Gracie se deslizó en los brazos de Bobby Tom tan fácilmente como si no hubiera hecho otra cosa en su vida. Él apoyó en ella la barbilla mientras metía una mano bajo su jersey. Con la oreja presionada contra su pecho, ella oyó el latido fuerte y regular del corazón de Bobby Tom.
Él rozó su pelo al tiempo que acaricaba la piel de su espalda con el pulgar.
– Gracie, cariño, sabes que esto no es para siempre, ¿verdad? -Su voz era tierna y más seria de lo que nunca había oído-. Eres una buena amiga y no quiero lastimarte, pero no soy de los que se atan. Aún puedes cambiar de idea si piensas que no puedes manejar algo temporal.
Ella había sabido desde el principio que su relación no era para siempre, pero no porque él no fuera de los que sientan cabeza. Simplemente no se ataría a alguien tan ordinario como ella. A él le iban rubias despampanantes y pelirrojas de infarto, mujeres con cuerpos modelados por el aerobic y magnificos pechos. Reinas de la belleza y del rodeo que posaban nada más que con una sonrisa. Su esposa, sería alguien así, pero Gracie esperaba que por lo menos tuviera tambien algo de cerebro o él nunca sería feliz.
Ella aspiró su olor y dibujó la L de su vieja camiseta de secundaria con la yema del dedo.
– Lo sé. No estoy esperando un final feliz. -Levantó la mirada hacia él y lo observó con gran seriedad-. No quiero nada de ti.
Él levantó una ceja, claramente desconcertado por su declaración.
– Lo digo en serio, lo sabes. No quiero ropa, ni dinero, ni tu autógrafo para ninguno de mis parientes. No voy a vender tu historia a los periódicos sensacionalistas, ni a pedirte que hagas negocios conmigo. Cuando me vaya. No me llevaré nada de ti.
Él entrecerró los ojos con una expresión inescrutable.
– No sé por qué dices todo eso.
– Por supuesto que lo sabes. Todos toman algo de ti, pero yo no lo haré. -Levantó la mano y acarició la línea dura de su mandíbula con los dedos. Luego tomó su stetson y lo dejó caer en el asiento de atrás.
– Bobby Tom, muéstrame cómo complacerte.
Él cerró los ojos y, solo por un instante, pensó haberlo sentido temblar, pero cuando abrió los ojos, vio allí acechando la guasa familiar.
– ¿Te has puesto esa ropa interior de fantasía esta noche?
– Si.
– Ese es un buen principio.
Ella se lamió los labios, recordando repentinamente que había olvidado algo de suma importancia. Decidida a sonar práctica, se aclaró la voz.
– Yo… probablemente necesites saber algo antes de que vayamos más lejos… Tomo la píldora -dijo de sopetón.
– ¿Desde cuando?
– Desde antes de salir de New Grundy. Como había decidido que esto iba a ser un nuevo comienzo, necesitaba estar preparada para no perderme ninguna… nueva experiencia. -Miró fijamente la T voladora de su camiseta-. Pero si bien yo estoy preparada, tú has tenido una vida muy activa -otra vez se aclaró la voz-, sexualmente hablando. -Hizo una pausa-. Asi que espero que… uses condones.
Él sonrió.
– Sé que esta conversación no es fácil para ti, pero has hecho lo correcto; asegúrate de hacer lo mismo con tus futuros amantes. -Una sombra tiñó su rostro y tensó los músculos que rodeaban la boca. Luego, acarició su mejilla con los nudillos-. Ahora voy a decirte algo, que si bien es verdad, no quiero que me creas ni por un segundo porque a los hombres no les gusta usar condones y te diran cualquier cosa para evitar ponérselos.
»El hecho es, cariño, que estoy limpio como una patena. Tengo los análisis que lo prueban. Incluso antes de todos esos casos de paternidad, he sido realmente cuidadoso en todas la relaciones que he mantenido.
– Te creo.
Él suspiró.
– ¿Qué voy a hacer contigo? Sabes que miento más que Pinocho. Soy la última persona de la tierra a la que deberías creer en algo así de importante.
– Siempre te creeré. Nunca he conocido a nadie que le repugne tanto la idea de lastimar a otra persona. Es algo irónico, ¿no?, considerando la violenta manera en que te ganabas la vida.
– ¿Gracie?
– ¿Sí?
– No llevo ropa interior.
Levantó la mirada de golpe.
Él sonrió ampliamente y besó la punta de su nariz. Lentamente su sonrisa se desvaneció y sus ojos se oscurecieron. Deslizándose fuera del volante hacia su lado del asiento, ahuecó su mandíbula entre sus manos y bajó la boca para cubrir la de ella.
En el instante en que sus labios la tocaron, su cuerpo revivió con las sensaciones y sintió como si cada una de sus células vibraran con nueva vida. Su boca era caliente y suave sobre la de ella y entreabrió los labios para él. La punta de su lengua se deslizó entre ellos y ella celebró el placer de tomar cualquier parte de él dentro de su cuerpo. Envolvió sus brazos alrededor de su cuello y tocó su lengua con la de ella. Con el movimiento se subió su top y él aprovechó para meter una de sus manos debajo, justo por encima de su cintura.
Cuando su beso se hizo más hondo, ella sintió el calor húmedo de su cuerpo a través de su camiseta. Hundió los dedos en sus hombros y tomó su lengua más profundamente en su boca. El resto del mundo desapareció, y sólo quedaron las sensaciones. Le comenzaron a arder los pulmones, y se dio cuenta de que se había olvidado respirar. Se echó para atrás para coger aire. Él enterró los labios en la V de su garganta y mordisqueó el delicado hueso con sus dientes.
– ¡Bobby Tom! -jadeó su nombre.
– ¿Sí, cariño? -Su respiración era aún más superfical que la de ella.
– ¿Lo podemos hacer ahora?
– No, cariño. No estás lista.
– Oh, lo estoy, realmente lo estoy.
Él se rió entre dientes, luego gimió cuando repasó con los pulgares sus costados desnudos.
– Esto es simplemente el precalentamiento. Ven aquí. Más cerca. -La izó hasta que la montó a horcajadas sobre su regazo.
Cuando ella se acomodó encima de él, lo sintió duro y rígido, presionando contra ella a través de sus vaqueros y sus pantalones cortos.
– ¿Yo provoqué eso? -murmuró ella contra sus labios.
– Hace unas tres horas -murmuró él.
Con un estremecimiento de placer, ella se asentó en su regazo. Frotando sus caderas contra las de él, y tomando su boca.
– Para -gimió él.
– Eres tú quien quería jugar -le recordó, hablando contra sus labios abiertos.
– Algunas veces soy demasiado listillo para mi gusto. ¡Dios, no hagas eso!
– ¿Hacer qué? -Ella meció su pelvis otra vez, queriendo hacer desaparecer las barreras entre ellos.
Él agarró la bastilla de su top y tiró hacia arriba, arrastrando su sujetador al mismo tiempo. La empujó hasta que su espalda chocó contra el salpicadero, exponiendo sus pechos.
Ella dejó escapar un gritito cuando él levantó un seno y llevó el pezón a su boca. Clavó los dedos en sus hombros mientras la succionaba. Su posición, montando a horcajadas sobre sus rodillas y apoyándose contra el salpicadero, era incómoda, pero su cuerpo ya no le pertenecía a ella y la tensión poco familiar entre sus muslos abiertos sólo aumentó su excitación. Ella sintió la succión caliente de su boca, el latido entre sus piernas, la humedad de su fina camiseta desgastada bajo las palmas de sus manos. Él metió bruscamente las manos bajo sus muslos y deslizó los pulgares bajo las perneras de sus pantalones cortos.
Incorporándose, ella tomó la camiseta y la sacó de los vaqueros, luego, tanteó entre sus cuerpos hasta la lengüeta de su tensa cremallera. La tomó y comenzó a bajarla. Él ya había abierto la suya y antes de que se diera cuenta, le había bajado los pantalones cortos hasta donde sus muslos abiertos tensaban la tela.
El sonido áspero de su respiración llenaba la camioneta. Ella se deslizó hacia atrás sobre sus muslos hasta que estuvo arrodillada en el asiento a su lado y pudo bajar la cremallera con ambas manos. Él sacó la camiseta sobre su cabeza y en el proceso golpeó el volante con el codo haciendo sonar el claxón. Maldijo, y ella se inclinó hacia sus tetillas para tomarlas en su boca mientras seguía luchado con la terca cremallera.
Sintió en la lengua la dura prominencia. La lamió, tal como él había hecho con ella y sintió como todo su cuerpo se ponía rígido.
Abrió la cremallera.
Él la separó bruscamente, lo suficiente como para sacarle el top por la cabeza y arrojarlo al asiento de atrás. Siguió el sujetador y ella permaneció de rodillas delante de él, excitada, con el pelo alborotado, el anillo de la Super Bowl colgando entre sus pechos desnudos y los desabrochados pantalones cortos deslizandose hasta sus caderas.
Ella contempló la cremallera abierta.
– Está demasiado oscuro -murmuró-. No te puedo ver. -Tocó su estómago con la punta de un dedo.
– ¿Quieres verme?
– Oh, sí.
– Gracie… -sonaba como si luchara por respirar con normalidad-. Parecía una buena idea, pero las cosas van un poco más rápido de lo que había pensado y la camioneta es demasiado pequeña. -Giró la llave en el arranque y metió la marcha con tal brusquedad que ella chocó contra la puerta. La ruedas salpicaron grava cuando metió la marcha atrás y luego la primera. La camioneta rebotó sobre la tierra compacta de la carretera oscura.
Ella se inclinó sobre el asiento de atrás para coger su top. Él la agarró del brazo antes de que lo pudiera localizar.
– Ven aquí. -Sin esperar su consentimiento, la empujó hacia abajo hasta que Gracie yació sobre su espalda, con la cabeza sobre el muslo de Bobby Tom. Entonces él comenzó a conducir demasiado rápido, usando la mano libre para atormentar su pecho.
La camioneta salió disparada a través de la noche con sus dedos acariciándola. A través del parabrisas, ella podía ver el cielo y las copas de los árboles. Estaba al borde de algo inexplicable y cuando no pudo soportar más su dulce tortura, se giró y presionó sus pechos contra él.
La camioneta surcaba la carretera oscura, y su cremallera abierta raspó su mejilla. Ella presionó los labios contra su estómago duro y plano, tocando cada músculo. Él gimió y levantó el muslo de Gracie. Ahuecó la palma de la mano sobre sus pantalones cortos. Movió el talón de la mano y ella comenzó a volar.
– No, no lo harás -murmuró él, apartándose-. No esta vez. No hasta que esté dentro de ti.
Ella siguió viaje en el borde del asiento mientras él conducía alocadamente hacia su casa. Una lluvia de grava chocó contra el lateral del vehículo al dar un frenazo. Al cabo de unos segundos, había apagado el coche y saltado al suelo.
Ella todavía buscaba su top en el asiento de atrás cuando abrió la portozuela.
– No vas a necesitarlo -tomándola de la cintura la sacó de la camioneta.
Si bien la casa estaba apartada y el patio desierto, ella se tapó los pechos con las manos mientras la conducía sobre la hierba. Ella vio su amplia sonrisa con el reflejo de la solitaria luz que iluminaba el porche y se dio cuenta de que él presentaba la misma imagen que en las primeras escenas de la película, con el pecho desnudo y la cremallera de los vaqueros abierta. El sordo ruido de sus botas en las escaleras del porche de madera ahogaba por completo el ligero golpeteo, mas suave, de sus sandalias. Metió la llave en la cerradura y, cuando abrió la puerta, la condujo bruscamente dentro de la casa.
La llevó al dormitorio con una urgencia que la emocionó y asustó a la vez. Le encantaba ver cuanto la deseaba, pero también sabía que lo podía acabar ahuyentando. Siempre había sido algo torpe en las actividades físicas y seguramente ésta no sería la excepción. Miró fijamente la cama de la Bella Durmiente que dominaba la habitación y tragó saliva.
– Es demasiado tarde para dudas, cariño. Me temo que hace dos semanas que pasamos el punto de no retorno. -Se sentó en la cama y se quitó bruscamente las botas y los calcetines. Su mirada vagó sin rumbo hasta la tira de su tanga que se veía a través de la cremallera abierta de sus pantalones cortos.
La empalagosa feminidad del dormitorio lo debería hacer menos intimidatorio, pero sin embargo nunca le había parecido tan abrumador, tan completamente masculino. Su excitación se transformó en ansiedad. Lo miró a los ojos y sólo pudo preguntarse cómo se había metido en ese lío. ¿Cómo había llegado a estar a punto de ofrecerse a un deportista mundano y millonario que era perseguido por las mujeres más bellas del mundo?
Y luego él le sonrió, y sus dudas desaparecieron al tiempo que su corazón se llenaba de amor. Se ofrecía a él porque quería. Creaba recuerdos que la acompañarían el resto de su vida. Él tendió su mano y ella caminó hacia él.
Los dedos que la envolvieron fueron firmes y reconfortantes.
– Todo irá bien, cariño.
– Lo sé.
– ¿Lo sabes? -Cogiéndola por las caderas, la atrajo hasta situarla en medio de sus muslos abiertos.
– Ajá. Ya me dijiste que nada se te resiste.
– Cierto, cariño. Déjalo en mis manos. -Acercó sus labios al pecho de Gracie y metió las manos dentro de sus pantalones cortos para deslizarlos hacia abajo junto con sus bragas. Ella colocó una mano en su hombro y se liberó de la tela de encaje, contenta de estar libre de ella, sintiéndose como una mariposa que finalmente se escapada de una crisálida que la había mantenido cautiva demasiado tiempo. Bobby tom centró la mirada en el nido de rizos cobrizos de entre sus piernas. Cogiéndolo por el brazo, tiró fuertemente de él hasta que se levantó.
Cuando él se puso de pie, ella deslizó sus dedos sobre la cinturilla de sus vaqueros, que colgaban a la altura de las caderas, y descubrió que él no había bromeado cuando le dijo que no llevaba calzoncillos. Le temblaron las manos y vaciló.
Él la tomó por la nuca y ágilmente enredó los dedos entre sus rizos.
– Venga, cariño. No te preocupes.
Sintió la boca seca cuando lentamente tiró con fuerza del tejido suave de los vaqueros. Mirando al suelo, ella se arrodilló. Con infinita lentitud, ella deslizó los vaqueros sobre sus caderas y sobre sus muslos firmes hasta sus tobillos. Él los apartó de una patada. Sintiendo la anticipación, ella se sentó sobre las pantorrillas.
Levantando la mirada de las cicatrices en su rodilla, se paró a la altura de sus caderas.
– Oh, Dios mio…
No había esperado que fuera tan imponente, tan dominante. Abrió la boca sin poder apartar la vista. Era magnífico, mucho más de lo que ella había supuesto. Era increíble tener algo que empujara tan atrevidamente. Arrugó la frente, pero se negó a dejar que el tamaño la preocupara. De alguna manera él se las arreglaría para que ella lo acomodara.
– Ésto va a ser un desastre -murmuró él.
Levantando la cabeza rápidamente le lanzó una mirada herida. Un rubor rojo quemó su piel. Mortificada, se puso rápidamente de pie.
– ¡Lo siento! No quería mirar tan fijamente. Yo…
– ¡No, cariño! -La envolvió entre sus brazos y se rió entre dientes-. No eres tú. Soy yo. Me pones tan cachondo cuando me miras así que corremos el peligro de que se nos vaya todo de las manos en diez segundos.
Ella se sintió tan aliviada de no haber hecho nada mal que una risita subió por su garganta.
– Supongo que entonces, tendríamos que volver a empezar, ¿no?
– Gracie Snow, te estás convitiendo en una auténtica lasciva ante mis ojos. -Pasó la cadena del anillo de la Super Bowl sobre su cabeza-. Esta es, definitivamente, mi noche de suerte.
Comenzó a besarla otra vez. Sus manos estaban por todo su cuerpo, amasando sus nalgas y frotándola contra él. Ella se regocijó de la sensación de su piel desnuda contra la suya. Envolvió los brazos alrededor de su cuello y los elevó hasta rozar con la punta de los dedos la cortina de encaje que colgaba del dosel. Él recorrió su espalda libre, la tendió sobre la colcha, y la colocó en medio de la cama de la Bella Durmiente. Pero él no era un príncipe de cuento de hadas con sólo besos castos en la mente.
Ella enlazó su mirada con la de él y lentamente abrió las piernas, ofreciéndose feliz. Él sonrió y se tumbó al lado de ella en la cama, pasando la palma de la mano por su vientre.
– Tienes clase, cariño.
Inclinando la cabeza, la besó otra vez, arrastrando los dedos entre los rizos sedosos, luego los bajó más para acariciar el interior de sus muslos. Comenzando a torturarla con sus caricias, acercándose más y más, pero sin tocarla donde más necesitaba.
Ella perdió el control, arqueándose contra su mano, tensando cada uno de sus músculos.
– ¡Por favor! -susurró sin aliento contra sus labios-. No te detengas…
– No lo haré, querida. Créeme, no lo haré.
Él la abrió, y su respiración se transformó en un sollozo cuando él rozó sus pliegues con la yema del dedo. Se estremeció de pies a cabeza. Metió un dedo dentro de ella, y, de golpe, ella explotó con un grito.
Él la abrazó mientras temblaba en su extásis. Tan pronto como se calmó y lo sintió, todavía rígido, contra su cadera, tuvo ganas de llorar. Todo lo que había querido era dar, no tomar.
– Lo… lo he echado todo a perder. Lo… lo siento tanto. Sabía que lo estropearía. -Se tragó un sollozo-. Quería que… fuera perfecto, pero nunca he sido buena en las cosas fí…físicas. Nadie me quería en su equipo, y ahora ya sabes porqué. Soy un desastre… y tú… tú no lo eres. Lo he… arruinado todo. -Estaba tan afligida por su orgasmo prematuro que apenas sintió sus labios moviéndose sobre su sien.
– Nadie puede ser hábil en todo, cariño. -Su voz tenía un deje extraño y sofocado.
– ¡Pero quería tanto… ser buena en esto!
– Entiendo. -Él se colocó encima de ella y abrió más sus piernas con las suyas-. Algunas veces hay que aceptar los defectos. Ábrete un poco más, cariño.
Era lo mínimo que podía hacer por él.
Otra vez, ella sintió el roce de sus manos en los muslos, y luego su dedo invasor. Él gimió.
– Eres tan estrecha.
– Lo siento. Eso es porque nunca… -Se quedó sin aliento cuando comenzó a mover el dedo lenta y rítmicamente, acariciándola interiormente y provocando ardientes sensaciones. La exploró con sus hábiles e indagadores dedos, creando un sedoso ritmo íntimo.
– ¿Bobby Tom? -Ella murmuró su nombre como si fuera una pregunta.
– No te disculpes, cariño. No puedes evitar ser un fracaso. -En medio de la niebla de su excitación, se percató que él sonreía contra su mejilla húmeda. Pero antes de que se pudiera plantear por qué lo hacía sintió un duro empuje en la estrecha entrada de su cuerpo. Tensó las manos sobre sus hombros cuando sintió el cosquilleo de un placer que invadía todo su cuerpo.
– Oh…
Él se adentró, invadiéndola poco a poco, dándole tiempo para ajustarse a su tamaño. Ella sentía su contención en la tensión de los músculos bajo sus manos. Pero no quería que se contuviera. Llevaba esperándolo una eternidad.
– De prisa -dijo sin aliento-. Por favor, date prisa.
– No quiero, cariño. -Su voz era tensa, como si estuviera levantando pesas.
– Por favor. No te contengas.
– No sabes lo que me pides.
– Lo sé. Lo quiero todo.
Él tembló y se impulsó en su interior. Oleadas de placer recorrieron su piel y calentaron su sangre. Ella levantó las caderas y envolvió las piernas alrededor de las de él. Él enterró las manos bajo ella y la levantó más, empujándose profundamente en su interior. Ella celebró su propia habilidad para soportar su peso, para aceptar su sexo, y dio una boqueada de pura alegría ante su magia de mujer que permitía que su cuerpo acomodara el de él.
Su respiración sonaba áspera en su oído, y ella se movió contra él como si llevara toda la vida haciéndolo. Las sensaciones que la envolvieron fueron las más poderosas que había sentido, como el viento o el trueno. La llevó más y más alto, hacia las nubes, hacia un lugar misterioso donde sólo existía el éxtasis. La humedad de sus cuerpos se mezcló con sus gritos hasta que alcanzaron el cielo. Por un momento permanecieron allí, perfectamente suspendidos. Luego se dejaron caer juntos en una cascada de lluvia plateada.
Quizás habían pasado minutos o horas antes de que recuperara sus sentidos. Volvió a percibir el mundo poco a poco: el roce del aire fresco en su brazo, el sonido distante de un avión a reacción en lo alto. El cuerpo de él se sentía pesado entre sus brazos. Pero le encantaba su peso y experimentó una sensación de pérdida cuando sintió la suave succión al salir de ella.
Él rodó sobre su estómago, manteniendo la cara hacia ella y colocando el brazo sobre su pecho, justo debajo de sus pechos. Él cerró los ojos y, cuando se puso boca arriba, lo estudió, memorizando cada detalle de su cara: El sensual labio inferior, las pestañas que descansaban sobre sus mejillas, la nariz recta y firme y el húmedo rizo rubio en su sien. Su piel parecía dorada bajo la suave luz de la lámpara. Era tan guapo que la dejaba sin respiración.
La alegría la invadió. Quería bailar; Quería subir al tejado y gritar de júbilo. Nunca había estado tan llena de energía.
– ¿Bobby Tom?
– Uhmm…
– ¿Puedes abrir los ojos?
– Urgmm…
Ella pensó en una caricatura que había visto hacía mucho tiempo de unos ratones danzando en la tela de un paraguas. Así era como se sentía ella, desnuda en la cama con ese hombre, tan feliz como un ratón bailando en la tela de un paraguas.
– Es todavía mejor de lo que pensé que sería. Sabía que eras un amante excelente -y realmente lo eres, Bobby Tom- te aseguro que eres excepcional. Pero no deberías haberte reído de mi cuando pensé que lo había echado todo a perder con mi orgasmo precoz.
Él abrió un ojo y, manteniendo la mejilla contra la almohada, la miró fijamente.
– En caso de que aún no te hayas enterado, no existe nada que se parezca a un orgasmo precoz en las mujeres.
– ¿Y por qué se supone que debería saberlo? Voy a hacerte una crítica constructiva, así que no te ofendas, pero tienes la molesta costumbre de hacer chistes a los que sólo tú ves la gracia.
Él sonrió y levantó el brazo que reposaba bajo sus pechos para juguetear con su pelo entre sus dedos.
– Es que era irresistible -se echó a reir a carcajadas-. Un orgasmo precoz.
– Los hombres los tienen. No veo porqué las mujeres no lo iban a tener.
– Joder, las mujeres modernas lo quieren todo, ¿no es cierto? Pues bien, cariño, eso es algo que los hombres nos reservamos para nosotros solos, aunque nos llevéis al Supremo. -Bostezó y comenzó a rodar sobre su espalda, llevándose la sábana con él.
Ella se sentó con la espalda contra el cabecero.
– ¿Tienes hambre? Yo sí. No pude tragar bocado antes, por lo nerviosa que estaba, pero te juro que ahora me comería hasta un caballo. Me voy a preparar un sandwich, o mejor, un tazón de cereales, o sopa. O tal vez…
– Eres una charlatana, ¿no?
– ¿Crees que lo podemos hacer de nuevo?
Él gimió.
– Necesito un poco de tiempo para recuperarme. No soy tan joven como era hace unas dos horas.
– Creía…, bueno, sé que hay diferentes posturas y todo eso, pero, para ser completamente sincera, me siento fascinada por… eh… el órgano masculino, y no he tenido oportunidad de estudiarlo bien, y…
Ella se interrumpió cuando la cama comenzó a temblar por su risa.
– ¡Órgano masculino!
Ella lo miró con mala cara.
– No le veo la gracia. Soy demasiado vieja para ser tan ignorante y tengo un montón de años que recuperar.
Bobby Tom arrugó la frente con fingida alarma.
– No en una noche, espero.
– Creo que de alguna manera no tendrías problema para seguirme el ritmo. -Ella no había pasado por alto que, a pesar de sus palabras, él había estado observando algunas partes de su cuerpo con cierto interés.
El teléfono se entrometió. Aunque el que estaba en la mesita al lado de la cama estaba sin timbre, oyeron el que estaba en el despacho y que había sonado intermitentemente desde que entraron en la casa. Ya estaba acostumbrada al hecho de que él dejaba que su contestador cogiera la mayor parte de sus llamadas y no le había dado importancia. Esta vez él suspiró y estiró el brazo para cogerlo.
– Puede que si contesto, quien quiera que sea nos deje en paz por el resto de la noche. Hola… No, Luther, no importa, no estaba dormido… Ajá. Bueno, debería de tener confirmada la lista en un par de días… ¿Quieres que venga también, George Strait? -Puso los ojos en blanco-. No puedo hablar más, Luther. Tengo una llamada en la otra línea y estoy seguro de que vendrá Troy Aikman. Bien, se lo diré.
Él colgó de golpe el teléfono y se incorporó para sentarse con la espalda contra las almohadas.
– Me ha dicho que te recuerde que tienes una reunión del comité de “La casa de Bobby Tom”. Pero no vas a ir. Condenados tontos.
– De hecho, creo que sí que iré. Uno de los dos tiene que saber que se traen entre manos.
– Una locura, eso es lo que están haciendo y será mejor que te mantengas alejada porque puede ser contagioso. -Sus ojos vagaron por sus pechos-. ¿Estás lista para el segundo asalto o prefieres quedarte aquí sentada farfullando toda la noche?
Ella sonrió.
– Definitivamente estoy lista para el segundo asalto. Pero… -Buscó valor, determinada a no dejar que se saliera en todo con la suya, aunque tuviera más experiencia que ella y no confiara del todo en sus nuevas habilidades como sirena sexual-. Estoy preparada para el segundo asalto, pero esta vez seré yo quien lleve la voz cantante.
Él la miró con cautela.
– ¿Exactamente qué quieres decir?
– No hay razón para que finjas ignorancia, Bobby Tom. Creo que nos entendemos perfectamente.
Él se rió entre dientes.
Ella cogió la arrugada sábana que cubría sus caderas y la apartó de un tirón.
– Pienso que el mejor lugar para satisfacer mi curiosidad puede ser la ducha.
– ¿La ducha?
– No me estás prestando atención.
– Claro que te la presto. ¿Pero estás segura de estar preparada? Tomar una ducha conmigo significa que seguro que pasas de principiante a maestra en sólo una noche.
Ella lo miró y curvó sus labios en una sonrisa tan vieja como Eva.
– No puedo esperar más.