– Ha sabido todo el tiempo que no era una stripper, ¿verdad?
Bobby Tom cerró la puerta del estudio tras ellos.
– No con seguridad.
Gracie Snow no tenía un pelo de tonta.
– Creo que lo sabía -dijo ella firmemente.
Él señaló su blusa, y otra vez, ella vio arruguitas de risa en las esquinas de sus ojos de donjuán.
– Te has abrochado mal los botones de arriba. ¿Quieres que te ayude…? No, supongo que no.
Nada había salido como ella quería. ¿Qué había querido decir el amigo de Bobby Tom cuándo había dicho que esperaba que no estuviese embarazada también? Ella recordó un comentario que había oído sin intención a Willow sobre uno de sus actores que había estado involucrado en varios casos de paternidad hacía unos años. Debía referirse a Bobby Tom. Aparentemente era uno de esos hombres odiosos que se aprovechaban de las mujeres y luego las abandonaban. La molestó admitir que alguien tan inmoral la hubiera fascinado incluso momentáneamente.
Se giró para abrochar bien los botones y retomar su compostura. Mientras se recomponía, miró a su alrededor y se encontró frente al despliegue más colosal de ego que había presenciado nunca.
El estudio de Bobby Tom Denton era un santuario a la carrera futbolística de Bobby Tom Denton. Fotos mostrándolo en acción cubrían toda la superficie de las paredes de mármol gris. En algunas llevaba el uniforme de la Universidad de Texas, pero en la mayor parte de ellas llevaba el uniforme azul y dorado de los Chicago Stars. En varias de las fotos, estaba saltando, con los pies estirados y su delgado cuerpo curvado con gracia mientras arrancaba una pelota del aire. Había fotos en las que llevaba un casco azul adornado con tres estrellas doradas, caído bajo la línea de gol o en los entrenamientos, con un pie delante del otro tan graciosamente como un bailarín de ballet. También había una estantería donde se exhibían trofeos, elogios y títulos enmarcados.
Lo observó acomodarse con gracia perezosa en una silla ergonómica de cuero situada tras un escritorio de granito que parecía una caricatura de “los picapiedras”. Había un portátil gris y liso sobre la mesa junto a un teléfono de alta tecnología. Cogió una silla, fijándose en un grupo de fotografías de revistas enmarcadas, algunas eran del inicio de los partidos, besándose con una preciosa rubia. Gracie la reconoció por un artículo que había visto en People. Era Phoebe Somerville Calebow, la bella dueña de los Chicago Stars.
Sus ojos la recorrieron y arqueó una de las comisuras de su boca.
– No quiero herir tus sentimientos, cariño, pero soy un experto, así que no te lo tomes a mal, pero si lo que quieres es trabajar de noche, sería mejor que pensaras en buscar algo en un 7eleven que en ser stripper profesional.
Ella nunca había sido demasiado buena en miradas heladas, pero lo hizo lo mejor que pudo.
– Deliberadamente quiere avergonzarme.
Él se esmeró de la misma manera en parecer contrito.
– No le haría eso a una dama.
– Sr. Denton, como sospecho que sabe muy bien, estoy aquí en nombre de Windmill Studios. Willow Craig, la productora, me envió para…
– Ajá. ¿Quieres un vaso de champán o una Coca-Cola o algo por el estilo? -El teléfono comenzó a sonar, pero él lo ignoró.
– No, gracias. Se suponía que estaría en Texas hace cuatro días para empezar el rodaje de Luna sangrienta, y…
– ¿Y qué tal una cerveza? Ya he advertido que las mujeres beben bastante más cerveza de lo que pensamos.
– No bebo.
– ¿De verdad?
Estaba sonando pedante y seria, quizá no era la mejor manera de tratar con un hombre salvaje, e intentó otra táctica.
– No bebo, Sr. Denton, pero no tengo nada contra la gente que bebe alcohol.
– Soy Bobby Tom, querida. No respondo a ningún otro nombre.
Sonaba como un simple vaquero recién llegado, pero después de observarle someter a Julie al examen de fútbol, sospechó que era más listo de lo que fingía ser.
– Muy bien. Bobby Tom, entonces. El contrato que firmaste con Windmill Studios…
– No pareces el tipo de persona de Hollywood, señorita Show. ¿Cuánto llevas trabajando en Windmill?
Ella hizo tiempo jugueteando con sus perlas. Otra vez el teléfono comenzó a sonar y otra vez él lo ignoró.
– Soy asistente de producción desde hace un tiempo.
– ¿Exactamente cuánto tiempo?
Ella se rindió a lo inevitable, pero lo hizo con dignidad. Levantando visiblemente la barbilla, dijo-: Más o menos un mes.
– Ya veo -él estaba claramente divertido.
– Soy muy competente. Estuve anteriormente en un trabajo similar, así que tengo vasta experiencia en temas de gestión y también en relaciones interpersonales. -Y también en hacer figuras de barro, pintar cerdos cerámicos y tocar las “chicas de oro” al piano.
Él silbó.
– Me dejas impresionado. ¿Dónde trabajabas?
– Yo… eh… en la Residencia de Ancianos Shady Acres.
– ¿Un asilo? No es así. ¿Trabajaste allí mucho tiempo?
– Crecí en Shady Acres.
– ¿Creciste en un asilo? Que interesante. Había oído casos de gente que se crió en una penitenciaría, porque su padre era guardia allí, pero no había conocido a nadie que creciera en un asilo. ¿Trabajaban allí tus padres?
– Era de mis padres. Mi padre murió hace diez años y he ayudado a mi madre a dirigirlo desde entonces. Lo vendió recientemente y se mudó a Florida.
– ¿Dónde está ese asilo?
– En Ohio.
– ¿Cleveland? ¿Columbus?
– New Grundy.
Él sonrió.
– Creo que nunca he oído hablar de New Grundy. ¿Cómo acabaste en Hollywood?
A Grace le resultó difícil concentrarse en la cara que mostraba aquella sonrisa matadora, pero siguió adelante con resolución.
– Willow Craig me ofreció el trabajo porque necesitaba a alguien de confianza y se había quedado muy impresionada con el trabajo que realizaba en Shady Acres. Su padre estuvo ingresado allí hasta que murió el mes pasado.
Cuando Willow, que dirigía Windmill Studios, le había ofrecido un trabajo como asistente de producción, Gracie apenas había podido creer su buena suerte. Aunque era un empleo de bajo nivel y el sueldo era escaso, Gracie tenía intención de probar que podía ascender rápidamente en su nueva ocupación.
– ¿Hay alguna razón, Sr. Den…, esto, Bobby Tom, para que no te hayas presentado?
– Oh, hay una buena razón. ¿Quieres Jelly Bellys [4]? Creo que tengo un paquete en algún sitio del escritorio. -Él empezó a tocar a tientas las ásperas esquinas de granito-. Pero es difícil abrir estos cajones. Creo que necesitaré un cincel para abrirlos.
Ella sonrió. Se dio cuenta de que otra vez él había evitado contestar a su pregunta. Como estaba acostumbrada a comunicarse con personas cuyas mentes vagaban, lo intentó de otra manera.
– La casa es bastante rara. ¿Vives aquí desde hace mucho tiempo?
– Un par de años. No me gusta demasiado, pero la arquitecto está realmente orgullosa. Lo define como un tipo de Edad de Piedra urbana con influencia japonesa y tahitiana. Yo lo defino simplemente como feo. Aunque lo cierto es que a los de las revistas les suele gustar; la han fotografiado un montón de veces. -Abandonó la búsqueda de los Jerry Bells. Posó la mano sobre el portátil-. Algunas veces al llegar a casa me encuentro la calavera de una vaca al lado de la bañera o una canoa en la sala de estar, ese tipo de cosas extrañas que aparecen en las casas de las revistas aunque la gente normal nunca las tendría en sus casas.
– Debe ser difícil vivir en una casa que no te gusta.
– Tengo otras, así que no me importa demasiado.
Ella se sorprendió. A la mayoría de la gente que ella conocía les llevaba toda una vida pagar una casa. Quiso preguntarle cuantas poseía, pero sabía que no era sensato distraerse con ese tema. El teléfono comenzó a sonar otra vez, pero él le prestó poca atención.
– Ésta es tu primera película, ¿no? ¿Has querido desde siempre ser actor?
Él la miró sin comprender.
– ¿Actor? Oh, si…, desde hace mucho tiempo.
– Probablemente no eres consciente de que cada día que te retrasas supone miles de dólares. Windmill es un estudio pequeño e independiente, y no puede permitirse ese tipo de gasto.
– Que lo descuenten de mi sueldo.
La idea no parecía molestarle, y ella lo miró con atención. Él jugueteaba con el ratón que había sobre una almohadilla gris de espuma al lado del portátil. Sus dedos eran largos y huesudos y tenía las uñas pulcramente cortadas. La muñeca firme y desnuda sobresalía por el puño de la bata.
– Como no tienes experiencia ante la cámara, creí que podrías estar un poco nervioso sobre todo eso. Si te da miedo…
Él se enderezó tras el escritorio y habló, pero con una intensidad que ella no había oído en su voz hasta ese momento.
– Bobby Tom Denton no tiene miedo de nada, cariño. Recuérdalo.
– Todo el mundo tiene miedo a algo.
– No yo. Cuando te has pasado la mayor parte de tu vida frente a once hombres decididos firmemente a sacarte las tripas por la nariz, cosas como rodar películas no te impresionan demasiado.
– Ya veo. Bueno, ahora no eres futbolista.
– Oh, siempre seré futbolista, de una manera u otra. -Por un momento creyó detectar desolación en sus ojos, casi rayando la desesperación. Pero él había hablado tan seguro que pensó que lo había imaginado. Rodeó el escritorio hacia ella.
– Será mejor que llames a tu jefa y le digas que llegaré uno de estos días.
Bueno, finalmente la había enojado, irguiéndose sobre toda su estatura, de uno sesenta, le espetó-:
– Lo que le diré a mi jefa es que mañana por la tarde, volaremos los dos a San Antonio y luego nos dirigiremos a Telarosa.
– ¿Los dos?
– Sí. -Sabía que tenía que mostrarse firme con él desde el principio o tomaría ventaja sobre ella-. De otra manera, te verás envuelto en un proceso legal muy desagradable.
Él se frotó la barbilla entre el pulgar y el índice.
– Supongo que tú ganas, cariño ¿A qué hora es nuestro vuelo?
Ella lo miró con suspicacia.
– A las doce cuarenta y nueve.
– Vale.
– Te recogeré a las once en punto. -Desconfiaba de su repentina capitulación y sonó más como una pregunta que como una afirmación.
– Será más sencillo que nos encontremos en el aeropuerto.
– Te recogeré aquí.
– Eres muy amable.
Acto seguido, Bobby Tom la tomó por el codo y la condujo fuera del estudio.
Él se comportó como el anfitrión perfecto, mostrándole un gong de un templo del siglo dieciséis y una escultura de madera petrificada, pero en menos de noventa segundos, ella estaba sola en la acera.
Las luces resplandecían en las ventanas y la música se perdía en el aire perfumado de la noche. Cuando lo percibió, se entristeció. Ésta era su primera fiesta salvaje y, a menos que se equivocara mucho, la acababan de poner de patitas en la calle.
Gracie estaba de regreso en casa de Bobby Tom Denton a las ocho de la mañana siguiente. Antes de dejar el motel, había llamado a Shady Acres para tener noticias sobre la Sra. Fenner y el Sr. Marinetti. A pesar de cuanto había necesitado escapar de esa vida, aún se preocupaba por la gente que hasta hacía tres semanas había sido como de la familia y necesitaba saber que se encontraban perfectamente. También había llamado a su madre, pero Fran Show estaba a punto de salir para su clase de aeróbic y no había tenido tiempo para hablar.
Gracie aparcó el coche en la calle, oculto de la casa por unos arbustos pero con una buena vista del camino de acceso. La repentina amabilidad de Bobby Tom la noche anterior la había hecho desconfiar y no le iba a dar ni la más mínima oportunidad de engañarla.
Se había pasado la mayor parte de la noche alternando entre sueños perturbadoramente eróticos y desvelos nerviosos. Esa mañana mientras se daba una ducha, se había echado a sí misma una severa reprimenda. No servía de nada decirse que Bobby Tom no era el hombre más apuesto, sexy y excitante que había visto en su vida, porque lo era. Eso hacía todavía más importante que recordara que esos ojos azules, ese encanto perezoso y esa implacable afabilidad era una peligrosa combinación que ocultaba un ego monstruoso y una mente aguda. Tenía que andar con mucho tiento.
Sus pensamientos se interrumpieron al ver un rojo y antiguo Thunderbird descapotable saliendo por el camino de acceso. Habiendo anticipado exactamente ese tipo de traición, encendió el motor, apretó el acelerador, y adelantó su coche para cerrar la salida. Después apagó el motor y cogiendo el bolso, salió.
Las llaves de contacto tintineaban en el bolsillo de su último atentado a la moda: un vestido color mostaza con una amplia cintura con el que había esperado parecer eficaz y profesional pero que sólo la hacía parecer mayor y desaliñada. Los tacones de las botas vaqueras de Bobby Tom resonaron sobre el asfalto cuando se acercó a ella, cojeando por el camino. Nerviosamente, ella estudió su ropa. La camisa de seda, con palmeras púrpuras, estaba metida dentro de unos vaqueros perfectamente descoloridos e impecablemente deshilachados que moldeaban sus caderas estrechas y sus piernas esbeltas de corredor de una manera que hizo imposible que apartara los ojos de unas partes que era mejor que no mirara.
Se preparó a recibirlo mientras él echaba para atrás su stetson gris perla.
– Buenas, señorita Gracie.
– Buenos días -dijo ella enérgicamente-. No esperaba verte tan pronto después de la juerga de anoche. -Pasaron varios segundos mientras la contemplaba. Aunque sus ojos estaban medio cerrados, detectó una intensidad bajo esa indolencia que la hizo mostrarse cautelosa.
– Se suponía que vendrías a las once -dijo él.
– Sí, llego temprano.
– Ya veo, agradecería mucho que sacaras tu coche de la salida del camino de acceso. -Su voz era arrastrada y lenta y se contradecía con la débil tensión de las comisuras de sus labios.
– Lo siento, pero no puedo. Estoy aquí para escoltarte a Telarosa.
– No es mi intención ser maleducado, cariño, pero lo cierto es que no necesito guardaespaldas.
– No soy guardaespaldas. Soy tu escolta.
– Seas lo que seas, me gustaría que movieras el coche.
– Lo entiendo, pero si no te tengo en Telarosa el lunes por la mañana, tengo la certeza de que me despedirán, así que tengo que mantenerme firme en mi postura.
Él apoyó una mano sobre la cadera.
– Comprendo tu punto de vista, así que te daré mil dólares si coges ese coche y te vas. -Gracie clavó los ojos en él-. Que sean mil quinientos por las molestias.
Ella siempre había pensado que la gente asumía, simplemente mirándola, que era una persona honorable y la idea que de que él pudiera creer que ella era capaz de aceptar un soborno la ofendió mucho más que ser confundida con una stripper.
– No acepto ningún tipo de soborno -dijo ella lentamente.
Él soltó un largo suspiro de pesar.
– Pues es realmente una lástima porque, cojas mi dinero o no, me temo que no voy a estar en ese avión contigo esta tarde.
– ¿Quieres decir que vas a cancelar tu contrato?
– No. Simplemente, estoy diciendo que iré a Telarosa por mis medios.
Ella no se lo creyó.
– Firmaste ese contrato libremente. No sólo tienes obligación legal de cumplirlo a rajatabla, sino que además tienes obligación moral.
– Señorita Gracie, estás sonando como una maestra de catequesis.
Cerró los ojos.
Él soltó una carcajada y negó con la cabeza.
– Es cierto. La guardaespaldas de Bobby Tom Denton es una jodida maestra de catequesis.
– Te he dicho que no soy tu guardaespaldas. Soy simplemente tu escolta.
– Pues mucho me temo que entonces vas a tener que buscar otra persona a la que escoltar, porque yo he decidido conducir hasta Telarosa y tengo claro que una señoritinga como tú no iría a gusto en un T-Bird con un conductor como yo. -Él se dirigió hacia el coche de alquiler y se apoyó en la ventanilla del copiloto mirando dentro para buscar las llaves-. Me avergüenza decirte que no tengo la mejor reputación cuando se trata de mujeres, señorita Gracie.
Ella corrió tras él, haciendo un enorme esfuerzo para no clavar los ojos en esos vaqueros ceñidos y descoloridos que marcaban su trasero cuando él se inclinó hacia delante.
– No tienes tiempo de ir en coche hasta Telarosa. Willow nos espera allí por la tarde.
Él se enderezó y sonrió.
– Pues asegúrate de darle mis más afectuosos saludos cuando la veas. Y ahora, ¿mueves el coche?
– Ten por seguro que no.
Él inclinó la cabeza, la meneó con pesar, y luego, con un rápido movimiento cogió la correa del bolso de Gracie y la deslizó fuera de su brazo.
– ¡No tienes derecho a hacer eso, devuélvemelo! -Ella se abalanzó sobre él para recuperarlo.
– Seré muy feliz de hacerlo. Tan pronto encuentre las llaves de tu coche. -Él sonrió agradablemente mientras alejaba el bolso de su alcance y lo registraba rápidamente.
Ella ciertamente no iba a ponerse a pelear con él, así que usó su voz más severa.
– Sr. Denton, devuélveme mi bolso inmediatamente. Y por supuesto que estarás en Telarosa el lunes. Firmaste un contrato en el que…
– Perdona que te interrumpa, señorita Gracie, sé estás haciendo tu trabajo, pero ando muy escaso de tiempo. -Le devolvió el bolso sin haber encontrado lo que buscaba y se volvió para regresar hacia la casa.
Otra vez, Gracie salió corriendo tras él.
– Sr. Denton. Bobby Tom…
– ¿Bruno, puedes venir un momento?
Bruno salió del garaje, con un harapo mugriento en la mano.
– ¿Necesitas algo, B.T.?
– Si. -Se volvió hacia Gracie-. Perdona, señorita Snow.
Sin más advertencia que esa, puso las manos bajo sus brazos y comenzó a registrarla de arriba abajo.
– ¡No me toques! -Ella se retorció intentando escaparse, pero Bobby Tom Denton no se había convertido en el mejor receptor de la NFL sin saber mantener los objetos inmóviles y no se pudo mover cuando él comenzó a palmear sus costados.
– Podemos hacerlo fácil o difícil. -Las palmas de sus manos se pasearon sobre sus pechos.
Ella contuvo la respiración, demasiado estupefacta para moverse.
– ¡Sr. Denton!
Las comisuras de sus ojos se arrugaron.
– A propósito, tienes muy buen gusto en ropa interior. No te lo dije ayer de noche. -Siguió hacia su cintura.
Las mejillas le ardieron de vergüenza.
– ¡Detente ahora mismo!
Sus manos se detuvieron al tocar el bulto del bolsillo. Con una amplia sonrisa, cogió las llaves del coche.
– ¡Devuélveme eso!
– ¿Puedes apartar ese coche, Bruno? -Le tiró las llaves y luego ladeó el sombrero saludando a Gracie-. Me alegro de haberte conocido, señorita Snow.
Perpleja, lo observó caminar a grandes pasos hacia el Thunderbird y subirse en él. Ella comenzó a correr hacia él sólo para darse cuenta de que Bruno se metía en su propio coche.
– ¡No toques ese coche! -exclamó, cambiando inmediatamente de dirección.
Los motores del Thunderbird y de su coche volvieron a la vida a la vez. Mientras miraba impotentemente de un coche a otro -uno sobre el camino y otro bloqueando el camino- supo con una inquebrantable convicción de que si dejaba escapar a Bobby Tom, nunca lo alcanzaría otra vez. Tenía casas por todas partes y un ejército de lacayos para mantener alejada a la gente que no quería ver. Tenía que detenerle ahora o habría perdido su oportunidad para siempre.
Su coche de alquiler, con Bruno en el asiento del conductor, se desplazó hacia delante y dejó libre la salida del camino.
Ella corrió rápidamente hacia el Thunderbird.
– ¡No te vayas! ¡Tenemos que ir al aeropuerto!
– Que te vaya bien, corazón. -Con un gesto desenvuelto de su mano, Bobby Tom comenzó a mover su coche.
Por un instante se vio de regreso a Shady Acres aceptando el trabajo que los nuevos propietarios le habían ofrecido. Olió Ben Gay [5] y Lysol [6]; saboreó guisantes verdes y puré de patata recocidos cubiertos con una salsa amarilla gelatinosa. Vio pasar los años sin que nadie la advirtiera, con medias elásticas y pesadas chaquetas de punto mientras sus dedos artríticos tocaban Harvest Moon en el piano sin poder mantener el ritmo. Antes siquiera de poder disfrutar de su juventud, sería vieja.
– ¡No! -El grito vino de lo más profundo de su ser, del lugar donde sus sueños vivían, todos esos gloriosos sueños que desaparecerían para siempre.
Corrió hacia el Thunderbird, tanto como podía, con el bolso golpeando torpemente contra su costado. Bobby Tom había girado la cabeza para mirar el tráfico de la calle y no la vio llegar. Su corazón latía a toda velocidad. En un segundo se iría, sentenciándola a una vida de lúgubre monotonía. La desesperación le dio alas y corrió más rápido.
Él arrancó y acto seguido cambió de marcha. Ella aumentó la velocidad. El aire entraba rápidamente en sus pulmones, con boqueadas dolorosas. El Thunderbird comenzó a avanzar con ella a su lado. Con un sollozo, ella se lanzó de cabeza sobre la puerta del copiloto del descapotable.
– Ayyyyy, demonios.
El frenazo envió la parte superior de su cuerpo fuera del asiento. Sus manos y brazos golpearon contra la alfombrilla del suelo con sus pies todavía colgando sobre la puerta. Hizo una mueca de dolor mientras intentaba incorporarse. Sintió el aire frío contra la parte posterior de sus piernas y se percató de que su falda había bajado hacia su espalda. Mortificada, la buscó a tientas, al tiempo que seguía tratando de posicionarse en el coche.
Oyó una obscenidad particularmente ofensiva que era indudablemente común entre los futbolistas, pero que rara vez se oía en Shany Acres. Normalmente, era pronunciada en dos sílabas, pero el arrastrado acento texano de Bobby Tom la alargó a tres. Finalmente controló su falda y cayó jadeante sobre el asiento.
Pasaron varios segundos antes de que reuniera el suficiente coraje para mirarlo.
Él la contemplaba atentamente, con un codo apoyado en el volante.
– Sólo por curiosidad, cariño; ¿Has ido alguna vez al médico para que te dé unos tranquilizantes?
Ella giró la cabeza y lo miró directamente.
– Mira, esto es lo que hay, señorita Gracie, voy cuando quiero a Telarosa y de la manera que quiero.
Sus ojos le devolvieron la mirada.
– ¿Te marchas ahora?
– Tengo la maleta en el maletero.
– No te creo.
– Es la verdad. Ahora, ¿quieres abrir la puerta y salir?
Ella negó tercamente con la cabeza, esperando que él no se diera cuenta de lo cerca que estaba de rendirse.
– Tengo que ir contigo. Mi responsabilidad es llegar contigo a Telarosa. Es mi trabajo.
Un músculo palpitó en su mandíbula, y con nerviosismo, ella se dio cuenta de que finalmente había logrado quebrar su falsa amabilidad provinciana.
– No me hagas echarte afuera -dijo él con determinación.
Ella ignoró el escalofrío que subió por su columna.
– Siempre he pensado que es mejor solucionar los problemas con palabras en vez de por la fuerza.
– He jugado en la NFL, querida. La sangre es lo único que entiendo.
Con esas ominosas palabras, él se giró hacia su puerta, y ella supo que en pocos segundos, él llegaría a su lado, la cogería, y la echaría a la calle. Rápidamente, antes de que él pudiera bajar la manilla, ella agarró su brazo.
– No me eches, Bobby Tom. Sé que te irrito, pero te prometo que será todavía peor si no dejas que vaya contigo.
Él se volvió lentamente hacia ella.
– ¿Y exactamente cómo va a ser eso?
Ella no sabía lo que había querido decir. Había hablado impulsivamente porque no se podía enfrentar a la idea de llamar a Willow Craig para decirle que Bobby Tom iría por sus medios a Telarosa. Sabía demasiado bien cual sería la respuesta de Willow.
– Lo dicho, dicho está -contestó ella, esperando hacerle creer que tenía algo entre manos pero sin especificar qué.
– Generalmente cuando la gente dice que será todavía peor si alguien no hace algo, ofrecen dinero. ¿Es lo que me estás diciendo?
– ¡Claro que no! No creo en el soborno. Además, parece que tú tienes tanto dinero que no sabes que hacer con él.
– Si eso es cierto, ¿qué es lo que piensas hacer?
– Yo…, bueno… -Frenéticamente intentó buscar un soplo de inspiración-. ¡Conducir! ¡Eso es! Así podrás relajarte mientras conduzco. Soy muy buena conductora. Tengo el carnet desde los dieciséis años y nunca me han puesto una multa.
– ¿Y realmente estás orgullosa de eso? -Él negó con la cabeza con asombro-. Desafortunadamente, cariño, nadie salvo yo conduce mis coches. No, me temo que voy a echarte después de todo.
Otra vez, él fue a coger la manilla de la puerta, y otra vez, ella agarró su brazo.
– Seré tu copiloto.
Él pareció molesto.
– ¿Y para qué necesito un copiloto? He hecho el camino tantas veces que podría hacerlo con los ojos vendados. No, cariño, tendrá que ocurrírsete algo mejor que eso.
En ese momento, ella oyó un peculiar zumbido. Le llevó un momento darse cuenta que el Thunderbird tenía teléfono móvil.
– Pareces tener muchas llamadas. Las podría contestar por ti.
– Lo último que quiero es a alguien contestando mi teléfono.
Su mente buscó y rebuscó.
– Podría masajearte los hombros mientras conduces, para que no tengas contracturas. Soy muy buena masajista.
– Es una buena oferta, pero tienes que admitir que no compensa llevar un pasajero inoportuno hasta Texas. Hasta Peoría, puede ser, si haces un buen trabajo, pero no más allá. Lo siento, señorita Gracie, pero no me has ofrecido nada que haya captado mi interés.
Ella trató de pensar. ¿Qué tenía ella que un hombre mundano como Bobby Tom Denton pudiera encontrar interesante? Sabía organizar juegos, entendía de regimenes, sabia administrar medicinas y había escuchado suficientes batallitas de los residentes como para tener unos conocimientos medianamente buenos sobre la segunda Guerra Mundial, pero no creía que ninguna de esas cosas pudiera persuadir a Bobby Tom de cambiar de idea.
– Tengo una vista excelente. Puedo leer las señales de tráfico a distancias increíbles.
– Me estremeces, querida.
Ella sonrió con entusiasmo.
– ¿Eres consciente de lo fascinante que es la historia del Séptimo de Caballería?
Él le dirigió una mirada débilmente compasiva.
¿Cómo podía hacerle cambiar de idea? Por lo visto la noche anterior, él estaba interesado sólo en dos cosas, fútbol y sexo. Su conocimiento de deportes era mínimo, y en lo que respecta al sexo…
Sintió un nudo en la garganta cuando una idea peligrosa e inmoral se abrió paso en su cerebro. ¿Qué pasaría si ofrecía su cuerpo como trueque? Inmediatamente se horrorizó. ¿Cómo podía haber pensado tal cosa? Ninguna mujer inteligente, moderna y feminista consideraría… vamos, faltaría más… Para nada… Esa era definitivamente la consecuencia de tener demasiadas fantasías sexuales.
– ¿Por qué no? -Susurraba un diablillo en su oído-. ¿Para quién te reservas?
– ¡Es un libertino! -Recordó la lujuriosa parte de su naturaleza que se empeñaba en reprimir-. De todas maneras, no estaría interesado en mí.
– ¿Cómo lo sabrás si no lo intentas? -Replicó el diablillo-. Has soñado con algo así durante años. ¿No te prometiste que tener experiencia sexual sería una de las prioridades de tu nueva vida?
Una imagen pasó como un relámpago por su mente; Bobby Tom Denton descansando su cuerpo desnudo sobre el de ella. La sangre corrió a toda velocidad por sus venas y erizó su piel. Podía sentir sus manos firmes en los muslos, abriéndolos, bajo su toque…
– ¿Pasa algo, señorita Gracie? Te has puesto colorada. Como si alguien te hubiera contado un chiste verde.
– ¡Sólo piensas en el sexo! -gimió ella.
– ¿Qué?
– ¡Pues me niego a acostarme contigo sólo para que me dejes acompañarte! -Consternada, cerró la boca de golpe. ¿Qué había dicho?
Sus ojos brillaron.
– ¡Caramba!
Ella se quiso morir. ¿Cómo podía avergonzarse de esa manera? Tragó saliva.
– Perdona si he llegado a la conclusión incorrecta. Sé que soy fea y que no puedes estar interesado sexualmente en mí. -Se le puso la cara todavía más roja al darse cuenta de que estaba empeorando las cosas-. De todas maneras no estaría interesada… -agregó precipitadamente.
– Ay, Gracie, yo no veo a nadie feo.
– Estás siendo amable y lo agradezco, pero eso no cambia los hechos.
– Oye, ahora has avivado mi curiosidad. Puede que tengas razón sobre eso de ser fea, pero es difícil de asegurar dada la manera en que te cubres. Que yo sepa, puedes tener el cuerpo de una diosa escondido bajo ese vestido.
– Oh, no -dijo ella con brutal honradez-. Te puedo asegurar que mi cuerpo es muy ordinario.
Otra vez curvó la comisura de su boca.
– No me malinterpretes, pero confío en mi juicio un poco más que en el tuyo. Soy un experto.
– Ya lo he notado.
– Creo que ya te comenté anoche lo que me parecían tus piernas. -Ella se sonrojó y buscó una respuesta apropiada, pero tenía tan poca experiencia en hablar sobre si misma con un hombre que no supo que decir.
– Tú también tienes unas piernas muy bonitas.
– Vaya, gracias.
– Y también el pecho.
Él rompió en carcajadas.
– Joder, señorita Gracie, voy a llevarte un rato sólo por lo entretenida que eres.
– ¿Lo harás?
Él se encogió de hombros.
– ¿Por qué no? Me he aburrido mucho desde que me retiré.
Ella apenas podría creer que hubiera cambiado de idea. Lo oyó reírse entre dientes mientras recuperaba su maleta y le pedía a Bruno que devolviera el coche de alquiler. Sin embargo, su diversión se había desvanecido cuando se volvió a sentar detrás del volante y le dirigió una severa mirada.
– Pero no te llevo hasta Texas, así que quítate la idea de la cabeza. Me gusta viajar solo.
– Entiendo.
– Sólo un par de horas. Hasta la frontera. En cuanto me empieces a irritar, te dejo en el aeropuerto más cercano.
– Estoy segura que no será necesario.
– No apuestes por eso.