capítulo 12

Era la primera vez en toda la noche que nadie metía una servilleta de papel bajo la nariz de Bobby Tom para pedirle un autógrafo, le preguntaba si quería bailar o intentaba sonsacarle detalles del torneo de golf. Por fin tenía unos minutos para sí mismo, y se sentó en el reservado del rincón. El Wagon Wheel era el lugar de ligoteo favorito de Telarosa, y donde, las noches de sábado se reunía la gente para pasar un buen rato, sobre todo con Bobby Tom pagando todas las rondas.

Posó su botella de cerveza sobre una mesa llena de marcas y apagó uno de los puritos que ocasionalmente se permitía fumar. A la vez, observó como Gracie intentaba, sin lograrlo, bailar una nueva canción de Brooks and Dunn [14]. Habían pasado dos semanas desde que la habían “arreglado”, así que creía que la gente debería haberse acostumbrado ya a esas alturas, pero todos seguían preguntando sobre ella.

A pesar de todo lo que había mejorado, seguía sin ser de las que llamaban la atención. Era guapa, nadie lo podía negar. Mucho, incluso. En la gran tierra de los cortes de pelo atrevidos, el suyo muy bien se podría considerar la obra maestra de Shirley y envolvía su cara, brillando bajo la luz tenue, con sus reflejos cobrizos. Pero él prefería a las rubias llamativas con piernas hasta las axilas y pechos de actriz porno. Las que exudaban sexo, esas eran las que le gustaban y no iba a disculparse por ello. Se había ganado esos trofeos sexuales en los ensangrentados campos de batalla de la NFL. Se los había ganado a base de golpes y dos brutales entrenamientos diarios; se los había ganado recibiendo hostias tan violentas que luego no podía recordar su nombre. Eran el botín de la guerra de la parrilla [15] y renunciar a ellas sería lo mismo que renunciar a su identidad.

Tomó un largo trago de la botella de Shiner, pero la cerveza no llenó el vacío de su interior. Ahora debería estar empezando la temporada, sin embargo, se paseaba delante de una cámara como un jodido gigoló y fingía estar comprometido con una pequeña mandona que nunca sería confundida con un trofeo sexual.

No era que Gracie no tuviera una pequeña y atrayente figura con esos vaqueros tan apretado que provocaban que Len Brown no pudiera apartar los ojos de su trasero. Recordaba haberle dicho a su madre que se asegurara que Gracie comprara un par de vaqueros, pero lo que no recordaba era decir que fueran tan ceñidos que pudieran acalambrarle las piernas.

El tema de la ropa de Gracie le hizo fruncir el ceño. No se lo podía creer cuando su madre le dijo que Gracie había insistido en pagar su ropa y habían acabado por comprar en los outlet. ¡Él tenía que haber pagado esas ropas! ¿Había sido idea de ella o de él? Además él era rico y ella pobre, y se suponía que cualquier mujer que fuera a casarse con él tenía que tener lo mejor. Habían discutido -mucho- cuando él se había enterado, una discusión que se había repetido cuando Shirley le devolvió el dinero que le había adelantado para la sesión de peluquería y maquillaje de Gracie, ya que Gracie había insistido en pagar también aquello. Joder, era testaruda. No era sólo que no aceptara dinero de él, es que encima quería pagarle el alquiler del apartamento.

Sin embargo, sería él quien diría la última palabra. Mismo el día antes, había entrado en la Boutique de Millie y había escogido un elegante vestido negro de coctel para Gracie. Millie había prometido decirle a Gracie que tenía una estricta política sobre devoluciones si Gracie trataba de devolverlo. De cualquier manera, tenía intención de salirse con la suya en eso.

Rascó la etiqueta de la botella de cerveza con su pulgar. Tal vez sería mejor que hablara con Willow. Había comenzado a pensar que necesitaba asegurarse que Gracie supiera quién pagaba su penoso sueldo.

Observó encolerizadamente como Gracie se perdía otro paso más. ¿En qué demonios estaba pensando su madre cuando la aconsejó que llevara puesto ese chaleco esa noche? Inmediatamente después de decirle a Gracie que la iba a llevar Wagon Wheel, la había oido sin querer llamar a Suzy y preguntarle lo que se suponía que tenía que ponerse para salir la noche del sábado. Ahora entendía lo que había querido decir cuando la oyó preguntar: ¿Sin nada?

Por obra de su madre, Gracie llevaba puesto un chaleco de brocado dorado que no tenía nada debajo excepto piel, con unos vaqueros negros muy ceñidos y un par de botas nuevas. El chaleco no era exactamente indecente. Se mantenía cerrado por una hilera de botones de perla y llegaba hasta la cinturilla de los vaqueros. Pero había algo en la idea de llevar un chaleco sin nada debajo que la hacía parecer una chica bonita y tonta, cosa que no podía estar más alejada de la verdad, a pesar de los errantes ojos de Len Brown. La pobre Gracie debería estar terriblemente avergonzada por la manera en que se estaba exhibiendo.

Acabó la canción de los Brooks and Dunn y la música se transformó en una balada lenta. Resignado a ser un caballero, se levantó para poderla rescatar antes de que se quedara exhausta. Sin embargo, no había dado más de tres pasos cuando Johnny Pettibone la separó de Len y comenzaron a bailar. Bobby Tom se detuvo, sintiendose vagamente tonto, y luego se dijo que tendría que recordarse agradecer a Johnny que estuviera siendo tan amable con Gracie. Todos eran estupendos con ella. No era algo que lo sorprendiera, claro está. El que fuera la novia de Bobby Tom garantizaba que todos la trataran como a una reina.

Cuando observó que Johnny acercaba más a Gracie, sintió una punzada de irritación. Era una chica comprometida, y no deberían bailar tan íntimamente, pero Bobby Tom no veía en ella el más mínimo indicio de resistencia. De hecho, ella le recordaba a un girasol buscando el sol ante cada palabra de Johnny. Para ser alguien que debería estar avergonzada y fuera de lugar, parecía estar pasando un buen rato.

Recordó el problema de Gracie con la frustración sexual y la miró frunciendo el ceño. ¿Qué pasaría si ella no podía controlar esas hormonas suyas y aprovechaba que ahora captaba algo de atención masculina? La idea lo irritó endiabladamente. No la podía culpar de querer algo tan natural, pero sin duda no lo iba a hacer mientras estuviera comprometida con él. No había manera de esconder una cosa así en Telarosa, y no quería ni pensar lo que dirían si una mujer como Gracie Snow lo engañara.

Él reprimió un gemido cuando Connie Cameron se paró a su lado.

– Hola, B.T., ¿quieres bailar otra vez?

Ella apoyó su brazo sobre su camisa de seda de color lavanda que llevaba con los vaqueros y el stetson gris, luego rozó sus pechos contra él. Desafortunadamente, sus mutuos compromisos no la habian hecho cesar en sus insinuaciones.

– Me encantaría, Connie, pero lo cierto es que Gracie se pone realmente irascible si bailo más de una vez con una mujer hermosa, así que tendré que fastidiarme.

Ella desenredó varios mechones de pelo oscuro que se habían enredado en uno de sus pendientes plateados.

– Nunca pensé que vería el día que dejaras que una mujer te impidiera bailar.

– Ni yo tampoco, pero eso fue antes de conocer a Gracie.

– Si te preocupa lo que pueda pensar Jim, que sepas que está de guardia esta noche. Nunca sabrá que hemos estado bailando. -Ella enfatizó la última palabra con un mohín de su boca para que él supiera que bailar no era todo lo que le estaba ofreciendo.

Bobby Tom imaginó que Jimbo controlaría a Connie, pero eso era dificil cuando no estaba. Y ahora, simplemente, encontraba dificil ocultar su impaciencia cuando tenía a su alrededor mujeres como ella.

– No me preocupa Jimbo. Me preocupa Gracie. Es muy sensible.

Connie miró a los bailarines y la miró críticamente.

– Gracie se ve mejor desde que la dejas arreglarse. Pero aún así, ella no parece tu tipo. Siempre pensamos que te casarías con una modelo o una actriz.

– No hay manera de forzar al corazón.

– Supongo. ¿Te importaría hacerme un favor, B.T.?

Le invadió una sensación de cansancio. Más favores. Se pasaba en el rodaje unas doce horas diarias, y los últimos días habían sido pésimos. Normalmente, disfrutaba de las escenas de acción, pero no cuando implicaban dar una paliza a una mujer. Había temido la escena de la pelea con Natalie que tenía lugar al principio de la película, y había sido tan poco convincente que habian tenido que sustituirla por un hombre pequeño.

Cuando no estaba en el rodaje, había incesantes llamadas telefónicas, visitas, y vendedores. Con todo eso, no había dormido más de cuatro horas al día durante la última semana. La noche anterior, despues del trabajo, había volado hasta Corpus para asistir a una cena de caridad y anteanoche, habia ido a la radio para promocionar el Festival de Heaven; pero el único acto de caridad que había disfrutado era visitar a los niños del ala de pediatría del hospital del condado.

– ¿Qué necesitas?

– ¿Puedes pasar por mi casa alguna tarde y darme un par de autógrafos para mis sobrinos?

– Encantado. -Se pasaría. Con Gracie de la mano.

La canción terminaba y él se excusó para poder rescatar a Gracie de Johnny Pettibone. Len Brown logró llegar primero, pero eso no lo disuadió.

– Hola, muchachos. ¿Creeis que puedo permitirme un baile con mi amorcito?

– Bueno, pues claro, Bobby Tom. -La renuencia de la voz de Len le molestó. Gracie, mientras tanto, le estaba dirigiendo una mirada que indicaba que pensaba matarlo por el uso de la palabra “amorcito”. El haber logrado irritarla le levantó el ánimo.

Los dos habían estado tan ocupados esas últimas semanas que no habían pasado demasiado tiempo juntos, por eso había insistido en llevarla esa noche a Wagon Wheel; nadie se iba a creer que estaban comprometidos si no los veían juntos en público alguna vez. Ella era tan malditamente eficiente que no se le ocurrían suficientes cosas para mantenerla ocupada. Como odiaba estar ociosa, se había ofrecido para hacer todo tipo de recados y como niñera de Natalie la mayor parte del tiempo.

Él miró su rostro excitado y no pudo evitar sonreir. Ella tenía la piel más bonita que había visto nunca y también le gustaban sus ojos. Había algo en la manera en que chispeaban que siempre parecía ponerle de mejor humor.

– Ha comenzado un nuevo baile en línea, Gracie. Vamos a intentarlo.

Ella miró dubitativamente a los bailarines, que realizaban una serie de pasos rápidos e intrincados.

– No llegué a pillar los pasos del último baile. Tal vez deberíamos sentarnos.

– ¿Y perdernos la diversión? -Atrayéndola hacia sí, estudió a los bailarines. La pauta era complicada, pero él había desarrollado su carrera contando pasos y girando en el momento correcto y no le llevó más de treinta segundos pillarla. Gracie, por su parte, tenía sus problemas para hacerlo.

A mitad de la canción, ella aún no había conseguido llevar el ritmo que todos los demás. Él sabía que había sido realmente malo al no sacarla de allí cuando vio que ella no lo cogía, pero su yo más inmaduro había querido recordar a Gracie que ese era su territorio no el de ella y que no debería coquetear con tíos con los que no estaba comprometida. Su atisbo de culpabilidad se convirtió en irritación mientras observaba los movimientos de su pelo y su risa ante los errores que cometía, como si no le importara lo más mínimo ser la peor bailarina del lugar.

Mechones húmedos y cobrizos se pegaban a sus mejillas y nuca. Cuando se giró hacia él, vió que el botón superior del chaleco se había abierto, revelando la parte superior de las curvas de sus pequeños pechos. Un botón más y los mostraría por completo. La idea lo llenó de indignación. Era una chica de catequesis, por el amor de Dios. ¡Debería contenerse!

Estaba demasiado ocupada flirteando con todo lo que llevara pantalones como para advertir su irritación, la cual aumentaba a cada momento al oír que personas que no sabía que la conocían la saludaban con familiaridad.

– Venga Gracie. ¡Tú puedes!

– ¡Así, Gracie!

Desde el lado opuesto, un universitario musculoso que ya se había ganado la desaprobación de Bobby Tom al llevar una camiseta de Baylor, se acercó. Cuando el chico cogió a Gracie por las caderas y la giró en la dirección correcta, Bobby Tom entrecerró los ojos.

Ella se rió y sacudió sus rizos.

– ¡Nunca lo conseguiré!

– Te aseguro que lo harás. -El universitario subió el botellín de cerveza a sus labios.

Ella tomó un sorbo y tosió. El chico se rió y comenzó a darle otro sorbo, pero Bobby Tom no tenía intención de presenciar como se emborrachaba otra vez ante sus ojos. Pasando el brazo alrededor de sus hombros, miró al chico fijamente a los ojos y la separó de él.

El joven se sonrojó.

– Lo siento, Sr. Denton.

¡Señor Denton! ¡Lo había llamado así! Agarrando la muñeca de Gracie tiró de ella hacia la salida del fondo.

Ella se tropezó ligeramente.

– ¿Qué pasa? ¿A dónde vamos?

– Estoy mareado. Necesito aire fresco.

Él presionó la barra de la puerta trasera con la palma de su mano y empujó a Gracie innecesariamente detrás del edificio, hacia la zona donde estacionaban los empleados. Había un maltratado contenedor verde detrás de la heterogénea colección de vehículos y un cobertizo de bloques de hormigón.

No olía a nada exótico, sólo a patatas fritas y polvo, pero Gracie suspiró contenta como si fuese aire limpio.

– Muchas gracias por traerme. Nunca me lo había pasado tan bien. Todos son maravillosos.

Sonaba mareada y sus ojos centelleaban como luces de navidad. Se la veía tan bonita que era dificil para él recordar que ella no era así. El aparato de aire acondicionado zumbaba ruidosamente, pero no llegaba a ahogar por completo la música del interior. Ella apartó un mechón de pelo de su mejilla, y luego, apoyando las manos en la nuca, estiró la espalda contra la áspera pared de madera del edificio, empujando hacia delante sus pechos al mismo tiempo.

¿Dónde había aprendido ella un truco así? Repentinamente, quiso recuperar a su vieja Gracie, con su vestido informe y su horrible pelo. Había estado a gusto con la vieja Gracie y ser el responsable de su transformación en una gatita ligona lo hacía estar todavía más resentido.

– ¿No se te ha ocurrido que podría no gustarme que mi prometida exhibiera el pecho ante todo el mundo?

Ella miró hacia abajo y su mano voló al botón desabrochado.

– Oh, mi…

– No sé que intentas conseguir esta noche, pero será mejor que te sientes e intentes comportarte como una mujer comprometida.

Sus ojos subieron rápidamente para encontrar los de él. Lo miró un largo momento, rechinando los dientes y abriendo con un toquecito el segundo botón.

Él se quedó tan asombrado ante su desafío que le llevó unos segundos encontrar la voz.

– ¿Qué piensas que estás haciendo?

– No hay nadie por aquí. Tengo calor y tú eres inmune a mí. Así que no pasa nada.

Ella tenía calor, vale, y él. No sabía qué pasaba esa noche, pero tenía que detenerla.

– Nunca dije que fuera inmune a ti -replicó con agresividad-. A fin de cuentas eres una mujer, ¿no?

Sus ojos se abrieron repentinamente. Fue un golpe bajo y sintió inmediatamente vergüenza de sí mismo. Vergüenza que aumentó cuando la expresión atontada de su cara se convirtió en una mirada de preocupación.

– ¿Te molesta la rodilla? Por eso estás tan gruñón esta noche.

Dejó que Gracie encontrara una excusa a su grosero comportamiento. Ella sólo quería ver el lado bueno de las personas, lo que provocaría que todos le pasaran por encima. Bueno, pues él no iba a destruir sus ilusiones diciéndole que su rodilla estaba perfecta. Así que inclinándose, la frotó sobre la tela de los vaqueros.

– Algunos días son mejores que otros.

Ella agarró su muñeca.

– Me siento fatal. Lo estaba pasando tan bien que no pensé en nadie que no fuera yo. Vamos a casa, así podrás ponerle hielo un rato.

Él se sintió más ratrero que una serpiente.

– Probablemente si me sigo moviendo se pasará. Vamos a bailar.

– ¿Estás seguro?

– Claro que estoy seguro. ¿Está sonando George Strait?

– ¿Quién?

Él la cogió de la mano y la apretó contra él.

– ¿Quieres decir que no sabes quién es George Strait?

– No sé nada de música country.

– En Texas, es una religión. -En lugar de regresar adentro, la acercó más y comenzó a moverse. Bailaron entre un viejo Fairlane y un Toyota, con el olor a melocotones de su pelo.

Mientras la grava del aparcamiento crujía bajo sus botas, él no pudo resistirse a meter la mano bajo el borde del chaleco y reposarla sobre su espalda. Sintió las protuberancias de su columna vertebral, la suavidad de su piel. Ella tembló, recordándole que necesitaba un hombre, que corría el peligro de caer en los brazos del primer bastardo un poco amable que se le pusiera por delante.

La idea le resultó condenadamente inquietante. No lo avergonzaba admitir que le gustaba Gracie y que sin duda alguna, no quería que estuviera con nadie que no la tratara con cuidado. ¿Qué ocurriría si diera con uno de esos hijos de puta demasiado egoista como para asegurarse que estaba protegida? ¿O algún imbécil demasiado interesado en el sexo le gastaba bromas demasiado groseras y estropeaba su placer sexual para siempre? Había un millón de desastres esperando ahí fuera a una mujer tan desesperada como Gracie.

Llevaba jugando al escondite con la verdad demasiado tiempo, sabía que había llegado el momento de reconocerla. Si quería seguir mirándose al espejo cada mañana, tenía que ahogar sus dudas sobre su jodida piedad y hacer lo que tenía que hacerse. Ella era su amiga, maldición, y él nunca le daba la espalda a sus amigos. No tenía otra elección. La única manera de asegurarse que las cosas se hacían como debían, era encargarse de la iniciación de Gracie él mismo.

Por primera vez en toda la tarde, su humor mejoró. Se sintió pletórico y un poco arrogante, igual que cuando había extendido un cheque de cinco numeros para una buena obra. Había más que sexo implicado. Como ser humano decente, tenía la responsabilidad de liberar a esa mujer de las trampas de la ignorancia. Si perder más tiempo en considerar las complicaciones que podían surgir, se lanzó en picado.

– Gracie, llevamos evitando el tema unas semanas, pero pienso que necesitamos aclarar las cosas. Esa noche que estabas borracha, dijiste algunas cosas.

Él sintió como se tensaba bajo la palma de su mano.

– Apreciaría que los dos olvidaramos esa noche.

– Es dificil. Fue algo muy fuerte.

– Como has dicho, estaba ebria.

Él había dicho que estaba borracha, pero no se tomó la molestia de perder tiempo corrigiéndola.

– El alcohol algunas veces, sirve para decir la verdad, y tal y como están las cosas, no deberíamos mentirnos. -Desplazó la mano más arriba, por su espalda y frotó a lo largo de su columna con el dedo índice-. Me doy cuenta de que eres como un polvorín sexual esperando estallar, lo cuál es comprensible considerando que te has negado uno de los más dulces placeres de esta vida.

– No me he negado nada. Simplemente, nunca apareció la oportunidad.

– Por lo que ví ahí dentro, la oportunidad puede llegar en cualquier momento. Esos jóvenes sólo son humanos, y, lo cierto es que te estabas exhibiendo descaradamente.

– ¡No lo hacía!

– Vale. Digamos entonces que sólo estabas coqueteando un poco.

– ¿Coqueteaba? ¿De verdad?

Sus ojos se abrieron con deleite, y él se percató que había cometido un error táctico. Con su típica incertidumbre, ella no había tomado su comentario como una crítica, tal y como él había pretendido que fuera. Antes de que ella quedara envuelta en una imagen de sí misma como una bella sureña y se olvidara de prestar atención a lo que él decía, añadió rápidamente:

– La cosa es que creo que ya va siendo hora de que unamos fuerzas y hablemos. Se me ha ocurrido un plan que será beneficioso para los dos.

La canción terminó. A regañadientes, él sacó su mano de su chaleco y la dejó ir. Apoyándose contra el lateral del Fairlane, él cruzó los brazos sobre el pecho.

– Tal y como yo lo veo, cada uno tiene un problema. Tú estás algo atrasada en el arte del sexo, pero como se supone que estamos comprometidos, no vas a buscar a nadie que te enseñe. Yo, por otro lado, necesito tener una vida sexual regular, pero como soy oficialmente un hombre comprometido y este es un pueblo pequeño, no puedo llamar a mis antiguos ligues y hacer planes con ellas, ya me entiendes.

Gracie se mordisqueaba el labio inferior.

– Sí, yo, eh…, ya veo…, es ciertamente un problema.

– Pero no tiene por qué serlo.

Su pecho comenzó a moverse como si acabara de correr un largo trecho y estuviera jadeando.

– Supongo que no.

– Los dos somos adultos responsables y no hay ninguna razón por la que no deberíamos ayudarnos mutuamente.

– ¿Ayudarnos mutuamente? -dijo ella con voz débil.

– Claro. Te puedo enseñar lo que necesitas y me mantienes fuera de circulación. Creo que no puede ser mejor.

Ella se relamió los labios nerviosamente.

– Sí, es…, eh… muy lógico.

– Y práctico.

– Eso, también.

Él oyó la desilusión oculta en su respuesta, y sabía lo suficiente sobre la necesidad que las mujeres tenían del romance, para saber que era momento de atajar el problema.

– Aunque lo cierto es que el sexo no es divertido si sólo es por obligación.

Ella se mordisqueó el labio otra vez.

– No, eso no sería divertido en absoluto.

– Así que si decidimos hacerlo, vamos a tener que proponernos una cosa; tendríamos que empezar desde el principio y hacerlo bien.

– ¿Hacerlo bien?

– Lo que significa que tenemos que establecer algunas reglas básicas. Creo que siempre es mejor saber a qué atenerse, sobre todo a largo plazo.

– Sé que te gusta entenderte con la gente.

Al oír el nervioso revoloteo de su voz, él estuvo casi seguro de notar un pequeño deje contrariado y casi se le escapó una risita. Conteniéndose para sonar tan serio como un telepredicador, la miró con gravedad.

– Esto es lo que he pensado… Es obvio que será una experiencia muy estresante para mí.

Gracie levantó la cabeza con rapidez, estaba tan asombrada que necesitó todo su autocontrol para no reírse.

– ¿Por qué debería de ser estresante para ti?

Él le dirigió una mirada de herida inocencia.

– Cariño, es obvio. Hace mucho que dejé la pubertad. Seré la parte experimentada y tú no tienes más experiencia que lo del callista ese que te besó el pie, así que seré completamente responsable de convertir tu iniciación en el arte sexual en algo grato. Hay alguna posibilidad -una locura, lo admito, pero posibilidad al fin y al cabo- de que pueda equivocarme en algo y traumatizarte de por vida. Y esa responsabilidad pesará en mi mente, y la única manera de que pueda garantizar que todo resulte bien para ti, será tomar control absoluto de nuestra relación sexual desde el principio.

Ella lo miró con cautela.

– ¿Y eso, exactamente, qué implica?

– Me temo que voy a impresionarte tanto que te echarás atrás antes de que empecemos siquiera.

– ¡Suéltalo!

Su voz se había convertido casi en un chillido, y él no pudo recordar por qué había estado de tan mal humor antes. Su impaciencia le recordó a alguien que había acertado los primeros cinco números en un décimo de lotería, y esperaba que saliera el último.

Él inclinó el ala del stetson hacia atrás con el pulgar.

– La cosa es que para asegurarme que será una buena experiencia para ti, tendría que asumir el control de tu cuerpo desde el principio. Tendría, por así decirlo, que poseerlo.

Ella sonó ligeramente ronca.

– ¿Tendrías que poseer mi cuerpo?

– Ajá.

– ¿Poseerlo?

– Si. Tu cuerpo me pertenecería a mí. Sería algo así como si tuviese un enorme oleo y fuera inscribiendo mis iniciales en cada centímetro de él.

Para su sorpresa, ella parecía más estupefacta que insultada.

– Suena a esclavitud.

Él logró parecer herido.

– No he dicho nada de tu mente, cariño. Sólo tu cuerpo. Hay mucha diferencia, me sorprende que no te hayas dado cuenta y me hayas soltado esa observación.

Pareció que se le cerraba la garganta al intentar tragar.

– ¿Qué pasa si me obligas -o a mi cuerpo, ya que es de lo que estamos hablando- a hacer algo que no quiera hacer?

– Oh, definitivamente te obligaré. Sin lugar a dudas.

Sus ojos se abrieron ante el ultraje.

– ¿Me obligarás?

– Seguro. Tienes años que recuperar y sólo tenemos un tiempo limitado. No te haré daño, cariño, pero seguro que tendré que obligarte, o nunca lograremos avanzar lo suficiente.

Él vio que ese comentario había acabado con ella. Sus ojos eran enormes piscinas grises y había abierto la boca. Bueno, él tenía que admirar su presencia de ánimo. Eso era algo que tenía que reconocerle a Gracie desde el principio. Tenía valor.

– Yo… eh… creo que tengo que pensarlo.

– No entiendo que tienes que pensar. O te vale o no te vale.

– No es tan simple.

– Te aseguro que lo es. Créeme, dulzura, sé más de estas cosas que tú. Lo mejor ahora mismo sería que dijeras: “te confío mi vida, Bobby Tom, y haz conmigo lo que quieras”.

Sus ojos se abrieron totalmente.

– ¡Eso sería controlar mi mente, no mi cuerpo!

– Sólo era un experimento para asegurarme que entendías la diferencia, y has aprobado de sobra. Estoy orgulloso de ti. -Y acto seguido, fue al grano-. Lo que realmente quiero que hagas en este momento es abrir todos los demás botones del chaleco.

– ¡Pero estamos en la calle!

Él percibió que ella no protestaba por la acción, sólo la situación, y presionó un poco más.

– Recuerda, soy la parte experimentada y tú la virgen. Tienes que confiar en mí en este tipo de cosas del cuerpo o nuestro acuerdo no funcionará.

Él casi sintió lástima por ella cuando vio como su sentido de la conveniencia combatía contra esa vena traicionera de sexualidad que ella realmente no podía controlar. Le estaba resultando muy dificil, él prácticamente podía oír el agudo zumbido de su cerebro, y esperó que sus labios se fruncieran para decirle que se fuera al demonio. Pero ella suspiró con inseguridad.

Cuando ella recorrió con la vista rápidamente los alrededores del aparcamiento, él supo que era suya. Sintió un rió de sensaciones atravesándolo: placer, regocijo y, extrañamente, un toque de ternura. En ese momento se hizo la promesa que nunca haría nada para traicionar su confianza. El inquieto pensamiento de que estaba pagando su sueldo invadió su mente, pero lo apartó resueltamente mientras ahuecaba su cara entre las palmas de sus manos.

– Venga, cariño. Haz lo que te he dicho.

Por un momento ella no se movió, y luego él sintió el revoloteo de sus manos entre su pecho y el de él.

Su voz fue ronca.

– Yo… me siento tonta.

Él sonrió contra su mejilla.

– Soy el único que va a hacer “sentir” aquí.

– Es sólo que parece demasiado… malo.

– Oh, lo es. Ahora dejame ver.

Otra vez sus manos se movieron entre sus cuerpos.

– ¿Está abierto por completo? -preguntó.

– S-sí.

– Bien. Rodeame el cuello con los brazos.

Ella hizo lo que él pedía. Los bordes del chaleco rozaron el dorso de sus manos cuando el lo abrió para sentir el calor de sus pechos desnudos a través de su camisa de seda color lavanda. Otra vez, él murmuró en su oído.

– Abre la cremallera de tus vaqueros.

Ella no se movió. Él no se sorprendió. Ya había logrado llevarla más allá de lo que esperaba. Se había involucrado tanto en el juego sexual que estaba a punto de olvidar que no era sino un juego.

Él gimió suavemente cuando Gracie rozó su cuerpo con el suyo. Ella se puso de puntillas. Él sintió el ligero roce de su mejilla y oyó su suave murmullo.

– Tú primero.

Él casi explotó. Sin embargo, antes de que pudiera reaccionar, dos hombres aparecieron por un lado del aparcamiento discutiendo ruidosamente.

Cada músculo de su cuerpo se puso en tensión.

– Shhh… -La empujó hacia atrás suavemente, contra el edificio, escudándola con su cuerpo. Abriendo sus muslos, él atrapó sus piernas entre las suyas y presionó sus labios contra su oreja-. Iremos un poquito más allá cuando se vayan. ¿Querrás?

Ella inclinó la cara.

– Oh, sí.

A pesar de la atormentadora presión en sus vaqueros, él quiso sonreír ante su falta de artificio, pero sabía que ella no lo entendería, así que se controló. Inclinando la cabeza, tocó su boca con la suya, escudando sus caras con el ala del stetson. Los labios de Gracie permanecieron apretadamente cerrados, y él decidió que había algo infinitamente excitante en besar a una mujer que no intentaba colarle la lengua hasta la garganta antes de saber si quería tenerla allí o no.

Sin embargo, definitivamente, quería la lengua de Gracie, lo que significaba que tenía que esmerarse para sacar su lado más salvaje. Con infinita paciencia, provocó sus labios. Ella tensó los brazos alrededor de su cuello y la temblorosa punta de su lengua apareció, como un pajarito, en el umbral de su boca. Ella estaba tan absorta con lo que ocurría con sus lenguas que no quiso distraerla explorando esos pequeños pechos desnudos que anidaban tentadoramente contra su pecho, así que intentó no recordar cómo el helado había corrido por sus curvas y cómo se habían contraido sus pequeños pezones en capullos apretados y duros.

El recuerdo casi le hizo perder el control y empujó sus caderas duramente contra las de ella. Su agresividad no la asustó. En vez de retroceder, ella se rozó contra él como si fuera una gatita caliente esperando que la acariciaran

En el acto él supo que no estaba tan al mando como quería. Presionó sus dedos en sus hombros y ella comenzó a emitir dulces sonidos de protesta desde el fondo de su garganta. Cada músculo de su cuerpo se había tensado y su corazón latía con fuerza contra sus costillas. Estaba tan duro que se sentía palpitar y la deseaba con una urgencia que lo hacía estar jodidamente asustado.

Él débilmente tomó conciencia que los intrusos habían desaparecido del aparcamiento y no pudo contenerse ni un momento más. Asiendo los brazos que rodeaban su cuello, se separó lo suficiente como para mirar hacia abajo, a sus pechos. Brillaban bajo la tenue luz de las sombras de la noche, y los pequeños pezones estaban duros como guijarros cuando los contempló. Soltando sus brazos, él rozó las puntas con los pulgares. Ella se apoyó contra el edificio, con los ojos cerrados.

Él inclinó la cabeza para chuparlos. Sus pezones hirieron su lengua, las duras cimas requirieron toda su atención. Los sacó de su boca, los lamió con su lengua, los chupó duramente con deseo. Al mismo tiempo, agarró firmemente sus caderas y se apretó contra ella, tratándola mucho más rudamente de lo que había querido, pero se sentía tan bien, joder, y los gemidos que emitía junto a su oído amenazaban con hacerle perder el control. Metió sus dedos entre sus piernas, contra la costura del vaquero y supo que tenía que enterrarse dura y profundamente en su interior antes de explotar.

Él agarró la cinturilla de sus vaqueros en las manos. Tiró con fuerza hasta que se oyó un chasquido.

– Bobby Tom… -Ella sollozó su nombre y detuvo sus manos al darse cuenta de qué la había asustado-. Date prisa -imploró ella-. Por favor apresúrate.

Su pasión se incrementó al entender que ella daba la bienvenida a su agresividad. Al mismo tiempo, un atisbo de cordura le recordó donde estaban y supo que había comenzado un juego que se le había ido de las manos. No podía llegar al final, no contra la pared de un edificio. Debía estar loco para dejar que las cosas llegaran hasta allí. ¿En qué demonios estaba pensando?

Necesitó toda su autodisciplina para cerrar el chaleco. Gracie abrió los ojos repentinamente, su expresión revelaba una mezcla de pasión y desconcierto. Él movió el sombrero a su posición natural. Ella era una novata en esas lides y no iba a dejar que supiera lo cerca que había estado de vencer a un campeón.

– ¿Creo que va a resultar bastante bien, no? -Sus manos normalmente ágiles resultaron torpes cuando comenzó a abrochar los botones y siguió hablando para camuflar su torpeza-. Iremos poco a poco. Veo que has estado perdiendo el tiempo, así que deberemos compensarlo. No creo que ninguno vaya a resistir demasiado, ya me entiendes, pero por lo menos deberíamos intentarlo.

– ¿Esto es todo lo que haremos esta noche?

Ella parecía tan afligida que quiso abrazarla.

– Caramba, no. Simplemente nos estamos tomando un respiro. Cuando volvamos a casa, volveremos a empezar una vez más. Tal vez volvamos por el camino del río y veamos cuanto tiempo nos lleva empañar las ventanillas de mi camioneta.

Gracie pegó un brinco cuando la puerta más cercana se abrió ruidosamente y Johnny Pettibone asomó la cabeza.

– Bobby Tom, Suzy acaba de llamar. Quiere que pases por su casa de inmediato. Dice que cree que puede tener un ratón bajo el fregadero. -Johnny volvió a entrar.

Bobby Tom suspiró. Se acabó empañar ventanas. Una vez que Suzy lo cogia por banda, no lo soltaba tan fácilmente.

Gracie le dirigió una mirada compasiva, si bien la sonrisa era ligeramente temblorosa.

– Está bien; tu madre te necesita. Volveré a casa con uno de los ayudantes de producción. Realmente, esto es lo mejor. Así tendré un poco de tiempo para… acostumbrame.

Otra vez ella empezó a mordisquearse el labio.

– Esa idea de poseer mi cuerpo… He pensado… Esto… Se me ha ocurrido…

– Dilo, cariño. No somos unos jovencitos.

– Quiero lo mismo -dijo apresuradamente.

– ¿Lo mismo?

– Lo mismo. Sobre poseer mi cuerpo. Quiero el tuyo.

Él quiso estallar de risa, pero frunció el ceño y trató de parecer hosco.

– Nunca esperé que una mujer inteligente fuera tan ilógica. Si cada uno de nosotros posee el cuerpo del otro, nunca sabremos quién se supone que hará el siguiente movimiento.

Ella lo miró seriamente.

– Te aseguro que nos arreglaremos.

– No lo creo.

Ella apretó los dientes.

– Lo siento, Bobby Tom, pero voy a tener que ser firme en esto.

Él se preparó para hacerla pasar un mal rato, sólo por puro placer, pero antes de que pudiera abrir la boca, ella le dio la espalda y se dirigió hacia la puerta. Antes de desaparecer dentro, le dirigió una mirada educada sobre el hombro.

– Gracias por este encuentro tan agradable. Fue altamente educativo. -La puerta se cerró tras ella.

Por un momento solamente permaneció allí de pie y luego sonrió ampliamente. Cada vez que pensaba que tenía a Gracie donde quería, lograba asombrarle. Pero él siempre tenía algún as bajo la manga, y mientras se dirigía a la camioneta, supo que iniciar a Gracie Snow iba a ser definitivamente uno de los mejores placeres de la vida.

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