que la mujer que le devolvía la mirada fuera ella misma.

El maquillaje era sutil y favorecedor. Con su corte de pelo dulce y temerario, los luminosos ojos grises y las largas pestañas negras, estaba más guapa de lo que nunca había imaginado: femenina, deseable y sí, parecía una gata salvaje. Su corazón latió con fuerza. Ahora parecía diferente. ¿Era posible que Bobby Tom la pudiera encontrar atractiva? Tal vez la empezaría a mirar de otra manera. Tal vez…

Refrenó sus errantes pensamientos. Eso era exactamente lo que ella se había prometido a sí misma que no haría. Todo el buen hacer del mundo no la transformaría en una de esas espectaculares bellezas con las que Bobby Tom salía, y no se iba a permitir construir castillos en el aire.

Cuando Gracie sacó la cartera, Shirley la miró como si hubiera perdido el juicio y le dijo que Bobby Tom se había encargado de todo. Le cayó como un jarro de agua fría. Había entrado en la larga lista de personas a las que Bobby Tom daba dinero y se dio cuenta de que la había añadido a sus obras de caridad.

Debería haberlo previsto. No la veía como una mujer competente e independiente, sino otro caso perdido más. Eso dolía. Quería que la considerara su igual y eso no ocurriría si él pagaba sus gastos.

Había sido fácil prometerse que no tomaría nada de él, pero ahora se había dado cuenta de que en realidad no sería tan fácil. Él tenía gustos caros y esperaría que ella estuviera acorde con él, ¿pero cómo iba a hacerlo con sus limitados ingresos? Pensó en sus ahorros, que eran su única seguridad. ¿Debía gastarlo por sus principios?

No tuvo que pensarlo más que unos segundos para saber que eso era demasiado importante como para que ella se echara atrás. Tensó la mandíbula en una línea terca. Por el bien de su alma y de todo en lo que creía, necesitaba ofrecerse a él libremente y de todo corazón. Lo que quería decir que no podía tomar nada de él. Lo dejaría antes de convertirse en otro parásito en su vida.

Suave, pero firmemente, firmó un cheque para pagar y le pidió a Shirley que le devolviera el dinero a Bobby Tom. El gesto la animó. Sería alguien a quien él no compraba ni pagaba.

Suzy llegó unos momentos más tarde. Ella elogió a Gracie desde todos los ángulos y fue muy efusiva con sus cumplidos. Sólo después de haber dejado la peluquería y estar instaladas en el Lexus para ir a comprar ropa, Gracie se dio cuenta de que estaba algo distraída, pero tampoco ella estaba en su mejor momento porque había pasado una mala noche.

Gracie no había dormido bien, a pesar de la confortable cama del apartamento de encima del garaje de Bobby Tom. La oscura madera y pintura blanca y azul de las habitaciones hacía evidente que no había sido decorada por la misma persona que la casa. Aunque las habitaciones eran pequeñas, eran mucho más lujosas de lo que había supuesto. O de lo que estaba acostumbrada, pensó con desilusión mientras añadía otro pellizco más, en forma de alquiler, a sus dificultades financieras.

El apartamento se distribuía en una salita con una pequeña cocina americana con un dormitorio aparte, que daba al mismo patio que el estudio de Bobby Tom. Ambas habitaciones daban al patio trasero y cuando fue incapaz de dormir, se había levantado, sólo para darse cuenta de que no era la única insomne. Abajo, había visto la oscilante luz que emitía la tele por la ventana de su estudio.

La brillante luz del sol caía sobre los rasgos de Suzy, haciendo sentir culpable a Gracie de abusar demasiado de ella.

– No tenemos que ir hoy.

– Me apetece mucho.

Su respuesta parecía genuina, así que Gracie no protestó más. Al mismo tiempo, pensó que necesitaba ser honesta con Suzy.

– Me avergüenzo por este compromiso falso. Traté de convencerle de que toda la idea era ridícula.

– No desde su punto de vista. La gente de aquí siempre va tras él por un motivo u otro. Si todo esto le da un poco de paz mientras está en el pueblo, estoy totalmente a favor. -Declaró sin dudar, mientras giraba hacia la calle mayor-. Tenemos una buena tienda de moda en el pueblo. Millie estará encantada contigo.

Al oír “tienda de moda” sonaron campanas de alarma en la cabeza de Gracie.

– ¿Es cara?

– Eso no importa. Bobby Tom lo pagará todo.

– Él no pagará mis ropas -dijo ella quedamente-. No lo permitiré. Las compraré yo y, me temo que tengo un presupuesto limitado.

– Por supuesto que paga él. Todo esto fue idea suya. -Gracie negó con la cabeza tercamente.

– ¿Hablas en serio?

– Muy en serio.

Suzy pareció aturdida.

– Bobby Tom siempre paga.

– No mis cosas.

Por un momento Suzy no dijo nada. Luego sonrió y giró cambiando la dirección del coche.

– Me encantan los desafíos. Hay un centro comercial de tiendas de outlet a unos cincuenta kilómetros de aquí. Esto va a ser divertido.

Durante las tres horas siguientes, Suzy fue como un sargento de entrenamiento, conduciéndola de una tienda a otra, donde le mostró ropas de marca a precio de ganga. Prestó poca atención a las preferencias de Gracie, y la vistió con ropas juveniles y provocativas que Gracie nunca se hubiera atrevido a escoger para sí misma. Suzy seleccionó una falda transparente y una blusa de firma de seda brillante, un vestido sin mangas que se abría desde la mitad del muslo hasta la pantorrilla, vaqueros lavados a la piedra con tops ceñidos y escandalosos, jerseys de algodón que se pegaban a sus pechos. Gracie probó cinturones y gargantillas, sandalias y zapatos de tacón, deportivas con diamantes falsos y pendientes plateados de diversas formas. Cuando la última bolsa fue guardada en el maletero del Lexus, Gracie había gastado un enorme pellizco de sus ahorros. Se sentía deslumbrada y bastante nerviosa.

– ¿Estás segura? -Miró el corpiño rojo brillante que había sido su última compra. El top se ceñía de tal manera que no podía llevar sujetador y la tela centelleaba con lentejuelas doradas. Un cinturón de cinco centímetro sujetaba el pantalón corto y sus cómodos zapatos habían sido sustituidos por unas sandalias rojas. Esa ropa la hacía sentir como si no fuera ella.

Por enésima vez esa tarde, Suzy la tranquilizó.

– Esto es lo que quería para ti.

Gracie luchó por controlar su pánico. Las mujeres feas no se ponían ese tipo de ropa. Se agarró como a un clavo ardiente a lo que ella vio como una excusa válida para mostrar su punto de vista.

– Estas sandalias no son muy estables.

– ¿Te molestan que sean abiertas?

– No. Pero quizá sea porque siempre he llevado zapatos cómodos.

Suzy sonrió y palmeó su brazo.

– No te preocupes, Gracie. Estás genial.

– No parezco yo.

– Pues yo creo que pareces exactamente tú. Y también creo que ya era hora.


*****

¿Quién diantres conducía su T-Bird? ¡Y conducía también condenadamente rápido! Bobby Tom había seguido la estela de polvo que dejaba desde unos dos kilómetros desde lo alto del corral donde se habia subido para estudiar la escena que tocaba por la tarde.

El T-Bird abandonó la carretera, todavía levantando polvo, y se paró justo delante de su remolque. Como estaba a contraluz por el sol poniente, sólo vio que una chica pequeña y sexy vestida de rojo bajaba del coche y su presión sanguinea se disparó. ¡Maldición! Gracie era la única persona autorizada para conducir su T-Bird. Le había encargado que lo recogiera en el Garaje de Buddy cuando acabara de hacer sus comprar, pero obviamente ella había decidido darle otra de sus lecciones y habia enviado a una de esas aves de rapiña a hacer su trabajo.

Apretó los dientes y miró airadamente, todavía entrecerrando los ojos ante el sol e intentando averiguar quién era, pero no veía más que un cuerpo pequeño y bonito, con un pelo sexy y una cara oculta tras unas gafas de sol redondas. Se juró que Gracie se las pagaría. Tenía que plantearse mejor lo que hacía si pensaba que un compromiso falso iba a justificar ese tipo de cosas.

Y se quedó paralizado cuando el sol arrancó unos destellos cobrizos de ese pelo alborotado. Su mirada bajó sobre ese cuerpo bien proporcionado y por las piernas delgadas hasta un par de tobillos que hubiera reconocido en cualquier parte y sintió como si lo hubieran desnucado. Al mismo tiempo, se llamó cien veces tonto. Él era quien había tenido la idea de “arreglar” a Gracie. ¿Por qué no se había preparado para los resultados?

Gracie observó con aprensión como él se acercaba. Lo conocía lo suficiente bien a esas alturas para saber cómo se comportaba Bobby Tom con las mujeres; podía predecir exactamente lo que iba a decir. La halagaría escandalosamente, probablemente le diría que era la mujer más bonita que había visto en su vida y bajo esa andanada de cumplidos absurdos, ella no tendría ni la más remota idea de lo que él pensaba realmente sobre los cambios en su apariencia. Sólo si fuera honesto con ella podría saber si se veía ridícula o no.

Se detuvo delante de ella. Pasaron varios segundos esperando que apareciera esa sonrisa de donjuan y comenzara a fluir ese adulador lenguaje. Él se frotó la barbilla con los nudillos.

– Parece que Buddy hizo un buen trabajo. ¿Te dio la factura?

Estupefacta, ella observó cómo la rodeaba y se dirigía hacia el faro que Buddy había reparado, agachándose para examinar las ruedas nuevas. Su placer se desvaneció en ese momento, y se sintió humillada.

– Está en la guantera.

Él se levantó y la miró con chispas en los ojos.

– ¿Por qué demonios conducías tan rápido?

Porque la chicas bonitas con frívolas sandalias abiertas y cabello rebelde son espíritus libres que no se ocupan de cosas tan mundanas como los límites de velocidad.

– Supongo que estaba pensando en otras cosas. -¿Cuándo iba a decirle que ella era la cosita más bonita que había visto en su vida, como le decía a todas las mujeres que se le ponían delante?

Apretó los labios molesto.

– Había pensado que condujeras el T-Bird mientras estuvieramos aquí, pero creo que he cambiado de idea después de ver a la velocidad que ibas. Conducías el coche como si te estuvieran persiguiendo.

– Lo siento. -Ella rechinó los dientes mientras la cólera sustituida su dolorosa decepción. Ella había gastado hoy una fortuna, y a él no parecía impresionarle.

– Apreciaría mucho que no volvieras a hacerlo.

Ella enderezó los hombros y alzó la barbilla decidida a no dejar que la intimidara. Por primera vez en su vida, sabía que estaba guapa y si él no lo pensaba así, era una lástima.

– No ocurrirá de nuevo. Ahora si acabaste de gritarme, voy a ver a Natalie. Le dije que vigilaría a Elvis durante toda la tarde.

– ¡Se supone que eres mi ayudante, no la niñera!

– Las dos cosas son lo mismo -escupió ella.

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