capítulo 19

Natalie, que volvía a la mesa después de su tercera llamada telefónica para preguntar por Elvis, vio a Way Sawyer y Suzy en las escaleras.

– Bobby Tom, ¿no es esa tu madre? ¿Quién es ese hombretón que está con ella?

– Cuidadito, chérie -dijo Anton-. No vayas a ponerme celoso. -Natalie se rió como si Anton hubiera dicho el chiste más tonto que uno se podía imaginar.

– Se llama Way Sawyer -dijo Bobby Tom tensamente.

En ese momento Suzy divisó a su hijo, y se quedó petrificada. Parecía como si quisiera escapar, pero como era imposible, se dirigió hacia la mesa con obvia renuencia. Way la siguió educadamente.

Cuando llegó a su altura, su boca se curvó en una quebradiza sonrisa.

– Hola.

Todos, salvo Bobby Tom, le devolvieron el saludo.

– Observo que el bebé y tú lograsteis volver al pueblo sin contratiempos -dijo Way dirigiéndose a Gracie.

– Pues sí. Fue muy amable por su parte detenerse.

Bobby Tom la observó fijamente, preguntando con la mirada. Ella lo ignoró y aclaró para Natalie y Anton cómo se habían conocido Way y ella. Además los presentó, ya que Bobby Tom no parecía inclinado a hacerlo.

La tensión entre madre e hijo era tan patente que Gracie casi podía sentir el aire vibrando a su alrededor. Way comenzó a explicar con una voz que sonó evasiva:

– Tengo un apartamento no demasiado lejos. Cuando llegué para comer, ví a la Sra. Denton sola y la persuadí para que me permitiera hacerlo con ella, pero ahora tengo que volver a mis asuntos. -Mirándola, tomó su mano y la estrechó-. Me alegra haber disfrutado de su compañía, Sra. Denton. Un saludo para todos. -Con una inclinación de cabeza, dejó el restaurante.

Gracie rara vez había oído una disculpa menos convincente. Se dio cuenta de que la mirada de Suzy seguía a Way entre las mesas hacia la puerta.

Ya que Bobby Tom se mantenía en silencio, fue Gracie la que invitó a Suzy a unirse a ellos.

– Acabamos de pedir el postre, ¿por qué no le pedimos al camarero otra silla?

– Oh, no. No, gracias. Tengo… que irme.

Bobby Tom habló finalmente.

– Es un poco tarde para que conduzcas hasta casa esta noche.

– No voy a volver a casa. Voy con una amiga a ver la sinfónica en el Performing Arts Center.

– ¿Qué amiga?

Gracie casi podía ver como Suzy se resquebrajaba bajo el desagrado de Bobby Tom y se puso furiosa con él por intimidarla. Si su madre quería verse con Way Sawyer, era asunto de ella y no de él. Suzy se lo debería de decir. Pero en ese momento, Suzy parecía una niña y Bobby Tom había adoptado el papel de padre intransigente.

– Nadie que conozcas. -Suzy se pasó la mano por el pelo-. Bueno, adiós a todos, disfrutad del postre. -Rápidamente dejó el restaurante, girando a la izquierda al llegar a la acera; en dirección opuesta a Way Sawyer.


*****

A Suzy le latía con fuerza el corazón que golpeaba incesante contra sus costillas. Se sentía como si la acabaran de atrapar cometiendo adulterio y supo que Bobby Tom jamás la perdonaría. Apuró el paso sobre la acera, cruzándose ciegamente con las parejas que paseaban o los grupos de turistas japoneses. Los tacones de sus zapatos negros repiqueteaban con un ritmo frenético sobre el asfalto. Había pasado casi un mes desde esa noche ilícita que había pasado con Way y nada había sido lo mismo desde entonces.

Recordó lo tierno que había sido con ella a la mañana siguiente, a pesar de su silenciosa actitud condenatoria. Cuando iban para el campo de golf, le había dicho que nunca la tocaría otra vez, pero que le gustaría seguir viéndola. Ella se había comportado como si no tuviera ningún tipo de alternativa -como si fuera a cerrar Tecnologías Rosa si no hiciera lo que le pedía- pero en lo más profundo de su corazón no lo creía. A pesar de su fachada de intransigencia, algo le decía que la inclemencia no formaba parte de su naturaleza.

Al final, había continuado viéndole. Como no había contacto físico entre ellos, se dijo a sí misma que no era una traición, no hacía daño a nadie. Y como no podría encarar la verdad, fingió ante sí misma que iba con él contra su voluntad. Mientras jugaban al golf, hablaron de sus jardines y de cómo entretener a sus compañeros de trabajo, aunque ella se recordaba así misma que era un rehén renuente y que el destino de Telarosa descansaba sobre sus hombros. Y que como él se preocupaba por ella la había dejado en paz.

Pero lo que acababa de pasar, ponía fin a toda esa charada. En un instante, el frágil mundo de ilusión que había edificado a su alrededor se hizo pedazos. Qué Dios la perdonara pero quería estar con él. Sus reuniones habían sido como chispas brillantes en su predecible y monótona vida diaria. La hacía reírse y sentirse joven otra vez. La hacía creer que la vida aún merecía ser vivida y llenaba su dolorosa soledad. Pero al dejar que significara tanto para ella, había traicionado sus votos matrimoniales y ahora su pecado había quedado al descubierto ante la única persona de la tierra ante la que quería ocultar su debilidad

El portero la dejó entrar en el edificio donde estaba el duplex de Way, y tomó el ascensor que conducía a su apartamento. Buscó en el bolso la llave que le había dado, pero antes de que pudiera introducirla en la cerradura, él abrió la puerta desde dentro.

Su cara tenía las mismas arrugas sombrías que recordaba de sus primeros encuentros y casi esperaba que soltara algún comentario mordaz, pero, en lugar de hacerlo, cerró la puerta y la cogió entre sus brazos.

– ¿Estás bien?

Sólo por un momento, se permitió descansar la mejilla contra la parte delantera de su camisa, pero incluso esa breve comodidad la sintió como una traición a Hoyt.

– No sabía que él iba a estar allí -dijo ella apartándose-. Fue tan inesperado.

– No dejaré que te moleste por ello.

– Es mi hijo. No podrás detenerle.

Él caminó hasta la ventana y, apoyando la mano en la pared que había al lado, miró hacia abajo.

– Si pudieras haber visto la expresión de tu cara cuando estábamos allí… -Enderezó los hombros al tiempo que inspiraba profundamente-. No me creyó cuando le dije que nos habíamos encontrado por accidente. No fui lo suficientemente convincente. Lo siento.

Era un hombre orgulloso, y ella entendió lo que le había costado mentir.

– Yo también lo siento.

Él la miró y su expresión fue tan sombría que ella quiso llorar.

– No puedo soportalo más, Suzy. No puedo seguir escondiéndome. Quiero poder pasear contigo en Telarosa y poder ir a tu casa. -Le dirigió una mirada larga e indagadora-. Quiero poder tocarte.

Ella se dejó caer en el sofá, sabiendo que había llegado el final pero sin ser capaz de aceptarlo.

– Lo siento -repitió ella.

– Tengo que dejarte ir -dijo él quedamente.

El pánico se apoderó de ella y cerró las manos a los costados.

– ¿Estás utilizando lo ocurrido como una salida? Ya te has divertido lo suficiente y ahora quieres deshacerte de mi y de paso trasladar Tecnologías Rosa.

Si estaba sorprendido por su injusto ataque, no mostró ninguna señal.

– Esto no tiene nada que ver con Tecnologías Rosa. Esperaba que te hubieras dado cuenta a estas alturas.

Ella le echó a la cara todo su dolor y culpabilidad.

– ¿Le gusta a los hombres como tú tener algún tipo de club donde os contais las historias sobre las mujeres a las que seducís con amenazas? Se debieron reír de ti cuando fuiste detrás de una vieja como yo en vez de ir detrás de una jovencita pechugona.

– Suzy, para -dijo él cansado-. Nunca tuve intención de amenazarte.

– ¿Estás seguro de que no quieres joderme otra vez? -Su voz se atoró por las lágrimas-. ¿O fue tan desagradable que con una vez te llegó?

– Suzy… -Se acercó a ella, y ella supo que quería tomarla entre sus brazos, pero antes de que la pudiera tocar, se levantó de un salto y se apartó de él.

– Me alegro de que todo esto termine -dijo ella furiosa-. En primer lugar nunca quise que ocurriera y así las cosas volverán a ser como eran antes de que entrara en tu despacho.

– Yo no. Estaba condenadamente solo. -Se paró delante de ella, pero no la tocó-. Suzy llevas viuda casi cuatro años. Dime por qué no podemos estar juntos. ¿Aún me odias?

Su cólera se desvaneció. Lentamente, ella negó con la cabeza.

– Nunca te odié.

– Nunca tuve intención de trasladar Tecnologías Rosa; ¿Lo sabes, verdad? Fui yo quien esparció el rumor. Fue una niñería. Quería que los del pueblo sufrieran por como trataron a mi madre todos esos años. Era una niña de dieciséis años, Suzy, y fue brutalmente violada por tres hombres, pero fue la única castigada. Bueno, nunca quise que te cruzaras en mi camino y jamás me lo perdonaré.

Ella torció el gesto, rogándole en silencio que no dijera nada más, pero él no se detuvo.

– Esa tarde cuando entraste en mi despacho, te miré y me sentí una vez más como el niño del otro lado.

– Y me castigaste por ello.

– No era mi intención. Nunca fue mi intención chantajearte para que te acostaras conmigo -seguramente ahora lo sabes- pero estabas tan bella esa noche en mi dormitorio…, te deseaba tanto que no pude dejarte ir.

Comenzaron a caerle lágrimas de los ojos.

– ¡Me obligaste! ¡No es culpa mía! ¡Me sedujiste! -Incluso a sus oídos, sus palabras sonaron como si fuera una niña que no quería responsabilizarse de sus acciones y culpaba a quien tuviera alrededor.

La miró con ojos tan cansados y tristes que ella quiso llorar. Cuando habló, su voz era ronca y llena de dolor.

– Es cierto, Suzy. Te obligué. Fue culpa mía. Sólo mia.

Ella se obligó a mantenerse en silencio y dejar que todo acabara así, pero su innato sentido del honor se rebeló. Era su pecado mucho más que de él. Mientras se giraba, murmuró-: No, no lo fue. Todo lo que tenía que hacer era decir no.

– Había pasado demasiado tiempo para ti. Eres una mujer apasionada y me aproveché de eso.

– Por favor no mientas por mí; bastante lo he hecho yo. -Aspiró entrecortadamente-. No me obligaste. Podía haberme marchado en cualquier momento.

– ¿Por qué no lo hiciste?

– Porque… me gustaba.

Él la tocó.

– Lo sabes, ¿no? Me enamoré de ti esa noche. O quizá hace treinta años, y nunca pude superarlo.

Ella presionó las yemas de sus dedos sobre sus labios.

– No digas eso. No es cierto.

– Me enamoré de ti, Suzy, si bien sé que no me puedo comparar con Hoyt.

– Esto no es algo para hacer comparaciones. Él era mi vida. Nos casamos para siempre. Y cuando estoy contigo, lo traiciono.

– Eso es una locura. Eres viuda, y en este país, las mujeres no se tiran a la pira funeraria de su marido muerto.

– Él era mi vida -repitió ella, sin saber de que otra manera decirlo-. No podrá haber otro.

– Suzy…

Sus ojos estaban llenos de lágrimas.

– Lo siento Way. Nunca tuve intención de lastimarte. Me… me importas demasiado.

Él no pudo ocultar su amargura.

– Aparentemente no lo suficiente como para deshacerte de tus velos de viuda y seguir con tu vida.

Ella vio el dolor que le estaba causando y lo sintió en su propia piel.

– Viste como reaccionó Bobby Tom esta noche. Me quise morir.

La miró como si lo hubiera abofeteado.

– Entonces no hay nada más que decir, ¿no? No te avergonzaré más.

– Way…

– Recoge tus cosas. Mandaré que te venga a buscar un coche. -Sin darle oportunidad de responder, él salió del apartamento.

Ella huyó a la habitación de invitados, donde se había alojado desde esa primera noche y metió sus ropas en una maleta. Mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas se dijo que la pesadilla había terminado. Al final, aprendería a vivir con lo ocurrido, a perdonarse y seguir viviendo su vida. De ahora en adelante estaría a salvo.

Y muy sola.


*****

La pelea crepitaba sobre ellos como una tormenta de verano: rápida, inesperada y turbulenta. Cuando las dos parejas volvían en la avioneta desde San Antonio a Telarosa, Gracie consideró que debía señalar a Bobby Tom sobre el rudo comportamiento que había tenido con su madre en el restaurante. Cuando Natalie y Anton finalmente se fueron y estaban solos, había decidido guardar silencio. Sabía cuanto amaba Bobby Tom a Suzy y ahora que había tendido tiempo para calmarse, estaba segura que le pediría perdón.

Sin embargo, no le llevó demasiado darse cuenta de lo equivocada que estaba. Al entrar en la sala, él arrojó el stetson al suelo.

– Llama mañana a mi madre y dile que no cenaremos con ella el martes.

Gracie lo siguió cuando se dirigió al despacho.

– Se desilusionará. Dijo que iba a hacer una cena especial para ti.

– Pues va a tener que comerla sola. -Se dejó caer en la silla tras el escritorio. Ignorando el sonido del teléfono, cogió el montón de correo que Gracie había organizado para él, haciendo como si lo estuviera mirando.

– Sé que estás molesto, ¿pero no piensas que debías de ser algo más comprensivo con todo ese asunto?

Sus fosas nasales se ensancharon ante sus palabras.

– ¿No te habrás creído esa escusa que puso Sawyer de cómo se encontraron en el restaurante, no?

– ¿Qué más da? Los dos son adultos.

– ¡¿Que qué más da?! -Él se levantó de un salto del escritorio y rodeó la mesa para enfrentarse a ella-. ¡Están saliendo juntos, eso es lo que hay!

Se puso en marcha el contestador automático y alguien llamado Charlie comenzó a dejar un mensaje sobre un barco que sabía que Bobby Tom querría comprarle.

– Eso no lo sabes -señaló ella-. En lugar de perder los estribos, ¿no deberías hablar con ella? Si están saliendo juntos, será por alguna razón. Habla con ella, Bobby Tom. Me ha parecido algo triste últimamente. Tengo el presentimiento de que en este momento necesita tu apoyo.

Él la señaló con el dedo.

– ¡Alto ahí! Nunca tendrá mi apoyo en eso. Jamás. Cuando comenzó a salir con Way Sawyer, traicionó al pueblo.

Gracie no pudo ocultar su indignación.

– ¡Es tu madre! Tu lealtad debería estar antes con ella que con el pueblo.

– No entiendes nada. -Comenzó a caminar sobre la alfombra de un lado a otro-. No puedo creer lo tonto que he sido. No me creí los rumores ni por un solo momento. Nunca se me ocurrió que ella fuera capaz de dar esa puñalada trapera.

– Deja de hablar sobre el Sr. Sawyer como si fuera un asesino en serie. Yo pienso que es un buen hombre. No tenía porqué pararse el día que me detuve en la carretera y me gustó como trató de proteger hoy a tu madre. Sabía como te sentirías al verlos juntos y actuó lo mejor que pudo para salvaguardarla.

– ¿Estás defendiéndolo? ¿Al hombre que va a destruir el pueblo?

– Puede que si en Telarosa le trataran bien, no quisiera hacerlo.

– No sabes lo que dices.

– ¿Estás seguro que es el Sr. Sawyer quien te molesta? Te llevabas muy bien con tu padre. ¿No te sentirías igual con cualquiera que comenzara a salir con tu madre?

– ¡Ya basta! No quiero oirte ni una palabra más. Se acabó el tema, ¿oíste?

Ella se quedó paralizada.

– No me hables en ese tono.

Él bajó la voz, habló quedamente y con absoluta convicción.

– Te hablaré como me dé la gana.

Gracie estaba furiosa. Se había prometido a sí misma que lo querría con todo su corazón, pero entregar su alma no era parte del trato. Deliberadamente se giró y se fue.

Él la siguió a la sala de estar.

– ¿A dónde crees que vas?

– Voy a la cama. -Agarró rápidamente el bolso de la mesita.

– Estupendo. Me reuniré contigo en un momento.

Ella casi se ahogó.

– ¿Realmente piensas que quiero acostarme contigo en este momento? -Se dirigió a la puerta trasera para ir al apartamento.

– ¡No te atrevas a irte de aquí!

– Se que va a ser difícil entenderlo, Bobby Tom, así que escucha bien. -Se paró en medio de la habitación-. A pesar de lo que te ha dicho todo el mundo desde el momento en que naciste, no siempre eres irresistible.


*****

Bobby Tom permaneció de pie detrás de la ventana y la observó atravesar el patio, aunque el porqué le importaba si iba allí o no, no lo sabía. Ella había traspasado el límite esa noche y si no le mostraba sin rodeos que eso no iba a aguantarlo, no tendría otro momento de paz con ella.

Cuando ella entró en el apartamento, él dio la espalda a la ventana, mientras el resentimiento lo invadía. El teléfono volvió a sonar otra vez, saltó el contestador y la voz de Gracie invitó a quien fuera a dejar un mensaje.

– Bobby Tom, soy Odette Downey. Escucha, nos harás un gran favor si puedes traer a Dolly Parton y pregúntale si puede donar una de sus pelucas para la subasta de celebridades. Sabemos que la gente paga mucho por ellas…

Arrancó el teléfono de la pared y lo tiró atravesando la oficina.

¡Gracie sabía cuanto le importaba su madre! Tenía que saber qué clase de sentimientos lo habían invadido esa tarde, cuando la había visto bajar las escaleras con Way Sawyer. Cogió uno de sus puros de la caja que tenía encima de la mesa, arrancó el extremo con los dientes y lo escupió en el cenicero. Aún no sabía que le molestaba más, el que su madre saliera con Sawyer o que no se lo hubiera dicho. Sentía un nudo en el pecho. Después de cómo su madre había amado a su padre, ¿cómo podía dejar que Sawyer se acercara a ella?

Otra vez, volcó su cólera en Gracie. Durante toda su vida había jugado lealmente y ser leal con sus compañeros era tan importante como su nombre. Gracie, por otro lado, le había demostrado esa noche que no sabía qué significaba esa palabra.

Mordió el extremo dos veces antes de finalmente encender el puro. Mientras daba unas caladas cortas y bruscas, decidió que eso era justo lo que se merecía por haberla dejado meterse poco a poco en su vida. Había sabido desde el principio lo mandona y dictatorial que era, pero le había dado igual y había dejado que se metiera bajo su piel como una pequeña garrapata. Bueno, no había ninguna duda de que no iba a pasarse toda la noche allí sentado dándole vueltas al asunto. Tenía intención de terminar algunas cosas que tenía pendientes.

Sujetando el puro en la comisura de su boca, cogió un montón de documentos y miró la hoja de arriba, pero hubiera dado lo mismo que estuviera escrita en chino. Posó el cigarro en el cenicero, luego ordenó los documentos y los puso en el centro del escritorio. Con el silencio de la casa vacía envolviéndolo, se dio cuenta de que se había acostumbrado a tenerla cerca. Le gustaba oír el murmullo de su voz llegando desde la otra habitación cuando ella devolvía sus llamadas o llamaba a alguno de los viejecitos del asilo. Le gustaba la manera en que la descubría enroscada en la esquina del sofá leyendo un libro cuando entraba en la sala. Incluso disfrutaba moviéndose sigilosamente a sus espaldas para tirar ese horrible café que ella hacía y preparar una nueva cafetera sin que ella se enterara.

Descartando los documentos que tenía delante, se levantó y entró en el dormitorio, pero tan pronto lo hizo, supo que había sido un error. En la habitación se percibía su perfume, esa fragancia etérea que a veces le recordaba las flores de primavera y otras las tardes de verano y los melocotones maduros. Gracie parecía pertenecer a todas las estaciones. Los rayos dorados del otoño daban brillo a su pelo, los claros del invierno hacía centellear sus inteligentes ojos grises. Tenía que continuar recordándose a sí mismo que ella no era una tierna florecilla de la U.S.D.A., porque últimamente parecía olvidarse. Era…

Era tan malditamente hermosa.

Vio una cinta azul sobre la alfombra del lado de la cama donde ella había dormido anoche y se agachó para recogerla. Una oleada de calor se estrelló directamente contra su ingle al reconocer sus bragas. Aplastó el pequeño trozo de tela con el puño y contuvo el deseo de atravesar el patio hasta el apartamento, desnudarla por completo y enterrarse en su cuerpo, donde estaba su sitio.

Tras la novedad de iniciar a una virgen, debería comenzar a perder interés en el lado sexual de su relación, pero continuaba pensando que innovaciones quería mostrarle, señal de que no se había cansado de ella en absoluto. Amaba la manera en que se aferraba a él y esos pequeños sonidos tan suaves que hacía; amaba su curiosidad y su energía, cómo la avergonzaba sin proponérselo y, maldita sea, como ella le hacía avergonzarse a él algunas veces con su insaciable curiosidad por su cuerpo.

Él exactamente no lo entendía, pero había algo en la manera en que se sentía cuando estaba profundamente enterrado dentro de ella que era perfecto, no solo para su polla, sino para todo él. Pensó en las docenas de mujeres con las que se había acostado. Con ninguna se había sentido como con Gracie.

Con Gracie era perfecto.

Algunas veces ella hacía esa cosita después de que hubieran hecho el amor. Cuando la sostenía contra su pecho, medio dormido y relajado hasta las puntas de los pies, ella hacía esa pequeña X sobre su corazón con la yema del dedo. Sólo una pequeña X. Sobre su corazón.

Estaba bastante seguro de que Gracie creía estar enamorada de él. No era raro. Estaba acostumbrado a que las mujeres se enamoraran de él, y salvo algunas memorables excepciones, había aprendido a ser honrado con ellas sin romperles el corazón. Una de las cosas que más apreciaba de Gracie era que entendía que ella no era su tipo y era lo suficientemente honrada para aceptarlo sin follones. Gracie podía montarle escenas por cosas que no eran asunto suyo, como esa noche, pero nunca haría una escena sobre lo que lo amaba y lo que esperaba que la amara, porque era lo suficientemente realista para saber que nunca ocurriría.

Sin ninguna lógica, en ese momento su aceptación lo irritó. Puso el puro en la comisura de su boca y con las manos en las caderas se dirigió a la cocina. Si una mujer amaba a un hombre, debería luchar por él en vez de rendirse sin resistencia. Maldita sea, si lo amaba, ¿por qué no luchaba por él con más fuerza en vez de rendirse? Enséñame a complacerte, eso le había dicho. Lo podía complacer mostrándole lealtad y estando de acuerdo con él de vez en cuando, en lugar de discutir todo el tiempo, estando desnuda en su cama en ese mismo momento, en vez de dormir sobre el jodido garaje.

Según empeoraba su humor, siguió añadiendo quejas sobre ella a su lista imaginaria, incluyendo que se había vuelto una jodida coqueta. Estaba más allá de su imaginación saber cuántos de los hombres del equipo buscaban excusas para rondarla, y por lo que él sabía, era más culpa suya que de ellos. No hacía más que sonreírles como si fuesen irresistibles o como si cada palabra que salía de sus bocas fuera sagrada. Ignoró que era una oyente naturalmente buena. Tal y como él lo veía, una mujer comprometida debería mostrarse más reservada cuando tuviera otros hombres alrededor.

Cogió el tetrabrik de leche de la nevera y se echó un trago. Viendo que era el responsable de su “arreglo”, sabía que no podía culparla por completo por la manera en que los hombres la admiraban cuando ella no miraba, pero eso todavía lo irritaba más. Incluso se había visto forzado a cruzar un par de palabras con unos tíos esa semana -por supuesto nada obvio porque no quería que se hicieran una idea equivocada y pensaran que estaba celoso- sólo un amistoso recordatorio de que Gracie era su prometida, no un bomboncito sexual que podrían arrastrar a un motel para darse un revolcón.

Devolvió bruscamente la leche a la nevera, luego atravesó la casa, quejándose y sintiendose maltratado. Repentinamente, se detuvo. ¿Qué coño estaba haciendo? ¡Él era Bobby Tom Denton, por el amor de Dios! ¿Por qué permitía que ella le hiciera eso? Él era quien llevaba las de ganar.

Recordarlo debería haberlo apaciguado, pero no lo hizo. De alguna manera, su opinión era importante para él, puede que porque lo conocía bastante mejor que cualquier otra persona que se le pasara por la cabeza. Esa certidumbre lo hizo sentir tan vulnerable que fue repentinamente insoportable. Apagando el puro en un cenicero de porcelana china, tomó la decisión de cómo iba a manejarla exactamente. Durante los siguientes días, sería cordial, pero frío. Le daría tiempo para que meditara lo mal que se había comportado y se diera cuanta de qué lado estaban sus lealtades. Entonces, cuando entendiera quién mandaba en su relación, le daría la espalda.

Su mente siguió dando vueltas. Saldrían con destino a Los Angeles inmediatamente después del Festival de Heaven, y en cuanto estuvieran fuera de ese pueblo de locos, ella entraría en razón. ¿Pero qué ocurriría cuando terminaran de rodar la película y ella ya no tuviera trabajo? Tal y como mantenía el contacto con los ancianitos que había dejado atrás y que hubiera adoptado otros cuantos de Arbor Hills, comenzaba a creer que los asilos podrían ser su vocación, igual que el fútbol para él. ¿Qué pasaría si decidía volver a New Grundy?

La idea lo intranquilizó. Confiaba más en ella que en cualquier ayudante que hubiera tenido y no tenía intención de perderla. Simplemente le haría una oferta que no pudiera rechazar, así trabajaría para él a tiempo completo. Una vez que estuviera oficialmente en su nómina con un buen sueldo, todas esas tontas discusiones sobre el dinero pertenecerían al pasado. Rumió la idea. Podía ponerse difícil cuando él se cansara del lado físico de su relación. Bueno, estaba bastante seguro que podía sacarla de su cama sin destruir la amistad que había llegado a significar tanto para él.

Examinó los posibles fallos de su plan, pero no encontró ninguno. Después de todo, manejar a cualquier mujer, incluso una como Gracie, era mucho más fácil analizando con calma la situación, y se felicitó por su habilidad por hacer precisamente eso. Antes de darse cuenta, la tendría donde quería, acurrucada junto a él en su cama, dibujando pequeñas X sobre su corazón.

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