capítulo 5

El rancho Lanier había conocido días mejores. Un grupo de edificios de madera con la pintura desconchada se asentaba sobre la seca tierra frente al South Llano River. Las gallinas picoteaban el suelo bajo un viejo roble en el patio delantero. Al lado del granero, un molino con un aspa quebrada giraba lánguidamente bajo el calor de julio. Sólo los caballos bien alimentados en el corral tenían buena apariencia.

Los camiones y remolques de la compañía para hacer la película estaban aparcados cerca de la carretera, y Bobby Tom estacionó el Thunderbird al lado de un remolque gris recubierto de polvo. Cuando salieron del coche, Gracie divisó a Willow de pie al lado de una bobina de cables cerca del generador pórtatil; hablaba con un hombre delgado con pinta de estudioso que llevaba un portapapeles. Los miembros del equipo técnico trabajaban cerca del corral, ajustando unos grandes focos sobre robustos trípodes.

Willow observó como Bobby Tom, casi con dos semanas de retraso, avanzaba hacia ella. Estaba resplandeciente con los pantalones negros, la camisa color coral y un chaleco gris con un ribete de seda brillante. Había añadido una banda de piel de serpiente al stetson gris. Gracie esperaba con ansia que la lengua viperina de su jefa se ensañara con él.

– Bobby Tom.

Willow pronunció su nombre como si fuera poesía. Sus labios se curvaban en una suave sonrisa y sus ojos se encendieron con un placer soñador. Su lengua afilada parecían haberse esfumado y cuando dio unos pasos hacia delante, extendió los brazos para asir sus manos.

Gracie sintió que se sofocaba. Todos las pullas verbales que ella había soportado se abrieron paso en su mente. ¡Bobby Tom era recibido como un héroe cuando era el responsable de todo!

No podía soportar ver como Willow babeaba ante él. Cuando se giró, sus ojos cayeron sobre el Thunderbird. El polvo ensuciaba el rojo brillante y el parabrisas estaba salpicado por la sangre de los mosquitos, pero era el coche más hermoso que había visto nunca. Además de frustantes, los pasados cuatro días también habían sido mágicos. Bobby Tom y su Thunderbird rojo la habían transportado a un mundo nuevo y excitante. A pesar de los conflictos y discusiones, era lo mejor que le había pasado en la vida.

Se dirigió a la caravana de aprovisionamiento para coger una taza de café mientras esperaba que Willow dejara de postrarse a los pies de Bobby Tom. Una mujer de apariencia exótica, con pelo oscuro y largos pendientes plateados, se levantó tras el mostrador. Todo en ella era excesivo, el maquillaje de los ojos, la piel oscura y los brazos desnudos con infinidad de brazaletes de plata en las muñecas.

– ¿Quieres un donut con el café?

– No, gracias. No tengo hambre. -Gracie tomó una taza de poliestireno de una urna.

– Soy Connie Cameron. Te vi llegando con Bobby Tom. -Cuando la chica miró su traje azul marino, Gracie se dio cuenta de que había vuelto a vestirse incorrectamente-. ¿Hace mucho que lo conoces?

Por lo menos la mujer era amistosa, y Gracie decidió que era mejor aclarar cualquier malentendido desde el principio.

– Sólo unos días. Soy una de los ayudantes de producción. Lo escolté desde Chicago.

– Bonito trabajo si lo soportas. -La mirada de Connie era hambrienta al mirar a Bobby Tom a lo lejos-. Pasé algunas de las mejores momentos de mi vida con Bobby Tom Denton. Te aseguro que sabe como hacer que una mujer se sienta totalmente femenina.

Gracie no supo qué contestar a eso, así que sonrió y se llevó el café hasta una de las mesas plegables. Cuando tomó asiento, se obligó a expulsar a Bobby Tom de su mente y pensar en qué nuevas responsabilidades tendría a partir de ese momento. Como los ayudantes de producción estaban en la base de la pirámide, podía acabar trabajando en cualquier sitio, desde mecanógrafa, a chica de recados u otra docena más de trabajos. Cuando vió acercarse a Willow, esperó que su jefa no hubiera decidido enviarla de regreso a LA a trabajar en la oficina. No estaba preparada para que terminara su aventura y pensar en no volver a ver a Bobby Tom nunca le dolía de una manera muy definida…

Willow Craig rondaba los cuarenta años, era una mujer con la apariencia parca y hambrienta de una persona obsesionada por la dieta. Rebosaba energía frenética, fumaba un Marlboro tras otro y podía ser tan brusca que resultara ruda, pero Gracie la admiraba muchísimo. Se levantó para saludarla, pero Willow le hizo gestos de que volviera a sentarse y tomó asiento junto ella.

– Tengo que hablar contigo, Gracie.

La brusquedad de su tono intranquilizó a Gracie.

– De acuerdo. Estoy ansiosa por conocer mis nuevas funciones.

– Esa es una de las cosas de las que quiero hablar. -Sacó un paquete de Marlboro del bolsillo de su chaqueta color melotón-. Sabes que no estoy nada contenta con la manera en que resolviste tu última tarea.

– Lo siento. Lo hice lo mejor que pude, pero…

– Cuentan los hechos, no las excusas. Es lo único que vale en este negocio. El que hayas tardado tanto en traer a nuestra estrella ha resultado sumamente costoso.

Gracie reprimió todas las explicaciones que pugnaban por salir de sus labios y dijo, simplemente:

– Me doy cuenta de eso.

– Sé que él puede resultar muy dificil, pero te contraté porque creía que sabías manejar a ese tipo de gente. -Por primera vez, su voz fue menos afilada y miró a Gracie con un rastro de simpatía-. Soy parcialmente culpable. Sabía que carecías de experiencia y te contraté de todas maneras. Lo siento, Gracie, pero tengo que despedirte.

El color desapareció del rostro de Gracie.

– ¿Despedirme? -murmuró-. No.

– Me caes bien, Gracie, y sabe Dios que fuiste mi salvación cuando papá se estaba muriendo en Shany Acre y yo estaba tan ocupada. Pero no llegué donde estoy siendo sentimental. Tenemos un presupuesto muy ajustado y no hay sitio para gente que no funciona. Te contratamos para que hicieras algo y no pudiste hacerlo. -Su voz fue muriendo según se ponía en pie-. Lo siento. Si pasas por la oficina que tenemos en el hotel puedes recoger tu cheque.

Y sin más, Willow se dio media vuelta.

El sol caía a plomo sobre la cabeza de Gracie. Quiso girar la cabeza y dejar que la quemara para no tener que afrontar lo que más temía. La habían despedido.

A lo lejos, Bobby Tom salió de uno de los remolques seguido por una joven con una cinta de medir alrededor de su cuello. Ella se rió de algo que él dijo, y le respondió con una sonrisa tan íntima que casi sintió como la chica se enamoraba de él. Quiso gritarle, advertirla de que esa sonrisa suya se la mostraba hasta a los del peaje de la autopista.

Cansada miró un Lexus plateado que acababa de llegar. El conductor apenas había parado el vehículo cuando la puerta se abrió repentinamente y una mujer rubia y elegantemente vestida salió de un salto. Otra vez la sonrisa de rompecorazones de Bobby Tom surcó su cara. Corrió hacia la mujer y la envolvió en sus brazos.

Con ganas de atacarlo, Gracie se dio media vuelta. A ciegas tropezó con una maraña de cables, sin prestar atención a donde iba, sólo sabía que quería estar sola. Al otro lado de los camiones del equipo, vio un cobertizo al lado de un coche oxidado. Deslizándose detrás de la desvencijada estructura, se acercó a una sombra y se apoyó contra la áspera madera.

Con la cabeza enterrada entre las manos, sintió como todos sus sueños se desvanecían y la embargó la desesperación. ¿Por qué había intentado lo que no podía ser? ¿Cuándo aprendería a aceptar sus limitaciones? Era una mujer fea en un pueblo pequeño, no una salvaje aventurera a la conquista del mundo. Sintió como si un puño gigante estrujara su pecho, pero no se podía permitir llorar. Si comenzaba, nunca podría detenerse. El resto de su vida se extendía ante ella como algunas de esas carreteras interminables por las que había viajado. Cuantas esperanzas para acabar así.

No supo cuanto tiempo había estado allí antes de que el graznido de un megáfono atravesara su sufrimiento. Su traje abrigaba demasiado para una calurosa tarde de julio y la blusa se le pegaba a la piel. Levantándose, miró el reloj sin verdadero interés y vió que había pasado alrededor de una hora. Tenía que ir hasta Telarosa para recoger el cheque de su salario. No tenía ningún motivo para quedarse allí más tiempo, ni siquiera por la maleta que tenía en el maletero de Bobby Tom. Ya arreglaría que la recogiera alguien de la oficina.

Recordó haber visto una señal de tráfico indicando que Telarosa estaba sólo a seis kilómetros al oeste. Ciertamente podría caminar hasta allí y ahorrarse la indignidad de pedirle a alguien de Windmill que la llevara. Puede que la hubieran despedido, se dijo a si misma, pero no acabarían con lo que le quedaba de orgullo. Enderezando los hombros, comenzó a caminar hacia la carretera y se puso en marcha por el polvoriento camino.

Apenas habían pasado quince minutos cuando se dio cuenta de que había menospreciado seriamente sus fuerzas. La tensión de los últimos días, las noches sin dormir, la preocupación, las comidas de las que sólo había picoteado un poco la habían dejado exhausta y sus zapatillas negras no estaban diseñadas para caminar ni la distancia más corta. Pasó una camioneta y levantó el brazo para protegerse del polvo. Menos de seis kilómetros se dijo a sí misma. No estaba tan lejos.

El sol se estaba poniendo y el cielo mostraba un color rojizo. Los matorrales al lado del camino se veían resecos y quebradizos. Se quitó la chaqueta del traje y la puso sobre el brazo. Estirándose, veía tramos del río, pero estaba demasiado lejos para aliviar el calor. Tropezó, pero rápidamente recuperó el equilibrio. Cuando levantó la vista, esperó que las aves que volaban por encima en círculos no fuera buitres.

Obligándose a ignorar la sed y la ampolla que se le había formado en el talón, intentó decidir que hacer. Su cuenta bancaria era penosamente exigua. Aunque su madre la había animado a quedarse con la mayor parte del dinero de la venta del asilo, Gracie se había negado porque quería asegurarse que su madre tenía dinero de sobra para el resto de su vida. Ni siquiera ahora lamentaba no haberse quedado con algo más. Pero tendría que regresar a New Grundy inmediatamente.

Se le torció el tobillo en la irregular calzada, pero siguió andando. Sentía como si llevara algodón en la garganta y estaba bañada en sudor. Oyó un coche llegando por detrás y automáticamente levantó el brazo para proteger sus ojos del polvo.

El coche, un Lexus plateado, se paró a su lado y la ventanilla del copiloto se bajó.

– ¿Quiere que la lleve?

Gracie reconoció al conductor, era la rubia que había visto abrazada a Bobby Tom algunas horas antes. Era mayor de lo que había pensado, algo más de cuarenta años. Parecía rica y sofisticada, del tipo que bebía agua de vichy entre los partidos de tenis del club de campo y dormía con un receptor cuando su marido estaba de viaje. Gracie no quería tener que tratar con otra de las mujeres Bobby Tom, pero estaba demasiado acalorada y cansada para negarse.

– Gracias. -Cuando abrió la puerta y se acomodó en el fresco interior gris, se vio envuelta por el aroma de un perfume caro y la música rítmica de Vivaldi.

A excepción de una alianza, las manos de la mujer estaban libres de joyas, pero unos enormes diamantes del tamaño de guisantes brillaban intensamente en los lóbulos de sus orejas. Llevaba el suave pelo peinado a lo paje, el estilo preferido de las ricas y un cinturón dorado cinchaba holgadamente un traje de chaqueta blanco. Era delgada y hermosa y las débiles arruguitas de los ojos únicamente la hacían parecer más sofisticada. Gracie nunca se había sentido más desaliñada.

La mujer oprimió el boton del volante para elevar la ventanilla.

– ¿Va a Telarosa, Señorita…?

– Snow. Sí, voy. Pero por favor, llámeme Gracie.

– De acuerdo. -Su sonrisa era acogedora, pero Gracie sintió cierta reserva. La correa de su reloj de oro brilló bajo la luz del sol cuando bajó el volumen de la radio.

Sabía que la mujer debía sentir curiosidad de por qué estaba andando por la carretera y se reafirmó en la creencia de que no tenía por qué darle explicaciones. Por otra parte, su infelicidad personal no era excusa para comportarse con descortesía.

– Gracias por recogerme. Estaba más lejos de lo que había pensado.

– ¿Dónde quieres que te deje? -Su acento era claramente sureño, pero no era más que un deje. Si no hubiera presenciado personalmente como su rescatadora se abalanzaba sobre Bobby Tom, Gracie hubiera creído que esa mujer representaba la clase y la educación.

– Voy al Hotel Cattleman, si no la pilla demasiado lejos.

– Por supuesto que no. Asumo que trabajas en la compañía de la película.

– Trabajaba. -Tragó saliva, pero no pudo contener las palabras-. Me acaban de despedir.

Pasaron unos largos segundos.

– Lo siento.

Gracie no quería su compasión, así que habló con brío.

– Y yo. Había esperado que resultara de otra manera.

– ¿Te gustaría hablar sobre ello?

Su rescatadora logró sonar compasiva y respetuosa, y Gracie sintió como respondía a su amabilidad. Ya que tenía mucha necesidad de desahogarse, decidió que, siempre que no revelase demasiado, sería un alivio hablar con alguien.

– Trabajaba como ayudante de producción para Windmill Studios -dijo con cautela.

– Suena interesante.

– No es un trabajo demasiado importante, pero necesitaba cambiar mi vida y me sentí afortunada de que me contrataran. Había esperado aprender el negocio y ascender. -Apretó los labios-. Desafortunadamente, topé con un mujeriego egocéntrico, irresponsable y egoista y me despidieron.

La mujer giró bruscamente la cabeza y miró a Gracie con desilusión.

– Oh, por el amor de Dios, ¿qué hizo Bobby Tom esta vez?

Gracie clavó los ojos en ella. Estaba tan alarmada que pasaron unos segundo antes de que pudiera decir:

– ¿Cómo ha sabido de quien hablaba?

La mujer arqueó suavemente una ceja.

– Tengo experiencia. Créeme, no ha sido dificil deducirlo.

Gracie la miró con curiosidad.

– Lo siento. ¿No me he presentado? Soy Suzy Denton.

Gracie trató de pensar. ¿Era posible que esa mujer fuera su hermana? Al mismo tiempo se acordó de la alianza de su dedo. Una hermana casada no tendría el mismo apellido.

El estómago le dio un vuelco ¡Esa serpiente mentirosa! Y después de toda esa conversación sobre los exámenes de fútbol.

Luchando contra el mareo, dijo:

– Bobby Tom no mencionó que estuviera casado.

Suzy la miró con ojos amables.

– No soy su esposa, querida. Soy su madre.

– ¿Su madre? -Gracie no se lo podía creer. Suzy Denton parecía demasiado joven para ser su madre. Y demasiado respetable-. Pero usted no es una… -se detuvo al darse cuenta de lo que había estado a punto de decir.

La alianza de Suzy sonó contra el volante cuando dio un duro golpe.

– ¡Voy a matarlo! ¿Anduvo contando otra vez esa historia de que yo era puta, no?

– ¿La historia de que era puta?

– No te preocupes de herir mis sentimientos. Ya la he oido antes. ¿Te contó que lo ponía en evidencia cuando iba borracha a sus partidos de secundaria o que lo avergonzaba haciéndole proposiciones a su entrenador delante de todos sus compañeros de equipo?

– No dijo nada de su entrenador.

Suzy negó molesta con la cabeza y luego, para sorpresa de Gracie, sus labios se curvaron en una sonrisa.

– Es culpa mía. Sé que dejaría de decirlo si insistiese, pero… -un atisbo de tristeza se coló en su voz-. siempre he sido, tan, pero que tan respetable.

Alcanzaron un cruce, y Suzy frenó ante un stop. En el valle de la derecha, Gracie vio varios edificios industriales cubiertos por un letrero negro con letras doradas que ponía Tecnológias Electrónicas Rosa.

– Y para que conste, estuve felizmente casada con el padre de Bobby Tom durante treinta años hasta que él se mató en un accidente de coche hace cuatro años. Mientras mi hijo crecía, actué como una buena madre; cuando estuvo en los Scouts, en los cumpleaños y en los partidos. Contra todo lo que dice, Bobby Tom tuvo una educación muy convencional.

– No parece lo suficientemente mayor para ser su madre.

– Tengo cincuenta y dos años. Hoyt y yo nos casamos una semana después de que acabé la secundaria y Bobby Tom nació nueve meses más tarde.

Parecía casi diez años más joven. Como siempre, estar con alguien tan diferente de sí misma avivó la curiosidad de Gracie y no pudo evitar preguntar:

– ¿Lamentó haberse casado tan joven?

– Nunca. -Le dirigió a Gracie una sonrisa conocedora-. Bobby Tom es el vivo retrato de su padre.

Gracie la entendió por completo.

Suzy estaba muerta de curiosidad. Gracie casi la veía preguntarse cómo el rompecorazones de su hijo se había enredado con una simple ratoncita con las ropas desaliñadas y mal pelo. Pero ahora que Gracie sabía con quien hablaba, ya no podría quejarse de su comportamiento.

Atravesaron las vias del tren y entraron en el centro del pueblo. Gracie inmediatamente vio que Telarosa estaba ocultando sus carencias lo mejor que podía. Dejando aparte el hecho de que muchas de las tiendas estaban cerradas, el consejo municipal utilizaba los escaparates para su exposición. Había proyectos artesanales en lo que había sido una zapatería y carteles anunciando coches en una librería abandonada. El toldo del cine cerrado anunciaba: ¡FESTIVAL DE HEAVEN, EN OCTUBRE TODO EL MUNDO ESTARÁ AQUÍ! Por otra parte, varias de las tiendas parecían nuevas: Una galería de pintura con una exposición del viejo oeste, una joyería anunciando plata hecha a mano, una casa victoriana que había sido convertida en un restaurante mexicano llena de mesas de hierro forjado en el porche.

– Bonito pueblo -comentó Gracie.

– En Telarosa va mal económicamente, pero nos queda Tecnologías Electrónicas Rosa para mantenernos. Pasamos por delante al entrar en el pueblo. Desafortunadamente, su nuevo dueño parece decidido a cerrarla y llevar el trabajo a otra planta cerca de San Antonio.

– ¿Qué pasará entonces?

– Telarosa morirá -dijo Suzy con sencillez-. El alcalde y el consejo municipal están tratando de promocionar el turismo para que eso no ocurra, pero estamos tan aislados que será muy dificil.

Pasaron un parque con grandes macizos de flores y un antiguo roble dando sombra a la estatua de un héroe de la guerra. Gracie se sintió increíblemente egoísta. Sus problemas parecían pequeños comparados con el desastre que se avecinaba sobre ese agradable pueblo.

La carretera se curvó y Susy se detuvo en el camino de acceso a la entrada del Hotel Cattleman. Apagó el motor y quitó el pie del freno.

– Gracie no sé que ha pasado entre Bobby Tom y tú, pero sé que él no es malo. Si te ha molestado de alguna manera, estoy segura de que te pedirá perdón.

Ni en sueños, pensó Gracie. Cuando Bobby Tom supiera que la habían despedido daría un salto de alegría e invitaría a cenar a todo el pueblo.

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