capítulo 8

Bobby Tom estaba de un humor de perros. Observar crecer la hierba era más interesante que hacer una película. Todo lo que había hecho desde que había llegado allí el día anterior era caminar de un lado a otro sin la camisa al tiempo que bebía té helado de una botella de whisky y fingía arreglar la cerca del corral. Antes de que pudiera siquiera comenzar a sudar gritaban “corte” y tenía que detenerse. No le gustaba estar maquillado, no le gustaba estar bajo el sol sin su stetson y especialmente, no le gustaba que rociaran su pecho con aceite Johnson, ni siquiera cuando lo cubrían de suciedad.

Lo único que quería era protestar. Incluso habían quitado el botón superior de los vaqueros, con lo que no podía cerrarlos del todo. Se abrían involuntariamente en V hasta tal punto que no podía llevar debajo calzoncillos. Los vaqueros además eran pequeños para él y esperaba condenadamente no llegar a ponerse duro porque si lo hacía, todos iban a estar al tanto de lo que le estaba pasando.

Pero lo que lo había puesto de peor humor era que la mitad de la población de Telarosa se había presentado en el lugar de rodaje esa mañana con ánimo casamentero. Le habían presentado a tantas Tammys, Tiffanys y Tracys que tenía la cabeza hecha un bombo. Además allí estaba todo ese asunto con Gracie Snow. A la luz del día, el incidente de la pasada noche ya no le parecía tan gracioso.

Esa chica estaba tan necesitada sexualmente que era sólo cuestión de tiempo que encontrase a alguien que le rascase la picazón y dudaba que tuviese la suficiente presencia de ánimo para indagar en la salud sexual de su potencial amante antes de meterse en la cama con él. En New Grundy sus expectativas podían haber estado limitadas, pero allí, los hombres del equipo de rodaje excedían en mucho a las mujeres y probablemente no tendría que insistir demasiado para que uno de ellos tomara la virginidad de Gracie, especialmente si conllevaba ese dulce cuerpecito que ocultaban esas feas ropas. Resueltamente rechazó ese recuerdo en particular.

Era dificil creer que hubiera llegado intacta a los treinta años; aunque sus modales autoritarios y sus métodos para sabotear motores de coches, probablemente hubieran ahuyentado a gran parte de la población masculina de New Grundy. La había visto con Natalie Brooks hacía un rato. Cuando acabaron de conversar, ella se había dirigido derechita hacia él, pero entonces, repentinamente, había perdido el valor y se había dirigido hacia la caravana de aprovisionamiento, donde imaginó que Connie Cameron, una de sus antiguos ligues la había hecho pasar un mal rato. Ahora acechaba detrás de las cámaras, y, a menos que estuviera muy equivocado, estaba haciendo ejercicios de respiración para relajarse. Decidió acabar con su sufrimiento.

– Gracie, ¿puedes venir aquí, por favor?

Ella casi se cayó en redondo. Supuso que si él no se hubiera detenido la noche anterior, no estaría tan ansioso por enfrentarse a su mirada, y cuando ella se acercó, parecía que arrastraba bloques de hormigón en sus pies. Su arrugado traje azul marino parecía hecho para una monja de ochenta años, y se preguntó cómo alguien podía tener tan mal gusto al elegir la ropa. Ella se detuvo delante de él y se subió las gafas de sol a lo alto de la cabeza, donde se hundieron en la masa de su pelo. Él examinó sus ropas arrugadas, sus ojos rojos y su piel pálida. Lamentable.

Ella no se pudo enfrentar a su mirada, así que tuvo claro que estaba todavía avergonzada. Considerando los modales autoritarios que solía exhibir, se dio cuenta que tenía que probar otra estrategia si quería que no estuviera tan cortada en su compañía. Aunque normalmente no estaba en su naturaleza patear a alguien ya hundido, supo que no sería bueno para su futuro común si no le ponía la zancadilla ahora mismo y le recordaba quien era el jefe.

– Cariño, hay unos recados que tienes que hacer para mí. Ahora que trabajas para mí, he decidido que te dejaré conducir mi T-Bird contraviniendo mi buen juicio. Tienes que echarle gasolina. Mi cartera y las llaves están en la mesa de la caravana que me asignaron. Y hablando de la caravana. No está tan limpia como querría que estuviera. Tendrás que comprar una fregona y algún producto de limpieza cuando vayas al pueblo, así podrás ponerla como los chorros del oro.

Captó su atención de inmediato tal y como él había supuesto que haría.

– ¿Estás insinuando que esperas que limpie el suelo de tu caravana?

– Sólo lo que esté sucio. Y, cariño, cuándo vayas al pueblo, pasa por la farmacia y me compras una caja de condones.

Abrió la boca repentinamente escandalizada.

– ¿Quieres que te compre condones?

– Exactamente. Cuando eres un blanco andante de casos de paternidad, aprendes a ser realmente cuidadoso.

Un rubor subió desde su cuello al nacimiento del pelo.

– Bobby Tom, no voy a comprarte condones.

– ¿No lo harás?

Ella negó con la cabeza.

Él metió las puntas de sus dedos en el bolsillo de atrás de los vaqueros y sacudió la cabeza con pesar.

– Esperaba no llegar a estos extremos, pero veo que necesitamos aclarar cómo será nuestra relación desde el principio. ¿Recuerdas cúal es el nombre de tu nuevo puesto?

– Vengo a ser algo así como tu… eh… ayudante personal.

– Exactamente. Y eso quiere decir, se supone, que me ayudas personalmente.

– Eso no significa que sea tu esclava.

– Esperaba que Willow te lo hubiera explicado todo bien -suspiró-. Cuándo te explicó tus nuevas tareas, ¿no te dijo que yo era el jefe?

– Creo que lo mencionó.

– ¿Y no dijo nada sobre que se supone que harás lo que yo te diga que hagas?

– Ella… estoy segura que no se refería a eso… -dijo ella.

– Oh, te aseguro que lo hacía. A partir de ahora, soy tu nuevo jefe y siempre que obedezcas mis órdenes, nos llevaremos bien. Y ahora apreciaría que limpiaras ese suelo antes de que acabemos por hoy.

Pareció que sus fosas nasales expelían llamas y casi podía ver el vapor saliendo por sus orejas. Apretó los labios como si estuviera a punto de escupir explosivos y cogió su bolso.

– Muy bien.

Él esperó hasta que ella estuvo casi fuera de su alcance para llamarla.

– ¿Gracie?

Ella se giró, con ojos recelosos.

– Sobre los condones, cariño. Asegúrate que los coges extragrandes. Algo más pequeño me aprieta demasiado.

Hasta ese momento, Bobby Tom nunca había visto a una mujer sonrojarse sobre un sonrojo, pero Gracie lo hizo. Ella palpó su cabeza buscando las gafas de sol, las colocó bruscamente sobre los ojos y huyó.

Él se rió entre dientes con suavidad. Suponía que debería de sentirse mal por intimidarla de esa manera, pero sin embargo, estaba desproporcionadamente satisfecho consigo mismo. Gracie era una de esas mujeres que podían volver loco a un hombre si se lo permitía. Por esa razón, era mejor establecer el orden natural de las cosas desde el principio.


*****

Una hora más tarde, con las compras hechas, sacaba el Thunderbird de Bobby Tom del aparcamiento de la farmacia. Sus mejillas todavía ardían cuando recordaba lo que había ocurrido allí dentro. Después de haberse recordado a sí misma que las mujeres modernas y socialmente responsables compraban condones a todas horas, reunió el descaro suficiente para comprarlos sólo para ver venir a Suzy Denton hacia ella justo en ese momento.

La caja reposaba delante de ella como una granada sin espoleta. Suzy la vio, claro está, e inmediatamente se puso a estudiar la foto de un perro bicéfalo de la primera plana de un periódico sensacionalista. Gracie quiso morirse.

Ahora compartía sus sentimientos con Elvis, que estaba a su lado en una sillita de bebé.

– Cuando creo que no puedo pasar más vergüenza delante de Suzy, pasa siempre algo más.

Elvis eructó.

Ella sonrió a pesar de sí misma.

– Que fácil es decir eso. Tu no tuviste que comprar los condones.

Él se rió con satisfacción y sopló una burbuja de saliva. Cuando estaba a punto de abandonar el rancho, se había topado con Natalie, que frenéticamente miraba alrededor tratando de encontrar a alguien responsable al que encomendar a Elvis durante una hora, mientras ella rodaba la primera escena del día. Cuando Gracie se presentó voluntaria, Natalie la había cubierto de gratitud y de una larga serie de instrucciones, relajándose finalmente cuando Gracie había comenzado a tomar apuntes.

La resaca de Gracie había desaparecido y ya no le dolía la cabeza. Había recuperado un vestido limpio, uno de un triste negro y dorado todo arrugado. Había recuperado la maleta del maletero y se había cambiado de ropa antes de dirigirse hacia donde estaba en ese momento. Ahora, se sentía otra vez humana.

Acababa de llegar al límite del pueblo cuando un olorcillo delatador llegó a su nariz, seguido por los sonidos desafortunados de un bebé al que no le gustaba llevar un pañal sucio. Lo miró.

– Hueles fatal.

Él frunció la cara y comenzó a gemir. No había tráfico, así que echó el coche a un lado, donde se dispuso a cambiar al bebé. Acababa de ponerse detrás del volante cuando sintió el crujido de la grava.

Mientras se volvía a sentar, observó a un hombre con un imponente traje gris que se bajaba de un BMW granate aparcado detrás de ella en la carretera. Para ser un hombre mayor, era muy atractivo: pelo oscuro moteado de gris, cara atractiva y un cuerpo en forma que no parecía tener ni un gramo de grasa de más.

– ¿Necesita ayuda? -preguntó, parándose al lado del coche.

– No, pero muchas gracias. -Señaló el bebé con la cabeza-. Tuve que cambiar un pañal.

– Ya veo. -Él le sonrió, y ella respondió con otra sonrisa. Era bonito saber que había personas preocupadas en el mundo dispuestas a echar una mano a otras personas.

– ¿Éste es el coche de Bobby Tom Denton, no?

– Sí, lo es. Soy su ayudante, Gracie Snow.

– Encantado, Gracie Snow. Soy Way Sawyer.

Sus ojos se abrieron ligeramente cuando recordó las conversaciones que había oído sin querer por el teléfono del coche entre Bobby Tom y el alcade Baines. Ese era el hombre sobre el que hablaban en toda Telarosa. Se percató que era la primera vez que oía el nombre de Way Sawyer sin las palabras “hijo de puta” delante.

– Observo que ha oído hablar de mi -dijo él.

Ella salió al paso.

– Llevo sólo un día en el pueblo.

– Entonces sí ha oído hablar de mi. -Él sonrió ampliamente y señaló a Elvis con la cabeza, que comenzaba a retorcerse en su asiento otra vez-. ¿Es suyo ese bebé?

– Oh, no. Es de Natalie Brooks, la actriz. Lo estoy cuidando.

– Este sol no es bueno -dijo-. Será mejor que regrese. Encantado de conocerla, Gracie Snow. -Saludó, y dándose la vuelta, se encaminó a su coche.

– Encantada de conocerle también, Sr. Sawyer -gritó Gracie-. Y gracias por detenerse. No todo el mundo lo haría.

Él agitó una mano y, cuando ella se reincorporó a la carretera, se preguntó si la gente de Telarosa no exageraría con respecto a la vileza del Sr. Sawyer. Le había parecido un hombre muy agradable.

A pesar de su pañal seco, Elvis arrugó la cara y comenzó a llorar. Ella miró el reloj y vio que había pasado una hora.

– Es el momento de regresar, vaquero.

La bolsa con la caja de condones chocó contra su cadera y recordó su intención de no ignorar los defectos de Bobby Tom sólo porque se había enamorado de él. Con un suspiro de resignación, aceptó que tenía que tomar cartas en el asunto. Si bien él era oficialmente su jefe y hacía latir su corazón a toda velocidad, él necesitaba recordar que no podía pisotearla sin aceptar las consecuencias.


*****

– Cuatro.

– Paso.

– Paso.

Nancy Kopek le dirigió a su pareja de bridge un suspiro de exasperación.

– Así no, Suzy. Te pedía ases. No deberías haber pasado.

Suzy Denton sonrió como pidiendo disculpa a su pareja.

– Lo siento. Perdí la concentración. -En vez de en la partida de bridge, se había puesto a pensar en lo que había sucedido en la farmacia algunas horas antes. Gracie parecía prepararse para hacer el amor con su hijo y como le caía muy bien, no quería que Bobby Tom le hiciera daño. Nancy inclinó la cabeza hacia las otras dos mujeres que se sentaban a la mesa-. Suzy está ida porque Bobby Tom está en casa. No se ha centrado en toda la tarde.

Toni Samuels se inclinó hacia adelante.

– Le vi en el DQ anoche, pero no tuve oportunidad de mencionarle a mi sobrina. Se volverá loco por ella.

La pareja de Toni, Maureen, frunció el ceño y echó un seis de espadas.

– Mi Kathy es bastante más su tipo que tu sobrina, ¿no crees, Suzy?

– Voy a por bebidas. -Suzy se levantó, contenta de tener una excusa para escapar unos minutos. Normalmente disfrutaba las partidas de bridge de los jueves por la tarde, pero la de ese día no le estaba gustando nada.

Cuando llegó a la cocina, colocó las gafas en el mostrador y se dirigió a la ventana en vez de ir hacia la nevera. Observó como un pájaro revoloteaba y se posaba sobre el magnolio del fondo del patio; inconscientemente presionó con la punta de los dedos el parche transparente que suministraba a su cuerpo el estrógeno que él mismo ya no producía. Parpadeó para eliminar el aguijón repentino de las lágrimas. ¿Cómo era posible que fuera tan vieja como para tener la menopausia? Parecía como si sólo hubieran pasado unos años desde ese día caluroso de verano cuando se había casado con Hoyt Denton.

Una oleada de desesperación la invadió. Había perdido tanto. Él había sido su marido, su amante, su mejor amigo. Había perdido su olor a limpio cuando salía de la ducha. Había perdido la sensación de sus brazos rodeándola, las palabras de amor que murmuraba en su oído cuando la empujaba a la cama, su risa, sus chistes malos y sus horribles bromas. Mientras miraba el pájaro, cruzó fuertemente los brazos sobre el pecho, intentando imaginar por un momento que era él quien la abrazaba.

Había cumplido cincuenta años el día antes de que su coche hubiera perdido el control en medio de una terrible tormenta. Después del entierro su pena desesperada se había mezclado con una cólera que la corroía por haberla dejado sola y haber puesto fin a un matrimonio que era el objetivo de su vida. Habían sido unos días horribles y ella no sabía como habría sobrevivido sin Bobby Tom.

La había llevado a París después del entierro, y habían pasado un mes explorando la ciudad, pequeños pueblos franceses, recorriendo chateaux y catedrales. Se habían reído juntos, habían llorado juntos, y, a través de su dolor, ella había sentido una humilde gratitud por los dos jóvenes asustados que habían logrado tener tal hijo. Sabía que se estaba apoyando en él excesivamente en los últimos tiempos, pero temía, que si no lo hacía, él también desaparecería.

Había estado firmentente convencida cuando nació que sería el primero de los muchos niños que tendrían, pero no habían venido más y algunas veces deseaba que volviera a ser su bebé. Quería sostenerlo en su regazo, besar su cabecita, vendar sus heridas y aspirar ese olorcillo típico de los niños. Pero su hijo hacía mucho tiempo que era un hombre, y esos días de untar las picaduras de mosquito con calamina y curar las pupas con besos, se habían ido para siempre.

Ojalá Hoyt estuviera vivo todavía.

He perdido tanto, vida mía. ¿Por qué tuviste que dejarme sola?


*****

A las seis, el rodaje había terminado por ese día. Cuando Bobby Tom se alejó del corral, estaba acalorado, cansado, sucio e irritable. Llevaba comiendo polvo toda la tarde, y el día siguiente prometía más de lo mismo. Hasta donde él sabía, ese Jed Slade era la mayor estupidez personificada en un ser humano que había visto nunca. Bobby Tom no se consideraba un experto en caballos, pero sabía lo suficiente como para no tener ninguna duda de que no era un ranchero digno de respeto, si fuera él, borracho o no, no trataría de montar un caballo mientras estaba así.

A lo largo de todo el día, Bobby Tom se había ido irritando cada vez más. Tener que llevar el pecho artificialmente aceitado y ensuciado, y unos pantalones que no se podían cerrar y que no dejaban nada a la imaginación, lo habían conducido a una justa indignación. ¡Lo consideraban un objeto sexual! Y tenía que comportarse como tal, a eso se había visto reducido, a unos pectorales aceitados y un culo apretado. Joder. Doce años en la NFL para caer tan bajo. Pectorales y culo.

Salió disparado hacia su caravana, los tacones de sus botas levantaban nubes de polvo. Tenía la intención de darse una ducha rápida, irse a casa y echar la llave a la puerta después de visitar a Suzy. Esperaba que Gracie no le buscara las cosquillas, pues no tendría ningún inconveniente en disipar su frustración en ella. Cerró con fuerza la puerta de la caravana al entrar en el “hogar, dulce hogar” sólo para detenerse bruscamente cuando vio que estaba llena de mujeres.

– ¡Bobby Tom!

– ¡Hola, aquí, Bobby Tom!

– ¡Hola, vaquero!

Seis mujeres corrían hacia él como cucarachas. Llevaban comidas caseras, pasteles y jarras de cerveza fría. Una de ellas era una vieja conocida, a otras tres recordaba habérselas encontrado ese día en el rodaje y a las otras dos no las reconoció. Y toda esa actividad estaba siendo dirigida por una séptima mujer, una bruja morena con un vestido horroroso dorado y negro, que le dirigió una sonrisita con una oculta satisfacción mientras se quedaba en medio de toda esa conmoción y repartía cumplidos.

– Shelley, eso parece delicioso; Estoy segura que Bobby Tom va a disfrutar de cada bocado. Marsha, yo no recuerdo haber visto en toda mi vida un pastel semejante. Qué buena idea que lo hornearas. Hiciste un trabajo maravilloso con el suelo, Laurie. Sé que Bobby Tom lo aprecia. Es muy estricto sobre sus suelos, ¿no es cierto, Bobby Tom?

Lo miró con la serenidad de una madonna, pero sus ojos grises brillaban intensamente por su triunfo. ¡Ella sabía al dedillo que una manada de gansas con fines matrimoniales era lo último a lo que quería enfrentarse en ese momento, pero en vez de deshacerse de ellas, ¡las había animado a que se quedaran allí! Finalmente, comprendió la misión de Gracie en su vida. Era un castigo divino.

Una mujer con una gran mata de pelo sujeto por una diadema le dio una lata de cerveza.

– Soy Mary Louise Finster, Bobby Tom. La sobrina de la esposa de Ed Randolph es mi prima hermana. Ed me dijo que debía pasarme para saludarte.

Él tomó la cerveza y sonrió automáticamente, si bien le dolió la cara por el esfuerzo.

– Me alegra conocerte, Mary Louise. ¿Cómo está Ed?

– Pues genial, gracias por preguntar. -Señaló a la mujer que estaba a su lado-. Y ésta es mi mejor amiga, Marsha Watts. Salió con el hermano de Riley Carter, Phil

Una por una las mujeres se presentaron. Repartió buenos deseos y adulación por doquier, mientras, le dolía la cabeza y le picaba la piel por el aceite y la suciedad. Había suficiente perfume en el aire como para hacer un nuevo agujero en la capa de ozono y contuvo el deseo de estornudar.

La puerta se abrió a sus espaldas, golpeándole el trasero. Él automáticamente se hizo a un lado, acción que desafortunadamente permitió que otra mujer entrara a empujones.

– ¿Te acuerdas de mí, Bobby Tom? Soy Colleen Baxter, Timms antes de casarme; pero ahora estoy divorciada de ese hijo de puta que trabaja en Ames Body Shop. Hicisteis juntos la secundaria, yo iba dos cursos detrás.

Él sonrió a Colleen a través de la neblina roja que el enfado formaba ante sus ojos.

– Te has puesto tan guapa, cariño, que apenas te reconocí. Como si no lo fueras ya bastante.

Su aguda risa nerviosa mostró ligeramente sus dientes y vio que el lápiz de labios había manchado uno de sus incisivos.

– Eres demasiado, Bobby Tom.

Ella le dio un golpecito juguetón en el brazo, luego miró a Gracie y le pasó una bolsa de plástico de la tienda de comestibles de la IGA.

– Cogí el helado napolitano que me dijiste que le gustaba a Bobby Tom, pero será mejor que lo metas en el congelador de inmediato. El aire acondicionado de mi coche está estropeado, y temo que se haya derretido.

Bobby Tom odiaba el helado napolitano. Como la mayoría de sus compromisos, no le gustaba.

– Gracias, Colleen. -Cuando Gracie tomó la caja de cartón de la bolsa de IGA, su sonrisa de maestra de escuela lucía en contraste con las chispitas diabólicas que brillaban en sus ojos grises-.Bobby Tom, ¿no es encantador que Colleen haya ido hasta el pueblo sólo para que puedas disfrutar de helado?

– Realmente encantador. -Mientras hablaba, la mirada que le dirigió mostraba tal promesa de venganza que él medio se sorprendió de que no la fulminara en el acto allí mismo.

La chica lo tomó del brazo, pero su mano continuó deslizándose sobre el aceite Johnson, frotando la arena sobre su piel.

– He estado estudiando mucho sobre fútbol, Bobby Tom. Espero tener la posibilidad de hacer el examen antes de que dejes Telarosa.

– Yo he estudiado también -dijo su amiga Marsha tocándolo también-. La enciclopedia de fútbol de la biblioteca de cabo a rabo.

Él ya había agotado la paciencia, y con un suspiro de puro arrepentimiento, colocó una mano en el hombro de cada mujer.

– Siento haceros esto, señoras, pero lo cierto es que Gracie pasó el examen ayer mismo y se ha ganado ser la señora de Bobby Tom.

Un silencio profundo cayó en la caravana. Gracie se quedó paralizada en el lugar, con el medio litro de helado napolitano comenzando a gotear entre sus dedos.

Todas las mujeres fijaron sus ojos en ella, y luego en él y fue Colleen la que sonó ahogada:

– ¿Gracie?

– ¿Ésta Gracie? -dijo Mary Louise, revisando las ropa de Gracie y percatandose de todos los fallos.

Bobby Tom le dirigió la que pretendía ser la mejor sonrisa falsa y tierna que podía dirigir a alguien a quien tenía intención de asesinar a sangre fría.

– Esta misma señorita tan simpática. -Apartó a Reba McEntire para llegar a su lado-. Te dije que no seríamos capaces de mantenerlo en secreto mucho tiempo, querida.

Pasándole el brazo alrededor de los hombros, la acercó contra su pecho desnudo todo lo que pudo para que su cara quedara bien manchada por la suciedad y el aceite.

– Tengo que deciros, señoras, que Gracie sabe más sobre la historia de la Super Bowl que cualquier otra mujer que haya conocido. Señor, es pura magia en lo referente a hablar sobre records de juegos. La manera en la que dijiste esos porcentajes anoche, cariño, hizo que los ojos se me llenaran de lágrimas.

Ella hacía soniditos ahogados contra su pecho, y la apretó más. ¿Por qué no lo había pensado antes? Hacer pasar a Gracie por su prometida era la manera perfecta de conseguir un poco de paz y tranquilidad mientras permaneciera en Telarosa.

La cambió de posición contra su cuerpo para poder mancharle el otro lado de la cara, luego contuvo el aliento cuando un envase de helado napolitano muy frío le dio en medio del estómago.

Pareció como si Mary Louise Finster se hubiera tragado un hueso.

– Pero Bobby Tom, Gracie no es…, es estupenda y todo eso, pero no es exactamente…

Él aspiró profundamente para afrontar al frío y metió los dedos en el pelo de Gracie, clavándolos en su cabeza, donde nadie lo podía ver.

– ¿Hablas de la manera en que Gracie está vestida ahora mismo? Se pone a veces esas cosas, porque yo se lo pedí. De otra manera los tíos la miran demasiado, ¿no es así, cariño?

Su respuesta se perdió contra su pecho mientras trataba de clavarle la caja de cartón. Él apretó más los dedos, impidiendo que levantara la cabeza y sonriendo a más no poder.

– Algunos de esos chicos del equipo de rodaje son algo salvajes y me temo que la acosarían.

Tal como él había esperado, el anuncio de su compromiso hizo desaparecer el espíritu festivo de las mujeres. Ignorando lo mejor que pudo el frío helado que goteaba por su estómago, sostuvo a Gracie a su lado mientras se despedía. Cuando la puerta de la caravana finalmente se cerró tras la última de ellas, la soltó y la miró.

La suciedad y el aceite manchaban su cara y la mayor parte del frente de su vestido, mientras el helado derretido goteaba bajo la tapa del envase aplastado y corría en regueros de chocolate, fresa y vainilla por sus dedos.

Él esperaba un acceso de ira, pero en lugar de exhibir cólera, sus ojos se entornaron con determinación. En ese momento recordó que Gracie casi nunca reaccionaba de manera previsible, justo cuando su mano salía disparada y agarró el borde de la abertura en forma de V de sus vaqueros. Antes de que él pudiera reaccionar, había metido el helado derretido en la parte delantera de sus pantalones.

Él aulló de dolor y dio un salto en el aire.

Ella dejó caer la caja de cartón al suelo con un golpe y cruzó los brazos sobre el pecho.

– ¡Eso -dijo- es por hacerme comprar condones delante de tu madre!

Debió ser realmente dificil gritar, saltar de un lado a otro, maldecir y reírse al mismo tiempo, pero Bobby Tom de alguna manera lo consiguió.

Mientras él sufría, Gracie permaneció mirándolo, con el helado derritiéndose en el suelo. Con justicia admiró su actitud. Él se había equivocado al incordiarla sin cesar y ella había tomado represalias, y, con excepción del despliegue de palabrotas, él lo estaba llevando realmente bien.

En ese momento, Gracie percibió que movía la mano hacia la cremallera y supo que se había relajado antes de tiempo. Dio un paso instintivo hacia atrás para pisar la caja del helado. Lo siguiente que supo fue que estaba tumbada en el suelo sobre el helado.

– Bueno, bueno, ¿qué tenemos aquí? -Un brillo diabólico centelleó en sus ojos mientras la miraba desde arriba, una mano permanecía todavía en la cremallera y la otra estaba posada en la cadera. Sentía el frío en la parte posterior de los muslos, donde se le había subido la falda. Apoyó las manos en el suelo para intentar ponerse de pie al tiempo que Bobby Tom se agachaba a su lado.

– No tan rápido, cariño.

Ella lo miró con suspicacia mientras intentaba apartarlo.

– No sé lo que tienes en mente, pero sea lo que sea, olvidate.

La comisura de su boca se curvó perversamente.

– Oh, tardaré mucho en olvidarlo.

Ella siseó con alarma cuando sus manos pegajosas se posaron sobre sus hombros y la volvió sobre su estómago. Cuando su mejilla aterrizó sobre un montículo de vainilla fundida, ella comenzó a gritar. Antes de que pudiera gatear, algo que parecía su rodilla se posó sobre su espalda.

– ¿Qué haces? -gimió ella al encontrarse inmovilizada sobre el suelo.

Él comenzó a bajar la hebilla de su cremallera.

– Ahora, no te preocupes, cariño. Llevo desnudando mujeres más de lo que puedo recordar, no me llevará más que unos segundos deshacerme de este vestido.

Cuando había imaginado un montón de recuerdos, eso no era precisamente lo que había tenido en la mente.

– ¡No quiero que me quites el vestido!

– Claro que quieres. -Siguió bajando la cremallera-. Las rayas no son divertidas. A menos que planees arbitrar un partido, te sugeriría que las evitaras en el futuro.

– ¡No necesito una lección de moda! ¡Ah! ¡Deja esa cremallera! ¡Para! -El abrió el vestido, levantó la rodilla e ignorando sus chillidos de protesta, comenzó a bajarlos por sus caderas.

– Ya está, cariño. Caramba, tienes una ropa interior bien bonita. -Con un movimiento limpio, le quitó el vestido y la giró sobre su espalda, pero miró demasiado tiempo su diminuto sujetador blanco y su minúscula braga.

Ella cerró la mano sobre un montoncito de chocolate semisólido y se lo tiró.

Él gruñó sorprendido cuando le golpeó en la mandíbula, luego se abalanzó sobre la caja de cartón.

– Eso ha sido como un penalty injusto.

– Bobby Tom… -Ella chilló cuando él tomo un gran trozo de helado y dejándolo caer sobre su estómago, empezó a extenderlo sobre su piel con la palma de la mano. Boqueando ante el frío, luchó por escaparse.

Él sonrió ampliamente mientras la miraba.

– Pídele perdón a Bobby Tom por haberle causado todos ‘sos problemas y promete que harás hasta la más simple cosa que te pida a partir de ahora. Amén.

Ella repitió únicamente las palabrotas más rudas que recordaba, y él se rió, dándole a ella una excelente oportunidad de restregarle parte de la fresa por el pecho.

Desde ese momento, fue una pelea a vida o muerte. Bobby Tom tenía ventaja puesto que llevaba los vaqueros y resbalaba menos sobre el suelo que ella. Además era un deportista bien entrenado que sabía demasiadas jugadas sucias para alguien que había sido nombrado una vez “Deportista del año”. Por otra parte, él seguía distrayéndose cuando extendía helado por diversas partes de su cuerpo y ella aprovechaba para mancharlo con todo lo que podía agarrar. Ella seguía gritando agudamente, riéndose, e implorándole que se detuviera al mismo tiempo, pero él tenía más aguante que ella y no pasó demasiado tiempo antes de que se agotara.

– ¡Alto! ¡Basta ya! -Se dejó caer sobre el suelo. Sus pechos presionaban contra las copas de encaje del sujetador mientras jadeaba por el esfuerzo.

– Di: para, por favor.

– Para, por favor. -Ella respiró profundamente. Tenía helado por todas partes, en el pelo, en la boca, por todo el cuerpo. Su ropa interior, una vez blanca, estaba manchada de rosa y chocolate. Él no se veía mucho mejor. Estaba especialmente satisfecha por la cantidad de fresa que le había lanzado sobre el pelo.

Y luego se le secó la boca cuando sus ojos se deslizaron desde su pecho hasta la línea de vello dorado que descendía como una flecha desde su ombligo hacia la V abierta de los vaqueros. Ella clavó los ojos en la gran protuberancia que había crecido allí. ¿Ella había provocado eso? Sus ojos volaron hacia los de él.

La miró con perezosa diversión. Por un momento ninguno de los dos dijo nada, luego él habló con voz ronca:

– Un tanto a tu favor con tanto helado encima.

Ella se estremeció, no del frío sino por el calor que la atravesó. La excitación de la lucha había ocultado la violenta reacción de su cuerpo ante el bombardeo de sensaciones que recibía. Repentinamente tuvo conciencia del contraste entre el helado frío y el calor abrasador de su piel. Sintió el rudo roce de la tela de los vaqueros contra su muslo, el resbaladizo aceite entre sus dedos, la abrasión de la arena que manchaba su pecho y que ahora también la cubría a ella.

Él sumergió el dedo índice en el charco de fresa líquida de su ombligo y pintó una linea descendente hasta alcanzar el borde de sus bragas.

– Bobby Tom… -Sintió como si su corazón dejara de bombear y dijo su nombre en un susurro que sonó como una petición.

Sus manos subieron a sus hombros, donde introdujo los pulgares bajo los tirantes de su sujetador y los presionó sobre los pequeños surcos que allí había en un tierno masaje.

El agudo y dulce anhelo que la invadió se tornó insoportable. Lo deseaba desesperadamente.

Como si pudiera leer su mente, él llevó sus manos al broche del sujetador y rápidamente, lo abrió. Ella se quedó completamente quieta, asustada de que él recordara que era el hombre que deseaban todas las mujeres y ella era la chica que se había quedado sola en casa durante su baile de graduación.

Pero él no se detuvo. Apartó con fuerza los tirantes mojados y la miró. Sus pechos nunca habían parecido tan pequeños, pero no se iba a disculpar. Él sonrió. Ella contuvo la respiración, temiendo que fuera a hacer un chiste sobre su tamaño, pero en vez de eso, dijo con voz lenta y letal, enviando fuego líquido a sus venas.

– Me temo que olvidé un par de lugares.

Ella observó como sumergía su dedo en la caja de cartón deformada que yacía abierta cerca de su hombro. Cogió un poco de helado de vainilla y lo llevó a su pezón. Ella contuvo la respiración cuando él rozó la sensible punta.

Su pezón se tensó en un punto apretado y duro. Con la yema del dedo, él pintó un diminuto círculo alrededor y otra vez y volvió a subir a la cresta diminuta. Ella se quedó sin aliento; inclinó la cabeza a un lado. El volvió a sumergir el dedo en la caja de cartón de helado y llevó otra pincelada al otro pezón.

Un gemido escapó de sus labios al sentir el exquisito dolor del frío en una parte tan sensible. Sus piernas instintivamente se abrieron cuando la carne entre ellas latió con fuerza. Quería más. Ella sollozó mientras él jugueteaba con ambos pezones, pellizcándolos entre el pulgar y el índice para calentarlos, sólo para volver al helado y enfriarlos otra vez.

– Oh, quiero…, por favor… -Ella se dio cuenta de que estaba rogándole, pero no se podía detener.

– Tranquila, cariño, tranquila.

Él continuó pintando su pezones con frío, frotándolos para calentarlos para luego volverlos a enfriarlos otra vez. Fuego e hielo. Ella había empezado a arder. El calor quemaba entre sus piernas mientras sus pezones se arrugaban de necesidad. Sus caderas comenzaron a moverse con un ritmo antiguo y se oyó sollozar.

Sus dedos se detuvieron sobre sus pechos.

– ¿Cariño? -Pero ella ya no pudo hablar. Estaba al borde de algo inexplicable.

Él levantó la mano de su pecho y la deslizó entre sus piernas. Ella sintió el calor de su contacto a través de la delgada tela de las bragas cuando él movió la palma de su mano contra su centro.

En ese momento, ella explotó.

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