capítulo 4

Se oían las campanas de la iglesia a través de la ventana cuando Gracie se acercó a la puerta del dormitorio y golpeó suavemente.

– Bobby Tom, llegó el desayuno.

Nada.

– ¿Bobby Tom?

– Eres real -gimió él-. Esperaba que fueses sólo una pesadilla.

– Pedí el desayuno al servicio de habitaciones y ya llegó.

– Vete.

– Son las siete. Tenemos doce horas de coche por delante. De verdad, necesitamos ponernos ya en marcha.

– Esta habitación tiene balcón, cariño. Como no me dejes en paz, te tiro por él.

Ella se retiró de la puerta del dormitorio y caminó hacia la mesa, donde mordisqueó una tortita de arándanos, pero estaba demasiado cansada para comer. Durante toda la noche, se había despertado ante el más leve ruido, pensando que era Bobby Tom saliendo de puntillas mientras dormía.

A las ocho, después de haber llamado a Willow para informale de los dudosos progresos de su viaje, intentó otra vez despertarlo.

– Bobby Tom, ¿por qué no te despiertas para que podamos seguir viaje?

Nada.

Ella abrió la puerta suavemente y se le secó la boca cuando lo vio tumbado sobre el estómago con la sábana enredada alrededor de sus caderas. Tenía las piernas abiertas y una de ellas estaba doblada. A pesar de las cicatrices que tenía en la rodilla derecha, eran fuertes y bellas. Su piel era bronceada contra la blanca sábana y el vello dorado de sus pantorrillas brillaba tenuemente bajo la luz de la mañana que se colaba por las cortinas. Tenía un pie oculto bajo la manta que había a los pies de la cama; el otro estaba al aire, era estrecho y con un empeine alto y bien definido. Sus ojos se demoraron sobre las feas cicatrices rojas que fruncían su rodilla derecha, luego subieron por sus muslos y la sábana que rodeaba sus caderas. Si esa sábana estuviera cinco centímetros más arriba…

Se escandalizó por la fuerza del deseo que sintió de ver sus partes privadas. Todos los cuerpos masculinos desnudos que ella había visto en su vida eran viejos. Bobby Tom se parecía a los hombres de la película de la noche anterior. Se estremeció.

Él se dio la vuelta, llevando la sábana con él. Su grueso pelo estaba despeinado, tenía un mechón pegado a la sien. La piel de su mejilla tenía una arruga de la almohada.

– Bobby Tom -dijo ella suavemente.

Abrió un poco un ojo y dijo con la voz ronca por el sueño:

– Desnúdate o vete.

Ella caminó resueltamente hacia las ventanas y tiró del cordón de las cortinas.

– Alguien está realmente gruñón esta mañana.

Él gimió cuando la luz inundó la habitación.

– Gracie, tu vida está en peligro de muerte.

– ¿Te gustaría que te preparara la ducha?

– ¿También quieres frotarme la espalda?

– Creo que eso no será necesario.

– He tratado de ser tolerante con esto, pero pareces no darte cuenta. -Se incorporó, buscó la cartera de la mesilla de noche y sacó varios billetes-. Para el taxi al aeropuerto -dijo, tendiéndoselos.

– Primero dúchate y luego hablaremos de eso -dijo precipitadamente saliendo de la habitación.

Hora y media después, aún trataba de deshacerse de ella. Ella se apresuró por la acera hacia uno de los gimnasios de Memphis con una bolsa blanca de papel donde llevaba un zumo de naranja natural apretado con fuerza en la mano. En cuanto lo había logrado sacar de la cama, le había dicho que ni hablar de marcharse hasta haber tenido algo de ejercicio matutino. En cuanto habían entrado en un gimnasio de la ciudad, le había puesto un montón de dinero en la mano y la había enviado a una cafetería cercana para que le cogiera un zuno de naranja natural mientras él iba al vestuario.

Cuando había desaparecido en el cuarto de las taquillas, sus ojos eran cándidos y llevaba puesta su sonrisa angelical, lo cual indicaba que tenía intención de marcharse mientras ella no estaba. Se convenció absolutamente cuando vio que le había dado doscientos dólares para pagar un zumo de naranja. En consecuencia, se vio obligada a tomar medidas drásticas.

Como era lógico, la cafetería estaba bastante más lejos de lo que le había hecho creer y ella había intentado apurarse todo lo que podía. Cuando regresó al gimnasio, pasó por delante de la puerta, dirigiéndose directamente al aparcamiento de la parte posterior.

El Thunderbird estaba bajo una sombra con el capó abierto. Bobby Tom miraba con atención por debajo del capó. Estaba sin aliento cuando llegó hasta él.

– ¿Ya terminaste de entrenar?

Levantó la cabeza tan rápida y abruptamente que se la golpeó contra el capó, desplazando a un lado el stetson. Él maldijo suavemente y colocó el sombrero.

– Tengo la espalda algo rígida, así que he decidido esperar hasta la noche.

Su espalda parecía estar perfectamente, pero se abstuvo de señalarlo, igual que se abstuvo comentar el hecho de que obviamente había tenido intención de irse en el coche mientras ella no estaba.

– ¿Le pasa algo a tu coche?

– No arranca.

– Déjame mirar. Sé algo de motores.

Él clavó los ojos en ella con incredulidad.

– ¿Tú?

Ignorándole, apoyó la húmeda bolsa en el guardabarros y mirando con atención bajo el capó, levantó la tapa del distribuidor.

– Madre mía, parece haber perdido el rotor. Déjame ver. A lo mejor por aquí… -abrió su bolso-. Si. Tengo uno aquí mismo.

Colocó el pequeño rotor en el Thunderbird, apretó los dos tornillos que aseguraban la tapa y le tendió un cuchillo de desayuno para que los apretara más. Todo estaba pulcramente envuelto en una bolsa de plástico que había tomado del hotel para justo este tipo de emergencia.

Bobby Tom miraba hacia abajo como si no se pudiera creer lo que veía.

– Asegúralo bien -dijo ella amablemente-. Si no podría darte algunos problemas. -Sin esperar su respuesta, cogió el zumo de naranja y se apresuró hacia la portezuela del copiloto para deslizarse en el asiento donde se puso a estudiar el mapa.

No pasó mucho antes de que el coche se estremeciera cuando él cerró de golpe el capó. Ella oyó el sonido de sus pasos, furiosos, sobre el asfalto. Bobby Tom se apoyó en el marco de la ventanilla del copiloto y ella vio que tenía los nudillos blancos. Cuando finalmente habló, su voz fue muy suave y muy enfadada.

– Nadie toca mi T-Bird.

Ella se mordisqueó el labio inferior.

– Lo siento, Bobby Tom. Sé que adoras este coche y no te culpo por enfadarte. Es un coche maravilloso. En serio. Por eso voy a ser honesta contigo, tengo habilidad para estropearlo de verdad si intentas darme otra vez esquinazo.

Sus cejas se elevaron rápidamente y clavó los ojos en ella con incredulidad.

– ¿Estás amenazando mi coche?

– Eso me temo -dijo ella en tono de disculpa-. El Sr. Walter Karne, descanse en paz, residió en Shady Acres casi ocho años antes de morir. Hasta que se jubiló era propietario de un taller de reparación de automóviles en Columbus y aprendí mucho de él sobre motores, incluyendo como sabotearlos. Sólo un ejemplo, tuvimos unos problemillas con un asistente social demasiado burocrático que venía a Shady Acres varias veces al mes. Le gustaba contrariar a los residentes.

– Así es que el Sr. Karne y tú os vengasteis saboteando su coche.

– Desafortunadamente, el Sr. Karne tenía artritis, lo que quiere decir que tuve que hacer yo misma todo el trabajo manual.

– Y ahora tienes intención de usar tu inusual conocimiento para chantajearme.

– Se sobreentiende que la idea no me gusta mucho. Por otro lado, me debo a Windmill Studios.

Los ojos de Bobby Tom comenzaban a tener una expresión salvaje.

– Gracie, la única razón por la que no te estrangulo hasta morir en este momento es porque sé, que tan pronto como el jurado oiga mi historia y me absuelva, esos tiburones de la tele convertirían todo esto es una peli de serie b para la televisión.

– Tengo que hacer mi trabajo -dijo ella suavemente-. Y me tienes que dejar hacerlo.

– Lo siento, cariño. Hemos llegado al límite.

Antes de que lo pudiera detener, él había abierto la portezuela, la había cogido en brazos y la había dejado sobre el suelo del aparcamiento. Ella siseó con alarma.

– Hablemos de esto.

Ignorándola, se acercó a la parte posterior del coche, de dónde sacó la maleta de Gracie del maletero.

Ella se apuró en llegar a su lado.

– Somos dos adultos razonables. Estoy segura que podemos llegar a un compromiso. Estoy segura que nosotros…

– Te aseguro que no podemos. Dentro te llamarán un taxi. -Dejó caer la maleta sobre el pavimento, se subió al Thunderbird y lo puso en marcha.

Sin parase a pensar, ella se dejó caer sobre el pavimento delante de las ruedas y apretó los ojos con fuerza.

Pasaron unos segundos llenos de tensión. El calor del asfalto atravesó la tela de su amorfo vestido color mostaza. El olor del tubo de escape hizo girar su cabeza. Sintió que su sombra caía sobre ella.

– Para salvarte la vida, vamos a hacer un trato.

Ella abrió los ojos con alivio.

– ¿Qué tipo de trato?

– Dejaré de intentar huir de ti…

– Es justo.

– …si haces exactamente lo que te diga el resto del viaje.

Ella consideró la idea mientras se ponía de pie.

– No creo que eso vaya a funcionar -dijo ella con suavidad-. Por si nadie te lo ha dicho nunca, no siempre eres razonable.

Bajo la ala del stetson, entrecerró los ojos.

– Tómalo o déjalo, Gracie. Si quieres ir en este coche, vas a tener que contener tus modales mandones y hacer lo que te diga.

Exponiéndolo así no tenía mucha elección, y decidió ceder cortesmente.

– Muy bien.

Él devolvió su maleta al maletero. Ella se volvió a sentar en el asiento del copiloto. Cuando él se subió al coche, le dio una vuelta a la llave de contacto con enojo.

Ella miró el reloj de su muñeca y luego el mapa que había estudiado atentamente un poco antes.

– Sólo una cosa más antes de salir. Aunque no te hayas dado cuenta, son casi las diez y tienes que estar en el plató mañana a las ocho de la mañana. Tenemos más de mil kilómetros por delante, así que mira cuál es el camino más corto…

Bobby Tom cogió el mapa con una mano, hizo una bola con él y lo tiró del coche. Unos minutos después estaban de nuevo en la autopista.

Desafortunadamente, iban hacia el este.


El martes por la noche, Gracie tuvo que aceptar el hecho de que había fracasado. Mientras miraba fijamente los limpiaparabrisas que limpiaban el parabrisas del Thunderbird y escuchaba el repiqueo de la lluvia en el techo sobre ella, caviló sobre los dos días pasados. A pesar de estar ya en Dallas, no había podido llevar a Bobby Tom a Telarosa a tiempo.

Las gotitas de agua brillaban sobre el capó del coche por el destello de los faros de los coches que pasaban. Intentó no pensar en las llamadas enojadas de Willow y se puso a mirar el lado positivo de la situación. Esos días, había visto más país de lo nunca hubiera imaginado y había conocido personas de lo más interesante: cantantes de country, instructores de aerobic, muchos futbolistas y un travesti muy agradable que le había enseñado varias maneras de atarse una bufanda.

Y sobre todo, Bobby Tom no había tratado de quitársela de encima. Aún no estaba segura por completo de por qué no la había dejado en Memphis, pero a veces tenía la extraña sensación de que no quería estar solo. Con excepción de un desafortunado incidente en el que había detenido el coche sobre un puente, la había arrastrado hasta el borde y había amenazado con lanzarla por él, se habían llevado muy bien. Pero aún así, esa noche se sentía decididamente torpe.

– ¿Estás cómoda, Gracie?

Ella siguió mirando el limpiaparabrisas.

– Estoy bien, Bobby Tom. Gracias por preguntar.

– Parece como si se te estuviera clavando la manilla de la puerta. Este asiento no es para tres pasajeros. ¿Estás segura que no quieres que te deje en el hotel?

– Estoy segura.

– Bobby Tom, querido, ¿tiene pensado estar con nosotros toda la noche? -Cheryl Lynn Howell, su cita de esa tarde, sonaba petulante cuando se acurrucó contra su hombro.

– Ella tiene el corazón duro, cariño. ¿Por qué no finges que no está aquí?

– Es dificil ya que tú sigues hablando con ella. Joder, Bobby Tom, esta tarde has hablado más con ella que conmigo.

– Estoy seguro que no es así. Ni siquiera se sentó con nosotros en el restaurante.

– Se sentó en la mesa de al lado y te girabas para hablar con ella. Además, no sé para qué necesitas un guardaespaldas.

– Hay muchas personas peligrosas en el mundo.

– Puede ser, pero eres más fuerte que ella.

– Ella dispara mejor. Gracie es pura magia con la Uzi.

Gracie reprimió una sonrisa. Era un desvergonzado, pero increíblemente ocurrente. Se acomodó más cerca del centro del asiento. La falta de asiento trasero del antiguo Thunderbird no había sido un grave impedimento. Se suponía que Cheryl Lynn y ella compartían el asiento, aunque la reina de la belleza estaba prácticamente sentada en el regazo de Bobby Tom. De alguna manera había logrado sentarse a horcajadas sobre la caja de cambios con gracia.

Gracie miró el suave vestido drapeado sin hombros color coral de Cheryl Lynn con envidia. Su voluminoso traje de falda negra y chaqueta a rayas blancas y rojas hacía que pareciera que llevaba la bata de un barbero.

Cheryl apoyó la mano sobre el muslo de Bobby Tom.

– Explícame otra vez exactamente quién va detrás de ti. Pensaba que sólo tenías problemas con algunos casos de paternidad, no con la CIA.

– Alguno de esos casos de paternidad puede ponerse dificil. En este caso, la señorita en cuestión no mencionó la cercana conexión de su padre con el crimen organizado hasta que fue demasiado tarde. ¿No es así, Gracie?

Gracie se hizo la sueca. Aunque estaba encantada en secreto con la imagen de sí misma como agente de la CIA con Uzi y todo, sabía que probablemente no era bueno para su carácter que lo animase en sus mentiras.

Otra vez Bobby Tom la miró por encima de los alborotados rizos rubios de Cheryl Lynn.

– ¿Qué tal estaban esos espaguetis que pediste?

– Excelentes.

– No me gusta eso verde que tenían por encima.

– ¿Te refieres al pesto?

– Eso mismo, prefiero una buena salsa de carne.

– Por supuesto. Con una ración doble de grasientas costillas al lado, supongo.

– Se me hace la boca agua sólo de pensarlo.

Cheryl Lynn levantó la cabeza de su hombro.

– Lo estás haciendo otra vez, B.T.

– ¿Haciendo qué, cariño?

– Hablar con ella.

– Oh, no creo querida. No cuando te tengo a ti en la mente.

Gracie soltó una tosecita, haciendo que Bobby Tom supiera que la señorita Reina del Rodeo, podía creerse lo que decía, pero que ella leía en él como en un libro abierto.

Aunque la tarde había sido algo embarazosa, también había sido esclarecedora. No pasaba cada día que un mero mortal como ella misma pudiera observar a un genio en acción. Ella nunca hubiera imaginado que un hombre pudiera ser un manipulador de mujeres tan hábil. Bobby Tom estaba siempre conforme, era perpetuamente encantador e incesantemente indulgente. Implacablemente se aseguraba que ninguna de las mujeres que se movían a su alrededor se percatara de que sólo hacía lo que quería.

Llegaron a una serie de apartamentos estilo misión. Cheryl Lynn se apoyó más cerca y murmuró algo en el oído de Bobby Tom.

Él se rascó el cuello.

– No sé, cariño. Eso podría ser demasiado embarazoso con Gracie delante, pero si no te importa, supongo que por mí vale.

Eso fue demasiado, incluso para Cheryl Lynn, y la reina de la belleza a regañadientes terminó lo que fue una noche de cita. Gracie observó como él abría su paraguas y lo mantenía sobre su cabeza mientras la escoltaba hasta la puerta. En su opinión, Bobby Tom había mostrado bastante sentido común al no quedarse con Cheryl Lynn, aunque no podía estar de acuerdo en que hubiera quedado con ella. La reina de la belleza era testaruda, egocéntrica y considerablemente menos inteligente que los cangrejos que había pedido para la cena. Aun así, Bobby Tom la había tratado como si fuera el modelo por excelencia de feminidad. Era el perfecto caballero con todo el mundo salvo con ella.

En la puerta del apartamento, vio que Cheryl Lynn se había enroscado alrededor de él como la serpiente alrededor de El Árbol de la Sabiduría. A él no parecía importarle. Ella presionó sus caderas contra las de él como si hubieran estado así antes. Aunque Gracie se consideraba una persona muy apacible, que no le costaba hacer concesiones y tener mucho aguante, según se alargaba el beso de buenas noches, sentía como su indignación aumentaba. ¿Tenía Bobby Tom que hacer cirugía oral con cada mujer que conocía? Tenía tantas cabelleras de mujer colgando de su cinturón que podría pasear sin pantalones y nadie sabría si estaba desnudo o no. En lugar de perder el tiempo buscando nuevas pastillas para adelgazar, las compañias farmacéuticas del país harían mejor en encontrar un antídoto contra Bobby Tom Denton.

Su cólera hervía a fuego lento mientras miraba como la Reina del Rodeo intentaba escalar por sus piernas y cuando él regresó al coche, ella hervía como una olla express.

– Vámonos a urgencias para que te puedan vacunar del tétanos -escupió.

Bobby Tom levantó una ceja.

– Parece que no te cae bien Cheryl Lynn.

– Se pasó más tiempo preocupada de que todos advirtiesen con quién estaba que mirándote. No tenía porqué pedir lo más caro del menú porque seas rico. -Gracie estaba descargando cuatro dias de frustración-. Y ni siquiera te gusta a ti. Eso era lo más repugnante de todo. Tú no podrías aguantar a Bobby Tom Denton hecho mujer y ni siquiera intentes negarlo porque leo en ti como en un libro abierto. Desde el principio. Tienes más cuento que Calleja. Y toda esa charada sobre la CIA y Uzis. Y te voy a decir más: yo no me creo ni una palabra sobre todos esos supuestos casos de paternidad.

Él pareció ligeramente asombrado.

– ¿No?

– No, no lo hago. ¡No haces más que soltar trolas!

– ¿Trolas? -Elevó una de las comisuras de su boca-. Ahora estás en Texas, cariño. Aquí abajo, francamente, se dice…

– ¡Sé como lo decís!

– Estás bien gruñona esta noche. Te voy a decir algo que te animará. ¿Qué te parece si te dejo sacarme de la cama a las seis de la mañana? Iremos directamente a Telarosa. Deberíamos estar allí para el almuerzo.

Ella clavó los ojos en él.

– Estás de broma.

– Solo un ser despreciable bromearía sobre algo que te importe tanto.

– ¿Me prometes que iremos directamente allí? ¿No a un rancho de avestruces o a visitar primero a tu maestra de la guardería?

– ¿Eso he dicho, no?

Su irascibilidad se evaporó.

– Sí. Bien. Sí, eso suena maravilloso.

Ella se reclinó en el asiento segura de una cosa. Si finalmente iban a Telarosa por la mañana, entonces sería porque Bobby Tom había decidido hacerlo, no porque ella quisiera ir.

Él se volvió hacia ella.

– Sólo por curiosidad ¿por qué no te crees lo de los casos de paternidad? Tengo un record público.

Ella había hablado impulsivamente, pero mientras reconsideraba lo que había dicho, se convenció de que eso era simplemente otro ejemplo de cómo Bobby Tom retorcía la verdad.

– Te puedo imaginar haciendo muchas maldades, especialmente a mujeres, pero no te puedo imaginar abandonando a un hijo tuyo.

Él la recorrió con la mirada y las comisuras de su boca se curvaron en una sonrisa casi imperceptible. Se amplió mientras devolvía la atención a la carretera.

– ¿Y bien? -lo miró con curiosidad.

– ¿Realmente lo quieres saber?

– Si es la verdad en vez de una de esas historias que le cuentas al resto del mundo, si.

Él ladeó el ala del stetson un centímetro hacia delante.

– Hace mucho tiempo una amiga me lió en un caso de paternidad. Si bien estaba seguro que el bebé no era mío, me hice los análisis pertinentes. Te lo aseguro, su ex-novio era el culpable, pero como era un hijo de la gran puta, decidí ayudarla un poco.

– Le diste dinero. -Gracie había observado a Bobby Tom en acción lo suficiente como para saber como actuaba.

– ¿Por qué debería de sufrir un niño inocente sólo porque su viejo es un imbecil? -Se encogió de hombros-. Después se corrió la voz de que era presa fácil.

– ¿Y llegaron más casos de paternidad?

Él asintió con la cabeza.

– Déjame adivinar. En vez de negarlos, llegaste a acuerdos.

– Sólo un par de pequeños fondos fiduciarios para cosas de primera necesidad -contestó él a la defensiva-. Caramba, he ganado más dinero del que puedo gastar y todas firmaron documentos admitiendo que yo no era el padre. ¿Dónde está el daño?

– En ningún sitio, supongo. Pero no es justo. No deberías de pagar tú los errores de otras personas.

– Ni los niños.

Ella se preguntó si él pensaba en la tragedia de su propia infancia, pero su expresión era ilegible, así que no podía asegurarlo.

Él presionó los botones del teléfono del coche y sostuvo el aparato contra su oreja.

– ¿Bruno, te desperté? Bueno. Mira, es que no tengo el número de Steve Cray. Llámalo y dile que vuele en el Barón hasta Telarosa. Mañana. -Se metió en el carril izquierdo-. Bien. Bueno, así puedo hacer algún vuelo cuando no trabaje. Gracias, Bruno.

Colgó el teléfono y comenzó a canturrear “Luckenbach, Texas ”.

Gracie luchó para hablar sin sonar alterada.

– ¿El Barón?

– Es una pequeña avioneta con dos motores turbo. La tengo en un aeródromo a media hora de mi casa de Chicago.

– ¿Me estás diciendo que sabes pilotar un avión?

– ¿No te lo había dicho?

– No. -Lo dijo entrecortadamente-. No lo hiciste.

Él se rascó la cabeza.

– Bueno, tengo licencia para pilotar desde… veamos… hace unos nueve años.

Ella apretó sus dientes.

– Y tienes una avioneta.

– Es pequeña, cariño.

– ¿Y carnet de piloto?

– Eso es.

– ¿Entonces por qué hemos venido en coche a Telarosa?

Él pareció herido.

– Era lo que me apetecía, eso es todo. -Ella dejó caer la cabeza entre las manos y trató de invocar una imagen de él desnudo en el desierto con los buitres comiéndose su carne y las hormigas paseando por las cuencas de sus ojos. Desafortunadamente, no era una imagen lo suficientemente horripilante. Otra vez, él había hecho exactamente lo que quería sin pensar en nadie más.

– Esas mujeres no saben lo afortunadas que son -masculló.

– ¿De qué mujeres hablas?

– De todas esas que suspendieron tu examen de fútbol.

Él se rió entre dientes, encendió un cigarro y siguió cantando “Luckenbach, Texas”.


*****

Fueron hacia el suroeste de Dallas, rodando entre pastizales salpicados por rebaños de vacas y sombreados por árboles. Cuando el terreno se hizo más montañoso y rocoso, comenzó a ver señales de ranchos y algunos ejemplos de la fauna salvaje local: codornices, liebres y algún pavo alocado. Telarosa, según la informó Bobby Tom, se asentaba cerca de Texas Hill Country, a doscientos kilómetros de cualquier punto importante. Por ese relativo aislamiento no había prosperado pueblos como Kerrville o Fredericksburg.

En la conversación con Willow esa mañana, su jefa había ordenado que llevara a Bobby Tom directamente a Lather, un rancho de caballos varios kilómetros al Este de los límites del pueblo, donde estaban rodando, así que Gracie no conocería el pueblo hasta la tarde. Como él parecía conocer el lugar que Willow había descrito, Gracie se abstuvo de leer las instrucciones en voz alta.

Tomaron una carretera de asfalto estrecha y sinuosa.

– Gracie, esa película que vamos a hacer… Tal vez sería mejor si me contaras algo sobre ella.

– ¿Algo cómo qué? -Quería tener buena apariencia al llegar y metió la mano en el bolso para coger un peine. Se había puesto el traje azul marino esa mañana, así que parecía toda una profesional.

– Bueno, el argumento en primer lugar.

Gracie dejó quieta las manos.

– ¿Estás diciéndome que no has leido el guión?

– No he tenido tiempo de hacerlo.

Ella cerró su bolso y lo estudió. ¿Por qué un hombre aparentemente inteligente como Bobby Tom aceptaría rodar una película sin siquiera haber leído el guión? ¿Era tan inconsciente? Sabía que no estaba demasiado entusiasmado con el proyecto, pero aún así, había pensado que tendría algún interés. Debía haber alguna razón, aunque no podía ser…

En ese momento quedó sobrecogida por una horrible sospecha, una que la hizo sentir casi enferma. Impulsivamente, extendió la mano y la curvó sobre su brazo.

– Lo puedes leer, ¿no, Bobby Tom?

Giró la cabeza rápidamente con los ojos brillando por la indignación.

– Por supuesto que lo puedo leer. Ya sabes que me licencié en la Universidad.

Gracie sabía que algunas universidades les daban a sus estrellas de fútbol un trato de favor en cuestiones académica, por lo que no abandonó sus sospechas.

– ¿En qué carrera?

– Gestión de Juego.

– ¡Lo sabía! -Se sintió llena de simpatía-. No tienes porqué mentirme. Sabes que puedes confiar en mí para decirme cualquier cosa. Podemos trabajar juntos para mejorar tu nivel de lectura. Nadie tendría que saberlo. -Se interrumpió al ver el brillo de sus ojos. Tardíamente, recordó el maletín del pórtatil y rechino los dientes-. Te estás burlando de mí.

Él sonrió ampliamente.

– Cariño, debes dejar de encasillar a las personas. Sólo porque haya sido futbolista no significa que no sepa el alfabeto. Entré en la universidad con una media bastante buena y saqué por méritos propios un titulo en economía. Aunque normalmente me averguenza presumir, pero estuve en el puesto numero seis de la liga universitaria.

– ¿Por qué no me lo has dicho desde el principio?

– Eres tú quien pensó que no sabía leer.

– ¿Y que querías que pensara? Nadie en su sano juicio firma un contrato para hacer una película sin leer el guión primero. Incluso yo lo he leido y no salgo en ella.

– Es una película de acción y aventura, ¿no? Se supone que soy el bueno, lo cual quiere decir que también estará el malo, la chica y una carrera de coches. Como ahora no nos enfrentamos a los rusos, el malo será un terrorista o un traficante de drogas.

– Un cartel mexicano de la droga.

Él asintió con la cabeza.

– Habrá un montón de peleas, mucha sangre y maldiciones, la mayor parte de ellas gratuitas, eso si, respetando el primer mandamiento. Correré por ahí totalmente viril y la protagonista, siendo estas películas como son, problamente correrá de un lado a otro desnuda y gritando. ¿Estoy acertando hasta ahora?

Él había dado en el blanco, pero no quería incentivar sus malos hábitos reconociéndolo.

– Tú no lo entiendes. Deberías haberte leído el guión para poder entender los matices del personaje.

– Gracie, cariño, no soy actor. No tendría la más ligera idea de cómo ser alguien distinto a mi mismo.

– Bueno, en este caso, vas a ser un ex-futbolista borracho que se llama Jed Slade.

– Nadie se llama Jed Slade.

– Tú lo haces y vives en un rancho de caballos de Texas que le has comprado al hermano de la protagonista, que es una mujer llamada Samantha Murdock. Supongo que sabes que Natalie Brooks interpreta el papel de Samantha. Los de Windmill se consideran muy afortunados de haberla contratado. -Como Bobby Tom asintió con la cabeza, ella continuó-. No sabes quien es Samantha, sin embargo te conoce en un bar y te seduce.

– ¿Me seduce ella?

– Como en la vida real, Bobby Tom, esa parte no te debería molestar.

– El sarcasmo no te va, cariño.

– Sin que tú lo sepas, Samantha te droga cuando te lleva a casa.

– ¿Antes o después de que lo hagamos?

Otra vez, ella lo ignoró.

– Te desmayas, pero tienes la constitución de un buey, y te espabilas a tiempo de ver como está despedezando el suelo de madera de tu casa. Os peleais. Normalmente la podrías vencer con facilidad, pero ella tiene una pistola y tú estás atontado por las drogas. Luchais. Finalmente, comienzas a estrangularla para poder quitarle la pistola y sacarle la verdad a la fuerza.

– ¡Sería incapaz de estrangular a una mujer!

Parecía tan indignado que ella se rió.

– Durante el proceso, descubres que es la hermana del hombre al que compraste el rancho, y que es traficante de drogas para un cartel mexicano.

– Déjame adivinar. El hermano de Samantha decidió traicionar a su jefe, que le descubrió, pero no antes de que escondiera un montón del dinero de la droga bajo el entarimado de la casa.

– Ahí es donde la heroína piensa que está escondida, pero no está.

– El mexicano, mientras tanto, decide secuestrar a la protagonista porque cree que ella sabe donde está escondido. El Viejo Jake Slade…

– Jed Slade -lo corrigió.

– El viejo Jed, será un caballero además de borracho y naturalmente tiene que rescatarla.

– Se enamora de ella -explicó ella.

– Lo cuál da un montón de excusas para tenerla desnuda.

– Creo que tú también tienes una escena desnudo.

– Ni en un millón de años.

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