capítulo 22

Gracie se detuvo tras pasar la puerta del comedor más pequeño del club, donde la fiesta estaba en su apogeo. Mientras deportistas aguerridos y bellas mujeres se arremolineaban a su alrededor, se sintió por un momento como si hubiese sido teletransportada a la noche en que había conocido a Bobby Tom. Aunque no había jacuzzi a la vista, reconoció la atmósfera festiva y parte de la gente.

Su viejo traje azul marino acrecentaba la sensación déja vu, y como había llegado a amar sus hermosas ropas, se sentía todavía más desaliñada y con la ropa más grande que esa noche. También había recuperado sus prácticos zapatos negros, dejando la cara limpia de maquillaje y sujetando el pelo hacia atrás con un par de útiles horquillas. Esa noche, sin más, no había sido capaz de sumergirse en la imagen que había conseguido Bobby Tom, por mucho que le gustara esa imagen de sí misma. Especialmente no se había podido poner el vestido negro de coctel con el que había querido deslumbrarlo. En su lugar se había despojado de todo hasta llegar a ser la persona que había sido antes de que él hubiera jugado a ser Pygmalion con su vida.

Él nunca sabría lo difícil que había sido para ella acudir esa noche y sólo por el hecho de que siempre aceptaba sus responsabilidades se había obligado a ir. Él aún no la había visto. Estaba enfrascado en la conversación que mantenía con una encantadora belleza rubia que a Gracie le recordó a Marilyn Monroe en pleno apogeo. Era un poco mayor que Bobby Tom y lucía un espectacular vestido plateado con una raja hasta medio muslo. Bobby Tom la miraba con tal afecto que Gracie sintió una presión en el pecho. Ese era exactamente el tipo de mujer con el que él se casaría algún día, una mujer tocada por el mismo polvo de estrellas que lo había tocado a él la mayor parte de su vida.

La rubia pasó el brazo alrededor de la cintura de Bobby Tom y descansó la mejilla contra su chaqueta. Cuando él correspondió al abrazo, Gracie la reconoció como a Phoebe Calebow, la encantadora dueña de los Chicago Stars y anterior jefa de Bobby Tom. Recordó las fotos de los periódicos en las que lo besaba antes de los partidos y se preguntó por qué dos personas tan afines no habían terminado juntas.

En ese momento él levantó la mirada y vió a Gracie. La confusión de sus ojos fue reemplazada, casi inmediatamente, por la contrariedad, y quiso gritarle: ¡ésta soy yo, Bobby Tom! ¡Soy así! Una mujer corriente que fue lo suficientemente tonta para creer que le podía dar algo a un hombre que ya tenía todo.

Phoebe Calebow levantó la cabeza y miró en su dirección. Gracie no podía postergarlo más. Enderezando los hombros, se dirigió hacia ellos, un patito feo acercándose a dos cisnes dorados.

El cisne masculino la miraba ceñudamente con sus plumas doradas encrespadas.

– Llegas tarde, ¿dónde te has metido y por qué demonios te has vestido así?

Gracie le ignoró simplemente porque no tenía fuerzas para hablarle directamente. Ignorando las desagradables garras de los celos que se clavaban en su piel, extendió la mano hacia Phoebe.

– Soy Gracie Snow.

Esperaba el helado desprecio que una mujer tan encantadora debería sentir por alguien tan desaliñado como ella, pero la sorprendió ver una combinación de cordialidad y viva curiosidad en sus ojos.

– Phoebe Calebow -dijo devolviéndole el apretón de manos-. Me alegro mucho de conocerte, Gracie. Me enteré de vuestro compromiso la semana pasada.

– Lo cierto es que fue una sorpresa para todo el mundo -dijo Gracie rígidamente, sin saber que hacer con esa mujer que parecía una diosa sexual pero que se sentía tan cálida y acogedora como la Madre Tierra.

– Definitivamente eres un encanto.

Gracie la miró con suspicacia, pensando que estaba haciendo un chiste a su costa, pero Phoebe parecía hablar absolutamente en serio.

– Las gemelas van a estar desoladas. Mis hijas estaban convencidas que él esperaría a que crecieran y entonces, de alguna manera, se casaría con las dos. Tenemos cuatro hijos -explicó-, incluido un bebé de tres meses. Aún le doy el pecho, así que lo hemos traído con nosotros. Está en casa de Suzy con una canguro.

Bobby Tom pareció alarmado.

– Te lo juro, Phoebe, si comienzas a hablar de lactancia, me voy corriendo de aquí.

Phoebe se rió entre dientes y le palmeó el brazo.

– Bienvenido a la vida de casados. Te acostumbrarás a esto.

Gracie apartó con fuerza la imagen que apareció en su mente de los bebés de Bobby Tom, niñitos alborotadores a los que sería tan imposible resistirse como a su padre. Había pensado que no podría sentir más dolor, pero la idea de unos hijos de Bobby Tom que no fueran suyos hizo que la envolviera una fría oleada de sufrimiento.

La gente comenzaba a dirigirse hacia el comedor cuando un hombre grande y guapo que parecía tener alrededor de cuarenta y cinco años, apareció por detrás de Phoebe y la tomó por los hombros.

– Si quieres hacer algún fichaje, cariñito, estás en el lugar adecuado. Esta noche hay un par de jugadores realmente buenos entre toda esa gente y no parecen demasiado satisfechos con su equipo actual.

Phoebe se puso en guardia inmediatamente. Al mismo tiempo, echó la cabeza hacia atrás y miró al hombre con tal ternura que Gracie quiso llorar. Bobby Tom algunas veces la miraba así, pero no significaba lo mismo.

– Gracie, éste es mi marido, Dan Calebow. Era el entrenador de Bobby Tom. Dan, Gracie.

Calebow sonrió.

– Mucho gusto, Señorita. Oí algo interesante. -Miró a Bobby Tom-. Alguien comentó que tu prometida anda por aquí, Don Estrella de Cine. No me puedo creer que por fin hayas decidido a casarte. ¿Cuándo me la vas a presentar?

Phoebe le tocó la mano.

– Gracie es la prometida de Bobby Tom.

Calebow ocultó rápidamente la sorpresa.

– Bien, es todo un placer. Y tú pareces una chica muy agradable. La acompaño en el sentimiento, madam. -Sus intentos de disimular su metedura de pata con humor no aliviaron la tensión. Gracie era normalmente hábil para hablar de cualquier cosa, incluso en los casos más dificiles, pero sentía como si se le hubiera pegado la lengua al paladar y permaneció callada delante de ellos, desafiante, vulgar y silenciosa.

Finalmente habló Bobby Tom.

– Si nos perdonais unos minutos, Gracie y yo tenemos que hablar de unas cosas.

Phoebe los disculpó.

– Adelante. Quiero hacer algún tanteo antes de que todo el mundo se siente.

Bobby Tom asió el brazo de Gracie y empezó a alejarla del comedor para lo que ella estaba segura sería una bronca abrasadora, pero antes de que pudieran estar a solas, un hombre enorme de pelo oscuro, nariz aguileña y boca delicada lo agarró.

– Me has estado ocultando cosas, B.T. Acabo de oír que te casas. ¿Dónde está la afortunada señorita?

Bobby Tom rechinó los dientes.

– Ésta es la afortunada señorita. -Ese hombre no fue tan hábil como Dan Calebow para ocultar sus sentimientos y se mostró claramente escandalizado. Gracie sintió el brazo de Bobby Tom sobre los hombros y, si no lo hubiera conocido mejor, habría pensado que se estaba mostrando protector.

– Gracie, éste es Jim Biederot. Fue el quarterback de los Star durante un montón de tiempo. Eramos realmente buenos cuando jugábamos juntos.

La incomodidad de Biederot fue obvia.

– Encantado de conocerte, Gracie.

Luther apareció por detrás de ellos, ahorrando a Gracie la necesidad de contestar.

– El pastor Frank está a punto de dar la bienvenida. Venga, moveos.

Gracie podía sentir la frustración de Bobby Tom mientras Luther los empujaba hacia el comedor.

– Hablaremos luego -la advirtió por lo bajo-. No creas que vas a librarte.

Para Gracie, la cena se hizo interminable, aunque los demás parecían estar pasando un buen rato. La gente comenzó a levantarse de las mesas poco después de que se sirviera el plato principal y sabía que ella había sido el tema principal de conversación. Estaba segura de que ninguno de sus amigos podía entender que estuviera comprometido con un pequeño y soso gorrión, especialmente cuando parecía no saber hablar.

Aunque Bobby Tom no lo mostró, obviamente lo había avergonzado, y él nunca creería que no lo había hecho deliberadamente. Incluso ahora ella no quería lastimarle. Él no podía evitar ser como era, lo mismo que ella no había podido ponerse ropa elegante y maquillaje esa noche.

Los de Telarosa se sintieron insultados y perplejos por su apariencia y silencio. Era como si se hubiera presentado borracha en vez de simplemente no haberse arreglado. Suzy quiso saber si estaba enferma, Toolee Chandler la siguió al cuarto de baño y le preguntó si se había vuelto loca por aparecer así y Terry Jo la buscó a la salida para regañarla duramente por avergonzar a Bobby Tom.

Gracie no pudo soportarlo más.

– Bobby Tom y yo ya no estamos comprometidos.

Terry Jo abrió la boca con sorpresa.

– Pero, Gracie, no puede ser. Es obvio para todo el mundo lo enamorados que estáis.

Repentinamente, eso fue más de lo que ella pudo aguantar. Sin contestar, se dio la vuelta y salió a toda prisa del edificio.

Una hora más tarde, oyó el ruido sordo de unas botas subiendo las escaleras de su apartamento de dos en dos, y luego un puño duro contra su puerta. Se mantuvo en silencio vestida con la blusa blanca y la falda azul marino. Había estado sentada en su dormitorio en la oscuridad intentando decidir qué hacer con su futuro. Se levantó de la silla, encendió la luz y se pasó una mano por el pelo, libre ahora de las horquillas. Tratando de componerse, atravesó la sala y abrió la puerta.

Incluso ahora, tuvo que contener el aliento al verlo, maravilloso y robándole espacio con su mera presencia. Los brillantes de la pechera de su camisa color lavanda refulgían intensamente como planetas distantes y nunca le había parecido hasta ahora más alejado de una existencia terrenal.

Había esperado su cólera, pero no su preocupación. Él se quitó el stetson mientras entraba.

– ¿Qué te pasa, cariño? ¿Estás enferma?

Alguna parte suya, innoble y cobarde estuvo tentada a decir que sí, pero estaba hecha de otra pasta y nego con la cabeza.

Él empujó la puerta para cerrarla con un duro ruido sordo y se enfrentó a ella.

– Entonces será mejor que me digas que crees que estabas haciendo esta noche. Llegas pareciendo un demonio y luego permaneces callada todo el tiempo. ¡Y para rematarlo le dices a Terry Jo que ya no estamos comprometidos! Todo el pueblo lo sabe a estas alturas.

Ella no quería pelearse con él. Sólo quería dejar el pueblo y encontrar un lugar tranquilo donde lamerse las heridas. ¿Cómo le podía hacer entender que ella le hubiera dado cualquier cosa que le hubiera pedido, pero sólo si se lo hubiera podido dar libremente?

La miró con ira, todo su encanto había sido sustituido por una cólera crujiente.

– No voy a jugar a las preguntas contigo, Gracie. Acabo de dejar plantadas a un montón de personas que me están haciendo un favor y quiero saber por qué elegiste esta noche para avergonzarme.

– Hoy me enteré de que eres tú quien paga mi sueldo.

El primer indicio de cautela apareció en sus ojos.

– ¿Y qué más da?

El hecho de que él tratara quitarle importancia a eso, mostraba lo poco que la entendía e hizo que el dolor fuera más afilado. ¿Cómo había podido creer, aunque fuera por un momento, que la amaba?

– ¡Me mentiste!

– No recuerdo haber comentado nunca quién pagaba tu sueldo.

– ¡No juegues conmigo! Tú sabes cómo me siento sobre aceptar tu dinero, pero te dio exactamente lo mismo.

– Estabas trabajando para mí. Te lo ganaste.

– ¡No había trabajo, Bobby Tom! Tuve que buscar cosas que hacer.

– Eso es una locura. Has estado trabajando un montón de tiempo para organizar el torneo de golf.

– Solo eso. ¿Qué pasa con el tiempo de antes de que me dedicara a eso? ¡Me pagabas por no hacer nada!

Él lanzó el sombrero sobre una silla

– Eso no es cierto, y no sé por qué le das tanta importancia. Iban a despedirte, y, a pesar de lo que digas, necesitaba un ayudante. Es así de simple.

– Si es tan simple, entonces, ¿por qué no me lo ofreciste sin rodeos?

Él se encogió de hombros y se dirigió rodeándola hacia la pequeña cocina del fondo de la sala.

– ¿Tienes Alka-Seltzer?

– Porque sabías que diría que no.

– Ésta es una conversación ridícula. Willow te iba a despedir por mi culpa. -Abrió la alacena de encima del fregadero.

– Así que me contrataste por piedad, porque pensabas que era demasiado incompetente para cuidar de mí misma.

– Eso no es así. ¡Estás tergiversando mis palabras! -Dejó de buscar en la alacena-. Trato de entenderlo, pero sigo sin ver el problema.

– Sabías lo importante que era para mí y no te importó nada.

Fue como si ella no hubiera abierto la boca. Él rodeó el mostrador que separaba la cocina de la sala de estar, quitándose la chaqueta mientras hablaba.

– Quizá sea mejor que todo se haya aclarado por fin. He estado considerando la idea y este es probablemente tan buen momento como cualquier otro para que hagamos unos arreglos más permanentes. -Lanzó la chaqueta sobre una silla-. Salimos para Los Angeles en un par de semanas y he decidido contratarte como ayudante a jornada completa por el triple de lo que cobras ahora. Y no comiences a actuar como si no te fueras a ganar el sueldo. No voy a tener tiempo de atender mis asuntos si me paso diez horas diarias en un estudio de sonido.

– No puedo hacerlo.

– Lo cierto es que estaba pensando en que te fueras tú antes y buscaras algo agradable donde pudiéramos vivir. -Se sentó en el sofá y apoyó las botas en la mesita de café-. Creo que estaría bien que tuviera una bonita piscina, ¿no te gustaría? y que también tenga buena vista. Cómprate un coche mientras estés allí; Vamos a necesitar otro.

– No hagas esto, Bobby Tom.

– Y deberías tener más ropa, así que te abriré una cuenta de gastos. Nada de comprar en outlets, Gracie. Te vas a Rodeo Drive y te compras lo mejor.

– ¡No voy a ir a Los Angeles contigo!

Él se sacó la camisa de la cinturilla de los pantalones y comenzó a abrir los botones brillantes.

– Y esa idea tuya, la de la Fundación, no es que me vaya a comprometer por ahora porque aún pienso que es una locura, pero dejaré que intentes convencerme a ver si lo consigues. -Puso los pies sobre el suelo y se abrió la camisa lavanda sobre su pecho desnudo-. Me tengo que levantar a las cinco de la mañana, cariño, así que a no ser que me quieras ver hacer el ridículo en el campo de golf, será mejor que nos vayamos ya a la cama.

– Acortando la distancia entre ellos, empezó a desabotonar la blusa de Gracie.

– No estás oyendo nada de lo que digo. -Trató de alejarse, pero él la sujetó firmemente.

– Eso es porque hablas demasiado. -Le bajó la cremallera de la falda y la empujo al dormitorio.

– No voy a ir a L.A.

– Claro que sí. -Casi la tiró para sacarle los zapatos, tirándolos a un lado junto con la falda. Después tironeó de sus pantys. Ella se quedó delante de él con bragas, sujetador y la blusa abierta.

– Por favor, Bobby Tom, escucha.

Sus ojos la acariciaron.

– Compláceme. Eso es lo que dijiste que querias hacer, ¿verdad? -Se llevó las manos a la cremallera de sus pantalones y la bajó.

– Sí, pero…

Él agarró su brazo.

– No hables más, Gracie. -Todavía vestido, aunque con la camisa y los pantalones abiertos, la derribó sobre la cama y cayó sobre ella.

El desasosiego se apoderó de ella cuando él abrió sus piernas e introdujo la rodilla entre sus muslos.

– ¡Un momento!

– No hay razón para esperar. -Sus manos tiraron de sus bragas y la liberó de su peso mientras se las sacaba. Sintió sus nudillos contra su hueso púbico cuando él se liberó.

– ¡Esto no me gusta! -gimió ella.

– Dame un minuto y te gustará.

Él estaba usando el sexo para evitar hablar con ella y lo odió por ello.

– ¡Dije que no me gusta! Quítate de encima.

– Vale. -Atrapándola entre sus brazos, rodó sobre sí mismo para colocarla encima de él, pero mantuvo su trasero tan apretado y empujó tan insistentemente contra ella que no se sintió más libre.

– ¡Así no!

– Decídete. -Él rodó para colocarla bajo él otra vez.

– ¡Basta!

– No quieres que me detenga y lo sabes. -Su pecho musculoso la presionó contra el colchón mientras la cogía por la parte de atrás de las rodillas y las separaba bruscamente, dejándola abierta y vulnerable. Cuando sintió que sus dedos la tanteaban, cerró la mano en un puño y le golpeó en la parte trasera de su cabeza tan fuerte como pudo.

– ¡Ay! -Él aulló de dolor y rodó para salir de encima de ella, llevándose la mano a la cabeza-. ¿Y ahora por qué haces eso? -gimió indignado.

– ¡Gilipollas! -Ella fue a por él, golpeandolo con sus puños a pesar del dolor de su mano. Él se tumbó en la cama y ella golpeó todo lo que tenía a su alcance. Él levantó los brazos para evitar los golpes, gritando cuando daba en algún punto sensible, pero sin tratar de sujetarla.

– ¡Basta! ¡Eso duele, maldita sea!¡Ay! ¿Qué te sucede?

– ¡Maldito seas! -Sus manos palpitaban del dolor. Le dio un último golpe y se sentó sobre los talones. Jadeaba cuando agarró firmemente la blusa y la cerró. Su asalto no había sido causado por el sexo, había sido por el poder, y en ese momento lo odió.

Él levantó los brazos y la miró con precaución.

Ella salió de la cama y buscó la bata que colgaba en la parte de atrás de la puerta. Sus manos dolían tanto que tenía dificultades para cogerla.

– Quizá sería mejor que habláramos, Gracie.

– Largo de aquí.

Ella oyó el ruido del colchón y el sonido de sus pasos cuando salió de la habitación. Presionando las manos contra su regazo se dejó caer en la cama reprimiendo un sollozo. Finalmente todo había acabado entre ellos. Ese mismo día había sabido que tenía que pasar, pero nunca hubiera imaginado que acabaría tan amargamente.

Ella se tensó al oírlo regresar a la habitación.

– Te dije que te fueras.

Él puso algo frío entre sus manos, cubitos de hielo envuelto en una tela. Su voz sonó dura y ligeramente ronca, como si lo hiciera a través de un lugar lleno de humo.

– Esto debería evitar que se hincharan.

Ella miró fijamente el trozo de hielo porque no lo podía mirar. Su amor por él siempre había sido algo cálido y bueno, pero ahora lo sentía agobiante.

– Por favor, vete.

Su voz fue apenas un susurro.

– Nunca en mi vida hice nada así a ninguna mujer. Gracie, lo siento. Daría cualquier cosa del mundo para borrar lo que ha ocurrido.

El colchón se hundió a su lado.

– No soportaba oír que no venías conmigo y tenía que hacer que dejaras de hablar. ¿Por qué haces esto, Gracie? Lo pasamos bien juntos. Somos amigos. No hay ninguna razón para que se vaya todo al garete por un malentendido.

Ella finalmente se permitió mirarle y se sintió herida por la tristeza de sus ojos.

– Es bastante más que un malentendido -murmuró ella-. Ya no puedo estar contigo.

– Por supuesto que puedes. Nos divertiremos a lo grande en L.A. Y tan pronto como se termine la película, he estado pensando que deberíamos llevar a mi madre a un crucero.

En ese momento supo que tenía que ser honesta con él. Necesitaba encontrar el valor para decirle lo que había en su corazón, no porque pensara que cambiaría algo, sino porque ella nunca podría seguir adelante si no lo hacía. Tomando el toro por los cuernos dijo las palabras más dificiles que nunca había tenido que pronunciar.

– Te amo, Bobby Tom. Te he amado casi desde el principio.

Él no pareció sorprendido por su declaración y esa aceptación fue como otro cuchillazo. Se dio cuenta de que él lo había sabido todo el tiempo y, que al contrario de lo que había fantaseado, no le correspondía.

Él acarició su mejilla con el pulgar.

– No te preocupes, cariño. Ya he pasado esta experiencia antes y lo podremos manejar.

Su voz fue un chirrido seco.

– ¿Experiencia con qué?

– Con esto.

– ¿Con una mujer diciéndote que te ama?

– Caray, Gracie, es sólo una de esas cosas. No quiere decir que no podamos ser amigos. Somos amigos. Es probable que seas la mejor amiga que tuve nunca.

La estaba lastimando y ni siquiera lo sabía.

– Mira, Gracie, no tiene que cambiar las cosas. Si hay algo que he aprendido durante todos estos años es que mientras tratemos el tema de manera amistosa, no hay necesidad de ningún tipo de escándalo o escenita. Todavía podemos seguir siendo amigos.

Los cubitos de hielos se clavaron en sus manos palpitantes.

– ¿Sigues siendo amigo de las demás mujeres que te dijeron que te amaban?

– De la mayor parte. Y quiero que sea así contigo. Y ahora, de verdad, no creo que tengamos que seguir hablando de esto. Seguiremos como estábamos y todo se arreglará. Ya lo verás.

La declaración de amor que la había destrozado interiormente no era más que una ridiculez para él. Si había necesitado alguna prueba de lo poco qué significaba para él, acababa de tenerla y se sintió humillada y aturdida.

– ¿Aún piensas que voy a aceptar ese trabajo que me ofreces?

– Estarías loca si no lo hicieras.

– ¿No entiendes nada, verdad? -Las lagrimas brotaron de sus ojos.

– Mira, Gracie…

– No acepto el trabajo -dijo ella con suavidad-. El lunes me vuelvo a New Grundy.

– ¿No estás de acuerdo con el sueldo? Bueno, lo negociaremos.

– Deja de hablar, no sabes nada sobre el amor. -Las lágrimas cayeron y rodaron por sus mejillas. Tomó la cadena que sostenía el anillo de la Super Bolw y la sacó por su cabeza y la puso sobre la palma de su mano-. Te amo, Bobby Tom y te amaré hasta el día que me muera. Pero nunca he estado en venta. Siempre me dí libremente.


*****

Lentamente, Bobby Tom dio unas largas zancadas para atravesar el patio trasero. En la mitad se detuvo para admirar la luna, por si acaso Gracie lo veía por la ventana, pero no podía apurar todo lo que quería porque estaba teniendo problemas para respirar. Siguió caminando hacia la puerta trasera, obligándose a seguir el paso. Incluso trató de silbar, pero tenía la boca demasiado seca. Sentía como si el anillo que llevaba en el bolsillo estuviera haciéndole un agujero en la cadera; Quería coger la jodida cosa y tirarla tan lejos como pudiera.

Cuando entró en la casa, cerró la puerta y se apoyó contra ella, cerrando los ojos con fuerza. La había pifiado y ni siquiera sabía cómo. ¡Maldita sea! Era él el único que precipitaba las cosas. ¡Era él quien decidía cuando era el momento de terminar una relación! Pero ella no lo entendía. Nunca había entendido ese tipo de cosas. ¿Quién seria tan tonto como para rechazar una oportunidad así por regresar a un pueblo de mierda a vaciar orinales?

Se apartó con fuerza de la puerta y miró a través de la cocina. No iba a sentirse culpable por esto. Era Gracie quien lo había alejado y que fuera ella la que se arrepintiera, no él. Así que lo amaba. Por supuesto que lo amaba; no lo podía evitar. ¿Pero se había parado a pensar siquiera un minuto cómo se sentía él? Que él se preocupara por ella no parecía importar. Ella pensaba que era muy sensible, pero no se había parado a pensar ni una sola vez en sus sentimientos. Era la mejor amiga que había tenido nunca, pero ni siquiera le importaba.

La puerta del dormitorio dio contra la pared cuando la abrió bruscamente. ¡Maldita sea! Si Gracie creía que iba a caer rendido a sus pies, podía esperar sentada, porque no iba a ir tras ella. Le había dicho que no se iría hasta el lunes y el supo que estaría en la celebración de la noche siguiente porque era quien dirigía la rifa de la colcha de Arbor Hills y siempre se tomaba muy en serio sus responsabilidades. Bueno, pues que se preparara.

Antes de acostarse, iba a llamar a Bruno para que mandara unos cuantos de sus antiguos ligues. La noche siguiente, en el Hoedown [17], tenía intención de estar rodeado por bellas mujeres. Haría que Gracie Snow viera exactamente qué dejaba atrás. Cuando ella tuviera que quedarse en la línea de fondo como un maldito patito feo mientras él estaba con todos esos trofeos sexuales pendientes de él, recuperaría la cordura. Una dosis de realidad era exactamente lo que ella necesitaba. Antes de darse cuenta, lo buscaría para decirle que lo había reconsiderado. Y como la quería tanto como amiga, ni siquiera la haría arrastrarse ante él.

Miró desoladamente la cama vacía. La noche siguiente ella habría aprendido la lección. Sabría donde estaban los límites. ¡Se enteraría de que ninguna mujer en su sano juicio dejaba a Bobby Tom Denton!

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