Bobby Tom se quitó el stetson, se pasó los dedos por el pelo y echándose hacia atrás miró a Willow con ojos fríos y penetrantes.
– Dime si no le he entendido bien. ¿Me estás diciendo que has despedido a Gracie porque no me trajo el lunes?
Estaban al lado del remolque de producción. Eran las seis pasadas, y acababan de terminar el rodaje por ese día. Bobby Tom se había pasado la mayor parte del día sudando por el calor o con alguien arreglándole el pelo. Por ahora el trabajo no le atraía, esperaba que al día siguiente se pusiera más interesante. Lo único que él había rodado había sido salir por la puerta trasera de la casa, mojarse la cabeza con un cubo de agua y caminar hacia el corral. Lo habían fotografiado desde cada ángulo posible y el director, David Givens, parecía satisfecho.
– Tenemos un presupuesto muy ajustado -contestó Willow-. No hizo su trabajo, así que la despedí.
Bobby Tom inclinó la cabeza y se frotó la ceja con el pulgar.
– Willow, me temo que no has entendido algo que Gracie comprendió desde que me conoció.
– ¿El qué?
– Soy completamente irresponsable.
– Por supuesto que no.
– Lo soy. Te aseguro que soy inmaduro, indisciplinado y egocéntrico, más un niño que un hombre, aunque apreciaría que no lo comentases por ahí.
– Eso no es cierto, Bobby Tom.
– Lo cierto es que nunca pienso en nadie salvo en mí mismo. Probablemente te lo debería haber contado desde el principio, pero mi agente no me dejó. Voy a ser honesto contigo. Si tengo que tener a alguien a mi alrededor para mantenerme bajo control, me temo que hay muchas posibilidades de que tú no puedas.
Ella toqueteó su pendiente, algunas mujeres lo hacían cuando estaban nerviosas.
– Supongo que Ben podría hacerlo. -Señaló a uno de los chicos.
– ¿Ese que parece bobo con un sombrero de los Rams? -Bobby Tom la miró con incredulidad-. ¿Piensas en serio que haría caso a un hincha de los Rams? Cariño, gané mis anillos de la Super Bowl jugando en un equipo de verdad.
Claramente, Willow no sabía que hacer.
– Pareces haber impresionado a Maggie. Te la asignaré.
– Es una chica agradable, esa Maggie. Desafortunadamente, saltan chispas entre nosotros cada vez que nos miramos, cada vez que me enredo con una mujer, puedo hacer que haga cualquier cosa. No lo digo por jactarme, entiéndeme, sólo para informarte. Dudo que Maggie pueda encargarse de mí mucho tiempo.
Willow lo miró con ojos perspicaces.
– Si estás intentando que vuelva a contratar a Gracie, te puedes ir olvidando. Es evidente que ella no te puede controlar.
Bobby Tom la miró boquiabierto como si ella hubiera perdido el juicio.
– ¿Estás bromeando? Esa mujer podría dar lecciones a un guardia de prisión. Mira, si dependiese de mí, probablemente no hubiera llegado aquí hasta octubre. Lo cierto es que tuve que visitar a un tío en Houston, y pensamos que era antiamericano pasar por Dallas sin visitar el rodeo de Mesquite. También necesité un corte de pelo, y el único barbero en el que confío está en Tallahassee. Pero la Señorita Gracie siguió insistiendo y no pude deshacerme de ella. Ya la has visto. No me digas que no es como una de esas solteronas que dan inglés en secundaria.
– Ahora que lo dices… -Willow pareció percatarse que la había acorralado e inmediatamente retrocedió-. Entiendo lo que tratas de hacer, pero me temo que no te servirá de nada. He tomado una decisión. Gracie está despedida.
Él suspiró.
– Disculpa, Willow. Sé lo ocupada que estás y estoy haciendote perder tu tiempo y el mío. -Su sonrisa se volvió más tierna, su voz más suave, pero sus ojos eran tan fríos como bloques de hielo-. Voy a necesitar una ayudante personal y quiero que sea Gracie.
– Ya veo. -Bajó los ojos consciente de que había recibido un ultimátum-. Entonces te diré lo que hay. Si la vuelvo a contratar, tendré que despedir a otra persona, andamos mal de presupuesto.
– No hay necesidad de despedir a nadie. Yo pagaré su sueldo, aunque será mejor que lo guardemos en secreto. Gracie es muy pesada con el tema del dinero. ¿Cuánto le pagais?
Willow se lo dijo.
Él negó con la cabeza.
– Ganaría más repartiendo pizzas.
– Es un empleo de principiante.
– No quiero ni suponer a donde iba a llegar aceptando ese empleo de principiante. -Se empezó a dirigir hacia el Thunderbird y después se paró.
– Una cosa más, Willow. Cuando hables con ella, quiero que le dejes una cosa totalmente clara. Dile a Gracie que está a mi cargo. Al cien por cien. Su único propósito en esta vida es tenerme contento. Soy el jefe y hace lo que yo le digo. ¿Lo has entendido?
Ella lo miró con desconcierto.
– Pero eso es contrario a todo lo que dijiste antes.
Él le dirigió esa amplia sonrisa que derretía a las mujeres.
– No te preocupes por eso. Gracie y yo ya nos arreglaremos.
A las nueve de la noche, Willow todavía no había encontrado a Gracie, y ni siquiera el brutal entrenamiento al que Bobby Tom se había sometido en el gimnasio que había montado al lado del apartamento sobre el garaje había aliviado su frustración ante su incompetencia. Después de refrescarse en la ducha, se sentó en la tumbona del dormitorio de su casa de madera blanca que se asentaba en una pequeña arboleda a las afueras de Telarosa. La había comprado tres años atrás para no molestar a su madre cuando volvía a casa. En ese momento, el teléfono comenzó a sonar. Lo ignoró y dejó que el contestador automático saltara. La última vez que lo había mirado, el aparato había registrado diecinueve mensajes.
En las últimas horas, le habían hecho una entrevista para The Telarosa Timer, Luther había aparecido por la puerta para dar la vara sobre el Festival de Heaven, dos de sus viejas novias, junto con una mujer que no conocía, se habían presentado para invitarle a cenar, y su entrenador de secundaria le había preguntado si podía ir a uno de los entrenamientos de la semana siguiente. Lo que realmente quería era comprarse la cima de una montaña perdida en alguna parte y sentarse allí solo hasta que pudiera tolerar de nuevo a la gente otra vez. Lo habría hecho si no odiase tanto estar solo. Recordó que tenía treinta y tres años y que lo único que no podía ser era futbolista. Sólo recordarlo le hacía pensar que ya no sabía quién era.
Aún no se podía explicar por qué no se había deshecho de Gracie allá por Memphis, quizás porque aún seguía sorprendiéndolo. Estaba loca, pensó, recordando la manera en que había saboteado su coche y se había tirado delante de las ruedas. Pero además era simpática. Lo mejor de Gracie era que no importaba lo loca que estuviera, no lo aburría como muchas otras personas.
Cuando estaba con ella, no tenía que agotar toda su energía en tratar de ser él mismo. Y además lo divertía muchísimo, y en ese momento de su vida, eso era suficiente.
¿Dónde diablos estaba? Entre su inocencia y su maldita curiosidad, probablemente ya se habría metido de lleno en algún follón. Según Willow, nadie del pueblo sabía dónde estaba, sólo que había recogido el cheque de su salario en el hotel y se había ido. Él todavía tenía su maleta en el maletero. Aunque cualquier cosa que estuviera allí debía ser quemada por el bien de la humanidad. Excepto su ropa interior. Durante su strip-tease y cuando había saltado sobre la puerta de su coche, no había dejado de notar que Gracie tenía debilidad por la ropa interior bonita.
Impulsando sus piernas por un lado de la tumbona, se levantó y comenzó a vestirse. No quería que la gente de Telarosa pensasen que el éxito se le había subido a la cabeza, así que sustituyó sus Levi’s por unos Wranglers, luego se puso una camiseta azul claro, un chaleco negro de tela vaquera y unas botas. Antes de salir de la habitación agarró un sombrero vaquero del armario. Hasta ahora había logrado evitar entrar en el pueblo, pero con Gracie perdida, sabía que no lo podía posponer más.
Con una combinación de desesperación y resignación, se encaminó hacia un pequeño cuadro de una bailarina, la descolgó y marcó la combinación de la caja fuerte que ocultaba. Cuando la abrió, extrajo un joyero azul marino de terciopelo y levantó la tapa con el pulgar.
Dentro estaba el segundo anillo que había conquistado al ganar la Super Bowl [12].
El logotipo del equipo, tres estrellas doradas rodeadas de un círculo azul, estaba tallado en lo alto del anillo, las puntas de las estrellas eran diamantes blancos, mientras que el centro de cada estrella era un diamante amarillo algo más grande. Más diamantes formaban el número de la Super Bowl en cifras romanas y el año. Era grande y llamaba la atención, requisito imprescindible de cualquier anillo de la Super Bowl que se preciara.
Bobby Tom apretó los labios cuando lo deslizó en su mano derecha. Aunque siempre había sentido aversión por la joyería masculina llamativa, su reacción no se basaba en la estética. En primer lugar, llevar ese anillo lo hacía sentirse como uno de esos jugadores retirados con los que había tratado durante años; hombres que todavía trataban de vivir como si estuvieran en sus días de gloria cuando ya deberían haber dejado el pasado atrás. Bobby Tom recordó, que desde que se había roto la rodilla, nunca había querido volver a tocar ese anillo otra vez. Llevarlo puesto era un recordatorio de que ya había vivido los mejores años de su vida.
Pero ahora estaba en Telarosa -era el hijo predilecto de un pueblo moribundo- y lo que él sentía no importaba. En Telarosa tenía que llevar el anillo en el dedo, como todos sus predecesores, porque él sabía lo que significaba para todos los habitantes del pueblo.
Entró en la sala de estar y se acercó a una mesa redonda situada entre dos sillas doradas. La sobrefalda de la mesa tenía impresas flores rosa y lavanda sobre un fondo verde. Encima había un cenicero lleno con pequeños trozos de pétalos secos, justo al lado de una figura de cupido y unas caja de porcelana china. Bobby Tom la abrió y cogió las llaves de su camioneta.
Después de cerrar la caja de porcelana, miró a su alrededor y comenzó a sonreír. Paseó la vista por el papel de la pared color pastel, las cortinas de listas color caramelo recogidas a los lados de las ventanas. Los mullidos sofás de cretona con volantes que rozaban la alfombra; se recordó no dejar nunca más que una mujer que estuviera enfadada con él decorara su casa
Todo en esa habitación era femenino, rosa, floreado o tenía un volante. Algunas veces las cuatro cosas a la vez; aunque la decoradora -una antigua novia- había tenido cuidado de que no empalagara. Como no quería que ninguno de sus colegas se partiera de risa al verla, nunca había permitido que ninguna revista de decoración fotografiara el interior de esa casa en particular. Irónicamente, era la única que le gustaba realmente. Aunque no lo admitiría delante de nadie, esa casa tan cursi lo relajaba. Había pasado tanto tiempo en enclaves exclusivamente masculinos que entrar en ese lugar siempre lo hacía sentir como si estuviera de vacaciones. Desafortunadamente, al minuto de salir por la puerta principal, sus vacaciones terminaban.
En el espacioso garaje de detrás de la casa estaba aparcado el Thunderbird junto con su camioneta Chevy. Había instalado encima un gimnasio así como un pequeño apartamento donde alojaba a todas las visitas que no se pensaban dos veces presentarse en su casa de improviso sin avisar. Una pareja del pueblo se encargaban de todo cuando él no estaba, lo cual era la mayor parte del tiempo, porque estar en ese lugar que amaba más que cualquier otro del mundo era más doloroso de lo que podía aguantar.
Encendió el motor y condujo la camioneta por el camino de grava hacia la carretera. Al otro lado de la carretera, se veía la pista de aterrizaje que había hecho construir en el terreno sobrante. El Baron estaba guardado en un pequeño hangar al lado de la carretera, en medio de mesquites y nopal.
Dejó pasar un camión lleno de cerdos. Después, salió a la carretera asfaltada. Recordó todas esas noches de verano cuando sus amigos y él hacían carreras de coches en esa misma carretera. Luego bajaban al South Llano donde bebían demasiado y acababan vomitando. A los diecisiete años, había aprendido que no tenía estómago para el alcohol y no había sido un gran bebedor desde entonces.
Pensar en el río le recordó las noches que Terry Jo Driscoll y él habían pasado allá abajo. Terry Jo había sido su primera novia real. Ahora estaba casada con Buddy Baines. Su mejor amigo durante toda la secundaria, pero cuando Bobby Tom saltó al mundo, Buddy no había ido con él.
Alcanzó los límites del pueblo y vio el letrero que habían puesto cuando lo habían nombrado “Americano del año” su segundo año en la Universidad de Texas.
TELAROSA, TEXAS
POBLACIÓN 4.290
HOGAR DE BOBBY TOM DENTON
Y DE LOS TITANS DE TELAROSA
Se había hablado de quitar su nombre del cartel cuando había fichado por los Chicago Stars en vez de por los Cowboys. Había sentado mal en el pueblo ver como su hijo predilecto elegía Chicago en vez de Dallas, y cada vez que se acercaba la fecha de su renovación por los Stars, había recibido una serie de llamadas de los ciudadanos más prominentes urgiéndole a recordar sus raices. Pero le había encantado jugar en Chicago, especialmente después de que Dan Calebow se hubiera convertido en su entrenador. Además los Stars le pagaban los suficientes millones como para compensar la vergüenza de jugar con un equipo yanqui.
Pasó por delante de la pequeña urbanización donde vivía su madre. Ahora asistía a una Junta Educativa, pero habían hablado antes por teléfono y habían quedado pasar algún tiempo juntos el fin de semana. Hasta hacía poco, había pensado que su madre había asimilado la muerte de su padre. Había aceptado la presidencia de la Junta Educativa y participaba de voluntaria en varias organizaciones locales. Últimamente, sin embargo, había comenzado a pedirle opinión sobre cosas que no se la había pedido nunca: Si tenía que reparar el tejado o dónde debería ir de vacaciones. Aunque la quería mucho y se desvivía por ella, su creciente dependencia era inusual y le preocupaba.
Cruzó los carriles del ferrocarril, mirando hacia el depósito de agua elevado decorado con la T naranja del Instituto de Telerosa y luego bajó la vista a la Calle Mayor. La publicidad del Festival de Heaven en el toldo del viejo teatro Palace le recordó que tenía que llamar a sus compañeros uno de esos días para invitarlos al torneo de golf. Hasta ahora había rumiado la lista en su cabeza sólo para tener callado a Luther.
La panadería había cerrado desde su última visita, pero La cocinilla de Bobby Tom estaba todavía funcionando, junto con el Lavacoches Qwik de BT y La tintorería Limpieza en seco Denton. No todos los negocios de Telarosa llevaban su nombre, aunque algunas veces lo parecía. Hasta donde él sabía, nadie del pueblo había hablado nunca de un contrato de licencia, y si alguno lo había pensado, lo había descartado como una de esas gilipolleces de izquierdas. En Chicago, que los negocios usaran su nombre le habían proporcionado casi un millón de dólares al año, pero los ciudadanos de Telarosa lo usaban libremente sin pensar en pedir permiso.
Podía haber finalizado todo eso -si fuera cualquier otro lugar, lo habría hecho- pero estaba en Telarosa. La gente de ese pueblo creía que él era propiedad suya y los argumentos y explicaciones carecían de importancia.
Las luces del garaje de Buddy estaban apagadas, así que dobló la esquina hacia la pequeña casa de madera donde vivía su antiguo mejor amigo. Tan pronto como la camioneta pisó el camino de acceso, la puerta principal se abrió de golpe y Terry Jo Driscoll Baines salió corriendo.
– ¡Bobby Tom! -Él sonrió ampliamente mientras recorría con la mirada su cuerpo pequeño y regordete. Después de dos bebés y demasiados pastelillos, ella había perdido su figura, pero a sus ojos, era una de las chicas más bonitas de Telarosa.
Él saltó del camión y le dio un abrazo.
– Hola, cariño. ¿Pero alguna vez estás fea?
Ella le dio un golpe cariñoso.
– Eres un payaso. Estoy gorda como un cerdo y no me importa en absoluto. Vamos. Déjame verlo.
Él obedientemente extendió su mano para que ella pudiera ver su último anillo y ella dejó escapar un chillido de deleite que podría haberse oído en el supermercado de Fenner.
– ¡Guauuu! Es tan precioso que me ciega. Es más bonito que el anterior. Mira todos esos diamantes. ¡Buddy! ¡Buuuddyyy! ¡Bobby Tom está aquí, ven a ver su anillo!
Buddy Baines bajó lentamente del porche donde había estado esperando mientras los observaba. Por un momento sus miradas se encontraron y décadas de recuerdos flotaron entre ellos. Luego Bobby Tom vio el familiar resentimiento.
Aunque ambos tenían treinta y tres años, Buddy parecía más viejo. El pelo oscuro del arrogante quarterback que había conducido a los Titans a la gloria del fútbol había comenzado a escasear, pero aún era un hombre guapo.
– Hola, Bobby Tom.
– Buddy.
La tensión entre ellos no tenía nada que ver conque Bobby Tom hubiera estado antes con Terry Jo. Sus problemas habían comenzado porque aunque Buddy y Bobby Tom había llevado al instituto de Telarosa al campeonato de institutos de Texas, el único que había sido fichado por la Universidad y posteriormente se había hecho profesional era Bobby Tom. Incluso así, eran el uno para el otro su más viejo amigo, y ninguno de ellos lo había olvidado nunca.
– Buddy, mira el último anillo de Bobby Tom.
Bobby Tom se lo sacó del dedo y se lo tendió.
– ¿Quieres probártelo?
Con cualquier otro hombre, habría sido como frotar sal en una herida abierta, pero no era así en ese caso. Él sabía que Buddy creía que al menos un par de esos diamantes le pertenecian, y Bobby Tom lo creía también. ¿Cuántos miles de pases le había lanzados Buddy durante años? Cortos, largos, en los entrenamientos, sobre el campo. Buddy le había lanzado balones desde que tenían seis años y vivían el uno al lado del otro.
Buddy tomó el anillo y se lo puso en su dedo.
– ¿Cuánto cuesta un anillo como éste?
– No sé. Un par de miles, supongo.
– Ya, bueno, eso es lo que pensaba. -Buddy hizo como si valorara uno de esos caros anillos todos los días cuando Bobby Tom sabía que Terry Jo y él apenas tenían para llegar a fin de mes-. ¿Quieres entrar y tomar una cerveza?
– Esta noche no puedo.
– Vamos, B.T. -dijo Terry-. Tengo que hablarte de una amiga mia, Glenda. Acaba de divorciarse y sé que eres exactamente lo que ella necesita para olvidarse de sus problemas.
– Lo siento, Terry Jo, pero ha desaparecido una amiga mia y estoy preocupado por ella. ¿No le habrás alquilado un coche a una chica flaca con un pelo espantoso, no, Buddy? -Además de poseer el taller, Buddy tenía la franquicia de coches de alquiler del pueblo.
– No. ¿Forma parte de la gente de la película?
Bobby Tom asintió con la cabeza.
– Si la veis, apreciaría que me llamárais. Temo que se haya metido en algún problema.
Él charló con ellos unos minutos más y prometió oir todo lo de Glenda en su siguiente visita. Cuando se estaba yendo, Buddy sacó el anillo de la Super Bowl de su dedo y se lo tendió a Bobby Tom.
Bobby Tom no lo tomó.
– Voy a estar realmente ocupado los próximos dos días, y me temo que no voy a poder tener tiempo para ver pronto a tu madre. Sé que querrá verlo. ¿Por que no te lo quedas unos días y se lo enseñas tú? Lo recogeré el fin de semana.
Buddy asintió con la cabeza como si lo que Bobby Tom hubiera propuesto sólo lo apropiado y se volvió a meter el anillo en el dedo.
– Estoy seguro de que te lo agradecerá.
Después de haber eliminado la posibilidad de que Gracie hubiera alquilado un coche, Bobby Tom fue a hablar con Ray Don Horton, que poseía el depósito de coches de Greyhound, luego con Donnell Jones, el único taxista del pueblo, y, finalmente, con Josie Morales, que se pasaba la mayor parte de su vida sentado sobre las escaleras y vigilando lo que hacía todo el mundo. Como había jugado al fútbol tanto con niños negros como blancos o hispanos, Bobby Tom siempre se había movido libremente entre los límites raciales y étnicos del pueblo. Había invitado a todos a su casa y comido en sus mesas; se había sentido a gusto en todas partes, pero a pesar de su red de contactos, nadie con quien habló había visto a Gracie. Todos ellos, sin embargo, expresaron su desilusión de que no llevara el anillo y todos o tenían una chica que presentarle o necesitaban un préstamo.
A las once, Bobby Tom estaba convencido de que Gracie había hecho algo tan estúpido como irse en coche con un desconocido. Sólo pensarlo lo sacaba de quicio. La mayor parte de los texanos eran gente de principios sólidos, pero había muchos no muy recomendables y conociendo lo optimista que era Gracie con la naturaleza humana, era probable que se hubiera topado con uno de ellos. Además no podía creer que no hubiera intentado recuperar su maleta. A menos, claro, que no hubiera podido. ¿Y si le había ocurrido algo antes de que hubiera tenido la oportunidad?
Su mente se rebeló ante ese pensamiento, y se encontró pasando delante de la comisaría para hablar con Jimbo Thackery, el nuevo jefe de policía. Jimbo y él se habían odiado desde la escuela primaria. No recordaba como había comenzado, pero cuando llegaron a secundaria y Sherri Hopper decidió que prefería los besos de Bobby Tom a los de Jimbo, el resentimiento había aumentado hasta convertirse en algo de escala mundial. Cuando Bobby Tom regresaba al pueblo, Jimbo siempre encontraba alguna excusa para tomarla con él, pero de alguna manera Bobby Tom no podía imaginarse que el jefe de policía no lo ayudara a encontrar a Gracie. De todas maneras, decidió intentarlo una última vez antes de entrar en lo que recibía la dudosa denominación de Departamento d e Policía de Telarosa.
El Dairy Queen, estaba situado en la zona oeste del pueblo y servía de centro comunitario no oficial de Telarosa. Allí, las Oreo y los Mr. Mistys lograban lo que ninguna garantía constitucional de la legislación americana había podido lograr. El DQ lograba que todos los de Telarosa se consideraran y trataran como iguales.
Cuando Bobby Tom llegó al aparcamiento, pasó con la camioneta entre un Ford Bronco y un BMW. Había una variada colección de vehículos familiares, un par de motocicletas y una pareja hispana que no conocía subiéndose en un viejo Plymouth Fury. Como era una noche entre semana, no había mucha gente, pero aún así, había más de los que quería ver, y si no hubiera estado tan preocupado por Gracie, nada lo hubiera hecho entrar en ese panteón a sus viejas glorias, el lugar donde sus compañeros de equipo de secundaria y él celebraban las victorias los viernes por la noche.
Aparcó en el extremo más alejado de la puerta y se obligó a sí mismo a bajar de la camioneta. Sabía que, salvo usar un altavoz, era la manera más rápida de saber algo de Gracie, pero aún así, desearía no tener que entrar. La puerta del DQ se abrió y salió una figura familiar. Maldijo entre dientes. Si alguien le hubiera pedido que hiciera una lista de gente que no querría ver en ese momento, el nombre de Wayland Sawyer ocuparía el lugar justo debajo de Jimbo Thackery.
Cualquier esperanza que hubiera tenido de que Sawyer no le viera quedó desterrada cuando el dueño de Tecnologías Electrónicas Rosa bajó a la acera y se paró con un helado de vainilla en la mano.
– Denton.
Bobby Tom saludó con la cabeza.
Sawyer tomó un poco de helado mientras clavaba en Bobby Tom una fría mirada. Cualquiera que viera al dueño de Tecnologías Rosa con su camisa de cuadros y sus vaqueros habría creído que era un ranchero en lugar de uno de los hombres de negocios más importantes de la industria electrónica y el único hombre de Telarosa que era tan rico como Bobby Tom. Era un hombre grande, no tan como alto como Bobby Tom, pero sólido y rudo. A los cincuenta y cuatro años, su cara era atractiva, pero demasiado ruda para ser clásicamente guapo. Su pelo oscuro y tieso estaba muy corto y salpicado de gris, pero la línea del pelo no se había retirado. Era como si Sawyer hubiera puesto un límite invisible en su cuero cabelludo y hubiera desafiado a su pelo a traspasarlo.
Desde que habían surgido los rumores sobre el cierre de Tecnologías Rosa, Bobby Tom había considerado asunto suyo aprender todo lo que pudiera sobre su dueño antes de ir a reunirse con él en marzo pasado. Way Sawyer había sido un chico pobre e ilegítimo del lado malo de Telarosa. Cuando era un jovencito, había acabado en la cárcel por todo tipo de robos o peleas. La marina le había proporcionado disciplina y educación y cuando se había licenciado, había sacado un título en ingeniería. Después de graduarse, había ido a Boston, donde, con una combinación de inteligencia e implacabilidad, había ascendido en la industria emergente de los ordenadores, haciendo su primer millón a los treinta y cinco años. Se había casado, había tenido una hija y luego se había divorciado.
Aunque los de Telarosa habían seguido su carrera, Sawyer nunca había regresado al pueblo. Por consiguiente, todo el mundo se sorprendió cuando después de anunciar su retiro de la empresa, había mostrado un gran interés por Tecnologías Rosa y había anunciado su intención de adquirir la compañía. Tecnologías Rosa era una patata para un hombre con la reputación de Sawyer y habían aparecido rumores sobre que cerraría la planta y trasladaría todos los contratos a una planta de San Antonio. De ahí en adelante, los ciudadanos de Telarosa habían estado convencidos de que Sawyer sólo había comprado Tecnologías Rosa para vengarse del pueblo por no haberlo tratado mejor cuando era niño. Por lo que Bobby Tom sabía, no había negado el rumor.
Sawyer señaló con el cono la rodilla lesionada de Bobby Tom.
– Veo que ya no llevas bastón.
Bobby Tom apretó los dientes. No le gustaba pensar en esos largos meses cuando se había visto forzado a caminar con bastón. En marzo pasado, durante su recuperación, se había encontrado con Sawyer en Dallas a instancia del consejo municipal para tratar de persuadirle de no cerrar la planta. Había sido una reunión infructífera, y Bobby Tom le había tomado una fuerte aversión a Sawyer. Cualquiera que fuera lo suficientemente cruel como para arruinar el bienestar de un pueblo entero no merecía llamarse ser humano.
Con un golpecito de la muñeca, Way lanzó su cono apenas sin comer sobre el cesped quemado.
– ¿Cómo llevas la retirada?
– Si hubiera sabido que me divertiría tanto, lo habría dejado hace un par de años -dijo Bobby Tom con expresión dura.
Sawyer se chupó el pulgar.
– He oido que vas a convertirte en una estrella de cine.
– Alguno de nosotros dos tiene que traer dinero al pueblo.
Sawyer sonrió y sacó un juego de llaves del bolsillo.
– Hasta la vista, Denton.
– ¿Bobby Tom, eres tú? -El chillido de mujer provenía de un Olds azul que justo acababa de entrar en el aparcamiento. Toni Samuels, que había jugado al bridge con su madre durante años, corrió hacia él y luego se detuvo al ver con quien estaba hablando. Su cara pasó de la bienvenida a la hostilidad. Nadie ocultaba que Way Sawyer era el hombre más odiado de Telarosa, en el pueblo lo consideraban un paria.
A Sawyer no pareció importarle. Palmeando las llaves, le dirigió a Toni un saludo cortés con la cabeza y luego se giró hacia el BMW granate.
Treinta minutos más tarde, Bobby Tom aparcaba delante de una gran casa blanca de estilo colonial en una calle sombreada de árboles. La luz que salía de las ventanas delanteras salpicaba la acera cuando se acercó. Su madre era como una lechuza, lo mismo que él.
El que nadie en el DQ hubiera visto a Gracie había aumentado su preocupación y había decidido detenerse y ver si a su madre se le ocurría alguna idea más de cómo localizar a una persona desaparecida antes de visitar a Jimbo. Conservaba una copia de la llave debajo de la maceta de geranios, pero llamó al timbre porque no quería asustarla.
La espaciosa casa de dos pisos tenía los postigos negros y una puerta roja como los arándanos y una aldaba de latón. Su padre, que había levantado una pequeña agencia de seguros que durante años fue la más exitosa de Telarosa, había comprado la casa cuando Bobby Tom fue a la universidad. La casa donde Bobby Tom había crecido era una pequeña casa de un solo piso que el consejo municipal había cometido la tontería de querer convertir en atracción turística, y que estaba al otro lado del pueblo.
Suzy sonrió cuando abrió la puerta y lo vio.
– Hola, cielito.
Él se rió del nombre con el que lo llamaba desde que podía recordar y, entrando, la cogió por la barbilla. Ella colocó sus brazos alrededor de su cintura y le dio un abrazo.
– ¿Has comido algo?
– No sé. Supongo.
Ella lo miró con tierna reprimenda.
– No sé por qué tuviste que comprar esa casa cuando yo tengo tantas habitaciones vacías. No comes bien, Bobby Tom. Sé que no lo haces. Ven a la cocina. Me ha quedado algo de lasaña.
– Suena bien. -Lanzó su sombrero a la percha del latón en la esquina del vestíbulo.
Ella lo miró, arrugando el ceño inquisitivamente.
– Lamento molestarte, ¿pero por qué no hablas tú con el del tejado? Tu padre se ocupaba siempre de ese tipo de cosas y no estoy segura de que tengo que hacer.
Oír ese tipo de dudas en la mujer que competentemente supervisaba el presupuesto de la escuela pública preocupaba a Bobby Tom, pero reprimió sus sentimientos.
– Le llamé esta tarde. Te da un buen precio, y creo que deberías hacerlo.
Por primera vez se percató que las puertas que llevaban a la sala de estar estaban cerradas. No podía recordar haberlas visto nunca cerradas por completo y las señaló con la cabeza.
– ¿Qué pasa?
– Come primero. Te lo diré más tarde.
Él comenzó a seguirla, pero se paró en seco al oir un sonido extraño y amortiguado.
– ¿Hay alguien durmiendo ahí?
En cuanto soltó la pregunta se percató de que su madre estaba vestida para dormir, con una bata de seda azul claro. Sintió una punzada dolorosa. Ella nunca había mencionado nada sobre que viera a otros hombres desde que su padre había muerto, pero eso no quería decir que no lo hiciera.
Se dijo a sí mismo que era su vida, y él no era quien para interferir. Su madre era todavía una mujer bella, y merecía toda la felicidad que pudiera encontrar. Él ciertamente no quería que estuviera sola. Pero por más que trataba de convencerse a sí mismo, le rechinaba la idea de su madre estando con cualquier hombre que no fuera su padre.
Él se aclaró la voz.
– Oye, si estás con alguien, lo entiendo. No tenía intención de interrumpir nada.
Ella pareció alarmada.
– Oh, no. En serio, Bobby Tom… -Se apretó el cinturón de la bata-. Gracie Snow está durmiendo allí.
– ¿Gracie? -El alivio lo invadió, casi seguido inmediatamente por la cólera. ¡Gracie lo había asustado de muerte! Y mientras él la imaginaba en una zanja en alguna parte, estaba en casa de su madre.
– ¿Y como acabó aquí? -preguntó en tono seco.
– La recogí en la carretera.
– ¿Estaba haciendo autostop? ¡Lo sabía! De todas las malditas tontas…
– No hacía autostop. Me detuve cuando la vi. -Suzy vaciló-. Como probablemente puedas suponerte, está algo enfadada contigo.
– ¡Pues no es la única que está enfadada! -Se giró hacia las puertas correderas, pero Suzy lo detuvo poniendo la mano sobre su brazo.
– Bobby Tom, ella ha estado bebiendo.
La miró.
– Gracie no bebe.
– Desafortunadamente, no me di cuenta de eso hasta que ya le había ofrecido vino frío.
La idea de Gracie bebiendo vino lo puso todavía más enfadado. Rechinando los dientes, dio otro paso hacia las puertas, sólo para que su madre lo detuviera otra vez.
– Bobby Tom, ¿sabes esas personas que se ponen contentas y mareadas cuando beben?
– Si.
Ella levantó una ceja.
– Gracie no es una de ellas.