CAPÍTULO 26

Alethea fingió dormir durante el largo viaje del carruaje hacia Londres, demasiado absorta en los pensamientos acerca de Gabriel y de la próxima fiesta, como para importarle la conversación. Su prima, Lady Pontsby, y su hermano, Robin, hablaban en susurros a su alrededor, comentando lo distraída que ella aparentaba estar últimamente y lo bien que le haría asistir a una fiesta de la alta sociedad otra vez como le correspondía por su derecho de nacimiento. No podían sospechar que ella y Gabriel habían estado encontrándose en privado durante días y que la causa de su distracción aún no la había revelado. Su hermano no había superado del todo sus dudas acerca de Gabriel, mientras que ella estaba tan irremediablemente enamorada del hombre que no podía dormir por las noches quedándose con la mirada fija fuera de la ventana de su casa.

– Ella es solitaria -dijo lady Pontsby preocupada-. Se ha recluido hasta el punto de que seguramente terminará siendo una solterona. Y mientras Sir Gabriel ha resultado una visita encantadora, uno no puede dejar de preguntarse cuánto tiempo se quedará.

– Necesita tiempo para llorar a Jeremy -dijo Robin discretamente-. No ha sido ella misma desde que él se ha ido.

– Tonterías. Ella necesita a un marido. Nunca me importó todo eso de Hazlett, si quieres saberlo.

– Pensé que lo adorabas -dijo Robin sorprendido.

– Sólo fingí por el amor de Alethea -le confió lady Pontsby por lo bajo-. Honestamente pensaba que era un joven mezquino, siempre dándole órdenes a su familia.

Alethea logró suprimir un suspiro. Se preguntaba si podría fingir estar dormida todo el camino hasta la ciudad, y continuar el simulacro cuando encontrara a Gabriel en la fiesta de su primo. Pronto todo el mundo lo sabría.

– ¡Santo Dios! -Exclamó lady Pontsby en tal tono de genuino horror que Alethea se vio obligada a esforzarse más en su farsa-. ¡Bandoleros! Protégenos, Robin.

Alethea abrió sus ojos cuando, ciertamente, la vibración de los cascos se acercaron al pesado carruaje. Para su deleite el jinete que trotaba a medio galope al lado de ellos, con un manto oscuro sobre sus anchos hombros, era Gabriel.

– Amigos -él dijo, subiendo su mano enguantada en cuero a su frente. -Permítanme ofrecerles escoltarlos. Hay… -sus ojos parpadearon y evitó mirar directamente a Alethea-… momentos peligrosos para el viajero.

– Hay momentos peligrosos para todos -Alethea murmuró mientras se reacomodó en contra de los cojines otra vez.

Su hermano la estudió por varios minutos.

– De hecho. Creo que hay peligros alrededor nuestro, los cuales he estado ignorando.


Una fiesta para celebrar el cumpleaños de Grayson Boscastle, el Más Honorable, el quinto Marqués de Sedgecroft, era una ocasión que la crème de la crème de la sociedad no podía rehusar. Unos cuantos de lo más alto de la alta sociedad ya habían regresado de la playa o del país para la Pequeña Temporada.

Uno no podía imaginarse una forma más entretenida de regresar a la vida londinense que jactarse de una invitación para la magnífica mansión de ladrillo rojo de Grayson en Park Lane, una vez, aunque no era mencionado, el hogar de la horca. Ahora su proximidad cercana a Hyde Park le otorgaba una elegancia incuestionable.

Los vendedores de ganado y la gente curiosa de la ciudad miraban con atención a través de los principales portones heráldicos bajo el escrutinio vigilante de varios lacayos con pelucas empolvadas y formales pantalones bombachos. Weed, el eficiente lacayo más viejo del marqués, supervisaba los detalles personales del festejo, desde abastecer al cantante italiano de ópera con champaña hasta jugar cucú detrás de las columnas del corredor de mármol con el hijo de Grayson y heredero, Lord Rowan.

Para cuando Alethea llegó, la mayor parte de los invitados ya se habían desplazado desde las numerosas salas de recepción hacia el pabellón lateral y por consiguiente dentro de un jardín agradablemente ensombrecido por majestuosos plátanos y estatuas clásicas de piedras resistentes.

No había signos de Gabriel.

– ¿Pero en este elegante apretujón quién puede divisar a su amigo favorito? -murmuró sin pensar a su prima.

Lady Pontsby le sonrió con consentimiento, a pesar de que estaba demasiado deslumbrada por el desfile de aristócratas que pasaban para hacerle un comentario a Alethea acerca de cualquier reflexión profunda.

– Uno no lo reconocería, de cualquier manera, sin un anuncio del mayordomo.

– La mitad de Londres ya ha sido anunciada, por lo que se ve -dijo Alethea. -. Aún así, sería agradable ver…

– Lo lindo que es verte aquí -una profunda voz burlona le dijo desde detrás de ellas-, confío en que tu viaje fue tan agradable como nuestras carreteras agrestes lo permitieron.

Alethea refrenó una jubilosa sonrisa y dio vueltas lentamente para enfrentar a su caballero oscuro.

– Como si no nos seguiste a través de cada carretera, Sir Gabriel.

– Y muy galante de su parte, ciertamente -dijo lady Pontsby-. Una dama no puede aducir demasiados escoltas en estos días arriesgados.

Gabriel le concedió una sonrisa cordial. Antes de que ella pudiera continuar, sin embargo, él había fijado la mirada en su prima. Había estado a la espera… no, caminando de un lado a otro como un condenado prisionero… de que Weed le avise de su llegada. Se embriagó con la vista de ella. Se había cepillado su oscuro cabello crespo hacia atrás en un nudo flojo que él deseaba deshacer para extenderlo por su hermoso cuerpo. No podía creer que la había conquistado.

Quería anunciárselo a todo el mundo, o al menos a su familia, y mantener el secreto al mismo tiempo. ¿Podría llevársela como por arte de magia a algún sitio recóndito y reanudar sus acaloradas intimidades? No era como si la casa de su primo no hubiera presenciado su parte de escándalos amorosos.

Continuó con los ojos clavados en Alethea hasta que ella arqueó una ceja en una reprimenda sutil. Afortunadamente, Lady Pontsby parecía inconsciente de que él deseaba nada más que estar a solas con su prima. Para el final de la fiesta o tan pronto como pudiera congregar a los otros Boscastles en un cuarto, podría revelar lo que ella significaba para él. Hasta entonces tendría un endiablado momento de actuar como si se preocupara por alguien más aparte de esta única mujer quien podría deshacerlo, castigarlo, y ennoblecerlo con una mirada negligente. No había nadie más por quien él descartaría su vida anterior sin ni una punzada de lamento.

Se había saciado a sí mismo en el pecado. Ahora la quería sólo a ella, y si jugaran whist en el campo cada noche antes de que se la llevara a la cama, bien, él no podría ser más feliz.

– No está prestando atención, ¿verdad? -dijo Lady Pontsby levantando la voz.

Él sacudió la cabeza.

– ¿Prestando atención a qué?

Ella lo escudriñó con una sonrisa deliberada.

– Si los dejo a ambos por algunos momentos para charlar con Lord y Lady Farnsworth. No los he visto en años. Robin está allí mismo, con el padre de Emily. No los interrumpan, ¿de acuerdo? Estoy deseando que éste sea el día por el que hemos estado velando.

Él se encogió de hombros en un intento de no revelar su placer por esta oportunidad.

– Supongo que podemos arreglarnos por algunos momentos.

– Bien. Ahora pasen un buen rato.

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