Los rusos tienen un tipo de tratamiento formal mediante los nombres patronímicos. Por ejemplo, en La gardenia blanca de Shanghái, el nombre completo de Anya es «Anna Victorovna Kozlova». «Victorovna» viene del nombre de pila de su padre, «Víctor», y «Kozlova» es la versión femenina del apellido de él, «Kozlov». Cuando se dirigen a ella formalmente, deberían llamarla «Anna Victorovna», pero, entre familia y amigos, simplemente la llamarán «Anya». Si alguna vez ha leído una novela rusa traducida, podrá entender lo confuso que puede llegar a ser este sistema para un lector occidental. ¿Por qué un personaje al que se ha estado llamando «Alexander Ivanovich» durante media novela, de repente, se convierte en «Sasha»?
Para evitar este tipo de confusiones, he decidido utilizar los nombres patronímicos de los personajes solamente en situaciones que requerían cierta formalidad, como cartas, el testamento de Serguéi, presentaciones formales y demás casos similares, para darle un toque de tradición rusa. Durante la mayor parte del libro, he utilizado los nombres informales de los personajes. También hice que Anya continuara utilizando su apellido, «Kozlova», cuando llegó a Australia, aunque podría haber optado por quitar la terminación femenina de su nombre, para que pasara a apellidarse simplemente «Kozlov».
Uno de los aspectos más amenos de escribir La gardenia blanca de Shanghái fue crear una historia sobre el vínculo entre madre e hija en una extensa ambientación histórica. He tratado por todos los medios de ser precisa y fiel al detalle, sin embargo, hubo un par de momentos en los que tuve que jugar a ser Dios y me vi obligada a condensar la historia para que cuadrara con el desarrollo del argumento. El primer caso fue cuando Anya llega a Shanghái poco después del anuncio del final de la Segunda Guerra Mundial. Cronológicamente, si bien es cierto que ya había algunos estadounidenses en Shanghái, Anya llega un par de semanas antes de que la mayor parte de la marina estadounidense llegara a instalar pantallas para los noticieros y pusiera en marcha de nuevo la ciudad. No obstante, puesto que el objetivo principal de la escena era mostrar el júbilo producido por el final de la guerra y lo rápido que Shanghái se recuperó, me sentí cómoda al comprimir los acontecimientos ligeramente en el tiempo. El otro momento en el que condensé el trasfondo histórico fue en Tubabao. Los refugiados de la isla soportaron más de un tifón durante su estancia, pero si me hubiera visto obligada a describir detalladamente todas y cada una de las tormentas, la atención se habría desviado de la supervivencia emocional de Anya en aquellos momentos y de la evolución de su apego por Ruselina e Irina.
George Burns dijo una vez: «Lo más importante de la interpretación es la honradez. ¡Si puedes fingirla, lo tienes todo hecho!». En algunos momentos de La gardenia blanca de Shanghái, una ambientación novelesca era más adecuada que una real. El primer ejemplo es el del Moscú-Shanghái. Aunque este club nocturno es producto de mi imaginación, inspirado en la arquitectura de algunos de los palacios del zar, sin embargo, es fiel al espíritu decadente del Shanghái de aquella época. De modo similar, el campo de inmigrantes al que envían a Anya y a Irina al llegar a Australia no pretende representar un campo de inmigrantes en particular del centro oeste de Nueva Gales del Sur, aunque la mayor parte de mi investigación giró en torno a los campos de Bathurst y Cowra. El razonamiento que seguí aquí fue que deseaba que Anya interactuara en el ámbito de lo personal con el director del campamento, y no creía que fuera justo implicar a ninguno de los verdaderos directores de campamentos de una manera tan íntima. Por la misma razón, creé un periódico metropolitano imaginario para que Anya trabajara en él, el Sydney Herald, en lugar de utilizar un periódico real de la época, porque necesitaba que Anya trabara una relación muy cercana con la directora, Diana. Las familias de la alta sociedad también son inventadas y no representan a ninguna de las personalidades famosas de la época, aunque el Prince's, el Romano's y el club nocturno Chequers eran los lugares en los que se dejaba ver la sociedad de los años cincuenta. Podría describir mi enfoque con estas creaciones novelescas con una frase que me dijo una amiga mía, que siempre va a la última moda: «Si el peinado y los zapatos son los correctos, todo lo demás encajará en su lugar correspondiente». Con esto, quiero decir que siempre que el contexto histórico fuera preciso y los detalles cotidianos de lo que la gente comía, vestía y leía fueran verdaderos, me he permitido algunas libertades con todo lo demás.
Con respecto a esto, también me gustaría añadir que, si bien es verdad que me he inspirado para la novela en el diario que mi madre y mi abuela redactaron desde China hasta Australia, todos los personajes y situaciones aquí descritos son producto de mi imaginación. El libro no es una historia familiar contada en forma novelada, y ninguno de los personajes principales pretende representar a personas reales, vivas o fallecidas.
Ha sido un verdadero placer para mí investigar y escribir La gardenia blanca de Shanghái. Espero que usted también haya disfrutado leyéndola.