capítulo 20

– ¿Dónde crees que deberíamos poner los llaveros, Gracie?

Gracie acababa de terminar de desenvolver el último de los ceniceros blancos de porcelana con la forma de Texas que iban a vender de recuerdo. Llevaban un Cupido señalando la situación de Telarosa y una nota en letra roja que decía:


HEAVEN, TEJAS

UN LUGAR EN EL CORAZÓN


La pregunta de los llaveros provenía de Toolee Chandler, presidenta del comité de la “Casa de Bobby Tom Denton” y esposa del dentista más ocupado del pueblo. Toolee estaba al lado del mostrador de lo que sería la tienda de regalos, pero antes había sido el porche cerrado de Suzy y Hoyt Denton. La transformación de la que había sido la casa de la infancia de Bobby Tom en una atracción turística no estaba aún terminada, aunque sólo faltaban tres semanas para el Festival de Heaven.

Suzy y Hoyt se habían deshecho de la mayoría de los muebles años atrás, cuando se habían mudado, pero el comité había buscado en sótanos y tiendas de segunda mano algunos similares e incluso en alguna ocasión había logrado encontrar el original. Muchas de las casas de esa época estaban decoradas en los tonos verdes y dorados populares de esos años, pero Suzy los había matizado con brillantes detalles en rojo, muy poco convencionales entonces, pero que ahora daban un definitivo toque de encanto.

Incluso la responsabilidad de la organización del viaje y alojamiento de las celebridades dejaban a Gracie demasiadas horas libres. Desde que Bobby Tom y ella habían discutido, hacía casi tres semanas, había pasado la mayor parte de las tardes en Arbor Hills, o allí, ayudando a Terry Jo y Toolee a dejar todo listo en la casa de la niñez de Bobby Tom.

Ahora miraba dudosa los llaveros. Como tantas otras cosas de la tienda de regalos, reproducían la imagen de Bobby Tom, aunque él no había autorizado su uso. La foto situada en un disco de plástico naranja fluorescente le mostraba en plena actividad: Los pies en movimiento, el cuerpo curvado en una graciosa c y los brazos extendidos para coger un pase. Pero el uniforme azul y blanco de los Chicago Stars había sido sustituido chapuceramente por el de los Dallas Cowboys y la frase escrita con letras brillantes rezaba: “Debería haber sido un Cowboy”.

– ¿Quizá sea mejor colgarlos detrás de la puerta? -sugirió Gracie.

– No creo -dijo Toolee-. Nadie los podrá ver ahí.

Esa había sido la esperanza de Gracie. Deseaba que Bobby Tom interrumpiera la utilización indiscriminada de su imagen, pero no iba a sacar el tema a colación cuando ya había tanta tensión entre ellos. Se hablaban educadamente, e incluso, cuando había gente cerca, él pasaba su brazo alrededor de su cintura para disimular, pero pasaban muy poco tiempo juntos y todas las noches se retiraba a dormir cada uno a su dormitorio.

Cuando Gracie llevaba un montón de ceniceros a los estantes y comenzaba a colocarlos, llegó Terry Jo desde la sala con un lápiz en la oreja y un portapapeles en la mano.

– ¿Alguien ha encontrado la caja de las tazas?

– Aún no -contestó Toolee.

– Probablemente la habré dejado en algún lugar estúpido. Os lo juro, desde que Way Sawyer ha anunciado que no cerraba Tecnologías Rosa, he estado tan distraída que no me centro en nada.

– Luther lo ha hecho presidente honorario del festival -agregó Toolee como si no lo hubieran hablado ya varias veces. El anuncio de Way Sawyer había aliviado a todos, y Way había pasado de ser el enemigo público número uno de Telarosa a ser el héroe local.

– Finalmente las cosas van bien en el pueblo. -Terry Jo sonrió y observó los estantes que había ante los ventanales que las rodeaban. Justo delante de ella había un despliegue de imanes para nevera donde se leía la aburrida leyenda: “¡Me crié en el infierno de Heaven, Texas!”-. Recuerdo el verano que el Sr. Denton cerró este porche. Bobby Tom y yo solíamos meternos mano aquí y Suzy nos traía zumo de uva. -Suspiró-. Ver esta casa reconstruida ha sido como un viaje a mi infancia. Suzy dice que siente como si retrocediera veinte años cada vez que entra por la puerta, pero creo que es muy duro para ella ya que el Sr. Denton no está aquí para compartirlo. No sé. No parece estar bien últimamente.

Gracie también estaba preocupada por Suzy. Cada vez que la había visto desde aquella tarde en San Antonio, parecía más frágil. Al colocar el último de los ceniceros en el estante, decidió que ese podría ser un buen momento para mencionar una idea que había hablado antes con Suzy.

– Es una lástima que la casa esté vacía casi todo el tiempo.

– Poco podemos hacer sobre eso -dijo Toolee-. Los turistas sólo vendrán los fines de semana y en fechas especiales, como el Festival de Heaven.

– Ya, pero es una pena mantenerlo cerrado el resto del tiempo, especialmente cuando se podría utilizar para más cosas.

– ¿Cuáles?

– He visto que en Telarosa no existe un lugar de reunión para la gente mayor. Esta casa no es muy grande, pero tiene un salón y una sala de estar muy cómodos. He pensado que sería el lugar ideal para que los ancianos se reúnan para jugar a las cartas o hagan talleres o traigan un orador de vez en cuando. Arbor Hills no está lejos y allí no tienen demasiado sitio. Quizá podrían traer a algunos de sus residentes para las actividades semanales.

Toolee apoyó la mano en la cadera.

– ¿Cómo no se me habrá ocurrido a mí?

– Es muy buena idea -convino Terry Jo-. Estoy segura que podríamos encontrar voluntarios. ¿Por qué no ponemos en marcha un comité? Llamaré por teléfono a mi suegra tan pronto llegue a casa.

Gracie suspiró aliviada. Windmill terminaría de rodar allí en pocas semanas y ella se sentiría mejor sabiendo que había aportado su granito de arena en ese pueblo que había llegado a amar y que podía mejorar tanto.


*****

Varias horas más tarde, Bobby Tom aparcó su camioneta delante de la casa donde había crecido. Su T-Bird era el único coche a la vista, así que supo que Gracie estaba todavía allí, pero que el resto de voluntarios se habían ido a cenar a sus casas. Mientras miraba la pequeña casa blanca de una sola planta, tuvo la extraña sensación de que el tiempo se había detenido y era niño otra vez. Casi podía ver a su padre saliendo del garaje con la vieja cortadora de cesped Toro y parpadeó varias veces. Por Dios, cómo echaba de menos a su padre.

La soledad lo envolvió. Se sentía separado de las personas más importantes de su vida. Su madre y él no habían sido más que educados el uno con el otro desde el incidente en San Antonio, hacía tres semanas y él apenas podía admitir ante sí mismo cuánto echaba de menos a Gracie. No era que no la viera, sino que no era lo mismo. Ella lo trataba como si no fuera nada más que su jefe, haciendo todo lo que le pedía sin ningún tipo de queja. Si alguien le hubiera dicho antes que echaría de menos la manera en que trataba de mangonearlo, habría respondido que no le contaran chorradas, pero no podía negar que ella se había hecho un hueco en su vida.

Pero bueno, tenía que demostrarle quien mandaba allí y ahora que estaba bastante seguro que había entendido su punto de vista, era el momento de hacer las paces. Tenía intención de dejarle muy clarito todo eso. Podía ser condenadamente terca, pero en cuanto la hiciera callar a besos, todo estaría bien otra vez. A medianoche, estaría en su cama, dónde pertenecía.

Cuando bajó de la camioneta, Suzy aparcó tras él. Ella le echó una mirada al salir del coche, luego se dirigió a la parte posterior del vehículo y abrió el maletero. Él se acercó cuando ella estaba a punto de coger una gran caja de cartón.

– ¿Qué es esto?

– Tus viejos trofeos del instituto.

Él tomó la caja.

– ¿No habrás bajado tu sola todo esto del ático?

– Hice varios viajes.

– Deberías haberme llamado.

Ella se encogió de hombros. Él vio las sombras bajo sus ojos y la palidez de su tez. Su madre se cuidaba bastante y nunca había pensado en ella como en alguien mayor, pero esa tarde, aparentaba cada uno de sus cincuenta y dos años e incluso más. También parecía profundamente infeliz y su conciencia lo acusó de que era probable de que fuera el responsable de las ojeras. Las palabras de Gracie resonaron en su cabeza, haciéndole sentir todavía peor. Ella había tratado de decirle que su madre necesitaba su apoyo, pero no la había querido escuchar.

Él puso la caja de cartón bajo el brazo y se aclaró la voz.

– Lamento no haber podido pasar más tiempo contigo últimamente. Hemos trabajado doce horas cada día y… bueno… he estado ocupado -terminó él de forma poco convincente.

Parecía que ella no podía mirarlo a la cara.

– Sé por qué no te has pasado por casa, y soy yo quien lo siente. -Le tembló la voz ligeramente.

– Es culpa mía. Lo sé.

– No voy a volver a verlo, te lo prometo.

Un sentimiento de alivio aplastante lo inundó. A pesar de que Way Sawyer era el nuevo héroe del pueblo, había algo en ese hombre que a Bobby Tom le desagradaba. Le rodeó los hombros con el brazo y la abrazó.

– Me alegro.

– Fue…, es algo difícil de explicar.

– No tienes que hacerlo. Simplemente nos olvidaremos de este tema.

– Sí. Probablemente sea lo más conveniente.

Rodeándola con su brazo libre, la condujo hacia la casa.

– ¿Por qué no os llevo a cenar fuera a Gracie y a ti esta noche? Podríamos ir a O’Leary.

– Gracias, pero tengo una reunión.

– Pareces cansada. Quizá deberías tomartelo con más calma.

– Estoy bien. Es que ayer me quedé hasta muy tarde leyendo. -Se adelantó para subir las escaleras. Llevó la mano al pomo, pero la puerta estaba cerrada con llave. Él la estaba rodeando para llamar al timbre pero detuvo el brazo en el aire cuando ella empezó a presionar frenéticamente el pomo.

– ¡Maldito seas!

– Está cerrada con llave -dijo él, alarmado por su comportamiento.

– ¡Contéstame! -golpeó con el puño contra la puerta, con la cara contraída por la desesperación-. ¡Contéstame, maldito seas!

– ¿Mamá? -alarmado colocó rápidamente la caja con los trofeos sobre el suelo.

– ¿Por qué no me contesta? -lloró ella, las lágrimas comenzando a caer por sus mejillas-. ¿Por qué no está aquí?

– ¿Mamá? -Él trató de cogerla entre sus brazos, pero ella se resistió-. Mamá, no pasa nada.

– ¡Quiero a mi marido!

– Sé que lo quieres. Lo sé. -La apretó contra él. Ella encorvó los hombros y él no supo que hacer para ayudarla. Había pensado que el dolor que ella había experimentado por la muerte de su padre habría disminuido durante esos años, pero su pena parecía tan profunda como el día de su entierro.

Gracie abrió la puerta en respuesta al golpeteo, pero su sonrisa se desvaneció al ver a Suzy.

– ¿Qué sucede? ¿Qué ha ocurrido?

– Voy a llevarla a casa -dijo él.

– ¡No! -Suzy se alejó y se restregó las lágrimas con el dorso de la mano-. Lo siento. Yo… os pido perdón a ambos. No sé que me pasó, me siento muy avergonzada.

– No hay ninguna necesidad de que te sientas avergonzada. Soy tu hijo.

Gracie salió un momento al porche.

– Venir aquí tiene que remover todo tipo de emociones dolorosas para ti. No serías humana si no reaccionases.

– Bueno, eso no es excusa. -Les dirigió a los dos una sonrisa débil y poco convincente-. Ahora estoy bien -de verdad- pero creo que no voy a entrar. -Señaló la caja-. ¿Puedes poner esos trofeos en el dormitorio de Bobby Tom por mi? Bobby Tom te puede mostrar donde van.

– Por supuesto -contestó Gracie.

Él tomó el brazo de su madre.

– Voy a acompañarte a casa.

– ¡No! -Ella se apartó bruscamente, y para su asombro, comenzó a llorar otra vez-. ¡No, no lo harás! Quiero estar sola. ¡Solo quiero que todo el mundo me deje en paz! -Cubriéndose la boca con la mano, huyó hacia su coche.

Los ojos de Bobby Tom encontraron los de Gracie y él la miró con impotencia.

– Tengo que asegurarme que llega bien. Ahora vuelvo.

Gracie asintió con la cabeza.

Siguió a su madre a casa, sintiéndose sacudido hasta la médula por lo que había ocurrido. Se percató que estaba acostumbrado a pensar en Suzy como su madre, no como en un ser humano con una vida propia y se sentía avergonzado. ¿Por qué no había escuchado a Gracie? Al día siguiente tendría con su madre la conversación que debería haber tenido tres semanas antes.

Observó desde el coche cómo su madre entraba a salvo, luego regresó a la pequeña casa blanca de una planta donde había crecido. Gracie había dejado la puerta abierta y la encontró en su dormitorio de infancia. Estaba sentada en el borde de la cama mirando fijamente la caja con sus viejos trofeos, a sus pies. Ver a Gracie en esa habitación rodeada de tantas cosas de su niñez envió una sensación extraña por su columna.

El escritorio del rincón no era como él lo recordaba, pero el flexo verde todavía tenía las pegatinas de los Titans que él había pegado en el pie hacía mucho tiempo. Un perchero exhibía su colección de gorras de béisbol y su viejo poster de Evel Knievel estaba colgado en la pared. ¿Por qué su madre había hecho eso? La estantería de al lado de la ventana, la había hecho su padre para poner sus trofeos. La silla del escritorio era un duplicado de la original, pero la colcha dorada no se parecía nada a la de cuadros con la que había crecido.

Gracie levantó la cabeza.

– ¿Llegó bien a casa?

Él asintió con la cabeza.

– ¿Qué sucedió?

Él se acercó a la ventana, apartó la cortina, y miró el patio.

– No puedo creer lo altos que están los árboles. Todo lo demás, en cambio, está más pequeño de lo que recordaba.

Gracie no sabía por qué debería sentirse desalentada ante su renuencia a hablar con ella; Debería tenerlo asumido a esas alturas. Pero sabía que esa escena con su madre lo había afligido y le hubiera gustado poder comentarla con él. Se levantó de la cama y se arrodilló sobre el suelo para empezar a sacar los viejos trofeos enrollados en papel de periódico.

Sus botas aparecieron en su campo de visión cuando él se acercó donde estaba ella, luego se sentó en la cama en el lugar que ella acababa de dejar libre.

– No sé que sucedió. Un momento estábamos hablando y al minuto siguiente estaba golpeando la puerta porque mi padre no estaba allí para contestarle.

Gracie se sentó sobre los talones y lo miró.

– Lo siento mucho por ella.

– ¿Qué pudo pasar?

Como ella no contestó, él la miró acusadoramente.

– Tú piensas que esto tiene algo que ver con Sawyer y lo que sucedió en el restaurante, ¿no? Y me echas la culpa a mi.

– Yo no he dicho nada.

– No tienes que hacerlo. Puedo leer tu mente.

– Quieres mucho a tu madre. Sé que jamás le harías daño deliberadamente.

– Esto no tiene nada que ver con Sawyer; Estoy seguro. Y ella me ha dicho que no lo verá más.

Gracie inclinó la cabeza, pero no comentó nada. Con todo lo que los quería a los dos, sabía que tendrían que resolver eso ellos solos.

Ella observó como él miraba su antiguo dormitorio y no se sorprendió cuando dejó de hablar de Way Sawyer y su madre.

– Todo este rollo de lo de “La casa de Bobby Tom” me pone la piel de gallina. No sé por qué la gente del pueblo piensa que alguien va a perder el tiempo visitando este lugar para ver mis viejos trofeos de fútbol. Supongo que ya sabes que no estoy nada contento con tu participación en todo esto.

– Alguien tenía que velar por tus intereses. Deberías ver los llaveros que llegaron hoy. Llevas el uniforme de los Cowboys.

– No me he puesto el uniforme de los Cowboys en mi vida.

– La magia de la fotografía digital. Lo único que pude hacer fue situarlos en una esquina, pero tuve más suerte con una idea que se me ocurrió hace algunas semanas.

– ¿Cuál?

– En el pueblo se necesita un centro cívico para personas de la tercera edad y esta tarde hablé con Terry Jo y Toolee sobre usar la casa para eso. Ya se lo había comentado a Suzy y estuvo de acuerdo en que sería el sitio ideal.

– ¿Un centro social para las personas de la tercera edad? -consideró la idea-. Me gusta.

– ¿Lo suficiente como para donar dinero para poner una rampa para sillas de ruedas y adaptar los baños?

– Claro.

Ninguno de los dos comentó nada de que Gracie parecía sentirse plenamente libre de pedirle dinero para otros, pero que insistía silenciosamente en darle parte de su sueldo, si bien el dinero permanecía sin tocar en el cajón de su escritorio. Ella se enorgullecía de que, restringiendo sus gastos personales, habría pagado el vestido negro a tiempo para ponérselo para la fiesta de inauguración que habría en el club de campo antes del torneo de golf.

Él se puso de pie al lado de la cama y comenzó a dar vueltas por la habitación.

– Mira, Gracie, sé que me pasé un poco la noche que discutimos, pero debes comprender que Way Sawyer es un tema muy delicado para mí.

Ella se sorprendió de que él reabriera el tema.

– Lo entiendo.

– Bueno, supongo que no debería haber volcado en ti mi mal humor. Tenías razón, debería haber hablado con mi madre; me doy cuenta ahora. Lo haré mañana en cuanto acabe el rodaje.

– Vale. -Ella se sintió agradecida de que el alejamiento entre ellos finalmente hubiera terminado.

– Supongo que tenías razón en un montón de cosas. -Otra vez se dirigió a la ventana y miró el patio trasero. Bajó los hombros ligeramente-. Cada vez echo más de menos el fútbol, Gracie.

Ella se irguió atónita. Ésa sería una pequeña revelación para cualquiera, pero el que Bobby Tom lo admitiera por fin la sorprendió.

– Lo sé.

– ¡No es jodidamente maravilloso! -Cuando él se dio la vuelta, sus rasgos estaban desfigurados por lo que sentía. Estaba tan agitado, que ni siquiera pareció percatarse que había dicho una obscenidad delante de ella, algo que raramente hacía delante de una mujer-. ¡Un golpe y me quedo fuera de juego para siempre! ¡Un jodido golpe! Si Jamal me hubiera golpeado dos segundos antes o dos segundos después, no habría pasado nada.

Ella pensó en la cinta de video y supo que nunca olvidaría la vista de su cuerpo elegantemente estirado recibiendo el brutal golpe.

La miró con cólera, con una mano cerrada con fuerza en un puño en el costado.

– Me quedaban tres o cuatro años buenos. Tenía ese tiempo para planear que hacer al retirarme, si quería entrenar o retransmitir partidos. Necesitaba ese tiempo para prepararme.

– Eres listo -dijo ella suavemente-. Aún puedes hacer esas cosas.

– ¡Pero no quiero! -Las palabras surgieron bruscamente y ella tuvo el extraño presentimiento que lo asombraban más que a ella. Su voz descendió hasta no ser más que un susurro-. ¿No lo entiendes? Yo lo que quiero es jugar al fútbol.

Ella asintió con la cabeza. Lo entendía perfectamente.

El torció los labios en una mueca de desagrado.

– No sé cómo puedes aguantar ahí sentada, escuchándome sin querer vomitar. Qué patético, ¿no crees? Un hombre con el mundo a sus pies lloriqueando sólo porque la vida le ha jugado una mala pasada. Tengo todo el dinero del mundo; Tengo amigos, casas, coches… pero siento lástima de mi mismo porque no puedo jugar al fútbol. Si yo fuera tú, me estaría partiendo de risa ahora mismo. Si yo fuera tú, iría a al Wagon Wheel ahora mismo y le contaría a todo el mundo como está lloriqueando Bobby Tom Denton y así ellos se reirían también.

– No me parece gracioso.

– Bueno, pues debería -soltó un bufido desdeñoso-. ¿Quieres oír algo realmente penoso? No tengo ni la más leve idea de quién soy. Desde que puedo recordar, siempre he sido jugador de fútbol y ahora da la impresión de que no sé ser otra cosa.

Ella habló en voz baja.

– Creo que podrías ser cualquier cosa que quisieras.

– ¡No lo entiendes! Si no puedo jugar al fútbol, entonces no quiero ser parte del juego. No soy capaz de entusiasmarte entrenando, no importa lo mucho que lo intente y sin duda alguna no quiero ponerme a comentar fría y sarcásticamente un partido desde una cabina para la gente que está en casa.

– Tienes bastantes más talentos que esos.

– ¡Soy jugador de fútbol, Gracie! Eso es lo que he sido siempre. Eso es lo que soy.

– Ahora mismo eres actor. ¿Qué pasa con tu carrera cinematográfica?

– Bueno ya. No me importaría hacer otra película, pero por más que trato de convencerme que no es así, sé que no pongo mi corazón en ello. Me parece un juego en lugar de un trabajo. Y sigo pensando que no hay nada más patético en el mundo que un deportista retirado tratando de ser una estrella del cine porque no puede hacer otra cosa.

– Te conocí después de que dejaras de jugar al fútbol, así que para mí no eres un futbolista, retirado o en activo. Y me resulta difícil pensar que eres una estrella de cine. Para ser honesta, siempre te he considerado más un hombre de negocios que cualquier otra cosa. Obviamente tienes talento para hacer dinero y pareces disfrutar haciéndolo.

– Y lo disfruto, pero no es algo respetable desde mi punto de vista. Quizá algunas personas puedan ser felices haciendo dinero sólo por tener más, pero yo no soy una de ellas. La vida debe ser algo más que comprar juguetitos. Poseo demasiadas cosas. No necesito ni otra casa, ni quiero otra avioneta y tengo de sobra para comprarme algún que otro coche sin arruinarme.

Bajo otras condiciones, su indignación la podría haber hecho sonreír, pero él estaba demasiado preocupado para que ella se lo tomara como un chiste. Pensó en la cantidad de veces que había entrado en el estudio y lo había visto hablar por teléfono, con las botas sobre el escritorio y el stetson echado hacia atrás mientras discutía sobre el acierto de invertir dinero en unas nuevas acciones o en carne de cerdo o en cualquier otra cosa.

Ella se levantó del suelo y se acercó a él.

– Lo cierto, Bobby Tom, es que te encanta hacer dinero y hay montones de cosas respetables que podrías hacer con él aparte de comprarte juguetitos o como los llames. Sé cuánto te preocupas por los niños. En lugar de dejar que las mujeres te amenacen con casos de paternidad, por qué no haces algo más por los niños sin padre. Establece fondos para becas o financia centros para cuidar de esos niños; Abre comedores gratuitos. ¿O no podrías ir al hospital del condado y ver las necesidades del ala de pediatría? Hay un mundo de necesidades ahí fuera y tú estás en una posición envidiable para ayudar. El fútbol te ha dado mucho. Quizá sea el momento de que tú hagas algo.

Él clavó los ojos en ella, sin decir ni una sola palabra.

»Tengo una idea. No sé qué te parecerá, pero… ¿Por qué no creas una fundación de caridad? ¿No podrías hacer dinero para la fundación en vez de para tí mismo? -Como él no respondió, ella continuó-. Hablo de hacerlo a jornada completa, no como un juego de un hombre rico, sino de usar tu talento para mejorar la vida de otras personas.

– Es una locura.

– Tú piénsalo.

– Ya lo he hecho, y es una locura, la locura más grande que he oído nunca. Yo no soy ningún tipo de benefactor. Si tratara de hacer algo así, la gente se reiría tanto que se caería al suelo de risa. -Estaba tan alucinado, que practicamente sonaba como si se estuviera ahogando y ella no podía hacer más que sonreír.

– No creo que la gente se sorprendiera. Forma parte de tu carácter. -Ella centró de nuevo su atención en desenvolver los trofeos. Había plantado la semilla, pero el resto dependía de él.

Él se sentó sobre la cama y miró como ella trabajaba durante varios minutos. Cuando finalmente habló, era obvio por el destello de sus ojos que tenía otra cosa que no era el futuro en su mente.

– Te aseguro, Gracie, que me enojaste tanto que casi me hiciste olvidar lo precioso que se ve ese trasero tuyo con esos vaqueros. -Se quitó el sombrero y palmeó el colchón-. Ven aquí, cariño.

– No sé si me gusta lo que veo en tu cara. -Lo cierto era que le gustaba mucho. Estar sola con él en una pequeña habitación hacía que pensara en cuánto tiempo había pasado desde la última vez que habían hecho el amor.

– Te aseguro que te gustará bastante. Si supieras cuánto tiempo solía pasar en este mismo dormitorio soñando con conseguir desnudar a una chica, ni siquiera se te ocurriría negarte.

– ¡Habrase visto! -Ella se movió hasta ponerse delante de él.

Él la agarró por la parte trasera de sus muslos y la atrajo hacia sus piernas abiertas.

– ¿Conseguiste desnudar alguna? -Él abrió el botón de sus vaqueros y se inclinó hacia delante para mordisquear su ombligo.

– Me temo que no. Mi madre era bastante estricta. -Sus labios se movieron más abajo, hacia la cremallera-. Cuando estaba en noveno grado, casi lo conseguí con la hija de una amiga suya que estaba de visita, pero supongo que nuestras madres tenían una especie de radar para este tipo de cosas, porque cada vez que se podía poner interesante, Suzy aparecía con un plato de Oreos.

– Así es que te tuviste que conformar con los asientos traseros o los aparcamientos del río. -Ella comenzaba a sonar jadeante.

– Eso fue mucho después. -Él subió las manos por debajo de la colorida blusa de ganchillo y ahuecó sus pechos sobre el sujetador. La respiración de Gracie se volvió más entrecortada cuando él frotó los pulgares sobre sus pezones, jugando a rozarla con la seda hasta que sintió como se derretía.

– Uhmm -murmuró él-. Hueles a melocotones otra vez.

Antes de que pasara mucho tiempo los dos estaban desnudos y haciendo el amor de una manera tan dulce en esa estrecha cama que todos los pensamientos sobre el futuro se evaporaron. Cuando acabaron y Gracie yacía desmadejada encima de él, que curvaba la mano sobre su trasero, ella finalmente abrió los ojos lo suficiente como para ver la sonrisa satisfecha de su cara.

– Tuve que esperar un montón de años para conseguir desnudar una mujer en mi habitación, pero ha valido la pena cada minuto de espera.

Ella le acarició el cuello con la nariz y sintió la suave abrasión de su barba contra su sien.

– ¿Soy mejor que Terry Jo?

Su voz era ronca cuando rodó a un lado y ahuecó su pecho.

– Terry Jo era simplemente una chica, cariño. Tú eres una mujer hecha y derecha. No hay comparación posible.

Ella oyó un ruido en el piso de abajo y elevó la cabeza rápidamente al darse cuenta que la puerta del dormitorio estaba abierta. Tuvo un presentimiento.

– ¿Cerraste la puerta de la calle cuando regresaste?

– Creo que no.

Pero antes de que dijera nada más, se oyó la inconfundible voz del alcalde Luther Baines al pie de las escaleras.

– ¿Bobby Tom? ¿Estás ahí arriba?

Con una boqueada, Gracie se puso de pie y agarró su ropa. Bobby Tom bostezó, luego sacó sus piernas por un lado de la cama con lentitud.

– Será mejor que no te acerques más, Luther. Gracie está desnuda aquí arriba.

– ¿En serio?

– Conseguí que se desnudara para mí.

Gracie podía sentir como se ruborizaba de pies a cabeza y le dirigió una airada mirada de enfado. El le sonrió ampliamente.

– ¿Por qué no nos esperas en la cocina? -gritó Bobby Tom-. Bajaremos en unos minutos.

– Vale -contestó el alcalde-. Y, Gracie, Terry Jo le contó a la Sra. Baines tu idea de lo del centro social y dijo que estaría encantada de ayudar a formar un comité de voluntarios.

Las mejillas de Gracie se ruborizaron todavía más mientras buscaba un paquete de kleenex en su bolso.

– Agradézcaselo de mi parte, Sr. Baines -dijo ella débilmente.

– Oh, se lo puedes agradecer tú misma. Ha venido conmigo, está a mi lado.

Gracie se quedó helada.

– Hola, Gracie -gritó alegremente la Sra. Baines -. Hola, Bobby Tom.

La amplia sonrisa de Bobby Tom se hizo más amplia.

– Hola, Sra. Baines. ¿Hay alguien más ahí abajo?

– Solo el Pastor Frank de la iglesia baptista -contestó la esposa del alcalde.

Gracie dejó escapar un pequeño gritito de alarma.

Bobby Tom le despeinó el pelo y se rió ahogadamente en voz baja.

– Están bromeando, cariño.

– La sra. Frank y yo pensamos que la idea de un centro para personas de la tercera edad es maravillosa, señorita Snow. -El hueco de la escalera se llenó con el sonido profundo de una voz que era inequívocamente pastoral-. La iglesia baptista se compromete a ayudarla en su proyecto.

Con un gemido, Gracie se dejó caer en la cama, mientras Bobby Tom comenzaba a reírse tan fuerte que ella finalmente tuvo que golpearlo con una almohada.

Después, nunca pudo recordar con nitidez cómo consiguió bajar las escaleras para enfrentarse a varios de los más prominentes ciudadanos de Telarosa. Bobby Tom le llegó a decir que su actitud había sido como la de la Reina Isabel de Inglaterra sólo que más digna, pero nunca supo si creerle o no.

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