capítulo 3

Bobby Tom condujo por las autopistas de la ciudad del viento como si fueran propiedad suya. Era el señor de la ciudad, el rey del mundo, el amo del Universo. Mientras en la radio tronaba Aerosmith, él tamborileaba los dedos sobre el volante, llevando el compás de “Janie’s Got a Gun”.

Con su Thunderbird rojo descapotable y su stetson gris perla, llamaba fácilmente la atención. Para asombro de Gracie, los conductores empezaron a reconocerlo a su paso, sonaron bocinas y bajaron ventanillas para saludarlo. El devolvió los saludos y siguió su camino.

Ella sentía sobre su piel la caricia del cálido viento y la absoluta delicia de la velocidad en una autopista de una gran ciudad en un Thunderbird rojo con un hombre que no era en absoluto respetable. Mechones de pelo escapaban de su trenza y azotaban sus mejillas. Deseó tener un echarpe rosa de algún diseñador para poder envolverlo alrededor de su cabeza, unas gafas de sol modernas ante los ojos y un lápiz de labios de color escarlata. Quería pechos grandes y llenos, un vestido ceñido y unos tacones altos muy sexys. Quería una pulsera de oro en el tobillo.

Y, quizá, un tatuaje muy discreto.

Se recreó ante esta tentadora visión de sí misma transformada en una mujer salvaje mientras Bobby Tom contestaba las llamadas recibidas con anterioridad en el teléfono del coche. Algunas veces él usó el altavoz del coche; otras se llevó el teléfono a la oreja y habló en privado. La mayoría de sus llamadas eran sobre diversos contratos comerciales y los efectos en sus finanzas, y también sobre diversas obras de caridad en las que estaba involucrado. Muchas de las llamadas, observó, eran de gente pidiéndole dinero. Aunque contestó esas llamadas con el teléfono pegado a su oído, tuvo la impresión de que en cada uno de los casos, acabó ofreciendo más dinero del que le pedían. Después de menos de una hora con él, había llegado a la conclusión de que Bobby Tom Denton era presa fácil.

Cuando llegaron a las afueras de la ciudad, habló con alguien llamado Gail y se dirigió a ella con esa perezosa voz arrastrada que envió escalofríos a la receptiva columna de Gracie.

– Sólo quería que supieras cuanto te echaré de menos. Ahora mismo tengo los ojos llenos de lágrimas.

Él levantó el brazo para saludar con la mano a una mujer que conducía un Firebird azul que pasó zumbando a su lado. Gracie, una conductora prudente, agarró la manilla de la portezuela al percatarse que él estaba conduciendo el coche con la rodilla.

– Bien, es cierto…, lo sé, cariño, yo también desearía que hubiéramos podido hacerlo. El rodeo no viene por Chicago demasiado a menudo. -Cerró los dedos sobre la parte superior del volante, sosteniendo el teléfono entre la cabeza y el cuello-. No me digas eso. Ahora mismo tú eres la mejor, ¿oyes? Kitty y yo estuvimos bien hace un par de meses. Hizo el examen, pero no había estudiado lo suficiente y no superó la Superbowl del 89. Te llamaré tan pronto como pueda, querida.

Cuando colgó el teléfono, lo miró con curiosidad.

– ¿No se celan tus novias unas de otras?

– No, por supuesto que no. Sólo salgo con chicas agradables.

Y trataba a cada una de ellas como a una reina, sospechó ella. Incluidas las embarazadas.

– La Organización Nacional de Mujeres debería considerar seriamente demandarte.

Él pareció genuinamente sorprendido.

– ¿A mí? Amo a las mujeres. De hecho, más que la mayoría de los hombres. Tengo carnet de feminista.

– No dejes que Gloria Steinem [7] te oiga decir eso.

– ¿Por qué no? Ella es la que me dio el carnet.

Los ojos de Gracie se abrieron de golpe.

Él le dirigió una sonrisa picarona.

– Tengo que decirte que Gloria es una señora muy agradable.

Supo en ese mismísimo momento que no podía bajar la guardia cerca de él, ni por un momento.

Cuando los suburbios de Chicago dieron paso al campo de Illinois, le preguntó si podía usar el teléfono para llamar a Willow Craig, asegurándole que pagaría la llamada con su nueva tarjeta de crédito del trabajo. Eso pareció divertirlo.

Windmill había establecido el cuartel general en el Hotel Cattleman de Telarosa, y en cuanto la pusieron con su jefa, comenzó a explicarle su problema.

– Me temo que Bobby Tom insiste en ir en coche a Telarosa en vez de en avión.

– Pues hazle cambiar de opinión -contestó Willow con voz enérgica y decidida.

– Hice lo que pude. Desafortunadamente, no ha cambiado de idea. Estamos ahora en camino, acabamos de salir de Chicago.

– Eso me temía. -Pasaron varios segundos y Gracie pudo imaginar a su sofisticada jefa jugueteando con uno de los grandes pendientes que siempre llevaba puestos-. Tiene que estar aquí el lunes por la mañana a las ocho. ¿Has entendido?

Gracie miró de reojo a Bobby Tom.

– Puede que no sea tan fácil.

– Para eso te contraté. Se supone que puedes manejar a la gente difícil. Hemos invertido una fortuna en esta película, Gracie, y no podemos asumir más retrasos. Incluso la gente a la que no gusta el fútbol sabe quien es Bobby Tom Denton y hemos gastado muchísimo en publicidad para recalcar que esta es su primera película.

– Entiendo.

– Es demasiado escurridizo. ¡Nos ha llevado meses cerrar ese contrato y quiero que se empiece la película de una vez! No permitiré que nos lleve a la bancarrota únicamente porque tú no sabes realizar tu trabajo.

A Gracie se le hizo un nudo en el estómago mientras oía otros cinco minutos de advertencias sobre lo que pasaría si no conseguía que Bobby Tom estuviera en Telarosa a las ocho en punto del lunes por la mañana.

Él colgó el teléfono.

– Realmente espera mucho de ti, ¿no?

– Espera que haga el trabajo para el que me contrató.

– ¿No se le ha ocurrido a nadie de Windmill Studios que mandarte a ti para convencerme ha sido como mandar un cordero al matadero?

– Yo no lo veo de ese modo. Soy excepcionalmente competente.

Ella oyó su risa ahogada que sonó débilmente diabólica, pero que fue ahogada rápidamente cuando él subió el volumen de la radio.

Escuchar los roncos sonidos del rock and roll en vez de la música inocua que se oía en Shany Acres le produjo un placer tan delicioso que su tensión se desvaneció y casi se estremeció de deleite. Sus sentidos parecían especialmente agudos. Estaba envuelta en el olor acre del after shave de Bobby Tom, sus manos acariciaban inconscientemente los suaves asientos de cuero de lo que él había llamado un Thunderbird 1957 rehabilitado. Y si el coche tuviese un par de dados rosas colgando del espejo retrovisor, todo sería perfecto.

Como había dormido poco la noche anterior, comenzó a cabecear, pero ni siquiera así permitió que sus ojos se cerraran. El que Bobby Tom le hubiera permitido acompañarlo la primera parte del viaje no la llevaba a pensar que lo pudiera persuadir fácilmente de acompañarlo el resto del trayecto. A menos que se equivocara mucho, él tenía intención de deshacerse de ella tan pronto como tuviera oportunidad, lo cual quería decir que no podía perderlo de vista, costara lo que costase.

Sonó el teléfono del coche. Con un suspiro, Bobby Tom oprimió el botón para contestar.

– Hola, B.T., soy Luther Baines -anunció una voz tempestuosa-. Joder chico, espero que no estés haciendo el ganso por ahí.

La expresión dolorida de la cara de Bobby Tom le dijo a Gracie que desearía que Luther hubiera tenido razón.

– ¿Cómo ‘stá, Sr. Alcalde?

– Ligero como una pluma. He perdido cinco kilos desde la última vez que nos vimos, B.T. Cerveza Light y mujeres jóvenes. Demasiado trabajo. Por supuesto, no debemos contarle nada a la Sra. Baines.

– No, señor, no lo haremos.

– Buddy tiene ganas de verte.

– Yo también tengo ganas de verlo.

– Pero, B.T., el comité organizador del Festival de Heaven se está poniendo un poco nervioso. Te esperábamos en Telarosa la semana pasada y necesitamos asegurar que confirmas la asistencia de tus amistades al Torneo de golf “Bobby Tom Denton”. Sé que el Festival no será hasta octubre, pero tenemos que poner en marcha lo de la publicidad y sería bueno adelantar algunos nombres conocidos en los carteles. ¿Podrían ser Michael Jordan y Joe Montana?

– He estado algo ocupado. Sin embargo, creo que podría ser.

– Ya sabes que escogimos ese fin de semana porque no juegan ni los Stars ni los Cowboys. ¿Y Troy Aikman?

– Eh, estoy prácticamente seguro de que asistirá.

– Bien, realmente bien. -Gracie percibió una gran satisfacción en el sonido de su risa-. Toolee me dijo que no te dijera nada hasta que llegaras, pero me gustaría que lo supieras inmediatamente. -Otra risa de satisfacción-. ¡Estamos dedicando el Festival de Heaven a la casa donde nació Bobby Tom Denton!

– Pero hombre,… ¡Luther, esa idea es una locura! No quiero que me dediquéis nada. En primer lugar, nací en un hospital como todos los demás, así que ni siquiera tiene sentido. Sólo crecí en esa casa. Pensé que ibas a detener todo eso.

– Me sorprende y me hiere tu actitud. La gente dijo que sólo era cuestión de tiempo que la fama se te subiera a la cabeza. Ya sabes lo mal que van las cosas aquí y con ese hijo de puta planeando trasladar Tecnologías Rosa, vamos derechos al desastre. Nuestra única esperanza es convertir Telarosa en un lugar turístico.

– ¡Abrir una vieja casa al público no va a convertir a Telarosa en un lugar turístico! Luther no soy el presidente de los Estados Unidos, ¡soy futbolista!

– Creo que has vivido en el norte demasiado tiempo, B.T., demasiado tiempo. Eso ha estropeado tu perspectiva. Has sido el mejor receptor de la historia. Aquí no olvidamos nada de eso.

Bobby Tom cerró los ojos con frustración. Cuando los abrió, dijo con paciencia infinita:

– Luther, dije al consejo que ayudaría con el torneo de golf, pero ya te advierto que no voy a tener nada que ver con eso de “La casa donde nací”

– Claro que sí. Toolee piensa dejar el dormitorio de tu infancia exactamente igual que cuando dormías allí.

– Luther…

– Ahh, y de paso, tienes que ayudar en un libro de cocina para vender en la tienda de regalos. Quieren incluir un capítulo sobre celebridades al final. Ivonne Emerly quiere que llames a Cher y a Kevin Costner y a la gente de Hollywood que conozcas por sus recetas de carne picada o cosas semejantes.

Bobby Tom miró desoladamente la vacía carretera que se extendía ante él.

– Entro en un túnel, Luther, estoy perdiendo la señal. Tendré que llamarte más tarde.

– Espera un momento, B.T. No hemos hablado sobre…

Bobby Tom desconectó la llamada. Con un profundo suspiro, se reclinó en su asiento.

Gracie había estado absorbiendo cada palabra, y ahora rebosaba curiosidad, pero no quería irritarle, así que se mordió la lengua.

Bobby Tom se giró y la miró.

– Venga. Pregúntame cómo logré mantenerme cuerdo entre tanto loco.

– Él parecía muy… entusiasmado.

– Es tonto, eso es lo que es. El alcalde de Telarosa, Texas, es un tonto redomado. Todo eso del Festival de Heaven se ha salido completamente de madre.

– ¿Qué es exactamente el Festival de Heaven?

– Es una celebración de tres días que están planeando para octubre, que forma parte de un alocado plan para resucitar económicamente a Telarosa por medio del turismo. Han arreglado el centro del pueblo, han abierto una sala de arte de pinturas del Oeste y un par de restaurantes. Hay un campo de golf bastante decente, un rancho de recreo y un hotel mediocre, pero eso es todo.

– Has olvidado “La casa donde nació Bobby Tom Denton”.

– No me lo recuerdes.

– Parece bastante desesperado.

– Es una locura. Creo que la gente de Telarosa tiene tanto miedo de perder sus trabajos que se han quedado sin cerebro.

– ¿Por qué le llaman Festival de Heaven?

– Heaven es el nombre original del pueblo

– Algunas comunidades religiosas parecen haber tenido una gran influencia en la fundación de algunos de los primeros pueblos el Oeste.

Bobby Tom se rió entre dientes.

– Los vaqueros lo llamaron Heaven [8] porque allí se encontraban los mejores burdeles entre San Antonio y Austin. No fue hasta principios de siglo que los ciudadanos más respetables del pueblo lo llamaron Telarosa.

– Ya veo. -Gracie tenía una docena de preguntas más, pero sospechó que él no estaba de humor para conversar y como no quería irritarle se mantuvo en silencio. Se le ocurrió que ser una celebridad tenía sus inconvenientes. Si esa mañana era un ejemplo, un montón de gente horrible parecía andar detrás de Bobby Tom Denton.

El teléfono sonó. Bobby Tom suspiró y se frotó los ojos.

– Gracie, contesta por mí y dile a quien quiera que llame que estoy en el campo de golf.

A Gracie no le gustaba mentir, pero él parecía tan desesperado que hizo lo que le pidió.


*****

Siete horas más tarde, Gracie se encontraba mirando con súbita desilusión la puerta roja de un bar de carretera de Memphis que se llamaba Whoppers.

– ¿Llevamos recorridos cientos de kilómetros para acabar aquí?

– Será muy educativo para ti, señorita Gracie. ¿Has estado en un bar alguna vez?

– Por supuesto que he estado en un bar. -No vio necesidad alguna de decirle que había sido en un respetable restaurante. Ese bar lucía un letrero de neón con una M rota destellando en una ventana sucia y la acera llena de basura. Como la había llevado con él más tiempo del que había esperado, no quería llevarle la contraria, pero tampoco podía abandonar su responsabilidad.

– Me temo que no tenemos tiempo para parar.

– Gracie, cariño, vas a tener un ataque al corazón antes de cumplir los cuarenta si no te tomas la vida con más calma.

Ella se mordió con nerviosismo el labio inferior. Pero estaba acabando el sábado y aún les quedaban casi mil kilómetros de viaje por el rodeo que estaban dando. Se recordó que no tenían que estar en Telarosa hasta el lunes por la mañana, así que a no ser que al pretencioso Bobby Tom se le ocurriera alguna otra cosa, tenían tiempo de sobra. Pero aún así, no estaba tranquila.

Ella todavía no se podía creer que él había decidido ir a Telarosa pasando por Memphis cuando ella le había demostrado varias veces en el mapa de la guantera que la ruta más directa era atravesando St. Louis. Pero él no hizo más que decir que no podría dejar que ella viviera un día más sin conocer el sitio con la mejor comida al este del Mississippi. Hasta hacía unos momentos, ella se había imaginado un sitio pequeño, caro y posiblemente francés.

– Necesitamos conducir varias horas más antes de detenernos.

– Lo que tú digas, cariño.

Ásperos sonidos de música country asaltaron sus oídos cuando él mantuvo la puerta abierta para ella y entró en el interior lleno de humo del Whoppers Bar. Las mesas cuadradas de madera se asentaban sobre un mugriento suelo ajedrezado en marrón y naranja. Publicidad de cerveza, calendarios de chicas llenos de manchas y las cornamentas de venado llenaban el ambiente. Mientras recorría con la vista a los parroquianos que los miraban groseramente, ella le tocó el brazo.

– Sé que quieres deshacerte de mí, pero apreciaría muchísimo que no lo hicieses aquí.

– No tienes nada de qué preocuparte, cariño. Mientras no me irrites.

Mientras ella asimilaba esa preocupante información, una morena artificial con una falda turquesa de lycra y un top blanco muy ceñido se arrojó en sus brazos.

– ¡Bobby Tom!

– Hola, Trish.

Él se inclinó para darle un beso. En el momento que sus labios rozaron los de ella, ella abrió la boca y lo absorbió como una aspiradora, aspirando su lengua como si fuera un alfombra. Él se apartó primero y le dirigió la amplia sonrisa que otorgaba a cada mujer que se acercaba a él.

– Joder, Trish, cada vez que te divorcias te pones más guapa; ¿Shag está aún por aquí?

– En la esquina con AJ y Wayne. Me llama Pete, cuando quieras algo me avisas.

– Buena chica. Hola, tíos.

Había tres hombres alrededor de una mesa rectangular en la esquina más alejada de la barra que lo recibieron ruidosamente. Dos eran negros, uno blanco, y los tres parecían tan compactos como Humvees [9]. Gracie fue detrás de Bobby Tom cuando se acercó para saludarlos.

Los hombres se dieron la mano e intercambiaron juramentos de bienvenida sembrados con incomprensibles conversaciones sobre deportes antes de que Bobby Tom recordase que ella estaba allí.

– Ésta es Gracie. Es mi guardaespaldas.

Los tres hombres la miraron con curiosidad. El hombre al que Bobby Tom había llamado Shag, y que parecía haber sido su compañero de equipo, la señaló con su botella de cerveza.

– ¿Para qué necesitas un guardaespaldas, B.T.? ¿Dejaste preñada a alguien más?

– No tiene nada que ver con eso. Ella es de la CIA.

– Estás de coña.

– No soy de la CIA -protestó Gracie-. Y no soy su guardaespaldas. Sólo lo dice por…

– ¿Bobby Tom, eres tú? ¡B.T está aquí, chicas!

– Hola, Ellie.

Una explosiva rubia con unos vaqueros dorados rodeó con sus brazos su cintura. Tres mujeres más aparecieron al otro lado de la barra. El hombre llamado AJ acercó otra mesa y, sin saber muy bien cómo, Gracie se encontró sentada entre Bobby Tom y Ellie. Se dio cuenta de que a Ellie no le gustaba no estar sentada al lado de Bobby Tom, pero cuando Gracie trató de cambiarse de lugar, sintió una mano firme en el muslo que le indicaba que no se moviera.

Mientras la conversación se arremolinaba a su alrededor, Gracie intentó sacar algo en claro sobre Bobby Tom. Aunque cada cosa que sabía indicaba lo contrario, sentía que él no quería estar allí. ¿Por qué había ido hasta allí, si no quería estar con esas personas? Debía ser todavía más renuente de lo que ella se había supuesto a regresar a su ciudad natal y estaba prolongando el viaje deliberadamente.

Alguien le hizo llegar una cerveza, y ella que se había distraído con una depresiva imagen de sí misma con el pelo gris sentada en el porche de Shany Acres que bebió un sorbo antes de acordarse de que no bebía. Dejando la botella a un lado, miró un reloj de propaganda de Jim Beam. En media hora le diría a Bobby Tom que tenían que irse.

La camarera reapareció, y Bobby Tom insistió en pedir por ella, dijo que ella no habría vivido hasta haber probado la hamburguesa triple de queso y tocino de Whoppers con unos aros de cebolla y una crema de col. A pesar de haber pedido para ella una comida llena de colesterol se dio cuenta de que él comía y bebía muy poco.

Pasó una hora. Firmó autógrafos, pagó absolutamente todo, y, a menos que ella no lo hubiese entendido bien, entregó dinero a uno de los negros. Se inclinó bajo el ala de su sombrero para murmurarle-: Tenemos que irnos.

Él la miró y le dijo con mucha suavidad:

– Una palabra más, cariño, y llamo personalmente al taxi que te llevará al aeropuerto. -Y tras decir eso, se dirigió a la mesa de billar de la esquina.

Pasó otra hora. Si no hubiera estado tan preocupada por la hora, habría disfrutado de la novedad de estar con una gente tan pintoresca. Como era demasiado simple para ser objeto de deseo de Bobby Tom, las otras mujeres no la consideraban una amenaza. Disfrutó de una larga conversación con ellas, incluyendo a Ellie, que era ayudante de vuelo, y resultó ser una mina de información sobre el sexo masculino. Y el sexo en general.

Ella advirtió que Bobby Tom le dirigía miradas furtivas y ella se puso alerta, convencida de que tenía intención de irse cuando ella no mirara. Aunque necesitaba con urgencia ir al baño, temía perderlo de vista, así que cruzó las piernas. A medianoche, sin embargo, supo que no podía esperar ni un minuto más. Esperó hasta que lo vio profundamente absorto en una conversación con Trish en la barra y se fue sigilosamente al baño.

Se le encogió el estómago cuando salió unos minutos más tarde y no lo vio. Recorrió con la mirada a la gente, buscando frenéticamente en busca de su stetson gris, pero no lo vio en ningún sitio. Se abrió camino entre la gente hacia la barra, sintiendo que se le revolvía el estómago por la ansiedad. Estaba a punto de rendirse a la evidencia cuando lo divisó apoyado con Trish al lado de la máquina del tabaco.

Había aprendido la lección y no tenía intención de alejarse de él otra vez. Así que se dirigió hacia donde él estaba, quedándose en un lugar estrecho al lado del teléfono. Examinó los números del teléfono y estudió los graffitis de la pared, dándose cuenta de que donde estaba había un leve eco. Aunque no tenía intención de escuchar a escondidas, no tuvo ninguna dificultad para distinguir una voz muy familiar con arrastrado acento texano.

– Eres una de las mujeres más comprensivas que he conocido, Trish.

– Me alegro que confíes en mi en algo como eso, B.T. Sé lo duro que es para un hombre como tú hablar sobre su pasado.

– Algunas mujeres no lo comprenden, pero tú eres una dama, no podría hacerte esto, especialmente cuando aún eres tan vulnerable por tu último divorcio.

– Supongo que todos nos hemos preguntado por qué nunca te has casado.

– Ahora ya lo sabes, cariño.

Esa era claramente una conversación privada y Gracie sabía que debería de ponerse en otro sitio. Reprimiendo firmemente su curiosidad, empezó a alejarse cuando tras una pausa, Trish habló otra vez:

– Nadie debería de tener una madre que es una…, bueno, una madre así.

– Puedes decirlo, Trish. Mi madre era una puta.

Gracie abrió mucho los ojos.

La voz provocativa de Trish estaba llena de simpatía.

– No tienes porqué hablar de eso si no quieres.

Bobby Tom suspiró.

– Algunas veces ayuda a hablar de las cosas. Aunque no lo entiendas, lo peor de todo no era que trajera hombres a casa a pasar la noche o no saber quién era mi padre. Lo peor era cuando llegaba a mis partidos de secundaria borracha como una cuba y con el maquillaje corrido. Llevaba pendientes de diamantes falsos y unos pantalones tan apretados que todos se daban cuenta de que no llevaba nada debajo. Nadie más llevaba unos tacones tan altos a los partidos de los viernes, pero mi madre sí. Era lo más bajo que había en Telarosa, Texas.

– ¿Qué fue de ella?

– Aún vive allí. Bueno, se pasa la vida fumando, dándole a la botella y cambiando de tío cada vez que cambia de humor. No sé que hace con el dinero que le doy, da igual cuanto sea. Supongo que cuando una es una puta, muere siendo una puta. Pero es mi madre y la quiero.

Gracie se conmovió ante su lealtad. Al mismo tiempo, sintió una profunda cólera hacia la mujer que tan horriblemente había pasado de sus responsabilidades maternas. Tal vez el estilo de vida disipado de su madre explicaba su renuencia a regresar a Telarosa.

Se habían quedado en silencio y se arriesgó a mirar a hurtadillas únicamente para desear haberse quedado oculta. Trish envolvía a Bobby Tom como una manta. Mientras esa bella mujer de pelo oscuro lo besaba, el interior de Gracie se volvió suave y débil. A pesar de que sabía que deseaba un imposible, quería ser una de las mujeres que se presionaban contra ese cuerpo firme y duro. Quería ser el tipo de mujer que se sentía lo suficientemente libre como para besar a Bobby Tom Denton.

Se apoyó contra la pared y cerró con fuerza los ojos, reprimiendo un anhelo punzante y doloroso. ¿Besaría alguna vez a un hombre así?

A ninguno, suspiró. Y menos a un texano mundano con una mala reputación.

Aspiró profundamente y se dijo a sí misma que no fuera estúpida. No tenía sentido desear la luna cuando la sólida tierra era mejor de lo que nunca había esperado.

– ¿Trish? ¿Dónde está esa perra?

Su ensueño cesó repentinamente ante el sonido de una voz beligerante y borracha. Vio como un hombre corpulento de pelo oscuro se abalanzaba sobre Bobby Tom y Trish desde la entrada del bar.

Los ojos de Trish se abrieron con alarma. Bobby Tom rápidamente dio un paso adelante, escudándola con su espalda.

– Joder, Warren, creía que habías muerto de rabia hace mucho tiempo.

Warren sacó pecho y se paseó por delante.

– Pero si es el Niño Bonito. ¿Has chupado alguna polla últimamente?

Gracie contuvo la respiración, pero Bobby Tom sólo sonrió ampliamente.

– Te aseguro que no, Warren, pero si alguien me pregunta le mandaré a hablar contigo.

Obviamente Warren no apreció el sentido del humor de Bobby Tom. Con un gruñido amenazador, dio un bandazo de borracho.

Trish se llevó la mano a la boca.

– No lo enfurezcas, B.T.

– Ay, cariño, Warren no se enfurecerá. Es demasiado tonto para darse cuenta de cuándo lo insultan.

– Lo que sé es que te voy a arrancar la cabeza, Niño bonito.

– ¡Estás borracho, Warren! -exclamó Trish-. Por favor vete.

– ¡Cállate, puta!

Bobby Tom suspiró.

– ¿Por qué has tenido que llamar a tu ex-esposa algo así? -Con un movimiento tan rápido que Gracie apenas vio, llevó atrás el puño y golpeó a Warren en la mandíbula.

El ex-marido de Trish acabó tumbado en el suelo con un aullido de dolor, y la gente del bar inmediatamente lo rodeó; dos hombres taparon la vista a Gracie. Ella se abrió paso a codazos entre varias mujeres. Cuando llegó delante del todo, Warren se había puesto de rodillas y se llevaba una mano a su mandíbula.

Bobby Tom apoyó las manos en sus esbeltas caderas.

– Ten por seguro que desearía que estuvieras sobrio, Warren, así podríamos hacer esto más interesante.

– Yo estoy sobrio, Denton. -Un neardenthal hosco que parecía amigo de Warren se adelantó-. ¿Qué pasó en el último partido del año pasado contra los Raiders, gilipollas? Menuda mierda de jugadas. ¿Estabas con la regla?

Bobby Tom pareció tan contento como si le acabaran de dar un regalo de Navidad.

– Ahora sí que se pone interesante.

Para alivio de Gracie, Shag el amigo de Bobby Tom dio un paso al centro del círculo, levantando las mangas al mismo tiempo.

– Dos contra dos, B.T. No me gustan las desigualdades.

Bobby Tom le indicó que se fuera.

– No hay necesidad de que te despeines tu también, Shag. Estos tíos solo quieren un poco de ejercicio y yo también.

El Nearderthal se movió. Los reflejos de Bobby Tom no parecían estar afectados por su lesión de rodilla. Esquivó al hombre al tiempo que Warren se inclinaba y golpeaba el costado de Bobby Tom.

Bobby Tom se tambaleó, giró sobre sí mismo, y lanzó un puñetazo al estómago del ex de Trish que acabó en el suelo. No pareció tener interés en levantarse.

El Neandertal había bebido poco, pero no duró mucho más. Incluso logró conectar algunos golpes, pero finalmente no pudo vencer la rapidez letal de Bobby Tom. Por fin se dio por vencido. Sangrando por la nariz y jadeando, se tambaleó hacia la salida.

Bobby Tom arrugó la frente con desilusión. Miró a la gente con una vaga expresión de tristeza en la cara, pero nadie más se adelantó. Cogió una servilleta de papel, la presionó contra un pequeño corte de su labio y se inclinó para susurrar algo al oído de Warren. La palidez del hombre se acentuó aún más y Gracie llegó a la conclusión de que Trish no tendría más problemas con su ex-marido. Después de ayudar a levantar a Warren, Bobby Tom puso el brazo sobre los hombros de Trish y la condujo hacia la gramola.

Gracie suspiró de alivio. Al menos no tendría que llamar a Willow para decirle que su estrella había sido noqueado en una riña de bar.

Dos horas más tarde, Bobby Tom y ella estaban ante la recepción de un hotel de lujo localizado a veinte minutos de allí.

– ¿Sabías que no soy capaz de dormir tan temprano? -se quejó él.

– Son las dos de la madrugada. -Gracie se había pasado la mayor parte de su vida acostándose a las diez para poder levantarse a las cinco, y estaba muerta de cansancio

– Eso he dicho. Todavía es temprano. -Terminó de registrar la suite que había pedido y despidiéndose del recepcionista se puso la correa de su bolsa en el hombro y cogió el maletín del portátil que había puesto sobre el mostrador-. Te veo por la mañana, Gracie. -Y se dirigió a los ascensores.

El recepcionista la miró impacientemente.

– ¿La puedo ayudar?

Poniéndose roja como una amapola, tartamudeó:

– Yo… eh… estoy con él.

Ella cogió su maleta y corrió tras de él, sintiéndose como un cocker siguiendo a su dueño. Se deslizó dentro del ascensor justo cuando la puerta comenzaba a cerrarse.

Él la miró con curiosidad.

– ¿Ya te has registrado?

– Como tú… eh… pediste una suite, pensé que dormiría en el sofá.

– Pues has pensado mal.

– Te prometo que ni te enterarás de que estoy allí.

– Pide una habitación, señorita Gracie -dijo con suavidad, pero la amenaza disimulada de sus ojos la molestó.

– Sabes que no lo puedo hacer. En cuanto te deje solo, te marcharás sin mí.

– Eso no lo sabes. -Las puertas se abrieron y él salio al momento al pasillo alfombrado.

Ella corrió tras él.

– No te molestaré.

Él miró los números de las puertas.

– Gracie, perdona que te lo diga, pero te estás poniendo realmente pesada.

– Lo sé y lo siento.

Una sonrisa surcó su rostro y desapareció cuando se detuvo delante de la última puerta del vestíbulo y deslizó la tarjeta magnética por la ranura. Parpadeó una luz verde y oprimió el pomo. Antes de entrar, se inclinó y le dio un rápido beso en los labios.

– Me ha encantado conocerte.

Alucinada, vio como le daba con la puerta en las narices. Le cosquilleaban los labios. Los presionó con las puntas de los dedos, deseando poder conservar allí su beso para siempre.

Pasaron unos segundos. El placer de su beso se desvaneció, y bajó los hombros bruscamente. Él iba a marcharse. Esa noche, al día siguiente por la mañana… No sabía cuándo, pero sabía que tenía intención de irse sin ella, y supo que no podía dejar que ocurriera.

Exhausta, apoyó su maleta sobre la alfombra, se sentó sobre ella y se apoyó contra la puerta. Simplemente tendría que pasar la noche allí. Doblando las rodillas apoyó en ellas los brazos y luego la mejillas sobre ellos. Si por lo menos le hubiera dado un beso de verdad…, los ojos se le cerraron.

Con una suave exclamación, cayó hacia atrás cuando se abrió la puerta a su espalda. Poniéndose en pie, se preparó para enfrentarse a Bobby Tom. Como él parecía particularmente sorprendido de verla, sospechó que había estado mirando por la mirilla, esperando que ella se fuera.

– ¿Qué crees que haces? -preguntó con exagerada paciencia.

– Trato de dormir.

– No pensarás pasar la noche delante de mi puerta.

– Si alguien me ve, sólo pensará que soy una de tus admiradoras.

– ¡Pensarán que eres una loca, eso es lo que pensarán!

Para alguien que era tan amable con todos los demás, ciertamente se había puesto borde con ella. A veces, ella también hacía eso con algunas personas.

– Si me das tu palabra de honor que no te irás sin mí por la mañana, pediré una habitación.

– Gracie, ni siquiera sé lo que haré dentro de una hora, así que mucho menos mañana.

– Entonces mucho me temo que me quedaré aquí.

Él se frotó la barbilla con el pulgar, un gesto que ella ya había notado que significaba que él había tomado una decisión sobre algo pero que quería que pareciera que aún estaba pensándolo.

– Mira. Es demasiado temprano para dormir. Podemos entretenernos juntos.

A pesar de que estaba agradecida, se preguntó qué consideraría entretenimiento para él.

Entró su maleta en la suite y cerró la puerta. Cuando ella pasó, percibió una amplia sala decorada en colores verde y melocotón.

– Esto es precioso.

Él miró alrededor como si lo viera por primera vez.

– Supongo que es agradable. No lo había notado.

¿Cómo podía no haber notado algo tan maravilloso? Había un grupo de sofás y de sillas ocupando el centro de la habitación. Había un escritorio delante de un gran ventanal y montones de flores llenaban la estancia de color. Ella lo contempló con deleite.

– ¿Cómo es posible que no lo hayas notado?

– He estado en tantos hoteles que supongo que ya no me fijo.

Ella apenas lo oyó mientras se acercaba a las ventanas y miraba el agua oscura que corría por debajo y las luces centelleantes.

– Ese es el río Mississippi.

– Ajá. -Él se quitó el stetson y entró en el dormitorio.

La admiración la embargó mientras trataba de asimilar que iba a permanecer en una habitación con una vista tan maravillosa. Se paseó de un lado a otro, probó la comodidad del sofá y las sillas, abrió los cajones del escritorio y tocó el material que tenía encima. Fijó la atención en el imponente mueble que contenía la televisión. Sus ojos automáticamente leyeron la guía de las películas de la semana y se detuvieron en una que se llamaba Red Hot Cheerleaders [10].

Las palabras la llamaron. Las pocas ocasiones que se había alojado en un hotel, había estado tentada en ver una de esas películas para adultos, pero pensar que podía aparecer en su cuenta, donde cualquiera lo podría ver siempre la desalentaba.

– ¿Quieres ver algo?

Levantó la cabeza de golpe cuando Bobby Tom apareció detrás de ella.

Ella dejó caer la guía de películas.

– Oh, no. Ya no es hora. Es demasiado tarde. De verdad, deberíamos… tendríamos que madrugar…

– Gracie, ¿estabas mirando el titulo de una peli porno?

– ¿Una peli porno? ¿Yo?

– Tú. Eso es exactamente lo que estabas haciendo. Apuesto algo que nunca has visto una peli porno en tu vida.

– Por supuesto que sí. Un montón.

– Dime algún título.

Una proposición indecente es bastante erótica.

– ¿Una proposición indecente? ¿Es esa tu idea de una peli porno?

– Lo es en New Grundy.

Él sonrió ampliamente y miró la guía TV.

Pit stop for passion [11] acaba de empezar, ¿quieres verla?

Su moralidad apenas pudo más que su curiosidad.

– No apruebo ese tipo de cosas.

– No te he preguntado si la apruebas. Te he preguntado si la quieres ver.

Ella vaciló demasiado tiempo.

– Creo que no.

Él se rió, tomó rápidamente el mando y encendió la tele.

– Acomódate en el sofá, señorita Gracie. No me perdería esto por nada del mundo.

Él ya estaba presionando los botones para acceder a la película de adultos. Ella intentó parecer renuente y remilgadamente cruzó las manos sobre su regazo.

– Quizá vea un poco. Siempre me han gustado las películas de carreras de coches.

Bobby Tom se rió tanto que casi se le cayó el mando. Él continuaba riéndose cuando la pantalla se llenó con cuatro cuerpos desnudos y contorsionantes.

Ella sintió como comenzaban a llamearle las mejillas.

– Oh, Dios. -Bobby Tom se rió entre dientes y se sentó a su lado-. Dime si tienes algún problema para coger la trama. Estoy seguro de haberla visto antes.

No había trama; Se dio cuenta de eso en pocos minutos. Sólo unos cuerpos desnudos pasándoselo bien encima de un deportivo rojo.

Bobby Tom apuntó hacia la pantalla.

– ¿Ves a esa morena con el cinturón de herramientas rodeando su cintura? Es la mecánica principal. La otra mujer es su ayudante.

– Y ese chico con esa gran…

– Sí -susurró Gracie-. El de la derecha.

– No, cariño. Ese no. Te hablo del que tiene las manos bien grandes. Como sea, es el dueño del coche. Él y su amigo lo han llevado para que las chicas le arreglen la válvula.

– ¿Arreglar la válvula?

– Y una manguera que tiene un agujero que requiere atención.

– Ya veo.

– Les preocupa la junta de la culata. Y la inclinación de la varilla del aceite.

Gracie se giró rápidamente y vio que su pecho se estremecía.

– ¡Te lo estás inventando!

Él soltó una carcajada y se enjugó las lágrimas.

Ella alzó la barbilla.

– Podría coger la trama yo sola si dejaras de hablar.

– Si, señora.

Gracie se giró hacia la pantalla y tragó con dificultad cuando el hombre de las manos grandes sumergió una en una lata de aceite y después dejó que goteara sobre el pecho desnudo de la mecánica principal. Su pezón se arrugó cuando las gotitas de aceite resbalaron sobre el montículo blanco. Los mismos pezones de Gracie se tensaron en respuesta.

Los juegos sexuales continuaron y Gracie no pudo apartar los ojos de la pantalla, aunque era dolorosamente consciente de que no estaba sola. Se lamió los labios resecos. Su corazón latía con fuerza. Nunca había pasado tanta vergüenza ni había estado tan excitada en toda su vida; quería hacer cada cosa que estaba viendo en la pantalla con el hombre que estaba sentado a su lado.

El actor de las manos grandes comenzó a jugar con el cinturón de herramientas de la mujer. Su boca siguió el camino de sus dedos, más abajo y más abajo. La humedad surgió entre los pechos de Gracie cuando su lengua se paseó por una grieta justo a la izquierda del conector.

Ella apretó los muslos y se retorció. Bobby Tom cambió de postura. Ella lo miró por el rabillo del ojo y vio para su alivio que la miraba a ella en vez de a la pantalla. Y ya no se reía.

– Tengo unas cosas que hacer -dijo él bruscamente-. Apágala cuando quieras. -Cogiendo con rapidez el maletín del ordenador, entró en el dormitorio.

Gracie lo siguió con la mirada desconcertada. ¿Por qué estaba tan gruñón de repente? Y luego su mirada regresó a la pantalla.

¡Oh, Dios!


*****

Bobby Tom permaneció de pie en el dormitorio a oscuras y miró ciegamente por la ventana. De fondo, oía los gemidos y susurros de la televisión. Jesús. En los últimos seis meses no había tenido ni el más leve interés en hacer el amor con ninguna de las bellas mujeres que se le ponían por delante como trofeos, pero hacía un momento, Gracie Snow, con su cuerpo delgado, sus feas ropas, el peinado más horroroso que había visto en una mujer y unos modales tan mandones que hacían rechinar sus dientes lo había puesto duro.

Apoyó los nudillos contra el marco de la ventana. Si no fuera tan ridículo, se reiría. Esa película no era ni siquiera totalmente pornográfica, pero en cinco minutos, ella estaba tan absorta que podría haber explotado una bomba y no se habría enterado.

Por un momento mientras la estaba observando, había realmente considerado aceptar lo que ella parecía ofrecer, y eso era lo más estúpido de todo. Él era Bobby Tom Denton, por el amor de Dios. Puede que estuviera retirado, pero eso no quería decir que tuviera que rebajarse a estar con un caso de caridad como Gracie Snow.

Dándole la espalda a la ventana, él caminó hacia el escritorio, enchufó el modem del portátil a la línea telefónica y se sentó. Pero dejó caer las manos antes de meter las contraseñas de su correo electrónico. No estaba de humor para ninguno de sus contratos.

Él seguía viendo la expresión de la cara de Gracie cuando había visto el río Mississippi. ¿Cuánto había pasado desde que él había sentido un entusiasmo similar? Durante todo el día, Gracie le había mostrado cosas en las que no se fijaba desde hacía años: la forma de una nube, el conductor de un camión que se parecía a Willie Nelson, un niño que los saludaba desde la ventanilla trasera de una caravana familiar. ¿Cuándo había dejado de disfrutar de esos placeres simples?

Él miró el teclado y recordó cuánto le solía gustar los regateos. Al principio le había divertido la bolsa, pero luego había comprado acciones de una pequeña empresa de deportes. Después, había invertido su dinero en una emisora de radio y de un equipo de tercera. Había cometido algunos errores, pero también había hecho mucho dinero. Ahora no podía recordar en qué punto había dejado de disfrutar. Había pensado que hacer una película podía ser una buena manera de distraerse, pero tampoco parecía emocionarle mucho la idea.

Se frotó los ojos con el pulgar y el índice. Esta noche le había prometido a Shag ayudarle en su nuevo restaurante. Le había prestado dinero a Ellie y le había dicho a AJ que su sobrino podría entrevistarle para el periódico de su colegio. Tal y como lo veía, cualquier persona que tenía su suerte, no tenía derecho a decir que no, pero algunas veces se sentía agobiado por todas las demandas que le hacían.

Ahora tenía que ir a Telarosa para resolver otra deuda que tenía con el pequeño pueblo que lo había visto crecer, y lo temía. A pesar de haber insistido en que la película se rodara allí, no estaba preparado para enfrentarse a todo eso. Él sabía que estaba acabado, pero ellos no lo sabían y aún esperaban mucho de él.

Su presencia revolvería las cosas, como siempre hacía, y no todo el mundo le daría la bienvenida con los brazos abiertos. Se había recuperado de un sucio enfrentamiento con Way Sawyer hacía unos meses por el plan de Sawyer de cerrar Tecnologías Rosa, la empresa electrónica que movía la economía de Telarosa. Ese era un hombre despiadado y Bobby Tom no tenía ningunas ganas de verlo otra vez. Tendría que tratar también con Jimbo Thackery, el nuevo jefe de policía y enemigo de Bobby Tom en sus días de colegio. Y sobre todo, tendría detrás un montón de mujeres que no tenían ni la más remota idea de que su carrera sexual se había enterrado junto con su carrera futbolística y, que costara lo que costase, debían seguir en la ignorancia.

Miró ciegamente el teclado. ¿Qué iba a hacer el resto de su vida? Llevaba tanto tiempo viviendo con la gloria que no tenía ni idea de cómo vivir sin ella. Desde niño siempre había sido el mejor: del estado, de los Estados Unidos, de la liga Profesional. Pero ya no era el mejor. Se suponía que los hombres de éxito tenían este tipo de crisis a los sesenta años. Pero él se había retirado con treinta y tres y no tenía ni idea de qué iba a hacer. Sabía como ser receptor, como ser el mejor jugador, pero no tenía ni idea de cómo ser una persona normal.

Un gemido femenino particularmente prolongado llegó desde la televisión e interrumpió sus pensamientos; frunció el ceño al recordar que no estaba solo. La diversión genuina se había vuelto rara poco a poco en su vida, pero Gracie Snow lo había entretenido durante todo el día. Sin embargo, al recordar la reacción de su cuerpo ante su deseo, ya no se reía. Excitarse ante un caso de caridad como Gracie, era -y no quería examinarlo más detenidamente- de alguna manera la indignidad final, un símbolo tangible de hasta dónde había descendido. No es que ella no fuese una señora realmente agradable, pero definitivamente no era el tipo de Bobby Tom Denton.

En ese mismo momento tomó una decisión. Ya tenía suficientes problemas en su vida y no necesitaba más. A primera hora de la mañana, se desharía de ella.

Загрузка...